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Lenguaje y Educación

Crítica a la psicogénesis de la lectoescritura

Antonio Caponnetto

Lenguaje y Educación - Crítica a la psicogénesis de la lectoescritura - Antonio Caponnetto

242 páginas
Editorial Scholastica
1993

Encuadernación rústica
 Precio para Argentina: 40 pesos
 Precio internacional: 12 euros

Esta obra, agotada al poco tiempo de ser impresa en 1990, y que hoy se reedita con una extensa revisión y ampliación, persigue un doble objetivo.
Por un lado, criticar y cuestionar los fundamentos teó­ricos y los resultados prácticos del sistema de lectoescritura inicial conocido comúnmente como psicogénesis. El mismo —dice el autor— es el resultado de graves errores filosóficos, psicopedagógicos y lingüísticos, que vienen llevando y llevan a la completa desnaturalización del acto educativo.
Mas por otro lado, este libro es una reafirmación categórica del valor sagrado de la palabra y del misterio cristiano de la infancia, bienes ambos que la psicogénesis diluye, niega y ataca.
Obra científica y polémica —y en rigor, la primera que se ha atrevido a enjuiciar al poderoso aparato psicogenetista— ha sido acogida con gratitud por padres, maestros y alumnos deseosos de recuperar el sentido común y la preeminencia de la Verdad.

 

ÍNDICE


Reconocimientos     11
Estudio Preliminar a la Presente Edición      13
La Queja se Generaliza       13
Una Moda Cultural 18
La Falsa Dialéctica  24
Cuestiones de Fondo: Conocimiento, Inteligencia y Aprendizaje     38
Confusiones y Contradicciones del Sistema 63
Juegos y Anticipaciones      76
Prólogo a la Primera Edición           89
Capitulo I
Cuestión de Principios Antes que de Métodos        95
Capítulo II
Democratismo, Oralidad y Escritura            99
Capítulo III
El Lenguaje y la Escuela al Servicio de la Lucha de Clases  107
Capítulo IV
El Aprestamiento Funciónalista y Empirista  119
Capítulo VI
Los Métodos Naturales de Lectoescritura   125
Capítulo VI
Los Errores de Emilia Ferreiro        131
La Dialéctica Clasista          132
El Criterio Utilitarista y Pragmatista 134
Desvertebración y Desacralización de la Lectura y de la Escritura   137
La Reducción del Lenguaje a Convencionalismo ..154
Capítulo VII
Las Confusas Incidencias Metodológicas    177
Capítulo VIII
Al Rescate de la Lógica y de la Palabra      187
Corolarios   195
I      195
II     197
III   198
IV   199
V    200
VI   203
VII  204
VIII 205
IX   209
X    211
XI   212
XII  214
XIII 215
XIV                        218
XV  220
XVI            222
XVII           223
XVIII          224
Indicación Bibliográfica       227
Orientación Bibliográfica     235                

LA OBRA

Antonio Caponnetto es autor de seis libros, más éste que aquí se reedita, profundamente revisado y ampliado. Pedagogía y Educación. La crisis de la contemplación en la escuela moderna, Bue­nos Aires, Cruz y Fierro Editores, 1981. La tru­sión educadora de la familia, Buenos Aires, Conadefa, 1988. Hispanidad y Leyendas Negras. La teología de la liberación y la historia de Amé­rica, Buenos Aires, Cruzamante, 1989- Lenguaje y Educación. Crítica a la psicogénesis de la lec-toescritura, Buenos Aires, Cruzamante, 1990. Los arquetipos y la historia. Buenos Aires. Scholastica, 1991 y El deber cristiano de la lu­cha, Buenos Aires, Scholastica, 1992.
Ha escrito además una variedad de opúsculos, entre los que podemos mencionar: La contami­nación de la cultura por lo pseudoespirilual (1979), Aportes para una historia del moder­nismo en la Argentina (1981), Estado y Educación Católica (1982), Penetración marxista en Latinoamérica (1984), Educación y Deterninismo (198$),Rosas, aspectos de su política poblacional (1985), Las consecuencias culturales de la Re­volución Francesa (1989). La destrucción de las patrias por el Nuevo Orden Internacional (1991), Contribución bibliográfica para una historio­grafía sobre el revisionismo histórico argen­tino (1992), La Era de Acuario y el fin de la his­toria (1993).
Ha publicado también un centenar de artí­culos periodísticos, recensiones bibliográficas y prólogos a libros de terceros, colaborando re­gularmente en algunos medios argentinos y ex­tranjeros.
Con ocasión del V Centenario del Descubri­miento de América, su libro Hispanidad y Leyendas Negras fue traducido al inglés como: Tlie black legends and Catholic Hispanic Culture. Liberation Theology and the history of the New World, Central Bureau of the Catholic Central Verein of America, St. Louis, USA, 1992, siendo objeto de positivos comentarios desde las pá­ginas de algunos medios, como The Wanderer y Social Juslice Review.

EL AUTOR

Antonio Caponnetto nació en Buenos Aires, el 29 de septiembre de 1951. Se recibió de Maestro en la Escuela Normal de Profesores Nº 2, Mariano Acosta y de Profesor de Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires. Ejerció la docencia en todos los niveles de la ense­ñanza, ocupó cargos directivos en la escolaridad me­dia y asesorías pedagógicas en el ámbito universi­tario.
Enseñó en establecimientos oficiales y privados, religiosos y castrenses, teniendo a su cargo cátedras de Historia de la Cultura y de Política Educativa, de Sociología, Doctrina Social de la Iglesia e His­toria Argentina. Además de una serie de Cursos de Formación y Perfeccionamiento Docente, centra­dos en cuestiones históricas, pedagógicas y morales.
Ha dictado numerosas conferencias, dentro y fuera de la patria, invitado por una diversidad de organismos científicos, universitarios, militares y eclesiales, y por instituciones culturales de definida identidad hispanocatólica.
Participó en Congresos, Seminarios, Jornadas, Simposios, Paneles y Foros ligados a los temas de su competencia, recibiendo por ello distintos tes­timonios de reconocimiento. Recientemente, la Uni­versidad Autónoma de Guadalajara, le confirió el cargo de Profesor Honorario.
Se dedicó a la investigación, en forma personal primero y desde el Conicet después, al que actual­mente pertenece como miembro de la Carrera del Investigador Científico, desempeñándose en el Instituto Bibliográfico Antonio Zinuy.
Es miembro fundador de la Corporación de Cien­tíficos Católicos, y desarrolla una actividad inin­terrumpida como docente, publicista y expositor, que conjuga con el ejercicio del periodismo de rai­gambre católico-nacionalista.
En 1990 recibió el Premio San José que entre­ga anualmente la Liga de Padres de Familia a aque­llos que se han destacado por sus cualidades pri­vadas y públicas, tanto espirituales como profesio­nales.

PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN

Es posible que el subtítulo de este ensayo sorprenda a quienes no estén ligados de un modo específico a la escolaridad primaria.
Si bien es cierto que el término lectoescritura alude ob­viamente al acto de leer y de escribir, y que la expresión psicogénesis se ha difundido como sinónimo de origen y desarrollo de los procesos mentales, la combinación de ambas palabras en bo­ca de los "iniciados", expresa una innovadora y revoluciona­ria modalidad de aprendizaje inicial, que a partir de la cons­trucción personal del lenguaje, acaba con la conformación de un nuevo tipo humano y educacional. Leer y escribir no serí­an sino puntos de partida, desde el cual modificar la tradicio­nal identidad cultural, social y ética. Decisivos puntos de partida, por cierto, en tanto inciden en el niño y en su entorno familiar, y obligan a los mayores a mudar de modelos y de conductas.
No es casual que ideológicamente sean las izquierdas —con su enorme aparato editorial— las que alimenten y promuevan esta iniciativa pedagógica; ni que la misma venga sostenida po­líticamente por las dos últimas gestiones gubernativas, ni que con ya padecida mezcla de ignorancia y de frivolidad, los ambientes "cristianos" adopten la moda, como signo de su actualización y de su empeño por estar al día.
Pese al hermético subtítulo, entonces —al que hemos te­nido que recurrir obligadamente para identificar por su nombre a este proyecto—, está muy lejos de nuestro ánimo hacer de las páginas que siguen un artilugio para especialistas. Antes bien, quisiéramos que al cerrarlas, el lector común advirtiese que está ante una cuestión de interés concreto, como que pone en jue­go la formación de nuestros hijos y la misión de los educado­res, sean padres o maestros.
Si se enseña a leer y a escribir de un modo distinto, es porque se aspira a un pensar y a un obrar igualmente distintos. Lo grave es que la distinción aquí buscada, no es el regreso al Orden sino la op­ción por el caos. No es la perfección por el ejercicio de la virtud, del sentido común y de la lógica. Es la confusión por el entrenamiento en el relativismo, en la dialéctica y en el cambio permanente.
Más de una vez hemos vuelto sobre estos temas, señalando con insistencia que estamos ante un problema de fondo, im­posible de entender y de resolver fuera del drama moderno de la desacralización.
Porque no es asunto de métodos o de recursos didácticos, o de planificaciones y de programas ocasionales. Es toda una concepción de la escuela, de la cultura y de la persona, la que está desencializada y pervertida. Toda una concepción de la educación, de la inteligencia y del magisterio, la que resulta secularizada y reducida a la medida del materialismo. Toda una concepción de los fines y fundamentos del saber humano, la que se niega a las raíces teológicas y metafísicas, para asentarse en los criterios del naturalismo y del inmanentismo total. Una profanación, al fin y al cabo, desde que Dios es el gran ausen­te —cuando no el blanco implícito de todas las insidias— y la creatura —su mejor obra terrena— el objeto de las mayores tergiversaciones.
Con tales presupuestos, no puede sorprender que las ciencias de la educación, y la práctica escolar consiguiente, estén dominadas hoy por una psicología sin alma, por una pedagogía sin sabiduría, y por una didáctica sin arte ni estilo. Por una enseñanza sin contemplación y un maestro sin discípulos. Por un lenguaje vacío de esencias y de belleza, y ahora —con la aplicación de la psicogénesis— hasta con una lectura y escri­tura rebajada a la condición de objetos funcionales.
Dos extravíos hondos asoman detrás de este error fu­nestísimo: el de la verdadera noción de la infancia, y el de la real significación de la palabra.
Perdida en las oscuridades de una psicopedagogía biologista —que sigue repitiendo con Piaget, que para entender al niño hay que verificar la evolución de los períodos zoológicos— la infancia se presenta cada vez más ante los ojos del educador, como una sucesividad de estadios inexorables y de hipótesis que aparecen y desaparecen para dar paso a otras; como una me­cánica determinista, en la que se ajustan procesos y comple­jos, se acomodan funciones y se asimilan esquemas, clasificables y controlables todos en científicas taxonomías.
Avalado el planteo por el prestigio de los "talleres" educativos más famosos en vivisecciones psicológicas, y revestido de un idioma tan infatuado como incomprensible, son pocos los que se atreven a reaccionar, a decir sin ambages que se trata de una gran impostura, y a rescatar la infancia de los ideolo-gismos y de las dialécticas. A rescatar la infancia de la psico­pedagogía evolucionista y conductista, y restituirla a la plenitud del misterio y de la gracia.
Porque para comprender la niñez no sirven los estadios ni las operaciones; ni las hipótesis, las estrategias predictivas y las baterías psicométricas. No sirven los experimentos de los en-cuestadores, ni los laboratorios de los positivistas, ni los gabinetes de los trabajadores sociales, curioso eufemismo éste para encu­brir una de las últimas variantes de la holganza.
Sirve en cambio, advertir que el niño tiene una inteligencia capaz de conocer inmaterial y umversalmente, capaz de la inte­rioridad y de la abstracción, del ser que precede al concepto y a la palabra con la que designará a las cosas por sus esencias. Una inteligencia que se abre a la realidad para descubrirla tal co­mo es, que se siente vocada a lo Absoluto y atraída por la Eternidad, y en la que ningún conocimiento sensible deja de estar vivificado por el espíritu. Inteligencia toda entera e intacta des­de que nace, similar a la del adulto en su naturaleza, pero distinta en su desarrollo y ejercicio. Inteligencia llamada a la trascen­dencia y a la lumbre, pilar inconmovible sobre el cual, el pe­queño, edificará su atalaya.
Sirve saber que esa inteligencia no se colma con desplie­gues motrices, ni con "collages" de materiales diversos, ni con diminutivos idiomáticos y cancioncillas triviales. No se sacia con contextos funcionales, ni con manipuleos de letras en rincones multicolores. Reclama sabiduría y poesía, memoria y emula­ción de lo egregio, ejemplos de santidad y de heroísmo, seriedad con las cosas, que es el único modo de vestir al alma de fiesta. La inteligencia del niño —como la de toda creatura hecha a imago Dei— necesita el esplendor de la Verdad, la conquista del Bien y el deslumbramiento de la Belleza.
Sirve saber que un niño, como decía Novalis, es un amor que se ha hecho visible; una encarnadura de amores fecundos entrelazados al amor del Padre, y que el máximo respeto al que es acreedor no consiste en la reglamentación de sus derechos, ni en la idolatría de su espontaneidad, ni en la autonomía de sus instintos. Consiste en disponerlo hacia el cumplimiento del deber y del servicio, hacia las sujeciones que ennoblecen y las responsabilidades que otorgan señorío.
Sirve saber que el niño no es un problema ni un conflic­to en una tabla de síntomas, y tampoco un saltimbanqui que ahoga sus tristezas con cuatro fruslerías televisivas llevadas al aula. No es un marginal ni un proletario, ni un rico o un privilegiado, porque ninguna categoría clasista define su insondabilidad. Es una filiación que va creciendo, una hermandad que se anuda en el espacio, una "promesa cargada de racimos". Es profecía y ju­ramento del porvenir presentido y anhelado. No hay niños discriminados versus otros prestigiosos, como se insiste con in­soportable resentimiento. Hay sí, niños víctimas de estos en­redos ideológicos y de los males que ellos suscitan. Los niños todos, en su interior, pertenecen a la patria común, que a des­pecho de los verificadores empiriométricos, custodian los Arcángeles desde sus guardias celestes.
Sirve, al fin, volver el corazón y el entendimiento al Evangelio. E inteligir que el hacerse como niños no es una re­gresión cronológica, sino una vía de perfección por la prácti­ca de la humildad, de la sencillez y de la pureza.
Pero queda sortear el extravío de la palabra.
También ella —como la infancia, como los juegos y la ense­ñanza, como la inteligencia toda— ha sido víctima de un que­brantamiento sustancial. Y vulgarizada y rota ha llegado a la escuela para dolor y vergüenza de los verdaderos educadores.
Palabras traicioneras de su significado primordial. Pala­bras intercambiables y móviles, como cartones pintados y despintados por el uso. Palabras para armar, recortar y pegar para construir y desconstruir piezas de un aparato idiomático propio. Palabras objetos, utensilios, mercancías. En las columnas negras de los diarios, en los letreros sórdidamente vistosos, en la engañosa publicidad callejera, en los escaparates de la compraventa ordinaria, o en la vileza de una pantalla cualquiera. Así llegan al aula: estériles, cosificadas, sin alas ni vuelo, ni sangre; quemaduras sobre el labio y sobre el alma. Sólo habladurías, al decir de Heidegger: rechazo de los fundamentos e inconsistencia creciente. Pero entonces, "las palabras se agrietan y se rompen, resbalan, se deslizan, perecen, se deterioran de imprecisión", nos dice Eliot. "Voces chillonas regañando, burlándose, o meramente charloteando, las atacan siempre". Y cada vez que el grito, el ruido o la materia la destruyen, se reedita la iniquidad del Tentador, que alguna tarde, en el Desierto, osó acorralar a la Palabra.
No es en el sedicente realismo que otorgan la mundani-zación y las interacciones funcionales con el medio, donde el maestro reencontrará la clave para rescatar la palabra.
No es en los estereotipos gastados de los manuales, ni en la cursilería normalista, ni en las innovaciones aviesas de la "literatura infantil". Porque bien miradas las cosas, no hay li­teratura infantil o adulta, hay mala o buena literatura, y ésta es la que necesita el hombre en todas las edades.
No se reencontrará la palabra buceando en los antecedentes biológicos de la especie, en las estructuras semióticas o en los procesos psicogenéticos.
Hay que regresar al misterio y al milagro del Verbo Encarna­do. Tenemos que cobijarnos en la Palabra de Dios. Y como los grandes oradores de la historia, desechar las voces ultrajadas y sucias para que resplandezcan los significados áureos, ori­ginarios y fundantes.
Hay que regresar al olvidado oficio de hacer la palabra ontofanía. Y cubrir de semántica indivisa el alma herida de nuestros hijos y alumnos. Herida de ramplonerías y de lison­jas, de nimiedades y de mal gusto.
Hay que regresar al coraje de pronunciar las palabras que ya no pronuncia nadie. Y pedir con el Salmista en cada alba: "Señor, abre mis labios y mi boca publicará tu alabanza" (Ps.50, 17). Decir lo que se debe, oportuna e inoportunamente, y sa­ber callar ante lo inefable, con sobriedad y decoro. Abandonar el estrépito y el bullicio —que son formas prácticas de ateís­mo, como que impiden recogerse para encontrar al Creador— y recordar la antigua liturgia de la Nochebuena: "En el medio del silencio de la Noche bajó una Palabra".
Infunda y Palabra; he aquí dos realidades que aguardan nuestra vocación educadora. Dos entidades a custodiar y a rehabilitar. No se conseguirá este empeño sin sabiduría y en­tendimiento. Sin fortaleza, ciencia y piedad. Sin consejo y temor de Dios. Hemos nombrado los dones del Espíritu Santo. De su lumen cordium —luz del corazón— que todo lo transfigura con su presencia.
Tal vez por eso, cuando en junio de 1979, Juan Pablo dialogó en su tierra natal con estudiantes y profesores, no se demoró en ninguna cuestión académica o pedagógica, sino en una vieja oración para recibir los dones del Espíritu Santo, que le había enseñado su padre siendo apenas un niño. "Recibid de mí esta oración que mi padre me enseñó y permaneced fieles a ella".
Permanezcamos fieles. Y en medio de la destrucción de­liberada del Nombre y de los nombres, sea nuestra divisa educativa, la plegaria de San Fernando, rey heroico de Casti­lla, de donde el castellano procede:
"Espíritu Santo, Amor del Padre y del Hijo, inspírame siem­pre lo que debo pensar, lo que debo decir, cómo lo debo decir. Lo que debo callar, lo que debo escribir, cómo debo obrar. Lo que debo hacer para procurar tu gloria, el bien de las almas y mi propia santificación".
Antonio Caponnetto
Buenos Aires, julio de 1990.