Libreria Argentina Libreria Argentina Libreria Argentina

 

El Católico Gibelino

 

Atilio Mordini

El Católico Gibelino - Atilio Mordini

94 páginas
14,5 x 20 cm
Ediciones Heracles
Argentina, 1997

 Precio para Argentina: 70 pesos
 Precio internacional: 14 euros

Los siglos XII y XIII de nuestra era dieron lugar a la tensión dialéctica más dura en la cúspide del orden social y religioso europeo, a partir de la cual habrían de sucederse los trágicos acontecimientos que vivirá más tarde la humanidad hasta nuestros días. Dos bandos, en apariencias opuestos entre sí por cuestiones meramente políticas, los güelfos y los gibelinos, pusieron en el tapete dos concepciones opuestas de vivir el cristianismo y consecuentemente de concebir el orden social cristiano. El güelfismo representó la primera subversión moderna al sostener la desacralización del Estado y consecuentemente, por efecto de su acción, su posterior confiscación a manos de las de las clases económicas. Atilio Mordini, uno de los grandes autores tradicionalistas italianos de este siglo, representa, desde una perspectiva estrictamente católica, la reivindicación de los valores del gibelinismo en esta época y por consiguiente un verdadero profeta de la crisis irreversible de la Iglesia católica, iniciada en el momento en que la misma entra en conflicto con el Imperio.
Haber sacado del anonimato a tal autor, calificado por muchos como el Evola católico, representa un verdadero orgullo para este sello editorial en su permanente lucha en contra de las tinieblas que rodean a este mundo y de sus pertinaces campañas de silencio.

 

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN, por Marcos Ghio 7
LA TRADICIÓN Y LA GÉNESIS DEL TRADICIONALISMO ACTUAL                               13
SENTIDO DE ROMA                                   31
TRADICIÓN Y REVELACIÓN                                 37
UNA TRADICIÓN AUTÉNTICA PARA LOS TIEMPOS ÚLTIMOS 47
SOCIEDAD CRISTIANA Y UNIDAD DE LA IGLESIA         53
ACCIÓN ARISTOCRÁTICA   61
EL ARCO EN EL CIELO                                                       67
AT1LIO MORDINI: DATOS BIBLIOGRÁFICOS     77
APÉNDICES:
GÜELFISMO Y GIBELINISMO                     81
FEDERICO II, EMPERADOR GIBELINO    87
AUTORIDAD ESPIRITUAL Y PODER TEMPORAL            91

INTRODUCCIÓN

Los siglos XII y XIII de nuestra era dieron lugar a la tensión dialéctica más dura en la cúspide del orden social y religioso europeo, a partir de la cual habrían de sucederse los trágicos acontecimientos que vivirá más tarde la humanidad hasta nuestros días. Dos bandos, en apariencias opuestos entre sí por cuestiones meramente políticas, los güelfos y los gibelinos, pusieron en el tapete dos concepciones antagónicas de vivir el cristianis­mo y consecuentemente de concebir el orden social cristiano. Si tuviésemos que hacer una caracterización precisa, deberíamos decir que el güelfismo representa la primera subversión respecto del orden europeo. Desde la época de Carlomagno se concebía socialmente la existencia de dos pontífices o cúspides sagradas, cuya armonía garantizaba la realiza­ción del fin último del hombre en esta vida: la consecución de la vida eterna a partir de la participación en un orden que le permitiera elevarse de acuer­do a su condición natural. La organización de la comunidad no era conce­bida, como ahora, simplemente de acuerdo al modo más idóneo de satisfa­cer las necesidades materiales en el hombre, sino que era, por sobre todas las cosas un instrumento, un medio para alcanzar la eternidad, fin último de la especie humana, tras la pérdida de su beatitud celeste desde épocas re­motas, hiperbóreas y prediluvianas, a lo que coincidentemente todas las grandes religiones nos remiten. El pecado ha convertido en imperfecta a la naturaleza humana, la que por sí misma es incapaz de elevarse, necesitan­do de la Divina Providencia para hacerlo. Es por ello que Dios en su suma sabiduría ha constituido no sólo la Iglesia para que las personas de su mano reciban los sacramentos por la caridad, sino que ha formado también al Imperio a fin de que los actos humanos, a nivel social, se sacralicen a través de la justicia, para que la vida entera, de acuerdo a lo que manifestó la antigüedad clásica, sea en todas sus manifestaciones una permanente evocación de lo eterno. Es decir que, para la concepción gibelina, lo sagra­do no es sólo una dimensión propia del clero, hallable en los templos o en la esfera interior del hombre, sino un componente esencial de todo el con­texto social. Los ritos no sólo son acciones domingueras, sino que toda la vida humana debe ser un rito constante y permanente; la tierra debe llegar a convertirse en una escala hacia el cielo y no ser simplemente un valle de lágrimas convertido en habitable. Para la Tradición la realidad material ofrece la posibilidad de ser símbolo y la acción, que acontece en su seno, la de convertirse en rito. El mundo no debe ser negado, sino transformado en sostén, en punto de apoyo y escala hacia la eternidad. Así pues, los dos componentes de la espiritualidad, análogamente a lo existente en el orden natural a través de la polaridad de los dos sexos, masculino y femenino, en un plano espiritual se hallaban expresados por la armonía entre la Iglesia, principio femenino, y el Imperio, principio masculino. El Papa tenía la función de consagrar y ungir al Emperador, confiriéndole poderes sacros, cumpliendo aquí una función generativa y materna. Se recuerda que, tras la coronación de Carlomagno por el Papa, este se arrodilló ante él, reco­nociéndole una naturaleza sacra, gestada por el rito. El Emperador signifi­caba teológicamente, en su forma más elevada, el concepto de hombre como imagen de Dios o como hombre universal, tal como Mordini nos lo expone magistralmente en este libro. De acuerdo a la visión cristiana y gibelina, el hombre no es meramente un pecador, un ser carente, temática en la cual insistirá más tarde el güelfismo, sino un ser superior en tanto en su naturaleza Dios se encarna. La Persona Humana, a través del Hijo de Dios, está incluida por su altísima dignidad en la misma esencia de Dios que es la Santísima Trinidad.
En la plenitud del gibelinismo dos instituciones sagradas fueron el sustrato del Imperio y de la sociedad de entonces: la Orden de los Templarios y el Santo Grial. En ambas lo masculino y lo femenino estaban unidos en ma­nera intrínseca, oficiando de sostén espiritual al Imperio cristiano. Los Tem­plarios eran simultáneamente sacerdotes y guerreros, de tal modo las dos polaridades de la vida espiritual, la contemplación y la acción, lo femenino y pasivo, lo masculino y activo, se hallaban reunidos y armonizados en un solo principio. El Grial, en su versión cristiana, ya que es también un mis­terio hiperbóreo precristiano, igualmente señalaba la unión intrínseca en­tre los dos principios o polaridades. La copa del Grial simbolizaba a la Virgen Madre de Dios, el principio femenino, y la sangre contenida en ella era Nuestro Señor Jesucristo, el principio masculino. No casualmente fue la Orden de los Templarios la poseedora del Grial.
Pero la gran decadencia de Occidente acontece justamente en el momento en el cual la Iglesia, a través de la doctrina del Papa Gelasio, considera que el hecho de consagrar le confiere a ella superioridad ontológica sobre el Imperio. De allí que, según el Güelfismo, en lo sucesivo sólo habrá un pontífice, el Papa; y el emperador, más tarde el rey, luego el presidente, serán simplemente jefes de estado, administradores, encargados de resolver los problemas temporales de los habitantes (se recuerde la famosa teoría política tomista por la cual el Estado es "el organismo encargado de satis­facer el bien común" y la Iglesia es en cambio la sola institución dadora de sacralidad). No fue casualidad que tal desacralización del Estado tuviera un valioso aliado para el papado en la burguesía sublevada. En efecto, las Comunas del Norte italiano, aliadas al Papa, no aceptaron la autoridad del Imperio, entre otras cosas por no querer pagar impuestos. Pero la Iglesia, sin saberlo, se cavó con el tiempo la propia fosa. Expulsado lo sagrado de la sociedad política, más tarde ésta tendrá las puertas abiertas al poder puramente económico y material y ya los hombres, incapaces de ver en el mundo una escala que los eleve hacia el cielo, como brindaban los ritos sagrados del Imperio, convertirán a la naturaleza en una hacienda explota­ble y finalmente a la sociedad en un universo de consumos insaciables, tal como hoy vivimos. La existencia, primeramente denigrada hasta lo más sórdido del pecado, se convertirá más tarde en algo que se disfruta hasta el hartazgo.
Desaparecida así del mundo la sacralidad y recluida en los templos este se convertirá primero en un valle de lágrimas y los rieles en tremendos peca­dores que todo lo deben esperar de la Iglesia para su salvación. Serán así herencia de la intolerancia y del sectarismo güelfo los peores fenómenos de la historia de Occidente, tales como la Inquisición o la "venta de indulgen­cias". Y su consecuencia obligada será el protestantismo, el cual no es sino una consecuencia extrema del güelfismo, no la negación absoluta del mismo coi' creen algunos', sino el resultado intrínseco que éste conlle­vaba. El protestantismo estereotipa hasta sus últimos extremos la idea del pecado y convierte al alma humana en poco menos que una prostituta ante los ojos de la Divinidad. Niega por lo tanto el concepto de imagen y con­cibe la inmortalidad como un don gratuitamente dado por Dios a los hom­bres de acuerdo a su arbitrio y voluntad.
Pero la otra consecuencia de! güelfismo será el ensañamiento y odio que expresará ante el misterio del Grial. Así como el emperador íue combati­do con tenacidad y llegado a comparar con la figura del Anticristo, quie­nes veneraban al Grial fueron perseguidos hasta el exterminio. Tal el caso de la Cruzada contra los Cátaros y la disolución de la orden de los Templa­rios, operada por la alianza entre el Papa Bonifacio VIII y el rey de Fran­cia, Felipe el Hermoso, padre del absolutismo moderno (1). El güelfismo, como heredero directo de la versión semítica y judaica del cristianismo, que impone la intolerancia por doquier y considera a Dios como un tirano autoritario ante el cual el hombre es un ser carente y pecaminoso, detesta consecuentemente la divino-humanidad revelada por el mensaje cristiano y por ende combate todos aquellos símbolos que así lo manifiesten en el mundo. Por ello su ensañamiento en contra del Grial y su intento desespe­rado por destruirlo a cualquier precio.
Pero el Grial nunca muere. Siempre se evade de quienes quieren atraparlo y poseerlo espuriamente. Sólo se entrega a los que le son fieles y capaces de interpretar su mensaje. Emigra de tierra en tierra para hallar los lugares apropiados para su resurrección. Luego de la destrucción de la Orden del Templo huyó hacia América... Pero esto será un tema para un próximo libro (2).
En la obra que presentamos a continuación hemos querido reunir una serie de artículos publicados por el gran tradicionalista católico italiano, Atilio Mordini, de quien no se tiene noticia alguna en nuestro país, y escasísimas en su patria originaria, Italia, debido principalmente al gran complot de silencio con que es convidado el pensamiento tradicional desde todos los rincones del espectro ideológico. En tal obra transcurren con una solvencia ejemplar temas esenciales del pensamiento tradicional, tales como el del Grial, el del Imperio gibelino, y principalmente la doctrina del hombre universal, magistral aporte de Mordini, lamentablemente desaparecido en la plenitud de su producción intelectual.
Simultáneamente a tales artículos hemos agregado otros relativos a la figu­ra del Emperador Federico II, de quien hace tres años se cumplieron ocho siglos de su nacimiento, brindando así a nuestra manera, aun tardía, un significativo homenaje al más gran gobernante cristiano de toda la historia.

Marcos Ghio

 

NOTAS:
1 Relatan los Cronistas que, antes de morir, el jclc de la orden del Templo, Jacques de Molay, profetizó desde la hoguera que sus dos más grandes enemigos, el papa y el rey de Francia iban a morir en menos de un año. Electivamente, el Papa que se había aliado al rey absolutista, creyendo que posteriormente lo iba a reconocer también como un César, fue Lomado prisionero por Felipe el Hermoso, recibiendo de un vasallo de éste un duro golpe con una manopla de hierro que le produjo la muerte al poco tiempo y en cautiverio. El rey francés en cambio murió en forma más prosaica durante una cacería, debido a un accidente.
2 Próximamente este sello editorial publicará una obra sobre el Grial en América.