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¡Atención, Hombres K!

Historia de los Kleinkampfmittel

Cajus Bekker

¡Atención, Hombres K! - Historia de los Kleinkampfmittel - Cajus Bekker

222 páginas
16 fotografias b/n
24 x 17 cm.
Editorial Caralt, 2003
Encuadernación: tapa blanda c/solapas

 Precio para Argentina: 65 pesos
 Precio internacional: 20 euros

Ni la más audaz novela de aventura hubiera podido imaginar las proezas de unos hombres que, pilotando pequeños ingenios marinos y actuando sin otra arma que su personal valentía, dieron ante el mundo un preclaro testimonio de valor y heroísmo. Las increíbles hazañas de las pequeñas unidades marítimas germánicas en la última fase de la contienda, cuando todas las esperanzas de victoria se iban esfumando ante un enemigo poderoso. Por encima de todas las fronteras físicas e ideológicas, este libro es un canto al eterno valor del hombre enfrentado a las más arduas dificultades.

 

 

«... los dos puentes adquirieron pues una importancia excepcional: los alemanes emplearon todos los medios para destruirlos mientras que los ingleses, considerándolos tan preciosos como las niñas de sus ojos, organizaron en torno a ellos y en unos pocos días una defensa teóricamente infranqueable. Tal era la situación cuando el alto mando pidió auxilio a la Unidad K. Los grupos de ataque del arma de ingenieros no alcanzaron siquiera los objetivos; la aviación tuvo que renunciar a destruirlos con sus bombas.
Quedaba un único recurso: los Hombres K ... »

 

ÍNDICE

Presentación................................................................. 7
Prefacio......................................................................... 9
Introducción............................................................... 13
I    Los comandos de la Marina...................................... 19
II    El torpedo dirigido Neger.......................................... 30
III   Los Neger atacan la flota de desembarco................. 58
IV   Las lanchas explosivas Linsen................................... 70
V    Nadadores de combate.............................................. 85
VI   Ataques contra baterías y esclusas.......................... 112
VII Los puentes de Nimega............................................ 127
VIII El submarino monoplaza Biber............................... 145
IX     El submarino biplaza Seehund................................ 165
X    Ataques de los comandos en el Adriático............... 180
XI Los Hombres K contra los Soviets........................... 198
XII Los proyectos de la Unidad K................................. 209
Conclusión     217

PRESENTACIÓN

 

El libro de Cajus Bekker, tan expresivo y tan lleno de vida, ha despertado en mí el recuerdo de la Unidad K y, sobre todo, el de sus inolvidables compo­nentes. Las innumerables ocupaciones e impresiones de estos últimos años lle­garon a difuminar sus siluetas y sus heroicidades. Esta narración apasionada les ha devuelto color y vida. Como en un film emocionante, hace revivir ante nues­tros ojos la historia de los comandos alemanes, su evolución partiendo de una modesta organización, sus objetivos y finalidades, el carácter de su actuación, tan nuevo en los anales bélicos y los métodos mediante los cuales fueron entrenados estos hombres que llegaron a constituir un bloque homogéneo, totalmente unido por un único ideal.
Siempre consideraré un privilegio el haber constituido, encuadrado en la «Wehrmacht» y en una época en que las terribles consecuencias de la derrota se hacían perceptibles a cualquier mente despejada, un grupo de combatientes divorciados de los métodos tradicionales y entre los cuales tenía más importan­cia la iniciativa individual y el sentido de la responsabilidad que una estricta eje­cución de las órdenes recibidas. Los grados y las funciones únicamente tenían valor para nosotros si se apoyaban en la capacidad personal y no una jerarquía preestablecida.
Nuestro ideal era llegar a ser, según palabras de Nelson, «a band of brothers», una fraternidad. Si no llegamos a conseguirlo, fue debido única­mente a causa de las penosas condiciones del último año de guerra, de las limitaciones que imponía la elección de los mandos y de las dificultades, cada vez mayores, para una completa intervención en la lucha. Sin embargo, tengo la seguridad que esta formación, tan nueva dentro de la organización militar, y que este ambiente, tan distinto del de otras unidades, constituyeron los fac­tores esenciales del extraordinario espíritu de iniciativa que permitió a los «Hombres K» obtener la mayoría de las veces tan señalados triunfos.
En mi calidad de antiguo almirante y comandante de estas unidades, qui­siera dar aquí algunos datos técnicos acerca del sentido y los límites que es pre­ciso dar a las actividades de estos combatientes especiales.
1.º Los comandos de ataque, sea cual fuere su naturaleza, no constituyen más que un complemento de las armas tradicionales a las que jamás llegarán a reemplazar. Sin embargo, resultan utilísimos para dispersar o detener fuerzas enemigas muy superiores, empleando para ello sólo unos pocos hombres, a condición de que éstos estén muy bien entrenados y posean un ánimo resuelto.
2.º En las naciones de raza blanca, cayo grado de civilización es muy ele­vado, siempre hay que conceder a los combatientes una honrada oportunidad para salvar su vida, contrariamente a lo que hicieron los japoneses con sus avio­nes suicidas.
3.° En el éxito obtenido por estos combatientes individuales, la voluntad y el espíritu de sacrificio tienen un papel mucho más efectivo que el mero vigor físico. Un entrenamiento intensivo, casi deportivo, aumenta las posibilidades de éxito y disminuye el número de bajas.
4.º El combatiente ideal es aquel que actúa de acuerdo con las intenciones del mando incluso sin haber recibido órdenes, es decir, el que lo hace por pro­pia iniciativa.
Y, finalmente, debo dar las gracias a Cajus Bekker y a todos cuantos, con su información, le facilitaron la redacción de este emocionante relato, en nom­bre propio y en el de todos los antiguos «Hombres K».
Deseo que este libro pueda, por una parte, reavivar los recuerdos de todos aquellos que vivieron los acontecimientos aquí transcritos y, por otra, haga com­prender a todos los lectores lo que fueron estos combates individuales y las difi­cultades que presentaba su puesta en práctica. Y, finalmente, que sea una exhor­tación para que todos recordemos a los camaradas que ya no están a nuestro lado.

HELLMUTH G. A. HEYE
Ex comandante de los «Kleinkampfmittel»(1) de la Marina
Diputado en el «Bundestag»(2)

Nota del autor. — El almirante Heye fue elegido diputado en el «Bundestag», como representante de la ciudad marítima de Wilhelmshaven, en septiembre de 1953. Perteneció al partido de los demócratas cristianos, que obtuvo mayoría en el Parlamento federal, y fue el consejero del canciller Konrad Adenauer en lo concerniente a los problemas de la Marina.

(1) Literalmente, pequeños medios de ataque, o sea. Comandos de ataque.
(2) Parlamento de la República Federal Alemana.

PREFACIO

 

El piloto del caza-bombardero «Lightning» vio cómo se iba hundiendo el submarino de bolsillo sobre el que acababa de disparar. Se abrió la torreta y un hombre salió dificultosamente. Mientras volaba trazando un círculo a su alrede­dor, el aviador comprobó que el hombre se ponía a salvo sobre una pequeña balsa neumática. El «Lightning» se dirigió hacia el semáforo de Hoek van Holland, en poder de los alemanes, describió un círculo, voló en dirección al náufrago y nuevamente volvió hasta el semáforo. Los alemanes lanzaban al agua una lancha de salvamento. El aviador sobrevoló una última vez por encima del náufrago, le dirigió un gesto cordial con la mano y se dirigió velozmente hacia el Oeste.
Escenas como ésta se produjeron una y otra vez entre el mes de diciem­bre de 1944 y la evacuación de las tropas alemanas situadas en las bocas del Escalda. Los pilotos británicos cumplían su deber al destruir a los submarinos miniatura, pero no dejaban de sentir estima y consideración por los hombres que los tripulaban. Se trataba de los combatientes de las «Unidades K», o comandos de ataque de la «Kriegsmarine»(1). Durante la guerra, dichos comba­tientes utilizaron varios tipos de submarinos enanos, así como torpedos «Neger» y lanchas explosivas, aun cuando nunca en forma de pilotos suicidas. Siempre tuvieron una oportunidad de salvar su vida lanzándose al mar antes de que se produjera el impacto. Los «Hombres K» atacaron también los buques anclados en los puertos, y destruyeron esclusas, puentes y defensas costeras, acercándose a nado a sus objetivos. Para ello iban revestidos de trajes de caucho y provistos de escafandras autónomas. Fijaban cargas explosivas, con detonadores retarda­dos, en los cascos de los buques o en los pilares de los puentes. En este libro de Cajus Bekker se narra la historia de estos combatientes excepcionales.
La idea de atacar objetivos difíciles o muy defendidos con ayuda de comandos que llegaran por el mar o por los ríos, parece que tuvo adeptos en Alemania, como ocurrió en otros países, desde los inicios de la segunda Guerra Mundial.
Desde luego, no se trata de una idea reciente. Pero no alcanzó el interés del alto mando alemán hasta después de la memorable hazaña de los submarinos de bolsillo británicos que el 22 de septiembre de 1943 inutilizaron el acora­zado «Tirpitz», anclado en el «fiord» Alta en Noruega. Los italianos habían conseguido ya un éxito al causar serias averías a los buques «Queen Elizabeth» y «Valiant», situados en plena rada de Alejandría. Los japoneses habían empleado también submarinos de bolsillo en Pearl Harbour —aunque sólo para tener información y no como arma de ataque—, así como hombres-rana en el ataque a Singapur.
Cuando los alemanes estuvieron preparados para emplear métodos iguales o similares, ya habían prácticamente perdido la guerra. Ello no fue obstáculo para que el almirante Heye, antiguo jefe de Estado Mayor de la Marina alemana, en su calidad de comandante de las «Unidades K», activara al máximo el entrenamiento de sus voluntarios seleccionados, así como la fabricación de nuevos modelos para dotar a sus unidades. Sólo se construía un número limitado de cada tipo y los modelos se variaban frecuentemente con objeto de sorprender al adversario. Aun cuando los aliados sufrieron pér­didas y daños considerables debidos a la acción de estos comandos, las «Unidades K» por sí solas no podían influir sobre el resultado final de la gue­rra. El propio Cajus Bekker compara los resultados obtenidos con la moles­tia que puedan producir a un elefante las picaduras de los insectos. Sin embargo, las hazañas de los «Hombres K» constituyen un capítulo notable en la historia de la segunda Guerra Mundial debido a su carácter deportivo y, muchas veces, locamente audaz.
Los pilotos de los submarinos de bolsillo solamente podían actuar por la noche, ya que durante el día los aliados poseían un absoluto dominio de los aires y, por lo tanto, del mar. A bordo de sus embarcaciones, donde ape­nas podían moverse y en las cuales el sistema de renovación de aire era clara­mente insuficiente, los «Hombres K», entumecidos por los calambres, sacu­didos por el oleaje y casi al borde de la asfixia, atacaban sus objetivos en unas condiciones difícilmente soportables para ningún ser humano. Parece ser que las dificultades todavía eran mayores para aquellos que remontaban los ríos nadando entre dos aguas con objeto de destruir los puentes en poder de los aliados. Esos hombres-rana, siempre en plena noche, remolcaban cargas explosivas de una a dos toneladas que, si bien estaban calculadas para que se mantuvieran flotando bajo el agua, eran voluminosas, difíciles de dirigir y más difíciles todavía de pasar por debajo o a través de las telas metálicas protectoras. El día 6 de octubre de 1944, los ingleses pudieron leer en el «Times» que el ataque de los hombres-rana alemanes contra dos puentes sobre el río Waal, cerca de Nimega, «constituía una de las iniciativas más audaces de la guerra». Los nadadores habían recorrido once kilómetros, llevando las cargas explosivas a remolque, en un río cuyas orillas estaban ocupadas por las tropas británicas y veinticuatro kilómetros más para tomar tierra lo bastante aleja­dos de la cabeza de puente.

No menor audacia demostraron los comandos que destruyeron las instalaciones aliadas de radar en el Atlántico. Embarcaciones tipo «vedette»(2), procedentes de la costa italiana, una vez en alta mar, botaban al agua canoas automóviles y de éstas salían más tarde pequeñas piraguas que el radar no podía señalar. A bordo de las piraguas, gobernadas simplemente con una pagaya, iban los «Hombres K». En las páginas que siguen se reseña uno de estos aventurados ataques. Los «Hombres K» actuaron también en ríos de superficie helada durante la retirada alemana en el frente oriental.
Mientras tanto, unos jóvenes ingleses que previamente se habían entre­nado en el lecho del Támesis, es decir, en un agua mezclada con lodo, se sumergían en el puerto de Cherburgo para inutilizar las minas colocadas por los alemanes. Esos hombres-rana británicos, llamados «dragas humanas», daban prueba de una resistencia, una habilidad y un valor, comparables a los de sus colegas alemanes.
Es natural que todos deseemos que las admirables cualidades de que han dado prueba los hombres-rana de distintas nacionalidades, encuentren en tiempo de paz una aplicación igual o mejor que la que hallaron en plena locu­ra bélica.

Georges Blond

Notas:
(1) Marina de Guerra alemana.
(2) embarcación rápida utilizada durante la última guerra en funciones de guardacostas y cazasubmarinos. (N. del T.)

INTRODUCCIÓN

 

Cómo nació el grupo de Kleinkampfmittel. • El O.K.M.(1) prefiere los procedi­mientos tradicionales. • El ataque británico contra el Tirpitz provoca una revolu­ción. • Visita del príncipe Borghese; los italianos transformados en profesores. • La palabra mágica: «Nelly 2». • Los 30 primeros «Hombres K». • El autor explica cómo pudo escribir este libro.

 

1.- E1 joven acabó su explicación con una voz que el entusiasmo hacía tem­blorosa. El canoso capitán de navío que presidía la reunión, repiqueteó con los dedos sobre el tablero de la mesa mientras movía dubitativamente la cabeza.
—Señores, ¿qué les parecen a ustedes los fantásticos proyectos de nuestro joven amigo? —preguntó a sus subordinados. Éstos se encogieron de hombros.
—No se pueden poner en práctica, mi comandante —murmuró alguno.
El capitán de navío, dirigiéndose al joven, preguntó:
—¿Cree usted realmente que unos simples nadadores pueden aproximar­se a los buques de guerra y transportes enemigos, tan protegidos, y... ¡ejem!... inutilizarlos?
Sí, él lo creía, pero el capitán de navio ni siquiera le dejó tiempo para asegurarlo, pues continuó:
—Querido amigo, me place su idealismo y su espíritu de iniciativa. Pero, ¿ha recordado usted que la Marina está absolutamente ligada a sus tra­diciones? En el mar, más que en ningún otro lugar, la guerra sigue unas rutas previamente determinadas. No creo que sus ideas puedan hallar un lugar en nuestros procedimientos.
Unos minutos después, el joven abandonó la oficina de inventos del Ministerio de Marina, en Berlín; con paso desanimado emprendió su cami­no bajo la sombra fresca de los árboles de la avenida. Una estación de radio estaba dando el último comunicado de la guerra submarina, que contrastaba con el ambiente pacífico de aquel día de verano. Esto ocurría en junio de 1942.
«Los submarinos, la armada y los torpedos, ahora y siempre», pensó el joven que acababa de exponer sus ideas acerca los nadadores de combate. «Sí, ¡claro!, no hay más: la Marina y sus tradiciones, las reglas imperecederas de la guerra naval... »
No era el único a quien la Marina había rechazado amablemente. Entre las ideas y los inventos que llovían literalmente sobre el alto Estado Mayor marí­timo, muchos preconizaban el empleo aventurado de combatientes aislados. No todas las sugerencias procedían de profanos. Un teniente de navío, comandante de un dragaminas, propuso la construcción de submarinos monoplaza para la defensa costera. Sus planes y proyectos naufragaron en los archivos. Un oficial de marina de la primera Guerra Mundial tuvo también, treinta años atrás, la idea de lanzar contra los buques enemigos embarcaciones rápidas llenas de explosivos que detonarían al chocar con el objetivo. Fue el servicio de la «Abwehr»(2) y no la Marina, el que recogió y desarrolló dicha idea. Ocurrió lo mismo con el pro­yecto que consistía en montar a un hombre sobre los torpedos para dirigirlos exactamente hacia su objetivo, idea expuesta en 1929. Y nuestro joven, con el convencimiento de que nadadores individuales podían fijar cargas explosivas retardadas en el casco de los buques enemigos, fue a parar también a la «Abwehr».
Esta constituía en Alemania el gran receptor para todos los inventos e ideas sobre nuevas formas de combate.

2.- El 22 de septiembre de 1943, dos submarinos de bolsillo emergieron cerca del acorazado «Tirpitz», anclado en el «fiord» Alta. Los cuatro hombres que componían su tripulación se rindieron bajo la amenaza de las armas que les apuntaban. Los marinos alemanes dieron un suspiro de alivio, pues creían haber escapado, a última hora, a un ataque lleno de audacia y muy peligroso. Su satis­facción duró poco. Unos minutos más tarde explotaron las minas que los ingle­ses habían dejado colocadas en la quilla del acorazado. Causaron tan graves ave­rías, que fue preciso establecer en el «fiord» la mitad del equipo de un arsenal y los trabajos de reparación duraron varios meses.
Este acontecimiento desencadenó en la marina alemana una especie de reacción en cadena, comparable a una pequeña revolución. Muchos pensaron: «Pero nosotros también podemos hacer lo mismo», como ocurrió en la marina inglesa cuando los acorazados «Queen Elizabeth» y «Valiant» quedaron fuera de combate en el puerto de Alejandría debido a la acción de los «torpedos huma­nos» italianos el día 18 de diciembre de 1941. Todos cuantos tuvieron conoci­miento del sistema empleado para dejar al «Tirpitz» fuera de combate, sintieron respetuosa admiración hacia los asaltantes británicos. Más de un marino joven pensó para sus adentros: ¡Esta sí que es una hazaña realmente magnífica! Forzar, contra toda verosimilitud, una defensa y una vigilancia perfectas, colocar las minas y, luego, salir a la superficie y decir: Aquí estoy. Sí, realmente es algo que sale completamente de lo ordinario.»
No fueron únicamente los jóvenes quienes hicieron semejantes reflexio­nes, pues el hecho hizo meditar también al alto mando. El almirante Doenitz había resuelto «intensificar» la guerra. Incluso indicó la necesidad de crear una «organización Mountbatten», semejante a la británica, y, como es natural, en ella figuraba un grupo de pequeñas embarcaciones de ataque. Los italianos y los ingleses habían demostrado ya que un pequeño grupo de hombres audaces lograba dejar fuera de combate a las mayores unidades, así como inmovilizar grandes cantidades del efectivo enemigo: centenares de obreros ocupados en las reparaciones, centenares de soldados, equipados con las mejores armas, para reforzar la defensa de ciertos objetivos y que así quedaban eliminados de otras misiones más eficaces. ¿Por qué no obtendrían idénticos resultados los alemanes, si empleaban sistemas de ataque parecidos?
El ataque al «Tirpitz» desencadenó una campaña periodística, la cual dio como resultado la creación de la «Unidad K», o «Kommando der Kleinkampfmittel der Kriegsmarine», o sea, «Grupo de los comandos de ataque de la Marina de Guerra».
3.- ¿En qué puedo serle útil? —preguntó cortésmente el príncipe J. Valerio Borghese, al oficial de marina alemán que había pedido una entrevista. El célebre jefe de la «Decima MAS», flotilla italiana de comandos de asal­to, conservó, después de la capitulación de su país, una actitud leal hacia sus antiguos aliados. El teniente de navio Heinz Schomburg, oficial de enlace de la Marina alemana en Italia, respondió:
—Creo que podremos sernos de mutua utilidad. Tenga usted la bondad de indicarme todo lo que pueda necesitar en lo que respecta a material, combus­tible o lo que sea. Mis superiores desean que no falte nada a la «Decima MAS».
«¿Por qué no me dice exactamente lo que quiere?», pensó Borghese. Pero Schomburg no se atrevía todavía a formular la contrapartida que sus jefes deseaban. El oficial italiano, poseedor de la más alta condecoración al valor, no era exactamente el prototipo de un meridional: era frío, no tenía nada de exu­berante, reservado, cerrado y poco cordial y, finalmente, muy positivo en su modo de pensar y calcular
Era evidente que los alemanes deseaban aprovechar la experiencia de la «Décima MAS», en el preciso momento en que estaban organizando las unida­des de ataque. Quizá, incluso, podrían utilizar alguno de los elementos de com­bate usados por los italianos. La producción de estos últimos, suspendida desde hacia algún tiempo, quizás pudiera reemprenderse. Si los antiguos aliados con­sentían en enseñar la manera de utilizarlos, además de los métodos de empleo más convenientes, se progresaría mucho más rápidamente.
Por otra parte, los alemanes trataron a la «Décima MAS» como a una especie de «noli me tangere». Pusieron a su disposición todo cuanto pudieron serles preciso para reemprender su actividad, pero dejándoles, en cambio, una absoluta independencia. No se les impuso ningún «tutor» alemán, como otras veces se había hecho, con el objeto de no herir su susceptibilidad. Con el tiempo se obtuvo así una colaboración muy satisfactoria. Los italianos sólo empezaron a mostrarse reservados al desvanecerse las posibilidades de una victoria alemana.
4.- Una mañana de diciembre de 1943, una llamada telefónica hizo que el alférez de navío Hans Friedrich, abandonara precipitadamente la escuela de D. C. A.; su salida fue tan alocada que incluso olvidó despedirse del coman­dante, aun cuando sabía que dejaba la escuela definitivamente. Esta falta de cortesía militar tenía una justificación, ya que un amigo del alférez acababa de decirle por teléfono:
—Déjalo todo y ven a reunirte conmigo en Heiligenhafen, en el Báltico —añadiendo luego, intuyendo que Prinzhorn vacilaba—: La consigna es: Nelly 2.
El significado de dicha consigna era el siguiente: Durante el verano de 1942, los ejércitos alemanes avanzaban hacia Stalingrado por Rostov, habiendo dejado a la retaguardia la península de Kuban ocupada por los rusos. Un grupo de la Marina recibió la orden de asaltar dicha posición a través del estrecho de Kertch.
Unos días antes, una joven ucraniana llegó hasta el cuarto de derrota del contraalmirante Scheurlen, comandante del grupo, y le pidió autorización para hablar con el alférez de navio Prinzhorn. Este no estaba a bordo y el con­traalmirante, divertido por el incidente, se ofreció para transmitirle cualquier encargo.
—Dele muchos recuerdos de parte de Nelly —dijo la joven—. Ya lo entenderá.
El almirante cumplió el encargo y todo el mundo embromó a Prinzhorn a cuenta de la «operación Nelly». Cuando fue preciso dar un nombre conven­cional para designar la operación contra las tropas soviéticas, se adoptó el de «Nelly 2», ya que el buque insignia tenía en ella un importante papel. La opera­ción «Nelly 2», por su preparación y por su ejecución, sirvió más tarde como modelo para las actividades de la Unidad K.
Si explicamos esta anécdota lo hacemos únicamente porque caracteriza perfectamente las condiciones en las cuales nació esta unidad. En unos pocos días, o, mejor aún, en algunas horas, fueron reunidos los hombres que poseían las cualidades esenciales para convertirse en «Hombres K», y como por un mila­gro se barrieron todas las dificultades burocráticas que la reunión de elementos procedentes de los medios militares más dispares podía ocasionar. Al empezar el año 1944 estaban agrupados en Heiligenhafen una treintena de hombres, oficiales y marineros, convocados en esta forma tan poco protocolaria. Aun cuando de momento no se les fijó ninguna misión específica, el saber que les estaba reservado el cumplimiento de algo muy especial, consiguió hacer de ellos un todo homogéneo. Constituían la célula original de los comandos de asalto alemanes.
5.- Este libro se propone narrar cómo en poco tiempo nació la Unidad K, partiendo de tan modesto principio; cómo fue que en algunas semanas se proyectaron, probaron y construyeron los nuevos elementos de combate que constituían una verdadera revolución ante los tradicionales métodos de lucha de la marina de guerra; la forma en que los voluntarios, procedentes de todas par­tes, después de una sumaria formación fueron lanzados al combate y la forma en que éstos respondieron.
Hace más de dos años me preguntaron si yo juzgaba posible redactar un libro en tal sentido, y, debo confesarlo, mi respuesta fue bastante escéptica. La Alemania vencida no ha conservado los archivos en los cuales podrían hallarse los datos relativos a las acciones de guerra. Los pocos historiadores que se han ocupado de la guerra naval, se han visto obligados a pedir a nuestros antiguos adversarios que les dejaran consultar los suyos. Para mí la única solución posible consistía en ponerme en contacto con el mayor número posible de ex Hombres K, con el objeto de saber lo que habían realizado, ya sea oyendo sus relatos o bien consultando los documentos que hubiesen podido conservar. Pero, ¿cómo encontrarlos? Una vez terminada la guerra, los periódicos publicaron un gran número de artículos de los cuales se deducía que la mayor parte de dichos hom­bres había sido sacrificada estúpidamente; por tanto, era lógico suponer que no quedaban supervivientes. Afortunadamente, tal deducción era falsa. El siguien­te ejemplo explicará cómo llegué a ponerme en contacto con ellos.
Hace ya algún tiempo visité al vicealmirante retirado Hellmuth Heye, quien había tenido el mando de la Unidad K. Actualmente es el representante de la ciudad de Wilhelmshaven en el «Bundestag». Me dio toda clase de infor­maciones y entre ellas la siguiente: «Un oficial inglés me confirmó, poco tiempo después del fin de las hostilidades, que uno de nuestros hombres-torpedo, un simple cadete, había hundido un crucero británico que formaba parte de la flota de desembarco». Pedí al almirante el nombre y dirección de dicho cadete, pero como lo ignoraba me mandó al antiguo jefe inmediato de los hombres-torpedo. Tuve que ir al sur de Alemania para verle. Por desgracia, había resultado grave­mente herido en un bombardeo y no recordaba nada de lo sucedido durante los días subsiguientes. Le pregunté si podría orientarme para localizar al cadete en cuestión. Me citó una serie de nombres, pero desconocía las direcciones.
Había llegado, pues, a un punto muerto, cuando un amigo me dio una idea: preguntar a los «primeros de promoción». Todos los oficiales de Marina pertenecen a una promoción, la de su fecha de entrada en la Escuela Naval, y entre los individuos pertenecientes a una misma promoción suelen conservar­se siempre lazos bastante estrechos. El cadete que conducía el torpedo en julio de 1944, debió ingresar en la Escuela Naval entre los años 1941 y 1943. Escribí, pues, a los «primeros» de dichas promociones dándoles una relación de los nombres citados por el antiguo jefe de flotilla. Efectivamente: recibí una respuesta.
—Sí, el cadete E pertenece a nuestra promoción. Sin embargo, según mis noticias, no regresó de la operación individual que llevó a cabo en la bahía del Sena y es muy probable que resultara muerto. Han circulado rumores que en 1945 o 1946 estaba en un campo de concentración británico especial, en donde estaban recluidas las personas sometidas a interrogatorios. La promoción no ha sabido nada de él desde el fin de las hostilidades. Todo lo que puedo hacer es facilitarle la dirección de sus padres...
Escribí a éstos, con la esperanza de que seguirían viviendo en el mismo lugar, y rogándoles me dijeran si tenían noticias de su hijo. Unos días más tarde me contestó él mismo en persona. Fui a verle y encontré que poseía un diario completo de sus experiencias.
Como dije anteriormente, éste no es más que un ejemplo, pero podría citar centenares de casos análogos. A estos hombres —desde el almirante al más sencillo marinero— debo que este libro haya podido publicarse. Constituye la historia de los Hombres K y espero haberla narrado lo más objetivamente posi­ble a pesar de la potencia emotiva de los hechos que en ella se reseñan.
Cajus Bekker

Notas:
(1) Ober Kommando der Kriegsmarine; Alto Mando de la Marina de Guerra.
(2) Servicio de Defensa.