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Clausewitz como pensador político

o el honor de Prusia

Carl Schmitt

Clausewitz como pensador político - o el honor de Prusia - Carl Schmitt

76 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2014
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 150 pesos
 Precio internacional: 12 euros

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Entre aquellos prusianos decididos a la lucha contra Napoleón se contaban el feldmariscal Conde de Gneisenau (17601831), más tarde jefe del estado mayor de Blücher en Waterloo; Boyen (1771 1848); Scharnhorst, (1764 1830), gran teórico militar, reformador del ejército prusiano, y su colaborador Karl von Clausewitz (1780 1831). Este, en 1812, escribe al rey el “memorandum confesión” que analiza Schmitt en la obra que va a leerse. El sistema napoleónico, creía Clausewitz, era incompatible con la existencia de Prusia como unidad política.
Los reformadores del ejército de Federico el Grande, comprendido el autor del “memorándum”, advirtieron enseguida el poder de la “nación en armas”, movilizada por las legitimidades jacobina y napoleónica. El rey, desde la perspectiva de la legitimidad dinástica, que movía sólo guerras restringidas, recelaba de tales planes de armar al súbdito.
Clausewitz, en su “memorándum” da un paso más: propone el levantamiento popular a la española, la guerrilla partisana contra el francés.
En esa teoría sin praxis clausewitziana, dice Schmitt, se desarrolla la peculiaridad de la enemistad prusiana con Napoleón, que determinará a su vez la peculiaridad de la enemistad alemana con Francia, decisiva para la historia de los dos países, de Europa y del mundo
Clausewitz opone a la conquista “pacífica” de Prusia por Bonaparte, la enemistad absoluta: “a querer la guerra y prepararla”.
Al momento del “memorándum”, Clausewitz y Prusia vivían lo que Schmitt llamó en otro lugar un “momento aquerónico”. Una élite prusiana de oficiales de estado mayor, por devoción a su patria, debía poner en entredicho las normas clásicas de la guerra en que habían sido formados, las reglas de la legitimidad dinástica y hasta su propia fidelidad al rey.
Freud ha podido decir que Clausewitz elaboró el ideal tipo de la guerra, con validez aun para la guerra termonuclear. Con la cita del profesor de Estrasburgo, Schmitt aprovecha para disentir sobre la “neutralidad axiológica” que aquél toma de Weber y a través de la cual analiza lo político. La noción de lo político entraña amistades o enemistades, donde no cabe neutralidad de los valores. Al contrario: Schmitt, siguiendo a Heidegger, propone eliminar la filosofía nihilista del valor por la filosofía del ser, de otro modo, el antagonismo político se demoniza y el enemigo pasa a ser un “sin valor” absoluto. Ejemplos sobran, en este tiempo, de la justeza de la advertencia schmittiana.

 

ÍNDICE

Introducción 7
I. La edición de Hahlweg de “von Kriege” 17
II. Práctica española y teoría prusiana del levantamiento
popular 27
III. La enemistad prusiana contra Napoleón 37
IV. Fichte, el filósofo de la enemistad contra
Napoleón 47
V. Clausewitz como pensador político 65

INTRODUCCIÓN

 

Hasta el gran sacudimiento europeo de 1789, la expresión “legitimidad” no admitía plural.
Había una sola legitimidad, la dinástica. A partir de la Revolución, se produce el eclipse de la vieja legitimidad tradicional y el alumbramiento de otras nuevas, como la nacional revolucionaria de los jacobinos y la carismática del Primer Cónsul. Si la legitimidad de los enfants dela Patrie entró en antagonismo existencial con la legitimidad del Ancien Régime, la legitimidadde ese “puro dominador carismático plebiscitario”, como llama Weber a Napoleón, intentó ser mediadora entre ambas. “Llegué a ser el arca de la antigua y de la nueva alianza, el mediador natural entre el antiguo y el nuevo orden de cosas”, resumía su intento en Santa Elena el emperador despojado.
La mediación napoleónica produjo, a la par de la colisión de legitimidades, la colusión entre éstas, al punto que seguir sus trayectorias se convirtió en un ejercicio laberíntico.
En 1809 Napoleón derrota al imperio austríaco, trono emblemático del viejo orden. Poco después, se casa con la archiduquesa María Luisa, hija del derrotado emperador habsbúrgico.
Paris aún jacobina se burló en una copla canalla:
“Tout d’abord on rosse le papa
Puis on couche avec la fille... “
Durante esos años, en Prusia, una élite político militar intentaba empujar a Federico Guillermo III a la guerra contra Napoleón. Buscábase así el desquite de las grandes derrotas de 1806-1807 y de las duras condiciones impuestas en Tilsit. Prusia, además, sufría vivamente los efectos del bloqueo continental, puesto que producía preponderantemente granos y madera y necesitaba la importación de máquinas inglesas.
Entre aquellos prusianos decididos a la lucha contra Napoleón se contaban el feldmariscal Conde de Gneisenau (17601831), más tarde jefe del estado mayor de Blücher en Waterloo; Boyen (1771 1848); Scharnhorst, (1764 1830), gran teórico militar, reformador del ejército prusiano, y su colaborador Karl von Clausewitz (1780 1831). Este, en 1812, escribe al rey el “memorandum confesión” que analiza Schmitt en la obra que va a leerse. El sistema napoleónico, creía Clausewitz, era incompatible con la existencia de Prusia como unidad política.
Los reformadores del ejército de Federico el Grande, comprendido el autor del “memorándum”, advirtieron enseguida el poder de la “nación en armas”, movilizada por las legitimidades jacobina y napoleónica. El rey, desde la perspectiva de la legitimidad dinástica, que movía sólo guerras restringidas, recelaba de tales planes de armar al súbdito.
Clausewitz, en su “memorándum” da un paso más: propone el levantamiento popular a la española, la guerrilla partisana contra el francés.
En España se la practicaba sin teoría; en Prusia, debía nacer la teoría sin práctica, destinada a ejercer una larga e insospechada influencia. En esa teoría sin praxis clausewitziana, dice Schmitt, se desarrolla la peculiaridad de la enemistad prusiana con Napoleón, que determinará a su vez la peculiaridad de la enemistad alemana con Francia, decisiva para la historia de los dos países, de Europa y del mundo, durante su arco temporal de duración, desde aquellos inicios
del siglo XIX hasta la finalización de la Segunda Guerra Mundial.
Prusia transformará la actitud alemana frente a Napoleón. Goethe y Hegel habían reaccionado ante Bonaparte con la actitud del Weltbürger, del “ciudadano del mundo” todavía volteriano y dieciochesco. Clausewitz plantea la enemistad absoluta el mismo año de la campaña de la Europa Occidental continental franceses, italianos, austríacos, bávaros, polacos, suizos, belgas y también prusianos contra Rusia, roto el equilibrio de Tilsit. Sólo España no está allí. Y tampoco los disidentes prusianos, contrarios a la decisión de su rey (Gneisenau dejó el servicio activo, y muchos oficiales marcharon a Rusia o a Inglaterra), fundadores de su propio nacionalismo, precursores del nacionalismo alemán, partidarios de la guerra total contra Napoleón.
Clausewitz opone a la conquista “pacífica” de Prusia por Bonaparte, la enemistad absoluta:
“a querer la guerra y prepararla”. Lenin, en sus cuadernos del destierro, anotaría cuidadosamente este texto clausewitziano. La enemistad absoluta, donde toda distinción entre enemigo y criminal, legalidad e ilegalidad, hostilidad y paz, queda borrada, determina los métodos de la guerra revolucionaria.
Nadie se sorprenda por este hilo histórico que une dos ecuaciones personales tan diferentes como las de Karl von Clausewitz y Vladimir Ilich Ulianoff. Al momento del “memorándum”, Clausewitz y Prusia vivían lo que Schmitt llamó en otro lugar un “momento aquerónico”. Una élite prusiana de oficiales de estado mayor, por devoción a su patria, debía poner en entredicho las normas clásicas de la guerra en que habían sido formados, las reglas de la legitimidad dinástica y hasta su propia fidelidad al rey. De la remoción de aquel Aqueronte evocado desde la cita virgiliana, saldrá un siglo más tarde el revolucionario con su arma absoluta destinada a ensangrentar el mundo.
Esa élite militar prusiana había recibido la influencia de un poeta, Heinrich von Kleist, muerto un año antes del “memorándum”, y de un filósofo, Johann Gottlieb Fichte, rector de la universidad de Berlín al tiempo del escrito clauswitziano.
Advierte Schmitt que Fichte da a la enemistad prusiana y alemana contra Napoleón una base intelectual en la legitimidad nacionalrevolucionaria.
Un filósofo revolucionario, desde Prusia, se enfrentaba con el antiguo general de la República, reprochándolo en nombre de los “inmortales principios de 1789”. A través de esa legitimidad revolucionaria se daba lugar a la naciente legitimidad nacional alemana. Es interesante la observación de Schmitt acerca de que la legitimidad nacional francesa cuyos orígenes estaban en Felipe el Hermoso y Luis XIV, y su realización a partir de 1789 no bastaba para legitimar un imperio europeo con núcleo en Francia. Por cierto que la idea imperial no la tomó Napoleón del pasado dinástico francés, sino de su estirpe italiana, como anota justamente Ludwig. De allí que el nacionalismo francés, fallido su ensanche a dimensión imperial europea, sólo alcanzará a crear, por contraste, los nacionalismos español y alemán.
En segundo lugar, Fichte dará al nacionalismo prusiano “la consagración espiritual del
principio protestante en una continuación moderna de la Reforma”. El protestantismo de Fichte
es revolucionario al contrario del de Hegel, que propiciaba la mediación entre revolución y
tradición y, en su nueva lectura bíblica, revela la misión del pueblo alemán como pueblo originario (Urvolk) del mundo moderno, a impulsar la realización del género humano en su conjunto a través de la realización de la libertad. Otra vez la remoción aqueróntica hará que el conservador Hegel sea leído revolucionariamente por Marx, y el revolucionario Fichte conservadoramente por Rodbertus.
De todos modos, Clausewitz se guió, para su teoría, de la guerra, por la consideración exclusiva de la enemistad absoluta prusiano nalpoleónica, es decir, según Schmitt, por una categoría específicamente política, y no filosófica, cultural o religiosa, como el Discurso de Fichte.
Por ello Freud ha podido decir que Clausewitz elaboró el ideal tipo de la guerra, con validez aun para la guerra termonuclear. Con la cita del profesor de Estrasburgo, Schmitt aprovecha para disentir sobre la “neutralidad axiológica” que aquél toma de Weber y a través de la cual analiza lo político. La noción de lo político entraña amistades o enemistades, donde no cabe neutralidad de los valores. Al contrario: Schmitt,
siguiendo a Heidegger, propone eliminar la filosofía nihilista del valor por la filosofía del ser, de otro modo, el antagonismo político se demoniza y el enemigo pasa a ser un “sin valor” absoluto. Ejemplos sobran, en este tiempo, de la justeza de la advertencia schmittiana.

Dr. Luis María Bandieri