Libreria Argentina Libreria Argentina Libreria Argentina

 

Escritos de política mundial

 

Carl Schmitt

 

Escritos de política mundial - Carl Schmitt

197 págs.,
Encuadernación: Rústica
Editorial Heracles, 1995
 Precio para Argentina: 45 pesos
 Precio internacional: 16 euros

 

CARL SCHMITT (1888-1985) está considerado uno de los más notables juristas y politólogos del siglo, así como uno de los más controvertidos. Este libro incluye una recopilación de quince de sus ensayos sobre política internacional —nueve de ellos hasta ahora inéditos en castellano— entre los cuales figuran algunos de los más comprometidos con el nacionalsocialismo y la segunda guerra mundial.
La actual crisis de representación política, la vigencia de los megaespacios y la gravedad de la situación internacional, han revalorizado el pensamiento de Schmitt, considerado por estudiosos de todas las tendencias como un autor fundamental de nuestro tiempo.

 

 

 

 


 

ÍNDICE

Carl Schmitt, testigo y visionario del acontecer mundial. Estudio
preliminar, por horacio cagni.................................................     7
Nota sobre los Escritos Schmittianos............................................ 39
Nacionalsocialismo y Derecho Internacional............................ 41
La Era de la Política Integral................................................. 59
La Séptima transformación de la Sociedad de Naciones.............. 63
La Doctrina del Derecho en el Fascismo y en el
Nacionalsocialismo............................................................ 67
El concepto de «Piratería»....................................................... 69
Estado Totalitario y Neutralidad Internacional...................... 75
Ínter Pacem et Bellum Nihil Médium......................................... 81
El concepto de Imperio en el Derecho Internacional................. 87
El Mar contra la Tierra......................................................... 99
La Lucha por los Grandes Espacios y la Ilusión Norteamericana... 105
Cambio de Estructura del Derecho Internacional.................... 111
La Guerra Civil Fría.............................................................. 133
La Unidad del Mundo............................................................. 135
La tensión Planetaria entre Oriente y Occidente y la
oposición entre Tierra y Mar............................................ 147
El Orden Planetario después de la Segunda Guerra Mundial... 171
Bibliografía de Carl Schmitt en castellano................................. 189

Nota sobre los Escritos Schmittianos

Los escritos de Carl Schmitt comprendidos en esta antología, y ordenados cronológicamente, representan la casi totalidad de sus ensayos breves sobre derecho y política internacional publicados en español y en italiano. Por razones de espacio o falta de disponibilidad unos pocos no han sido incluidos. Los artículos de fuente española han sido reproducidos tal cual el original, salvo excepcionales correcciones de forma o allí donde hubieran errores de ti­pografía. En las traducciones del italiano hemos seguido la norma que privilegia la comprensión a la textualidad, adoptando algunos giros idiomáticos del escrito original a su más cercano equivalente en castellano*. En todos los casos las notas de los trabajos —salvo aclaración expresa— pertenecen a Schmitt.

I. Nacionalsocialismo y Derecho Internacional. Ed. Nueva Época. Avila 1938 (Trad. española de Nationalsozialismus und Volkerrecht, Jünker u. Dünnhaupt, Berlín 1934). Esta rara edición en castellano —sin especifi-cación de traductor— no figura en las bibliografías de Schmitt.

II-    La era de la política integral. Traducción de L'era della política
intégrale, en «Lo Stato. Rivista di Scienze politiche, giuridiche ed
economiche», aprile 1936. p. 193-196. Se trata de la síntesis de una con-
ferencia pronunciada en Roma, en el Goethe-Institut, el 16 de abril de 1936.

III-  La séptima transformación de la Sociedad de Naciones. Trad. de
La settima trasformazione della Societá delle Nazioni, «Lo Stato» VII, 1936,
p. 385-390 (Trad. it. de Die siebente Wandlung des Genfer Volkersbundes,
Deutsche Juristen-Zeitung» N° 13, 1936).

IV-  La doctrina del derecho en el fascismo y el nacionalsocialismo. Trad.
de La dottrina del diritto nel fascismo e nel nazional-socialismo. «Lo Stato»

VII, 1936. p. 299-300 (Trad. it. de Faschistische und Nationalsozialistiche
Rechtswissenschaft, «Deutsche Juristen-Zeitung» N° 10, 1936).

V-    El concepto de «piratería». Trad. de Il concetto di «piratería», «La vita italiana», XXVI, 1937 p. 189-193 (Trad. it. de Der Begriff der Piraterie, «Vólkerbund und Volkerrecht», IV, 1937).

VI. Estado totalitario y neutralidad internacional. Trad. de Stato to­talitario e neutralitá internazionale, «Lo Stato» IX, 1938 p. 605-612 (Trad. it. de Vólkerrechtliche Neutralität und vólkische Totalitat, «Monatshefte für Auswartige Politik», V, 1938).

VII. Interpacem et bellum nihil médium. Trad. de ínter pacem et bellum nihil médium, «Lo Stato». X. 1939. p.541-548 (Trad. it. del original alemán con el mismo titulo, en «Zeitschrift der Akademie für Deutsches Recht», VI. 1939).

VIII-       El concepto de Imperio en el Derecho Internacional. «Revista de
Estudios Políticos», Madrid. 1941, I, N° 2, p. 83-101 (Trad. esp. parcial
a cargo de Francisco J. Conde, de Völkerrechtliche Grossraumordnung mit
Interventionsverbot für raumfrende Macht. Ein Beitrag zum Reichsbegriff
im Volkerrecht. Deutscher Rechtsverlag, Berlín/Wien/Leipzig. 1939/1940).

IX-     El mar contra la tierra. Trad. de Il mare contro la terra. «Lo Stato»
XII, 1941, p. 137-142 (Trad. it. de La mer contre la terre. «Cahiers fran-
co-allemands» VII. 1941).

X-    La lucha por los grandes espacios y la ilusión norteamericana. Trad.
de La lotta per i grandi spazi e 1'iIlusione americana, «Lo Stato». XIII.
1942, p. 173-180 (Trad. it. de Beschleugniger wider Willen, oder: Die
Problematik der westlichen Hemisphare, «Das Reich», 19/4/1942).

XI. Cambio de estructura del derecho internacional. Instituto de Es­tudios Políticos, Madrid. Junio 1943. Texto de una conferencia de Carl Schmitt en el Instituto de Estudios Políticos.

XII. La guerra civil fría. Trad. de La guerra civile fredda, «II Borghese», N°21. Nov. 1949 (Trad. it. de Amnestie, die Kraft des Vergessens, «Christ und Welt». Nov. 1949).

XIII. La unidad del mundo. Ateneo. Madrid. 1951. Texto de una con­ferencia de Schmitt en el Ateneo el 11 de mayo de 1951. Parcialmente reproducida en «Dinámica Social». Buenos Aires, 2o Año, N° 21, 1952.

XIV. La tensión planetaria entre oriente y occidente y la oposición tierra-mar. «Revista de Estudios Políticos», Madrid. 1955, T. 54, N° 81 (mayo-junio p. 3-28 (Trad. esp., a cargo de Enrique T. Galván, de Die Geschichtliche Struktur des heutigen Weltgegensatzes von Ost und West, Festschrift für Ernst Jünger zun 60 Geburtstag, V. Klostermann, Frankfurt a. M., 1955).

XV. El orden del mundo después de la segunda guerra mundial. Ins tituto de Estudios Políticos, Madrid. 1962. Texto de una disertación de Carl Schmitt, en el Instituto, presentada por su director Manuel Fraga Iribarne

* Los escritos de Schmitt en italiano aquí comprendidos han sido recopilados en dos oportunidades: Scritti político-giuridici 1933-1942. Bacco &Arianna, Perugia 1983 (2o Ed. LEDE, Roma 1986) y L'unitá del mondo e altri saggi. A. Pellicani Ed., Roma 1994, siempre a cargo de Alessandro Campi.

ESTUDIO PRELIMINAR

 

Carl Schmitt, testigo y visionario del acontecer mundial.

Considerado uno de los más notables juristas y politólogos del siglo, el alemán Carl Schmitt es, también, uno de los escritores mas controver­tidos de nuestros tiempos. Habiendo pesado sobre su nombre el estigma de ser el artífice del Führerprinzip y constituir uno de los puntales del derecho nacionalsocialista, durante muchos años de la segunda posguerra fue relegado a pequeños círculos de especialistas, condenado al ostracis­mo intelectual y al olvido. Poco a poco, rescatado por el entusiasmo de pensadores muy disímiles entre sí, tanto de derecha como de izquierda, su nombre volvió a sonar en las universidades y publicaciones especiali­zadas. En verdad, el público hispanoparlante fue muy afortunado en la re­cepción de las tesis schimittianas, toda vez que este escritor —tan tem­prano como en 1930— fue traducido al castellano, poniendo prontamen­te El Concepto de lo Político y otras obras fundamentales al alcance de los estudiosos. Esta situación se dio mas tarde en otras lenguas —aparte del alemán— pero, en el mundo anglosajón, el desconocimiento de Schmitt llega prácticamente hasta nuestros días.
La crisis de representación política de las sociedades actuales, la con­fusión respecto de los reales detentadores del poder político, y la grave­dad de la situación internacional en los últimos años, ha vuelto a poner sobre el tapete el valor y la eficacia de varias de las reflexiones schmittianas. En Italia, Francia y la propia Alemania, Schmitt es objeto de reediciones y de estudios
El juicio sobre la producción schmittiana en derecho internacional y política mundial también se resiente de connotaciones negativas. La crí­tica lo considera la apoyatura científica-ideológica de las teorías pan-germanistas del «espacio vital» y de la agresión del Reich a sus vecinos y a toda Europa. La lectura de los escritos intemacionalistas de Schmitt revelan otra cosa: su permanente preocupación por el mantenimiento de un ius publicum justo y equitativo, y su defensa de las identidades de los pueblos frente a las tendencias homogeneizadoras y universalistas.
En todo caso, Schmitt no ha sido causa sino efecto de un lógico pro­ceso histórico complejo que culminó en la Segunda Guerra Mundial. Como bien señalaron Julien Freund y otros estudiosos, la herencia de ese even­to está presente en nosotros hoy día, toda vez que Hitler y sus ideas emi­graron hacia los que otrora fueron sus enemigos. La influencia de Schmitt se hace sentir porque las condiciones de la política mundial han cambia­do de vestimenta pero no de contenido. Hoy asistimos a un choque de ci­vilizaciones, con hipótesis de conflicto variadas, en donde un instrumen­to supranacional se revela, como antes, impotente para resolver los pro­blemas de la política internacional. Desde 1945 hubo en el mundo más de cuarenta guerras —eufemísticamente denominadas «conflictos»— donde murieron cuarenta millones de personas, y las Naciones Unidas fueron —y son— parte activa en muchas de ellas.
Nacido en 1888, Schmitt asistió desde el vamos a una aceleración de los procesos internacionales, la colonización de vastas áreas del globo por las grandes potencias europeas, la competencia comercial y armamentista, los desafíos a la Pax Británica, la guerra ruso-japonesa, la crisis marro­quí y la Gran Guerra. De formación jurídica, tenía la certidumbre inte­rior de la predominancia de lo político en todos los órdenes de la vida; se trataba, sencillamente, de una vivencia de la realidad.

La crítica del liberalismo y del parlamentarismo.

Schmitt sostuvo que solo se podía llegar a una definición conceptual de lo político a partir de categorías específicamente políticas. Al definir lo político como un ámbito independiente dentro del pensamiento y acción humanos especialmente de la moral, la estética y la economía— le otorgó una pri­macía y autonomía indiscutibles. «La específica distinción política a la cual es posible referir las acciones y los motivos políticos —concluyó— es la distinción entre amigo (Freund) y enemigo (Feind)». Acorde a este criterio autónomo —no fundado ni derivado de otros— el enemigo es simplemente «el otro» , el «extranjero» (Fremde), de modo que en el caso extremo de conflicto, éste no puede ser decidido por un sistema de normas establecidas ni mediante la intervención de terceros no comprometidos o imparciales 2.
Del momento en que habla del otro como extranjero, Schmitt sostiene un criterio propio de pertenencia. En su reflexión prevee la continua po­sibilidad de una lucha o un conflicto hipotético. Los conceptos de amigo y enemigo, alerta, no deben ser tomados en sentido metafórico sino existencial y concreto: un enemigo es un conjunto de hombres que combate virtualmente al menos y sobre una posibilidad real, contrapuesto a otro agrupamiento humano del mismo género: el único enemigo es el enemi­go público, el hostis 3. La hostilidad presupone el enfrentamiento entre unidades políticas concretas, y en particular entre pueblos enteros. Al in­terior de la unidad política, al interior del estado en cuanto unidad políti­ca organizada, no puede existir una línea divisoria amigo-enemigo a tra­vés de la comunidad, so pena de autodestrucción de dicha unidad. El es­tado debe privar por sobre la línea de amistad-enemistad como órgano supremo de decisión política. Al principio de su Concepto de lo Político, Schmitt dirá «el concepto de estado presupone el de política».
De este modo, el jurista alemán se aparta concientemente del liberalismo, que ve la lucha y la política como competencia, más cercana al criterio comercial, y de los moralistas, que ven el mundo como un campo de dis­cusiones éticas. Para Schmitt la política es una actividad esencial de los seres humanos organizados en unidades políticas: el mundo político «es pluriverso, no un universo», por ende toda teoría del estado ha de ser pluralista en lo externo —el orbe— antes que en lo interno —la unidad—; existen pueblos, estados, religiones, clases, grupos humanos, pero no una humanidad... «la humanidad en cuanto tal no puede realizar ninguna guerra, puesto que no tiene enemigos, al menos sobre este planeta. El concepto de humanidad excluye el de enemigo... Que se realicen guerras en nombre de la huma­nidad tiene un significado político particularmente marcado. Si un estado combate a un enemigo en nombre de la humanidad la suya no es una guerra de la humanidad, sino una guerra por la cual un estado trata de adueñar­se, contra su adversario, de un concepto universal para poder identificar­se con él a expensas de su enemigo... la humanidad es un instrumento par­ticularmente idóneo para la expansión imperialista y, en su forma ético-humanitaria, un vehículo específico del imperialismo económico» 4.
En los años de la primera posguerra, Schmitt vislumbró, en política in­terna, la debilidad del estado liberal-burgués, y, en política internacional, las falencias de una organización supraestatal como la Sociedad de Na­ciones. Así, el párrafo anterior se clarifica bajo esta toma de posición schmittiana. En su crítica de la República de Weimar, analizó las contra­dicciones de la democracia liberal a la luz de la teoría del estado. Encon­tró que la burguesía era por naturaleza indecisa, producto de su concep­ción frivola de la existencia; por ende las construcciones políticas de ella surgidas eran también frivolas e indecisas. La democracia liberal depen­derá del compromiso, una mera forma de conciliar voluntades; la consti­tución liberal también será débil e incapaz de resolver los problemas al interior del sistema. Por último, Schmitt dirá que liberalismo y democra­cia se destruyen mutuamente, al enfrentarse las pretensiones de identidad entre gobernantes y gobernados, e igualdad civil de la democracia, con las del gobierno liberal, sometido a la acción de los poderes indirectos. Le­galidad y legitimidad no serán conceptos idénticos como lo quiere la teo­ría liberal sino opuestos y contradictorios. Las potencias que participan del estado pluralista de partidos permanecen en una situación intermedia, actuando ora como «estado», ora como «entidad social» o «mero partido», influyendo sobre la voluntad estatal sin incurrir en las responsabilidades del mando. «Esta voluntad por la inconsecuencia no salva de ningún modo el sistema de legalidad parlamentario»5.
Además, esta carencia de decisionismo, esta labilidad administrativa, provocó como reacción el viraje hacia el estado totalitario. Fue caracte­rístico de los treinta esa dirección hacia el «estado total», es decir hacia la planificación, como lo fuera hacia la libertad en el estado ochocentista. El estado totalitario es, ante todo y por naturaleza, un estado administra­tivo que se sirve de todos sus instrumentos como afirmación o correctivo del todo social 6. Para ello es necesario, dice Schmitt, buscar un nuevo concepto de lo político: no existe hoy problema alguno —sostendrá— que no sea potencialmente político. «El surgir de una era integralmente polí­tica de la civilización, como ésta la actual, se evidencia justamente en el hecho que las abstracciones falaces de la ciencia moral, que había invadi­do el ámbito del derecho, son subordinadas al criterio político real» 7.
Como en muchos otros aspectos, el fascismo italiano fue el precursor. Cuando la Marcha sobre Roma, Mussolini había señalado: «nosotros he­mos creado un mito, una fe, una pasión; no es necesario que sea una rea­lidad, lo es en tanto sea esperanza, fe, coraje». Y a propósito de estas palabras, Schmitt escribe: «como en el siglo XVI, de nuevo un italiano ha expresado el principio de la política» 8. Tempranamente, el jurista alemán asumía el viraje de los nuevos tiempos, pero a la vez la influencia de las corrientes vitalistas, tanto mas notables en un hombre de pensamiento tan clásico. A la vez, reconocía la huella del derecho fascista en el nuevo derecho alemán, como la sustitución de la idea de «hombre» por la de «extranje­ro» o «ciudadano»
En Alemania, la herencia del estado militar y administrativo prusiano se revelará decisiva, tanto por su organización estatal conexa a las autoadministraciones comunales, cuanto por su resistencia a la penetración de las ideas liberales de los S. XVIII y XIX. Pero, reducido a la defensi­va frente al avance del liberalismo en el continente, terminó por caer. La enseñanza, para Schmitt, es no dejar lugar a demostraciones políticas de protesta por parte de los parlamentos comunales. «La realización orgáni­ca de la idea de Führer requiere la abolición completa de los métodos de la mentalidad democrático liberal... las distinciones y dualismo típicamente liberales entre poder legislativo y ejecutivo y, en el dominio comunal, entre órganos deliberativos, administrativos y ejecutivos han perdido su signi­ficado... la transferencia de la responsabilidad debe ser sustituida por la clara responsabilidad del Führer» 9. En su desesperada búsqueda del ór­gano decisorio político por sobre todos los organismos políticos, Schmitt en el III Reich propuso el Führerprinzip, y colaboró con su influencia a la Ley de garantías de unidad de Partido y Estado, que culminó en el dic­tador en persona.
En ocasión de la «purga» de las S.A. en 1934, Schmitt fue aún mas lejos. Entonces era ya uno de los mayores juristas alemanes; justificó los hechos atribuyendo al Führer potestades jurisdiccionales, concediéndole «en situaciones de emergencia» la facultad y el deber «en razón de su naturaleza de Führer, de producir derecho de inmediato como juez supre­mo» (10). El poder de Hitler, ya casi ilimitado, era reconocido en el plano constitucional.
Los críticos de Schmitt difícilmente pueden ponerse en la situación de Alemania y Europa en los treinta. Los movimientos fascistas fueron vis­tos —en los pueblos en donde triunfó en mayor o menor grado— como movimientos de recuperación y liberación nacional por vastos sectores de la población (11). En Alemania, el Führerprinzip demostraba una vez mas que las ideas monárquicas seguían vivas en el pueblo. La revolución na­cionalsocialista había minado los poderes tradicionales, pero tenía poco que ofrecer en su lugar; para ciudadanos habituados a confiar en una au­toridad suprema, un centro de unidad, castigos y recompensas, un jefe conductor político-espiritual era bien visto. El éxito de Hitler se debió, esen­cialmente, al sentido de autoridad, aprobado por todo el pueblo alemán, derivado de la corresponsabilidad ligada a su persona y establecida en el Führerprinzip como pilar del programa nacionalsocialista 12.
En Schmitt, significó la culminación de lo que había pedido siempre: un gobierno fuerte capaz de concentrar en sus manos el legislativo y el ejecutivo, un «poder neutro e intermediario» auténticamente objetivo por encima de las innúmeras querellas de intereses, organismos públicos y fac­ciones13. Que este estado totalitario era diferente totalmente del comu­nista, no sólo en su espíritu sino en la organización de las fuerzas socia­les, se encargó de evidenciarlo el propio Schmitt cuando aseguró que la «totalidad germánica» establecía un estado fuerte y poderoso con pleno control en el plano político, pero no imponía restricción alguna a las ac­tividades económicas. Establecía también una distinción entre dicha «to­talidad germánica» y la «totalidad romana»; mientras esta última reglaba la vida en todas sus manifestaciones, aquella sólo exigía el absoluto con­trol político. Una era cuantitativa, la otra cualitativa 14. Por otra parte se­ñalaba otra gran diferencia, esta vez con el fascismo, pues la concepción italiana de la vida era distinta a la alemana: «el problema de la raza no existe en Italia... y ello es notorio en la teoría del estado y en el derecho público interno»15.
Pero, además, Schmitt endereza sus críticas contra el Segundo Imperio alemán, preguntándose sobre las causas del desastre de 1918. Y encuentra una respuesta en la «peligrosa y violenta separación de ejército y consti­tución, estado y sociedad, tanto como en el mortal conflicto entre dirección estatal-militar y dirección (Führung) social-civil. El conflicto entre Führung guerrera y política, que ha causado la ruina de Alemania, encuentra su verdadera profundidad en una estructura estatal general en sí misma discordante, proveniente por entero del liberal siglo diecinueve» 16. La causa, en definitiva, era, literalmente, el triunfo del burgués liberal sobre el sol­dado. Imposible no encontrar una relación entre este pensamiento y el ju­ramento de «obediencia incondicional» de la Wehrmacht al Führer de agosto de 1934, en el cual se ligaban, de manera cuasi religiosa, ambas instituciones.
Distinguiendo radicalmente sus teorías del esquema estatal liberal y de­mocrático, Schmitt sostiene que la unidad política de un estado se sustenta en la unidad de tres miembros: estado, movimiento y pueblo. Esta nueva construcción estatal se basa en el hecho de la unidad política de un pue­blo, unidad que ordena toda la vida pública. El movimiento une al estado y al pueblo, penetrando y conduciendo ambos elementos. «Cada una de estas palabras —estado, movimiento, pueblo— puede ser usada de por sí para la totalidad de la unidad política. Ella designa, no obstante, al mis­mo tiempo, sólo un lado particular y específico de esta totalidad. Así, se puede considerar al estado en sentido estricto como la parte política está­tica, al movimiento como el elemento político dinámico, y al pueblo como el lado apolítico bajo la protección y a la sombra de las decisiones políticas» 11. Anulando las separaciones propias del sistema demoliberal —las diferencias entre pueblo, gobierno y estado— Schmitt no puede evitar, no obstante, la cuestión de la amalgama entre los antedichos tres miembros de la unidad política. La coagulación se encuentra en la figura decisoria del jefe político, pero más aún —aunque no lo mencione— en la activación de mitos populares, de una liturgia política y de una políti­ca movimientista «de plaza», tal cual se dio en los regímenes de tipo fas­cista. Las tesis schmittianas, en este plano específico, encuentran expli­cación en estas situaciones históricas determinadas.

Schmitt y el tercer reich.

En los años de Weimar, la mayoría de los alemanes sentía la frustra­ción de las consecuencias de la Gran Guerra; los jóvenes buscaban afa­nosamente ser los representantes de una generación distinta, participar en un movimiento, contribuir a edificar una sociedad nueva basada en una ideología acorde a los tiempos. Este acontecer se expresó en la literatura, las artes y las ciencias y se trasladó a la política, contribuyendo a una atmósfera ideológico-cultural que creó en la sociedad entera un sentimiento de totalidad. Esta explosión de energía fue aprovechada por Hitler y los nacionalsocialistas.
Es interesante destacar que, en los cruciales meses siguientes a la vic­toria nazi de 1933, el mas eminente filósofo, el mas brillante jurista y el mas prometedor de los escritores alemanes —Martin Heidegger, Carl Schmitt y Gottfried Benn— fueron los mas entusiastas adherentes al nuevo régi­men. Bien señala Nolte que estos escritores —a los cuales han de añadir­se los nombres de Oswald Spengler y Ernst Jünger— constituyen un fe­nómeno complejo que están, con el fascismo, en una relación complicada y en muchos casos ineficaz, razón por la cual todo análisis debe circuns­cribirse a sus expresiones políticas18. Resulta ineludible destacar que este fenómeno venía precedido por décadas de crítica social e ideológica, que había dirigido sus embates particularmente contra el positivismo, el mundo burgués y sus derivados demoliberales.
En el caso concreto de Schmitt, ya en 1926 en su análisis del parla­mentarismo sostenía que el Parlamento, institución clásicamente burgue­sa del S. XIX, no tenía fundamentos suficientes para afrontar una época de democracia industrial de masas 19. En definitiva, condenaba a la bur­guesía como el obstáculo principal de la verdadera revolución del Volk, en cuanto clase que anteponía sus intereses particulares por sobre los de la comunidad. En ello, el jurista coincidía con teóricos como Spengler —quien consideraba a la política burguesa como la continuación de los negocios particulares por otros medios— y Moeller Van den Bruck, para quien la miseria política alemana era efecto de la partidocracia.
El ejemplo italiano, con el éxito del fascismo en los «años del consenso», inspiró a Schmitt, quien pedía una institución que sintetizara todas las responsabilidades en el ejercicio del poder, que estuviera mas allá de di­versidades, factores y sectores. Las fuerzas unidas de la nación debían estar guiadas por un jefe, un conductor surgido del Volk, que en virtud de su condición carismática conciliara a las corporaciones —preocupadas por sus intereses particulares— en una unidad nacional. En el fondo, el remanente hegeliano es innegable. Pero habrá que unirle la influencia de Nietzsche. Al sostener que los actos del Führer no estaban sometidos a justicia, por­que él constituía la mas alta figura de justicia en tanto legislador de ex­cepción y protector de la ley 20 convalida el sustracto nietzscheano que considera que la vida no ha de ser juzgada, ni moralizada, ni mediatizada por argumentos racionales, pues toda razón ha de subordinarse a la vida misma y su mas clara manifestación, la voluntad de poder.
La unidad de pueblo, corporaciones y líder necesitaba, en el Tercer Reich, de un motor que generara valores y actitudes idénticas para todos; ese común denominador era la mística racial, con una estética völkisch y una liturgia comunitaria. Si bien se encuentran alusiones al respecto en Staat, Bewegung, Volk, Schmitt no fue el principal artífice del estado racista; esa labor co­rrespondió a otro jurista, Otto Kollreuter, al fundar el estado alemán caudillista en principios raciales. La autoridad de dicho estado se basaba en una ética comunal, de la cual sólo él es capaz 21.
Al afirmar que la situación real es la que crea la legalidad, Schmitt sim­plemente retoma la clásica idea de que derecho es siempre «derecho del mas fuerte». Si soberano es aquel que toma la decisión apropiada a un estado de emergencia —situación donde las leyes normativas son superadas— era lógico que terminara su reflexión en el Führerprinzip. En la primavera de 1933 se inscribió en el NSDAP —Partido Nacionalsocialista—, al pare­cer invitado por Heidegger22; de todos modos ambos estuvieron en él poco tiempo. Aparentemente, Schmitt se deslumbró por la posibilidad de que Hitler realmente representara la realización del decisionismo, la encarna­ción de una acción política independiente de los postulados normativos.
De todos modos, la estética völkisch como parte sustancial de la cultura nazi empapaba todos los aspectos de la vida cotidiana tanto como las con­cepciones políticas. Sólo de ese modo se explica el apoyo de Schmitt al Comentario oficial de la Ley de Ciudadanía del Reich, cuyos autores eran altos funcionarios del Ministerio del Interior, Wilhelm Stuckart y Hans Globke, el primero varias veces citado por Schmitt en sus conferencias. La Ley de Ciudadanía se dirigía principalmente contra los hebreos, pues tanto daneses como polacos que habitaran el Reich podían optar por ser ciuda­danos de éste. Parece extraño que Schmitt defendiera «la lucha notable del Gauleiter Julius Streicher», al haber sido «desdeñada como anti-intelectual en la prensa de los emigrados» 23. De todos modos, resulta evidente la instrumentación que las autoridades del Reich hicieran de figuras notables como Schmitt y Heidegger, junto con Hans Heyse y Hans Freyer 24.
La política internacional también les alcanzó. Al promediar la década del treinta, y con el progresivo acercamiento entre Italia y el Reich, mu­chos intelectuales alemanes fueron a disertar a la península. Especialmente invitados por el Instituto Italiano de Estudios Germánicos de Roma, creado por Mussolini en la política de alianza con Alemania, llegaron Cari Schmitt y varias otras personalidades 25. Estos pensadores tenían un común esta­do de ánimo crítico frente a la modernidad, si bien diferían en sus pos­turas individuales.
Heidegger contraponía el alma alemana a la técnica moderna, y para su disgusto había notado que el nacionalsocialismo no se había librado del mesianismo tecnológico; para él la revolución, contaminada de tecnología, se había traicionado a sí misma. De allí su paulatino alejamiento del nazismo, especialmente luego de la «purga» de 1934. La frustración de sus expec­tativas radicales, la vana espera de una conducta antitecnológica y los embates de su rival Ernst Kriek en la Universidad le habían hecho recon­siderar su posición, si bien nunca se enfrentó realmente al régimen 26.
Según Freyer, el pueblo era antagonista de la técnica; la revolución del Volk contra la sociedad industrial necesitaba de la unidad pueblo-estado. En ello coincidía con Schmitt, pues para ambos solo el primado de la po­lítica podía reconciliar técnica y sociedad. A diferencia de Heidegger, creían que un estado fuerte necesitaba una técnica poderosa; antiliberales, antimarxistas, antiburgueses y antipositivistas, no obstante no eran antitecnológicos. El mundo tecnificado era una realidad que debía asumirse, la orientación tecnológica hacia el futuro era inevitable. Esta tecnología tenía vida propia, iba mas allá de intereses comerciales y propuestas ideo­lógicas; en esta certeza ha de verse el germen de la idea schmittiana de una posible «unidad del mundo».
Habría que rastrear esta preocupación de Schmitt por la técnica en la influencia de Ernst Jünger y sus escritos de entreguerra. Para ambos, como para Spengler, la Gran Guerra había demostrado hasta qué punto el ser hu­mano estaba sujeto a la técnica y la máquina. La racionalización del con­flicto político había dejado paso a un culto de la acción viril y de la vo­luntad, todo lo contrario del romanticismo político del ochocientos, afe­minado, pasivo y apolítico, del cual había derivado el parlamentarismo liberal y una sociedad carente de formas estéticas. El nuevo romanticismo culti­vaba el yo al servicio del progreso tecnológico, recuperando aspectos tra­dicionales pero aceptando elementos de la modernidad 27. La técnica, para Schmitt, no era una fuerza para neutralizar los conflictos, sino un aspec­to imprescindible de la guerra y el dominio. La difusión de la técnica es indetenible, pero «el aparataje de la nueva técnica no espera mas que a ser utilizado... el espíritu del tecnicismo, que ha llevado a la fe de masas a un activismo antirreligioso, es espíritu, quizá maligno y diabólico, pero no para ser quitado de en medio como mecanicista... es la confianza en una metafísica de la actividad, la fe en el poder y el dominio ilimitado del hombre sobre la naturaleza» 28. Es sintomático que esta entronización de la voluntad como eje de la vida aparezca casi simultáneamente en el es­crito de Schmitt así como en El hombre y la técnica de Spengler, El trabajador de Jünger, la Filosofía de la Técnica de Freyer, y los seminarios de Heidegger.
A la «brutalización» de la vida no escapa ningún tipo de sociedad mo­derna; no se trata de una reivindicación de doctrinas biológicas por parte de un darwinismo social 29, sino del reconocimiento de la real conducta del hombre en una sociedad de masas sometida a un lógico proceso de de­sarrollo sociotecnológico, cuyas consecuencias es absurdo discutir si son buenas o malas, simplemente existen. Sólo que en el período de entreguerras le admitía como un criterio masivamente válido y, en el último medio si­do, se presenta disfrazado de retórica, apelaciones a la moral y llamamientos al derecho. Pero la realidad demuestra los efectos del mesianismo tecno­lógico tanto en la explotación de la naturaleza como en el conflicto hu­mano. Actualmente asistimos a una desacralización total de la vida e, in­cluso, de la muerte: se diría que una progresiva neutralización empapa todos los aspectos de la cultura global.
Precisamente, Schmitt lo señalaba en 1930, al afirmar que «las gran­des masas de los pueblos industrializados son hoy día secuaces de una oscura religión del tecnicismo, porque —como todas las masas— buscan la últi­ma consecuencia y creen inconscientemente que en la técnica se ha en­contrado la neutralidad absoluta buscada desde hace siglos, con la cual se acaba la guerra y comienza la paz universal. Pero la técnica no puede hacer otra cosa que aumentar la paz o la guerra, está dispuesta a ambas cosas en igual medida» 30. La técnica es ciega en términos culturales —señala Schmitt—, sirve por igual a la libertad y al despotismo, de ella no resultan ni problemas ni soluciones sociales. Es el hombre el que tiene la últi­ma palabra, y para un empleo global y pacífico de sus posibilidades tec­nológicas debería eliminar conflictos, pasiones e intereses, lo cual es sencillamente utópico.
Esta tendencia a la negación a abordar los problemas reales, refugián­dose en un ocasionalista plan superior, en un método que pretende instaurar una nueva filosofía o la libertad perfecta, deriva en un absoluto oportu­nismo y «una admirable disposición a la asimilación», en definitiva, en una pasividad absoluta, sostiene Schmitt. La responsabilidad política se diluye, y el programa político se convierte en «música intelectual». Es el caso del romanticismo político heredero del pensamiento lírico de la Re­volución Francesa. «El romanticismo político —concluye— termina allí donde empieza la actividad política real» 31.
La teoría política de Schmitt buscó eludir lo irracional, y jamás pro­pició una conducta dadaísta o nihilista como doctrina, que sí teñían las con­cepciones de muchos miembros de la denominada revolución conservadora alemana. Obviamente, en una era de política de masas el elemento irra­cional y el poder movilizador del mito debía ser reconocido, pero Schmitt alertó que sólo la guerra, como profunda realidad, engendra el mito 32 y que el irracionalismo en la esfera política era peligroso. Su doctrina era perfectamente racional, una vez aceptadas sus premisas, como era razo­nable su crítica a la República de Weimar, basando sus juicios en exten­sas lecturas históricas y de filosofía política, tal como lo reconocen algu­nos de sus estudiosos 33. Sin duda, sus pensadores preferidos, Maquiavelo, Hobbes, Bodin, y Donoso Cortés, entre otros, fueron hombres realis­tas y alejados de las utopías.
No obstante, a pesar de su renombre internacional como jurista, el ad­venimiento de la Segunda Guerra Mundial colocó a Schmitt, tempranamente, en el banquillo de los acusados de haber sido uno de los factótums del peligro nazi mundial. Especialmente las críticas de los alemanes emigrados fue­ron muy duras, y su teoría del decisionismo y la relación amigo-enemigo fue denunciada como «una doctrina de la fuerza bruta mas descarada», opuesta no sólo al liberalismo sino al imperio del derecho 34. Posterior­mente, mucho se insistirá en que la vasta y dura crítica de Schmitt al sis­tema demoparlamentario implicaba claramente, y a priori, la opción por un sistema político absolutamente contrario presentado con carácter de necesidad, apareciendo así como el preparador ideológico del camino que condujo al poder al nacionalsocialismo 35. Los especialistas suelen olvi­dar en sus críticas algunos aspectos cruciales de la teorética schmittiana. Por ejemplo, cuando rescata la frase del mandamiento del Nuevo Testamento «amaos los unos a los otros» —incluidos los enemigos— como referente al enemigo privado —innimicus— y no al enemigo público —hostis—, presupone el reconocimiento de la enemistad, pero en El concepto de lo político y en otros escritos, se apura a considerar que el ene­migo es «el otro» enfrentado y, como tal, ha de ser tratado como un par y no como un criminal. La crítica schmittiana a la concepción de la dic­tadura del proletariado, y de la actitud soviética en política internacional, incluía el hecho de que dicha doctrina no respetaba al enemigo como tal. Ni el gobierno del Reich ni sus enemigos ideológicos y militares demostrarán tampoco respetarlo.
Otro aspecto es que, para Schmitt, la dictadura tenía como fin el restablecimento de un orden constitucional, jurídico y político; ella sola­mente es válida en un estado de excepción. Constituye una situación de ilegalidad, pero se refiere a un adversario concreto de un orden justo que requiere una constitución justa. «Es un problema de la realidad concreta, que aspira a crear una situación que haga posible una Constitución verdadera, no apela a una constitución existente sino a la que va a implantar» 36.
En síntesis, Schmitt no creía que el estado totalitario, con todas sus instituciones, fuera un fenómeno eterno. Un pueblo deviene «totalitario» cuando las exigencias de su vida política lo impone; las modificaciones restricti­vas de las libertades «son en el fondo sólo relativas... toda organización estatal, en caso de necesidad, crea su propia totalidad y moviliza sus propias reservas»37.
A semejanza de Heidegger, quien veía en el gobierno del Reich una repetición de los males tecnológicos y modernistas, y de Jünger, que ob­servaba fríamente el paso a un principio totalitario crudo, cínico e inevi­table, Schmitt comprendió que sus expectativas de un séquito de subjefaturas responsables —aspecto esencial del Führerstaat— no se estaban cumpliendo, sino que muchos elementos arribistas e irresponsables se acomodaban oportunistamente en la inmensa burocracia estatal. Al igual que los otros nombrados, se fue apartando lentamente de los resortes del poder, a me­dida que se iba enfriando su entusiasmo de los primeros tiempos. En 1936 era evidente su viraje al estudio del derecho internacional y a preocupar­se por la política mundial, entre otras cosas porque en el horizonte comen­zaban a cernirse tormentosas nubes de conflicto.

La teoría de los «grandes espacios».

Una de las contribuciones más significativas del pensamiento de Schmitt se da en el ámbito del Derecho Internacional. Aquí también es considera­do uno de los teóricos del nuevo imperialismo alemán y «la voz cantante del coro revisionista nacionalsocialista» 38. En verdad, uno de los aspec­tos más subjetivos de la teorética schmittiana es su fastidio y repulsa respecto de la Sociedad de Naciones. Esta para él no es más que una sociedad donde cualquiera puede entrar y salir cuando quiere, «más parecida a un hotel que a una asociación», un producto de las potencias vencedoras de 1918 para perpetuar las prebendas conseguidas en la victoria. Este dúo anglofrancés se vale de herramientas ad hoc como el sistema de seguri­dad colectiva y el Pacto Kellog, para asegurar una permanente situación internacional entre paz y guerra, en la cual —según escogieran una u otra— tener siempre de su lado la legalidad ginebrina, mientras presentan a sus rivales y enemigos como agresores y perturbadores de la paz.
Contrariamente, Schmitt reclama el derecho de los estados a la igual­dad, que es mas que un concepto jurídico: es el derecho a un espacio ade­cuado a sus necesidades. Es el derecho a la existencia, a la autodetermi­nación y la defensa, frente a las injusticias de un sistema de normas co­activas sin contenido jurídico ni espíritu alguno, estructurado sobre la base de Versalles 39. Puede argumentarse que la igualdad de derechos —en tanto apela al derecho a un espacio acorde— justifica la expansión y borra la línea divisoria entre ética y derecho. Pero no es menos cierto que el po­der de una nación está dado por sus elementos de poder nacional y que su poder real está dado por el poder global del bloque o megaespacio que controla o en el que tiene predominio o hegemonía. Ello sucedía en los treinta como en la actualidad 40.
Schmitt no se aparta de las generales de la geopolítica clásica, formu­lada por Ratzel y Kjellen: los estados son entes supraindividuales, más po­derosos que los individuos en su desarrollo y, como éstos, están en lucha por la existencia. Es el espacio el que condiciona la vida de un pueblo; cuanto mayor es el espacio, mayores son las posibilidades de desarrollo y predominio 41. En tiempos de Schmitt, era Karl Haushofer el principal teórico de la geopolítica. Para él, los límites eran organismos vivientes, se extendían y comprimían según el poder y capacidad de un pueblo. Era necesario pensar en términos de «grandes espacios», pues este concepto hizo poderosas incluso a pequeñas naciones —como Francia—; pensar en espacios estrechos conduce a la asfixia y la decadencia. Además, siendo el mar el espacio más vasto y unido, es fuente evidente de grandeza na­cional; existen poderes marítimos y poderes terrestres, y ello se refleja en los grandes procesos históricos. Este conflicto entre ambos poderes —que enfrenta a las naciones y divide a los países— da la pauta de la actual política mundial 42. Estos escritos de Haushofer —condensados luego en un ma­nual de Geopolítica Mundial Hoy, en 1937— se adelanta por poco tiem­po a los de Schmitt respecto de los mismos temas.
Mas preocupado por el derecho internacional, el autor de El concepto de lo político se pregunta, ante la notoria tendencia hacia los grandes es­pacios, si el derecho internacional se ocupará de la relación entre esos grandes espacios o de los derechos de los pueblos libres que vivirán en un común gran espacio. Para él, el Imperio supone un ámbito espacial de gran extensión en donde su idea política irradia, ausente de intervenciones ex­trañas. En el caso del Reich alemán, «entre el universalismo de las potencias del Occidente democrático liberal —asimilador de pueblos— y el Orien­te bolchevique —de signo revolucionario mundial— ha de defender un orden de vida no universalista, nacional y respetuoso para con los pueblos» 43. Tan lúcido en su diagnóstico del este y el oeste, Schmitt no comprendió que las premisas del pangermanismo a ultranza no contemplaban, precisamente, las identidades de los pueblos incluidos dentro del gran espacio del Reich.
No obstante, al señalar que los grandes espacios son consecuencia forzosa del monopolio económico, energético y de comunicaciones, Schmitt com­prendió que la economía del gran espacio precede a su implementación política, cosa que la realidad actual demuestra con total evidencia. La base primaria del orden internacional será el espacio, pero se apura a destacar que, frente al universalismo del derecho internacional británico y el panintervencionismo norteamericano, se hace necesario un derecho regionalista, derivado del equilibrio de los grandes espacios. Dicho equilibrio para ser tal, sostiene Schmitt, requiere de muchos neutrales que lo hagan posible. Sabido es que la compleja situación creada por la Segunda Gue­rra Mundial prácticamente terminó con la neutralidad, tanto por la estra­tegia soviética de «guerra civil mundial» 44 como por la anglosajona de crear una entidad planetaria que, ya en 1943, se denominaba Naciones Unidas.
Todo ello evidencia que el concepto de gran espacio —Grossraum— en Schmitt se diferenciaba del de espacio vital —Lebensraum— de Haushofer, mas allá de la posible motivación de los escritos de éste, en que se pre­ocupaba de liberarse de una mentalidad expresada en puros términos etno-geopolíticos, tratando de encontrar un derecho internacional ajustado a esta nueva tendencia del desarrollo humano. El Grossraum es para Schmitt una idea política basada en su invariante de amigo-enemigo. La enemistad determina el gran espacio.
Reconoce que el espacio americano está dominado por el concepto de no intervención de otros poderes sobre dicho espacio (Doctrina Monroe). Los creadores de esta doctrina vieron un enemigo, un «extraño» —la Europa de las revueltas y las guerras— y por mucho tiempo esta concepción per­mitió a los Estados Unidos construir una vasta área de influencia, basada en el aislacionismo respecto de otros grandes espacios. No obstante, des­de Theodore Roosevelt y Woodrow Wilson han seguido una política de universalismo e intervención.
A las líneas propias del ius publicum europaeum, la de partición his­pano portuguesa de Tordesillas, y la amity line británica —que son esen­cialmente convenios entre potencias conquistadoras de tierras y mares luego del descubrimiento del Nuevo Mundo— ha seguido una nueva línea inter­nacional, basada en la concepción hemisférica norteamericana. Esta línea del «hemisferio occidental», a partir de la Declaración de Panamá de 1939, «redujo al absurdo» toda medida y criterio para la determinación de aguas jurisdiccionales y mares libres. El desplazamiento hacia el mar de una lí­nea «hemisférica» que en principio fue terrestre crea un gran espacio sin fronteras precisas, de modo que «la política de los Estados Unidos ya no tiene límite ni confín» 45. Es de destacar la importancia que las ideas del Almirante Mahan tuvieron en las generaciones sucesivas de la dirigencia norteamericana, que culminarán con la creación de la «Flota de los dos océanos», que el Presidente Franklin Roosevelt preconizara desde varios unos antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, a lo cual habrá de añadirse, poco después, la doctrina de la geovisión aérea de De Severski.
Schmitt consideraba que los Estados Unidos levantaban la bandera de la continuidad y herencia de la hegemonía marítima británica, de un lado y, paralelamente, querían crear un nuevo orden mundial basado en el control del hemisferio occidental. La nueva guerra iniciada en 1939 había pasa­do a ser guerra mundial en 1941, con la invasión de la Unión Soviética y el ataque japonés a Pearl Harbour. Este conflicto planetario tenía dos frentes: la guerra continental comenzada en España en 1936, y la guerra oceánica, iniciada con la intervención nipona. En definitiva, se trataba de un com­bate por el dominio terrestre entre el III Reich y la URSS, y por el domi­nio marítimo entre el Japón y los Estados Unidos, cada uno con sus res­pectivos aliados. El mundo anglosajón basaba su accionar en las ideas de un mercado y comercio mundiales y la extensión del mito de la libertad de la que se consideraba protector— por todo el orbe. «El motivo fun­damental de la actual guerra mundial es una rebelión contra este poder mundial y contra la pretensión de controlar el orden del mundo. Contra el universalismo de la hegemonía mundial angloamericana se afirma la idea de una tierra repartida en grandes espacios continentales» 46.
Según Schmitt, este sistema universalista intervencionista fue jaqueado por la emergencia de un nuevo gran espacio en Europa central y oriental, resistente a toda intromisión foránea en esa área controlada por la poten­cia alemana. Esta idea política fue introducida por Hitler cuando él asu­mió la responsabilidad de proteger a las minorías germanas en la Mitteleuropa; e incluso el Reich se encargó del tutelaje de las naciones pequeñas no germanas del área 47. En términos prosaicos, el intervencio­nismo planetario consagrado en Versalles y vehiculizado por la Liga de Naciones se había casi asegurado la capacidad de control, cuando el sur­gimiento de los fascismos europeos —y principalmente de Hitler, que te­nía con qué— patearon el tablero.
Puede argüirse que las ideas schmittianas sirvieron de maravillas para justificar el imperialismo germano, pero Schmitt propiciaba una suerte de doctrina Monroe europea, la consecución de un espacio continental con hegemonía alemana, pero donde pudieran integrarse los demás pueblos dentro de él en una suerte de comunidad cultural y de intereses. Este espacio presuponía la protección y el respaldo de las distintas nacionalidades del área, cohabitando con los otros grandes espacios: el de los Estados Uni­dos y el de la URSS —basados en principios internacionalistas— y el del Imperio Británico y el de la Gran Asia del Japón.
Pero, alejándose cada vez más de las tesis schmittianas para insistir ma­yormente en la teoría del Lebensraum, de connotación geopolítica racis­ta, los funcionarios del Reich encargados de los territorios ocupados en la guerra subvirtieron la que podría haber sido una propuesta realista, hasta su anulación en lo insensato. Imbuidos de una concepción racial biologista de tipo positivista ochocentista, con absoluto desprecio de muchos pue­blos no germanos, se dedicaron a explotarlos ganándose así no aliados, sino enemigos dentro de su Grossraum. Sabido es con qué devoción ucranianos y otros pueblos eslavos recibieron al ejército alemán en la campaña del este, y también cómo detrás de las tropas venían gestapistas y funciona­rios expoliadores, con una dudosa apoyatura ideológica de tipo rosenbergiano, que sólo conseguían hacer engrosar las filas partisanas.
El propio Schmitt, que no había querido la guerra pero que una vez comenzada se había aprestado con ahínco a la defensa intelectual de su patria, empezó a tener roces con los nacionalsocialistas más conspicuos. Su teoría del Grossraum fue considerada de valor limitado y sospechosa. Siendo Schmitt un hombre de raíz y formación cristiana y católica, su realismo político estaba pleno de consideraciones por la dignidad del «ex­traño», actitud que chocaba con la ortodoxia más extremista del movimiento nazi, sobre todo con la Inteligencia de la SS. El artífice del Führership fue condenado en sus bases políticas e ideológicas como «el representan­te de la mas excelsa y, por ende, mas peligrosa forma de catolicismo» 48.

El cambio del derecho internacional y del concepto de guerra.

Hasta el año 1943 Schmitt siguió escribiendo sobre su teoría del gran espacio y el cambio del derecho internacional, publicando también en Italia, Francia y España, pero se sentía cada vez más un emigrado interno en su país. Su atención se dirigía especialmente a la confrontación entre la con­cepción terrestre y la marítima. Trasunta su fascinación por esta profun­da dicotomía en varios de sus ensayos.
Fue Inglaterra la que adquirió conciencia del mar como elemento par­ticular de la existencia misma de un pueblo; la isla entera «levó anclas», se divorció del continente y se esposó con el océano. «Espumadores del mar de toda laya, piratas, corsarios, aventureros atraídos por el comercio marítimo constituyen, junto a balleneros y navegantes a vela, la avanzada del giro hacia el mar entre los siglos XVI y XVII» 49. Esta empresa pri­vada de expansión —ejecutada por privateers de toda especie— produjo la revolución industrial y el maquinismo, unidos a un concepto de la li­bertad como ausencia de todo condicionamiento.
Esta extensión del poder mas allá de su restringida frontera insular se había iniciado en el S. XVI, simultáneamente con la aparición del Estado nacional como la institución política europea mas dinámica y significati­va, pero el Imperio ultramarino estrictamente dicho fue un fenómeno ca­racterístico de mediados y finales del siglo pasado.
En el proceso de expansión, dichos «espumadores de mar» no podían seguir permaneciendo como tales sin incorporarse a la historia política mun­dial, desde el momento en que el viraje al océano demostraba tener éxi­to. Rncontraron entonces un fundamento ideológico en sus aliados del con­tinente, en el calvinismo. La idea de un espacio absolutamente libre y sin fronteras enlazaba perfectamente con la idea calvinista de salvación, la seguridad de ser salvado, de pertenecer a un mundo distinto del corrompido destinado a perecer 50. Para un oceánico o «atlantista», el mundo co­rrompido es el del continente, en donde los hombres se matan por dispu­tarse el paisaje. En cambio, la vastedad del espacio líquido sin límites les parecía el ámbito natural de la paz, en el cual la competencia se reduciría a la mera empresa comercial. De esta convicción surgió la idea del domi­nio económico como dominio naval: Britannia domina las olas, por ende el comercio, por ende el mundo. Un imperialismo establecido sobre una existencia marítima significa prosperidad, civilización y humanitarismo. Eso cree el Leviatán, según Schmitt.
No obstante, los avances tecnológicos han desplazado esa capacidad oceánica. La geovisión aérea, entre otras, es capaz de contrarrestar la mo­vilidad naval y jaquear a la isla; la técnica amenaza con reducir al Leviatán a una figura del pasado 51. Schmitt no alcanzó a vislumbrar totalmente que el espíritu atlantista-calvinista insular había pasado a una «isla» mucho mayor y con inmensos recursos potenciales como lo es Norteamérica. Es aquí, precisamente, en donde la visión marítima heredada de Inglaterra se uni­rá a la nueva tecnología convirtiéndose, así, en principal potencia aeronaval. En 1942 Schmitt cree que la guerra continental está siendo ganada por Ale­mania y reafirma el éxito de la ofensiva marítima japonesa 52.
Aunque fue el Almirante Manan el teórico de la expansión del poder naval bioceánico de los Estados Unidos, más importante desde el punto de vis­ta ideológico es la influencia de Nicholas Spykman. De origen holandés, retoma la dualidad entre Europa y América como mundos diferenciados, proponiendo un cerco del Mundo Antiguo desde el Nuevo Mundo. En este último existen dos Américas, la anglosajona, unida, y la latina, fragmentada. Se hace necesario para los Estados Unidos la movilización de todos los recursos del continente americano en una lucha solidaria contra las potencias capaces de dominar, desde el occidente y el oriente, al Mundo Antiguo: Alemania y Japón. «El III Reich surgido revolucionariamente de la república alemana, se encuentra ahora empeñado en singular combate con Estados Unidos disputándose la hegemonía de Sudamérica, utilizando la técnica de guerra ideológica como una de sus armas». Spykman, al respecto, se lamenta de la oposición argentina a un panamericanismo activo: «Estados Unidos desea organizar un frente común contra Europa, y los argentinos desean que cada uno de los estados mantenga completa libertad de movi­mientos. He aquí la razón de que la campaña que dirige Estados Unidos y que se propone forjar la integración política del hemisferio, se haya con­vertido inevitablemente en una pugna por disputarse la simpatía de Sudamérica, como fase de la batalla para romper el cerco que el Mundo Antiguo pueda establecer sobre el Nuevo Mundo»
Bien visto, Spykman propone constituir un gran espacio donde no existan interferencias de los poderes del Mundo Antiguo, pero en muchos pasa­jes de su obra se manifiesta intervencionista, pues los Estados Unidos han de llevar su mensaje de libertad y democracia incluso mas allá del hemisferio. lista es la base de todas las actitudes en política internacional estadouni­denses luego de la Segunda Guerra Mundial, tal como se manifiesta en la intromisión, directa o indirecta, en los asuntos hemisféricos y en el inter­vencionismo global a través de la instrumentalización de organismos ta­les como las Naciones Unidas.
De este modo, desde una visión opuesta, geopolíticos como Spykman vienen a convalidar en sus escritos la validez de la teoría de los grandes espacios, si bien no limitada por una concepción acorde del derecho in­ternacional como Schmitt la preconiza. Mientras éste propone un derecho internacional adecuado que contemple las distintas regiones, los angloa­mericanos propugnarán un derecho internacional planetario, aceptado por la entera comunidad mundial.
Schmitt asiste, también, a una evolución del concepto de guerra. En su tesis fundamental de la relación amigo-enemigo, sostenía que la más extrema consecuencia de la hostilidad es la posibilidad de la aniquilación física del contrario. Agregaba que la guerra no es un estado normal ni común ni perpetuo de la existencia, ni tampoco es deseable, pues nada justifica, en última instancia, que los hombres se maten entre sí. «La guerra no es un fin o una meta o el contenido de la política real». En la actualidad señalaba— la guerra pretende hacerse para terminar con toda guerra, como ultima guerra que acabe con todas las guerras. Esta premisa transforma al conflicto en un hecho de particular intensidad e inhumanidad, pues coloca a la política como sierva de la moral; en esa pretendida «superación de lo político» se descalifica al enemigo trasformándolo «en un monstruo fe­roz que no puede ser derrotado solamente sino que debe ser destruido, es decir que ya no es un enemigo a encerrar en sus límites» 54.
También se diferencia la guerra terrestre de la marítima. En los espacios sólidos, el combate se da entre ejércitos dependientes de Estados Mayores que a su vez son ordenados por mandos políticos. Es una guerra entre estados. En la concepción marítima, los forjadores del estado han sido los privateers; el estado logrado no está acotado definidamente en sus límites, al no estar circunscripto por el paisaje. La guerra es una continuación de la empresa comercial, conducida por los poderes indirectos. A la mentalidad marítima le repugna la visión de las grandes batallas de hombres y material de la lucha terrestre, pero le parece natural y «pacífico» el bloqueo para rendir por hambre al enemigo o el bombardeo para quebrantar su moral, pues por su esencia misma no distingue entre combatiente y no combatiente. 55.
Pero también existe otro cambio significativo en la concepción de la guerra. Schmitt sostiene que el Estado determina el casus belli, puesto que es la entidad política decisoria. Sólo él puede demandar de sus miembros el extremo sacrificio de una guerra frente a un enemigo exterior. En ca­sos extremos, el estado puede decidir sobre el enemigo doméstico —Staatsfeind—, en el caso de que existan grupos armados internos que ame nacen la propia existencia del estado como entidad política. En el S. XX aparece la guerra revolucionaria de partidos, cuyo combatiente es el partisano, el que toma partido mas allá de los estados y sus reglas precisas de hacer la guerra (identificación del combatiente por uniforme, distinción entre civiles y militares, prohibición del uso de determinadas armas, etc.). La guerra partisana, ejercida dentro de las unidades políticas y detrás de las líneas enemigas, es una guerra de enemistad absoluta sin ninguna limitación, que encuentra justificación y sentido propio en la voluntad de llegar a las últimas consecuencias 56, una de las cuales es, como contra partida, la represión absoluta y las represalias.
Las consecuencias de la guerra partisana serán graves. La no definición de una línea divisoria amigo-enemigo compromete el orden y la seguridad de la entera sociedad. Esta guerra encuentra su máximo exponente en la guerrilla comunista, implementada por Lenin, Mao y otros teóricos, pero en última instancia reconoce orígenes occidentales a través de la interpretación marítima de la existencia, transformada por el marxismo en lucha de clases. No es casual la conexión de la guerra partisana con los poderes mundiales y el aprovechamiento de los recursos de la moderna industria de armamentos. A la mentalidad marítima la lucha partisana le parece una guerra de liberación, mientras que la terrestre la considera el peor acto de subversión Lo que resulta evidente es que al deterioro progresivo del estado consecuente a la última guerra mundial, le ha suce­dido una paralela disgregación de las estructuras sociales. El resultado es el juego incontrolado de grupos ideológicos armados —con apoyo o no de poderes foráneos o indirectos— en una etapa de resacralización salva­je como la actual.
Una de las complicaciones del sistema jurídico internacional, según Schmitt, se encuentra en los Tratados subsiguientes a la Paz de Versalles de 1919, cuando se introduce el tema de la responsabilidad de la guerra. La ruptura de la Pax Británica en la Gran Guerra fue sucedida por un mecanismo discursivo, la Sociedad de Naciones, que se preocupó mas de buscar las causas del conflicto que de restablecer el equilibrio perdido en él. Versalles anuló uno de los aspectos mas importantes del Derecho de Gentes europeo: la amnistía. Esta no es una mera disculpa ni una simple condonación de delitos; es una invitación al olvido por ambas partes, la victoriosa y la vencida, una vez caducada la situación anormal de guerra58. Sin amnistía, el conflicto se eterniza, y sólo puede terminar con el ani­quilamiento del último de los adversarios. Sabido es que la Segunda Guerra Mundial trajo como consecuencia un agravamiento del cambio de sentido de la guerra, pues medio siglo después de terminada aún siguen las ac­ciones punitivas.
Esta discriminación del adversario no existía desde la antigüedad. El recurso a una guerra justa retrotrae a los tiempos medievales, pero el tra­tamiento del enemigo como depositario del mal y criminal absoluto —con sus bienes y pertenencias— es propio de los antiguos imperios, como Asiría, donde todo lo que fuera hostis debía ser borrado del mapa. Queda a los estudiosos ver la influencia de estas antiguas concepciones del cercano oriente sobre el veterotestamentarismo y la de éste sobre el calvinismo que infisionó la mentalidad marítima, pero es evidente que la guerra cambió a partir de intromisiones ajenas al ius publicum europeo tradicional en con­flictos transformados en mundiales y totales 59.
Como ocurre con todos los intelectuales capaces de ver el acontecer con suficiente distancia, Schmitt se encontró en una difícil situación en los años de la guerra. Primero por su relación tirante con la dirigencia na­cionalsocialista, agravada por el hecho de que uno de sus íntimos amigos, Johannes Popitz, había estado entre los conjurados del atentado contra Hitler del 20 de julio de 1944 60. Wilhelm Ahlmann, otro implicado que acabó suicidándose, también era amigo de Schmitt, quien le dedicó Ex Captivitate Salus. Luego de la derrota de Alemania, encontró nuevas dificultades, esta vez por su colaboración con el régimen caído. Prisionero de los rusos en Berlín, fue dejado rápidamente en paz por éstos, pero cayó bajo los efec­tos de la desnazificación angloamericana, quienes le tuvieron internado en dos campos de concentración norteamericanos más de un año. Como muchos otros alemanes, Schmitt trató de deslindar responsabilidades; se definió como un «aventurero intelectual» que, no obstante, asumía los riesgos de un malentendimiento de su producción científica. Siempre devoto de su maestro Hobbes, arguyó que había apoyado y obedecido al estado — único medio de orden y protección— aunque sus libros ni figuraban en la lista de tex­tos aprobados por el régimen 61.
Luego reconocería: «siempre he vuelto a caer en el engaño. Siempre me escapé» y también: «conozco las listas negras, con nombres y mas nom­bres, y los ficheros de los perseguidores» 62. En los duros años de la pos­guerra, Schmitt se vio obligado a subsistir escribiendo simples manuales de Derecho. En 1947, absuelto pero marginado, se retiró a silencio.

UNIDAD DEL MUNDO Y LIBERTAD DE LOS PUEBLOS.

Por fortuna, Schmitt tenía amigos, incluso en España, donde se refugiara varias veces, en nuevas aventuras intelectuales. Los aliados de ayer cían los enemigos de hoy, y la guerra fría estaba en su punto álgido. El, a pesar de todo, renombrado Kronjurist se planteaba ahora el tema de la unidad del mundo. Si el dualismo es malo —sostenía— no es menos cierto que la unidad mundial definitiva que resulte de la victoria plena de uno de los dos rivales —EE.UU. y la URSS— no implica la resolución de ningún problema. Aceptando la posibilidad de una posición alternativa a la bipolaridad, sostenía que los números impares son preferibles a los pares, pues permiten el equilibrio. No obstante, sí es cierto que el mundo puede ser unificado por la técnica, y como ésta es neutra pero el ser humano no, la coincidencia entre mundo y humanidad podría terminar con el autoaniquilamiento. Presupuesto ello, Schmitt se pregunta si es posible una «organización unitaria del poder humano, con el objeto de planificar, di­rigir y dominar la tierra y la humanidad» 63, es decir si puede el planeta ser políticamente unipolar. Cristiano al fin, su respuesta es que una posi­bilidad tal presupondría el fin de los tiempos, la detención de la historia, o bien la transición a una nueva multipolaridad.
En los últimos años, esta idea de un «fin de la historia» —un momen­to en que las ideologías terminen y los hombres se dediquen simplemen­te a consumir y entregarse al ocio tecnológico— ha estado muy en boga. Pero también se ha presentado de manera cruda la emergencia de conflictos, no ya entre grandes conjuntos de naciones sino de «baja intensidad», eu­femismo con que se enmascara la tragedia de las guerras regionales, reli­giosas e interétnicas. En todas las ciudades del mundo se teme a la vio­lencia difusa, esa suerte de virus que no se sabe bien qué agente lo pro­voca. ¿Puede terminar el conflicto? Un mundo que destruya la dicotomía amigo-enemigo por ser un orbe pacificado —sostiene Schmitt— sería un mundo sin política. El ser humano entonces perdería su condición de animal político, dejaría de ser tal. Por ello, si existiera un mundo unipolar, don­de el planeta todo estuviera formado por una sola humanidad sin fronte­ras, o fuera una federación de estados, no existirían ya guerras en el sen­tido clásico, sino revoluciones. Toda guerra sería guerra civil, con sus nefandas características y consecuencias.
Por otra parte, el mesianismo tecnológico occidental ha infisionado el planeta entero. «La tecnificación y la industrialización —acepta Schmitt— son hoy el destino de nuestra tierra... pero no se abre ningún cosmos ni se oye ninguna llamada o challenge... el desencadenamiento de la técnica antes encierra a los hombres que les abre nuevos espacios» 64. La propia técnica ha contribuido a quebrantar el orden de los estados nacionales en favor de los estados mundiales, cuya expresión mayor fue el mundo bipolar en donde existían sólo dos centrales de soberanía ilimitada, los Estados Unidos y la Unión Soviética. Pero tampoco ese status permitió pluralidad alguna. «De los estados mundiales se aspira al estado mundial, al orden terrestre o global» 65. Esta afirmación puede o no ser compartida. ¿Se con­cretará esta última etapa?
No obstante la fuerza unificadora y homogeneizadora de la técnica y de las formas económicas, la sociedad terrestre aún no está preparada para un mundo unipolar, o quizá no quiera jamás formar parte de algo seme­jante. Hace más de treinta años, Schmitt se preguntaba cómo se solucio­naría la contradicción entre el dualismo de la guerra fría y el pluralismo de los grandes espacios. ¿Se agudizaría el dualismo o se formarían una serie de grandes espacios autónomos equilibrados entre sí para, de este modo, lograr un orden estable de paz? 66. La caída del Muro de Berlín —que Schmitt no alcanzó a ver— y la disolución de la URSS en sus componen­tes nacionales, la Comunidad de Estados Independientes, ha terminado, de momento, con la dualidad oeste-este y el bipolarismo.
¿Supuso esto el paso a un mundo unipolar? ¿Existió realmente un ven­cedor real de esta confrontación? Aparentemente, occidente y sus postu­lados demoliberales, su propuesta de economía de mercado planetaria y vida hedonista, habían resultado triunfantes. La subsiguiente Guerra del Golfo no hizo mas que confirmar aquella afirmación de Schmitt cuarenta años antes, cuando señalaba: «Al ser convertida hoy día la guerra en una acción policial contra alteradores de la paz, criminales y elementos antisociales, también es preciso aumentar la justificación de los métodos del police bombing (la geovisión aérea con modernos medios de destruc­ción) de modo que se está obligado a llevar hasta un extremo abismal la discriminación del adversario» 67.
La situación internacional actual vuelve a poner sobre el tapete la cuestión de la formación espiritual del mundo anglosajón, particularmente de los listados Unidos —como gobierno antes que como nación—, fuente y modalidad de las mayores decisiones políticas de hoy. Aceptemos que esta espiritualidad deriva del puritanismo desviado. Preocupada por la conse­cución del éxito material, esta doctrina condujo a un pragmatismo utili­tario, acompañado en la práctica de un determinismo moral formal. El veterotestamentarismo se convirtió no sólo en fuente religiosa sino en doc­trina política que, unida a la teoría calvinista de la predestinación, reno­vó un determinismo moral de tipo maniqueo. Los fines materiales de cual­quier acción se identificaron con la virtud, la política fue puesta al servi­cio de los negocios, y se justificó uso y abuso.
En política internacional, terminó de consagrar el panintervencionismo norteamericano, claramente evidenciado en situaciones como la Guerra del Golfo, en el concepto angloamericano de represalia, y en el bloqueo de Cuba. Las contradicciones, o el cinismo, de esta política puritana se ma­nifiestan en la carta del Departamento de Estado norteamericano a la ONU respecto del caso cubano cuando señala que «el bloqueo de Cuba por los EE.UU. no es materia de discusión en la ONU... cada gobierno tiene el derecho y la responsabilidad de elegir al gobierno que mas le conviene para sus relaciones comerciales y políticas» 68.
Todo esto nos retrotrae al tema de la justicia o injusticia del accionar de los actores políticos. La pretensión de una guerra justa exaspera la dicotomía entre valor y sin valor: la lógica de este pensar en valores con­vierte automáticamente al enemigo concreto en una lucha abstracta con­tra un sinvalor. El hombre actual está muy determinado por este razona­miento. El que representa el sinvalor no tiene ningún derecho frente al que detenta el valor, y todas las categorías del ius publicum internacional clásico naufragan frente a la lógica de un conflicto entre valor y sinvalor 69. Un bloqueo no significa matar de inanición y enfermedades a hombres, mujeres y niños, sino actuar sobre un sinvalor. Aquellos que ven una guerra quirúrgica a través de las pantallas de televisión no asisten a un hecho donde muere gente concreta y se destruyen edificios, sino donde se ataca a un sinvalor. La Justicia —con mayúscula y no referida a algo o alguien en particular— no es un bien, es un Moloch.
Sería propio de una conducta irresponsable no derivar que semejante situación genera reacciones de signo semejante. A un control absoluto y punitivo de la vida de los pueblos le sucede como respuesta el terrorismo —dotado hoy día de modernos medios tecnológicos—, donde la línea amigo-enemigo se transforma en una división entre fiel e infiel, así como el re­surgir violento de los elementos básicos que conforman una comunidad: pertenencia cultural y etnolingüística, religión y forma de vida. El estado nación clásico está terminado; han fenecido los nacionalismos, pero emergen con fuerza las nacionalidades y los regionalismos.
El extremo oriente encuentra su conformación en lo que mas se ase­meja al viejo proyecto japonés de la Gran Asia, el Islam —donde las fron­teras nacionales coinciden con las de la religión— está en un creciente proceso de fundamentalización. Rusia, siempre una gran potencia, es im­previsible. Europa asiste atónita a la guerra mas cruenta en su territorio desde la Segunda Guerra Mundial, la lucha interétnica en los Balcanes. El ejemplo de la crisis balcánica es el más ilustrativo de lo que acontece en el presente, este sinceramiento de la historia.
El mapa de Europa ha cambiado mucho en poco tiempo. Naciones como Croacia, Eslovenia, Serbia, Macedonia, Eslovaquia, la República Checa, los Estados Bálticos, nos retrotraen al panorama político anterior, en algunos casos, a 1945 y, en otros, a 1918. En los hechos, Europa ha tenido que aceptar que, al colapso del régimen comunista en la URSS y las democracias po­pulares, no sólo ha sucedido un reacomodamiento ideológico sino también geopolítico. Una cantidad de pueblos (naciones en el sentido real) sin estado han buscado reencontrarlo o encontrarlo. No se podía celebrar el fin del comunismo y de la guerra fría sin pensar que las fronteras diseñada: por la Unión Soviética y sus aliados de 1945 no debían ser revisadas.
Después de Yalta, toda Europa había tenido un rol de segundo orden en la política internacional; ni Gran Bretaña, ni la Francia gaullista, ni menos aún la semiocupada Alemania, estaban en condiciones de crear una polítlca exterior europea. De repente, el fin del bipolarismo pone a los países del Viejo Continente en un papel protagónico para el cual no estaban suficientemente preparados. Significativamente, fue Alemania la primera que, con su reconocimiento de Croacia en 1991, inauguró esta nueva situación, Tanto los EE.UU. como gran parte de la CEE no querían ver el problema balcánico con ojos realistas; seguían aferrándose al sostenimiento de una Yugoslavia unida sin considerar que ésta era una ficción. Francia, Gran Bretaña y los EE.UU. asumieron un rol protagónico en la creación del estado yugoslavo en la mesa de negociaciones de Versalles y el Trianón en 1919 y 1920. Aceptar el desmembramiento de Yugoslavia y la creación de pequeñas naciones significaba admitir que la nueva situación geopolítica europea echaba por tierra el orden de los vencedores de la Gran Guerra. Y, como inspirados por el ejemplo croataesloveno, otros países europeos empezaron a acomodarse geopolíticamente, con el expreso o tácito apoyo germano, en la Mitteleuropa.
Asimismo, es importante destacar que el propio Schmitt se daba cuenta en los sesenta que la era del Estado como modelo de unidad política es-taba terminando y, con ella, se destronaban cuatrocientos años de trabajo espiritual y de ciencia del Derecho político y del Derecho internacional70. Se dio de lado con el estado pero efectivamente no se le reemplazó por nada. Ya no hay unidad real dentro de la vieja carcaza del estado, abrumadas las sociedades nacionales por los graves problemas de inmigración, la homogeneización cultural a través de los medios masivos de comunicación planetaria y las modas caprichosas y cambiantes. En el orden internacional, los grandes organismos, como las Naciones Unidas, tampoco demuestran tener unidad a la hora de enfrentar la conflictiva realidad. Por todos lados aparecen fuerzas de reacción, negadoras del proceso de globalización for­zada, no obstante la evidente uniformidad económica y tecnológica que abarca casi todo el orbe.
En definitiva, los acontecimientos vertiginosos de los últimos años no han hecho mas que convalidar la vigencia de los grandes espacios de los que hablaba Schmitt. Al punto tal que especialistas como Ernst Nolte, Walter Lacqueur y Samuel Huntington, entre otros, ya preanuncian una era de conflictos entre civilizaciones, basados en un choque de culturas. Para el primero, el fin de la gran guerra civil mundial puede abrir el camino a múltiples y sangrientas guerras civiles localizadas. Tanto Lacqueur como Huntington encuentran, en sendos escritos de 1993, la posibilidad de fu­turos challengers —capaces de amenazar al Occidente y la paz del mun­do entero—, especialmente la extrema derecha rusa y el Islam militante. Prueba irrefutable de que aún estamos lejos de un mundo unipolar y un «nuevo orden planetario». De momento, pareciera que vivimos un perío­do de transición signado por un mundo dinámico y bastante caótico, ni unipolar ni multipolar sino apolar, donde se estuvieran constituyendo una serie de grandes espacios.
En 1941 el Ministro de Asuntos Exteriores de los Estados Unidos, Henry Stimson, dijo que la Tierra era demasiado pequeña para dos sistemas con­trapuestos, y Schmitt le contestó: la Tierra siempre será mayor que los EE.UU. y todavía hoy es suficiente para alojar a varios espacios grandes, en cuyo ámbito puedan defender su sustancia y peculiaridades históricas y espirituales. Mas de medio siglo después, la Tierra demostró seguir siendo mas grande que el Imperio Británico, que el III Reich, que el Sol Naciente, que la URSS y el oriente comunista, y mayor también que el occidente estadounidense y que cualquier otro poder. Mientras existan hombres existirá diversidad, siempre habrá pueblos capaces de cohabitar pacíficamente, acep­tando quizá cierto grado de uniformidad tecnológica, pero sin resignarse a hacer concesiones de identidad ni de intereses. Todo aquel que preten­da un mundo unipolar homogéneo e indiferenciado encontrará resistencia Quien pretenda el dominio del Nomos del planeta deberá recordar a Shakespeare: Míos serían los espacios infinitos... si no tuviera malos sueños

Horacio Cagni.
Buenos Aires, Diciembre de 1994

Nota bene: Queremos agradecer aquí la colaboración de Arnoldo Struhart —incan sable difusor de Schmitt en nuestro país—, de Eduardo Anciiorena y del Prof. Jorge Dotti (UBA), de Argentina. Asimismo a los Profesores Marco Tarchi (Universidad de Florencia y Alessandro Campi (Universidad de Perugia) de Italia, y a la Biblioteca de Catalunya de Barcelona (España).

 

NOTAS

1 Una de las motivaciones para realizar el presente trabajo es, precisamente, realizar un aporte a la producción de y sobre SCHMITT que ha hecho eclosión en Europa. Nos ha animado a ello las opiniones compartidas con colegas europeos, sobre todo italianos. En Italia ha de destacarse la contribución hecha a los estudios schmittianos por publicacio¬nes como Trasgressioni, dirigida por MARCO TARCHI, y Behemot, dirigida por ANTONIO CARACCIOLO. Especial consideración merece ALESSANDRO CAMPI, quien además de dirigir la revista Futuro Presente, ha editado dos recopilaciones de escritos de SCHMITT, la última L'Unitá del Mondo e altri saggi. A Pellicani, Roma 1994. De ellas hemos tomado algunos artículos de SCHMITT en italiano que no teníamos y nos sirvieron para este volumen. Es de destacar además la labor de ALAIN DE BENOIST en Francia, y del belga PIET TOMMISSEN, quien ha compilado varias bibliografías de SCHMITT y está actualmente completando una bibliografía definitiva. En Alemania, es GÜNTHER MASCHKE quien está abocado a la tarea de una edición completa de la obra schmittiana. En España, han sido reeditados El Concepto de lo Política, La Defensa de la Constitución y La Dictadura, y han salido a la luz Hamlet y Hécuba y Sobre el parlamentarismo en los últimos tres años. Era necesario que un tema tan actual como el pensamiento de SCHMITT alcanzara a nuestras latitudes, donde se le conoce poco y generalmente mal.
2              El concepto de lo político, Folios Ed., Buenos Aires, 1984, p. 22-23. Cuando en las notas sigue un libro sin especificación de autor es que pertenece a CARL SCHMITT.
3        Ibidem, p. 25.
4        Ibidem, p. 50-51.
5        Legalidad y Legitimidad, Struhart & Co., Bs. As., 1994, p. 110. Por poder indirecto SCHMITT entiende «el poder que se ejercita sin riesgo propio y por medio de poderes temporales. Es propio de un poder indirecto perturbar la plena coincidencia entre mandato estatal y peligro político, poder y responsabilidad, protección y obediencia y, amparado en la irresponsabilidad de un gobierno indirecto, obtener todas las ventajas, sin asumir los peligros del poder político». El Leviathan en la Teoría del Estado de Thomas Hobbes, Ed. Struhart & Co. Buenos Aires, 1990, p. 77.
6              Hacia el Estado Total, «Revista de Occidente», IX, XCV, Madrid, 1931, p. 145 y ss. Al respecto dice SCHMITT: «Un complejo económico de amplitud tan grande como la que hoy presenta la economía pública en Alemania necesita, por lo menos, un cierto plan, por muy alejados que queramos permanecer de una economía socialista ... un Parlamento que sólo es escenario y reflejo de un estado pluralista de partidos en coalición lábil, difícilmente será capaz de desarrollar un plan semejante, pues éste exige una consecuencia y continui dad que no cabe contar en la actual situación de mayorías y partidos». Defensa de la Conslitución, Labor, Barcelona, 1931, p. 115.
7        L'era de la política intégrale, «Lo Stato», VII, 1936, p. 193-196. Incluido en este volumen
8        Die geistesgeschichtliche Lage des heutigen Parlamentarismus, Dunker & Humblot, München/Leipzig, 1923, p. 65.
9 La categoría del «Führer» come concetto fondamentale del diritto socialnazionalista, en Scritti Político Giuridici 1933-1942, Bacco & Arianna, Perugia, 1983, p. 41.
10 Der Führer schütz das Recht. «Deutsche Juristen-Zeitung», 39 Jahrg, Heft 15, 1934, p. 945-950. El escrito schmittiano sonaba a convalidación de las palabras de HERMANN GÖRING el 13 de julio: «Todos nosotros aprobamos siempre lo que hace el Führer».
11 Al respecto MOSSE, GEORGE: Intervista sul Nazismo (a cargo de MICHAEL LEDEEN), Cap. V, Laterza, Roma/Bari, 1977.
12      Ver MAU, H. y KRAUSNICK, H.: Le National-Socialisme. Allemagne, 1933-1945, Casterman, Tournai, 1962, p. 53.
13      Al respecto FUALKOWSKI, JÜRGEN: La trama ideológica del Totalitarismo, Tecnos, Madrid, 1966, p. 163 y ss.
14      Starker Staat und Cesunde Wirtschaft, en «Volk und Reich», 1933, cit., en NEUMANN, FRANZ: Behemot. Pensamiento y Acción en el Nacionalsocialismo, F. C. E., México, 1943, p. 70.
15 La dottrina del diritto nel fascismo e nel nacionalsocialismo, «Lo Stato» VII, 1936, p. 299-300, en L'unitá del mondo e altri saggi, A Pellicani, Roma, 1994, p. 148. Incluido en este volumen.
16 Compagine statale e crollo del Secondo Impero, en Principii politici del nazional-socialismo, Sansoni, Firenze, 1935, p. 115.
17 Stato, movimento, popólo, en id. ant., p. 185. Respecto del reemplazo de las «elecciones» por la «selección» y del principio de unidad en el líder, SCHMITT exigía la identifi cación positiva entre el jefe y sus seguidores, pues «sólo la identificación absoluta puede impedir que el poder del Führer se torne tiranía y autocratismo». Ver HOFER, WALTER: El Nazismo, 1933-1945, Diana, México, 1963, p. 40.
18 NOLTE, ERNST: I tre volti del Fascismo, Mondadori, Milano, 1974, p. 55.
19 Die geistesgeschichtliche Lage des heutigen Parlamentarismus. SCHMITT sostenía que el moderno Parlamento era un aparato vacío, indefenso ante los embates de movimientos ideológicos como el bolchevismo y el fascismo. El Parlamento ha sustituido el poder por la discusión, perdiendo sus fundamentos y sentido primigenios. Véase: BENDERSKY, JOSEPH: Carl Schmitt. Theorist for the Reich, Princeton Univ. Press, 1986, p. 67 y ss.
20      La ley del 19 de agosto de 1934, desaparecido el Presidente HINDENBURG, reunió las funciones de jefe de estado y jefe de gobierno en la misma persona del Führer, a través de un plebiscito que fue apoyado por una declaración de representantes de la ciencia y la cultura. Esta declaración fue firmada, entre otros, por CARI. SCHMITT, MARTIN HEIDEGGER, NICOLAI HARTMANN, EUGEN FISCHER, WERNER SOMBART, H. MARTIUS, KARL HAUSHOFER y J. PETERSEN.
21      Cit. en HOFER; op. cit. p. 86-87.
22      BENDERSKI, J.: op. cit., p. 203, cita la carta del 22/4/1933 de HEIDEGGER invitando a SCHMITT.
23      Fräukische Tageszeitung, 3/10/1936 —también Die deutsche Rechtwissenschaft im Kampf gegen den jüdischen Geist. «Deutsche Juristen-Zeitung», 41 Jahrg, Heft
24, 1936,p. 1453/6—, cit. en MOSSE, GEORGE.: La Cultura Nazi, Grijalbo, Barcelona, 1970, p. 163.
24      Al respecto, véase: W. F. HAUG (Hg.): Deutsche Philosophen 1933. Argument, Hamburg, 1989, p. 24. También LAUGSTIEN, THOMAS: Philosophie Verhältnisse in deutschen Faschismus, Argument, 1990, p. 100.
25      Viajaron a Italia ese año en distintas ocasiones HEIDEGGER, SCHMITT, HAUSHOFER, HEYSE,LÖWITH y VON SRBIK, siempre con la invitación de GIOVANNI GENTILE, el filósofo oficial del régimen fascista. La lista de personalidades y su temario respectivo en FARÍAS, VÍCTOR: Heidegger y el Nazismo, Muchnik Ed., Barcelona, 1989, p. 331.
26            Al respecto: FARÍAS, VÍCTOR: op. cit., p. 261-262.
27      HERF, JEFFREY: IL Modernismo reazionario. Tecnología, cultura e política nella Gemania di Weimar e del Terzo Reich. II Mulino, Bologna, 1988, p. 174 y ss.
28      El Concepto de lo Político, cd. cit., p. 88-89.
29 BRACHER, KARL D.: La dictadura alemana, Alianza, Madrid, 1973, T. I, p. 336-337. BRACHER detesta a SCHMITT y abunda en juicios negativos sobre él.
30        La Neutralización de la Cultura, «Revista de Occidente», VII, LXXX, 1930, p. 220.
31            Romantisme Politique, Librairie Valois, París, 1928, p. 148.
32      Ibidem., p. 149. Respecto del «mito victorioso» engendrado por la guerra de liberación alemana contra NAPOLEÓN, véase MOSSE, GEORGE, La Nazionalizzazione delle Masse, Il Mulino, Bologna, 1975.
33      WALTER LACQUEUR, según BENDERSKY, op. cit., p. 59.
34 M NEUMANN, FRANZ, op. cit., p. 65-66; BRACHER, KARL D.: op. cit., T. 1, p. 311.
35 FIJALKOWSKI, JÜRGEN, op. cit., p. 236-237.
36 La Dictadura, Ed. Revista de Occidente, Madrid, 1968, p. 182-183.
37 Stato Totalitario e Neutralitá Internazionale, «Lo Stato», IX, 1938, en Scritti Político Giuridici, ed. cit., p. 71. Incluido en este volumen.
38      NEUMANN, FRANZ, op. cit., p. 181 y ss.
39      Nacionalsocialismo y Derecho Internacional, Nueva Época, Avila, 1938, p. 35. Incluido en este volumen.
40      Al respecto MORGENTHAU, HANS: La lucha por el poder y por la paz. Sudamericana, Buenos Aires, 1963, Parte Tercera, IX y X. Considérese la actual posición de los EE.UU. en América, Alemania en la CEE., Rusia en Eurasia o Japón y China en el Extremo Oriente.
41      RATZEL, HAUSHOFER y otros: Antología Geopolítica. Pleamar, Bs. As., 1965,  p. 44. «El espacio amplio —decía RATZEL— conserva la vida».
42      DORPALEN, ANDREAS: Geopolítica en acción. El mundo del Gral. Haushofer, Pleamar, Buenos Aires, 1982, p. 77 y ss. («Poder y Espacio», de HAUSHOFER) y p. 97 y ss. («Oceanismo vs. Continentalismo», de HAUSHOFER).
43            El concepto de Imperio en el derecho internacional. «Revista de Estudios Políticos», Madrid, enero de 1941, año I, n° 1, p. 87. Incluido en este volumen.
44 Al respecto, NOLTE, ERNST: Dramma dialetíico o tragedia? La guerra civile mondiale e altri saggi, Settimo Sigilo, Perugia/Roma, 1994.
45 Cambio de estructura del derecho internacional, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1943, p. 11. Incluido en este volumen.
46 La lotta per i grandi spazi e l'illusione americana, «Lo Stato», XIII, 1942. En Scritti Político Giuridici, ed. cit., p. 117-118. Incluido en este volumen.
47 BENDERSKY, J., op. cit., p. 254. También lo reconoce BOGDAN, HENRY: La Historia de los países del Este, Ed. Vergara, Buenos Aires, 1991, p. 219 y ss.
48 BENDERSKY, J., op. cit., p. 262. SCHMITT había escrito algunos artículos en Das Reich, la publicación creada por JOSEPH GOEBBELS en 1940 con fines de propaganda de guerra de alto vuelo, pero no le valió para alejar las sospechas de él.
49 Tierra y Mar. Consideraciones sobre la historia universal. Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1952, p. 41. Para SCHMITT es de vital importancia el que la conquista del océano por Inglaterra presupone el desarrollo de la guerra marítima, con sus nociones propias de enemigo y botín, y la débil o carente línea divisoria entre pirata y corsario. En vez, en el gran teórico de la guerra, CLAUSEWITZ, «en su apego existencial al estado militar y continental de Prusia se puede ver cierto límite, para no decir estrechez» de su pensamiento político. Clausewitz como pensador político, Ed. Struhart & Co., Buenos Aires, 1985, p. 79.
50 Tierra y Mar, ed. cit., p. 87. Respecto de la conexión entre el Leviatán y el veterotestamentarismo, a través del pietismo y otras manifestaciones, véase El Leviathan en la Teoría del Estado de Thomas Hobbes, ed. cit., p. 59.
51      El Leviathan en la Teoría del Estado de Thomas Hobbes, ed. cit., p. 81. HAUSHOFER también sostiene que el arma aérea y la técnica moderna han superado las ventajas de la insularidad. Ver DORPALEN, ANDREAS, op. cit., p. 226 y ss.
52      La lotta per i grandi spazi e l'illusione americana, ed. cit., p. 115.
53 SPYKMAN, NICHOLAS J.: Estados Unidos frente al mundo, F. C. E., México, 1944, p. 201 y 352.
54      El concepto de lo Político, ed. cit., p. 33.
55      El Leviathan en la Teoría del Estado de Thomas Hobbes, ed. cit., p. 79. Tierra y Muí, ed. cit., p. 92.
56      Teoría del partisano, en El Concepto de lo Político, ed. cit., p. 154.
57      Para un común denominador de la violencia bélica en naciones y revoluciones, como «retorno al caos» y manifestación social paroxística, véase CAILLOIS, ROGER: La cuesta de la guerra, F. C. E., México, 1973, esp. Segunda parte, V, VI y VII.
58      La guerra civile fredda. «II Borghese», n" 21, 1949 (Título original: Amnestie. Die Kraft des Vergessens). Incluido en este volumen.
59      F. J. P. VÉALE señala al respecto: «The entry of the USA and the Soviet Union accelerated the head long decline of civilized warfare, since, as non european powers, neither felt in any way bound to observe the rules of civil war adopted by the european aborigines». Advance to Barbarism, Nelson Pub. Co., Appleton, Winsconsin, 1953, p. 128.
60      BENDERSKY, J., op. cit., p. 263. POPITZ nunca le participó a SCHMITT en qué cosa estaba.
61            Ibidem, p. 269.
62            Ex Captivitate Salus, Struhart & Co., Buenos Aires, 1994, p. 83 y 87.
63 La unidad del Mundo, Ateneo, Madrid, 1951, p. 16. Incluido en este volumen.
64            La tensión planetaria entre Oriente y Occidente y la oposición entre tierra y mar, «Revista de Estudios Políticos», Madrid, Mayo-Junio 1955, T. 54, n° 81. Incluido en este volumen
65      JÜNGER, ERNST, «El Estado Mundial: organismo y organización», en ¿Dónde estamos hoy?, a cargo de varios autores. Tribuna Rev. de Occidente, Madrid, 1962, p. 267.
66      El orden del mundo después de la Segunda Guerra Mundial, «Instituto de Estudio Políticos», Madrid, 1962, p. 35. Incluido en este volumen.
67 El Nomos de la Tierra, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1979, p. 427. GUNTHER MASCHKE define la Guerra del Golfo como «la forma de guerra típica del pacifismo contemporáneo». Cit. por ALESSANDRO CAMPI en la introducción a L'unitá del mondo e altri saggi, ed. cit., p. 51.
68 En: MURRAY, MARY: Cruel & Unusual Punishment. The U.S. blockade against Cuba, Ucean, Melbourne, 1993, p. 25.
69 La tiranía de los valores. «Revista de Estudios Políticos», Madrid, Enero-Febrero 1961 n° 115, p. 75.
70 La noción de lo político, «Revista de Estudios Políticos», 132, Madrid, noviembre -diciembre 1963, p. 6.