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La quimera del progresismo

 

VVAA

(Caponnetto. Casaubón. Pithod. Buela. García Vieyra. Poradowski. Saraza. Castellani. Caturelli. A. Saenz. R. Saenz. Ferro)

La quimera del progresismo - Varios Autores - (Caponnetto. Casaubón. Pithod. Buela. García Vieyra. Poradowski. Saraza. Castellani. Caturelli. A. Saenz. R. Saenz. Ferro)

387 páginas
Editorial Cruz y Fierro
1981

Encuadernación rústica
 Precio para Argentina: 40 pesos
 Precio internacional: 12 euros

La herejía progresista se presenta como un fenómeno multiforme y debe ser encarada desde varias perspectivas.
Históricamente, reconoce su antecedente inmediato en el Modernismo condenado por San Pió X a principios del siglo. Desde Europa pasó a América y sus contenidos nutrieron los cuadros de varios movimientos heterodoxos entre ellos, el de Sacerdotes para el Tercer Mundo, cuya falacia corrió paralela a su nocividad.
El progresismo adulteró las Escrituras y el dogma; elaboró una teología antropocéntrica e inmanente; instrumen­tó la pastoral con fines políticos y tendió sobre el rostro de la Iglesia un manto de culpa y de inferioridad.
Introdujo una óptica horizontalista y terrena en el tratamiento de los problemas humanos. Preñado de economicismo y de sociologismo, agotó la descripción causal de los males en sus motivos materiales, sin querer ver las razones que nacen del Pecado Original y de la Apostasía, y menos aún de la presencia satánica en el mundo.
La promoción social y el cambio de estructuras fue­ron las únicas terapias propuestas con interesado frenesí. La Revolución reemplazó a la Salvación, la lucha guerrillera a la militancia en el Buen Combate.
Minimizado el Comunismo como enemigo real de Cristo y de Occidente, tendió alianzas por doquier con sus representantes y sicarios. Fue su socio y su cómplice, y es muy difícil no responsabilizarlo también de su perversidad intrínseca, sembrada impunemente.
El Progresismo adhirió a los postulados clasistas, socialistas" y populistas, renunciando a la idea tradicional de la CIUDAD CATÓLICA. Nada le es más distante que la Realeza de Cristo. Nada le es menos comprensible que la Iglesia Triunfante.
Relecturas del Evangelio, teologías liberadas, psicoanálisis en los conventos y confesionarios vacíos; sacerdotes proletarios y violencia terrorista; desfiguración sacramental y litúrgica, catequesis Ideológicas y ecumenismos vergonzantes; el Progresismo lo probó todo, lo holló todo, lo desacralizó todo.
El gran mérito de este libro es que encara el fenómeno atendiendo a su multiformidad característica de la que hablábamos. Con el común denominador de la fidelidad inquebrantable al Magisterio de la Iglesia y la no menos inquebrantable certeza de que las puertas del Infierno no prevalecerán sobre ella.
Sus autores convergen en el Principio y en el Fin. Y desde sus respectivas especialidades logran un análisis casi exhaustivo, quizás el más completo que se haya hecho sobre el tema.

 

ÍNDICE


Pbro. Carlos M. Buela: Proemio galeato ..     
I Antonio Caponnetto: Aportes para una historia del modernismo en la Argentina ....      9
Carlos M. Buela: Vaciamiento de la Sagrada Escritura            37
Alberto García Vieyra: Esencia de la herejía progresista          73
Miguel Paradowski: Teologías latinoamericanas de la liberación         125
Carlos Saraza: Liberación de la teología ..   153
Leonardo Castellani: Tercero Mundo             197
Alberto Caturelli: Progresismo y ateísmo ..   203
Alfredo Sáenz: Desacralización de la liturgia  229
Ramiro Sáenz: Fracaso de la pastoral progresista       251
Jorge Norberto Ferro: Algunas consideraciones sobre literatura y modernismo          299
Juan Alfredo Casaubón: "Syllabus" de los principales errores progresistas, en sus variantes burguesas y marxistas    313
Abelardo Pithod: Jansenismo y progresismo 355
Bibliografía sobre el modernismo        379             

LOS AUTORES

Antonio Caponnetto: Profesor de Historia. Investigador del Instituto de Ciencias Sociales (ICIS) del Conicet-Fades. Es autor de: Las falsificaciones históricas, Crisis y posibi­lidades en la enseñanza de la Historia, Pedagogía y Educa­ción, La contaminación de la cultura por lo pseudoespiritual, etc. Colabora en distintas publicaciones. R. P. Car­los M. Buela: Ex-Superior y Profesor del Seminario San Carlos Borromeo de Rosario. Se desempeñó como Profe­sor de Teología, Sagrada Escritura y Dogmática en el Ins­tituto Superior de Cultura Católica de Rosario, en la Uni­versidad Católica Argentina y en el Seminario de San Isídro. Es asesor diocesano de los Profesionales de Acción Católica del Partido de San Martín, Capellán auxiliar del Liceo General San Martín y Párroco de Nuestra Señora del Rosario de Villa Progreso, Pcia. de Bs. As. Es autor de numerosos trabajos, entre los que se destaca el valioso atecismo de los Jóvenes. R. P. Alberto García Vieyra O. P.; Doctor en Teología. Se desempeñó como docente en el Instituto del Profesorado de Superiores Mayores en la Universidad Católica de Cuyo y en los Seminarios de Rosario y Paraná. Algunas de sus publicaciones son: Ensayos de Pedagogía, Política educativa, Los padres del desierto, Los dones del Espíritu Santo, El Paraíso o el pro­blema de lo sobrenatural, etc. R. P. Miguel Ángel Poradowsky: Sacerdote polaco exilado en Chile desde 1950. Se doctoró en diversas disciplinas en Francia, cursando igualmente estudios superiores en España. Además de teólogo y filósofo es Doctor en Economía y en Ciencias políticas y sociales. Entre sus obra se destacan: El Mar­xismo en la teología, Sociología del Protestantismo, etc. Carlos Saraza: Publicista y conferencista dedicado a los problemas de Doctrina Social de la Iglesia y a las rela­ciones del poder temporal con el eclesiástico. Ha dictado varios cursos en la capital y en el interior del país, cola­borando en distintas publicaciones periodísticas. R. P. Leonardo Castellani. S. J.: Sacerdote recientemente falle­cido de conocida trayectoria y eminente personalidad. Teólogo, filósofo, poeta, ensayista, crítico literario, narra­dor y periodista, ha dejado mas de cincuenta libros exi­mios, en los que se puede seguir su genio y estilo singu­lar, su erudición y sapiencia pocas veces alcanzada en la Iglesia y en la Argentina. Alberto Caturelli: Doctor, en Filosofía. Profesor titular de la Universidad Nacional de Córdoba. Investigador del Conícet. Presidente de la Co­misión Ejecutiva del Congreso Mundial de Filosofía Cris­tiana. Autor de prestigiosos escritos como: El hombre y la Historia, La Filosofía, El filosofar como decisión y compromiso, Metafísica de la integralidad, La Filosofía de Michele Sciacca, Donoso Cortes: ensayo sobre su filosofía de la historia, América bifronte. Juicio critico a Jean Piaget, y muchos más. R. P. Alfredo Saenz S. J.: Licen­ciado en Filosofía y Doctor en Teología en Roma. Profe­sor de Filosofía y Teología en el Seminario Arquldiocesano de Paraná. Ha escrito diversos trabajos entre los que sobresalen: Eucaristía, sacramento de unidad, Cristo y las figuras bíblicas, Misterio de Cristo y Misterio de Culto, San Miguel, el arcángel de Dios, La magnanimidad La música sacra y el proceso de desacralización, etc R. P. Ramiro Sáenz: Sacerdote perteneciente a la diócesis de Mendoza. Entregado a la acción parroquial y pastora —principalmente en los grupos juveniles—, a la labor docente y a la investigación teológica. Es docente univer­sitario y colaborador permanente en distintas publicacio­nes. Jorge Norberto Ferro: Profesor y licenciado en Letras. Técnico Asistente del Conicet. Ha publicado: Salud y Literatura, C S. Lewis, el insobornable, Lenguaje y Medios de Comunicación, G. K. Chesterton, El poeta y La ciudad, La marea repugnante, etc. Es docente univer­sitario y colaborador de diversas publicaciones. Juan Alfredo Casaubón: Ex Juez de la Cámara Nacional en lo Civil y Comercial Especial. Profesor titular de Introducción al Derecho en la U. B. A. y en la U. C. A. Investigador del Conicet. Ha escrito diversos trabajos sobre su especialidad jurídlco-fllosóflca, como ser: Los problema epistemológicos del hombre, Lógica y lógicas, Para una teoría del signo y del concepto mental como signo formal Nociones generales de Lógica y Filosofía, introducción a Derecho, Propedéutica filosófica (en colaboración), etc Abelardo Pithod: Realizó estudios universitarios en Córdo­ba, Mendoza, Madrid y París, graduándose en Filosofía y Psicología. Ha sido Decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Cuyo y de la de Ciencias de la Educación de la Universidad Pontificia. Entre sus numerosas obras mencionamos: Dinámica psicosocial y desarrollo, Curso de Doctrina Social, La Revolución Cultural en la Argentina, Estudio sobre la teoria de las tensiones estructurales, etc.

PROEMIO GALEATO

1.  Materia y autores
Hemos reunido en este trabajo algunas conferen­cias que fueron dadas hace un tiempo, y otros es­critos, acerca del progresismo cristiano. Tuvimos particular cuidado en buscar la colaboración de pensadores católicos en un muy amplio espectro: Sacerdotes y laicos, del clero diocesano y del re­ligioso, de la capital y del interior, del país y del extranjero, quienes ejercen la docencia y quienes la cura de almas ... con el fin de enfocar el fenó­meno progresista con la mayor amplitud posible.
Por razones de espacio, no hemos podido cubrir, un detalle, toda la amplia gama de desviaciones progresistas en los campos: Filosófico, dogmático, moral, ascético-místico, histórico, catequético, ca­nónico, doctrina social, cultural, de vida sacerdotal, religiosa, de matrimonio-familia, medios de comu­nicación social, misionero, apostólico, laical, etc.
Dado el carácter polémico del tema de esta obra consideramos aconsejable anteponer este prólogo previendo los reparos y objeciones que se le puedan poner.
2.    Intenciones
Digamos, de entrada nomás, que no estamos con­tra todo progreso ni contra todo progresista; sin ir más lejos yo mismo por razón de oficio y domicilio soy progresista, en efecto, ... soy párroco de Villa Progreso (Pcía, de Buenos Aires). No nos ocupare­mos del progreso económico, político, social, cultu­ral, etc., ni tampoco del necesario y urgente pro­greso religioso. Nuestra tarea es muy delimitada, el objetivo es dar cuenta de algunas de las últimas desviaciones que se han dado en materia religiosa y que reciben el nombre ambiguo de progresismo cristiano (cf. Pablo VI, 15/8/1963).
No es necesario decir, y sin embargo lo decimos, que no estamos contra las personas, sino contra el error; que no juzgamos las intenciones ocultas, sino la doctrina manifiesta (cf. Gaudium et Spes, nº 28 b); más aún, pedimos a Dios la gracia de odiar con todas nuestras fuerzas al error, porque mucho debemos amar a los que yerran y nada los amaríamos si no se señalase, valientemente, el error. Asimismo, queremos manifestar que no todos los que se llaman progresistas lo son en el sentido peyorativo y reprobable —que es el que nosotros consideramos— y que aquellos que lo sean, no lo son, necesariamente, en todas y cada una de las desviaciones y errores que señalamos.
3.    Actualidad
A alguno le podrá parecer un intento extempo­ráneo el publicar ahora este libro, habida cuenta de que disminuyó en gran medida la virulencia y la estridencia progresista, como a todas luces es evi­dente. En la Encíclica Redemptor homims, n°  4, afirma S. S. Juan Pablo II que la, Iglesia "se siente interiormente más inmunizada contra los excesos del autocriticismo: se podría decir que es más crí­tica frente a las diversas críticas desconsideradas, que es más resistente respecto a las variadas «nove­dades ...», pero no hay que olvidarse que el mismo Pontífice, felizmente reinante, enseña que "sería una forma de reticencia no hablar de la crisis que se ha registrado..." (3/4/79).
Creemos que la actualidad del progresismo —y por tanto de este libro sobre él— se manifiesta, pal­mariamente, por dos claras razones:
1ra.: El hecho de que el progresismo esté lan­guideciendo, por lo menos en la superficie, "no sig­nifica que el efecto moral general o la atmósfera de la herejía desaparezcan..." (Hilaire Belloc), como ha ocurrido con toda herejía. De manera particu­lar, en estos tiempos en que: "El hombre, al haber perdido la visión intelectual de la vida y de sus problemas, se mueve primeramente por motivos emocionales de agrado o desagrado... su posición práctica frente a las cosas ha de considerarse de hecho primera y fundamental, determinando des­pués los juicios y valoraciones especulativas" (Julio Meinvielle, Iglesia y Mundo moderno). La necesi-dad del Sínodo de Obispos de Holanda, las recien­tes sanciones a Jaques Pohier, a Hans Küng, etc. demuestran que el progresismo no murió del todo.
2da.: Aunque el progresismo desaparezca mo­mentáneamente de la faz de la Iglesia, esta herejía cuta llamada a pervivir. Como el ave fénix ha de re-surgir de las cenizas ya que tiene todas las trazas de ser la herejía postrera, que no será otra cosa que la acumulación de todas las anteriores. De ahí que deba ser para nosotros objeto permanente de pro­fundo estudio y, particularmente, de confiada y prolongada oración, porque conocer la gravedad de la misma, poder detectar precisamente sus manifes­taciones, denunciar sus vías de penetración, no obnubilarse con ella, es algo que no lo da la carne ni la sangre, sino el Padre que está en los cielos (cf. Mt. 16,17).
¿Acaso Juan Pablo II no nos recordaba reciente­mente: ".. .se han propalado verdaderas y propias herejías ..." (6/2/81)? Es conveniente citar el texto con mayor extensión: "Es necesario admitir con realismo, y con profunda y atormentada sensibili­dad, que los cristianos hoy, en gran parte, se sienten extraviados, confusos, perplejos e incluso desilusio­nados; se han esparcido a manos llenas ideas con­trastantes con la verdad revelada y enseñada desde siempre; se han propalado verdaderas y propias he­rejías, en el campo dogmático y moral, creando dudas, confusiones, rebeliones, se ha manipulado incluso la liturgia; inmersos en el «relativismo» in­telectual y moral, y por esto en el permisivismo, los cristianos se ven tentados por el ateísmo, el agnos­ticismo, el iluminismo vagamente moralista, por un cristianismo sociológico, sin dogmas definidos y sin moral objetiva" (L'Osservatore Romano del 8 de marzo de 1981, pág. 2).
4.   La falsa dialéctica
Ciertamente que muchos —y no únicamente ma­lintencionados—, por el hecho de que denunciamos con mucha fuerza los errores progresistas, inmedia­tamente, nos han de colocar en la vereda de enfren­te tildándonos de integristas. Eso se realiza así, in­cluso inconcientemente, dado de que muchos son los que están mentalmente presos de la dialéctica marxistas, ya que, en la realidad, sólo ven dos ex­tremos, que se atacan y mutuamente excluyen, ne­gando toda otra diferenciación o matiz.
Estamos firmemente convencidos que en la Iglesia Católica se puede, y se debe, ser antiprogresista, sin que por ello, necesariamente, uno sea integrista. Y creemos esto a pesar de cualquier injusticia con­tra nosotros, a pesar de que nos toque sufrir la conspiración del silencio, en fin, a pesar de todos los pesares.
La mejor confirmación de la licitud y legitimidad eclesial de esta postura la dio, a nuestro entender, S.S. Juan Pablo II ante los Obispos de Francia, cuando dijo: "... se han desarrollado también, con bastante intensidad, ciertas interpretaciones del Va­ticano II que no corresponden a su Magisterio auténtico. Me refiero con ello a las dos tendencias tan conocidas: el "progresismo" y el "integrismo". Unos están siempre impacientes por adaptar incluso el contenido de la fe, la ética cristiana, la liturgia, la organización eclesial, a los cambios de mentali­dades, a las exigencias del "mundo", sin tener en cuenta no sólo el sentido común de los fieles que se sienten desorientados, sino lo esencial de la fe ya definida; las raíces de la Iglesia, su experiencia secular, las normas necesarias para su fidelidad, su unidad, su universalidad. Tienen la obsesión de "avanzar", pero, ¿hasta qué "progreso", en defini­tiva? Otros —haciendo notar determinados abusos que nosotros somos los primeros, evidentemente, en reprobar y corregir— endurecen su postura detenién­dose en un período determinado de la Iglesia, en un determinado plano de formulación teológica o de expresión litúrgica que consideran como absolu­to, sin penetrar suficientemente en su profundo sen­tido, sin considerar la totalidad de la historia y su desarrollo legítimo, asustándose de las cuestiones nuevas, sin admitir en definitiva que el Espíritu de Dios sigue actuando hoy en la Iglesia, con sus pas­tores unidos al Sucesor de Pedro." (Viaje pastoral a Francia, BAC, pág. 92). Comenta esta enseñanza Fray Victorino Rodríguez, O.P., de la siguiente ma­nera: "El hecho de que el Papa mencione seguida­mente las dos actitudes posconciliares inauténticas "progresismo" e "integrismo", en lógico y natural contraste, no significa, como alguien quiso suponer, que desautorice por igual a ambas, como si fuesen extremismos igualmente vitandos.
Juan Pablo II, reseñando la segunda actitud, la "integrista", reconoce que ha sido motivada por los abusos del "progresismo"; abusos que el mismo Papa reprueba igualmente y trata de corregir. Si se limitasen a rechazar los abusos progresistas, sin cerrarse a un sano y auténtico progreso teológico y litúrgico, no tendrían porque ser censurados con fundamento real, aunque, por el mero hecho de ser antiprogresistas, se les tildara de retrógrados, debido a la fácil dialéctica de los contrastes. La verdad es que se puede ser antiprogresista sin ser integrista, en el sentido peyorativo de los térmi­nos" (Iglesia-Mundo, n° 203). De lo cual, nos da ejemplo eminente el Papa. "Por otra parte —prosi­gue el P. V. Rodríguez— las aberraciones "progre­sistas" a que hace alusión el Papa afectan al "con­tenido de la fe", a "lo esencial de la fe ya definida", mientras que el defecto de los "integristas" consiste en aferrarse excesivamente a "formulaciones teoló­gicas" o a "expresiones litúrgicas" de una época, concediéndoles un valor absoluto que no tienen. Y es claro que no merecen idéntica descalificación (ni objetivamente ni en el contexto del discurso del Papa) ambas actitudes: no es lo mismo recha­zar el contenido esencial y perenne de la fe que rechazar nuevas formulaciones teológicas o las no­vedades litúrgicas; no es lo mismo la sustancia que el accidente." Más aún, tanto al hablar del discerni­miento que han de practicar los obispos como cuan­do habla del diálogo, apunta el Papa a las confu­siones y abusos del "progresismo".
De modo tal que de ese discurso del Papa re­sulta que las características del diálogo de los pro­fetas del progreso en la Iglesia son, en resumidas cuentas: 1 —el indiferentismo dogmático,
— la confusión de conceptos esenciales,
— la velación del propio credo,
— la absolutización del hombre o antropocentrismo,
— configurarse a este mundo,
— tendencia a la secularización y laicización,
— el compromiso sociopolítico con sistemas cuyos principios son incompatibles con la fe,
— pérdida del sentido sobrenatural de la fe,
— falta de respeto al sensus fidelium,
10 — menoprecio  a la  tradición  secular  de  la Iglesia.
Estos diez puntos los resumo, con el Papa, en "la obsesión de avanzar, pero, ¿hacia qué progreso en definitiva?" Vale para ellos la máxima de San Agustín: qui extra viam currit inaniter currit. Cuan­do oigo hablar de diálogo y apertura, suelo pre­guntar: ¿Apertura para completar y colmar o para perder y vaciarse? ¿Apertura o desfondamiento?
5.   La línea media
No faltarán tampoco quienes nos llamen "línea media" porque no estamos con ellos. A los tales les recordamos que somos nosotros los que así los consideramos a ellos porque son in­capaces de superar la dialéctica, porque actúan por reacción, porque relativizan la función y misión del Romano Pontífice, porque no se consideran obligados por el Magisterio ordinario del Concilio Vaticano II, porque toman la norma remota de la fe —la Tradición— por la norma próxima lo cual los constituye a ellos en magisterio supremo (o sea, paralelo), porque no se juegan del todo por la fe católica y terminan siendo una secta (o, mejor di­cho, muchas sectas).
"Línea media" o "pasteleros" son los que se po­nen en el medio entre la verdad y el error, o el bien y el mal...; o los que creen que las virtudes teologales están en el medio-, o los que se olvidan que las virtudes morales están en el medio. No son "línea media" los que se sitúan a distancia de errores contrapuestos-, ni los que tratan de vivir en los extremos de la fe, la esperanza y la caridad; ni los que actúan dejando de lado los vicios, por exceso o por defecto, que destruyen la virtudes morales; ni aquellos que fieles a las enseñanzas y ejemplos de los santos de todos los tiempos lu­chan por ser fieles a la única roca sobre la que Cristo construyó su Tínica Iglesia: creyendo "que lo blanco que yo veo, es negro, si la Iglesia Jerár­quica así lo determina" (San Ignacio de Loyola).
¿Han sido acaso "línea media" los Santos Padres que rechazaron los errores contrapuestos del monar-quianismo y el triteísmo, el arrianismo y el doce-tismo, el monofisismo y el nestorianismo? ¿O lo fueron quienes denunciaron al fideísmo y al racio­nalismo, al quietismo y al activismo, al carismatis-mo y al burocratismo, al liberalismo y al marxis­mo, al angelismo y al temporalismo? ¿Lo seremos entonces quienes rechazamos la "sola Escritura" (protestantismo) y la "sola Tradición", quienes es­tamos contra los que quieren cambiar todo y con­tra los que no quieren cambiar nada, contra el "progresismo" y contra el "integrismo"?
6.  La división
No faltará tampoco quien afirme que dividimos a la Iglesia, que al denunciar al progresismo aten­tamos contra la unidad, A los tales recordamos que es falsa la pretendida unidad a costa de la verdad y que no puede lograrse la unidad en el amor si antes no se logra en la verdad, análogamente a como en la Santísima Trinidad, a nuestro modo de entender, primero es la procesión del Verbo y luego la espiración del Espíritu Santo. Por eso recordaba Juan Pablo II en Puebla: "Además de la unidad en la caridad, nos urge siempre la unidad en la verdad".
Creemos que es profundamente pastoral la preo­cupación del Santo Padre manifestada a los Obis­pos alemanes:
"Dos clases de personas quisiera encomendar especialmente a vuestro cuidado pastoral: aque­llos que, de las orientaciones del Concilio Vati­cano II, han sacado la falsa conclusión de que el diálogo en que ha entrado la Iglesia es incom­patible con la clara obligatoriedad de las ense­ñanzas y normas eclesiales, y con la plena potes­tad de la indeclinable función jerárquica fundada en la misión dada por Cristo a la Iglesia. Mos­trad que las dos cosas son compatibles: fidelidad a la misión indeclinable y proximidad a, los hom­bres, con sus experiencias y preguntas.
"Los otros son aquellos que —en parte porque han extraído consecuencias impropias o apresu­radas del Concilio Vaticano II— ya no encuen­tran en la Iglesia de hoy su hogar, o incluso amenazan separarse de ella. Aquí se trata de anunciar a estos hombres, con toda decisión y, a la vez, con todo tacto, que la Iglesia del Concilio Vaticano II y la del Vaticano I y del Tridentino y de los primeros Concilios es una y la misma" (Viaje pastoral a Alemania, BAC, pág. 131 y 132).
En consonancia con este pedido, creemos que, a pesar de nuestra limitación, damos testimonio con nuestras vidas, frente a unos y a otros. A unos, mos­trándoles que no es incompatible la firmeza en la doctrina con la más cálida y entusiasmante cer­canía pastoral, de manera multiforme. A los otros, al denunciar las desviaciones progresistas les mos­tramos que no ha cambiado —ni jamás podrá cam­biar— la fe de siempre, que hay graves problemas de mucho antes del Vaticano II, que éste es absolu­ta y totalmente compatible con los 20 Concilios an­teriores y que puede ser interpretado correctamente a la luz del Magisterio eclesiástico de todos los tiempos, que el gran problema desde la época de Cristo en todas las tendencias es el fariseísmo. Y si en los que colaboramos en este libro, por razón de nuestras imperfecciones y pecados, queda velado este testimonio, los invitamos a levantar la vista y ver el insigne ejemplo que nos dejaron los Padres Julio Meinvielle y Leonardo Castellani, de quienes muchos nos consideramos hijos espirituales. Pocos como ellos, manteniendo la fe de nuestros padres, trabajaron tanto por la legítima y urgente renova­ción de la Iglesia.
Nuestro deseo no es echar vinagre en las heridas de nadie, sino, como el buen samaritano, luego de limpiarlas, suavizarlas con aceite. Todos los días rezamos, en la Santa Misa, por la unidad de la Iglesia y entendemos trabajar por ella.
7.   El título
Adjetivamos al progresismo de quimera porque "lo propio de un sistema quimérico son especial­mente dos cosas: que no congenie con los seres reales y que esté compuesto por elementos ideales tales que no sólo no conspiren armónicamente hacia el fin propuesto, sino que sirvan más bien para su destrucción y muerte" (Card. Luis Billot, El libe­ralismo). Estos dos elementos se dan, por antono­masia, en el progresismo porque no concuerda absolutamente con los seres de carne y huesos exis­tentes —en especial, por su olvido del pecado origi­nal— y porque tiende a frenar y dar muerte al sano y necesario progreso de la Iglesia Católica: "Los progresistas son los sepultureros del verdadero progreso" (D. von Hildebrands, El Caballo de Troya en la Ciudad de Dios). El progresismo es una utopía por ser quimérico y es una antífrasis porque produce lo contrario de lo que su nombre significa.
En fin, en el progresista total la esclavitud de la inmanencia que lo lleva a la teofagía, ineluctable­mente, lo empuja a la antropofagia de un huma­nismo horro de trascendencia. Por ser los frutos tan desastrosos busca disfrazarlos con el ropaje florido de lindas palabras y el sentimentalismo dulzón de híbridas componendas. Aumenta la triste situación el hecho de que permanentemente se "da manija" a sí mismo.
8.  Ofrenda
Como estamos convencidos y hemos tratado de demostrarlo en nuestra ponencia del 1er. Congreso Mundial de Filosofía Cristiana (ver "La Filosofía del Cristiano, hoy", tomo II, pág. 507/518) que la raíz profunda de las desviaciones progresistas está en la defectuosa inteligencia del misterio augusto del Verbo Encarnado, ponemos este libro en las manos amorosas de la Santísima Virgen María, Es­trella de la Evangelización, para que guíe a sus lectores al recto conocimiento y amor verdadero de Jesucristo, su Hijo, el único que "tiene palabras de vida eterna" (Jn. 6,68).
Pbro. Carlos Miguel Buela
Villa Progreso, Pascua del Espíritu Santo, Junio 7 de 1981.