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ESPARTA Y SU LEY

 

Eduardo Velasco

ESPARTA Y SU LEY - Eduardo Velasco

272 páginas.
17 imágenes b/n
Tamaño: 13,5 x 20,5 cm.
Ediciones Camzo
España, 2012
Colección: Hermética

Encuadernación rústica cosida c/solapas
 Precio para Argentina: 161 pesos
 Precio internacional: 23 euros

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Esparta fue la primera reacción masiva contra la inevitable decadencia traída por la comodidad de la civilización, y como tal, hay mucho que aprender de ella en esta época de degradación biológica y moral inducida por la sociedad tecnológica. Los espartanos supieron adelantarse milimétricamente a todos los vicios producidos por la civilización, y haciéndolo, se colocaron en lo alto de la pirámide del poder. Todas las actuales tradiciones militares de élite son en cierto modo herederas de lo que se llevó al cabo en Esparta, y ello nos señala la pervivencia de la misión espartana.
He recabado datos de diversas fuentes, dando prioridad a las clásicas. El historiador y sacerdote de Apolo en el santuario de Delfos, Plutarco (46 EC-125 EC), en sus obras "Antiguas costumbres de los espartanos" y "Vida de Licurgo" nos da valiosa información acerca de la vida espartana y sobre las leyes espartanas, y mucho de lo que hoy sabemos acerca de los espartanos es gracias a él. Jenofonte (430 AEC-334 AEC), historiador y filósofo que mandó a sus hijos a ser educados en Esparta, es otra buena fuente de información, en su escrito "Constitución de los Lacedemonios". Platón (427 AEC-347 AEC), en su conocida "República" nos muestra su concepto de cómo ha de estar regido un estado superior, enumerando muchas medidas que parecen directamente sacadas de Esparta, pues en ella se inspiró.
Hoy en día nuestros adoctrinadores académicos enseñan vagamente que Esparta era un estado militarista y brutal volcado completamente en el poder, y cuyo sistema de educación y entrenamiento era muy duro. Nos presentan a los espartanos, a grandes rasgos, como soldados eficientes, toscos y descerebrados, a los que "sólo les interesaba la guerra". Esto es un reflejo deliberadamente distorsionado de lo que realmente fueron, y se debe principalmente a lo que nos han contado algunos atenienses decadentes, aderezado con la mala fe de quienes manejan actualmente la información, que pretenden tergiversar la Historia para servir a intereses económicos y de otros tipos.
Los espartanos dejaron una huella espiritual indeleble. El simple hecho de que aun hoy en día el adjetivo "espartano" designe cualidades de dureza, severidad, tosquedad, resistencia, estoicismo y disciplina, nos da una idea del enorme papel que cumplió Esparta. Fue mucho más que un simple Estado: fue un arquetipo, fue la máxima exponente de la doctrina guerrera. Tras la fachada perfecta de hombres aguerridos y mujeres atléticas se escondía el pueblo más religioso, disciplinado y ascético de toda Grecia, que cultivaba la sabiduría de un modo discreto y lacónico, lejos del ajetreo y la chabacanería urbana que ya entonces habían hecho su aparición.

 

ÍNDICE

1- INTRODUCCIÓN 
2- ORÍGENES DE ESPARTA 
3- PRIMER DESARROLLO DE ESPARTA 
4- LICURGO Y LA REVOLUCIÓN 
5- LA NUEVA ESPARTA 
6- EUGENESIA Y CRIANZA 
7- LA INSTRUCCIÓN DE LOS NIÑOS 
8- LA INSTRUCCIÓN DE LOS ADOLESCENTES 
9- LA VIDA DE LOS ESPARTIATAS ADULTOS 
10- LAS ESPARTANAS Y EL MATRIMONIO 
11- EL GOBIERNO ESPARTANO 
 A) La Diarquía 
 B) El Eforado 
 C) El Senado
 D) La Asamblea
 E) Sobre las elecciones
 F) Nomocracia: los reyes, a las órdenes de las leyes
12- SOBRE LA MENTALIDAD PAGANA, EL SENTIMIENTO RELIGIOSO ESPARTANO Y LA SUPREMACÍA SOBRE ATENAS
13- LA POLÍTICA DE LOS ESPARTIATAS PARA CON SUS INFERIORES: LA KRYPTEIA. 
14- LA GUERRA 
15- LA BATALLA DE LAS TERMÓPILAS COMO EJEMPLO DEL HEROÍSMO ESPARTANO
16- HISTORIA POSTERIOR DE ESPARTA
17- EL CREPÚSCULO DE ESPARTA
18- LA LECCIÓN DE ESPARTA
19- LA PERVIVENCIA DEL ARQUETIPO ESPAR-TIATA
20- NOTAS

PREFACIO

 

¡Felices tiempos aquellos del pasado remoto en que un pueblo se decía a sí mismo: "¡Yo quiero ser el amo de otros pueblos!" Y es que, hermanos, lo mejor debe dominar y lo mejor quiere también dominar. Y allí donde se enseñe otra cosa es porque falta lo mejor.
(F. W. Nietzsche, "Así habló Zaratustra”).
Esparta fue la primera reacción masiva contra la inevi­table decadencia traída por la comodidad de la civiliza­ción, y como tal, hay mucho que aprender de ella en esta época de degradación biológica y moral inducida por la sociedad tecnológica. Los espartanos supieron adelantarse milimétricamente a todos los vicios producidos por la civi­lización, y haciéndolo, se colocaron en lo alto de la pirá­mide del poder. Todas las actuales tradiciones militares de élite son en cierto modo herederas de lo que se llevó al cabo en Esparta, y ello nos señala la pervivencia de la mi­sión espartana.
He recabado datos de diversas fuentes, dando priori­dad a las clásicas. El historiador y sacerdote de Apolo en el santuario de Delfos, Plutarco (46 EC-125 EC), en sus obras "Antiguas costumbres de los espartanos" y "Vida de Licurgo" nos da valiosa información acerca de la vida es­partana y sobre las leyes espartanas, y mucho de lo que hoy sabemos acerca de los espartanos es gracias a él. Jenofonte (430 AEC-334 AEC), historiador y filósofo que mandó a sus hijos a ser educados en Esparta, es otra bue­na fuente de información, en su escrito "Constitución de los Lacedemonios". Platón (427 AEC-347 AEC), en su co­nocida "República" nos muestra su concepto de cómo ha de estar regido un estado superior, enumerando muchas medidas que parecen directamente sacadas de Esparta, pues en ella se inspiró.
Hoy en día nuestros adoctrinadores académicos ense­ñan vagamente que Esparta era un estado militarista y bru­tal volcado completamente en el poder, y cuyo sistema de educación y entrenamiento era muy duro. Nos presentan a los espartanos, a grandes rasgos, como soldados eficien­tes, toscos y descerebrados, a los que "sólo les interesaba la guerra". Esto es un reflejo deliberadamente distorsiona­do de lo que realmente fueron, y se debe principalmente a lo que nos han contado algunos atenienses decadentes, aderezado con la mala fe de quienes manejan actualmente la información, que pretenden tergiversar la Historia para servir a intereses económicos y de otros tipos.
Los espartanos dejaron una huella espiritual indeleble. El simple hecho de que aun hoy en día el adjetivo "espar­tano" designe cualidades de dureza, severidad, tosquedad, resistencia, estoicismo y disciplina, nos da una idea del enorme papel que cumplió Esparta. Fue mucho más que un simple Estado: fue un arquetipo, fue la máxima expo­nente de la doctrina guerrera. Tras la fachada perfecta de hombres aguerridos y mujeres atléticas se escondía el pue­blo más religioso, disciplinado y ascético de toda Grecia, que cultivaba la sabiduría de un modo discreto y lacónico, lejos del ajetreo y la chabacanería urbana que ya entonces habían hecho su aparición.
Me es imposible rematar esta introducción sin hacer referencias a la película "300", a pesar de que la mayor parte del texto fue escrito bastante antes de que saliese la película en 2007. Creo que, según se vaya leyendo, se verá que (al margen de sensacionalismos en la ambientación, fácilmente reconocibles por cualquiera con un mínimo de cultura) el modo de ser de los espartanos históricos no te­nía nada que ver con los personajes que nos presenta esa película, que intenta hacernos más "digeribles" a los espar­tanos, presentándonoslos de una forma más yanki, más "simpática" para las mentes modernas —lo cual no me parece mal, puesto que de otro modo la película no hu­biese cuajado y los mensajes positivos se hubiesen queda­do, pues, sin transmitir.
A otro nivel, Esparta me brinda la excusa perfecta para tocar temas muy importantes.
Eduardo Velasco

PRÓLOGO

 

Esparta. Biología, Tradición y Eugenesia

« Los espartanos consideraban las cosas de los Dioses más elevadas que las de los hombres»
Herodoto, 5,63,2

Procesos biológicos
«Los espartanos actuaron con vistas a la transmisión de los patrimonios hereditarios humanos y a la preservación de la consistencia del estrato señorial. De la obra de Plutarco sobre Licurgo cabe inferir que Esparta poseyó una verdadera legislación eugenésica. Según la leyenda, fue Licurgo quien promulgó la constitución espartana con sus leyes eugenésicas, y quien antes de emprender un viaje hizo que los ciudadanos jurasen cambiar sus leyes antes de su regreso, pues de lo contrario se iría y no regresaría jamás. En realidad la constitución atribuida a Licurgo también preserva en sus leyes sobre eugenesia tradiciones indoeuropeas, perfeccionadas bajo las condiciones espar­tanas y que adquirieron fuerza de ley con el paso de los si­glos».
Con este párrafo iniciaba H. F. K. Günther el capítulo «Eugenesia espartana» de su Historia biológica del pueblo helénico'. En él quedan recogidas de forma sumaria tres de las ideas fundamentales que desarrollará a lo largo de todo el capítulo, a saber, la existencia de una consciente acción biológico-selectiva del estrato espartiata dirigida a la conformación de un tipo humano determinado y su proli­feración, el carácter mítico de la figura de Licurgo, bajo la que se oculta una acción colectiva que legislará y actuará diacrónicamente y, por último, el origen de estas prácticas en la cosmovisión de los guerreros-campesinos indoeuro­peos.
Y, en efecto, esta cosmovisión y aquella consciente acción selectiva descansaban en su vertiente biológica so­bre las experiencias acumuladas por los pueblos indo­europeos durante el Mesolítico y el Neolítico en el Norte de Europa. Según estos paradigmas, el lento desarrollo de las comunidades prehistóricas, siguiendo unos patrones arraigados en las leyes de la vida, conducirá a la cristali­zación de diferentes ethnos, sujetos de «lo político». Hans Lüdemann, quizás el autor que más influyó en las consi­deraciones de Günther sobre el mundo dorio, expresó esta idea con claridad al hablar de los orígenes estatales dorios en su obra Esparta, Orden biológico y destino: «La era prehistórica de los indoeuropeos es una era campe­sina, por lo tanto una era de la crianza. Con esto está todo dicho. Por poco que nos sea posible sondear el misterio de esta energía creadora durante las nieblas de la Prehisto­ria, hay algo sobre lo que no cabe ninguna duda: el senti­do de nuestra Prehistoria reposa únicamente sobre lo que nos enseña acerca de la crianza. No obstante, para quien observe con detenimiento resulta igualmente evidente que la crianza biológica sólo adquirió forma política con el comienzo de la existencia histórica. Política e Historia son una misma cosa. Su rasgo característico es la lucha por la preservación de la propia identidad frente a potencias extrañas (...) La era campesina de las estirpes y pueblos nórdico-indoeuropeos ha tenido una duración diferente según los distintos grupos. Cuanto más larga ha sido más ha durado su energía protectora. El campesinado es sufi­ciente por sí sólo (...) La comunidad de linaje campesina, tal y como la ha resultado moldeada durante las eras pre­históricas, ya constituye un «pueblo» en un doble sentido: como modelo viviente e «idea» de crianza. Ambos con­ceptos constituyen una unidad polar. Según la esencia de su significado y su realidad originaria el pueblo es la co­munidad defensiva campesina de los libres e iguales».
La consideración y el estudio de los factores biológicos en el devenir de los pueblos, en la Historia, constituye un ámbito de estudio que no ha sido apenas desarrollado du­rante la segunda mitad del siglo XX por razones que a na­die escapan. No obstante, el hombre es una realidad bio­lógica. Por tanto, es imprescindible tener presente el esen­cial vector biológico al enfrentarse al estudio de cualquiera de los aspectos del devenir humano. Y en este campo los trabajos de Hans Günther supusieron un hito fundamen­tal. En el prólogo de su obra antes mencionada ofreció una definición, casi lacónica, de lo que supone un plantea­miento historiográfico desde estas premisas : «....ve trata de una consideración biológica del devenir histórico, (...) de los procesos y consecuencias de la transmisión heredita­ria, selección y eliminación, de procesos de migración, de asentamiento, de desplazamiento y de exterminios guerre­ros, de fundación y de desaparición de familias, de estra­tos sociales y de la introducción de esclavos, de las trans­formaciones de las concepciones morales que afectan a los procesos biológicos, etc., de procesos, por tanto, que pueden afectar y afectan a todas las razas, que los testimo­nios históricos puedan aislar en la composición racial de ambos pueblos [helénico y romano]». Podría definirse, por tanto, de «Historia biológicamente considerada».
Sin embargo, ni para Lüdemann, ni para Günther, una exposición de un grupo de estos procesos, los relativos a la de selección, eliminación y «crianza» que se verifican en el seno de una estructura político-social dada, y de los fun­damentos biológicos sobre los que descansan, no debe ha­cer olvidar en ningún caso los principios ideales, formativos, que subyacen a estas ideas y prácticas, que en el caso de las prácticas dorias estaban arraigadas ideológicamente en una concepción sagrada de la existencia, como lo era la helénica .
La percepción griega de los sagrado descubría en todo lo manifestado una perenne teofanía, poliforme y jerárqui­camente estructurada, en la que lo biológico, reflejo del orden divino, va a proporcionar también el tejido simbóli­co de los procesos de actualización de la potencialidad, o de su posible malograrse, vigentes tanto en los ámbitos de lo biológico y de lo supra-biológico. Baste recordar el sim­bolismo del grano de mies, central en los Misterios de Eleusis. Así, acerar cuerpo y voluntad era presupuesto in­eludible en el proceso de realizar lo que «en verdad se es». Dicho de otra forma, selección y crianza suponían medios destinados para la aparición de un tipo humano capaz de desarrollar durante su vida las potencialidades fí­sicas, anímicas y espirituales que posee en sí en estado la­tente.
Tradición
Estos principios se cristalizan en un ideal formativo, un modelo humano que al encamarse constituye el único protagonista posible de un devenir terreno verdaderamen­te «humano», que muestra características anímico-bíológicas análogas en todos los ciclos indoeuropeos. Este ideal recibirá en los periodos históricos de la Hélade el nombre de ateté. La areté, caracterizada por la andreía, «valor per­sonal», el metron, «medida», sophrosyné, «autodominio», conforma el modelo aristocrático arcaico, la era de los hé­roes y de la sociedad tribal de gene y philai, que tras la transición al mundo de las poleis sólo se preservará a nivel comunitario en el ámbito dorio, especialmente en Espar­ta . Y serán las elegías de Tirteo los más impresionantes testimonios de esa voluntad de preservación de la areté ar­caica en el marco político-comunitario espartano .
Mediante una compleja estructuración ritual, dentro de un universo social donde todo posee una raíz y una con­notación sagrada, el hombre, que ha llegado a merecer ese nombre tras darse forma a sí mismo mediante una educación, reservada en los primeros tiempos al ámbito «familiar» pero que posteriormente, con la cristalización de las poleis, se trasladará al ámbito «estatal», puede des­pertar la potencialidad de visión trascendente que, como una semilla, posee en su interior. Escribe Nuccio d’Anna :
«La religión helénica se expresa como una tendencia espi­ritual profundamente vinculada a todo el actuar humano. Se manifestó sobre el plano individual como un actuar prudente, como un relacionarse mesurado con los dioses (...) Objetivamente era el nomos, la ley soberana que se despliega en la vida del universo y que se actualiza como ordenamiento espiritual, como norma que regula los rit­mos de la existencia misma. La particular percepción sur­gida de una tal actitud religiosa se perpetuó en los rituales y los cultos que transformaron este tipo de espiritualidad de tendencia general en tradición viviente, custodiada por las elites helénicas. Esta se determinó como una forma de sabiduría nacida de la visión de las “formas ” subyacentes a lo real, de la “figura” que se expresa a través de lo “cor­póreo Este tipo de conocimiento se presupone en todos los términos derivados de la raíz id “ver” (...), cfr. con la raíz latina vid que se vuelve a encontrar en el término Ve­da haciendo referencia a los textos tradicionales que reco­pilan un “conocimiento-visión ’’por los videntes, los cuales comportan un “saber”, aludiendo con ello a una intuición inmediata de formas espirituales “vistas ” en el mundo y “conocidas” como realidades interiores al hombre». Co­mo tendremos ocasión de ver, será la búsqueda de este conocimiento la base de toda la construcción ritual y formativa tradicional lacedemonia.
En realidad, como recuerda Werner Jaeger: «La creen­cia de que la educación espartana haya sido un adiestra­miento militar unilateral procede de la Política de Aristó­teles». Serán las convulsas condiciones políticas del siglo
IV las causantes de esta distorsión . Por el contrario, Pla­tón escribirá páginas que permiten redimensionar la polí­tica formativa lacedemonia en sus justos límites y justifican la fascinación que siempre ejerció sobre él el modelo espartiata. Por ejemplo, Jürgen Brake , en su bello libro sobre la educación espartana, llama la atención sobre este fragmento, no exento de cierta ironía, del Protágoras (342) platónico que merece ser reproducido: «El amor por la ciencia es muy antiguo y muy grande entre los grie­gos en Creta y Lacedemonia y hay numerosísimos solistas en aquellas tierras. Pero ellos lo niegan y se fingen igno­rantes para que no se descubra que aventajan a los demás griegos (...) y aparentan, en cambio, ser superiores en el combatir y en el coraje pensando que si se conociera en qué son superiores, todos se ejercitarían en ello, en la sa­biduría. Ahora, ocultándolo, tienen engallados a los laconizantes de las otras ciudades, y éstos se desgarran las ore­jas por imitarlos, se rodean las piernas con correas, hacen gimnasia y llevan mantos cortos, como si fueran con estas cosas como dominaran los lacedemonios a los griegos. Pe­ro cuando los lacedemonios quieren tratar libremente con sus sofistas, y ya se han cansado de tratarlos a escondidas, llevan a cabo una expulsión de extranjeros, de esos laconizantes y de cualquier otro extranjero que se halle de visita y se reúnen con sus sofistas. En estas ciudades no sólo los hombres están orgullosos de su educación sino también sus mujeres (...) Si uno quiere charlar con el más vulgar de los lacedemonios, encontrará que en muchos temas en la conversación parece algo tonto, pero luego, en cualquier punto de la charla, dispara una palabra digna de atención, breve y condensada, como un terrible arquero, de modo que su interlocutor no parece más que un niño. De eso mismo, ya se han dado cuenta algunos de los actuales y de los antiguos, de que laconizar es más bien dedicarse a la sabiduría que a la gimnasia»
Resulta evidente que la referencia a «sofistas» y a prácticas ocultas de carácter «filosófico» da cuenta de la pervivencia, y efectividad, de toda una serie de especialis­tas y técnicas iniciático-arcaicas que van a dotar de un sen­tido a algunas de las prácticas consideradas «educativas» de la agogé y de las «socio-guerreras» o cultuales de la e- dad adulta, pensamos, entre otros, en todo el ámbito cul­tual exclusivo de Esparta definido como «culto a las abs­tracciones», Miedo, Risa, Muerte, Vergüenza o Pudor, cultos ante los que la investigación moderna reconoce su desconcierto , pero que remiten a técnicas evocativas sus­ceptibles de provocar la experimentación de diferentes es­tados de conciencia (pues todos ellos son procesos experi­mentados por un yo individual, no abstracciones de natu­raleza social o política) que estarían así enfocadas al des­pertar de la «visión interior» antes mencionada. Igualmen­te, en este fragmento Platón no deja lugar a dudas sobre la mayor dignidad del conocimiento directo, no discursivo, objeto de las prácticas de los «sofistas» lacedemonios, que subyace a la braquilogia del espartano frente al discurso racional y moderno, de su interlocutor. Por lo demás, no cabe ser más explícito acerca de sobre qué fundamento descansaba en realidad la superioridad espartana.
Dentro de la Hélade, el mundo dorio ha preservado rasgos marcadamente arcaicos que se han reformulado en el seno del kosmos («orden», con esta palabra denomina­ban los espartiatas su particular «orden estatal») esparta­no , en un proceso al que cabría aplicar las palabras de Ulderico Nistico’ : «La reacción espartana fue, por tanto, más que un retomo a la tradición, la eliminación de todo lo que pudiese turbarla».
En efecto, el arcaísmo dorio ha permitido que las huellas de la ideología trifuncional indoeuropea, tan es­quivas en el mundo griego, sean especialmente claras en el complejo mítico e institucional de este pueblo, consta­tándose la pervivencia de esta estructura tanto en el ám­bito dorio cretense como en el laconio11 Y, baste un ejem­plo, a una misma pervivencia del fondo arcaico remitiría la preservación de la doble monarquía con funciones reli­giosas que preservó hasta su desaparición, monarcas des­cendientes directos de Heracles especialmente vinculados con el culto a los Dioscuros, los Tindáridas de la tradición espartana.
Pero la Esparta arcaica, la Esparta de Formión, capaz de hacer que su alma abandone el cuerpo y viaje fuera de él de manera análoga a las prácticas chamánicas, y de Quilón, uno de los siete sabios , franqueará el paso hacia la ordenación política de la mano del Oráculo apolíneo de Delfos. De este ombligo del mundo «derivarán no sólo indicaciones de carácter adivinatorio, sino normas rituales y sanciones religiosas que tendrán una función “conserva­dora” respecto al patrimonio cultural helénico; un dere­cho patriarcal que constituirá la osamenta en torno a la cual se desarrollarán las constituciones de las nacientes ciudades griegas; una ética de pureza que representa la proyección ritual del conocimiento referido al dios y cuyo significado más profundo remite a los ritos juveniles de iniciación conservados en el ciclo novenario délfíco y el mitologema de Apolo Kourós» .
Apolo, alrededor del cual gira lo esencial del calenda­rio ceremonial lacedemonio, articulado por las fiestas Car­neas, las Jacintias y las Gimnopedias, y su hermana Artemis en su advocación Orthia, rigen los ritos iniciáticos de la efebía en Esparta. La relación mítica Apolo-Admeto, ju­gará un rol central en el ciclo ritual iniciático lacedemonio que desemboca en la krypteia. Apolo, (con el que se iden­tifica el «iniciado») reconquista su «pureza», vuelve a ser Febo (foibós). I ,as ceremonias deificas parecen ofrecer la clave de los procesos que se ocultan tras las formas exte­riores de la agogé espartana. Apolo, el Apolo Carneo ob­jeto de culto en las Carneas dorias, está esencialmente re­lacionado con el sol, rostro del dios hacia el mundo, cuyo carácter solar lo delinea como una hipóstasis del Ser su­premo. Y es puerta al conocimiento. La máxima «Conó­cete a ti mismo» posee una precisa base sacra que implica que estamos ante la traducción hacia el interior de la doc­trina del conocimiento universal colocada bajo la tutela de Apolo. El hombre debería descubrir aquella unidad inte­rior que es reflejo de la unidad divina, de la que Apolo es hipóstasis y personificación, según la interpretación de Plutarco, quien proporciona una interpretación ontológica de la esencia apolínea como unidad a partir de la que se desarrolla la multiplicidad17. Apolo es pues, la propia Rea­lidad que el joven dorio debe descubrir en sí.
Así, N. d’Anna (op. cit. p 185-6) puede escribir: «Uno de los principales ritos de paso se basaba en un escenario que reproducía el duelo entre Melanios (el “negro”) y Xantos (el “rubio”) con la victoria del “Negro”. Los ele­mentos de este combate -el lugar del combate situado fuera de ¡os límites del mundo ordenado; el instrumento de la victoria, la astucia (apate, astucia, que no debe enten­derse aquí como un fenómeno psicológico sino como una representación mágica, un evocación de fuerzas psíquicas que tras forman al joven guerrero), y la centralidad del co­lor negro- remiten todos a una estructura iniciática ten­dente a evidenciar la condición del joven combatiente abandonado en una soledad salvaje, quien llega a vencer gracias a un engaño que le hace soberano, dominador de las mágicas fuerzas que la madurez física hace emerger. El color negro, que según G. Thompson es del de las reclu­siones rituales y que designa la dimensión ctonia y “noc­turna” de la condición del joven iniciado, debe ponerse en relación con la kryptcia, es decir, la práctica de enviar al couros a una montaña o a un bosque, actuando y de­predando como un lobo, evocando terribles fuerzas que lo hacen peligroso para la sociedad ordenada».
En realidad, marcos rituales análogos se encuentran a lo largo de toda la geografía helénica en la época clásica. Sin embargo, la particularidad doria, y especialmente es­partana, consistirá en un centrarse en lo esencial, en dar una forma «desnuda» en todos los dominios de su acción.
Una, por decirlo con Ulderico Nistico’, «eliminación de todo lo que pudiera turbar la tradición». Este proceso de «esencialización» de la arquitectura interior humana, (de la que serán sólo reflejos la braquilogia, la disciplina in­terior, la voluntad más allá de todo límite y, por supuesto, la aptitud guerrera...), de desdén por los reflejos exteriores (artísticos, creativos...), ha provocado desazón en muchos autores. En ningún otro lugar del universo indoeuropeo ha quedado tan patente que es el hombre en sí, y no las formas sociales o políticas, lo que constituye el objeto de la Política. De la misma manera que creemos que se ha exagerado sin medida el temor de los espartanos a una excesiva reducción demográfica del estrato espartiata, te­rror incompatible con la estricta preservación de las medi­das selectivas y eugenésica, no creemos tampoco que es­tén acertados todos aquellos que hablan de «petrifica­ción», «esclerosis», o «congelación» del espíritu y la socie­dad espartana a partir del siglo V. Todo lo contrario: «No encontramos una tradición verdaderamente interrumpida desde ¡a invasión doria hasta la descomposición y desapa­rición de Esparta, sino, antes bien, un retorno y una res­tauración de la tradición, que conforma a Esparta tal y co­mo la conocemos»18. La antigua máxima que, al dar razón de la inexistencia de murallas en Esparta, afirmaba que «los pechos de los espartanos eran la muralla de la ciu­dad» no era, en realidad, del todo exacta. Los pechos de los espartanos no eran sólo la muralla. Eran la verdaderaEsparta.

Eugenesia
Pero la propia existencia de estos marcos rituales, presuponían, al igual que la enseñanza de Sidharta Gauta­ma, algo que con frecuencia se olvida en los «budismos» actuales , un tipo humano que poseyese unas determina­das características. No todo niño nacido puede llegar con­vertirse en «hombre». Hacer posible la aparición del ma­yor número de individuos capaces de transitar con éxito por la agogé será la finalidad de las medidas eugenésicas lacedemonias.
Son numerosos los testimonios de las fuentes referidos a las disposiciones eugenésicas lacedemonias. Pero estas prácticas podían no estar incluidas en la legislación lacedemonia codificada. Escribe W. Jaeger (op. cit., p. 88-89): «Esta pretendida legislación [de Licurgo] es lo contrario de lo que los griegos solían entender por legislación. No es una codifícación de leyes particulares civiles y públicas, sino el nomos, en el sentido originario de la palabra: una tradición oral, dotada de validez de la cual sólo unas cuan­tas leyes fundamentales y solemnes -la llamada rhetra- fueron fijadas en forma escrita. Las fuentes antiguas con­sideran este rasgo (...) como obra de la sabiduría previsora de Licurgo que, como Sócrates y Platón, otorgaba mayor importancia a la fuerza de la educación y a la formación de la conciencia ciudadana que a las prescripciones es­critas». No obstante, existen muchas lagunas en nuestro conocimiento de ese «notable organismo» (Jaeger) que era el Estado espartano. Esenciales resultan la República de los Lacedeinonios de Jenofonte , los fragmentos conser­vados de la Constitución de los Lacedemonios de Aristó­teles, perdida hoy en mayor parte, y las múltiples informa­ciones de Plutarco .
A nivel general cabría decir que las medidas eugenésicas poseían un doble carácter «individual» y «comunita­rio», estando todas dirigidas a la creación de un individuo que respondiese a un mismo tiempo a las exigencias del modelo físico-anímico predeterminado del que hemos ha­blado anteriormente y la preservación de la consistencia demográfica de la comunidad espartiata.
Hans Günther (op. cit., pp. 130-34) ha compilado un gran número de fuentes que describen algunos aspectos de las prácticas eugenésicas lacedemonias. En esta compi­lación basaremos la siguiente exposición.
La constitución de Licurgo quería inculcar a los espar­tanos lo que, a decir de Plutarco (Sobre la malevolencia de Herodoto, 32), Leónidas dijo a guisa de testamento a las mujeres espartanas al partir hacia la segura derrota de las Termopilas: «¡Contraed matrimonio con capaces y dad a luz capaces!». Esta convicción sobre la aptitud heredita­ria de su pueblo era algo propio de los hombres y las mu­jeres de Esparta: Plutarco (Pirro, 28) cuenta que las muje­res espartanas habían exhortado así a Acrotatos, que re­gresaba vencedor de una batalla: « Cría buenos hijos para esparta». Distinguiremos cuatro ámbitos, que no obstante, están profundamente entrelazados.
Un primer ámbito tratado por las fuentes estaría for­mado por la política matrimonial.
Según Pólux (III, 48; VII, 40), para todos los hombres libres de buena condición física existía la obligación de contraer matrimonio. Mientras que Plutarco (Lisandro 30) nos informa de que en Esparta habrían sido castigados aquellos que no se casasen, lo hiciesen tarde o contrajesen matrimonio con individuos de mala capacidad hereditaria, existiendo (Ateneo, XIII, 555 c/d) castigos para la soltería, mientras que se despreciaba a los célibes: no podían acu­dir como espectadores a los torneos y los jóvenes no se le­vantaban a su paso como hacían ante los hombres casa­dos, existiendo canciones satíricas contra ellos. El general Dercílidas, que no tenía hijos y que probablemente per­manecía soltero, quiso reprender a un joven que no se ha­bía levantado ante él, ante lo que el joven respondió: «Tú todavía no has criado a nadie que con el tiempo pueda levantarse ante mí». De forma análoga Cleombroto, hijo de Pausanias (Plutarco Máximas de Espartanos, «Cleom­broto»), al oír discutir a un padre y un hijo sobre quien era el mejor entre ellos, le dijo al hijo: « Tu padre será me­jor que tú mientras tú no hayas criado a un hijo». Y Plutar­co insiste (Lisandro 30) diciendo que, en Esparta se podía «no sólo castigar la soltería sino también la tardanza en el matrimonio e incluso los matrimonios malos e ilegítimos. Este era el caso de aquellos que sólo buscaban emparentarse con familias ricas en vez de con los virtuosos y sus semejantes».
Por otro lado, Licurgo prohibió la dote, «con ello una mujer no quedaba soltera por la pobreza ni una se casaba por la riqueza, sino que la aptitud y el comportamiento re­gían siempre la elección», como nos ha contado Plutarco en las Máximas de Espartanos («Licurgo» 15). Y, por últi­mo, el propio Plutarco (Agís 11), recuerda que estaba pro­hibido a los espartanos unirse en matrimonio con extran­jeras.
Un segundo campo de actuación era la formación de la mujer. Las jóvenes espartanas eran educadas para ser madres; según nos informa Plutarco en sus Máximas de Espartanos (Licurgo 12) Licurgo estableció que realizaran ejercicios físicos al objeto de «que el fruto engendrado en el seno de un cuerpo sano también se geste y se desarrolle fuerte, pero que también la propia madre obtenga la fuer­za necesaria para el parto y soporte así los dolores con facilidad y sin miedo, incluso para que, en caso de necesi­dad, pueda combatir por su propia defensa y la de sus hijos y por su patria». También Jenofonte menciona en su República de los Lacedemonios (I, 3-10) la educación de las jóvenes espartanas para la maternidad y los ejercicios físicos empleados en esa educación. Los helenos de otras tribus se sorprendían ante el status de libertad que goza­ban las hijas de los espartanos, ante sus combates y otras costumbres y privilegios. Cuando un extranjero preguntó a Gorgo, la esposa de Leónidas, si las lacedemonias domi­naban sobre sus maridos, respondió, según nos cuenta Plutarco (Máximas de Espartanos, entrada «Licurgo»: « También nosotras somos las únicas que parimos hom­bres».
22       U. Nistico’, op. cit., p. 49.
Niñas y adolescentes procesionaban desnudas durante la celebración de ciertas festividades, vistiéndose habitual­mente con el peplo, la falda corta de origen ilírico, que dejaba ver buena parte del cuerpo, por lo que el resto de tribus helénicas las denominaban «las que enseñan los muslos»: dorizein, es decir «hacer la doria», significaba que una mujer estuviese desnuda22. Plutarco (Licurgo 14) narra que in Esparta se prescribía a niñas y jóvenes que practicasen sus ejercicios de lucha con el cuerpo desnudo, porque esto actuaba como una apuesta con vistas a una buena forma física. Y, es probable que la contemplación de las jóvenes que realizan los ejercicios físicos con el cuerpo desnudo se hiciese desde una óptica selectiva en­caminada a la elección de esposa
El tercer ámbito sobre el que hablan las fuentes es la búsqueda de descendencia. Preguntada una mujer espar­tana pobre, como narra Plutarco más adelante, qué es lo que debía ofrecerle su prometido como dote, dio una res­puesta breve y contundente: «La aptitud como padre». Se constata así una y otra vez la alta valoración de lo heredi­tario y la baja de lo adquirido y adquirible, siguiendo la tradición del campesinado aristocrático indoeuropeo, cu­yas concepciones expresan, fuera de Esparta, el tebano Píndaro y, más tarde, el ateniense Eurípides.
Honra y recompensa recibían aquellos que tenían una descendencia numerosa, lo que también sucedía, reflejo de un mismo espíritu, en Persia. Aristóteles (Política II, 9, 18) cuenta que a aquellos espartiatas que tuviesen tres hi­jos se les concedía una reducción de los deberes militares; quien tuviese cuatro o más hijos quedaría exento del pago de impuestos. Según Herodoto (VII, 205) los hombres ca­sados jóvenes y que todavía no habían tenido hijos eran protegidos en la guerra y no tenían que hacer ninguna guardia nocturna. No obstante, la costumbre prescribía para los recién casados una cierta contención en la vida sexual, sobre lo que ha informado Jenofonte (La Constitu­ción de los Atenienses, 1).
23       U. Nistico’, op. cit., p. 49.
Hombres mayores que tenían esposas jóvenes y aque­llos no aptos para la procreación podían o debían propor­cionar a sus esposas un hombre joven y apto como «ayu­dante para la generación». Ese auxilio a la generación está atestiguado también entre los atenienses, así como entre muchos pueblos indoeuropeos, y entre ellos indios y ro­manos . El sentido de esta práctica no era otro que la pre­servación de las estirpes más destacadas por su «herencia pura» mediante la procreación de hijos que preservasen los predios hereditarios, hijos que debían proseguir con el culto a los antepasados. El niño gestado por una relación de este tipo era considerado más legítimo que el hijo de un matrimonio que hubiera nacido inútil o no fuese apto para la crianza. Plutarco menciona esta costumbre espar­tana en las Máximas de Licurgo (15) y Jenofonte in su Constitución de los Lacedemonios (I, 7).
Los matrimonios estériles podían romperse y el varón debía solicitar el divorcio de una mujer estéril; de esto nos informan Plutarco (Licurgo 15) y Jenofonte (Constitución de los Lacedemonios I, 7-8). Herodoto (V, 39/40) nos di­ce que los éforos habían pedido al rey Anaximandridas que debía divorciarse de su mujer estéril, con el fin de que el linaje de Eurístenes no desapareciera; como éste se ne­gase, le pidieron que se casara con una segunda esposa, petición que el rey aceptó. Según Herodoto (VI, 61 y s.), el rey Aristón contrajo matrimonio con tres esposas suce­sivamente porque no había conseguido obtener hijos de las dos primeras.

Según Plutarco (Licurgo 16), los más ancianos, los gerontes, examinaban la complexión del niño recién nacido: «Sólo cuando parecía valioso, era criado», porque «era mejor para el niño y para el estado que un niño que no había nacido para estar bien conformado y ser fuerte no viviese». De esta forma, los espartanos intentaron enno­blecer mediante la cría no sólo a caballos y perros sino también a los hombres. Como entre el resto de pueblos indoeuropeos, los niños enfermizos y que presentaban malformaciones eran expuestos .
en cuarto y último lugar las fuentes también serán explícitas sobre el «producto eugenésico a conseguir». Según Plutarco (Licurgo 17) Licurgo quería que los espar­tanos prefiriesen los hombres delgados y esbeltos a los gordos y bien alimentados. La legislación de Licurgo diri­gía la elección de consorte hacia lo hereditario y lo here­dable, hacia la aptitud del cuerpo y del alma, así como también hacia la obtención de individuos de estatura ele­vada y proporciones esbeltas: se debía vivir de manera austera, como nos una vez más informa Plutarco sobre la ley de Licurgo en las Máximas de Espartanos, porque el cuerpo no sólo debía mantenerse sano sino también es­belto. Ateneo (XII, 550 c) dice incluso que entre los es­partanos se castigaba la obesidad. En su obra Sobre la educación de los niños (2) Plutarco escribe que los éforos multaron con una gran suma al rey Arquidamo porque había escogido a una mujer que era pequeña; los esparta­nos querían de él como descendiente un rey, no un «rey- cito».
Jenofonte, quien como otros historiadores helenos atri­buye la fortaleza estatal de Esparta a los procesos de selec­ción y de eliminación de estirpes y linajes, dice en su obra dedicada a la constitución de los lacedemonios (I, 10; V, 9) que la legislación de Licurgo había proporcionado hombres a Esparta que se caracterizarían por su alta esta­tura y por su fuerza, valorando de modo resumido: «Es fácil reconocer que estas medidas [de selección y elimina­ción] han dado a luz un pueblo de extraordinaria altura y fuerza; no sería sencillo encontrar un pueblo más sano y apto que el de los espartanos». Herodoto (IX, 72) consi­dera a los espartanos como los hombres más bellos entre los helenos.
La tipología racial de las espartanas fue descrita por el poeta Alemán, que compuso su obra en Esparta alrede­dor del 650 a.C., y que loa así a su prima Agesícora: su ca­bello florece como oro puro sobre su rostro de plata. La equiparación de la piel clara con la plata ya se encuentra en Homero. En el siglo V el poeta Baquílides (XIX, 2) elogiará a «las rubias jóvenes de Laconia».
Todas estas prácticas y medidas, junto a otras, han creado las condiciones humanas, admiradas por los mejo­res de entre los helenos, que han permitido la experiencia espartiata: virilidad y sentido dórico-espartano del Estado y su preservación en extensión y dignidad, autodominio apolíneo, una humanidad aristocrática conformada para el deber. Una experiencia sobre la que Helmut Berve, qui­zás el mejor conocedor de Esparta durante el siglo XX, escribió en su Esparta : «Lo que Esparta significa como valor en la historia de Occidente (...) es la pervivencia en la conciencia del mundo venidero de una grandiosa idea política, que una vez llegó a tener realidad histórica...
Sin embargo, y por otro lado, no se puede ocultar que fue precisamente la idea inmanente, por escasos que sean los acontecimientos e informaciones concretos, la que dio a la historia de ese Estado su prestigio mundial. Por mu­cho que en múltiples ámbitos pueda resultar extraño y di­ferente a nuestro pensamiento y a nuestros anhelos, por poco que la comunidad nobiliaria espartana estuviese orientada en el sentido de una comunidad popular y por nada que su vida y su potencia estuviesen orientados en sentido moderno o dirigidos hacia la «cultura», sin embar­go, a través de toda la alteridad de las realizaciones, de los sucesos históricos, de la estratificación social nos contem­plan problemas, valores, hechos y destinos que nosotros sentimos como propios, que también se nos plantean a nosotros, que también hemos sufrido y combatido. En es­te sentido, la eternidad de la historia de Esparta pertenece a todo el pueblo griego, y en última instancia, a los pue­blos hermanos entre los cuales, hoy como entonces, noso­tros conscientemente nos contamos. Porque todo lo que significan ley y comunidad, sacrifìcio, forma y actitud, to­do lo que la fuerza de una voluntad orgullosa, la tentación de potencia o lo fútil de una grandeza sólo aparente, la historia de Esparta lo alza en imágenes a un mismo tiem­po grandiosas y sencillas ante nuestra interrogante mira­da».

Olegario de las Eras


Hans F. K. Günther, op. cit., p. 7.

  Como introducción a la concepción helénica de lo sagrado véase Walter Otto, Los dioses de Grecia, Madrid 2003; id, Teofanía, Ma­drid 2007 y Karl Kerenyi, La religión antigua, Barcelona 1999.

Una caracterización del concepto de areté aristocrática puede verse en F. Rodríguez Adrados, La Democracia ateniense, Madrid 2007, pp. 29-73.

Véase Wemer Jaeger, Paideia, Madrid 2000, pp. 86 y ss.

Nuccio d’Anna, II divino nella’Ellade, Génova, 2004, pp. 13-4.

Wemer Jaeger, op, cit. p. 87.

  Jürgen Brake, Spartanische Staatserziehung, 1939, 1a reimpresión 2007, p. 72. Sin embargo, en general parece existir cierta molestia en la constatación de una Esparta que no responda a una ideología cha­tamente militar. Véase, por ejemplo, los breves comentarios de Wilhelm Nestle a este fragmento en su edición crítica del Protágoras platónico (W. Nestle, ed., Platón, Protagoras, Stuttgart 1978, pp. 136 ss.).

   F. Lisi, F. Calonge, E. Lledó y C. García Gual (eds.) Platón, Diá­logos I, Madrid 2000, pp. 423-4.

    Los intentos explicativos, planteados con poca convicción, se reducen a considerarlos instrumentos de cohesión social y dominio político de los grupos sociales sometidos. Véase C. Fornis, Esparta. Historia sociedad y cultura de un mito historiográfico, Barcelona 2003, p. 303-4.

Puede verse una exposición ágil del kosmos espartano en castella­no en Cesar Fomis, op. cit., pp. 245-320.

  Ulderico Nistico’, Il ritorno degli Eraclidi e la tradizione dórica spartana, Padua 1978, p. 46.

  Según Platón, la sabiduría de los siete sabios, que gira en tomo al principio de un orden cósmico como expresión del orden divino, no es sino la misma espiritualidad el centro apolíneo de Delfos, expre­sada mediante fórmulas concisas que probablemente servían también como soportes de meditación, como parece indicar la máxima “conócete a ti mismo” atribuida a Quilón de Esparta, uno de los Sie­te, y que se esculpió en el santuario délfico como precisa expresión de la esencia espiritual personificada por Apolo. En el Protágoras platónico podemos leer (F. Lisi et alii (eds.), op. cit., 343 a-b): «Puede uno comprender que su sabiduría era de ese tipo, al recor­dar la breves frases dichas por cada uno, que ellos, de común acuerdo, como principio de la sabiduría dedicaron en inscripción a Apolo en su templo de Delfos, grabando lo que todo el mundo repi­te: “conócete a ti mismo” y “Nada en demasía». Véase N. d’Anna, op. cit., p. 13-14.

Nuccio d’Anna, op. cit. p. 91-92.
18                                                    Ulderico Nistico’, op. cit. p. 43

Julius Evola, La doctrina del despertar, México D. F. 1998, pp. 133 y ss.

  M. Rico Pérez y M. Fernández Galiano (eds.), Jenofonte, La Re­pública de los Lacedemonios, Madrid 1973.

Provenientes de fuentes de muy diverso origen y valor. No obstan­te, no podemos compartir el juicio sobre el «romanticismo» que para Jaeger subyacería a las opiniones sobre Esparta de Plutarco.

Las huellas de esta disposición llegan hasta la Edad Media alema­na y todavía en un escrito de Lutero Vom ehelichen Leben (Sobre la vida conyugal) fechado en 1522 se habla en términos laudatorio de esta costumbre.

  La exposición, la expositio de los romanos, fue llamada por los helenos ekthesis. Sin embargo, las exposiciones no se hacían sola­mente por razones de naturaleza eugenésica (madres solteras, adulte­rios, pobreza, y en el periodo tardío también lo hacían parejas que no querían hijos para vivir con más comodidad. Desde el emperador Constantino la exposición (expositio) fue declarada, por influjo cris­tiano, «asesinato de un familiar» (parricidium) en todo el Imperio, lo que incluía, claro está, a su población de lengua griega. Desde el año 374 d.n.e. se castigará con la pena de muerte.

Helmut Berve, Sparta, Leipzig 1939, p. 146-7.