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Diario de guerra
(1914-1918)

 

Ernst Jünger

 

 

Diario de guerra (1914-1918) - Ernst Jünger

672 págs.,
 Tapa: blanda
Edicitorial Tusquets
2013, España
15 x 22 cm.
 Precio para Argentina: 200 pesos
 Precio internacional: 29 euros

 

Movido por su sed de peligros y aventuras, el jovencísimo Ernst Jünger —tenía entonces diecinueve años— se alistó voluntariamente en el 73.º Regimiento de Fusileros, cruzó la frontera de Luxemburgo a finales de 1914 y, poco después, entró en combate. Desde entonces, y casi a diario, relató en quince cuadernos su participación en una contienda que diezmó a una generación entera. Pronto encuentra el infierno: poblaciones arrasadas, heridos abandonados a su suerte, compañeros desventrados; una verdadera máquina de devastación. También describe la dureza de la vida en las trincheras, el peligro de las incursiones nocturnas para capturar prisioneros o las ocasiones en que escapa de la muerte, agazapado en el cráter de un obús.
Acompañados por los numerosos dibujos realizados por el propio autor, y por mapas y esquemas de las zonas de combate mencionadas, estos diarios describen la atroz realidad con crudeza y autenticidad, a veces con la fría curiosidad de un entomólogo, al tiempo que nos descubren a un Jünger muchas veces harto de la guerra y de la incompetencia de sus superiores, pero también orgulloso de las heridas que recibió y de las condecoraciones obtenidas, como la prestigiosa Pour le Mérite.
Anotado y comentado por Helmuth Kiesel, profesor de literatura alemana y experto en la obra de Jünger, Diario de Guerra (1914-1918) permaneció inédito hasta 2010, y su publicación en Alemania constituyó un auténtico acontecimiento editorial.

 

ÍNDICE

Diario de guerra (1914-1918)
Primera parte................................... 11
Segunda parte .................................. 32
Tercera parte ................................... 44
Cuarta parte.................................... 83
Quinta parte ................................... 118
Sexta parte..................................... 147
 Séptima parte .................................. 180
Octava parte ................................... 188
Novena parte................................... 203
Décima parte................................... 229
Undécima parte................................. 252
Duodécima parte................................ 290
Decimotercera parte ............................. 354
Decimocuarta parte (A)........................... 390
Decimocuarta parte (B)........................... 411
Apéndice, comentario y notas a Diario de guerra Libro de coleópteros............................. 427
Observaciones sobre el Libro de los coleópteros .......... 453
Nota editorial .................................. 464
Escalafón de la infantería alemana.................. 466
Comentario a Diario de guerra...................... 468
Ernst Jünger en la primera guerra mundial . . . . . . . . . . . 613
Bibliografía .................................... 661
Agradecimientos ................................ 668
Procedencia de las imágenes....................... 669

El autor


Ernst Jünger nació en Heidelberg en 1895. Su infancia transcurrió en Hannover, y en 1913, tras huir del hogar familiar, se alistó en la Legión extranjera, pero a las seis semanas tuvo que abandonarla debido a la intervención paterna. Tras participar en la primera guerra mundial, experiencia que aparece relatada en estos diarios y en Tempestades de acero, inició estudios de zoología y se trasladó a Leipzig y, más tarde, a Berlín. En 1941, como capitán del Ejército, se incorporó al alto mando alemán en París. En 1942, el régimen nazi prohibió la publicación de sus obras. A partir de los años cincuenta, Jünger combinó las estancias en Wilflingen con viajes por el mundo entero y la creación de una obra literaria, ensayística y memorialística, publicada por Tusquets Editores, que le ha convertido en uno de los testigos más lúcidos, apasionantes y controvertidos de nuestra época. Jünger murió en Wilflingen en 1998, poco antes de cumplir los 103 años de edad.


RESEÑA


El escritor Ernst Jünger reflejó su paso por la Primera Guerra Mundial en el diario que llevó entre 1914 y 1918 y que ahora se edita en español. Gabriel Albiac traza la génesis de uno de los filósofos capitales del siglo XX
No iban a encontrarse hasta casi treinta años más tarde, pero en 1914 están cada uno a un lado de las trincheras. Ven lo mismo. Lo narran, como nadie había narrado antes. Louis-Ferdinand Céline y Ernst Jünger coinciden en una recepción del gobernador militar alemán en el París ocupado. Tratan de presentarlos como iguales: héroes de la Gran Guerra que revolucionaron la literatura. Jünger queda despavorido ante el salvajismo del tipo al cual dicen su igual en Francia: «Cuando habla tiene la mirada fija propia de los maníacos, una mirada que parece brillar desde el fondo de las cavernas».
Poseemos constancia de lo sucedido en aquel diciembre de 1941. Céline había llegado, como siempre, desaliñado y furioso. Se había ido de cabeza a por el dirigente alemán. Le había interpelado con la salvajada que deja helado a Jünger: «Céline ha manifestado su extrañeza, su asombro, por el hecho de que nosotros, los soldados alemanes, no exterminemos a los judíos: por el hecho de que alguien que tiene a su disposición una bayoneta no haga un uso ilimitado de ella».
Hitler se conmovía con la lectura de «Tormentas de acero», de Jünger
Los jóvenes escritores que asisten a la recepción hablan de un Céline que ni siquiera aguarda respuesta, se da la vuelta y desaparece con la misma ausencia de cortesía con la que había entrado; lo disculpan ante el militar alemán: es Céline, ya se sabe, no se lo tome usted demasiado en serio. Y Jünger anota cómo, en esa mirada loca del Céline que sólo ansía el exterminio –por él exigido en «Les bagatelles pour une massacre»– de la población judía, ha percibido el destello de una debilidad que el alemán desprecia: el nihilismo.
Un antinazi instintivo
Todo Jünger cabe en esa paradoja, difícil de entender y, de hecho, no entendida: héroe de la primera guerra, militarista ascético, cantor de la épica combatiente, nada odia más Jünger que el nihilismo. Eso hará de él un antinazi instintivo. Como sucedió a tantos entre los militares alemanes de la Segunda Guerra Mundial. No participó directamente en el atentado de 1944 contra Hitler. Pero algunos de los implicados eran amigos suyos.
Jünger apuesta por ser un héroe. Su desapego hacia la propia vida hiela la sangre
Para aquellos militares de carrera, como para Ernst Jünger, Hitler quintaesenciaba la locura plebeya que disparó los totalitarismos de entreguerras, del nacional-socialista como del bolchevique: a eso llaman «nihilismo». Y será uno de aquellos viejos conservadores, huido tras la depuración de las SA de Röhm, Hermann Rauschning, quien dará cuerpo teórico a tal rechazo en un libro de lectura indispensable para entender la tragedia alemana de entreguerras: «La revolución del nihilismo». Huirá Rauschning. El estricto sentido del deber militar impedirá a Jünger hacer lo mismo.
Era ya entonces el más prestigioso de los narradores alemanes. Sin contar con el aura de heroicidad con el que sus siete heridas en la guerra del 14 lo revestían. Eso le salvó la vida, sin duda. Aunque, en algún momento, la Gestapo lo mantuviera bajo estricta vigilancia. Pero Hitler se conmovía con la lectura de sus «Tormentas de acero». Y ni siquiera la verosímil burla del nazismo que era «Sobre los desfiladeros de mármol» lo hizo cambiar de opinión.
En la prodigiosa cabeza de Ernst Jünger
La movilización lo salvó de mayores quebraderos de cabeza. Capitán en el Estado Mayor alemán, al mando de Hans Speidel, Jünger, desde su despacho del Hotel Majestic, despliega su honda fascinación hacia París y hacia la cultura francesa. Ambos –París y la literatura y la pintura de Francia– le son tan amados cuanto detestados sus propios jefes políticos, esa insufrible plebe del Partido nazi y la Gestapo. En la prodigiosa cabeza de Ernst Jünger, el arte y la literatura han desplazado ya, a esas alturas de la vida, a la acción militar como lugar sobre el cual asienta el héroe su campamento. Solitario.
Jünger: «Una vez me entretuve recapitulando mis heridas»
Pero el joven que se alista, apenas comenzada la Primera Guerra Mundial (entonces era sólo Gran Guerra, la vulgaridad de numerarlas no estaba todavía en uso), tiene 19 años. Aunque ya, dos años antes, ha huido del hogar paterno para alistarse en la Legión Extranjera francesa. No ha publicado aún nada: es un perfecto desconocido.
El «Diario de guerra», cuya traducción al español ve ahora la luz, no fue concebido como proyecto literario. Su autor no es todavía ese cuyas «Tempestades de acero» –para cuya elaboración estos diarios tanto han pesado– serán saludadas seis años más tarde por André Gide como «incontestablemente el más bello libro de guerra que he leído nunca, de una buena fe, de una honradez y de una veracidad perfectas».
Mapa de cicatrices
El estilista supremo que es, a partir de ese 1920, Ernst Jünger, en vano lo buscaríamos en estas anotaciones del día a día de un joven soldado que, en las trincheras, apostará por ser héroe, con una generosidad y un desapego hacia la propia vida que hielan la sangre. Y no sorprende que Gide vea en ese testimonio de la Guerra del 14 la forma suprema del relato militar. Louis-Fernand Céline, hablando de lo mismo –y escribiendo igual de bien, tal vez mejor, que el alemán– sólo ve mugre y casquería, y miedo, y una sordidez de la cual no es posible hablar más que por vía de hipérbole grotesca.
André Gide calificó el diario de Jünger como el más bello libro de guerra
El libro de Jünger es ya –como lo será toda su obra– una apuesta de clasicismo: lo único en lo cual puede, en medio del fango y la sangre, dar voz al héroe. Puede que sólo Kipling, en su escalofriante «Una madona de las trincheras», haya sabido dar con un equivalente clasicismo para narrar esa desolación. En la reflexión teórica, lo hará Sigmund Freud en sus «Consideraciones sobre la guerra y la muerte».
Jünger dejará, en el aburrimiento de un hospital de campaña, la constancia de ese mapa de cicatricesde la Guerra del 14 que es su cuerpo: «Una vez me entretuve recapitulando mis heridas. Constaté que, salvo algunas pequeñeces como tiros de rebote y desgarros, en total había recibido al menos catorce impactos, a saber, cinco disparos de fusil, dos cascos de granada, un balín de ''shrapnel'', cuatro cascos de granada de mano y dos disparos con orificio de entrada y salida». Ernst Jünger murió en febrero de 1998. Tenía 102 años.