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CUENTOS DE LOS INMORTALES TAOÍSTAS

Sabios, Magos, Adivinos y Alquimistas

EVA WONG

CUENTOS DE LOS INMORTALES TAOÍSTAS - Sabios, Magos, Adivinos y Alquimistas - EVA WONG

192 paginas
22 x 15 cm.
Editorial Paidos, 2005

Colección Orientalia
Encuadernación rústica,
 Precio para Argentina: 117 pesos
 Precio internacional: 22 euros

Durante su infancia en Hong Kong, Eva Wong visitaba el Parque de los Contadores de Cuentos, donde pudo oír y memorizar las historias que narraban los mejores contadores de Hong Kong. Igualmente, por la radio podía escuchar relatos referentes a los inmortales taoístas, y a la hora de acostarse, su abuela, mientras cosía, le contaba también historias al respecto.
Los cuentos aquí compilados nos hablan de personajes famosos en la historia y la mitología de China: del héroe de una gran batalla contra los señores del mal, de la traición infiel que infligió a sus amigos el fundador de la dinastía Ming, de la joven que salvó a sus conciudadanos imitando el canto del gallo... Divertidos y a menudo provocadores, estos cuentos incluyen con frecuencia una moraleja, pues los inmortales son un modelo de comportamiento espiritual en la cultura china: algunos de ellos eran sanadores; otros, activistas sociales; otros, aristócratas, y algunos, empresarios.
Sus nombres resultan familiares y sus historias se cuentan de generación y generación.

Eva Wong es practicante de las artes del taoísmo y prestigiosa traductora de textos taoístas. Entre sus obras se pueden señalar Seven Taoist Masters, Feng-Shui, Lieh-Tzu, Cultivating Stillness, Teachings ofthe Tao, The Shambhala Guide to Taoism, The Tao of Health, Longevity, and lmmortality, Harmonizing Yin and Yang y Taoísmo, esta última también publicada por Paidós.

 

ÍNDICE

Introducción              11

PRIMERA PARTE
LOS OCHO INMORTALES
El invitado de la cueva: Lü Tung-pin                     21
El ermitaño de la Cámara de la Nube: Chungli Ch'uan . 27
La patrona de las taoístas: Ho Hsien-ku                31
El espíritu del murciélago: Chang Kuo Lao                       35
El inmortal con la muleta de hierro: T'ieh-kuai Li . . . .     39
Un sobrino fiel: Han Hsiang                        41
El trovador vagabundo: Lan Ts'ai-ho                     45
El aristócrata ermitaño: Ts'ao Kuo-chiu                 47

SEGUNDA PARTE
SABIOS
El padre del ch'i-kung: Chen Hsi-yi                        51
El crítico de los ricos y poderosos: Chuang Tzu                 57
El ministro y la cortesana: Fan Li y Hsi Shih                     59
El emperador Amarillo: Huang Ti              65
El Anciano: Lao Tzu             69
Un príncipe entre los taoístas: Liu An                    71
El ermitaño del Monte T'ien-tai: Ssu-ma Ch'eng-chen .    75
El ministro de las montañas: T'ao Hung-ching                  79
El primer discípulo del taoísmo: Wen Shih             83

TERCERA PARTE
MAGOS
El maestro celestial: Chang Tao-ling                       89
El sanador errante: Fei Chang-fang                        95
El brujo estratega: Kiang Tzu-ya                 103
El inmortal vestido de oveja: Tso Chi                     109
El que atrapa a los espíritus: Ko Hsüan                  113
La protectora del pueblo: Mah Ku              117
La Señora de los Grandes Misterios: T'ai-hsüan Nü . ..     121
La mujer que voló sobre un sapo: T'ang Kuang-chen .     125
El Inmortal procedente del cielo: Tung-fang Shuo ....       127

CUARTA PARTE
ADIVINOS
El lector del destino humano: Chang Chung                     133
El inmortal grulla: Ch'ing Wu                     137
El mendigo loco: Chou Tien             141
El anciano y el hacedor de reyes: Huang-shih Kung y Chang Liang                  145
El maestro del Valle del Fantasma: Kuei-ku Tzu               149
El maestro de K'an-yu: Kuo P'u                   153
El lector del destino dinástico: Lin Ling-su             157

QUINTA PARTE
ALQUIMISTAS
El maestro del viaje del espíritu: Chang Po-tuan               165
El padre del t'ai-chi ch'uan: Chang San-feng                     169
La mujer que podía transformar los minerales en oro: La esposa de Cheng Wei                       173
El sabio que abrazó la simplicidad: Ko Hung                    177
El poeta inmortal: Pai Yü-ch'an                   181
La señora del Gran Yin: T'ai-yin Nü                       185
El padre de la alquimia inmortal: Wei Po-yang                 187

INTRODUCCIÓN

Cuando yo era niña, mi abuela, en Hong Kong, me contó mu­chas historias sobre los inmortales taoístas. Solíamos sentarnos las dos con las piernas cruzadas en su cama y, mientras ella cosía, me contaba cómo consiguió su nombre Li Muleta de Hierro (T'ieh- kuai Li), cómo Fan Li y Hsi Shih ayudaron al rey de Yüeh a de­rrotar al reino de Wu, y cómo Mah Ku salvó a los habitantes de su ciudad imitando el canto del gallo.
Los inmortales son una parte importante de mi cultura. La creencia del pueblo chino en los inmortales se remonta a los tiem­pos antiguos de la prehistoria y la leyenda, siglos antes de que el taoísmo llegara a ser una filosofía y una tradición espiritual. Los niños chinos de las familias tradicionales crecían escuchando his­torias de los inmortales, y yo no fui una excepción. Aun antes de haber oído hablar del taoísmo y de haber practicado sus enseñan­zas, estaba ya familiarizada con las gestas de los inmortales.
Mi abuela no fue la única persona que me contó esos cuentos; había también programas regulares de cuentos en la radio. Re­cuerdo especialmente uno: se emitía al caer la tarde con la partici­pación de actores que no sólo parecían tener un repertorio inter­minable de historias, sino que podían imitar las voces de mujeres, hombres y niños. Yo esperaba con ansiedad cada programa y rara vez me perdía alguno. Fue por medio de aquellas historias a través de las ondas como supe de la existencia de la almohada de Lü Tung-pin y de su sueño, de la partida de ajedrez de Chen Hsi-yi con el emperador Sung y de la amistad de Fei Chang-fang con el hombre de la calabaza.
En mi infancia, las historias de los inmortales taoístas se re­presentaban también en la ópera. Antes de que Hong Kong se con­virtiera en una bulliciosa ciudad atestada de rascacielos y centros comerciales, las compañías de ópera actuaban frecuentemente en las calles. El día antes de una representación, una calle, habitual­mente alguna próxima a un mercado, se cerraba. Los trabajadores construían el escenario, instalaban filas de bancos y levantaban pe­queñas tiendas donde los actores podían descansar entre un acto y otro. Grandes andamios decorados con flores y banderas se coloca­ban alrededor del escenario y la zona de asientos, y escritos en las banderas aparecían los nombres de los cantantes principales. Siem­pre que una compañía visitaba mi barrio, toda nuestra casa —mis padres, mi abuela, yo misma, junto con los criados— acostumbrá­bamos a ir a las representaciones. Todavía tengo vivos recuerdos de aquellos espectáculos. Eran las únicas ocasiones en que se me per­mitía estar levantada hasta tarde. Las óperas no empezaban hasta la noche, y, en el verano en Hong Kong, eso significaba habitual­mente las nueve.
En la ópera china, los artistas eran no sólo cantantes, sino también acróbatas y expertos en artes marciales. Las historias de los inmortales —la lucha de Chang Tao-ling con los señores del mal, la alevosa traición de Chu Yüan-chang (fundador de la di­nastía Ming) a sus amigos, la magia de Kiang Tzu-ya para derro­tar al emperador malvado— cobraban vida cuando los actores cantaban, daban vueltas, hacían fintas y daban saltos mortales por el escenario.
Están también las leyendas, tal como las contaban los contado­res profesionales en el Parque del Baniano. Cuando era más joven, el parque estaba situado en las proximidades del puerto, cerca de un refugio contra los tifones. Cada noche, el parque, un área que se ex­tiende alrededor de un enorme baniano, solía llenarse de vendedo­res de comida, jugadores, contadores de cuentos, acróbatas y exper­tos en artes marciales desplegando sus habilidades. Recuerdo claramente a un hombre fornido que andaba por allí con un cartel que decía «Garra de águila — Acepto retos de cualquier tipo». Cuan­do era adolescente, no me permitían ir sola al parque. Decían que había rateros, secuestradores y todo tipo de gentes malas que fre­cuentaban aquella parte de la ciudad por la noche. Sólo cuando mis primos mayores me visitaban, me dejaban ir al parque con ellos.
El Parque del Baniano era conocido como el Parque de los Con­tadores de Cuentos por una buena razón: los mejores cuentistas profesionales de Hong Kong se daban cita allí. Cada vez que visita­ba el parque me dirigía a los puestos de los contadores de cuentos, ponía un periódico en el suelo y me sentaba a escuchar las historias de los héroes chinos y los inmortales taoístas. Cada contador tenía su puesto habitual en el parque y, al crepúsculo, cada cual se dirigía a su sitio, con un termo lleno de té y una pequeña lámpara de ke- roseno. Allí, cada uno se sentaba en una silla plegable esperando que se reuniera su público. Los mejores cuentistas del Parque del Baniano no sólo contaban, sino que también imitaban voces dife­rentes, hacían efectos sonoros, cantaban y representaban los pape­les de los personajes de sus historias. Cada cuentista tenía su pro­pio repertorio, y los cuentos y la manera de contarlos se aprendían, se memorizaban y pasaban de una generación a otra.
También se podía leer sobre los inmortales taoístas en el Ca­non taoísta, la colección de libros que forman las escrituras del taoísmo. Personalmente, nunca me ha emocionado la manera en que se retrata a los inmortales en esas biografías. Los artículos se leen como las entradas de una enciclopedia, y los personajes pare­cen insulsos y lejanos. Después de leer alguno de esos artículos, siempre tenía la sensación de haber aprendido algo sobre los in­mortales, pero no de ellos. Sin embargo, en las óperas, en los pro­gramas de radio y en las historias contadas por mi abuela y los cuentistas del Parque del Baniano, los personajes cobraban vida. Al final de cada historia, sentía que no sólo me había encontrado con los inmortales, sino que había aprendido de ellos.
¿Qué son los inmortales? ¿Fueron mortales alguna vez, o han sido inmortales desde el principio del tiempo? La respuesta es un poco las dos cosas. En este libro, se descubrirá que algunos inmor­tales eran espíritus de las estrellas o animales (Tung-fang Shuo y Chang Kuo Lao); algunos eran mortales que habían realizado bue­nas acciones y fueron recompensados con la inmortalidad (las her­manas de la historia de Ko Hsüan); otros entraron en el reino in­mortal ingiriendo una píldora mágica (el emperador Amarillo, Huai-nan Tzu, Ko Hung y Wei Po-yang); y otros sin embargo al­canzaron la inmortalidad cultivando el cuerpo y la mente (Ssu-ma Ch'eng-chen, Chen Hsi-yi y Chang Po-tuan).
Los inmortales taoístas pueden dividirse en cuatro clases se­gún su nivel de madurez. En el nivel inferior están los inmortales humanos. Los inmortales humanos no se diferencian en mucho de los mortales ordinarios, salvo en que viven una vida larga y sana. En este libro, Fan Li, Hsi Shih y Kiang Tzu-ya son ejemplos de in­mortales humanos.
Luego vienen los inmortales terrenales. Estos inmortales vi­ven durante un período de tiempo inusualmente largo en el reino mortal, mucho más prolongado de lo que dura la vida de la gente ordinaria. En este libro, Tso Chi, Fei Chang-fang y Chang Chung son ejemplos de inmortales de la tierra.
Por encima de los inmortales de la tierra están los inmortales del espíritu, que viven para siempre en las comarcas celestiales. Al­gunos, como el emperador Amarillo, Wei Po-yang y Wen Shih, se llevan su cuerpo con ellos cuando entran en el reino inmortal. Otros, como Pai Yü-ch'an, Kuo P'u y Chang Po-tuan, dejan el cuerpo tras ellos cuando liberan su espíritu.
En el nivel superior están los inmortales celestiales. Estos in­mortales han sido divinizados y se les otorgan los títulos de señor, emperador o emperatriz celestiales. Algunos, como Lao Tzu y Chuang Tzu, son de hecho divinidades, pues se les considera ma­nifestaciones de la energía cósmica del Tao. Otros, como Lü Tung- pin y Ho Hsien-ku, fueron «promovidos» al estatuto de las divi­nidades por las obras meritorias que realizaron en los reinos mortal e inmortal.
Los inmortales taoístas son tan diversos como cualquier gru­po de gente. Algunos eran sanadores (Fei Chang-fang y Chang Tao-ling); otros fueron maestros (Lü Tung-pin, Kuei-ku Tzu, T'ai-hsüan Nü y T'ao Hung-ching); y otros fueron activistas so­ciales y políticos (Fan Li, Hsi Shih y Chang Liang). Algunos cul­tivaron el Tao viviendo en soledad (Ko Hung, Ts'ao Kuo-chiu y Chang San-feng), y otros vivieron en la sociedad aunque huyeron de los valores establecidos (Chuang Tzu y Chou Tien). Hubo cien­tíficos (la esposa de Cheng Wei y Wei Po-yang), eruditos (Ssu-ma Ch'eng-chen y Chang Po-tuan), poetas (Han Hsiang y Lin Ling- su), jefes militares (el emperador Amarillo, Chungli Ch'uan y Kiang Tzu-ya), maestros de feng-shui (Kuo P'u y Ch'ing Wu), aristócratas (Huai-nan Tzu y Ts'ao Kuo-chiu), artistas (Lan Ts'ai- ho y Tso Chi), padres de familia (Ho Hsien-ku y T'ang Kuang- chen) y empresarios (Fan Li y T'ai-yin Nü).
Sin embargo, a pesar de su diversidad, todos los inmortales tie­nen algo en común: se interesaron por el Tao a edad muy tempra­na, rehuyeron fama y fortuna y vivieron vidas simples y sin tra­bas. Algunos, siguiendo el ejemplo de Chuang Tzu, nunca se sintieron atraídos por la vida pública. Otros, siguiendo las ense­ñanzas del Tao-te-ching, abandonaron el servicio público una vez cumplido su trabajo.
En la tradición taoísta, las historias de los inmortales están destinadas a enseñar y a entretener. Por ejemplo, las historias de Fan Li y Hsi Shih, Chang Liang, Chou Tien y Chang Chung nos advierten de que el poder corrompe, y que incluso aquellos que al principio tienen buenas intenciones (como Chu Yüan-chang y Liu Pang) pueden convertirse fácilmente en canallas y asesinos. En la historia de los discípulos de Kuei-ku Tzu, aprendemos la impor­tancia de saber retirarse en el momento oportuno. Las historias fomentan también virtudes como la generosidad (Ch'ing Wu y Sun Chung), la amabilidad (Ko Hsüan y las hermanas), la inte­gridad y el valor (Mah Ku), la piedad filial (Ho Hsien-ku y T'ang Kuang-chen) y la dedicación (Wen Shih).
Incluso los propios inmortales aprenden en estas historias. T'ao Hung-ching tuvo que aprender a valorar toda forma de vida (incluidos insectos y gusanos) antes de poder alcanzar la inmorta­lidad; T'ieh-kuai Li era demasiado vanidoso y tuvo que asumir la apariencia de un hombre feo y tullido para aprender la humildad antes de poder completar su preparación; y Lü Tung-pin tuvo que ser sacudido por una pesadilla antes de despertar de sus ilusiones.
Los inmortales que he escogido para este libro son los mejor conocidos y más respetados entre los chinos. Sus nombres les re­sultan familiares y sus historias se cuentan una y otra vez a lo lar­go de generaciones.
A la hora de contar estas historias he tratado de conservar el estilo de la narración china tradicional. Los inmortales están agru­pados en función de las categorías por las que son más conocidos: sabios, magos, adivinos y alquimistas. Sin embargo, cuando se leen las historias se observa que muchos inmortales no pertenecen a una sola categoría. Por ejemplo, Chen Hsi-yi, que es más conoci­do como sabio, era también adivino, y T'ai-hsüan Nü, que es más conocido como mago, fue también alquimista. Los Ocho Inmorta­les, los más famosos de los inmortales taoístas, se incluyen en la primera parte del libro y se enumeran por orden de antigüedad. Como grupo, los Ocho Inmortales representan las diversas facetas de la espiritualidad taoísta: enseñanza (Lü Tung-pin), alquimia (Chungli Ch'uan), aprendizaje femenino (Ho Hsien-ku), adivina­ción (Chang Kuo Lao), viaje del espíritu (T'ieh-kuai Li), tradición eremita (Ts'ao Kuo-chiu), forma de vida sin trabas (Lan Ts'ai-ho), y amor a las artes (Han Hsiang). Ningún otro inmortal ha inspi­rado las artes culturales de China ni ha encendido la imaginación del pueblo chino como los Ocho Inmortales.
Los inmortales taoístas han sido un modelo para los chinos a lo largo de siglos y han representado todo lo que valoramos como cultura. Ahora, cuando más gentes de fuera de China empiezan a asumir el taoísmo como tradición espiritual, los inmortales han asumido un papel aún más importante: no sólo son símbolos cul­turales del pueblo chino, sino que se convierten en ejemplos uni­versales de realización espiritual.

Quiero manifestar mi agradecimiento a los escritores de las óperas chinas, a los contadores de cuentos de la radio y del Parque del Baniano, y, sobre todo, a mi abuela, por transmitirme uno de los mayores tesoros del taoísmo. Espero que los lectores disfruten estas historias de los inmortales tanto como las he disfrutado yo.