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Cantos prohibidos

Textos de Miguel Serrano, Agustín Cadenas, Joaquín Bochaca y José Luis Ontiveros

Ezra Pound

Cantos prohibidos - Ezra Pound - Textos de Miguel Serrano, Agustín Cadenas, Joaquín Bochaca y José Luis Ontiveros

164 páginas.
13 imágenes b/n
Tamaño: 13,5 x 20 cm.
Ediciones Camzo
España, 2012
Colección: Minnesänger

Encuadernación rústica cosida c/solapas
 Precio para Argentina: 90 pesos
 Precio internacional: 15 euros

 

 

 

 

 

Estamos ante una edición extraordinaria, que ha costado muchísimo trabajo, cosa que no se intuye sin comprarlo y leerlo… no se trata solo de la edición en castellano de los Cantos LXXII, LXXIII y LXXXIV, los llamados ‘Cantos prohibidos’ porque fueron eliminados de las ediciones de los ‘Cantos’ de Pound en 1963 ni en la de 1970. Escritos en el final de 1944 e inicios de 1945, enviados a Mussolini en Salò donde se publicaron... Y no fueron reeditados hasta 1986.
Muere Pound el 1 de noviembre de 1972 en Venecia, pero no se han publicado aun estos cantos prohibidos, políticos en parte, agresivos contra la usura y el judaísmo (y esto es lo que los prohíbe)… curiosamente si denunciara a los chinos o a los congoleños no hubieran sido prohibidos… no es un tema ‘racial’, es la censura por atacar al poder real.
No, no es la edición de estos tres cantos SOLO lo que hace NECESARIO este libro, es que va acompañado de textos del mayor interés.
La Presentación de Bochaca y el Prólogo de A. Cadena son esenciales, pero además tenemos las aportaciones poéticas y literarias de J.L. Ontiveros, que ha sido el alma intelectual de esta edición.
Pero por si eso no fuera suficiente tenemos dos textos olvidados y esenciales: Primero el estudio que hizo el gran poeta Eliot, esencial para entender el puesto de Pound en la poesía de nuestro siglo. Y segundo el texto super interesante de M. Serrano sobre el homenaje que hicieron a Pound en Medinaceli, logrando que se levantara allí una placa en su honor. Allí tenemos no solo la historia de ese hecho, basado en las palabras que Pound dijo a Eugenio Montes sobre el Cid en su refugio de Medinaceli, hay también esa mística relación entre el canto XC y la placa de Medinaceli.
Por último las Notas explicativas de estos cantos, muy necesarias pues Pound habla de personajes y temas que exigen ser conocidos…
Añadamos las fotos donde se ve a evolución de la figura de Pound.
Un nuevo Círculo Pound, si, mantener el estudio y amor a ese poeta que fue fiel, encerrado en una jaula en 1945, encerrado luego en un manicomio en castigo a su rebeldía.. que HÉROE… es que el fascismo cultiva héroes como la democracia cría usureros.
RAMÓN BAU

 

ÍNDICE

Agradecimientos
- Nota del Editor
- Presentación por J. Bochaca
- Prólogo de Agustín Cadena
- El Canto y la Gangrena por J.. L. Ontiveros
- Pound según Pound por J. L. Ontiveros
- Introducción y Anexo por T.S. Eliot
- Cantos Prohibidos
- Canto LXXII
- Canto LXXIII
- Trazo Inédito del Canto LXXXIV
- Fragmento (1966)
- Notas pertinentes por Guillermo Rousset Banda
- Canto LXXII
- Canto LXXIII
- Canto LXXXIV
- Posfacio de J. L. Ontiveros
- Miembros del Nuevo Circulo Ezra Pound

- Anexo: Homenaje a la muerte de Ezra Pound por Miguel Serrano

AGRADECIMIENTOS

 

La presente reedición de los Cantos Prohibidos reconoce la sustantiva aportación de la primera traducción del filólogo chileno Albino Misseroni dalla Serra en que se inspi­ró la versión parafrástica de Guillermo Rousset Banda, polígrafo y experto en Pound, traductor de “Personae” ya desaparecido, así como las acotaciones del escritor Italia­no residente en México, Cario Coccioli, ya fallecido, en cuanto su conocimiento de formas dialectales del italiano y su admiración mussoliniana y poundiana -heterodoxa- de su etapa postrera en que fui muy próximo a él, -etapa revisionista respecto a su pasado partisano y demócrata, y su projudaísmo-, donde se produjo un desprendimiento la falsa concreción del YO, en que están -asentados para cualquiera- juicios muy generosos sobre mi obra que le agradezco desde ultratumba.
Asimismo al escritor español, Aquilino Duque, quien se preocupara generosamente por el desarrollo de la obra e hiciera una valiosa traducción propia que llegara extem­poráneamente, cuando ya se encontraba en su primer proceso editorial.
Igualmente subrayar la importancia de la aportación en esta reedición española del profundo y conmovedor texto del gran escritor chileno Miguel Serrano, del que se han cumplido dos años de su desaparición física de esta vida transitoria y mencionar el reconocimiento que amerita su viuda, Sabela P. Quintela, quien generosamente autorizó su publicación.
Héctor Buela; Juan Manuel Garayalde; el ánimo in­cansable y admirable con que Ramón Bau ha impulsado en todo momento su publicación, Gonzalo Baeza, preci­so y cuidadoso; Juan Pablo Herrera Castro quien aportara datos de interés documental que se recogen en este volu­men, Bernard Notin y Cristina García. Una referencia particular a Julieta Alatorre, en que cabe señalar su dili­gencia, inspiración y estímulo para plasmar este esfuerzo, pese a condiciones adversas de índole interior, fui auxi­liado por mi Angel hafice, mi daimon y mi jinn como de­bo exaltación pública de los integrantes -fieles al honor literario- del Nuevo Círculo Ezra Pound, en que cabe se­ñalar la presencia del escritor mexicano, Guillermo Samperio y diversos y valiosos escritores.
Por otra parte, hay que resaltar el cuidado que ha puesto en la reedición corregida y aumentada de esta obra -que era inédita en castellano- Manuel Quesada, di­rector de Editorial Camzo.
Así como enfatizar las significativas aportaciones del escritor mexicano Agustín Cadena y del escritor español Joaquín Bochaca ambos conocedores profundos y brillan­tes del mayor poeta del vigesémico, Muy dignos de reco­nocimiento y mención ya que son escritores -cada quien a su coleto- originales y a contracorriente, autores muy particulares en cada una de sus tradiciones, que por ¡la gracia de Dios!, ambas la española como la mexicana se expresan en un mismo espíritu indestructible, en el verbo sagrado del castellano. ¡Salve Pound!
José Luis Ontiveros

EL AUTOR

 

Ezra Loomis Pound nació en Hailey, Idaho. Estados Unidos, en 1885 y murió en Venecia. Italia. en 1972. Fue un poeta, ensayista, músico y crítico cultural estadounidense que predicó el rescate de la poesía antigua para ponerla al servicio de una concepción moderna, conceptual y al mismo tiempo fragmentaria.
Fue una de las principales figuras modernistas. jugando un rol vital en la revolución modernista.
Su obra monumental, los Cantos, o Cantares, le llevó gran parte de su vida. El crítico Hugh Kenner dijo tras encontrarse con Pound: 'He tomado de repente conciencia de que estaba en el centro del modernismo'
Sus contribuciones a la poesía provinieron del imaginismo y fueron destacadas por el tono moralista de algunos de sus escritos.
Se definió como Fascista "de izquierda', gran parte de la fama de Pound está vinculada a las consecuencias de su adhesión al fascismo, que le costó su detención, de forma inhumana, en una prisión militar al norte de pisa y lo posterior detención en un penal de los EE.UU. manicomio por una docena de años, Pound pagó un alto precio por un delito de opinión.

NOTA DEL EDITOR

 

Posiblemente nos encontremos ante una de las obras de carácter poético más polémicas del siglo XX. Ya sea por odio y aversión política o por respeto y admiración, los Cantos prohibidos de Ezra Pound han sido y proba­blemente serán una obra maestra de un artista que hasta el fin de su vida estuvo envuelto en un fuego cruzado.
Este “enfermo mental” como así fue declarado en su Estados Unidos natal, fue encerrado en un manicomio por su visión modernista de lo que le rodeaba, recopilado todo en versos calificados como fascistas y por tanto peli­grosos para los vencedores de la Segunda Guerra Mun­dial. Su intensa admiración hacia la persona de Benito Mussolini, al que el llamaba the boss le llevó a nacionali­zarse italiano, donde aún hoy puede denotarse la devo­ción por ese espíritu humilde con asociaciones como Casa Pound, que en su nombre da cobijo a sus paisanos sin te­cho.
Debe mencionarse que, el hecho que estos Cantos fue­sen prohibidos y por tanto no saliesen a la luz hasta nues­tros tiempos no se debe a la petición de este poeta revolu­cionario, del que consideran que casi cualquier poeta ex­perimental inglés de comienzos de siglo está en deuda con él, sino de su familia para evitar alargar su sufrimiento tras ser encerrado, en el que artistas de la talla de Hemingway o Frost intercedieron para su libertad.
Esta obra ha sido analizada por miembros del Nuevo Círculo Ezra Pound. Desde la editorial Camzo agradece­mos su colaboración y deseamos para el lector una buena asimilación de esta obra tan envolvente.

Ediciones Camzo

PRESENTACIÓN

por Joaquín Bochaca

 

Ezra Loomis Pound (Hailey, Idaho, 1885 - Venecia, 1972), fue indudablemente, la mayor gloria literaria naci­da en los Estados Unidos, pero también, en todos los sen­tidos, el más europeo de todos sus escritores.
Tras graduarse en la Universidad de Pennsyvania, fue editor de la revista Poetry, desde cuyas páginas popular-zó a autores como Robert Frost, William Butler Yeats y Wyndham Lewis, y publicó la primera obra de Thomas Stearns Eliot.
En 1911 dejó los Estados Unidos y lo hizo casi para siempre: sólo regresó, literalmente enjaulado, después de la Segunda Guerra Mundial, acusado de traición a la pa­tria. Instalado primeramente en Inglaterra, estableció con­tacto con un grupo de poetas con los que fundó el Movi­miento Imaginista, preconizando claridad, economía y precisión del lenguaje en la obra poética. El Imaginismo era una reacción contra las tradiciones excesivamente ro­mánticas y los acaramelamientos de la literatura clasicista victoriana. Ya en 1914, en vísperas de la Primera Guerra Mundial, Pound escribió la primera Antología Imaginista, Homenaje a Sexto Propercio, en que ordena las elegías de éste para hablar de la decadencia del Imperio Roma­no, y más tarde profetizó la decadencia del Imperio Britá­nico en Hugh Selwyn Mauberley. El éxito del Imaginismo hizo que Pound se decantara hacia el Vorticismo, con Wyndham Lewys y el escultor Gaudier-Brzeska, e hiciera una distinción radical entre el simbolismo francés y el Vorticismo, movimiento que se declaraba partidario de una estética apropiada para la sociedad moderna, en lu­cha con los movimientos anteriores y en contra del conservadorismo inglés.
Pero su obra principal, y la más conocida son, sin du­da, los Cantos, un total de 117, que empezó a escribir ha­cia 1917 y terminó en 1968. Los Cantos Písanos, publica­dos en 1948, fueron escritos en 1946, cuando el poeta se hallaba en la cárcel, y le valieron el Premio Bollingen de Poesía. Hombre de vastísima y universal cultura, Pound utiliza en sus Cantos los principales idiomas occidentales y el chino mandarín, que dominaba, al igual que el árabe. Naturalmente, predomina el inglés, pero abundan las expresiones en provenzal, en griego, en latín, en francés, en castellano y, muy especialmente, en italiano. La razón estribaba, según Pound, en que en cada idioma se han expresado ideas en forma tan redonda y tan clara que ya no es posible mejorarlas, y sólo pueden repetirse tal como fueron concebidas en el idioma original o en el que fue­ron "pensadas". En tal sentido, los Cantos constituyen una verdadera antología de todo lo que en Oriente y Occiden­te, sobre todo en Occidente, ha sido poesía, conocimiento y pensamiento.
La maligna y cruel estupidez de la época se cebaron en este hombre genial, auténtico fuera de serie de la litera­tura contemporánea. El motivo fue que, desde la Italia que tanto amó, habló, durante la última conflagración mundial, por Radio Roma, instando al gobierno de los Estados Unidos a que no entrara en guerra y, posterior­mente, a que se llegara a una paz honorable. Al ser ocupa­da Italia fue detenido y, antes de ser enviado a América, encerrado en una jaula, al aire libre, donde la chusma, convenientemente azuzada por sus carceleros, le arrojaba, entre los barrotes, pieles de plátano, cacahuetes y algún que otro escupitajo.

Al llegar a su patria fue condenado a la cárcel por “traición”, aunque la presión de intelectuales amigos su­yos y -todo hay que decirlo- de alguno que se hallaba, ideológicamente, en sus antípodas, como Hemingway, lo­gró su liberación, para ser posteriormente ingresado en un hospital psiquiátrico. Su primera decisión, al salir a la calle, fue abandonar los Estados Unidos y regresar a Italia, país que, por espacio de catorce años había sido su patria adoptiva. Nada más llegar, declaró a la prensa que por fin estaba libre de un manicomio poblado por ciento ochenta millones de habitantes.

PRÓLOGO

por Agustín Cadena

 

Junto con Rubén Salazar Mallén, José Luis Ontiveros es el único escritor maldito que ha dado la literatura mexicana. Al decir escritor maldito no me refiero a aquel que recrea la decadencia para complacerse en ella y cuya vanidad se satisface en un inocuo espantar al burgués, como en su momento lo fueron José Juan Tablada y Efrén Rebolledo, por ejemplo, o como lo han sido re­cientemente los productores de “literatura basura”. Me refiero a otra clase de ser: al que se opone activa y arti­culadamente al sentido del decoro intelectual de su época, al dinamitador de las construcciones ideológicas sobre las cuales los círculos letrados organizan sus tertulias y re­parten sus privilegios, al que es capaz de moverse con el mazo de Hércules de sus palabras en la casa de cristal de lo políticamente correcto.
Ciertamente, el escritor maldito no es un enfant terri­ble, sino una inteligencia lúcida que ha asumido como res­ponsabilidad histórica la tarea de escribir a contracorrien­te. Es un rebelde de tiempo completo, un anarca en el sentido jüngeriano. Y es desde esta perspectiva como de­be entenderse la obra de José Luis Ontiveros: una obra, como el autor mismo lo afirma, sostenida en un sentido de la exigencia y del deber absoluto; es decir, el deber que no está sujeto a los resultados de las acciones que de­manda.
Gilíes Lipovetsky, ese gran crítico de la conducta de masas en la época postindustrial, escribió: “Hemos pasa­do de una civilización del deber a una cultura del bienes­tar subjetivo, de la recreación y el sexo: es la cultura del self-love la que nos rige”.
En este estado de cosas, en esta extrema subjetivización general -moral subjetiva, derecho subjetivo, perversión subjetiva- los sistemas de regulación de la conducta inte­rior se ven descoyuntados. El hombre se divide dentro de sí mismo, pierde su centro y por lo tanto su poder viril. La unidad solar de Tonatiuh se eclipsa en la fragmentación de Coyolxauhqui. Y cuando este estado de cosas se con­vierte en la idea social de lo deseable, sólo el escritor maldito puede sacudir la conciencia y ofrecerle un espejo en el cual pueda ver su propia carcoma.
Volviendo a Lipovetsky, durante el Siglo de las Luces el bienestar anhelaba imponerse como un ideal social; no obstante, tanto en la jerarquía de valores como en las nor­mas sociales efectivas, se veía relegado a un segundo pla­no, sujeto al orden superior de los deberes de la abnega­ción de sí mismo. Este orden superior -el de la abnega­ción de sí mismo, el sacrificio y los valores que pueden llamarse originales desde el momento en que se apoyan en un para sí y en un deber incondicional- es lo que la cultura del self-love y del self-interest ha podrido. Natu­ralmente, el culto de la acción aparece estigmatizado co­mo un resabio de barbarie, considerado peligroso y pros­crito. Éste ha sido el destino de forajidos como Nietzsche, Céline, Kipling, Ezra Pound, Mishima, Jünger.
Ésta fue la suerte de Rubén Salazar Mallén y ésta ha sido la de José Luis Ontiveros.
Ensayista, novelista, cuentista, poeta, periodista, crítico, ha desarrollado como muy pocos una obra orgánica, construida con base en una poética definida, inequívoca. La acción como contraparte mishimiana de la escritura, el culto del hombre extraordinario, el desprecio por la masa, el horror ante lo orgánico y amorfo en contraste con el mundo mineral de las formas puras e incorruptibles, el sentido del canto como lenguaje de la caballería, la dualidad de lo sagrado y lo profano, el valor del símbolo: éstas son las herramientas con las cuales José Luis Ontiveros ha fraguado su escritura. Por eso hay poder en ella. Por eso participa de la plegaria, del himno. El canto y la gangrena, primer poema de largo aliento de Ontiveros, se presenta como una síntesis apretadísima de los postulados que han venido conformando su poética. Se trata de una obra compleja: una alegoría apocalíptica de la confrontación final entre la sangre y el oro, entre el príncipe y el mercader.
Aunque está escrito en verso libre, los epígrafes tomados del Sagrado Corán y de Ezra Pound nos hacen comprender desde el principio su filiación con el poema religioso y la epopeya. Ciertamente, se encuentra dividido en cinco cantos, lo cual nos da otra clave: el cinco es el número asociado al planeta Marte. A lo largo de éstos, distintos tonos nos van llevando a la conclusión- invocación final. El poeta comienza con lamentaciones sobre la edad tenebrosa en la cual “Usura todo lo puede” y “ninguno escapa a su poder”. Energizada por su propio desgarramiento, la voz elegiaca se toma épica hacia la mitad del segundo canto, donde la evocación de las
Guerras Púnicas matiza “la tristeza que cae en las tardes con su manto de sombra” con una nota de entusiasmo guerrero ante “el Irak que hoy vemos rebelarse”.
Finalmente, los últimos cantos se proponen como un homenaje a las nueve musas de la tradición helénica. Aquí es de notar que las musas no son meros elementos deco­rativos, como lo eran por ejemplo en la poesía moder­nista, sino que juegan un papel semejante al de Beatrice en la Divina Comedia. Ellas son la guía y el camino, la cla­ve de la ascesis que el trovador caballeresco ha de seguir a fin de recuperar el poder luminoso de la escritura. Es por ello que el poema comienza con el dictamen de II miglior fabbro. “Angosto es el camino hacia las musas”.
Ninguna época ha sido tan hostil como ésta al impulso heroico o prometeico. Al impulso poético. La acción co­mo vía ha sido deslegitimada en aras del nuevo orden de conciliación y hedonismo universales, y el poeta ya no es más que un proveedor de monerías verbales. El otro, el que escribe todavía para ganar el favor de las musas, el que es capaz de causar temor entre quienes oyen su canto en las plazas, queda como una última manifestación de lo luciferino en medio del mundo desacralizado. Es como si el fantasma de un antiguo aheda pregonase su epopeya por los pasillos de un shopping center. Nadie lo oye, nadie se detiene. Para los transeúntes no es más que un mendigo charlatán que quiere vender la felicidad cuando todos saben -lo han leído en libros comprados en restau­rantes- que la felicidad consiste en sentirse complacido de sí mismo. Si alguien piensa que esto no es posible segu­ramente es un amargado, un elemento de disfunción en el maravillosoengranaje de la nueva sociedad consumista y globalizada.
Pero el poema ha sido dicho y el aheda sigue ahí, de pie. Y así seguirá cuando el poder de su canto comience a hacer caer los muros del mercado, y las bolsas repletas de mercancías se desprendan de las manos aterradas de sus dueños.

COLOFÓN

 

Este libro se terminó de imprimir el 1 de noviembre de 2011, en el trigésimo noveno aniversario de la muerte de Ezra Pound, el mayor poeta que ha existido desde Homero y Dante, fecha marcada por la predestinación del Único, celebramos así con alegría espiritual, la única que está oltre la morte, el espíritu ejemplar e inclaudicable que caracterizó su obra inmensa y su martirio, lo que en un sentido profundo es un símbolo metafísico de su presencia. Estuvieron al cuidado de la edición José Luis Ontiveros y Manuel Quesada con la asesoría de Ramón Bau y Juan Pablo Herrera Castro.

Homenaje a la muerte de Ezra Pound

por Miguel Serrano

 

Ezra Pound murió en Venecia el 2 de noviembre de 1972, menos de cinco meses después de nuestra entrevista. Me encontraba en España, recorriendo esa dura y antigua tierra. Había visitado Ronda, en el sur, la ciudad sobre el abismo, donde Rilke viviera por un tiempo. Estuve leyendo sus cartas en el pequeño museo que los españoles le han dedicado en el hotel que habitara. Sus cartas de amor a Lou Salomé, también amada e inspiradora de Nietzsche. Reflexionaba que los españoles han rendido homenaje a este poeta universal, que pisara por breve tiempo su suelo lleno de historia y de leyenda. Seguí luego hacia el norte, a una ciudad pequeñita, cercana a Madrid, Medinaceli, donde el Cid buscara refugio en el destierro, ciudad de piedras y ruinas, romana y visigoda, pesada de misterio ibérico, quizá céltico, druídico. Está empinada sobre una colina y mira a un marseco, árido, de olas parduscas, amarillas, lunares, como la visión de un planeta muerto. A veces, en el horizonte lejano, aparece un árbol solitario, colocado allí por la belleza, por ese alguien que se goza en ordenar el paisaje de Castilla para luego contemplarlo desde la cumbre de Medinaceli, a través del viejo Arco Romano, resto de una antigua fortaleza.

..... Me enteré de la muerte de Ezra Pound en Madrid, en los periódicos. Los españoles le rendian sentido homenaje. Eugenio Montes refería el entierro en Venecia, donde me transportaba con la imaginación nuevamente, hasta su casita de la calle Querini, viéndole ahora ir en su último viaje en góndola oscura, por los canales, hasta el cementerio de la isla de Saint Michele. El periodista Eugenio Montes contaba que en la última entrevista que tuvo con el poeta -hace muchos años, seguramente-, éste le había preguntado: "¿Cantan aún los gallos del Cid al amanecer en Medinaceli?". Y agregaba que Pound había visitado Medinaceli en 1906, siguiendo la ruta del Cid. Pound amaba el poema del Cid, que consideraba superior aun a la Canción de Rolando. Había viajado a España para rehacer el antiguo camino del "Campeador". De este modo había llegado a ese misterioso pueblito de las alturas, que se conserva como en el medioevo.

..... De nuevo me encontraba en un cuarto de hotel, en Madrid ahora. Era de noche y quise continuar el diálogo, interrumpido en otra noche de Venecia, con el fantasma de mi amigo, ya desprendido en definitiva. Y el fantasma vino y se sentó en una silla, no sé dónde, de seguro no allí en ese cuarto de hotel, y se puso a hablar, a hablar, como no lo haría hace tanto tiempo. Estaba otra vez joven y recitaba poemas cósmicos, decía cosas inmortales, bellas, inmensas, como la ciudad de Venecia, como el paisaje de Castilla, como las montañas de la Luna. Yo escuchaba y olvidaba. Porque todo eso se olvida, y no se debe recordar.

Un monumento en Medinaceli

..... Días después volví a Medinaceli. Me enteré que allí vivía un chileno, el profesor Fernando de Toro Garland. Conversamos. Me habló también del artículo de Eugenio Montes y de las palabras de Pound sobre los gallos del Cid. Se le había ocurrido la idea de sugerir a las autoridades españolas erigir un monumento a Pound en Medinaceli, que registrara esa frase y el paso por allí del gran poeta americano al comienzo del siglo. Le animé en su empeño. Desde ese momento estuvimos en contacto personal o por carta. Seguí así todas las vicisitudes de sus esfuerzos. Las autoridades españolas del pueblo y varios amigos de Madrid colaboraron con entusiasmo. Labradores, picapedreros con sus mulas, transportaron una enorme piedra de los montes celtíberos, descascarada por los milenios, a través de las nieves del crudo invierno. Herreros del medioevo forjaron letras
simples y antiguas para ser enclavadas en la piedra, con la frase de Pound: "¿Cantan todavía los gallos del Cid al amanecer en Medinaceli?".

..... Se eligió la más bella plaza de la ciudad de las alturas (Medina en árabe significa ciudad; celi es cielo), y, allí bajo un árbol añoso, se enclavó la piedra. Será también una fuente, porque el agua correrá por su arrugada y resquebrajada superficie. Esa piedra es como el rostro de Pound en sus últimos años. Se eligió el día 15 de mayo de 1973, día de San Isidro y de los festivales de la ciudad, para la inauguración del monumento. Me encargué de que Olga Rudge, la compañera de Ezra Pound, pudiera ir. Olga tenía setenta y ocho años y no iba a parte alguna. Pero fue a Medinaceli.

..... Vinieron ese día poetas jóvenes españoles desde Madrid, con Jaime Ferrán, traductor de Pound. Se hallaban presentes en Medinaceli también algunos norteamericanos y pintores que allí viven. Y todo el pueblo vestido de día de fiesta, con sus trajes cuidados, con sus boinas, sus bastones de pastores, sus bordones de peregrinos de las alturas, sus rostros nobles, de roca castellana, sus hijos, sus nietos, que ya parten a las grandes urbes de la planicie, ciudades sin poesía. Todos estaban allí para rendir homenaje a ese poeta de otras tierras, de otros mundos, que ellos nunca conocieron, que no leyeron -porque muchos no saben leer-, pero que conocen desde dentro, con su alma de roca, que se parece al rostro del poeta muerto, del poeta ecuménico. Se encontraban allí los perros y las mulas que acompañaron y trajeron la piedra, estaba el herrero, el cura, el guardia civil, y el vino y el agua y el pan, la yerba y los pájaros de Medinaceli, de la Vieja Castilla. También estaban los gallos del Cid y Pound. De esos dos guerreros desaparecidos.

Los signos celestes

..... El día anterior supe que debía hablar en el homenaje; Olga Rudge quería que yo dijera algo en ese momento. ¿Qué cosa? ¿Qué decir que pudiera parecerse al silencio de Pound y de la Ciudad de Cielo? De amanecida me fui a caminar por las calles de la ciudad muerta, entre ruinas. Llegué a la plazuela del monumento y me senté bajo el árbol, junto a la roca. Llevaba conmigo un libro recién publicado en Barcelona por la Editorial Barral: Introducción a Ezra Pound, con traducciones y comentarios de Carmen R. De Velasco y Jaime Ferrán. Lo abrí y leí: "La piedra bajo el olmo / tomando forma ahora / curva la piedra en su borde / la piedra que en el aire toma forma..."

..... Era el canto XC. Me detuve perplejo. Pero... ¡aquí está la piedra y, precisamente, éste es un olmo! Nadie lo había pensado antes, nadie lo supo. Esto se hizo solo. Pero... ¿se hizo en verdad solo? Recordé la frase de Nietzsche: "Las cosas vienen a nosotros deseosas de transformarse en símbolos". Y Rilke: "¿Qué otra cosa quieres tú, mundo, sino transformarte en invisible dentro de nosotros?".

..... O bien, los sueños se hacen visibles fuera de nosotros... Esto es lo que Jung llamó "sincronismo", "coincidencias", "fenómenos acausables", y Nietzsche, "azares llenos de sentido". Puro "sentido", pura "magia", puro milagro, en verdad, todo y nada. ¿Quién dirige
esto? ¿Quién lo ha ordenado? ¿Acaso el mismo Pound? ¿O ese Ser que compone el paisaje, según el más alto sentido de la belleza, que hace crecer allí un árbol en el horizonte de Castilla, para que pueda ser contemplado desde la altura a través de un arco de piedra en ruinas? Ese Ser, emocionado, "tocado" por la belleza o la profundidad de los pensamientos, de los sueños, de los versos de un hijo del cielo y de la tierra, quiere así manifestarse cuando él vuelve a su seno. ("La naturaleza imita el arte"). Tal vez sea la misma tierra, la Madre Tierra, el Espíritu de la Tierra. Cuando Jung murió, estalló una tormenta inesperada en esa época del año y un rayo cayó sobre el árbol bajo el cual se sentaba,marcándolo para siempre. Cuando Ezra Pound murió, las cosas, la roca, el árbol, la naturaleza, recitaron un poema suyo, se ordenaron como uno de sus versos: "La piedra bajo el olmo...".

..... Y aún más:

..... "Ha penetrado el árbol en mis manos, / la savia por mis brazos ha ascendido / el árbol en mi pecho se hizo grande, / hacia abajo, / salen de mí las ramas como brazos. / Árbol eres, / musgo eres, / eres violeta que acaricia el viento... / Mueren los árboles y el sueño permanece".

..... En la tarde del día del homenaje, en presencia de todo el pueblo, como he dicho, también de la heroica compañera de Pound, se descorrió la bandera de España que cubría el monumento, el "rostro", la "piedra bajo el olmo". Y, entonces, en el olmo cantó un mirlo. Y el pueblo comentó el suceso y lo seguirá comentando por mucho tiempo, porque los habitantes de esas viejas ciudades en ruinas, de los pueblos de antaño, son como los griegos de la leyenda, como los celtas y los druidas, descubren en el canto de un pájaro, en un día de auspicios, un echo digno de ser interpretado y que llena así sus vidas hasta la muerte.

..... ¿Qué más puede desear un gran poeta que sus poemas sean recitados por las cosas? ¿Qué más puede desear que un mirlo cante en su homenaje? ¿Qué prueba mayor puede darse de que un hombre es grande, de que un poeta lo es, que el cielo, o la naturaleza, se manifiesten así para confirmarlo?

..... Aún canta un mirlo en Medinaceli. Y canta por Ezra Pound.

Miguel Serrano / El Mercurio Sábado 2 de Noviembre de 2002