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IMPERIUM

La Filosofía de la Historia y de la Política. Por la liberación de Europa

Ulick Varange (Francis Parker Yockey)

IMPERIUM - La Filosofía de la Historia y de la Política. Por la liberación de Europa - Ulick Varange (Francis Parker Yockey)

325 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2014
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 430 pesos
 Precio internacional: 30 euros

 

 

 

 

 

 

Actualmente nos encontramos ante una humanidad en acelerado proceso degenerativo; noches que se estiran con los merodeos de salvajes depravados y descastados; una tiranía sobre nuestro Gobierno, ejercida por minorías predatorias y organizadas; absurdos sistemas de impuestos ideados para mantener esquemas de "bienestar" cuyo objetivo deliberado consiste en hacer proliferar a los inferiores a expensas de los hombres productivos y creativos; una organizada inmundicia que se llama a sí misma literatura; la sífilis ética de Hollywood; a las mentiras sistemáticas que se presentan como erudición; la propaganda oficial y periodística cuya única finalidad es la perpetuación de la decadencia cultural al servicio de un sistema económico destinado a extirpar el mérito individual y la responsabilidad personal; una filosofía liberal y una religión enferma — perfecta para esclavos — que ferozmente combate todos los esfuerzos creadores de las almas nobles, revelando que su más alta aspiración es la implantación de un subconsciente deseo de muerte en nuestro pueblo; una cobarde hipocresía que imposibilita hablar de problemas reales... y todo ésto para el afianzamiento de la total supremacía del Falseador de la Cultura, que engorda en esas condiciones y se alimenta de ellas.
¿Cuál es el significado de "Imperium" en este contexto? Simplemente éste: que ahora, los soldados enrolados en el servicio de Occidente poseen una teoría profunda para inspirarles y guiarles. "Imperium", después de superar todos los intentos de sus enemigos por suprimirlo y destruirlo, resulta ser el único fundamento que puede usarse para la expulsión de los enemigos internos, la reconquista del Alma de Occidente y la preparación del camino del futuro.
A pesar de las encontradas opiniones que "Imperium" promoverá, una cosa es cierta: he aquí un libro que es básicamente diferente de los demás. Rompe la camisa de fuerza del actual intelectualismo estéril que nos insulta desde mil fútiles torres de "alto academicismo" y suministra al lector ideas que no sólo le enriquecerán a él, sino a nuestra Cultura. Ningún hombre inteligente ignorará "Imperium”.
Francis Parker Yockey, por el crímen de escribir este libro para la liberación de Europa, ha sido encerrado en prisión y poco después ha encontrado la muerte. Aquí está el testimonio.

 

ÍNDICE

TOMO I

Introducción 5
Prólogo 35

La Atalaya Histórica del Siglo XX - 39
Perspectiva 40
Los dos Aspectos de la Historia 50
La Relatividad de la Historia 53
El significado de los Hechos 56
La muerte de la vista lineal de la Historia 58
La Estructura de la Historia 64
Pesimismo 72
La Crisis de la Civilización 81
Darwinismo 87
Marxismo 96
Freudianismo 104
La Perspectiva Mundial Técnico Científica 111
El imperativo de Nuestra Epoca 120

La Atalaya Política del Siglo XX 129
Introducción 130
La Naturaleza de la política 132
La Simbiosis Guerra Política 139
Las Leyes de la Totalidad y la Soberanía 151
El Estado Pluralista 154
La Ley de la Constancia del Poder Inter orgánico 156
La Ley de la Constancia del Poder Intra Orgánico 158
El Pluriverso Político 160
La Liga de las Naciones 162
El aspecto interno de la Ley de la Soberanía 166
Los Organismos Políticos y la Guerra 172
La Ley del Pleno Político 177
La Ley de la protección y la Obediencia 180
La Internacional 183
Las Dos Antropologías Políticas 187
Liberalismo 190
Democracia 203
Comunismo 208
Asociación y Disociación de Formas de Pensamiento y Acción 210

TOMO II

Vitalismo Cultural - Salud Cultural. 221
Introducción 222
La articulación de una Cultura 224
Tradición y Genio 232
El Genio en la Epoca de política Absoluta 235
Raza, Pueblo, Nación, Estado. 237
Significado subjetivo de la Raza 253
Patología Cultural 258
Distorsión cultural resultante de la actividad parasitaria 263
Parasitismo Cultural 283
Distorsión Cultural 304
Retraso Cultural como forma de la Distorsión Cultural 310

América 315
Introducción 316
Los orígenes de América 317
La ideología americana 320
La Guerra de Secesión 326
La practica americana de Gobierno 328
Historia del Imperialismo americano 336
El Imperialismo americano en la época de las guerras de aniquilamiento. 343
La Revolución americana de 1933 - 352
Perspectiva Mundial 359
El negro en América 367
Retraso Cultural en América 370
Propaganda 375
La dirección de los asuntos exteriores americanos desde 1933 - 384
El Futuro de América 395

La situación mundial 403
El mundo político 404
La Primera Guerra Mundial 406
La Segunda Guerra Mundial. 411
Rusia 416
Japón 423
América 426

El Terror 430
El Abismo 440
Imperium 444

Notas 451

EL AUTOR

Francis Parker Yockey nació en Chicago, EEUU, en 1917. Dueño de un intelecto brillante, se graduó con honores en la Universidad de Notre Dame en 1941. En 1946 ocupó un lugar en los Tribunales contra Crímenes de Guerra, donde se juzgó en una farsa jurídica a los vencidos de la segunda guerra. En oposición a las irregularidades y dado que sus informes sólo buscaban la verdad y no se ajustaban a la intencionalidad política de estos procesos como le pedían sus superiores, renunció a su cargo. Entre 1947 y 1948 escribió su obra magna, Imperium, de corrido durante seis meses en su estadía en Irlanda. Su obra le acarreó la persecusión del FBI y finalmente su arresto bajo cargos de pasaportes fraudulentos. Poco después, en junio de 1960 falleció bajo custodia en misteriosas circunstancias.

SOLAPA

IMPERIUM
Es, como dice el propio Yockey, más que un libro. Es una obra que interpreta exactamente el pasado del organismo cultural llamado Civilización Occidental, Europa, lo que queramos llamarle y a partir de él, nos proporciona una visión optativa del Porvenir. La opción es dual: o bien Occidente, víctima de un Parasitismo cultural varias veces repetido en el curso de la Historia, aunque sin parangón en cuanto a su virulencia, se rehace y, siendo fiel a sí mismo y a su alta misión, vuelve al camino marcado por su Destino, o sigue el camino actual: Democracia – Socialismo - Marxismo - Mundialismo, que le lleva a una destrucción cierta e ineluctable, y a corto plazo

INTRODUCCIÓN

AL HEROE DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Was mich nicht umbringt, macht mich stärker.
(Lo que no me destruye, me fortalece)
NIETZSCHE

En la obscuridad, pude distinguir la silueta de este hombre ‑este hombre extraño y solitario ‑ a través del espeso alambre. En mi interior, maldije la pesada reja que impedía nuestro careo. Porque a pesar de que nuestro mutuo anfitrión era la Cárcel del Condado de San Francisco y aunque el hombre a quien visitaba estaba encerrado en pié de igualdad de ladronzuelos y criminales, me daba cuenta de que me encontraba en presencia de una gran figura, y podía sentir a la Historia erguida ante mí.
Ayer, los titulares de los periódicos hicieron estallar su sensacional descubrimiento. "El misterioso hombre de los tres pasaportes encarcelado aquí", anunciaban. Un hombre misterioso ‑malvado‑ había sido capturado. Un hombre acostumbrado a hechos obscuros y ‑mucho peor‑ a pensamientos prohibidos también, alborotaron los periodistas. Un hombre que había atravesado la Tierra en misteriosas misiones y que había sido considerado tan peligroso que su fianza había sido fijada en 50.000 $, una cifra de diez a veinte veces mayor que la normal por fraude de pasaporte. La excitación de los periódicos y el misterio de que se rodeó el caso parecían indicar que este desesperado era un gángster internacional o un agente comunista de primera fila.
Por lo menos, esto es lo que los periódicos insinuaron. Pero ahora yo sé que esta "prensa libre" que padecemos se equivocó en muchas cosas.
Ahora yo sé que el único crimen auténtico de Francis Parker Yockey fue escribir un libro, y por ello debía morir.
Es casi siempre imposible comprender la esencia de la grandeza. Existen los hechos conocidos de una gran vida, pero los hechos están inanimados y prácticamente mudos cuando buscamos la realidad esencial de una personalidad creadora. Pero repasemos algunos de los hechos que conocemos de una vida que es a la vez significativa, fascinadora y trágica.
Francis Parker Yockey nació en Chicago en 1917. Asistió a universidades americanas alcanzando el título de Bachiller en Artes en 1938 y, tres años después, el de abogado en Notre Dame, donde se graduó cum laude.
Desde su infancia Yockey se hizo notar por su prodigioso talento, que provocó el resentimiento de muchos. La Historia nos revela que la combinación de originalidad y alta inteligencia en unos pocos individuos es esencial para el progreso humano, pero los mortales admiramos más esas cualidades en las biografías que en los compañeros de clase, los amigos o subordinados.
Yockey era un pianista a nivel de concierto; también era un dotado escritor. Estudió idiomas y se convirtió en lingüista. Como abogado, nunca perdió un caso. Poseía una comprensión extraordinaria del mundo de las finanzas... lo cual es sorprendente, porque sabemos que en su filosofía la economía es relegada a una posición relativamente poco importante. Y es como filósofo que Yockey llegó a la cumbre y como a tal se le recordará; fue un hombre de una visión increíble. Además, su personalidad se completaba con el precioso don del sentido del humor.
Como la gran mayoría de americanos, Yockey se opuso a la intervención de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. No obstante, se alistó en el Ejército y sirvió hasta 1942, donde recibió una honorable licencia médica. Durante los siguientes años se dedicó a la práctica de su carrera, primero en Illinois, y después en Detroit donde fue nombrado Ayudante del Fiscal del Condado de Wayne County, en Michigan.
En 1946, a Yockey se le ofreció un empleo en el tribunal de los crímenes de guerra y fue destinado a Europa, concretamente a Wiesbaden, donde los nazis de "segunda línea" debían ser juzgados y castigados. La Europa de 1946 era un continente asolado por la guerra, no la próspera tierra que conocemos hoy. Contemplando las matanzas, y viendo con sus propios ojos los efectos del inmundo Plan Morgenthau cuyo propósito era la muerte por inanición de treinta millones de alemanes, y que estaba poniéndose en práctica en aquél momento, él debió, sin duda, sentir reforzada su convicción de que la entrada de América en la guerra había sido un espantoso error. Y sintiendo la fuerza del siniestro poder del Este, probablemente debió preguntarse qué intereses estaban siendo protegidos con una tal “victoria".
Como el Senador Robert A. Taft y muchos otros hombres de aquélla época que tuvieron el coraje de declarar sus convicciones, Yockey llegó a la conclusión de que todo el procedimiento de los “Juicios por crímenes de guerra" servía a los intereses ‑y había sido creado para servir los intereses - del comunismo internacional. El uso de la tortura, la falsificación de pruebas y el uso de leyes ex‑post‑facto ante un tribunal que era juez, jurado, fiscal y defensa a la vez constituían solamente una parte de los absurdos aspectos jurídicos. De una mayor importancia fue la reversión al barbarismo inherente a aquél espectáculo: una reversión tan sutilmente explorada más tarde por el británico F.J.P. Véale en "Advance to Barbarism".
Durante once meses, el trabajo de Yockey en Wiesbaden consistió en preparar informes sobre diversos casos. Poseyendo un completo conocimiento de la Historia, intentó llevar a cabo un trabajo objetivo. Finalmente en Washington, alguien se quejó, y fue llamado por su inmediato superior: "No queremos esta clase de informes", se le dijo. ”Los suyos tienen un sesgo equivocado. Deberá usted escribirlos de nuevo alineándolos con el punto de vista oficial".
Yockey sintió que había llegado el momento de tomar una decisión a pesar de que ello significara la ruptura con el conformismo y la inmersión en las solitarias aguas del ostracismo social. “Yo soy un abogado, no un periodista", dijo "tendréis que escribiros vosotros mismos vuestra propaganda"; y dimitió en el acto.
Después del incidente de Wiesbaden, regresó a América donde permaneció cinco meses. Pero de acuerdo con el gusto de la WeItpolitik fue incapaz de instalarse de manera permanente. No pudo soslayar el insistente sentimiento de que debía inmolarse a sí mismo en las llamas de la controversia. Y esta convicción conturbó de tal modo su mente que se dio cuenta de que no tenía elección.
Fue a finales de 1947 cuando Yockey regresó a Europa. Se instaló en una tranquila posada de Brittas Bay, en Irlanda. Aislado, concentrado en sí mismo, empezó a escribir, y en seis meses ‑trabajando sin notas‑ Francis Parker Yockey completó "Imperium".
La formidable tarea de publicarlo fue el siguiente paso. Nuevamente Yockey debió enfrentarse a serios problemas, pues ningún editor quería saber nada del libro, encontrándolo demasiado "polémico". Los hambrientos editores de nuestros adelantados tiempos saben que cualquier montón de basura, suciedad, sexo, sadismo, perversión e insanidad se venderá si está envuelto entre dos llamativas cubiertas y recibe el nombre de libro, pero saben también que bajo ninguna circunstancia deben permitir a los lectores entrar en contacto con una obra seria a menos de contener los acatamientos standard hacia los reclamos de la igualdad, la democracia y la fraternidad universal.
No obstante, finalmente Yockey consiguió asegurar la necesaria financiación y la producción del libro se llevó a cabo.
La primera edición de "IMPERIUM" se hizo en dos volúmenes. El I Volumen consta de 405 páginas y tres capítulos. El II Volumen, de 280 páginas y también tres capítulos. Ambos fueron publicados en 1948 en el nombre de Westropa Press. El I Volumen fue editado por C. A. Brooks & Co. Ltd. y el II Volumen por Jones & Dale, ambos de Londres. Los dos volúmenes miden 5 por 7 y media pulgadas y llevan una sobrecubierta en rojo, con el título escrito en negro sobre un fondo blanco.
Se sabe que tan sólo mil ejemplares del I Volumen y doscientos del II Volumen se terminaron. La discrepancia en la cantidad y el cambio de casa editora parece indicar que existieron dificultades en financiar la edición. Los ejemplares de la primera edición, naturalmente, no pueden obtenerse hoy en día.
La más rara combinación que puede darse en un hombre es la del filósofo y el hombre de acción. Cuando Yockey quiso iniciarse en organización política, demostró que él no era una excepción a esa regla... ¿O, tal vez no había llegado aún el tiempo para empezar un movimiento constructivo? Al organizar el Frente de Liberación Europeo en 1949, él y sus amigos lanzaron un manifiesto llamado "La Proclamación de Londres”. Pero, a parte de ser apaleados en Hyde Park, no lograron nada más. Y aquí de nuevo tropezó con el viejo problema. Incluso entre los penetrantes intelectuales e individualistas que eran sus camaradas, su brillo resplandecía demasiado. Fue envidiado y el esfuerzo fue baldío.
Habiendo acabado con su dinero y con sus inmediatas esperanzas, Yockey obtuvo un empleo en la Cruz Roja. Dimitió en 1951 y viajó a través de Europa.
En 1952, el Departamento de Estado rehusó renovarle el pasaporte. Lo solicitó repetidas veces, pero todas le fue denegado. Entonces empezó un juego entre el F.B.I. y Yockey, pues el F.B.I. había recibido órdenes de someterle a vigilancia en todo tiempo. Esta es una norma que desde entonces se aplica a los acérrimos anticomunistas en todos los lugares de los Estados Unidos, especialmente en el Sur. Cuando se conocía el paradero de Yockey, el F.B.I. lo vigilaba día y noche. Cuando lograba desaparecer temporalmente, como sucedía a menudo, sus amigos, parientes y conocidos eran constantemente interrogados por agentes que ‑según afirmaban‑ "sólo querían hablar con él".
Y esa era indudablemente la verdad. Es todo lo que querían. Querían saber dónde estaba, qué hacía, a quién veía, qué decía y a dónde pensaba ir después.
¿Preguntáis porqué? ¿Porqué todo este interés por Francis Parker Yockey, autor? El mismo facilitó la respuesta a un amigo. "Mis enemigos me han evaluado mejor que mis amigos", dijo, y era verdad.
Mientras escudriñaba a través de las espesas rejas de la Cárcel de San Francisco y divisaba la indefinida forma que permanecía al otro lado, en ese décimo día de junio de 1960, comprendí que debía ayudar al preso tanto como me fuera posible. No podía hacer nada más.
He leído su libro, dije a la sombra, y quiero ayudarle. ¿Qué puedo hacer?
Espere, me dijo. Espere, y actúe según le dicte su conciencia.
Durante la siguiente semana se publicaron muchas noticias acerca de la comparerencia de Yockey ante el Rabino Joseph Karesh, Comisario de los Estados Unidos.
Asistí dos veces a la audiencia, y en ambas quedé fascinado por ese hombre, Yockey. Su estatura aproximada era de cinco pies y diez pulgadas; era delgado, debía pesar unas 145 libras, y ágil. Su pelo era negro y empezaba a encanecer. Pero lo inolvidable era la expresión de su cara: pensativa, sensitiva, magnética. Creo que eran sus ojos. Obscuros, denotando una rápida y profunda inteligencia. Sus ojos parecían revelar grandes secretos, conocimiento y una terrible tristeza. En una ocasión, cuando se levantaba para volver a su celda, sus ojos escudriñaron rápidamente la sala, mirando fijamente, con desesperación, a pesar de que aquella expresión de determinada resignación nunca abandonó su faz. ¿Qué estaba buscando? ¿Qué otra cosa podía ser, en esa cueva de leones, sino una expresión amistosa? Recuerdo que su mirada se detuvo en mí y, en una fracción de segundo, me habló con sus ojos. En ese instante comprendí que nunca le abandonaría.
Un viernes por la mañana, día 17 de Junio, me levanté como de costumbre. Oí al speaker de la radio pronunciar palabras que me aturdieron.
Yockey había muerto.
"Voy a dormir sin parar hasta mañana" fue el críptico mensaje que dejó a su compañero de celda, en su última noche. ¿Era la mañana que él anunciaba como el amanecer de una Nueva Edad?
Se encontró una arrugada nota. El forense declaró que se trataba de un suicidio y que el veneno empleado fue el cianuro de potasio. Nadie supo dónde pudo obtenerlo. El caso se dio por sobreseído.
Como americanos, nos han enseñado desde la infancia a creer que vivimos en un país libre. Pero los tiempos cambian y América se ha transformado en muchos aspectos. A menudo, las viejas formalidades son respetadas, pero el significado y la realidad interna de América han cambiado, y nadie vio esto más claramente que Francis Parker Yockey. Veamos, por ejemplo, cómo ama la prensa fanfarronear ante sus víctimas ‑sus lectores‑ a propósito de su libertad. Sí, la prensa puede ser libre para mentir, tergiversas, omitir, engañar y calumniar, pero, ¿es libre de decir la verdad?
El espectáculo de hombre perseguido, calumniado e inducido a la muerte simplemente porque escribió un libro no es el que uno esperaría ver, en pleno siglo XX, en la tierra de los libres y el hogar de los bravos.
¿Pero podemos considerarnos libres cuando a un ciudadano americano cuyo único crimen fue escribir un libro se le niega el pasaporte por el Departamento de Estado, privilegio que sólo se niega a los más notorios degenerados y criminales? Hubo que esperar hasta el 24 de abril de 1962 para que el Departamento de Estado se decidiera a iniciar encuestas para la denegación de pasaportes a los agentes comunistas más importantes... pero la "prensa libre" curiosamente olvidó de mencionar que los informes de naturaleza confidencial emanados del F.B.I. o de cualquier otro organismo no serían utilizados contra un comunista a menos que a éste se le concediera el "derecho" de careo con su acusador. Y, naturalmente, el derecho de apelación, incluso en tal caso, sería escrupulosamente respetado.
¿Somos libres cuando un ciudadano puede ser arrestado sin una orden de detención y mantenido en prisión sin cargo alguno contra él, y con la fantástica fianza de 50.000 dólares? ¿Somos libres cuando los buitres de la "prensa libre” pueden abalanzarse sobre la víctima y arrojarle montones de calumnias y basura, acusándole de haber hecho cosas que nunca hizo, o dicho cosas que nunca dijo para crear un "opinión pública" en contra suya? ¿Puede llamarse América un país libre cuando un sensible genio puede ser aherrojado en la más sucia de las cárceles en compañía de criminales negros y blancos y se le niegan incluso ropa limpia y un baño? ¿Somos libres cuando a tal "delincuente" no se le permite ni siquiera entrevistarse con sus hermanas en privado, y cuando un grupo que se supone se constituyó para defender los derechos constitucionales de los ciudadanos ‑la Unión Americana para las Libertades Civiles‑ prefiere abogar por los "derechos" de homosexuales, traidores, asesinos y pornógrafos que por los de un sincero patriota como Francis Parker Yockey, cuyos pensamientos y esfuerzos estaban dedicados a sus compatriotas? ¿Somos libres, pregunto yo, cuando un juez puede dictaminar que un preso no va a tener un "juicio rápido y público por un jurado imparcial..." según garantiza la Carta de Derechos, sino que va a ser sometido a un examen mental con el obvio propósito de suprimir el juicio con jurado? Y, finalmente, ¿somos libres cuando otro grupo, muchísimo más poderoso que la Unión Americana para las Libertades Civiles o que el mismo Gobierno tan poderoso, ciertamente, que las gentes no se atreven a pronunciar su nombre en voz alta, a no ser en términos de la más servil alabanza, somos libres cuando esa facción puede dictar al Gobierno el procedimiento que debe seguirse para eliminar a elementos incómodos como Francis Parker Yockey?
Si cosas como las que he enumerado pueden suceder y han sucedido entonces nuestra vanagloriada "libertad" es una paparrucha; una palabra vacía que nos han dado nuestros espabilados vigilantes para mantenemos contentos y tranquilos, de la misma manera que un padre da una brillante fruslería a su hijito.
Es instructivo analizar los métodos utilizados por nuestros amos para combatir ideas y movimientos positivos. Existe una norma en tales tácticas, que las fuerzas constructivas harían bien en estudiar. La primera táctica consiste en la supresión y firme no‑reconocimiento del rebelde y sus obras. La prensa aplicará unánimemente el bien conocido "tratamiento del silencio". Incluso en esta primera etapa, si el movimiento promete llegar a consolidarse, se considera la posibilidad del asesinato y se lleva a la práctica si es necesario. El asesinato del joven Newton Armstrong, Jr, en San Diego, la noche del 31 de marzo de 1962, constituye un ejemplo. Entresacamos del libro de Che Guevara sobre la táctica de guerrillas y la cuestión de cuándo es preciso recurrir al asesinato:
"Generalmente es contrario a la política del Partido Comunista el recurso al asesinato... Con todo, se requieren dos criterios y una decisión política de alto nivel... Los criterios para el individuo en cuestión consisten en que debe tratarse de alguien altamente efectivo y que su ejecución debe servir de ejemplo".
La siguiente táctica consiste en el descrédito mediante el libelo, la tergiversación, el embuste y la siembra de confusión cuando es posible. Puede llevarse a cabo una campaña negativa de descrédito para destruir la efectividad de un enemigo, o una campaña positiva encaminada a enmascarar la verdad para permitir el desarrollo de un movimiento subversivo. La falsificación de la verdad acerca de Castro, que fue literalmente mimado por toda la prensa y, naturalmente, por el Departamento de Estado, es un ejemplo clásico de esto. Todo empieza generalmente en la forma de una campaña de cuchicheos subterráneos que progresivamente se convierten en una campaña abierta cuando interviene la “prensa libre". El objetivo consiste en aislar a los enemigos del presente régimen y desacreditarlos. La tercera táctica consiste en la infiltración de agentes en el seno del movimiento hasta conseguir dotarle de una dirección falseada con objeto de sabotearle en el momento oportuno, mientras las energías de los patriotas son encaminadas hacia actividades controladas o sin peligro. La cuarta y última etapa sólo se utiliza en último extremo cuando ya el movimiento o la filosofía ha conseguido institucionalizarse y es inmune a tácticas más bastas. Consiste en interpretarlo de manera que aparezcan tan semejantes como sea posible con modelos aceptados. (Curiosamente, las conflictivas filosofías de Jesucristo y de Friedrich Nietzsche sufrieron esta mortal interpretación). Dos o más de las mencionadas maniobras son corrientemente utilizadas a la vez. Por ejemplo, además de la supresión de su "Imperium", Yockey fue víctima de una campaña de descrédito; también estuvo en peligro de asesinato, y su enigmático final solventó el problema. Ahora no es preciso ser un profeta para predecir que la presente reedición de su obra traerá las mismas consecuencias.
Os digo que la injusticia de todo es suficiente para volverle a uno loco. ¿Cómo se pueden soportar las cínicas o ignorantes bobadas de los liberales cuando gimen en pro de la “libertad de expresión" y el "derecho a disentir" y agitan sus puños contra el "conformismo" y todos sus juegos de manos cuando uno sabe que esos paralíticos morales de ética pervertida sólo reclaman sus peculiares libertades para los que trabajan en la destrucción de Occidente? Ya hemos visto la actitud que adoptan cuando los que se dedican a la defensa de Occidente necesitan su ayuda.
Cierto viejo y sensato reporter susurró a una de las hermanas de Yockey que, silenciosa y llorosa, se sumergía en su soledad. "Su hermano es un mártir; el primero de una larga lista... si queremos recobrar nuestro país de manos de los que nos lo han robado."
Un sorprendente epílogo en el caso Yockey se produjo unas semanas después de su muerte. Súbitamente, inexplicablemente, el hombre a quien se había encargado la misión de internar a Yockey en el asilo de lunáticos, el Fiscal de los Estados Unidos, presentó su dimisión, abandonó a su mujer y a sus hijos e ingresó en un monasterio.
Admitamos que, por lo menos, un devoto servidor de la Democracia tiene una conciencia, aún cuando la haya manifestado un poco tarde.
Permitidme que os exponga mis ideas de manera que no se produzcan malentendidos. Estoy en favor de la supervivencia de nuestro organismo cultural occidental. Amo a los que luchan por la integridad de Occidente sean quienes fueren. Y, por mucho que tema y desconfíe de los enemigos exteriores de Occidente, desprecio aún más a los enemigos interiores y a los cobardes que les prestan ayuda... y odio su pútrida doctrina que bautiza de inevitable nuestra continua degradación.
Además, creo que Occidente puede sobrevivir. Todo depende la fe: fe en nuestro futuro; fe en nuestra superioridad y supervivencia. El escepticismo, la sofisticación, el cosmopolitismo y el cinismo han destruido la vieja fe, que no ha sido reemplazada por una nueva. Pero la fe es y siempre lo será el ingrediente esencial de cualquier fuerza histórica. Sólo una fe unificadora puede aportar el motivo común para la supervivencia ‑la convicción justa y profunda de nuestro derecho a la vida‑ e iluminar el poder intolerante que puede limpiar y redimir a nuestro decadente y putrefacto ambiente. Muy simplemente: el imperativo de inspirar la fe es el problema crucial de nuestro tiempo.
Y cuando digo "sobrevivir", quiere decir exactamente esto. Porque hemos ido tan lejos; nuestras filosofías, libertades y módulos culturales están tan pervertidos o erosionados, que la mera supervivencia es todo cuanto es posible. Quiero decir que los que deben salvar a Occidente deben darse cuenta, desde el principio, de lo que puede ser salvado; que muchas cosas deberán ser sacrificadas y que la estructura resultante será diferente de las del pasado. Los que nos han precedido permitieron a los densos "vientos del cambio" corroer la vieja vida, y ha surgido mucha cizaña que no puede ser totalmente eliminada. Una cosa es luchar por un ideal asequible, y otra sacrificarse por una causa perdida. Se necesita una filosofía de la historia para determinar lo que se puede conseguir y lo que se ha perdido para siempre.
Y aunque nuestra tarea consiste en reconstruir no debemos perder de vista la realidad, ya que no podremos construir hasta que hayamos capturado. El poder político es el criterio esencial, y no los deseos o los charlatanes, y al objetivo del poder político todo lo demás debe ser temporalmente sacrificado. Lo contrario es asegurar la derrota. Quien se halla a bordo de un barco en peligro de naufragio en plena tempestad puede verse obligado a arrojar todo lo que posee por la borda si ello es necesario para la común supervivencia. O, para usar otra imagen: los que guíen a Occidente hacia Estigia y lejos de la oscuridad, deberán primero viajar a través de las puertas del Infierno.
El problema práctico de la reconquista del poder político se divide en dos aspectos. Por una parte, ¿es posible formular una ética y una fe que, por sí mismas, ofrezcan al menos tanto atractivo popular como la pintada mentira de Marx? Por otra, ¿cómo pueden, los que naturalmente dirigirían un movimiento de tales características, competir con el superdesarrollado satanismo operativo leninista en la salvaje jungla de la lucha política? ¿Es ello necesario? Después de todo, la conspiración a que nos enfrentamos es el espantoso monstruo desarrollado tras cuatro milenios de experiencia en la impostura y el engaño, hasta el punto de que, de hecho, su principal aliado ha sido siempre la obtusa ceguera de aquellos de quien se aprovecha. "Lucha", para un occidental significa balas, ejércitos y acorazados. Pero para nuestro enemigo, las guerras internacionales tienen escaso significado; "lucha", para él, no significa guerra, sino política, y de acuerdo con tal concepción ha perfeccionado sus armas en esta área de la decisión máxima. Los soldados nunca han sido buenos políticos, y, por la naturaleza misma de sus respectivos oficios, el soldado debe siempre perder contra el político.
Finalmente, al formular esta doctrina, debemos preguntamos: ¿Podrá erradicar los males socio‑políticos y los achaques de nuestra época y conducir a la Humanidad a un mundo mejor?
Siguiendo esta pauta, y no otra, deberemos juzgar la obra de Francis Parker Yockey.
Abandonar la búsqueda por tal concepto de la ética es abandonar la historia como hacen los nihilistas intelectuales y espirituales: los liberales y los beatniks. Abandonar la búsqueda es entregar carta blanca al enemigo para que controle nuestras vidas, nuestras almas, nuestros destinos.
El fracaso en subvenir a esta filosofía no puede atribuirse exclusivamente a los parásitos que viven entre nosotros. Tampoco es solamente la culpa del camaleónico enemigo interno de Occidente (el Falseador de la Cultura, para usar la idónea expresión de Yockey) que persigue despiadadamente a todos los que se atreven a contestar contra nuestra rápida decadencia y degeneración; en verdad es principalmente la culpa de los muchos miles que saben lo que se halla en juego y carecen del coraje moral de identificar al Falseador de la Cultura y luchar contra él; o, lo que es aún peor, que han conseguido, mediante diligente auto-persuasión, convencerse a sí mismos de que la batalla por la supervivencia contra un enemigo que exige nada menos que una rendición total puede llevarse a cabo, y ganarse, mediante corporaciones exentas de impuestos, palabras comedidas y "moderadas" y la anulación de "extremistas". Estos exquisitos combatientes pululan en todos los grupos anticomunistas como hormigas en azúcar. Con chillonas proclamaciones anticomunistas sobornan sus conciencias para poder vegetar en, paz, y a veces incluso llegan hasta a acompañar moralmente en la crucifixión de los pocos que tienen valentía moral. América tiene demasiados anticomunistas de esta ralea y demasiados pocos patriotas auténticos.
Mucho hay en "Imperium" que puede ser fácilmente mal interpretado. Algo hay con lo que cada cual estará de acuerdo. Y hay algo con lo que todos discreparán. Este es un trazo característico de todo comienzo verdaderamente vital y revolucionario.
El juicio crítico que Yockey hace del Darwinismo es un ejemplo de la primera posibilidad, y debiera tenerse bien presente que él se refiere al Darwinismo periodístico, y no a la teoría de la evolución. Algo parecido ocurre con el uso que hace de la palabra "raza". Hubiera ayudado a esclarecer conceptos, si otra palabra, que pudiera ser "nobleza" se hubiera utilizado para describir a los que sienten el Imperativo del Tiempo, pues la interpretación genética de la raza es necesaria, útil y válida, si queremos contemplar nuestros problemas claramente y con precisión. Además, Yockey cita algunos tests de dudoso valor cuando afirma que los hijos de los inmigrantes americanos tienen unas medidas antropológicas completamente diferentes de sus padres. Indudablemente alguna verdad hay en ello; hay diferencias somáticas causadas por la alimentación y el clima, pero tales conclusiones pueden llevarnos al reino del Lysenkoismo a menos de usar grandes precauciones. Trofim Lysenko es el charlatán y sumo sacerdote comunista ruso que "demostró" por arte de birlibirloque que el medio ambiente, y no la herencia genética crea al hombre. Tal teoría es la falacia básica sobre la cual reposa toda la teoría comunista sobre el hombre, aún cuando pocos se den cuenta de ello. Pero la herencia es una cuestión de genes y los genes nunca cambian excepto mediante la mutación a menos que genes de un tipo (raza) se mezclen con genes de otro tipo (raza). Uno de los mejores libros sobre esta materia es "Evolución, Biología Marxista y la Escena Social" del Doctor Conway Zirkle. Evolución, biología y herencia genética deben ser tratadas como materias de la vida de los hechos, y cualquier teoría que apunte al futuro debe contar con ellas.
El uso que hace Yockey de la palabra "autoridad" puede ser una fuente de malentendidos. Debiera tenerse presente que el individuo gozaba, bajo los monarcas europeos, de mucha más libertad que en América, hoy en día. Los que duden debieran familiarizarse con Edmund Burke, Thomas Carlyle, Herbert Spencer y la reciente obra de Otto von Habsburg “El Orden Social de Mañana". Es evidente que por “autoridad” Yockey no se refiere a una especie de colectivismo tipo marxista.
Algunos lectores han suscitado la cuestión del aparente anti‑rusismo de Yockey, y ello precisa de una aclaración. En obras posteriores Yockey aclaró sus puntos de vista sobre Rusia; de hecho, algunos de sus carceleros le llamaban "anti‑americano y pro‑ruso" durante su proceso en San Francisco. A pesar de que tal calumnia fue proferida para el consumo de crédulos lectores de periódicos, indica que algunos de sus últimos escritos pudo ser mal interpretado como pro‑ruso, de la misma manera que "Imperium" muestra una actitud anti‑rusa. Naturalmente, Yockey no fue ni pro‑ruso ni anti‑ruso; lo que a él le concernía era la salud y la continuidad de Occidente, y su visión del resto del mundo fue siempre subjetiva en relación a lo que él consideraba en la línea de los intereses superiores de Occidente de ese momento.
Las acusaciones de "antisemitismo" ‑a menos que como tal se considere el simple hecho de poseer una mente abierta sobre la cuestión judía‑ merecen la misma interpretación. El hecho de que fuera arrestado en el domicilio de un amigo judío ‑a pesar de que tal amigo le repudiara más tarde‑ es suficientemente instructivo.
Podrían comentarse docenas de brillantes pensamientos y conceptos expuestos en "Imperium", tales como, por ejemplo, su relegación de la Economía a su justo nivel orgánico, es decir, al sistema digestivo. Su defensa de la unificación europea, mucho antes de que esa idea hubiera hecho progreso alguno es un ejemplo significativo. Constituye tal vez una prueba de su afirmación de que las cosas que son consideradas "extremismos” hoy son los dogmas de mañana; el genio vive en el futuro, como él dice, y mientras solía ser considerado simplemente un poco "extraño" por sus contemporáneos, y evitado o tolerantemente consentido (a menos, claro está, de incurrir en la justa cólera de la Iglesia, en cuyo caso las cosas podían volverse muy desagradables para él) hoy el moderno freudianismo le declara mentalmente enfermo e indigno de las antiguas protecciones de la ley; y esto es, seguramente, un indicio del "progreso" que hemos hecho en mil años.
El significado del seudónimo que Yockey escogió como autor de "Imperium", Ulick Varange, debe ser tenido en cuenta. Ulick es un nombre irlandés, derivado del danés, y significa "recompensa de la mente". Varange, naturalmente, se refiere a los varangios, esas bandas de héroes nórdicos que, al mando de Rurik y a invitación de los eslavos, civilizaron Rusia en el siglo IX, construyeron el Estado Imperial Ruso y formaron la elegante y dotada aristocracia rusa hasta que fueron asesinados por los bolcheviques, juntamente con otros veinte millones de cristianos y musulmanes. El nombre, por consiguiente, extraído de los extremos occidentales y orientales de Europa, significa una Europa unida "desde los rocosos promontorios de Galway hasta los Urales", como él mismo exhortó. El apellido, Varange, en fin, significa el origen occidental de la Rusia histórica.
"Imperium" no es ‑citando otra vez al autor‑ un libro, en el sentido de que presenta un argumento. Es profético; es el trabajo de un vidente intuitivo. Por esta razón, no encontrareis bibliografía ni notas de pie de página en "Imperium" a pesar de haber sido obviamente el autor un empedernido lector. Y es profético no sólo en el amplio sentido histórico pues, ¿pensaba Yockey en sí mismo y predecía su propio final cuando afirmaba que los profetas de un nuevo tiempo mueren a menudo de muerte no natural? Dos veces nos descubre este pensamiento: primero en el capítulo de “La Articulación de una Cultura", y luego, en “Genio".
Otro hecho interesante y misterioso acerca del manuscrito que completó en Brittas Bay y que ahora tenéis en vuestras manos, es que tiene una clave de manera que, si el código secreto puede ser descubierto, se descifra el nombre del autor. De esta manera, la cuestión de la autenticidad que se suscita siempre acerca de una gran obra tras la muerte del autor, no podrá nunca plantearse con "Imperium".
Es importante buscar los orígenes de la filosofía de Yockey, pues todos estamos obligados a construir basándonos en lo que los que nos precedieron hicieron, y ver claramente que el pasado significa comprender mejor el presente. Con más exageración que precisión Yockey asevera "No hay nada original en el contenido de este libro".
El conocimiento de Oswald Spengler es fundamental para comprender a Yockey; de hecho, puede decirse que "Imperium" es en realidad una secuela a la monumental "Decadencia de Occidente” de Spengler. Éste, naturalmente, es "persona non grata" a los "intelectuales" de moda por razones que resultan evidentes a los lectores de Decadencia de manera que esta resurrección de su influencia ‑una resurrección inevitable, añadiría yo‑ tenía que chocar a las tiernas mentes de beatniks, liberales y comunistas que han mamado el seco pezón del conformismo histórico durante tanto tiempo. Estos niños intelectuales están siempre dispuestos a aseguramos que Spengler está "superado”, una de sus armas semánticas favoritas, corrientemente utilizada cuando desean evitar discusiones sobre alternativas y hechos.
Pero Oswald Spengler "el filósofo del Siglo XX", como le llama Yockey en compañía de Gregor Mendel, Thomas Malthus y Charles Darwin, nos ha mostrado el modelo del mundo de ayer y su perfil en el futuro, para bien o para mal. Cada uno de esos gigantes es fundamental en su propio campo de estudio, y estudiar historia rechazando a Spengler es tan estúpido como estudiar la enfermedad y rechazar la teoría de los gérmenes, o estudiar matemáticas y rechazar los números. Los patéticos nihilistas intelectuales, materialistas, igualitarios y “bienintencionados” pueden ladrar, ladrar a los talones de Spengler hasta quedarse roncos, pero la Historia no puede oírles.
"En este libro se trata, por primera vez, la aventura de predecir la historia  así empieza Spengler "Decadencia", y continúa con dos densos volúmenes de deliciosas y profundas excursiones en la historia mundial, la guerra, la filosofía, la poesía, la música, el arte, la política, la religión, incluso las matemáticas.
Tal vez la mejor sinopsis de Spengler ‑si tal cosa puede concebirse‑ ha sido hecha por Egon Friedell en su "Una Historia Cultural de la Edad Moderna", una obra de tres volúmenes de la cual, incidentalmente, Yockey era un profundo admirador. Dice Friedell al mencionar a prominentes pensadores:
Finalmente, y con profunda admiración, llegamos al nombre de Oswald Spengler, tal vez el más poderoso e intenso que había de aparecer en el suelo alemán desde Nietzsche. Debemos remontarnos a lo más alto de las cumbres de la literatura mundial para encontrar obras de tan brillante y exuberante talento, tan triunfante visión psicológica y tan personal, sugestiva y rítmica cadencia como su "Decadencia de Occidente “. Lo que Spengler nos da en sus dos volúmenes es el "perfil de una morfología de la historia". El ve, en lugar del "monótono cuadro de la historia mundial en un concepto lineal" el "fenómeno de una pluralidad de grandes Culturas". "Cada Cultura tiene sus propias nuevas posibilidades de autoexpresión que crecen, maduran, decaen y nunca vuelven. No hay una escultura, una pintura, una matemática, una física, sino muchas, cada una diferente de las demás en su más profunda esencia, cada una limitada en su duración y auto‑contenida, de la misma manera que cada especie de planta tiene su capullo o fruto particular, su especial clase de crecimiento y muerte. Estas Culturas, esencias vitales sublimadas, crecen con la misma ausencia de finalidad que las flores en el campo". Las Culturas son organismos, y la historia cultural es su biografía. Spengler establece nueve de tales Culturas, la Babilónica, la Egipcia, la India, la China, la Clásica, la Árabe, la Mexicana, la Occidental y la Rusa, y arroja la luz sobre cada una de ellas sucesivamente; como es natural, la luz no es igualmente brillante en cada caso, y, por supuesto nuestros informes sobre ellas son muy desiguales. Pero en el curso evolutivo de estas Culturas rigen ciertos paralelismos, y esto conduce a Spengler a presentar la concepción de los fenómenos "contemporáneos" por los que él entiende los hechos históricos que "cada uno en su propia Cultura, se suceden en las mismas posiciones relativas y, por lo tanto, tienen una significación exactamente correspondiente". "Contemporáneos", por ejemplo, son el ascenso del Jónico y del Barroco; Polignoto y Rembrandt, Policleto y Bach, Sócrates y Voltaire son "contemporáneos". Pero en el interior de la misma Cultura individual, también, existe una congruencia naturalmente completa de todas sus expresiones vitales y en cada una de las etapas de su evolución. Así por ejemplo, hay una profunda relación de forma entre la Polis clásica y la geometría euclidiana, entre la perspectiva espacial de la pintura al óleo occidental y la conquista del espacio mediante trenes, teléfonos y armas de largo alcance. Mediante tales y parecidos principios, ahora llega Spengler a sus más interesantes y sorprendentes descubrimientos. El "Marrón Protestante” de los pintores holandeses y el ateo "plain air" de la escuela de Manet, el "Camino" como símbolo primitivo del Alma Egipcia y la "Llanura" como leitmotiv del concepto del mundo Ruso, la Cultura "Mágica" de los Árabes y la Cultura "Fáustica" de Occidente, la "segunda religiosidad" en la cual las viejas Culturas reviven las imágenes de su juventud, y el "fellahdom” en el que el hombre vuelve a salir de la Historia, estos, y muchos más como ellos, son resplandores inolvidables del genio que iluminan, por un momento, vastos trechos nocturnos, incomparables descubrimientos y alusiones de un intelecto que posee una visión verdaderamente creativa para las analogías. Que los cimerios de la erudición no hayan opuesto a tal obra más que estolidez y sorda incomprensión no puede sorprender a nadie que conozca las costumbres y mentalidad de la república de la erudición".
Spengler publicó "Decadencia" en julio de 1918, y todavía nos bañamos en las primeras olas de ese titánico acontecimiento. Pues "La Decadencia de Occidente" fue tan revolucionaria para el estudio de la historia en 1918 como la teoría del helicóptero de Copérnico lo fue para el estudio de la astronomía en 1543.
Podemos preguntarnos: ¿cuál es la causa principal de la resistencia a aceptar Spengler aparte del hecho de que él sea una barrera contra la victoria total del intelectual liberal‑marxista? Las principales dificultades, creo yo, son dos: la necesidad de reconocer la naturaleza esencialmente extraña de cada alma cultural, y la aparente necesidad de reconciliarnos a nosotros mismos con el triste hecho de que nuestro propio organismo occidental debe, también, morir como todos los que existieron anteriormente.
Paradójicamente, el problema fundamental de la segunda objeción reside precisamente en el alma fáustica de Occidente que fue definida por el propio Spengler: "El Alma Fáustica, cuyo primer símbolo es el espacio puro e ilimitado", dijo; y es verdad, pues necesitamos, en lo más recóndito de nuestro ser, la perpetua tendencia hacia el infinito. La idea del progreso ilimitado fluye de esta realidad espiritual; este es un concepto que se halla profunda e inextricablemente inculcado en todo hombre occidental. Así, el pensamiento de la muerte inevitable provoca un rechace fundamental y es llamado pesimismo.
Por lo que se refiere a la primera objeción, podemos decir que el reconocimiento de la naturaleza esencialmente ajena de cada alma cultural, se deduce que si cada cultura tiene su propia vitalidad interna, no será influenciada por el espíritu de ninguna otra. Esto también se opone a los más íntimos convencimientos del hombre occidental que, desde hace más de quinientos años, ha catequizado a otros hombres de todas partes del mundo en la vana esperanza de hacer que se parezcan a su propia y venerada imagen.
Este bloque psicológico cala muy hondo en Occidente, tan hondo que tal error aparece en todos los estratos filosóficos, y no sólo ciertamente entre los adeptos de la variedad izquierdista. Nómbrese cualquier filosofo, economista o clérigo de la historia occidental, exceptuando a Hegel (1) (sí; incluyendo al propio Spengler) y se puede estar seguro de encontrar un hombre que trató de establecer leyes universales para la conducta humana; alguien que, en otras palabras, no distinguió las diferencias esenciales entre las razas. Este error tan fundamental es generalmente inconsciente. (¿Qué haría, por ejemplo, Lord Keynes con su teoría "universal" del ahorro extra si trataba de aplicarla en Ghana o en Haití?) La Iglesia Católica Romana es un ejemplo típico. Los occidentales de mente tradicionalista hablan de la Iglesia como un baluarte de Occidente. Por desgracia, el cumplido no es correspondido. La Santa Iglesia Católica Romana no es una Iglesia Universal ‑una Iglesia para todos los hombres‑ que ve a todos los hombres, donde quiera que estén y quienquiera que sean, como almas humanas iguales cuyos cuerpos deber ser llevado al sagrado abrazo de la Ciudad del Vaticano. Ella es la primera en rechazar la impía sugerencia de que debe una radical lealtad a Occidente. Las demostraciones científicas y filosóficas de que los hombres y las culturas son, no obstante, diferentes en muchos aspectos fundamentales y de que es insano ‑antiético‑ mezclarlos pueden estar seguras de que se van a encontrar con la misma inhóspita recepción que la Iglesia dio a Copérnico y a Galileo. En abril de 1962 tres católicos de Nueva Orleans fueron excomulgados por haber osado defender esta herética verdad (2).
Un punto crucial al tratar de este tema es el crecimiento y ahora la total supremacía de la idea occidental de la técnica. El mundo entero de la ciencia es un reflejo del hombre occidental, y hemos visto a la técnica occidental conquistar el mundo. Vemos que nuestra técnica es apropiada en diversos grados y maneras por cualquier simiesca Cultura del planeta que ha logrado sobrepasar su etapa arbórea.
Los ciudadanos negros de la Edad de Piedra que habitan hogaño África, Haití, Nueva Guinea y el Sur de las Filipinas quedan fascinados ante relojes, aparatos de radio e incluso velas. Cuando una municipalidad americana quiere desprenderse de sus viejos tranvías, se los vende al amerindio México. Los semíticos árabes conducen sus Cadillacs y usan rifles fabricados en Bélgica, y Cadillacs y rifles han sido comprados con el oro de los royalties petroleros de Wall Street, Dallas o Londres. Los orientales chinos han aprendido bien y se espera que puedan hacer explotar una bomba atómica de un momento a otro. E incluso los semi‑occidentales rusos, desde los días de Pedro el Grande e incluso Rurik, han construido sus barcos, cañones y cohetes con ingenieros europeos. Pero, ¿acaso la masiva apropiación de las técnicas occidentales produce algún efecto en el alma interna y distintiva de la cultura apropiadora? La respuesta es no, y no debiéramos permitir a nuestro loco orgullo pensar de otra manera.
La otra causa del rechace de Spengler reside en la dificultad de reconciliarnos nosotros mismos con la aparente necesidad de la muerte de Occidente como organismo cultural.
Pero no es necesario, en mi opinión, tal reconciliación. Pues aunque una Cultura es un organismo, se trata de un organismo muy peculiar; y aún aceptando la analogía, podemos buscar inteligentemente la posibilidad de prolongar o renovar su vida.
Yockey rechaza esta hipótesis y, como cabal spengleriano, prevé el final de Occidente. Pero puede argüirse que la introducción del concepto orgánico en la filosofía y teoría históricas, añadido al dominio sin precedentes sobre la Naturaleza que Occidente ha logrado y las infinitas posibilidades de ésto ante el futuro permiten sostener la suposición de que el organismo occidental no debe sufrir necesariamente el mismo Destino que otras culturas que le precedieron y que no poseían su conocimiento. En otras palabras, ahora disponemos del concepto adecuado, gracias a Spengler, por primera vez en la Historia, hemos identificado la patología de la Cultura, gracias a Yockey. Y, además, la técnica Occidental ha creado unos medios físicos singulares para ser aplicados al problema.
Profundizando algo más en este examen, podemos decir que la Cultura Occidental supera a todas las demás que aparecieron en la Historia, en los siguientes aspectos:
(1) La obsesión por los hechos de la Historia.
(2) El desarrollo del concepto orgánico de Cultura, y el reconocimiento de su patología.
(3) El desarrollo de la ciencia y la alta técnica. Dominio del microcosmos y del tiempo, del macrocosmos y del espacio.
Ocupémonos ahora de la ‑hasta ahora‑ última y, según Spengler, “inevitable" fase de una Cultura: la imperialista. En primer lugar, es en esta área donde la teoría spengleriana aplicada a "la aventura de predecir la historia", parece vacilar, pues Occidente está atrasado en su itinerario. Yockey cuenta ésto y lo atribuye a la influencia retardaria del Dinero. Es probablemente cierto. La cuestión es, si el Dinero puede perturbar el ciclo, ¿no pueden hacerlo otras cosas también?
Aquí debe hacerse hincapié en otro factor sin par relativo a la situación occidental. El caso de la sobreproducción es un hecho de la vida diaria que casi todos los sectores de la opinión política están poco dispuestos a reconocer. No obstante, esta es una opción fundamental para la Humanidad, con implicaciones difusas. Hasta ahora, la esclavitud era necesaria para mantener un nivel de vida elevado. (Y, naturalmente, la esclavitud ha sido siempre justificada por la religión y la ley cuando se ha revelado económicamente deseable). Así llegaron las conquistas extranjeras cuya finalidad era la explotación. Este ya no es el caso. El principal problema económico para Occidente es disponer de su exceso de producción, y no alimentar y abrigar a sus masas. (Esta elemental verdad es conocida por todo sedicente "trabajador" pero ha escapado a la observación de teorizantes y economistas tanto de la Derecha como de la Izquierda). La superproducción y la técnica, entonces, parecen haber suprimido el imperativo económico del imperialismo. Finalmente, la bomba atómica y sus todavía más terribles descendientes han disminuido infinitamente el uso de la guerra como instrumento de la política nacional. Desde estos puntos de vista, el imperialismo como política de lucro está tan muerto como la trata de esclavos y el acorazado. Y si el imperialismo no debe llevarse a cabo como una deliberada política de lucro, ¿desde qué punto de vista debe realizarse? ¿Fervor religioso? ¿Entusiasmo popular por el Capitalismo? No, la época de las Cruzadas ha pasado también para Occidente. Ya no veremos a Occidente marchar a la conquista del mundo de ningún otro modo que el de Wall Street y el Cuerpo de la Paz... a menos que la necesidad de colocar nuestros productos pueda ser resuelta solamente en “la guerra, la solución del cobarde para los problemas de la paz “.
Ahora, si se debiera objetar que las anteriores consideraciones tienen sabor al aspecto causal de la historia ‑contra el que Yockey prorrumpe en invectivas‑ y afirmar que la última fase de nuestra Cultura está sujeta a fenómenos puramente espirituales, yo me atrevería a sugerir la posibilidad de un error de cálculo de Spengler derivado de una falsa interpretación de sus propios datos y teorías que, observados desde un punto de vista ligeramente diferente, no solamente aclaran el significado de la teoría a la luz de los hechos presentes, sino que la confirman completamente. El espacio nos permite aquí un ligerísimo esbozo, a riesgo de que sólo nos comprendan los que estén iniciados en los misterios del spenglerismo.
El método de Spengler consistió en mostrar la correlación de todos los aspectos de la historia de un organismo cultural. Como ya sugiere el citado texto de Friedell, Spengler extrajo analogías de elementos aparentemente diversos de una Cultura, a cada uno de los cuales le da forma y significado el "zeitgeist" (espíritu de la época) que es la creación del alma cultural en su Destino particular. De ahí que, en su búsqueda del pasado, él viera como etapa culminante la que se expresara a sí misma espiritualmente como universalismo. En el terreno de la religión, deviene una "segunda religiosidad" empezando como un conglomerado de sectas y cultos que nadie toma en serio pero con el que todos se sienten identificados. (Esto es lo que tenemos hoy en día. Se le llama "evangelio social” y se manifiesta de mil maneras, tanto profanas como sagradas. No es verdadera religión, sino cultismo.) Finalmente esta anarquía se estabiliza en la forma de una religión generalmente aceptada y genuina... y nos encontramos a unos 200 años de distancia de ésto. En el terreno de lo económico está el “big business" y el creciente poder del Dinero, que, en todo caso, es finalmente doblegado por la fuerza de la política. En Arte, el “zeitgeist" se expresa con la importación de formas exóticas de arte y en absurdas tentativas carentes de significado alguno, excepto la de una degeneración natural de las formas nativas. Finalmente, en la perspectiva exterior, existe el imperialismo, la expansión militar.
Podemos ver claramente que todo esto se está cumpliendo exceptuando la última etapa. ¿Por qué? Simplemente porque la sujeción de la técnica al servicio de Occidente y el dominio de la economía en Occidente ha sublimado esta etapa de universalismo espiritual de imperialismo militarista en otras formas de expansión. Realmente, nunca ha habido antes un ejército tan agresivo de expansionistas sin armas y de imperialistas pacifistas. Los fanáticos del gobierno mundial pululan en todo Occidente. Esta gente, y otros, abogan firmemente por las Naciones Unidas ‑un anacronismo que no puede ser eficaz en relación a los propósitos que dice propugnar‑ y no obstante, el apoyo a este peligroso fósil es una cuestión de moralidad personal para millones de personas. El Zeitgeist se refleja siempre en definiciones, y así es el máximo insulto que se puede hacer hoy día a un hombre blanco es ser llamado "aislacionista" o  “nacionalista". Los blancos deben ser todos partidarios del "comercio libre", "internacionalistas" y "cosmopolitas", y, ¡cómo admiramos al ciudadano del mundo!, sea ésto lo que fuere. Nuestra vista está intensamente enfocada lejos de nuestras fronteras; es mucho más fácil, según hemos descubierto, resolver los problemas de los extraños que los nuestros. Los pueblos no‑occidentales no tienen tantas luces como nosotros, y lo excusamos vehemente, utilizando un recientemente descubierto doble‑patrón cristiano que constituye una marca de moderna superioridad moral, como pertenecer al Club de los Libros Clásicos o contribuir a la Colecta Pro‑Colegio Negros. ¿Qué ha causado más sufrimientos ‑pregunta Nietzsche‑ que las locuras de los compasivos? Es bueno para los pueblos de color ser nacionalistas; de hecho, nosotros les animamos a serlo y tomamos los Bonos de Israel con un cálido sentimiento de hacer una buena acción. Estamos contentos cuando los pueblos de color y los judíos exhiben su "orgullo racial", el pecado mortal y el tabú de nuestro puritano ambiente. (Incidentalmente, ¿por qué en nuestra luminosa época se pueden discutir todos los temas, menos uno? El Ateísmo es, ahora, un sujeto aburrido. El Marxismo es más aburrido todavía, después de cien años de popularidad. Un nuevo paso nos ha llevado del simple sexo al sadismo y la perversión; incluso el Marqués de Sade está perdiendo colorido. ¿Qué chispeante tópico de conversación ha quedado por discutir desde que los igualitarios han traído las bendiciones de la democracia? Solamente un tema no puede ser discutido en una reunión educada: la raza).
Los héroes de Wall Street obtienen la mejor cosecha de esta clase de "imperialismo", y hoy, pequeños y grandes inversores se interesan en inversiones extranjeras que reciben ventajas fiscales con relación a las inversiones domésticas (Favoritismo Fiscal: el criterio definitivo de nuestra democracia) ‑o abogan por la "ayuda al extranjero" no olvidándose de estipular, naturalmente, que una parte de este truco de disponer de nuestro exceso de producción sea asignada a sus propios productos. La ultiman expresión de este imperialismo militante de pistola de juguete es el hilarante aunque profundamente simbólico "Cuerpo de la Paz" (3), la verdadera expresión del zeitgeist. He aquí el verdadero símbolo de hoy: una creación típicamente americana de abismal estupidez con buenas intenciones y la incapacidad de aquilatar los sentimientos de los demás juntamente con una ilustrada codicia.
No; no necesitamos imperialismo mientras dispongamos de líderes como Mennen Williams y Adlai Stevenson; sabios como Eleanor Roosevelt y Arnold Toynbee y altruistas como Herbert Lehman James Warburg y Douglas Dillon para resolver nuestros problemas.
Para proseguir esta encuesta sobre la viabilidad de Spengler hoy día es importante suscitar una cuestión de la que no se oye hablar con frecuencia, gracias a los proveedores de la libertad y la democracia. Los neo‑spenglerianos que están al corriente del aspecto racial de la historia (llamémosles “racistas" para llamarles algo) mantienen que la fase "final" de una Cultura ‑la etapa imperialista‑ es la última solamente porque el organismo cultural destruye su cuerpo y mata su alma a través de este proceso.
Evidentemente, si debemos extraer analogías entre culturas y organismos debemos admitir que el alma del organismo muere solamente porque se produce la muerte del cuerpo. El alma puede enfermar ‑el alma occidental está ahora enferma, tal vez mortalmente‑ pero no quede morir a menos que el mismo organismo muera. Y ésto, apuntan los racistas, es precisamente lo que ha sucedido a todas la culturas precedentes; la muerte del organismo es el resultado natural del suicida proceso del imperialismo.
Unas palabras sobre el aspecto racial de la historia antes de seguir adelante. Hogaño, claro es, la historia se escribe desde el punto de vista marxista de la economía, progreso lineal y lucha de clases, y Yockey refuta bien ese triple error. Antes de la Primera Guerra Mundial la historia se escribía generalmente desde el punto de vista racial. La Historia era considerada como la narración dramática de los movimientos, luchas y desarrollos de razas, lo que efectivamente es. La supresión del punto de vista racial llegó a su ápice hacia 1960. (No es una coincidencia que el poder del Falseador de la Cultura, en todos los demás terrenos, incluyendo el político, empezó a dar signos ‑aún cuando débiles‑ de vacilación en esa época, también).
Tal vez la mayor razón para la creciente tendencia de los pueblos blancos de ocuparse de las razas objetivamente, es, paradójicamente, porque se les ha obligado a ocuparse de ellas subjetivamente. No es ningún problema mantener un mito en la ignorancia. La igualdad de los Negros, o incluso su supremacía, por ejemplo, es más fácil de aceptar si no hay Negros cerca para destruir el concepto. En una palabra, el internacionalismo, en la práctica, rápidamente metamorfosea en racismo.
Para trasladarnos desde la experiencia hasta los temas académicos, ¿cuántos americanos o ingleses están familiarizados con el hecho estupendamente elemental de que ellos son ‑en el sentido histórico‑ germanos; que son, les guste o no, una parte de esa gran familia teutónica‑celta que ‑milenios antes del amanecer de Roma e incluso de Grecia‑ fue una sola tribu con un solo lenguaje? ¿Cuántas personas, por otra parte inteligentes y bienintencionadas, que hasta aquí juzgaron su patriotismo de acuerdo con el grado de odio que tuvieron contra sus hermanos continentales saben que los antepasados de la gran familia teutónica‑celta eran los mismos Arios que sometieron a la India y la civilizaron, hablando el idioma sánscrito e instaurando el sistema de castas que, dicho sea de paso, no fue en su origen más que un sistema de segregación racial dotado de un significado religioso cuya función era mantenerlo? ¿O que, antes que eso, hubo los Sumerios y los Persas, y que el nombre moderno de Persia ‑Irán‑ es, simplemente, una corrupción de Ario?
Grecia y Roma, también fueron creadas por esta gran raza de conquistadores, portadores de cultura. A todos los lugares del mundo a donde fue, una civilización diferente fue creada, cada una de las cuales tuvo sus caracteres distintivos porque se desarrolló de acuerdo con las condiciones del ambiente, aunque conservando siempre indiscutibles trazas de su origen ario.
Hay algunas civilizaciones sobre las cuales sabemos poco, por lo que se refiere a los elementos raciales. Todo lo que sabemos con certeza sobre los egipcios es que eran caucasianos y que, como todos los propietarios de esclavos, mezclaron su sangre con la de sus esclavos negros. Por lo que se refiere a las sedicentes civilizaciones amerindias, ahora sabemos sin duda posible que la civilización fue superimpuesta sobre salvajes indios por una estirpe racial blanca. En sus populares obras "Kon‑Tiki" y "Aku‑Aku", Thor Heyerdahl revela claramente la prohibida perspectiva racista, a pesar del hecho de que un millón de personas que están al corriente de la aventura descrita en tales libros son totalmente ignorantes del profundo mensaje racial que él escribió en ellos. (Es realmente triste que un notable hombre de ciencia, para revelar una simple verdad, deba arriesgar su vida y luego escribir una historia de aventuras en código que, una vez descifrado muestra un hecho prohibido).
En "Kon‑Tiki", Heyerdahl escribe, "...No hay una sola huella de un desarrollo gradual en las altas civilizaciones que antaño se extendieron desde México hasta el Perú. Cuanto más profundamente excava el arqueólogo, más elevada es la cultura, hasta que se llega a un punto definido en el cual las viejas civilizaciones surgen claramente sin fundamento alguno, en medio de culturas primitivas." Todas las maravillas de Centro y Sudamérica antes de la llegada de los españoles fueron aportadas súbitamente por una raza de conquistadores blancos y cuando lentamente mezclaron su sangre con la de la población nativa, la civilización empezó a degenerar. La verdadera razón por la cual Cortés derrotó tan fácilmente a los Aztecas fue porque Moctezuma creyó que los españoles eran los "barbudos de piel clara, viniendo del Este" los cuales, según la profecía de Quetzalcoatl, "regresarían"; y los Incas del Perú tenían la misma leyenda. El nombre "Inca" por otra parte, es el nombre de la aristocracia de los peruanos solamente. Los Incas eran blancos y sus princesas muy bellas; tanto, que muchos oficiales españoles se casaron con ellas y se las llevaron a España. Un simple vistazo a los actuales "Incas" del Perú basta para demostrar que esos no fueron los creadores de la gran Cultura Peruana.
Uno de los mejores libros sobre esta materia es "Conquista por el Hombre" de Paul Hermann, una obra extremadamente valiosa que ha publicado Harper.
Un origen aún más nebuloso puede ser atribuido a la Civilización China. Baste con decir que hay abundantes indicios de primitivos movimientos blancos hacia el Norte de China y que existe una gran semejanza entre la primera civilización china y la de Babilonia. Gengis Khan, un Mongol, procedía de una tribu llamada "los hombres de ojos grises", según el biógrafo Harold Lamb, y tenía el pelo rojo y ojos grises. Los chinos han demostrado que poseen la capacidad de mantener una civilización pero no podemos probar que fueran nunca capaces de crear una.
La intensa supresión, tergiversación, condena y oposición al aspecto racial de la Historia ha surtido sus efectos. No sólo nos queda mucho por aprender (la superficie de la Prehistoria ha sido apenas arañada y nunca será más que meramente mermada si los científicos persisten en perder su tiempo en bien financiados proyectos en la llamada "cuna de la Civilización" en el Medio Oriente) sino que los resultados de la perversión histórica han sido satisfactoriamente abundantes en el área social. Este ha permitido al Falseador convencer a Europa de que todo lo que Europa tiene lo debe a los griegos, a los romanos y a una obscura tribu de vagabundos a la que ciertos clérigos lunáticos llaman "el Pueblo Elegido de Dios". (4) En "El Testimonio de la Espada", no obstante, Geoffrey Bibby da cuenta de los resultados de sus investigaciones arqueológicas acerca de los orígenes de Europa en la misma Europa y no en el extraño Oriente; resultados que sorprenderán a las personas que han crecido con la creencia de que sus antepasados eran salvajes vestidos con pieles de animales, que sólo fueron civilizados cuando se vieron forzados a reconocer la superioridad de Roma. En verdad, virtualmente todo lo que tiene Occidente lo debe a sí mismo, incluyendo Navidad y Pascua (originalmente fiestas teutónicas celebrando el Solsticio de Invierno y la llegada de la Primavera, con la última de estas celebraciones dedicada a la diosa Eostre) (5) y también la ley, la ética y las chaquetas. El mundo viste pantalones y zapatos de cuero, no sandalias y togas. Vestidos muy parecidos a los que se venden hoy día en Sears & Roebuck han sido descubiertos en Europa remontándonos tres mil años en el curso del tiempo.
La Cultura Occidental nació hace muchos milenios. Empezó de forma autóctona y se desarrolló hasta el punto presente, en que se encuentra al borde de su aniquilamiento físico y espiritual solamente porque ha cesado de creer en sí misma. Esta es la Lección que recogemos.
Además, hay una correlación demasiado perfecta para ser una coincidencia, de que en cada caso conocido de la muerte o paralización de una Cultura se ha producido simultáneamente un intento abortivo de digerir importantes cantidades de extranjeros culturales y raciales dentro del organismo. En el caso de Roma y Grecia, la muerte se produjo a consecuencia del imperialismo, y el inevitable desorden que trajo consigo el traer pueblos y razas sometidos a la metrópoli como esclavos, con religiones exóticas, filosofías diferentes; en una palabra, primero sofisticación cultural, luego anarquía cultural. En el caso de Persia, India, y las civilizaciones amerindias, una raza de conquistadores impuso su civilización sobre una masa de indígenas; la región floreció por algún tiempo, luego la Cultura se desvaneció o, en el caso de América, estaba a punto de desvanecerse mientras los descendientes de los conquistadores se volvían blandos, obesos y liberales y tomaban más y más de la sangre y de las costumbres de la población sometida. En el caso de Egipto, la sangre extraña fue importada en el curso de muchos siglos con la captura de esclavos negros. Siguió el inevitable mestizaje racial, del que surgió el Egipto que conocemos hoy día.
He aquí la razón real que trae la “inevitable” decadencia y destrucción de un organismo cultural. Es porque, en un cierto momento, una Cultura desarrolla un "mal caso" de universalismo. Hablando patológicamente, a menos que este se sublime hacia canales sin peligro mediante un tratamiento adecuado, causará inevitablemente la muerte del organismo a través de la absorción de microbios extraños.
Por lo tanto, es el producto resultante natural del universalismo quien mata al organismo; ¡la muerte del organismo, por sí mismo, no es natural ni necesaria!
A esta conclusión se llega mediante una síntesis de los enfoques spenglerianos y racistas. El uno atempera al otro; juntos, pueden desarrollar una comprensiva y esperanzadora teoría de la historia que tienen un hondo significado para los occidentales de hoy. A toda costa, la fase imperialista de nuestro desarrollo debe ser evitada, y debemos tomar nuestras medidas contra la digestión de cuerpos extraños que hemos ya parcialmente absorbido. Occidente no debe necesariamente morir si aprende a sublimizar la presente etapa "universal" de Occidente en algo más constructivo que no solamente satisfaga el "inevitable" anhelo que ahora despliega Occidente hacia la expansión y el universalismo sino que, al mismo tiempo, le provea de una base para continuar su desarrollo. ¿Qué puede ser?
Brillando débilmente sobre el naufragio de siete Culturas, podemos ahora detectar un tenue rayo de esperanza que nos da a nosotros, hombres de Occidente, razón para creer que el Destino de nuestra Cultura puede realizarse a través de un sendero enteramente nuevo. Este rayo de esperanza brilla desde las mismas realizaciones que han llevado a Occidente a su posición de incuestionable superioridad sobre cualquier otra Cultura. Pues Occidente se ha embarcado en la más grande aventura de toda la Historia: ¡La tentativa de conquistar el Espacio! ¡El intento de poner al Universo bajo control de la Raza! Este imperativo no necesita más justificación que la que dio Sr. Edmund Hillary cuando se le preguntó por qué quería escalar el Monte Everest: “Porque está ahí." Esta es la prístina realidad del alma fáustica de Occidente que está más allá de la lógica de los racionalistas.
¿Puede un objetivo ser a la vez tan totalmente desafiador, insolente e imposible como éste, y a la vez tan metafísicamente necesario a las necesidades espirituales de nuestra Cultura? Y aún más ¿podría un objetivo adaptarse tan perfectamente a la situación física en que nos encontramos?
Los hados han provisto a Occidente con todos los medios de supervivencia. En este punto de la Historia, nuestra técnica, superproducción industrial y la "explosión demográfica" han alcanzado su máxima importancia, pues nos damos cuenta de que finalmente Occidente tiene los medios para llevar el imperativo poético del impulso fáustico por el Infinito hasta la realidad; de hecho, la inexcusable necesidad de hacerlo.
Porque es cierto que, sin ocuparnos de todos los argumentos en sentido contrario, el hombre occidental debe conquistar el Espacio o morir en el intento. El impulso hacia el Infinito y el gran espacio ya no está limitado por fronteras terrestres. Ahora, de hecho, tenemos al Infinito al alcance de nuestras manos.
Lo que estoy sugiriendo es que al fin el hombre blanco ha roto los lazos con la Tierra. Estoy afirmando el simple hecho de que, excluyendo las calamidades causadas por la destrucción universal, física o biológica, nos dirigimos ahora a las estrellas y ningún poder en el cielo o en la tierra podrá detenernos. Los días futuros verán como esta carrera hacia el Espacio se amplifica mil veces... un millón de veces. Todos los límites a la posibilidad de expansión han desaparecido. La expansión geográfica en la Tierra no tiene sentido y ‑peor que ello - es suicida. La Frontera ha vuelto (6)... una Frontera que nunca podrá desaparecer. Y con esa Frontera llegan oportunidades literalmente ilimitadas no sólo para la expansión física, sino para la explotación económica... y para que el Alma del Hombre Fáustico encuentre su verdadera expresión.
Naturalmente, el hombre no puede conquistar los cielos. No puede modificar el sistema solar, cambiar los planetas de órbita, agregar billones de millas cuadradas de suciedad a la superficie de la Tierra, acercar a otros planetas al Sol vital para adaptarlos para su colonización, reanimar al Sol cuando empiece a apagarse y, tampoco puede lograr la más noble imposibilidad: elevar la especie humana mediante una deliberada mecánica biológica (7); pues, en la intentona de conquistar a la Naturaleza, debemos fracasar; esta es la eterna tragedia del Alma Fáustica, dice Spengler en "El Hombre y la Técnica". Pero ‑y esto es lo importante ‑ podemos intentarlo. Y lo haremos. El último fin no importa; el tiempo no tiene fin; sólo el objetivo importa.
Al mismo tiempo existe el grave peligro de que, con nuestra atención fijada en las estrellas sucumbamos a los sutiles apremios del Falseador de la Cultura e ignoremos nuestros problemas domésticos. El Desafío del Infinito es indeciblemente excitante, pero el problema mundano de la calidad de la vida de los hombres y su medio ambiente es de mayor importancia. Nuestra aventura hacia el Infinito será muy corta si regresamos a una Tierra poblada con especies humanas en acelerado proceso degenerativo; a noches que se arrastran con los merodeos de salvajes depravados y sin raza, con sólo unas puertas cerradas entre la jungla y el laboratorio hasta que amanece; a una tiranía sobre nuestro Gobierno, ejercida por minorías predatorias y organizadas; a absurdos sistemas de impuestos ideados para mantener esquemas de "Bienestar" cuyo objetivo deliberado consiste en hacer proliferar a los inferiores a expensas de los hombres productivos y creativos; a una organizada inmundicia que se llama a sí misma literatura; a la sífilis ética de Hollywood; a las mentiras sistemáticas que se presentan como erudición; a la propaganda oficial y periodística cuya única finalidad es la perpetuación de la decadencia cultural; a la servidumbre a un sistema económico destinado a extirpar el mérito individual y la responsabilidad personal; a una filosofía liberal y una religión enferma ‑perfecta para esclavos‑ que ferozmente combate todos los esfuerzos creadores de las almas nobles, revelando que su más alta aspiración es la implantación de un subconsciente deseo de muerte en nuestro pueblo; a una cobarde hipocresía que imposibilita hablar de problemas reales... y todo ésto para el afianzamiento de la total supremacía del Falseador de la Cultura, que se alimenta y engorda en esas condiciones.
Oswald Spengler, pues, no debe ser considerado como el profeta de la inevitable caída, sino como un desafiador, un vidente que ‑como todos los creadores‑ fue incapaz de ver las consecuencias finales de su creación. Por lo tanto, la importancia de Spengler llega a ser la medida del futuro ‑y todos los hombres que no se hallan bajo la garra del destructor deben aceptar esta enseñanza histórica como un imperativo categórico. Lo que hagamos con dicho imperativo ‑tengamos o no el coraje de construir en la estructura que él ideó depende sólo de nosotros. Debemos esperar que otros hombres como Yockey vendrán para añadir algo más al concepto que él creó, pues el desarrollo del organismo cultural occidental no está llegando a su fin, sino sólo empezando su vida.
¿Cuál es el significado de "Imperium"? Simplemente éste. Que ahora, por primera vez, los soldados enrolados en el servicio de Occidente poseen una teoría profunda para inspirarles y guiarles. "Imperium", después de superar todos los intentos de sus enemigos para suprimirlo y destruirlo ‑como ha sucedido siempre en todos los progresos constructivos en la historia del hombre‑ resulta ser el único fundamento que puede usarse para la expulsión de los enemigos internos, la reconquista del Alma de Occidente y la preparación del camino del futuro.
A pesar de las encontradas opiniones que "Imperium" promoverá, una cosa es cierta: he aquí un libro que es básicamente diferente de los demás, precisamente como el autor afirma en la primera página. Que marque o no un jalón en la Historia, como afirma el autor, contiene una vasta cantidad de pensamiento fecundo y de nuevos conceptos que cualquier persona intelectualmente libre agradecerá. Rompe la camisa de fuerza del actual estéril intelectualismo que nos afronta desde mil fútiles torres de "alto academicismo" y suministra al lector ideas que no sólo le enriquecerán a él, sino a nuestra Cultura. Se realicen o no las apocalípticas profecías, se imponga o no una más constructiva alternativa en la historia, llegue Occidente a su final, no con estrépito sino lentamente, sólo nos lo descubrirá el transcurrir del tiempo; pero ningún hombre inteligente ignorará "Imperium”.
En un aspecto, "Imperium" es semejante a "Das Kapital", pues Karl Marx dio al conspirativo Falseador de la Cultura la imprescindible máscara ideológica para disimular su misión de destrucción despiadada y total. Creó una fe e inválida teoría del hombre, embozada en putrefacta igualdad, lacrimógena hipocresía, achaques de indiscriminado altruismo y la "ciencia" económica. De este modo, hizo estremecerse a los racionalistas con una verdad totalmente especiosa, plausible, algo que sus almas canijas y culpables necesitaban desesperadamente después de haber matado a Dios.
Francis Parker Yockey ha hecho un trabajo similar para los que están dotados de mentes constructivas y tienen el coraje intelectual y moral preciso para enfrentarse con la realidad y buscar la verdad y expresarla.
He aquí porque, aunque los planes que Yockey tiene para Occidente no sean tal vez tan perfectos, contienen fuerza atómica. Si sólo uno de los lectores de este libro es influenciado para tomar el mando, y otros pueden ver el mundo un poco más claramente de lo que lo ven ahora - y si, en consecuencia, logran distinguir entre sus verdaderos amigos y sus enemigos reales y reconocer la necesidad del liderazgo y de la acción coordinada ‑ entonces la vida de sufrimientos y persecuciones de Yockey y su monumental realización no habrá transcurrido en vano, a pesar de todo.
Y sea cual fuere el curso que el Destino tome desde hoy en adelante, siempre estaré intrigado por dos interrogantes.
En primer lugar: ¿Es la reedición de este libro, en sí misma, una prueba concreta de que su profecía se está llevando a cabo?
Y finalmente ‑y ahora debéis aceptar mi palabra y no hacerme más preguntas‑ me parece de lo más extraño que dos hombres, ninguno de los cuales puede suponerse que es un creyente en el "Destino" o en la "Justicia Eterna", que esos dos paganos y amargos realistas, esos dos racionalistas, si queréis, fueran los únicos que tuvieran bastante fe para encargarse de que "Imperium" no cayera en el olvido y pudiera llegar a vuestras manos, queridos lectores.

W.A.CARTO

PRÓLOGO

Este, libro es diferente de todos los demás. En primer lugar, sólo puede considerarse un libro en su aspecto formal. En realidad, es una parte de la vida de acción. Es un punto crucial en la historia europea; uno de sus últimos puntos cruciales, pero auténtico. No hay nada original en el contenido de éste libro; solamente el libro en sí mismo es original. La manía de la originalidad es una manifestación de decadencia, y la decadencia de Europa es la supremacía del Bárbaro.
Esta es la primera de una serie de obras: La Literatura política de Europa. En otras épocas, todos los tratados políticos de éste tipo se dirigieron a una nación de Europa solamente. Entre otras cosas, éste libro señala el final del Renacimiento. No lo provoca ‑solamente el curso de la historia, y no los libros, puede llevar a cabo un hecho de tal magnitud‑ solamente tañe las campanas de su funeral. Así, el aspecto imperativo de la Vida vuelve a su fuente original, la voluntad de poder. De aquí en adelante ya no habrá más polémicas sobre la acción en términos de pensamiento abstracto.
Esta obra se dirige a toda Europa, y en particular a su estrato portador de cultura. Emplaza a Europa a una lucha histórica de dos siglos de duración. Europa tomará parte en esta lucha, como un participante, o como botín de poderes exteriores. Si debe actuar, y no simplemente soportar en ésta serie de guerras gigantescas, debe ser integrada y sólo hay una manera en que ésto puede ocurrir. La Cultura Occidental está enferma, y la prolongación de esta enfermedad representa la prolongación de condiciones "chinas" en Europa.
La palabra Europa cambia su significado: de ahora en adelante significará la Civilización Occidental; la unidad orgánica que creó, como fases de su vida las naciones‑ideas de España, Italia, Francia, Inglaterra y Alemania. Estas precedentes naciones están todas muertas; la edad del nacionalismo político ha pasado. Esto no ha ocurrido a causa de una necesidad lógica, sino debido al proceso orgánico de la Historia de Occidente. Esta necesidad orgánica es la fuente de nuestro imperativo, y de la integración de Europa. La expresión de lo orgánico es que sus alternativas son hacer lo que es necesario o enfermar y morir.
El caos presente ‑1948‑ se debe al intento de impedir la integración de Europa. Como consecuencia de ello, Europa se halla en un cenagal, y fuerzas extraeuropeas disponen de las antiguas naciones europeas como si se tratara de sus colonias.
En este libro se encuentran, los fundamentos precisos y orgánicos del alma occidental, y en particular, su Imperativo en la presente etapa. O Europa se integra totalmente, o desaparecerá del escenario histórico, sus pueblos serán dispersados, sus esfuerzos y sus cerebros quedarán para siempre a la disposición de fuerzas extraeuropeas. Esto es expuesto, no mediante fórmulas abstractas y teorías intelectualizadas, sino orgánica e históricamente. Las conclusiones, por consiguiente, no son arbitrarias, no son un sujeto de elección o rechace, sino absolutamente obligatorias para mentes que desean tomar parte en los problemas. El verdadero autor es el Espíritu de la Época, y sus mandamientos no admiten argumentaciones, y su sanción es la aplastante fuerza de la historia, trayendo consigo la derrota, la humillación, la muerte y el caos.
Yo quiero condenar aquí, para empezar, los miserables planes de espíritus retardatarios para "unificar" Europa en una zona económica para la defensa del Imperialismo de fuerzas extraeuropeas y la explotación en beneficio de las mismas. La integración de Europa no es una cuestión de planes, sino de expresión. Todo lo que necesita es ser reconocida, y la perpetuación del pensamiento económico del siglo XIX se revela aquí completamente incapaz. Ni el comercio  ni la banca, ni la importación y la exportación, sino el Heroísmo únicamente puede liberar esa alma integrada de Europa que subyace bajo las trampas financieras de los retardatarios, el pequeño estatismo de los politicastros de partido, y las fuerzas ocupantes de poderes extra‑europeos.
La integración imperativa de Europa toma la forma de la unidad de Pueblo, Raza, Nación, Estado, Sociedad, Voluntad - y naturalmente, también - economía. La unidad espiritual de Europa está ahí, su liberación permitirá automáticamente el total florecimiento de las otras fases de la unidad orgánica, que fluyen todas ellas del espíritu.
Y así, este libro es la renovación de una declaración de guerra. Pregunta a los traidores a Europa, los miserables políticos partidistas cuyo cargo depende de su continua obediencia a fuerzas extraeuropeas: ¿Os creíais que todo había terminado? ¿Pensáis que vuestra miseria y vergüenza permanecerá en seguridad en una escena mundial por la que han pasado héroes? En la guerra que desencadenasteis, enseñasteis a los hombres a morir, y entonces liberasteis un espíritu que os arrollará a vosotros, el espíritu del Heroísmo y la Disciplina. No hay dinero que pueda comprar este espíritu, el cual puede superar al dinero".
Este libro, en fin, es el primer disparo de la guerra gigantesca por la liberación de Europa. El primer enemigo es el traidor situado dentro de Europa que posibilita su explotación y sumisión a las fuerzas exteriores. El es el símbolo del Caos y la Muerte. Entre él y el espíritu del Siglo XX hay una guerra sin piedad.

ULICK VARANGE
Brittas Bay, 30 de enero de 1948