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LOS ÚLTIMOS DÍAS DEL III REICH

 

GERHARD BOLDT

LOS ÚLTIMOS DÍAS DEL III REICH - GERHARD BOLDT

191 páginas
+ 16 páginas de fotos b/n
26 x 18 cm.
Editorial Caralt, 2008
Encuadernación: tapa dura

 Precio para Argentina: 108 pesos
 Precio internacional: 18 euros

Documento auténtico escrito por un testigo de aquellos días dantescos en el bunker de la Cancillería Alemana. Es un relato estremecedor en un mundo entre barreras de cemento y uno sucesión de órdenes absurdas que siguen al abandono de quienes hasta entonces habían ocupado la jerarquía del poder en el III Reich.

 

ÍNDICE

Prefacio               7
Mi camino a la Cancillería                    9
Reinhard Gehlen y la Sección «Ejércitos Extranjeros del Este»          39
Informes a Hitler sobre la situación                  56
Hitler y sus generales                 81
Hombres que rodeaban a Hitler                       103
La huida del Cuartel General Alemán             197
La batalla de Berlín                    128
El final de la carnicería              150
Evasión de Berlín y vuelta al hogar                  170
Epílogo                178
Fotografías en B/N                    después de pág 96

PREFACIO

 

Adolf Hitler, canciller del Reich Alemán y comandante en jefe de las fuerzas en lucha, citó a sus almirantes y generales en la Cancillería a las 15,30, para hacer el llamado «informe general sobre la situación». Era un día invernal, frío, húmedo y cargado de nubes del mes de febrero.
A las 13,30 atravesamos el puesto de guardia principal de la puerta oeste del cuartel general alemán, herméticamente aislado del mundo externo, donde se elevaban los «bunker» llamados «Maybach I» y «Maybach II». En aquellos «bunker» esta­ban instalados los altos mandos de la Wehrmacht y el ejército.
En la puerta oeste la guardia formó y saludó. Una vez atrave­sado el portón, el pesado «Mercedes» dobló por la carretera que procedía de Wünsdorf y se dirigió a gran velocidad en dirección norte, hacia Berlín. Hasta llegar a la Cancillería del Reich había que recorrer unos 45 kilómetros, es decir, de media hora a tres cuartos de hora si los incendios y las ruinas provocados por los ataques aéreos enemigos no obligaban a dilatados rodeos. Yo iba sentado en la parte delantera del coche y detrás de mí el jefe del Estado Mayor General alemán, coronel general Heinz Guderian y su ayudante, comandante Bernd von Freytag-Loringhoven. Nadie pronunciaba una sola palabra. Cada cual parecía embargado en sus propios pensamientos.
Aquellos días había perdido ímpetu el gran ataque soviético. Podía asegurarse que sus fuerzas estaban detenidas. A mediados de enero de 1945 los rusos habían iniciado su avance hacia el oeste desde su cabeza de puente situada en la margen occidental del Vístula, en Baranow, Pulawy y Warka, al sur de Varsovia, así como desde la cabeza de puente del Narew. Nuestros maltrechos regimientos y divisiones de los 2°, 9° y 17° Ejércitos, así como del 4° Ejército blindado, no habían podido resistir un solo día el ataque. Luego, semejantes a las aguas que avanzaran avasalladoras tras la ruptura de un dique, masas gigantes de soldados y blinda­dos rusos se desparramaron por el espacio, relativamente vacío militarmente hablando, situado entre el Vístula y el Oder. El ejérci­to alemán, extendido de los Cárpatos al Báltico, sufrió la más rotunda de las derrotas. No transcurrieron apenas tres semanas sin que los blindados y la infantería rusas alcanzaran el Oder, a unos 70 kilómetros de Berlín, en una amplia cuña, y llegaron inclusive a cruzarlo al norte de Küstrin.
Hitler quería aquel día que Guderian le informara si sería posible la defensa de la Pomerania interior y la parte de Silesia y Glogau, situada al oeste del Oder. Quería saber por boca de Guderian cómo estaba organizado el frente del Oder situado al este de Berlín y de qué fuerzas militares disponía para defender con éxito aquel sector del frente oriental. Hitler quería saber, además, si podía retirar fuerzas del sector en cuestión para poder realizar sus personales planes de ataque en Hungría.
Tras unos minutos de recorrido en dirección a Berlín atravesa­mos la pequeña población de Zosen, cruzamos el canal hacia Kónigswusterhausen y proseguimos hacia el norte por la antigua carretera nacional por Gross-Machnow. A los veinte minutos se alcanzaría el extremo de Berlín por Lichtenrande.
Guderian quería presentarme a Hitler aquel día. Von Freytag-Loringhoven tenía que instruirme en mis funciones como oficial de información del jefe del Estado Mayor General en el transcurso de aquellas reuniones en las que se exponía a Hitler la situación militar.
Mis recuerdos retroceden, retroceden por el camino que aquel día me llevaría a la Cancillería del Reich.