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Panzer Commander

Con Rommel en el frente. Las memorias de Hans von Luck

Hans von Luck

Panzer Commander - Con Rommel en el frente. Las memorias de Hans von Luck - Hans von Luck

480 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2017
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 450 pesos
 Precio internacional: 29 euros

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

"Panzer Commander" es ya un clásico en todo el mundo entre las memorias de la Segunda Guerra Mundial.
El coronel Hans von Luck participó en las principales campañas de la Segunda Guerra Mundial. Su unidad motorizada fue una de las primeras en cruzar la frontera polaca el 1 de septiembre de 1939. Desde entonces estuvo presente en los principales escenarios en los que se libró la contienda. En la Batalla de Moscú, las campañas del Afrika Korps o el Desembarco de Normandía, Von Luck fue siempre actor principal.
El coronel Hans von Luck (1911-1997) combatió en Polonia, Francia, Italia, África y la Unión Soviética. Sirvió con el Afrika Korps en el Desierto, teniendo una muy cercana amistad con Rommel, del que puede darnos una imagen como ningún historiador ha podido. Después del colapso en África, regresó a Europa y luchó durante toda la campaña de Normandía, y fue responsable del fracaso del intento de desmantelamiento británico, la Operación 'Goodwood'. Participando finalmente en las últimas batallas desesperadas del frente oriental. Capturado por los soviéticos al final de la guerra, fue retenido durante cinco años en un campo de prisioneros en el Cáucaso. Después de la guerra, creó importantes lazos de amistad con aquellos que habían sido sus oponentes durante la misma. Recibió la Cruz Alemana en Oro y la Cruz de Caballero.
La obra se divide en 4 partes principales: La primera parte describe su entrenamiento como un joven oficial en los años previos a la guerra, el segundo su carrera militar durante la guerra, tercero sus años en el cautiverio ruso y, por último, su vida después de su liberación de Rusia y su esfuerzo por reintegrarse a la vida normal.
Su apasionante lectura te invita a acompañar coronel Hans von Luck desde la torreta de un tanque alemán, comandando la 7.a y luego la 21.a División Panzer de Rommel. El Alamein, Kasserine Pass, Polonia, Bélgica, Normandía en el Día D, el desastroso frente ruso - von Luck siempre estuvo presente en lugares decisivos.
Su amigo el historiador Stephen E. Ambrose los pinta de cuerpo entero cuando escribe en la introducción: "Hans es un narrador con una mirada aguda para contar la anécdota o el incidente. Para un guerrero que estuvo en combate casi continuamente de septiembre de 1939 a abril de 1945, hay sorprendentemente poca sangre y tripas. Para un hombre que ganó las más altas decoraciones militares de su país por el coraje, hay sorprendentemente poca jactancia sobre las hazañas personales. Para un hombre que era un prisionero de guerra haciendo trabajo esclavo, hay sorprendentemente poca amargura. En lugar de eso, hay perspicacia, una marcada simpatía por la condición humana, buen humor, tolerancia y maravilla por la vida".
Este recuento único y valioso tanto de la guerra y sus consecuencias como de la condición humana en la misma es una lectura obligatoria para todos los interesados en la Segunda Guerra Mundial.

 

ÍNDICE

Prefacio9
Introducción13
Prólogo: Excarcelación17
Primera parte: Juventud y período prebélico
I.- Juventud, 1911-192925
II.- Mi formación en el Ejército del Reichswehr. Rommel, Mi profesor.31
III.- Un año crucial, 1933. El golpe de Estado de Röhm en 193437
IV.- La construcción del nuevo ejército de 1934 a 193941
V.- Europa en los días previos a la guerra. Viajes y experiencias51
Segunda parte: La Segunda Guerra Mundial
VI.- La guerra relámpago de 1939-1941: Polonia-Francia-Rusia. Polonia, 1939.61
VII.- Ínterin, 1939-194071
VIII.- Francia, 194075
IX.- Ínterin, 1940-1941101
X.- La Campaña de Rusia, junio de 1941 a junio de 1942115
XI.- Ínterin, entre Rusia y el norte de África. 1942.141
XII.- Norte de África, 1942-1943: Rommel, el Zorro del desierto. Gazala y Alain Haifa147
El oasis de Siwa172
XIII.- La batalla decisiva de El Alamein. Retirada185
Los italianos192
Suministros194
Caza libre en el desierto195
Justicia197
La profecía de Rommel201
Misión en Libia204
XIV.- El fin en el norte de África, 1943. 209
Túnez hasta el final214
Los americanos219
El final220
La «.Misión»222
XV.- Ínterin, 1943-1944. Berlín y París. 237
XVI.- El camino de la derrota, de 1944 a 1945: de Normandía al este de Alemania255
El inicio de la invasión, 6 de junio de 1944255
XVII.- “Operación Goodwood”, 18/19 de julio de 1944 273
Operación “Goodwood”280
Avranches y sus consecuencias292
XVIII.- Retirada hace Alemania, agosto-noviembre de 1944295
XIX.- Combatiendo a los americanos, diciembre de 1944319
La batalla en Hatten-Rittershoffen324
XX.- El Frente Oriental: la última batalla343
XXI.- La 21.a división panzer actúa como «cuerpo de bomberos». El principio del fin349
La batalla de Lauban354
La calma antes de la tempestad359
La «story» del mayor Willi von Kurz360
XXII.- La última batalla. El Final 365
Tercera parte: Prisionero de los rusos. Abril 1945 - junio 1950
XXIII.- Captura y deportación a Rusia379
XXIV.- El Cáucaso; en las minas de carbón del monte Elbrus387
XXV.- Entre la «cultura» y la corrupción. La mentalidad rusa399
XXVI.- En el campamento penitenciario: huelga de hambre y KGB425
XXVII.- La vuelta a casa435

Cuarta parte: Reinicio y vuelta a la realidad. De enero de 1950 hasta enero de 1959
XXVIII.- Dagmar443
XXIX.- Jefe de recepción nocturno447
XXX.- De vuelta al pasado453
XXXI.- 1984, el 40.° aniversario del día D457
XXXII.- Enero de 1989465
Epílogo469
Olvidar es bueno, pero difícil. Perdonar es mejor. Reconciliarse lo óptimo.
Bibliografía477

Prefacio

 

Aunque los nombres, lugares y fechas han sido cuidadosamente revisados, este libro no pretende ser Historia. Mis memorias reproducen, más bien, los acontecimientos y las experiencias de un joven alemán que tuvo que atravesar un difícil periodo que transformó Europa y prácticamente el mundo entero.
La Segunda Guerra Mundial se encuentra en el centro. Muestra, junto con los años precedentes, como la intolerancia, una ideología falsa, y la propaganda pueden movilizar pueblos enteros para enfrentarlos unos contra otros y sumergirlos en la miseria.
He dedicado mi libro a mis tres hijos, nacidos entre 1954 y 1970. Debido a que deseo abordar especialmente a las nuevas generaciones, las que nacieron durante la guerra y después de la misma. Mi hijo Sascha, el más joven, me preguntó el otro día: “¿Qué significa realmente ser ‘nazi’? ¿Por qué Hitler fue “malo”? ¿Por qué le siguió el pueblo por entero? “A él y a su generación se le deben dar respuestas.“ Muchos maestros, incluso aquellos nacidos durante la guerra y después de la guerra, no tienen una respuesta o es muy inexacta para darla a los jóvenes, lo que, en cualquier caso, resulta insuficiente. Las personas mayores se reprimen y se niegan a hablar del período.
En innumerables conversaciones sostenidas con los jóvenes de Alemania, Gran Bretaña y Francia, en las numerosas conferencias que impartí a estudiantes en las universidades americanas, he encontrado que los jóvenes desean poner en claro sus ideas sobre un periodo del que la información que reciben es, o bien inexistente, insuficiente, o sesgada por la parcialidad.
Así me resisto, por ejemplo, a la falaz clasificación de los rusos como los “malos” y nosotros, los occidentales, como los “buenos”.
¡Esto es muy simple!
El lector aprenderá suficientemente que le rusos aman su tierra natal, como nosotros amamos la nuestra. Que durante la guerra las madres y esposas rusas sufrieron tanto como las nuestras. Hoy en día los jóvenes del mundo, precisamente aquellos que fueron adversarios formales en la guerra, se entienden mutuamente sin problemas. Espero que la “glasnost” y la “perestroika” hagan que sea posible, para los jóvenes de la Unión Soviética y otros países de la Europa del Este, que se les dé la oportunidad de estrechar la mano de los jóvenes de Occidente.
Aquellos de mis lectores que han tenido la oportunidad de visitar la URSS, como atletas, científicos o turistas, habrán descubierto que los rusos son encantadores, hospitalarios y listos para vivir en paz con todos los pueblos de nuestro mundo.
Aquellos que nunca han estado en Rusia deberían compensar tal omisión.
He tratado retratar experiencias de cientos de episodios, agradables y tristes; experiencias que pueden ayudar a hacer imposible que los eventos que tuvieron lugar en Alemania antes y durante la guerra se repitan, en cualquier lugar. Es profundamente deprimente descubrir que, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, se han librado más de 150 guerras, y aún se siguen librando en todo el mundo, ya sea por motivos de política, economía o ideología. Me deprime que, al parecer, solo la presencia atemorizante de las armas nucleares sea capaz de prevenir un nuevo paso de armas entre dos bloques de poder.
El ejemplo de los jóvenes nos dan a los más viejos debe ser seguido por todos aquellos que se encuentren en posiciones de responsabilidad: la práctica de la tolerancia, la mejor de las cualidades humanas. Todos debemos saber que uno puede aprender de las malas experiencias.
Agradezco a todos los que me han ayudado a escribir este libro. Sin mi amigo el profesor Stephen Ambrose de la Universidad de Nueva Orleans, nunca habría sido posible hacerlo. Me “obligó” a relatar mis experiencias, y constantemente me dio el valor para continuar.
Agradezco al comandante John Howard, mi adversario británico en el Día D, que como “héroe del puente de Pegaso” pasó a la historia de la guerra y hoy es mi amigo. John le dice a cualquiera que le pregunte: “Si quieres saber cómo era ‘al otro lado de la colina,’ pregúntale a mi amigo Hans”.
Agradezco a Werner Kortenhaus, quien está escribiendo la historia de la 21ª División Panzer, por el extenso material que puso a mi disposición.
Agradezco a todos los que compartieron mi experiencia como prisioneros, quienes compartieron conmigo el difícil destino de cinco años de cautiverio ruso y que todavía están en contacto hoy a través de la Asociación Camp 518. Muchos refrescaron mi memoria o, al describir sus propias experiencias, ayudaron a darle al lector una idea gráfica de nuestra vida en el “gulag”.
A todos agradezco, ya sea mi ayudante Helmut Liebeskind, o mi ordenanza y amigo Erich Beck, o los muchos que lucharon conmigo en todos los frentes durante casi cinco años, ellos me han ayudado y son parte integrante del libro.
Debo un agradecimiento particular a George Unwin de Surrey, Inglaterra. De mi misma edad, George tradujo mi manuscrito al inglés con sentimiento de compañerismo, identificándose conmigo. Mis amigos estadounidenses y británicos que han leído el texto dicen sin excepción: “Podemos escuchar literalmente a Hans hablando y entender lo que tiene para decirnos”.
Por último, pero no menos importante, le agradezco a mi esposa, Regina, por su paciencia y colaboración. Durante casi cuatro años me ha permitido trabajar en mi manuscrito, me ayudó en mi investigación y en su tiempo libre hizo copias de cientos de páginas de la obra.
Estoy profundamente conmovido por la Introducción que Steve Ambrose ha escrito para este libro. Él ha tomado mis propias experiencias como si fuesen las suyas. Me enorgullece que se me permita llamar a este extraordinario ser humano, autor e historiador, mi amigo.

Introducción

 

Conocí a Hans von Luck en noviembre de 1983, en Hamburgo. Estuve allí para entrevistarlo sobre su papel en la lucha en el Día D. Mi tema era la acción en el Puente Pegasus, sobre el Canal de Caen, que él había defendido contra un ataque de planeadores llevado a cabo por tropas aerotransportadas británicas. Llegó a la habitación de mi hotel, precisamente a las cuatro de la tarde, según lo acordado.
La impresión inmediata fue de un hombre delgado, enjuto, fuerte, de mediana estatura y, a pesar de su cabello blanco, de mediana edad. Pero un estudio más detallado de su rostro rojizo y desgastado, lleno de arrugas, reveló que el hombre ya era mayor (tenía 72 años de edad). Tenía rasgos afilados, una nariz a modo de halcón, ojos profundos y penetrantes, una barbilla fuerte, una frente amplia y ancha, pómulos altos y grandes orejas sobresaliendo. Aunque vestía un traje de negocios, no costaba el menor esfuerzo de imaginación el verlo con su uniforme del desierto, abotonado al cuello, con la Cruz de Caballero alrededor de su cuello, con la gorra de un oficial alemán en la cabeza, algo suelta hacia atrás, con las gafas protectoras en su lugar, cubriéndolo con el polvo del norte de África.
Pedimos café por el servicio de habitación mientras extendía sus mapas de Normandía. Su inglés era acentuado pero perfectamente comprensible.
Sus modales y sus gestos eran los de un aristócrata del Viejo Mundo. Él fumó continuamente durante el encuentro sus Marlboro Lights. Estaba ansioso por contarme sus experiencias en Normandía, entusiasmado con mi proyecto.
Hablamos durante cuatro horas, con apenas una pausa. Recibí los detalles de sus acciones en la noche del 5/6 de junio de 1944, y un resumen de su servicio en otras partes. Como historiador militar, por supuesto, me fascinó escuchar las historias de guerra del hombre que se abrió camino en Polonia en 1939, que estaba a la vanguardia del empuje de Rommel a la costa del Canal en junio de 1940, que llegó a las afueras de Moscú en noviembre de 1941, que supervisó el flanco extremo derecho de Rommel en el norte de África entre 1942-43 y que comandó el regimiento panzer que se encontró con el primer ataque aliado del Día D en 1944. Sus historias de vida en un campo de prisioneros de guerra en la Unión Soviética, entre los años 1945-1950, eran apasionantes y reveladoras. Deja expresar frecuente en la charla su gran amor por el pueblo ruso, y su simpatía por su difícil situación, lo que resultaba sumamente genuino y sorprendente.
De hecho, me impresionó sobremanera Hans, el soldado profesional, y estaba aún más cautivado, de hecho encantado, por Hans el hombre. Era amable y abierto y, --no podía dejar de pensar--, agradable. En 25 años de entrevistas con veteranos, yo nunca había escuchado historias de guerra tan bien contadas, tan llenas de compasión por los oprimidos, de cualquier raza o nacionalidad. Excepto por Dwight Eisenhower, nunca había conocido a un veterano que me haya gustado o admirado más. Insto a aquellos lectores estadounidenses que aún creen, como lo hice una vez, que todos los buenos alemanes han muerto o emigraron hace mucho tiempo a los Estados Unidos, a que le den una lectura justa a Hans. Él merece tu atención y respeto.
Aunque estas son las memorias de un soldado profesional, no están escritas para cadetes en una academia militar, sino para una audiencia general. Hans es un narrador con una mirada aguda para contar la anécdota o el incidente. Para un guerrero que estuvo en combate casi continuamente de septiembre de 1939 a abril de 1945, hay sorprendentemente poca sangre y tripas. Para un hombre que ganó las más altas decoraciones militares de su país por el coraje, hay sorprendentemente poca jactancia sobre las hazañas personales. Para un hombre que era un prisionero de guerra haciendo trabajo esclavo, hay sorprendentemente poca amargura. En lugar de eso, hay perspicacia, una marcada simpatía por la condición humana, buen humor, tolerancia y maravilla por la vida.
Lo que tenemos en estas memorias es una vida notable. Comenzamos con el joven aristócrata prusiano siguiendo la tradición familiar uniéndose al ejército. Vemos su entrenamiento, lo acompañamos en sus viajes, observamos el ascenso de Hitler y vemos el efecto de Hitler y sus políticas sobre el recién nacido ejército alemán. Hans nos lleva a Polonia y nos transporta a lo largo de la embriagadora cadena de victorias en Francia y Rusia. Él prueba la derrota, por primera vez, en el norte de África, pero pronto se encuentra en un ático en París, disfrutando la vida de un conquistador. Nos da los detalles de su romance agridulce en tiempos de guerra. Luego, aprende sobre la derrota nuevamente, por los combatientes británicos en Normandía, los americanos en el este de Francia y los rusos al sur de Berlín. Terminamos en un campo de prisioneros de guerra en el Cáucaso, con Hans trabajando como minero de carbón.
En el camino nos da maravillosas viñetas de las personas que se encontró como: el Papa (sacerdote ortodoxo) en la Catedral de Smolensk, la señora de un burdel en Burdeos, los beduinos en un oasis del desierto, sus amigos franceses en el París ocupado y muchos otros.
Famosos generales alemanes desfilan por estas páginas, incluyendo a Jodl, Kesselring y Guderian. Pero la personalidad dominante, aparte del propio Hans, es el Fieldmarshal Erwin Rommel. Hans lo conoció primero en la era pre-Hitler, cuando Rommel era su instructor de táctica. De 1940 a 1944, Hans pasó la mayor parte del tiempo al mando del batallón de reconocimiento panzer de Rommel. Era el general al que más admiraba, y claramente Rommel no solo tenía una opinión muy alta de Hans, sino que se sentía casi tan cerca de él como de su propio hijo. Así, Hans puede describir para nosotros a un Rommel en acción, tanto como un Rommel en contemplación. Hace un retrato fascinante del general que muchos historiadores militares (incluido yo) clasificaría como el mejor de la Segunda Guerra Mundial.
Pero el verdadero héroe de este libro es el soldado alemán. Las tropas de Hans, la séptima división panzer en Francia y Rusia, y la 21ª División Panzer en el norte de África, Normandía, el este de Francia y Alemania, nunca lo defraudaron. Fueron notables por su dureza, tenacidad, audacia, camaradería y lealtad. Así fue el coronel von Luck también para sus hombres. Uno de los soldados más destacados de la Segunda Guerra Mundial, ha escrito unas memorias simplemente magníficas, un clásico instantáneo que se leerá por décadas.

Stephen E. Ambrose

Prólogo: Excarcelación

 

Era un día frío del invierno a fines de 1949 en un campamento especial para prisioneros de guerra en el barrio de Kiev; A las dos de la madrugada se abrió una puerta de cuartel.
"Ganz von Luck", gritó un guardia ruso. "Davai, a la oficina".
Todavía me hace sonreír: los rusos no pueden pronunciar el sonido H del alemán. Cómo nos divertía unos años atrás cuando al grito de "Goggenloge" nadie se inmutaba. El llamado era para el príncipe Hohenlohe.
Nosotros, los prisioneros de guerra alemanes, habíamos estado en Rusia desde junio de 1945; desde fines del otoño de 1948, los antiguos miembros de las SS y la policía, y también todos los que habían luchado contra los partisanos, habían sido reunidos en una especie de campo de castigo. También se hizo -algo que ninguno de nosotros podía entender- que fueran todos oficiales del personal de los estados mayores.
Borracho de sueño, me puse de pie. A los rusos les gustaban las interrogaciones de noche. Era más fácil extraer algo de un prisionero cansado.
Unas semanas antes, el intérprete del campamento, un médico judío del que me había hecho amigo, me había dicho lo que se rumoreaba
"He escuchado que, bajo la presión de los aliados occidentales, Stalin aceptó observar los Convenios de Ginebra y liberar a los prisioneros. En los campamentos ordinarios, las excarcelaciones son casi completas, pero también aquí se realizarán liberaciones. El quince por ciento continuará con condena y permanecerá aun aquí. No queremos enviar a casa a ningún criminal de guerra. Además, necesitamos mano de obra”.
No mucho después, las comisiones habían llegado de Moscú. En audiencias nocturnas, por algún sistema incomprensible para nosotros, el 15 por ciento tenía que ser dejado libre; el resto realmente sería transportado a casa. Una comisión de cinco personas de Moscú tomaría la decisión.
¡Y ahora era mi turno!
Mis nervios estaban a punto de quebrarse. Me obligué a mantener la calma. Hablé en ruso correctamente; dado que un prisionero había sido capaz de mejorar mi conocimiento de la lengua y a menudo había sido utilizado como intérprete. En la oficina, la intérprete de los comisionados, una joven que conocía bien, me estaba esperando. "No entiendo ni hablo una palabra de ruso", le susurré a ella. "¿Entendido?" Ella sonrió y asintió; ella mantendría la farsa.
Me llevaron a una habitación grande y vi frente a mí una gran mesa en forma de T, a la cabeza de la cual se sentaba la comisión. En el medio había un coronel ruso, aparentemente su líder, un hombre afable de mi misma edad, adornado con órdenes y con una cabeza casi cuadrada. Se parecía al mariscal Georgi Zhukov, el "libertador" de Berlín.
De ambos lados había civiles, probablemente un fiscal público y oficiales del K.G.B. Se veían menos afables y me miraban con expresiones impenetrables. En el otro extremo de la mesa, a unos 20 pies de distancia, tomé mi lugar con el intérprete.
La audiencia comenzó.
"¿Cuál es su nombre? Su unidad ¿Dónde estuvo en acción en Rusia?"
El intérprete traducía lo que respondía en alemán, "ya lo he dicho todo al menos veinte veces para que conste".
"Queremos escucharlo nuevamente", dijo el coronel.
Mis declaraciones parecían estar de acuerdo con sus documentos. Asintieron como aprobándolo.
Entonces, "Usted capitalista, reaccionario; von Luck es como von Ribbentrop (ministro de Asuntos Exteriores bajo Hitler), von Papen (canciller antes de Hitler). Todo el mundo con 'von' es un gran capitalista y un gran nazi”.
Después de la traducción, respondí: "No tengo nada que ver con Ribbentrop ni Papen. He estado en la guerra por más de cinco años y luego cinco años más en cautiverio. Eso es más de diez años de mi vida. Ahora me gustaría vivir en paz con mi familia, seguir una profesión. No tengo dinero ni propiedad de la tierra, entonces, ¿qué es todo esto de capitalista, nazi, etc.? "
El intérprete tradujo palabra por palabra.
No parecían tener nada más que poner en mi expediente. Entonces el coronel se volvió hacia su colega y habló abiertamente en ruso.
"¿Qué haremos con el polkovnik (coronel)? No es miembro de la SS ni de la policía. En el momento de las luchas partisanas, se encontraba en África. Pero odio dejar escapar a uno de estos vons ".
Uno de los oficiales de la KGB intervino: "Podemos acusarlo de robar huevos de aldeas rusas y cometer 'sabotaje' contra el pueblo ruso".
Eso fue el colmo. Sabía que incluso una ofensa tan leve podía tener de diez a quince años en un campo de castigo.
Me puse de pie y, para empezar, pronuncié uno de las más fuertes mala palabra rusa. (Se dice que los rusos y los húngaros profieren los más groseros insultos).
Vi el rostro sorprendido del intérprete y el asombro del Coronel y sus asociados.
Solo ahora y de esta forma, pensé, tendré la oportunidad de volver a casa.
Después de una breve pausa para el efecto, hablé en consecuencia, "Polkovnik, eres un coronel como yo. (Usé deliberadamente la forma familiar de la denominación militar.) Has cumplido con tu deber en la guerra como yo. Ambos creímos que teníamos que defender nuestra patria. Probablemente, los alemanes fuimos engañados por una propaganda altamente lograda y unilateral. Ambos hemos tomado un juramento”.
El coronel escuchó atentamente.
"Son las tres de la mañana", continué. "Estoy cansado. A las seis nos despertaremos otra vez para comenzar otro día de nuestra cautividad”.
"Conozco la ley rusa. El acusado tiene que demostrar su inocencia y no el tribunal la culpa del acusado. ¿Cómo me defiendo? Si quieren que me quede aquí, encontrarán un motivo. Entonces, hazlo breve y luego déjame ir a dormir”.
Siguió una breve conversación susurrada entre el Coronel y sus colegas. Entonces el coronel dijo: "Hablas ruso. ¿Dónde lo aprendiste?" Su tono era ahora plácido, casi benevolente
"Me interesa el idioma ruso, la música rusa y los escritores rusos, incluso desde que era joven. Mucho antes de estallar esta miserable guerra, aprendí ruso por medio de emigrantes. En los nueve meses de mi servicio en Rusia, pero sobre todo en los últimos cuatro años y medio, he podido mejorar mi conocimiento. Admito que utilicé como táctica el dejar traducir al intérprete”.
Sonreían y mi posición me parecía un poco menos desesperada.
Luego surgió una pregunta sorprendente del coronel: "¿Qué piensas de Rusia y su gente?"
"He visto mucho y he aprendido mucho en los años de mi cautiverio. Me gusta su vasto país, me gusta la gente, su disposición para ayudar, su amor por su tierra natal. Creo que he comprendido algo de la mentalidad y el alma rusas. Pero no soy comunista y nunca en mi vida lo seré. Estoy decepcionado por lo que queda de las ideas de Marx y la revolución de Lenin. Me gustaría que nuestra gente aprendiera a entenderse, a pesar de nuestros muchos contrastes y diferentes ideologías. Esa es mi respuesta a tu pregunta, Polkovnik ". Era una apuesta, pero sentí que en mi situación el ataque era la mejor forma de defensa.
"Si se te permite ir a casa", continuó el Coronel, "sabemos que volverás a ser un soldado y lucharás contra nosotros".
Negué con la cabeza y le respondí: "Me gustaría llegar a casa por fin y ayudar a reconstruir mi país destruido por las bombas, establecer una democracia y vivir en paz, nada más".
Llegó el conocido "Davai" del Coronel.
Regresé a mi cuartel. Mis compañeros de prisión se apiñaron a mi alrededor de inmediato, y después de haber descrito el curso de la audiencia, todos dijeron lo mismo: "Estás loco, esa es tu perdición. Tendrás que quedarte aquí”. Pero juzgué a los rusos de manera diferente.
A la mañana siguiente apareció la intérprete. "Eso fue arriesgado, Polkovnik, pero bueno. Creo que impresionaste al coronel. Fue soldado en primera línea como tú y él entiende el lenguaje rudo”.
Dos días después, a primera hora de la mañana, uno de los guardias me levantó de la cama. Mis compañeros de habitación se despidieron: "Todo lo mejor, viejo, dondequiera que tu viaje te lleve". En el patio, los prisioneros de cada cuartel se juntaban con sus pocas posesiones. En la mesa estaba sentado un oficial ruso con una lista de nombres, los cuales gritaba uno tras otro. El hombre llamado iba a la mesa. Allí escuchaba el "Davai”, que ahora significaba la liberación, o el fatídico "Niet”.
Vimos las caras afectadas de aquellos que habían sido señalados con "Niet" y apenas nos atrevíamos a mirarlos. Yo era el tercero de nuestra sección que tuvo que subir a la mesa. Cuando el hombre que estaba frente a mí escuchó "Niet", le di una palmadita compasiva al hombro.
¿Qué palabra oiría? Fue "Davai"
Más corriendo que caminando, corrí hacia la puerta del campamento. Un gran peso cayó de mi corazón. No nos atrevimos a mirar alrededor por miedo a que aún nos pudieran traer de vuelta. ¿Esto realmente significa la liberación?
Allí encontré al intérprete. "Domoi, Polkovnik, todo lo mejor". Todavía pienso en ella hoy, lleno de gratitud.
Luego marchamos a la estación, donde un tren estaba listo para llevarnos. Todavía no confiamos en los rusos. ¿En qué dirección iría? Pero después de que llegamos, las puertas permanecieron desbloqueadas, por primera vez en cinco años. Nuestra alegría no tenía límites. Difícilmente podíamos admitirlo, el día que soñábamos durante tantos años había llegado al fin.
Hacía mucho frío. A pesar de ello, dejamos las puertas abiertas por una grieta, por temor a que vuelvan a atornillarse y cerrarse. Nos tumbamos todos apretados y apenas sentimos el intenso frío.
Unos pocos cantaron en voz baja, otros imaginaron lo primero que comerían, cómo sería después de casi cinco años estar cara a cara con su propia esposa o novia. Nadie estaba avergonzado de sus sentimientos.
Todos sabíamos que cuando llegáramos a casa sería como si hubiéramos nacido de nuevo.
Mis pensamientos volvieron a mi juventud, a la seguridad de la casa de mis padres y a los muchos años maravillosos, antes de que Hitler llegara y comenzara la guerra. De mis 39 años, había pasado más de 10 en la guerra y en el cautiverio.