Plegarias, mensajes, antroponímicos: sesenta y una inscripciones rúnicas traducidas, en medio de cen­tenares —o millares— de litóglifos casi borrados por la acción del tiempo. ¿Estamos en Noruega, en Suecia, en Dinamarca? No, Escandinavia no tiene el equivalente de este gigantesco complejo. Es en Cerro Guazú, en el corazón de la gran selva paraguaya donde todavía rondan los últimos "indios" blancos, que el profesor Jacques de Mahieu nos lle­va en busca de los vikingos de Sudamérica que en ella se refugiaron, en el año 1290, después de la destrucción de su imperio de Tiahuanacu, en la región que cruzaba uno de los caminos que conducían de los Andes al Atlántico. Una búsqueda rica en sorpresas: la fortaleza de Cerro Cora, de la que subsiste una muralla de 300 m de largo por 10 de alto; el templo de Tacuatí, con sus cimientos de piedra labrada; el salto del Aquidabán-Nigui, con sus escalones que sólo pueden utilizar hombres de cerca de dos metros, y él del arroyo Tupí, hecho de bloques tallados; el cerro hueco del que los indios dicen que era "la morada del rey blanco Ipir", con su bosque sagrado del más puro estilo nórdico; el abrigo bajo roca del Tuja Og, con su friso que adornan el tridente de Fosite —el Neptuno de los frisones— y una doble runa de la muerte. Y, en todas partes, magníficas inscripciones rúnicas, sin hablar de las imágenes grabadas de un caballo vikingo, una vaca normanda y un terrier irlandés... Los últimos vestigios de una epopeya que el profesor de Mahieu reconstruyó, con el rigor científico que se le conoce, en sus cuatro obras anteriores —El gran viaje del Dios-Sol, La agonía del Dios-Sol, Drakkares en el Amazonas y la geografía secreta de América antes de Colón— ya publicados en esta misma colección.