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Metafísica del Sexo

 

Julius Evola

Metafísica del Sexo - Julius Evola

408 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2018
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 600 pesos
 Precio internacional: 20 euros

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hasta ahora, en general, hemos conocido una visión fragmentaria, dividida y limitada de la sexualidad. En occidente creemos que la vivencia profana, cotidiana de nuestra sexualidad es toda la sexualidad posible. Y así mismo del amor. Incluso el saber que científicamente hemos atesorado respecto a la sexualidad concibe, reflejando nuestra división y limitación experiencial e ignorancia vital, que la sexualidad carece de toda dimensión transcendental, metafísica.
Este «más allá del plano físico» al que hace referencia la metafísica del sexo, sin embargo, no remitirá a conceptos abstractos o a ideas filosóficas, sino a lo que como posibilidad de experiencia no sólo física, como experiencia transpsicológica y transfisiológica, que conduce a la superación de los condicionamientos del yo individual resulta de una doctrina de los estados múltiples del ser, de una antropología que no se detiene, como la de los tiempos más recientes, en el simple binomio alma-cuerpo, y que conoce en cambio modalidades «sutiles» e incluso trascendentes de la conciencia humana. Este tipo de conocimiento, terreno desconocido para la mayoría de nuestros contemporáneos, forma parte integrante de las antiguas disciplinas y tradiciones de los pueblos más diversos. Estas aberturas a un mundo distinto es algo que se ha sabido o presentido desde siempre, y que sólo en la modernidad ha degenerado. No hay más que referirse a la historia, a la etnología, a la historia de las religiones, a la sabiduría de los Misterios, al folklore y a la mitología para darse cuenta de que hay formas del eros y de la experiencia sexual en las que se reconocieron e integraron unas posibilidades más profundas,
Como por atrofia, algunos aspectos del eros han pasado a estado latente, se han vuelto indiscernibles en la aplastante mayoría de los casos. De modo que, para poder ponerlos de relieve, hace falta una integración. "El hecho de que la humanidad haga el amor como lo hace más o menos todo, o sea estúpida e inconscientemente, no impide que el misterio siga conservando toda su dignidad". Ante esta nueva dimensión más profunda, los “civilizados” encontrarían probablemente razones para avergonzarse al constatar a lo que, por lo general, se reducen sus amores.
Incluso dejando de lado ciertas formas de práctica sexual, las más conocidas de las cuales son el dionisismo y el tantrismo populares, así como los diversos cultos eróticos, siempre encontramos medios que no solo han reconocido la dimensión más profunda del sexo, sino que han formulado técnicas a menudo dotadas de finalidades clara y expresamente iniciáticas: se ha considerado un régimen particular de la unión sexual que podía conducir a formas particulares de éxtasis y que permitían vivir anticipadamente la experiencia de lo incondicionado.
Lo que habitualmente los seres humanos sólo conocen cuando se sienten atraídos el uno por el otro, cuando se aman y se unen, será restituido al conjunto más vasto, del que todo ello forma parte principalmente.
Julius Evola, como es su costumbre en cada tema que toca, busca exhaustivamente referencias en las más diversas tradiciones, hasta agotar y disecar la materia de su análisis para poder presentarle al investigador moderno todas sus aristas.

 

ÍNDICE

Introducción
1. Delimitación del tema9
2. El sexo en el mundo moderno16
I. Eros y Amor Sexual
3. El prejuicio evolucionista21
4. Amor y Sexo23
5. Eros y el instinto de reproducción25
6. El mito del “genio de la especie”30
7. Eros y la tendencia al placer34
8. En torno a la voluptuosidad36
9. La teoría magnética del amor40
10. Los grados de la sexualización49
11. Sexo físico y sexo interior54
12. Condicionalidad y formas de la atracción erótica59
II. Metafísica del sexo
13. El mito del Andrógino67
14. El eros y las variedades de la embriaguez73
15. Biologización y caída del eros77
16. Afrodita Urania. El eros y la belleza84
17. El deseo. El mito de Poros y Penia89
18. Sobre la homosexualidad95
III. Fenómenos de trascendencia en el amor profano
19. El sexo y los valores humanos101
20. “Amor eterno”. Celos. Orgullo sexual106
21. Fenómenos de trascendencia en la pubertad110
22. Amor, corazón, sueño, muerte116
23. El conjunto amor-dolor-muerte121
24. Voluptuosidad y sufrimiento. El complejo maso-sádico126
25. Éxtasis eróticos y éxtasis místicos135
26. Sobre la experiencia de la unión sexual138
27. Variedades del pudor. Metafísica del pudor 147
28. Significado de la orgía154
29. El marqués de Sade y la “Vía de la Mano Izquierda”158
30. Rasputín y la secta de los Khlystis168
IV. Dioses y diosas, hombres y mujeres.
31. Mitología, ontología y psicología173
32. La Díada metafísica177
33. Arquetipos demetrianos y arquetipos afrodisianos. La Virgen. La desnudez abisal187
34. Diferenciaciones típicas de la virilidad en el mito198
35. Lo masculino y lo femenino en la manifestación201
36. Sobre el demonismo de lo femenino. El simbolismo de la cópula invertida208
37. Phallus y menstruum215
38. Psicología masculina y psicología femenina222
39. La mujer como madre y la mujer como amante230
40. Piedad, sexualidad y crueldad en la mujer236
41. Sobre la fascinación femenina. Actividad y pasividad en el amor sexual239
42. Sobre la ética de los sexos250
V. Sacralizaciones y evocaciones.
43. El matrimonio como “Misterio” en el mundo de la Tradición256
44. El cristianismo y la sexualidad263
45. La prostitución sagrada. Las hierogamias268
46. Incubos y súcubos. Fetichismo y proceso de evocación276
47. Proceso de evocación en el amor caballeresco medieval284
48. Sobre las experiencias iniciáticas de los “Fieles de Amor”290
Apéndice al capítulo V
49. Sobre la significación del Sabbat y de las “misas negras”301
50. La doctrina del andrógino en el misticismo cristiano311
VI. El sexo en el ámbito de las iniciaciones y de la magia
51. Las transmutaciones y el precepto de castidad319
52. Técnicas de transmutación endógena en el kundalini-yoga y en el taoísmo324
53. El sexo en la Cábala y en los Misterios de Eleusis333
54. Las prácticas sexuales tántricas337
55. Sobre el régimen de la unión en las prácticas sexuales tántricas y sobre su peligro345
56. Prácticas sexuales secretas en el taoísmo chino362
57. Prácticas sexuales árabes y simbología hermética374
58. La Myriam y la “Piromagia”380
59. La “Luz del sexo” y la “Ley de Telema”385
60. Los presupuestos de la magia sexualis operativa395
Conclusión405

Introducción

 

1 . Delimitación del tema
El título de este libro reclama una aclaración a propósito del término “metafísica”. Emplearemos aquí esta palabra en un doble sentido. El primer sentido es bastante corriente en filosofía, donde por “metafísica” se entiende la investigación de los principios y de las significaciones últimas. Una metafísica del sexo será pues el estudio de lo que, desde un punto de vista absoluto, significan ya los sexos, ya las relaciones basadas sobre los sexos. Una investigación semejante cuenta con pocos precedentes. Una vez citado Platón, si hacemos abstracción de ciertas ideas posibles de encontrar en autores cercanos a la época del Renacimiento, de las teorías de Boehme y de algunos místicos heterodoxos inspirados en él, hasta Franz von Baader, hay que llegar a Schopenhauer, después del cual únicamente se puede mencionar a Weininger y, en cierta medida, a Carpenter, Berdiaeff y Klages. En los tiempos modernos, en nuestros días sobre todo, se han multiplicado endémicamente las obras sobre el problema de los sexos, considerado desde el punto de vista antropológico, biológico, sociológico, eugenésico y, finalmente, psicoanalítico; se ha creado inclusive un neologismo para designar semejantes investigaciones: la “sexología”, pero todo esto tiene poco o nada que ver con una metafísica del sexo.
En este dominio, como en cualquier otro, nuestros contemporáneos no están interesados en la búsqueda de las significaciones últimas, que se toma por cosa vaga y sobrepasada. Se piensa alcanzar algo más serio y más importante manteniéndose por el contrario sobre el plano empírico y más estrictamente humano, cuando la atención no se concentra en los subproductos patológicos del sexo.
Estas observaciones son válidas en gran parte también para aquellos autores de ayer y de hoy que han tratado del amor, más que del sexo en particular. Ellos se han mantenido esencialmente sobre el plano psicológico y sobre el de un análisis general de los sentimientos. Inclusive lo que escritores como Stendhal, Bourget, Balzac, Solovieff o Lawrence han publicado a este respecto, concierne poco a las significaciones más profundas del sexo. Por lo demás, la referencia al “amor” —dado lo que se entiende hoy principalmente por esta palabra, y dado el agotamiento de orden sobre todo sentimental y romántico en la mayor parte de las experiencias correspondientes— no podía sino provocar un equívoco y restringir la investigación a un dominio estrecho y más bien banal. Sólo contadas veces, y diríamos que casi por azar, ha habido aproximaciones a lo que se relaciona con una dimensión en profundidad, o dimensión metafísica del amor en sus conexiones con el sexo.
Pero, en este estudio, el término “metafísica” será tomado también en un segundo sentido, relacionado con su etimología, ya que, literalmente, “metafísica” significa la ciencia de lo que va más allá de lo físico. Sólo que aquí ese “más allá de lo físico” concernirá no a conceptos abstractos o a ideas filosóficas, sino a lo que puede resultar, como experiencia no solamente física, sino como experiencia transpsicológica y transfisiológica, de una doctrina de los estados múltiples del ser, de una antropología que no se detiene, como la de los tiempos más recientes, en el simple binomio alma-cuerpo, sino que conoce las modalidades “sutiles” e incluso trascendentes de la conciencia humana. Tierra ignota para la mayoría de nuestros contemporáneos, un conocimiento de este género constituyó parte integrante de las disciplinas antiguas y de las tradiciones de los pueblos más diversos. De ella, extraeremos los puntos de partida para una metafísica del sexo, tomada en el segundo sentido: como constatación de todo lo que en la experiencia del sexo y del amor comporta un cambio de nivel de la conciencia ordinaria, “física”, y a veces inclusive una cierta suspensión del condicionamiento del Yo individual, y la emergencia momentánea o inserción de modos de ser de carácter profundo.
Que en la experiencia del eros se establece un ritmo diferente, que una corriente distinta invade y transporta o suspende las facultades ordinarias del individuo humano, que se abren huecos sobre un mundo diferente, todo esto, en todo tiempo ha sido observado o entrevisto. Pero en quienes son los sujetos de esta experiencia falta casi siempre una sensibilidad sutil desarrollada de forma que puedan captar algo más que las simples emociones y sensaciones que les sobrecogen; les falta toda base para orientarse en el acontecimiento en que se esbozan los cambios de nivel de que acabamos de hablar.
En cuanto a los que hacen de la experiencia del sexo un estudio científico, refiriéndose a otros y no a sí mismos, las cosas no van para ellos mucho mejor respecto al tema de una metafísica del sexo tomada en el segundo sentido. Las ciencias susceptibles de suministrar las referencias necesarias para la exploración de estas dimensiones potenciales de la experiencia del eros se ha perdido casi completamente. Por ello han faltado los conocimientos indispensables para identificar en términos de realidad los contenidos posibles de lo que es habitualmente tomado “de una manera irreal”, reduciendo lo no-humano a prolongaciones exaltadas de lo que es solamente humano, de la pasión y del sentimiento, consiguiendo únicamente hacer poesía, lirismo, romanticismo idealizante y empequeñecerlo todo.
Con estas observaciones, tenemos a la vista el dominio erótico que podríamos llamar profano, que poco más o menos es el único que conocen los hombres y las mujeres del Occidente moderno, y que es el único también con el que se enfrentan los psicólogos y sexólogos de hoy. En las significaciones más profundas que nosotros indicaremos para el amor en general, y hasta en el acto brutal que lo expresa y lo concluye, en este acto en que, como alguien ha dicho, se forma un ser múltiple y monstruoso y en el que se diría que el hombre y la mujer buscan humillarse, sacrificar todo cuanto hay en ellos de bello (Barbusse), es posible que la mayoría no se reconozca y piense que se trata de interpretaciones nuestras arbitrarias y fantásticas, personales, de carácter abstruso y “hermético”.
Las cosas pueden parecer así únicamente a quien tome por absoluto lo que en general él ve cada día a su alrededor o experimenta en sí mismo. Pero el mundo del eros no ha comenzado hoy, y basta con echar una ojeada a la historia, a la etnología, a la historié de las religiones, a la misteriosofía, al folklore, a la mitología, para darse cuenta de la existencia de formas del eros y de la experiencia sexual en que fueron reconocidas y tomadas en consideración posibilidades más profundas, en las que se pusieron suficientemente de relieve significaciones de orden transfisiológico y transpsicológico como las que nosotros indicaremos. Referencias de este género, bien documentadas y concordantes con las tradiciones de civilizaciones muy diferentes entre sí, bastarán para disipar la idea de que la metafísica del sexo sea una pura fantasía. La conclusión que se podrá extraer será muy otra; se llegará a decir más bien que, como por atrofia, aspectos muy determinados del eros han llegado a quedar latentes hasta resultar casi indiscernibles en la mayoría de los casos; que, en el amor sexual habitual, no subsiste de ellos más que leves huellas o indicios, de manera que, para hacerlos resurgir, es precisa una integración, una operación análoga a la que en las matemáticas constituye el paso de la diferencial a la integral. En efecto, no es verosímil que en las indicadas formas antiguas, a menudo sacrales e iniciáticas del eros, se haya inventado y añadido lo que no existiera en absoluto en la experiencia humana correspondiente; no es verosímil que se haya hecho de ésta un uso para el cual no se prestaba en modo alguno, ni siquiera virtualmente y en principio. Mucho más verosímil resulta que, con el tiempo, esta experiencia se haya degradado en cierto sentido, empobrecido, oscurecido y atrofiado en la gran mayoría de los machos y hembras pertenecientes a un ciclo dado de civilización, esencialmente orientada hacia la materialidad. Justamente se ha dicho: El hecho de que la humanidad haga el amor como lo ha hecho casi todo, es decir, estúpida e inconscientemente, no impide que su misterio continúe manteniendo la dignidad que le corresponde. Será inútil adelantar que, llegado el caso, ciertas posibilidades y ciertas significaciones del eros no sean testificadas sino excepcionalmente. Justamente estas excepciones de hoy (que, por lo demás, como `hemos dicho, se van a integrar en lo que, en otros tiempos, presentaba este carácter en un grado menor) suministran la clave para comprender el contenido potencial, profundo e inconsciente también de lo no-excepcional y de lo profano. C. Mauclair, aunque no teniendo en el fondo a la vista más que las variedades de una pasión de carácter profano y natural, dijo con toda razón que, en el amor, se cumplen los gestos sin reflexionar, y que su misterio no está claro más que para una ínfima minoría de seres... En la multitud innumerable de los seres con rostro humano, añadía, muy pocos son auténticos hombres y, dentro de esta selección, muy poco numerosos son los que penetran el sentido del amor. En este dominio como en otro, el criterio estadístico del número está desprovisto de todo valor. Se lo puede dejar para métodos vulgares como el empleado por Kinsey en sus bien conocidos informes sobre el “comportamiento sexual del macho y de la hembra en la especie humana”. En una investigación como la nuestra, es lo excepcional lo que puede tener valor de “normal” en un sentido superior.
Partiendo de esto, se pueden ya delimitar los dominios sobre los que recaerá nuestro examen. El primer dominio será el de la experiencia erótico-sexual en general, es decir, del amor profano tal como puede también conocerlo un cualquier Armando o una Julieta cualquiera, para buscar ya en esta experiencia los “indicios intersticiales” de algo que, virtualmente, sobrepasa el simple hecho físico y sentimental. El estudio puede comenzar por una cantidad de expresiones constantes del lenguaje de los amantes y por las formas típicas de su comportamiento. Esta materia nos la proporciona ya la vida cotidiana; no hay más que considerarla bajo una nueva luz para obtener interesantes elementos indicativos de lo que se nos muestra como lo más estereotipado y banal.
Siempre dentro de lo que concierne a la fenomenología del amor profano, se pueden espigar otros materiales en la obra de los novelistas y los dramaturgos; es sabido que, en nuestra época, sus temas casi exclusivos han sido el amor y el sexo. En efecto, se puede admitir que, a su manera, esta producción tiene también un valor de testimonio, de “documento humano”, porque, de costumbre, una experiencia personal realmente vivida, o al menos tendente a ello, constituye la materia prima de la creación artística. Y lo que ésta ofrece además, justamente por ser arte —en lo que hace sentir, decir o hacer a los diferentes personajes—, no se reduce siempre a ser una ficción o una fantasía. Por el contrario, se puede tratar de integraciones, de amplificaciones y de intensificaciones, donde se pone más distintamente a la luz lo que en la realidad —en la experiencia personal del autor o de otros— se presenta de una manera incompleta, muda o potencial. Desde este punto de vista, se puede encontrar en el arte y en la novela otro material a considerar, un material objetivo, y que a menudo concierne a formas ya diferenciadas del eros.
La búsqueda del material tropieza sin embargo con dificultades particulares en el aspecto de los datos que se relacionan con un dominio importante para nuestro estudio: el dominio de los estados que se desarrollan en los puntos límite de la experiencia erótico-sexual, es decir, durante la unión sexual. La literatura, en este punto, ofrece pocos elementos. Hasta ayer, existía el veto del puritanismo. Pero, en las novelas modernas más atrevidas, lo que es banal y vulgar prevalece sobre la materia eventualmente utilizable para nuestros fines. Ejemplo típico de ello es Lady Chatterley’s Lover, de D. H. Lawrence, libro que, en este dominio, fue considerado en una cierta época como una especie de récord.
Para recoger directamente material, se tropieza aquí con una doble dificultad, subjetiva y objetiva. Subjetiva, porque no ya con los extraños, sino inclusive con la respectiva pareja masculina o femenina no gusta hablar con exactitud y sinceridad de lo que se experimenta en las fases más exaltadas de la intimidad corporal. Igualmente, la dificultad es objetiva, porque estas fases corresponden a menudo a formas de conciencia reducida (y es lógico que, para la mayoría, ocurra así), hasta el punto de que ocurre a veces no solamente no recordar lo que se ha experimentado, sino inclusive lo que se ha dicho o hecho en tales momentos, cuando se desenvuelven en las formas más interesantes. En efecto, nosotros hemos podido constatar que los momentos culminantes, estáticos o menádicos de la sexualidad, constituyen a menudo soluciones más o menos profundas de continuidad de la conciencia de los amantes, estados de los que ellos vuelven en sí como agotados; o bien, lo que es simple sensación paroxística y emoción, lo confunde todo.
Gracias a su profesión, los psiquiatras y los ginecólogos podrían encontrarse en una situación bastante favorable para recoger un material útil, si supieran orientarse e interesarse por un tal orden de cosas. Pero no ocurre así. Con un buen gusto extremado, la escuela positivista del siglo pasado llegó a publicar fotografías de órganos genitales femeninos para establecer extrañas correspondencias entre las mujeres delincuentes, las prostitutas y las mujeres de los pueblos salvajes. Por contra, una recolección de testimonios de tipo introspectivo, al respecto de la experiencia íntima del sexo, no ha despertado, al parecer, el menor interés. De otra parte, cuando en este’ dominio interviene una actitud con pretensiones científicas “sexológicas”, los resultados son en general ensayos de una incompetencia más bien grotesca. Aquí, como en otros ámbitos, la condición previa para comprender una experiencia es, en efecto, saber uno mismo algo de ella. Havelok Ellis ha hecho notar justamente que “las mujeres que, con seriedad y sinceridad, escriben libros sobre estos problemas (los problemas sexuales) son a menudo las últimas a las que habría que acudir como representantes de su sexo; las que saben más de ellos son las que menos escriben”. Nosotros diríamos más: que son las que no escriben en absoluto. Y esto, naturalmente, es válido también en gran parte para los hombres.
En fin, a propósito del dominio del eros profano, incluso la más reciente disciplina que ha hecho del sexo y de la libido una especie de idea fija, el psicoanálisis, tiene muy poco valor para nuestros fines, como ya hemos dicho. Sólo en algún que otro extremo, podrá ella ofrecernos algunas indicaciones útiles. Sus investigaciones, en general, están ya desplazadas desde el punto de partida, a causa de los prejuicios de escuela y de una concepción absolutamente deformada y contaminadora del ser humano. Y aquí hay que decir que es justamente porque en nuestros días el psicoanálisis, mediante una inversión casi demoníaca, ha puesto de relieve una primordialidad sub-personal del sexo, por lo que es absolutamente necesario oponer otra primordialidad, ésta de carácter metafísico, y de la cual la otra no sería más que su degradación; este es exactamente el objetivo fundamental de este libro.
Todo esto, pues, a propósito del dominio de la sexualidad ordinaria, diferenciada o no, que, como ya hemos dicho, no debe ser identificada sin más con cada sexualidad posible. En efecto, para nosotros hay un segundo dominio, mucho más importante, correspondiente a las tradiciones que han conocido una sacralización del sexo, un empleo mágico, sagrado, ritual o místico de la unión sexual, hasta incluso de la orgía, a veces en formas colectivas e institucionales (fiestas estacionales, prostitución sagrada, hierogamías, etc.). El material de que se dispone a este respecto es bastante vasto, y el hecho de que ofrezca un aspecto ampliamente retrospectivo no obsta nada a su valor. En este punto también, todo depende de tener o no tener los conocimientos adecuados para proceder a una interpretación exacta, no considerando todos estos testimonios como lo hacen casi sin excepción los historiadores de las religiones y los etnólogos: con el mismo interés “neutro” que se puede experimentar ante los objetos de un museo.
Este segundo dominio, con su fenomenología relativa a una sexualidad ya no profana, admite una separación que se puede hacer corresponder con la que existe entre el exoterismo y el esoterismo, entre las costumbres generales y la doctrina secreta. Aparte las formas, cuyo tipo más conocido está constituido por el dionisismo, por el tantrismo popular y por los diversos cultos eróticos, ha habido medios que no sólo han reconocido la dimensión más profunda del sexo, sino que también han formulado técnicas que a menudo tenían finalidades pura y conscientemente iniciáticas; se ha contemplado un régimen especial de la unión sexual para conducir a formas particulares de éxtasis, para conseguir una liberación de las ligaduras humanas y una anticipación de lo incondicionado. Para este dominio especial, también existe una documentación, y la concordancia bastante visible de la doctrina y los métodos en las diversas tradiciones resulta grandemente significativa.
Considerando estos diferentes dominios como las partes de un todo donde se integran y se aclaran unos a otros, aparecerán suficientemente demostradas tanto la realidad como el sentido de una metafísica del sexo. Lo que los seres humanos conocen habitualmente cuando se sienten atraídos el uno hacia el otro y cuando ellos se aman, será restituido al más vasto conjunto del que forma parte esencialmente. En razón de particulares circunstancias, este libro no representará apenas más que un ensayo. En otras obras, ya hemos tenido ocasión de hablar de la doctrina esotérica del andrógino, así como de las prácticas sexuales de la que esta doctrina es la base. Para la parte más nueva, que es la investigación en el dominio del amor profano, hubiéramos tenido que disponer de un material mucho más rico que, incluso haciendo abstracción de las dificultades indicadas más arriba, una contingencia estrictamente personal nos ha impedido recoger. De todas formas, esperamos que habrá aquí bastante para mostrar una dirección y para dar una idea de conjunto.
2. El sexo en el mundo moderno
Antes de entrar en el tema, quizá sea oportuno hacer unas breves observaciones relativas a la época en que este libro se ha escrito. El papel del sexo en la civilización actual es de todos conocido, si bien hoy se podría hablar incluso de una obsesión por el tema del sexo. En ninguna otra época la mujer y el sexo han ocupado de tal forma el primer plano. Bajo mil formas, el sexo y la mujer dominan la literatura, el teatro, el cine, la publicidad, toda la vida práctica contemporánea. Bajo mil formas, la mujer es presentada para atraer sin cesar al hombre e intoxicarle sexualmente. El strip tease, costumbre americana llevada a la escena, consistente en el espectáculo de una joven que se desnuda poco a poco, quitando una a una de su cuerpo las prendas más íntimas, hasta el mínimo necesario para mantener en los espectadores la tensión propia de ese “complejo de expectación” o estado de suspense que quedaría destruido, por la desnudez total, completa e impúdica, tiene el valor de un símbolo en el que se resume lo que, en los últimos períodos de la civilización occidental, se ha producido en cada dominio bajo el signo del sexo. Los recursos de la técnica han sido utilizados para estos efectos. Los tipos femeninos más fascinantes y excitantes no son ya conocidos, como ayer lo eran, sólo en los espacios restringidos de los países donde viven o donde se encuentran; cuidadosamente seleccionados y puestos en vedette de todas las formas posibles, mediante el cine, las revistas, la televisión, los dibujos animados, etcétera, como actrices, “estrellas” y misses, se convierten en las hogueras de un erotismo cuyo radio de acción es internacional e intercontinental, de la misma manera que su zona de influencia es colectiva, no respetando las capas sociales que antaño vivían dentro de los límites de una sexualidad normal y anodina.
Importa poner de relieve el carácter cerebral de esta moderna pandemia del sexo. No se trata de impulsos más violentos que se manifiestan sobre el solo plano físico, dando lugar, como en otras épocas, a una vida sexual exuberante no reprimida, y hasta incluso al libertinaje. Hoy día, el sexo ha impregnado más bien la esfera psíquica, produciendo en ella una gravitación constante e insistente hacia la mujer y el amor. Es así que sobre el plano mental se tiene, como fondo, un erotismo que presenta dos caracteres sobresalientes: ante todo, el carácter de una excitación difusa y crónica, casi independiente de toda satisfacción física concreta, porque ella dura como excitación psíquica; en segundo lugar, y en parte como consecuencia de esto, este erotismo puede inclusive coexistir con una castidad aparente. Respecto del primero de estos dos puntos, es un hecho característico que hoy se piensa mucho más en el sexo que ayer, cuando la vida sexual era mucho menos libre, cuando las costumbres, al limitar más la libre manifestación del amor físico, hubiera hecho más lógica la intoxicación mental que, por el contrario, es típicamente actual. En cuanto al segundo punto, ciertas formas femeninas de anestesia sexual y de castidad corrompida, teniendo conexiones con lo que el psicoanálisis llama las variedades narcisistas de la libido, son muy significativas. Se trata de esas jóvenes modernas para quienes la exhibición de su desnudez, la acentuación de todo aquello que puede representar un reclamo para el hombre, el culto de su cuerpo, el maquillaje y todo lo demás, constituyen el principal interés y les proporciona un placer transpuesto, que prefieren al placer específico de la experiencia sexual normal y concreta, hasta provocarles una especie de insensibilidad ante esta experiencia y, en ciertos casos, un rechazo neuropático. Estos tipos deben ser situados entre las hogueras que alimentan más la atmósfera de lujuria cerebral crónica y difusa de nuestro tiempo.
Tolstoi dijo un día a Gorki: “Para un francés, antes que nada, está la mujer. Es un pueblo extenuado, desequilibrado. Los médicos aseguran que todos los tísicos son sensuales.” Dejando de lado a los franceses, queda verdaderamente el hecho de que la propagación pandémica del interés por el sexo y la mujer marca todas las eras crepusculares, y el de que, en la época moderna, este fenómeno se encuentra pues entre los numerosos que nos hacen ver que esta época representa precisamente la fase más avanzada, terminal, de un proceso de regresión. No se puede menos que recordar las ideas formuladas por la antigüedad clásica, siguiendo una analogía con el organismo humano. En el hombre, la cabeza, el pecho y las partes inferiores del cuerpo constituyen respectivamente las sedes de la vida intelectual y espiritual, de los impulsos del alma que van hasta la aptitud heroica, y en fin de la vida del vientre y el sexo. Tres principales formas de interés, tres tipos humanos y, podríamos añadir, tres tipos de civilización se corresponde con ellas. Es evidente que, en nuestros días, por regresión, se vive en medio de una civilización en la que el interés predominante no es el interés intelectual o espiritual; no es tampoco el interés heroico o cualquier otro que se relacione con las manifestaciones superiores de la afectividad, sino que es el interés subpersonal determinado por el vientre y el sexo. Y es así como amenazan con convertirse en realidad las infortunadas palabras de un gran poeta, respecto a que serían el hambre y el amor los que darían forma a la historia. El vientre es, actualmente, el fondo de las luchas sociales y económicas más características y más desastrosas. Su contrapartida es la importancia, más arriba indicada, que tiene en nuestros días la mujer, el amor y el sexo.
La antigua tradición hindú sobre las cuatro edades del mundo, en su formulación tántrica, nos aporta otro testimonio de lo que venimos diciendo. Una característica fundamental de la última de estas edades, de la que se denomina edad obscura (Kali-yuga), será que en ella Káli se ha despertado —es decir, se ha desencadenado— hasta el punto de tener a esta época bajo su signo. En lo que ha de seguir, tendremos que ocuparnos a menudo de Káli; en su aspecto esencial, ella es no solamente la diosa de la destrucción, sino también del deseo y del sexo. A este respecto, la doctrina tántrica formula una ética e indica un camino que, en las épocas precedentes, habría tenido que ser condenado o bien mantenido en secreto: transformar el veneno en remedio. No es de todas formas hoy el caso, al considerar el problema de la civilización, de hacerse ilusiones ante perspectivas de este género. Más adelante, verá el lector qué plano alcanzan las posibilidades que acabamos de señalar. Por el momento, no hay más que constatar la pandemia del sexo como uno de los signos del carácter regresivo de los tiempos actuales: pandemia cuya contrapartida natural es esta ginecocracia, esta preeminencia tácita de todo lo que, directa o indirectamente, está condicionado por el elemento femenino, cuyas variedades de retorno a nuestra civilización ya hemos señalado en otros trabajos.
Lo que, en este orden especial de ideas, pongamos en claro respecto de la metafísica y del empleo del sexo, no podrá sin embargo más que servir para marcar una oposición, para fijar unos puntos de vista. Conocidos éstos también en este dominio, aparecerá directamente la caída del nivel interior del hombre moderno.