Libreria Argentina Libreria Argentina Libreria Argentina

 

Los Protocolos de los Sabios de Sion

(Comentarios de Julius Evola, Ricardo de la Cierva, Padre Angel García y Theodor Fritsch)

Los Protocolos de los Sabios de Sion - Comentarios de Julius Evola, Ricardo de la Cierva, Padre Angel García y Theodor Fritsch

92 págs.
Editorial Ojeda
2000, España
Tapa dura , papel ilustracion
Precio para Argentina: 390 pesos
Precio internacional: 20 euros

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Este libro ha sido secuestrado en España en dos ocasiones (1996 y 2006). Dado que no debe tolerarse censura alguna de documentos históricos y mucho menos la instauración de un Índice de libros prohibidos o la figura del Inquisidor, hemos decidido volver a ponerlo al alcance público mal que pese a quien sea. Para poder juzgar sobre su veracidad, consideramos de vital importancia que este documento histórico esté al alcance del público. Presentamos, pues, una nueva edición del mismo, que incluye el magnífico estudio de Julius Evola entre otros.
Los protocolos de los sabios de Sión apareció en la Rusia zarista con probable origen en París. El texto sería la transcripción de unas supuestas reuniones de los "Sabios de Sion", en la que estos sabios detallan los planes de una conspiración judía, que estaría extendida por todas las naciones de la Tierra, y tendría como fin último el hacerse con el poder mundial. Se ha discutido mucho sobre su autenticidad, pero su veracidad puede comprobarse a diario.
Para comprender el contenido de este libro, recomendamos leer el artículo “Los sabios de Sión y los maestros del discurso” de Israel Shamir en su libro “La lluvia verde de Yasuf”, en el que este autor analiza los famosísimos “Protocolos de los Sabios de Sión”. Partiendo de un análisis sobre los “Protocolos” escrito por el premio Nobel Alexander Soljenitsin en 1966 y publicado en 2001 en ruso, al que Shamir ha tenido acceso por sus conocimientos de esa lengua, nuestro autor estudia el contenido más que la veracidad histórica de los célebres protocolos. Shamir alcanza en este artículo la máxima tensión contra la ideología dominante y proporciona un enfoque originalísimo al que no nos tiene acostumbrados la ridícula autosuficiencia de los historiadores profesionales. Las conclusiones resultan tremendamente sorprendentes, por lo que dejamos al lector el placer de desbrozar poco a poco el original planteamiento que hace el autor en su trabajo.

El judío Disraeli escribó una vez estas palabras: "El mundo está dominado por personas muy diversas de las que imaginan quienes no están entre bambalinas".
La importancia de los Protocolos consiste ante todo en que ocasionan esa sospecha. Hacen presentir en la historia una tercera dimensión.
Parecen demostrar que una "inteligencia" puede ocultarse tras los acontecimientos y los dirigentes aparentes y que muchas presuntas causas no son sino efectos de una acción subterránea.

Julius Evola

 

ÍNDICE

Protocolo I  
Asunto (35) — El libre pensamiento (36) — Poder del oro (36) — El enemigo interior (37) — Política y moral (38) - El derecho del más fuerte (38) — El invisible e invencible poder hebraico (39) — La fuerza de la multitud es ciega (39) — Autocracia (40) — Corrupción (40) — Bases del gobierno judaico (41) — Terrorismo (41) — Li­bertad, Igualdad, Fraternidad (42) — La aristocracia plu­tócrata (43) — Libertad mal comprendida (44).
Protocolo II       45
La  guerra  económica  del  Hebraísmo   (45)   —  Fantoches (46) — Prensa y falsa ciencia (46).
Protocolo III                 49
La Serpiente Simbólica (49) — Poder y ambición (50) — Charlatanes parlamentarios (50) — "Derechos del pueblo" (51) — La verdadera finalidad del Hebraísmo (51) — El advenimiento del Amo del Mundo (52) — El secreto he­breo y el odio (53) — Crisis universal y poder del oro (53) — El judío inviolable y dominador (54) — La Revo­lución Francesa (54) — La inmensa bajeza de los pueblos cristianos (54) — La libertad y la sangre (55).
Protocolo IV                57
La república (57) — El instrumento del judaísmo: la ma­sonería (58) — Borrar el concepto de Dios (58) — La es­peculación (59).
Protocolo V                  61
Despotismo  judaico   (61)   — A  la  conquista  del   poder (62) — Los jesuítas (63) — "Divide e impera" (63) — El judío elegido por Dios para gobernar al mundo (63) — La fuerza del oro (64) — La crítica  (64) — La conquista de la opinión pública (65) — El Supergobierno hebreo (66).
Protocolo VI                 67
Todas las grandes fortunas y todas las riquezas en manos de los judíos (67) — El lujo desenfrenado (68).
Protocolo VII               71
Fomentar sediciones y hostilidades (71) — Guerras y guerra mundial (72) — Toda la prensa en manos hebraicas (72).
Protocolo VIII                75
Explotación del diccionario de la ley (75) — Economistas y millonarios (76).
Protocolo IX                77
Para someter a las naciones (77) — El antisemitismo como instrumento del Hebraísmo (78) — La verdadera faz del judaísmo: una ambición sin límites, una codicia devoradora, un despiadado deseo de venganza y un odio intenso (78) — El ciego poder de la plebe (79) — Todas las instituciones en manos hebraicas (80) — Interpretación de las leyes (80) - El fin del mundo (81).
Protocolo X                  83
La realidad y la apariencia (83) — La reticencia (84) — Los agentes de Israel (84) — Nuestra asonada (s5) — El sufragio universal (85) — Aniquilamiento de la familia y de los valores morales (85) — El genio del mal (86) — La infección  (87) — El "fantoche"  (88)  — La nueva constitución (89) — Tránsito hacia la autocracia (90) — Los flagelos (91).
Protocolo XI           
La constitución que prepara Israel (93) — El golpe de Estado (94) — Tiranía (94) — Los Gentiles son un rebaño de ovejas y nosotros somos los lobos (95) — Por qué se ha creado la masonería (95) — La dispersión ha sido nues­tra fuerza (96).
Protocolo XII           
La libertad (97) — La prensa- (97) — Las editoriales (98) - La censura (99) - El "progreso" (99) - Más sob:e la prensa (100) — Las "oposiciones" aparentes (101) — La Comisión Central de la Prensa (102) — Fingida libertad de palabra (102) — Signos masones convencionales (103) — La opinión en las provincias (104) — "Régimen supe­rior" (104).
Protocolo XIII          
El yugo del pan (105) — Aventureros políticos (106) — El pueblo perderá la facultad de pensar (107) — Mareare­mos a los Gentiles (107).
Protocolo XIV         
Cuando seamos amos de la tierra (109) — Debemos des­truir todas las profesiones de fe (109) — Tan sólo nuestra religión (111) — Pornografía y literatura (111) — Para guiar a los Gentiles (111).
Protocolo XV          
Para establecer el reino de Israel (113) — Medidas des­piadadas (114) — Ninguna preocupación por el número de víctimas (114) — Multiplicaremos las logias bajo una di­rección única (115) — Espionaje, policía y sociedades se­cretas (116) — Estúpidos como ovejas y cabezas vacías (116) — El colectivismo (117) — Para lograr nuestro ob­jeto, todos los medios (118) — Suprimir a los que se oponen a nuestra causa (118) — Todo está sometido a nosotros (118) — Nosotros somos los elegidos de Dios (119) — La naturaleza nos ha predestinado para guiar y gober­nar al mundo (119) — Seremos inexorables (120) — La futura generación de jueces (121) — Cómo se derrum­ban los gobiernos (122) — Israel poseerá todo el oro del mundo (122) — Nuestra autocracia (123) — El Soberano judío (123) — Todas las naciones y sus gobiernos se hallan en estado infantil (124) — El Patriarca del Mundo (124).
Protocolo XVI             127
Las universidades (127) — Abolición de los clásicos y de la historia antigua (128) — Nada de libertad de ense­ñanza (129) — Nada de libertad de pensamiento (130).
Protocolo XVII            131
Los abogados (131) — Anticlericalismo (132) — El asalto al Vaticano (133) — El Rey de Israel será el verdadero papa (133) — El gobierno de Israel se asemejará al dios de cien manos (134) — El modelo del kahal (135).
Protocolo XVIII            137
La policía en acción (137) — Conspiración y delitos (138) — La guardia del Soberano de Israel (138) — La ley de la sospecha (139).
Protocolo XIX          ...................................   141
El perro y el elefante (141).
Protocolo XX              143
Programa financiero (143) — Tasación progresiva de la pro­piedad (144) — La paz perpetua (145) — Otras tasas pro­gresivas (146) — El tesoro público (146) — Contaduría del Estado (147) — Cómo provocamos las "crisis econó­micas" (148) — Emisión de moneda (148) — Balances (149) — Deuda pública (150) — Los empréstitos exterio­res (150) — Los empréstitos futuros (151) — El Estado accionista (152) — Para disimular nuestras intrigas (153) — Los informes de los "expertos" (154).
Protocolo XXI             155
Empréstitos internos (155) — Pasivo (156) — Conversio­nes (156) — Bancarrota (157) — Supresión de las bolsas (158).
Protocolo XXII             159
El poder del oro (159) — Es Dios quien quiere nuestro reinado (160) — Nadie se atreverá a acercarse a nues­tro poderío (160).
Protocolo XXIII            163
Contra el lujo  (163) — Contra el alcoholismo (164)  — El Elegido de Dios (164).
Protocolo XXIV           167
La dinastía de David (167) — Los sucesores (168) — El Rey-Destino (169) — Requisitos morales del Rey de Israel (169).
Epílogo de Sergyei Nilus        171

 

INTRODUCCIÓN

Sería difícil exagerar la importancia del documento ti­tulado Los Protocolos de los Sabios de Sión. Como pocos otros, este documento tiene valor de estimulante espiri­tual, revelando horizontes insospechados y llamando la aten­ción sobre fundamentales problemas de acción y de cono­cimiento que en estas horas decisivas de la historia occi­dental no pueden descuidarse ni aplazarse sin perjudicar gravemente el frente de aquellos que luchan en nombre del espíritu, de la tradición, de la verdadera civilización.
Cobran particular relieve dos puntos de los Protocolos. El primero se refiere directamente a la cuestión hebraica. El segundo es de alcance general y conduce a afrontar el problema de las verdaderas fuerzas que obran en la historia. Creemos oportuno desarrollar algunas consideraciones, indis­pensables si queremos señalar alguna orientación exacta, a fin de que el lector pueda darse cuenta perfectamente de ambos puntos.
Para indicar dicha orientación, ante todo es preciso en­carar el famoso problema de la autenticidad del documento, problema sobre el cual se ha pretendido tendenciosamente concentrar toda la atención para medir el alcance y la vali­dez del escrito. Cosa, en verdad, pueril. En efecto, se pue­de, sin más, negar la existencia de toda forma de dirección secreta de los acontecimientos de la historia.   Pero no se puede admitir, aunque sólo sea por hipótesis, que tal cosa pueda verificarse, sin reconocer que se impone entonces un género de investigaciones muy diverso del que se basa en el documento en el sentido más grosero del término.   Aquí reside precisamente —según la justa observación de Guénon— el punto decisivo, que limita la importancia de la cuestión de la autenticidad: en el hecho de que ninguna organización real y seriamente secreta, cualquiera sea su naturaleza, deja tras sí documentos escritos.  Tan sólo un procedimiento in­ductivo puede, pues, determinar la importancia y el alcance de textos como los Protocolos.  Lo que significa que el pro­blema de su autenticidad es secundario, y que se lo debe reemplazar por el de su veracidad, mucho más serio y esen­cial.   Hace dieciséis años, al publicar el texto en italiano por primera vez, Giovanni Preziosi había puesto de relieve, muy oportunamente, este punto.  La conclusión de la polé­mica que entre tanto se ha venido manifestando sobre este punto es la siguiente: aun suponiendo que los Protocolos no sean auténticos, en el sentido más restringido, pueden consi­derarse como si lo fuesen: y ello, por dos razones capitales y decisivas:
Los hechos demuestran su verdad;
Responden indiscutiblemente a las ideas funda­mentales del Hebraísmo tradicional v moderno.
Puesto que se ha hablado tanto del proceso de Berna, provocado por los Protocolos, será oportuno decir algo a su respecto, a fin de que el lector sepa a qué ha de atenerse y no se deje influenciar por informaciones tendenciosas. El proceso de Berna no ha sido sino una maniobra del Hebraís­mo internacional, el cual trató de servirse de la justicia suiza
—o, mejor dicho, de un juez suizo marxista— para obtener una especie de ratificación jurídica oficial acerca de la no autenticidad de este documento, que constituye una verda­dera espina en el ojo de Israel. Y que se trató realmente de una maniobra, es cosa que se desprende de la misma ilegi­timidad de plantear, en Berna, la cuestión de la autenticidad de los Protocolos. La corte de Berna, en efecto, había acogido la acusación de algunas comunidades israelitas contra Silvio Schnell, que en una reunión nacionalista difundió algunos ejemplares de la edición alemana de los Protocolos. La acu­sación se basaba en el artículo de la Ley del Cantón de Berna, concerniente a la instigación por medio de la prensa y de la literatura inmoral. Sobre esta base, desde el punto de vista rigurosamente jurídico, el tribunal de Berna no hu­biera debido interesarse absolutamente del problema de la autenticidad o falsedad de los Protocolos, limitándose a esta­blecer si los Protocolos, verdaderos o falsos, debían o no condenarse en conformidad con la ley citada, como escrito susceptible de instigar a una parte de la población suiza contra la otra. Fue el Hebraísmo el que trató de desviar el proceso, concentrándolo en el problema de la autenticidad del documento, para llegar a la conclusión deseada. Y a este respecto, son muy significativas las siguientes palabras del Gran Rabino de Estolcomo: "Éste no es un proceso contra Schnell y sus compañeros, sino que es el proceso de todos los israelitas del mundo contra todos sus detractores. Dieci­séis millones de israelitas fijan la mirada sobre Berna."
Al cabo de un larguísimo procedimiento, el proceso, en primera instancia, terminó con la condena de Schnell, de la cual los hebreos, muy satisfechos, sacaron la consecuencia de que los Protocolos estaban definitivamente liquidados. Fue un triunfo que duró muy poco. En segunda instancia —no­viembre de 1937— el tribunal de Berna anuló la primera sen­tencia, absolvió a Schnell de la acusación, condenó a las co­munidades hebreas acusadoras a pagar las costas del proceso y declaró que era cosa ajena a su competencia el pronun­ciarse de un modo o de otro acerca de la cuestión de la autenticidad
Pero, entre tanto, la cuestión había sido planteada en el primer proceso. ¿Con qué resultados? Nuevamente negati­vos. El frente hebraico había tratado de lograr sus fines valiéndose de los medios principales: falsas atestiguaciones y tesis de plagio.
Aquí no podemos detenernos en detalles, y nos limita­remos a lo que sigue: 1
Una tal señora Kolk, que como princesa Radziwill había sido rea confesa de estafa v falsificación, y condenada como tal, en una investigación hábilmente concertada con la de una amiga suya y la de un tal conde Du Chayla, personaje, éste, más que sospechoso, paranoico, aventurero y traidor, conde­nado a muerte e indultado, declaró saber que los Protocolos fueron redactados en París, aproximadamente en 1905, por tres agentes de la política secreta rusa, con el objeto de fo­mentar la campaña antisemita. Y bien: resulta que este texto, ya en 1805, se hallaba en poder de un tal Stephanoff, y en 1902 de Nilus, y que en 1903 ya había aparecido integral­mente en el periódico ruso Snamja, vale decir, dos años antes de su presunta redacción de París. Más aún: se ha demos­trado que ninguno de los tres personajes rusos (Rotshkowsky, Manuiloff y Golowinsky) se hallaba en París en la época en que, según la señora Kolk, habrían procedido a la invención de los Protocolos.
El segundo punto se refiere a la cuestión del plagio, cuestión en la que se ha introducido un grave equívoco. En efecto, el problema del valor de los Protocolos es muy di­verso del que puede presentar una obra literaria, con res­pecto a la cual es decisivo el examen de su originalidad y del derecho de alguien a considerarse su autor. Aquí se trata de muy otra cosa. Ahora bien, ya en 1921 el Times planteó la cuestión del plagio, por el hecho de que el texto reproduce ideas y frases de un panfleto de un tal Jolly —él mismo semi-hebreo, revolucionario y masón—, aparecido en 1865, y que trataba de los medios a emplear para realizar una política maquiavélica de dominación. Esta analogía —o plagio— es verdadera, y no se limita únicamente a la obra de Jolly, pues se extiende a otras diversas obras anteriores. Pero ¿qué puede significar esto? Para resolver la cuestión de si los Protocolos corresponden o no a un programa formulado por una determinada organización oculta para alcanzar el domi­nio universal, es indiferente el hecho de que su autor los haya creado o escrito con total originalidad, o que, para redactar­los, también se haya servido de ideas y elementos de otras obras, cometiendo, desde el punto de vista literario, un plagio. La polémica antisemita ha identificado toda una serie de fuentes o antecedentes de los Protocolos, los cuales tienen su inspiración general en una corriente única de ideas y refle­jan, a menudo en formas novelescas, la confusa sensación de una verdad. Esta verdad es que toda la orientación del mundo moderno responde a un plan establecido y realizado por una determinada organización misteriosa.
Por estas vías, del problema de la autenticidad volvemos al de la veracidad. Con respecto al primero, el resultado del proceso de Berna ha sido, pues, negativo: los acusadores no han logrado demostrar que los Protocolos son falsos. Pero, ju­rídicamente, el defensor no tiene por qué demostrar la auten­ticidad de un documento incriminado; es la acusación la que tiene que demostrar su falsedad. Y como quiera que, a pesar de todos los esfuerzos del Hebraísmo, a pesar de los testi­monios concertados, la tesis de plagio, los documentos ten­denciosos suministrados por los Soviets, las maniobras que, en primera instancia, llegaron a hacer que no se acogiese ni siquiera a un testigo de la defensa, v a pesar de un dictamen pericial extremadamente unilateral de Loosli, conocido filo-semita, no se pudo establecer una verdadera prueba de fal­sedad, el campo queda libre, y la cuestión de la autenticidad está liquidada, es decir, queda supeditada a una prueba dúplice de carácter superior, o sea, repitiendo:
A la prueba a través de los hechos;
A través de la esencia del espíritu hebraico.
Aclaradas de este modo las cosas, convendrá hablar ahora del contenido de los Protocolos.
Los Protocolos contienen el plan de una guerra oculta, que tiene por objeto, ante todo, la destrucción completa de todo lo que en los pueblos no hebreos es tradición, casta, aristocracia, jerarquía, como asimismo de todo valor ético, re­ligioso, sobrenatural. A tal propósito, una organización inter­nacional oculta, presidida por jefes reales que tienen noción clara de sus finalidades y de los medios apropiados para reali­zarlas, habría iniciado desde hace tiempo y seguiría desarro­llando una acción unitaria invisible, a la cual habrían de referirse los principales focos de perversión de la civilización y de las sociedades occidentales: liberalismo, individualismo, igualitarismo, libre pensamiento, iluminismo antirreligioso, con todos sus derivados y apéndices, que conducen hasta la rebe­lión de las masas y al mismo comunismo. Es importante po­ner de relieve que los Protocolos reconocen la absoluta false­dad de todas estas ideologías; se las habría creado y propa­gado únicamente como instrumentos de destrucción, y, en cuanto al comunismo, se declara lo siguiente: "El hecho de que hemos logrado hacer que los no hebreos concibieran una idea tan errónea, constituye la prueba irrefutable del mez­quino concepto que los mismos tienen de la vida humana, en comparación con el que tenemos nosotros, en lo que consiste nuestra esperanza de triunfo" (protocolo XV). Pero no se ha­bla solamente de ideologías políticas que han de infundirse sin que resulten comprensibles su significado y sus finalida­des; también se habla de una "ciencia" igualmente creada a los fines de una acción desmoralizadora general, y se hacen significativas referencias a la superstición del progreso, al darwinismo, a las sociologías marxista e historicista, y a este propósito se dice: "Los no hebreos ya no son capaces de razonar, en materia de ciencia, sin nuestra ayuda"; y al mis­mo tiempo, se reconoce la falsedad de todas estas teorías (I, II, XIII). En tercer lugar, una acción propiamente cultural: dominar los principales centros de la enseñanza oficial, con­trolar la opinión pública mediante el monopolio de la gran prensa, difundir en los países dirigentes una literatura des­equilibrada y equívoca (XIV), es decir, ocasionar un derro­tismo ético, como complemento del derrotismo social, que se acrecentará mediante un ataque contra los valores religiosos y sus representantes, que no ha de llevarse a efecto de frente y abiertamente, sino fomentando la crítica, la desconfianza, el descrédito con respecto al clero (XVI, IV). Se indica la "economización" de la vida como uno de los medios destructores más importantes: de aquí la necesidad de contar con una falange de "economistas", instrumentos conscientes o incons­cientes de los jefes disimulados. Una vez destruidos los va­lores espirituales, que fueron base de la antigua autoridad, reemplazándolos con cálculos matemáticos y necesidades ma­teriales, debe empujarse a los pueblos hacia una lucha uni­versal en que creerán perseguir la satisfacción de sus inte­reses y no se percatarán del enemigo común (IV); final­mente, alentar las ideas ajenas, y, en lugar de atacarlas, utili­zarlas para la realización del plan final, por lo que se reco­noce la oportunidad de defender los puntos de, vista más diversos, desde el aristocrático o dictatorial hasta el anárquico o socialista, siempre que sus efectos converjan en el sentido del fin único (V, XII). Asimismo, se considera la necesidad de destruir la vida familiar y se pone de relieve su influencia espiritualmente educadora (X); la necesidad de embrutecer a las masas con deportes y distracciones de todo género, y de fomentar el lado pasional e irracional de las mismas, para quitarles toda facultad de discriminación (XIII).
Ésta es la primera fase de la guerra oculta: su objetivo es la creación de un enorme proletariado, es la reducción de los pueblos a un amasijo de seres sin tradición y sin fuerza interior. Después de lo cual, se proyecta una acción ulte­rior, basada en la potencia del oro. Los jefes ocultos con­trolarán el oro del mundo y, por su medio, el conjunto de pueblos desarraigados, con sus dirigentes aparentes y más o menos demagógicos. Mientras que por un lado la destruc­ción procederá por medio de venenos ideológicos, rebeliones, revoluciones v conflictos de todo género, los amos del oro fomentarán las crisis internas generales, reduciendo a la hu­manidad a tal estado de postración, de desesperación, de completa desilusión con respecto a todo ideal y a todo régi­men, hasta convertirla en un objeto pasivo en manos de los dominadores invisibles, que entonces se manifestarán y se afirmarán como jefes absolutos del mundo. En la cúspide estará el Rey de Israel, y la antigua promesa del Regnum del "pueblo elegido" se realizará.
Ésta es la esencia de los Protocolos. El problema que plantean tiene diversos aspectos.
El judío Disraeli escribió una vez estas significativas palabras: "El mundo está dominado por personas muy di­versas de las que se imaginan aquellos que no se encuentran entre las bambalinas." La importancia de los Protocolos con­siste ante todo, y en todo caso, en que ocasionan esa sospe­cha, en que hacen presentir que la historia tiene una tercera dimensión, que una inteligencia puede ocultarse tras los acon­tecimientos y los dirigentes aparentes, y que muchas pre­suntas causas no son sino efectos de una acción subterránea. En particular, es importante lo que los Protocolos dicen a propósito de una mentalidad pseudocientífica, creada única­mente a los fines del plan preestablecido: el modo científico o positivo de concebir la historia podría caber exactamente en ello y servir al objeto de distraer sistemáticamente la mi­rada del plano donde obran las verdaderas causas. Nada es más significativo que el siguiente paso de los Protocolos (XV): "Siendo de mentalidad puramente animal, los no he­breos son incapaces de prever las consecuencias a que puede conducir una causa presentada bajo una luz dada. Y es pre­cisamente en esta diferencia de mentalidad existente entre nosotros y los no hebreos donde podemos reconocer fácil­mente que somos los elegidos de Dios y comprobar nuestra naturaleza sobrehumana, en comparación con la mentalidad instintiva y animal de los no hebreos. Éstos sólo ven los he­chos, pero no los prevén y son incapaces de inventar cosa alguna, a no ser material." Y se agrega (XV): "Por lo que se refiere a nuestra política secreta, todas las naciones se hallan en estado infantil, y así también sus gobiernos."
Ahora, el hecho de que la historia de los últimos tiem­pos presente las fases de una obra sistemática y progresiva de destrucción espiritual, política y cultural, no es mera ca­sualidad, y a este respecto los Protocolos nos ofrecen, por lo menos, eso que un sabio llamaría una hipótesis de trabajo, es decir, una idea-base, cuya verdad se reconfirma a través de su capacidad de organizar, en una investigación induc­tiva, un conjunto de hechos aparentemente esparcidos v es­pontáneos, haciendo resaltar su lógica y su dirección única. Éste es el segundo punto que conviene dejar asentado.
El hecho es que el contenido de los Protocolos, en su pri­mera parte, referente a las fases y vías de la destrucción, corresponde de manera impresionante a lo que se ha veri­ficado o se viene verificando en la historia de los últimos tiempos: casi como si los jefes de los distintos gobiernos, los dirigentes aparentes de los distintos movimientos y todos aque­llos que durante el último siglo han hecho la historia, no hubiesen sido sino ejecutores inconscientes de otras tantas partes de un plan establecido, preanunciado desde hacía mu­cho tiempo, así sea por ese texto como por otros, a los que ya hemos aludido. Hugo Wast pudo escribir: "Los Protoco­los serán falsos... pero se cumplen maravillosamente",2 y Henrv Ford, en el diario World del 17 de febrero de 1921, dice: "La única apreciación que puedo formular acerca de los Protocolos, es que concuerdan perfectamente con lo que está sucediendo. Datan de dieciséis años atrás [Ford se re­fería a la primera edición hecha por Nilus, pero la polémica antisemita ha comprobado que es posible remontarse a por lo menos veinte años atrás, y que el mismo Bismarck pudo conocer el documento original], y desde entonces corres­pondieron a la situación mundial y aún hoy indican su ritmo." La historia misma ofrece, pues, una prueba de la veracidad de los Protocolos, y tal que contra ella todas las acusaciones de los adversarios resultan impotentes, y toda dificultad en "creer" y en plantearse el problema, por parte de los "espí­ritus positivos", indica superficialidad y, más aún, irrespon­sabilidad, falta de objetividad y mucha prevención.
Gracias al capitalismo, la mentalidad del. Ghetto escaló las civilizaciones arianas, pero creando también las premisas necesarias para la rebelión de las masas obreras. Pero he aquí que también son hebreos Marx, Lassalle, Kautsky, Trotzsky, los que suministran a las masas, mediante una defor­mación materialista del mito mesiánico, las armas ideológi­cas más poderosas, y que subordinan su movimiento a una finalidad bien definida: la destrucción de todo supérstite resto de verdadero orden y de diferenciada civilización. Una tác­tica oculta guía hacia igual fin los conflictos internacionales más decisivos, la plutocracia hebrea arma ocultamente al mi­litarismo, en tanto que, por otra parte, la ideología hebraico-masónica del liberalismo y de la democracia prepara opor­tunos frentes. Estalla la conflagración mundial de 1914-1918, cuyo verdadero sentido, según declaraciones oficiales de un congreso internacional masón que se llevó a cabo en París en el verano de 1917, fue la guerra santa de la democracia, "la coronación de la obra de la Revolución Francesa", tenien­do por mira no ya esta o aquella reivindicación territorial, sino la destrucción de los grandes imperios europeos y la constitución de la Sociedad de Naciones como super Estado democrático y masón omnipotente. El capitalismo hebraico americano subvenciona a la revolución rusa —a la que tam­poco fue ajena la masonería inglesa—, y en el momento en que, gracias al derrumbe de Rusia, un primer objetivo quedó realizado, Norteamérica interviene directamente sin ninguna razón seria, y los Imperios Centrales siguen el destino de Rusia.
Después de la guerra la llama revolucionaria se propaga por todas partes, así en las naciones vencidas como en las vencedoras, y la potencia del Hebraísmo realiza un salto pro­digioso hacia adelante, ya sea gracias al endeudamiento uni­versal, ya sea gracias a una secreta dictadura en el Estado soviético, ya sea por medio del gobierno de la opinión pú­blica mundial y de una acción cultural general. Fracasados los objetivos más directos de la rebelión, se inicia una nueva fase. La III Internacional cambia bruscamente de táctica aliándose con la II Internacional, con los frentes populares y con las grandes democracias capitalistas, revelando así los hilos comunes de la guerra secreta. Después del fracaso de las sanciones, los acontecimientos se precipitan: los Soviets provocan la revolución en España, Moscú entra en decidida alianza con la Francia hebraicomasónica y, obrando de con­cierto con la política antifascista de Inglaterra, desempeña una función directiva en la Sociedad de las Naciones. Se pre­paran formaciones decisivas.3 Son exactamente las fases pre­fínales del plan de los Protocolos. En realidad, tomar como base las ideas-madres de este escrito "apócrifo" significa po­seer un seguro hilo conductor para descubrir el significado unitario más profundo de las más importantes subversiones de los últimos tiempos. Y es precisamente por ello que Adolfo Hitler, sin vacilar, reconoció a tal escrito el valor del reac­tivo más poderoso para el despertar del pueblo alemán.
Después de lo cual, podemos pasar a consideraciones ul­teriores, acerca de la prueba de veracidad de los Protocolos no solamente como sigillum veri, sino también como documento de una acción específicamente hebrea. En rigor, aun admitiendo una causalidad superior como fondo de la sub­versión occidental, queda por demostrar que precisamente el hebreo sea el único y verdadero responsable. En otras palabras, aun admitiendo la posible existencia de los Sabios, se trata de ver si ellos son precisamente Sabios de Sión: tan­to como para alejar la sospecha de una tendenciosa interpre­tación, que busque un alibi para inculpar al hebreo toda subversión y por lo tanto para justificar una campaña anti­semita extremista.
Sin duda, el problema se impone, pero dentro de los lí­mites en que puede tener un sentido con respecto a una orga­nización, por hipótesis, oculta. Ya en la masonería los digna­tarios de los grados más elevados ignoran quiénes son preci­samente los así llamados "superiores desconocidos", a quie­nes obedecen, y que hasta podrían hallarse a sus lados sin que puedan darse cuenta. No se pretenderá, pues, que para encarar los problemas que se desprenden de los Protocolos en relación al problema hebraico, alguien comience por mos­trar las cédulas de identidad, debidamente comprobadas, de los Sabios. Pero ello no impide ensayar un proceso indiciario bien definido.
Diremos en seguida que nosotros, personalmente, no po­demos seguir, aquí, a un determinado antisemitismo fanático que, viendo en todas partes al hebreo como deus ex machina, termina por caer víctima de una especie de lazo. Con razón, Guénon observó que uno de los medios que las fuerzas disi­muladas emplean para defenderse consiste a menudo en ha­cer que tendenciosamente converja toda la atención de sus adversarios sobre aquellos que sólo en parte son causa real de determinadas subversiones; indicando de este modo una especie de víctima expiatoria, conquistan toda la libertad pa­ra proseguir en su juego. Vaya esto, en cierta medida, tam­bién para la cuestión hebrea. La comprobación del papel funesto que el hebreo desempeñó en la historia de la civili­zación no debe impedir una indagación más profunda, que nos haga advertir fuerzas de las que el mismo Hebraísmo ha­bría podido ser, en parte, tan sólo instrumento. En los Pro­tocolos, por lo demás, a menudo se habla promiscuamente de hebraísmo y de masonería, se lee "conspiración masonico-hebraica", "nuestra divisa masónica" y al pie de su prime­ra edición se lee: "Firmado por los representantes de Sión del grado 33." Dado que la tesis según la cual la masonería sería exclusivamente una creación v un instrumento hebraicos es, por diversas razones, insostenible, se plantea la nece­sidad de referirse a una trama mucho más vasta de fuerzas ocultas pervertidoras, que nosotros hasta nos inclinamos a no limitar a elementos puramente humanos. Las principales ideo­logías aconsejadas por los Protocolos como instrumentos de destrucción, y que efectivamente han aparecido con tal signi­ficado en la historia (liberalismo, individualismo, cienticismo, racionalismo) no son, por lo demás, sino los últimos ani­llos de una cadena de causas que no pueden concebirse sin antecedentes, como, por ejemplo, el humanismo, la Re­forma, el cartesianismo: fenómenos que nadie pretenderá se­riamente atribuir a una conjuración hebraica, como Nilus parece creer en su apéndice, considerando que la conjuración hebraica se haya iniciado nada menos que en el año 929 antes de Cristo.4 En cambio, debemos restringir la acción destruc­tora positiva de la internacional hebraica a un período mu­cho más reciente, y reflexionar que los hebreos encontraron un terreno ya minado por procesos de descomposición y de involución, cuyos orígenes se hallan en tiempos mucho más remotos y que se unen en una cadena de causas muy com­pleja: 5 los hebreos utilizaron este terreno, injertaron, por así decir, su acción, acelerando el ritmo de tales procesos. Su papel de ejecutores de la subversión mundial no puede ser pues, absoluto. Los Sabios de Sión constituyen en realidad un misterio mucho más profundo de lo que puede suponer la mayor parte de los antisemitas, y así también, aunque bajo un aspecto diverso, aquellos que creen que todo comienza y termina en la internacional masónica, y otros por el estilo.
Según nosotros, esta restricción se impone. Pero, en el dominio que la misma deja libre, aquel proceso indiciario, a que hemos aludido, y que constituye la segunda base de la veracidad de los Protocolos, tiene sin más su razón de ser v conduce a resultados bien definidos.
Aquí es preciso distinguir dos aspectos: práctico el uno, doctrinario el otro. Acerca del primero, ¿hemos de creer real­mente que tantos acontecimientos, que se han resuelto en otras tantas victorias del Hebraísmo, son casuales, y que asi­mismo es casual la presencia infalible de hebreos o semi-hebreos o emisarios del Hebraísmo, en gavilla con la maso­nería judaizada, en todos los principales focos de subver­sión social, política y cultural moderna? ¿Debemos igno­rar el hecho de que Israel se ha mantenido unido, a pesar de la dispersión, y que exponentes del Hebraísmo, casi repitien­do textualmente las palabras de los Protocolos, reconocieron que dicha dispersión tiene caracteres providenciales, pues fa­cilita el dominio universal que tiene prometido Israel? Y, obsérvese, a este respecto, también existe una unidad muy diversa de la abstracta e ideal. Israel, célula inasimilable en todas las naciones, pueblo en el interior de todos los pueblos, y en algunos casos hasta Estado dentro del Estado —como, por ejemplo, en Checoeslovaquia—, tiene su propio Parlamento supernacional, con delegados legítimos elegidos por los hebreos de cada país, el cual Parlamento efectúa normalmente sus congresos y adopta sus decisiones, sin estar obligado, natu­ralmente, a suministrar un informe completo y público al goi en busca del "documento". Por otra parte, existe un domi­nio en que las suposiciones y las inducciones ceden su lugar al lenguaje de la más cruda estadística: vale decir, es un hecho que donde quiera que el hebreo ha obtenido la eman­cipación y la paridad, no se ha servido de ellas para ponerse en relaciones normales con los goim, sino para escalar inme­diatamente los principales puestos de mando y las posiciones sociales privilegiadas, y para desarrollar, más o menos mani­fiestamente, una hegemonía en el verdadero sentido de la palabra. Hayan sido o no solapadamente lanzados por los Sabios los principios de la democracia y del liberalismo, el hecho es que en todos los países y en todas las épocas en que tales principios prevalecieron, el hebreo invadió parasitaria o dictatorialmente los estratos más altos de la cultura y de la sociedad, ejerció una acción destructora y corrosiva induda­ble, estableció las filas de una solidaridad internacional de raza que —aun prescindiendo del plan de una verdadera gue­rra secreta— tiene ya las características de una conjuración. ¿Se trata, otra vez, de una "casualidad"?
Pero en el fondo este aspecto práctico de la acción he­braica, se vincula con el problema teorético. Para encuadrar bien el problema hebraico y comprender el verdadero peli­gro del Hebraísmo, no es tanto la raza —en sentido estricta­mente biológico— lo que está, sino la Ley. La Ley es el Antiguo Testamento, la Torah, pero también,- y sobre todo, son sus ulteriores desarrollos, la Mishna y esencialmente el Tal­mud. Se ha dicho muy justamente que, así como Adán fue plasmado por Jehová, asimismo el hebreo ha sido plasmado por la Ley: y la Ley, en su influencia milenaria, a través de las generaciones, ha despertado especiales instintos y un parti­cular modo de sentir, de reaccionar, de comportarse, entró en la sangre, hasta el punto de seguir obrando aun prescin­diendo de la conciencia directa y de la intención del indi­viduo. Así es como la unidad de Israel perdura a través de la dispersión, en función de una esencia, de una incoercible manera de ser. Y junto a tal unidad subsiste y obra siempre, fatalmente, de modo atávico e inconsciente, o de modo deli­berado y serpentino, su principio, la Ley hebraica, el espíritu del Talmud.
Aquí es donde interviene otra prueba decisiva de la ve­racidad de los Protocolos como documento hebraico, pues deducir de esta Ley todas sus consecuencias lógicas en tér­minos de un plan de acción significa —exactamente— llegar más o menos a cuanto se encuentra de esencial en los Pro­tocolos. Y es esencial este punto: que mientras el Hebraísmo internacional empeñó todas sus fuerzas en el sentido de de­mostrar que los Protocolos son falsos, ha evitado siempre y con el mayor andado el problema de ver hasta qué punto tal documento, sea falso o verdadero, corresponda al espíritu he­braico. Y éste es precisamente el problema que ahora enten­demos considerar. La esencia de la Ley hebraica es la dis­tinción radical entre el hebreo y el no hebreo más o menos en iguales términos que entre hombre y bruto, entre elegidos y esclavos; es la promesa de que el reinado universal de Israel, tarde o temprano, llegará, y que todos los pueblos han de yacer bajo el cetro de Judá; es el deber, para el hebreo, de no reconocer en ninguna ley, que no sea la suya, nada más que violencia e injusticia y acusar un tormento, una in­dignidad, donde quiera que el dominio, que él tiene, no sea el absoluto dominio; es la declaración de una doble moral, que restringe la solidaridad a la raza hebraica, mientras rati­fica toda mentira, todo engaño, toda traición en las relaciones entre hebreos y no hebreos, considerando a los segundos co­mo una especie de seres al margen de la ley; es, finalmente, la santificación del oro y del interés como instrumentos de la potencia del hebreo, solamente al cual, por promesa divina, pertenece toda riqueza de la tierra y que ha de devorar todo pueblo que el Señor le dé. En el Talmud se llega a decir: "Al mejor entre los no hebreos [goim] mátalo." En el She­moré Esré, plegaria hebraica cotidiana, se lee: "Que los após­tatas pierdan toda esperanza, que los Nazarenos y los Minim [cristianos] mueran de improviso, sean borrados del libro de la vida y no se cuenten entre los justos." "Ambición sin lí­mites, codicia devoradora, un deseo despiadado de venganza y un odio intenso", se lee en los Protocolos (XI), y difícil­mente podría darse expresión más adecuada de lo que resulta patente a todo aquel que penetre la esencia judaica. Y jamás ha perdido el hebreo la esperanza del Reino, antes bien, en ella reside en gran parte el secreto de la fuerza inaudita que ha mantenido en pie y ha conservado igual a sí mismo a Is­rael, tenaz, obstinado y cobarde al mismo tiempo, a través de los siglos. Aún hoy, anualmente, en la fiesta del Rosch Hassanah, todas las comunidades hebraicas evocan la prome­sa: "Levantad las palmas y aclamad jubilosos a Dios, pues Jehová, el Altísimo, el terrible, someterá a todas las naciones y las pondrá a vuestros pies."
Sobre tal base, la convergencia teórica entre la esencia de los Protocolos y la del Hebraísmo es indiscutible, y se llega a la consecuencia de que, aun cuando los Protocolos hu­bieran sido inventados, su autor habría escrito lo que hebreos fieles a sus tradiciones y a la voluntad profunda de Israel pensarían y escribirían.
No se crea que éstas sean exhumaciones retrospectivas y que la Ley sea un mito religioso enterrado en un remoto y superado pasado. Hay muchos más hebreos fieles a su tradición de cuantos se supone o se deja de suponer. Pero es preciso reconocer que no se limita a ellos la acción del He­braísmo: la acción de una Ley, observada ininterrumpidamente por espacio de siglos, no se disipa de hoy a mañana, sino que, en una o en otra forma, se manifiesta donde quiera se en­cuentre la substancia hebraica. Y por lo que se ha dicho poco más arriba acerca de la esencia de la Ley, la cual induce a conceptuar injusta y violenta toda organización que no tenga por vértice al pueblo elegido, es fatal que el hebreo se sienta inducido, más o menos conscientemente, a toda agitación, a todo subversión, a un trabajo incesante de corrosión. Es­to se ha verificado actualmente y se verificará siempre. Ya en el período clásico, la raza hebrea fue identificada muy significativamente a la tifónica, es decir, a las fuerzas obscu­ras disgregadoras, enemigas del dios solar, engendradora de los así llamados "hijos de la rebelión impotente". El mismo Teodoro Herzl, fundador del sionismo, ha reconocido que los judíos, por un lado, constituyeron el cuerpo de los suboficia­les de todos los movimientos revolucionarios, y, por otro lado, empuñaron el terrible poder del oro. Y la oposición entre las dos internacionales, la revolucionaria y la financiera, es tan sólo aparente, sólo responde a la diversidad de dos objetivos estratégicos, escondidos tras la escena de la historia occiden­tal: y el caso del millonario hebreo Schiff, que se jactó pú­blicamente de haber subvencionado la revolución bolchevi­que, es significativo y vale por muchos otros.
Aquí debemos llamar la atención también sobre la obra destructora que el Hebraísmo, tal como establecen las dispo­siciones de los Protocolos, ha efectuado en el terreno propia­mente cultural, protegido por los tabúes de la Ciencia, del Arte, del Pensamiento. Es judío Freud, cuya teoría tiende a reducir la vida interior a instintos y fuerzas inconscientes, o a convenciones y represiones; lo es Einstein, que puso de moda el relativismo; lo es Lombroso, que formuló aberrado-ras ecuaciones entre el genio, la delincuencia v la locura; lo es Stirner, padre de la anarquía integral y lo son Debussy —como medio hebreo—, Schonberg y Hahler, exponentes prin­cipales de la música de la decadencia Hebreo es Tzara, creador del dadaísmo, límite extremo de la disgregación del arte de vanguardia, y asimismo son hebreos Reinach y mu­chos exponentes de la así llamada "escuela sociológica", de la que es propia una degradante interpretación de las antiguas religiones. Hebreo es Nordau, que pretende reducir la esen­cia de la civilización a convenciones y mentiras. La menta­lidad primitiva es en gran parte un descubrimiento del he­breo Lévy-Bruhl, así como al hebreo Bergson se debe una de las formas más típicas de irracionalismo y de exaltación de la vida y del devenir, contra todo principio intelectual superior. Hebreo es Ludwig, con sus biografías que son otras tantas deformaciones tendenciosas. Hebreos son Wassermann, Doe-blin y, con ellos, toda una falange de novelistas, en cuyas obras se repite constantemente una larvada y corrosiva crí­tica de los principales valores sociales. Y así sucesivamente. ¿Seremos tan ingenuos para afirmar que todo esto sólo es cuestión de casualidad? De todas estas personalidades, a quienes uno no puede tocar sin que le griten "bárbaro" o "fa­nático racista", emana una misma influencia, que se propaga en los respectivos dominios con resultados de destrucción. Envilecer, remover todo punto firme, tornar problemática co­da certeza, subrayar tendenciosamente todo lo que hay de inferior en el hombre, esparcir una especie de temor pánico, que favorezca el abandono a merced de fuerzas obscuras y así allanar el camino para una acción oculta del tipo de la que indican los Protocolos, tal es el verdadero sentido del Hebraísmo cultural.
Al respecto del cual, no hablaremos de plan preconce­bido, y ni siquiera de una definida intención por parte de los autores aisladamente considerados: es la raza, es un instinto que obra, al igual que el quemar es propio de la naturaleza del fuego. Lo cual no impide que toda esta acción esparcida y casual vaya perfectamente al encuentro de la oculta, deli­berada y unitaria de las fuerzas obscuras de la subversión mundial. Para reconocer la existencia de la Internacional He­braica, no es, pues, necesario admitir que todos los hebreos están dirigidos por una verdadera organización y que toda su acción obedezca deliberadamente a un plan. El coliga­miento se produce en gran parte automáticamente, en fun­ción de esencia. Una vez que se consiga ver esto con clari­dad, queda confirmado, sin más, otro aspecto de la veracidad de los Protocolos.
Lo que en cambio puede aparecer dudoso, es la natu­raleza de los fines últimos de esta acción indiscutible.  La parte problemática de los Protocolos es la que se refiere a la reconstrucción, no a la destrucción. Cuando Nilus identifica apocalípticamente el ideal último de los Protocolos a la apa­rición del Anticristo —idea fija del alma eslava—, navega en lo fantástico. Lo que es verdad, en cambio, es que tal ideal, en el fondo, no es ni más ni menos que un ideal imperial, y hasta en una forma superior: una autoridad absoluta e invio­lable de derecho divino, un régimen de castas, un gobierno en manos de hombres que poseen un conocimiento trascen­dente y se ríen de todo mito racionalista, liberal y humani­tario; defensa de los artesanos, lucha contra el lujo. El oro, habiendo dado término a su misión, quedará relegado; lo mis­mo dígase de toda demagogia, de los "inmortales principios" y de todas las ilusiones y sugestiones, usadas y propinadas como medios. Promesa de paz y de libertad, respeto de la propiedad y de la persona, para todos los que reconozcan la Ley de los Sabios de Sión. El Soberano, predestinado por Dios, se consagrará a destruir toda idea dictada por el ins­tinto y por la animalidad; casi personificación del destino, será inaccesible a la pasión, dominador de sí mismo y del mundo, indomable en su poder, y tal que no necesitará tener a su alrededor ninguna guardia armada (III, XXII, XXIII v XXIV).
La importancia de los Protocolos resulta alterada, si no se separa esta parte de todo el resto: pues que, si tal fuese el fin, todo, en el fondo, podría justificarse. Pero esto, para nosotros, es fantasía. Nosotros hemos tratado de analizar el proceso que ha conducido a la asociación paradojal entre esos retornos de ideas tradicionales, vinculados con el ideal del Regnum, y los temas de la subversión antitradicional: se trata de la desviación, que llega a ser una verdadera inver­sión, que pueden experimentar determinados elementos, cuan­do el espíritu originario se retrae de ellos y, quedando aban­donados, vienen a hallarse bajo la acción de influencias de género muy diverso. Hemos tratado de identificar las fases sucesivas de semejante inversión y perversión. La parte positiva, controlable, en el documento en cuestión, es la otra, es todo aquello que nos deja presentir, en el conjunto de los procesos destructores del mundo moderno, algo que no es casualidad, algo así como un plan, y la presencia de potencias ocultas. En cuanto al papel que desempeña el hebreo en todo esto, ya hemos dicho lo que pensamos, y creemos que sería abusivo pensar que todo lo que él ha hecho, lo haya hecho teniendo por mira el ideal del imperio espiritual, tal como lo describen los Protocolos. Y aun cuando ello fuese cierto, para nosotros, que no somos hebreos, significaría lo mismo, pues negamos el derecho de Israel a considerarse "pueblo elegido" y a reivindicar para sí un imperio cuya condición previa consistiría en subyugar a las otras razas. Y en ningún caso estamos dispuestos a pronunciar absoluciones.  Nosotros sabemos lo que tenía de grande nuestra antigua Europa im­perial, aristocrática y espiritual, y sabemos que esta grandeza ha sido destruida. Hemos entrado en campo contra las fuer­zas que han llevado a efecto dicha destrucción, y sabemos el papel que en ella han tenido y tienen los hebreos, que aún hoy se hallan infaliblemente presentes en todos los focos virulentos de la Internacional Revolucionaria.  Esto basta, y no necesitamos plantearnos ulteriores problemas. Antes bien, lo que necesitamos es reconocer que la mayor parte de las posiciones que ocupa el antisemitismo se hallan por debajo de la verdadera función que debería incumbirles: pues con la idea de raza, de nación, de contrarrevolución de antibol­chevismo, de anticapitalismo, y así sucesivamente, se podrá herir a este o aquel sector del frente hebraico, y del frente más vasto de la subversión, con el cual está vinculado, pero no se llegará a su centro mismo. Los mitos políticos de los más son poca cosa, su aliento es demasiado breve, su validez está a menudo atacada por los mismos males a los que en­tenderían poner remedio. Lo que se impone, en cambio, es el retorno integral a la idea espiritual del Imperio, es la vo­luntad precisa, dura, absoluta, de una reconstrucción real­mente tradicional, en todos los dominios y por ello, ante to­do, en el del espíritu, del cual depende todo el resto. En los
Protocolos (V) hay una alusión realmente significativa: se reconoce que solamente el dominador que base su autoridad en un "derecho divino" podrá aspirar realmente al imperio universal, y poco después se agrega: sólo en caso de que en el campo enemigo apareciera algo semejante, habría alguien en condiciones de luchar con los Sabios Ancianos; y enton­ces el conflicto entre él y ellos "sería de tal carácter, como el mundo no conoce aún igual".
En ese punto, los Protocolos dicen: "Pero ya es dema­siado tarde para ellos", es decir, para nosotros. Y nosotros estamos convencidos de lo contrario. Ésta es ya la hora en que las fuerzas surgen en todas partes a la revancha, porque han visto la faz del destino en que Europa estaba por caer. Todo depende de que tales fuerzas lleguen a la plena con­ciencia de sus cometidos y de los principios que han de se­guir inflexiblemente en su acción; de que tengan el valor de un radicalismo primeramente espiritual y rechacen todo compromiso o transación, toda concesión; que elaboren las condiciones necesarias para constituir un frente de la Inter­nacional Tradicional y procedan por este camino hasta el pun­to en que la hora del "conflicto, cuyo igual el mundo no ha visto", las encuentre reunidas en un bloque compacto, inque­brantable, irresistible.

Julius Evola
Roma, setiembre, 1937-XV.

 

NOTAS
1 Los lectores que deseen detalles acerca del proceso de Berna pueden leer, particularmente, la obra Das Berner Fehlurteil über die Protokole, de S. Vasz, Erfurt, 1935.
2 El Kahal-Oro, Editorial AOCRA Argentina, Buenos Aires, 1975, p. 30, nota 2. (N. del E.).
3 Para una óptima reconstrucción de la "guerra oculta", señala­mos al lector el libro La guerre occulte, de Malinsky y De Poncin», París, 1936.
4 También aquí Nilus parece traducir la sensación de una ver­dad confusamente sentida. Las diversas etapas de la marcha de la Serpiente destructora, que él indica, son en gran parte exactas, pero deben considerarse en un cuadro mucho más vasto y objetivo: caída de la antigua Hélade doricosacral y advenimiento de la Hélade "hu­manística", degeneración del Imperio Romano; degeneración absolutista del Sacro Romano Imperio (Carlos V) y Reforma; preparación de la Revolución Francesa (iluminismo, racionalismo, absolutismo); acción antirradicional de la Inglaterra mercantilizada; ataque contra Austria y acción secreta en el seno de Alemania; previsión del bolchevismo, punto de llegada de la Serpiente.
5 Véanse las obras: Crisi del mondo moderno, de Rene Guénon, traducción italiana, Milán, 1937; y Rivolta contra il mondo moderno, de Julius Evola, 1935.

INTRODUCCIÓN DEL PROFESOR SERGYEI NILUS (1905)

Un amigo personal, ya difunto, me legó un manuscrito que con extraordinaria precisión y claridad describe el plan y desenvolvimiento de una siniestra conjuración mundial, cuyo objeto consiste en determinar la desintegración inevitable del mundo "no renegado".1 Este documento llegó a mis ma­nos hace aproximadamente cuatro años, en 1901, acompañado por la absoluta garantía de que el mismo es traducción fiel de documentos originales substraídos por una mujer a uno de los jefes más poderosos y mayormente iniciados de la maso­nería.2 La substracción se produjo al finalizar una asamblea secreta de los Iniciados, en Francia, país que es el centro de la conspiración masonicohebraica.
Para todos aquellos que desean ver y oír, yo me atrevo a revelar este manuscrito con el título de Los Protocolos de los Sabios de Sión.
El que examine estos apuntes podrá recibir la impre­sión, al principio, de que contienen lo que solemos denomi­nar axiomas, es decir, verdades más o menos conocidas, si bien formuladas con una aspereza y un sentimiento de odio que por lo general no acompañan las manifestaciones de se­mejantes verdades. Hierve entre líneas ese arrogante y pro­fundo odio de raza y de religión que durante largo tiempo consiguió permanecer oculto; ahora ese odio burbujea, se vuelca y parece rebosar de un recipiente lleno de furor y de venganza, odio plenamente consciente de la soñada meta que se aproxima.
Debo advertir que el título de este libro no responde exactamente a su contenido. No se trata precisamente de ac­tas de reuniones, sino de un informe, dividido en secciones que no siempre se subsiguen lógicamente, presentadas por un influyente personaje. El documento produce la impresión de constituir una parte de un todo amenazador y de mayor im­portancia, del cual falta el principio. El origen, ya mencio­nado, de este documento, es evidente.
Según las profecías de los Santos Padres, las gestas de los anticristos siempre han de ser una parodia de la vida de Cristo, debiendo contar también con sus Judas. Pero, cla­ro está, desde el punto de vista terrenal, este Judas no logra­rá su objeto; y por esto —aunque de duración breve—, una total victoria del "Soberano del Mundo" (el Anticristo) se da por inevitable. Se comprende que no hacemos aquí esta alu­sión a las palabras de W. Soloviev como prueba de la auto­ridad científica de las mismas. Desde el punto de vista escatológico, no es la ciencia la que trabaja, sino que es el des­tino el que obra. Soloviev nos da la trama; el manuscrito representa el bordado.
Se nos podrá reprochar la naturaleza apócrifa de este documento, pero si fuese posible probar la existencia de este complot mundial por medio de cartas y atestiguaciones, y desenmascarar a sus cabecillas, los Misterios de la Iniquidad serían violados. Según la tradición, no se desenmascaran com­pletamente sino el día de la encarnación del Hijo de la Per­dición (el Anticristo).  En la actual complicación de proce­dimientos delictuosos, no podemos pretender pruebas direc­tas, debiendo limitarnos a la certidumbre adquirida al con­siderar el conjunto de circunstancias, no quedando lugar a dudas en la mente de los observadores. Lo que sigue debe­ría ser prueba suficiente para todos los que tienen "oídos para oír". El objeto que nos hemos propuesto consiste en im­pulsar a la gente a que se proteja y se ponga en guardia. Nuestra conciencia estará satisfecha si, con la ayuda de Dios, conseguimos nuestro objeto, sin suscitar iras contra el ence­guecido pueblo de Israel. Confiamos en que los gentiles no abriguen sentimientos de odio hacia la masa crédula de los israelitas, que ignoran el pecado satánico de sus cabecillas —escribas y fariseos— que han dado la prueba de ser la des­trucción de Israel. Sólo hay un camino para evitar la ira de Dios: la unión de todos los cristianos en Nuestro Señor Jesu­cristo, el arrepentimiento nuestro y de los otros —o bien, el exterminio total—. ¿Pero es posible esto, dadas las condiciones actuales del mundo "no regenerado"? No es posible para el mundo, pero aún lo es para la Rusia creyente. La condición política de los Estados europeos occidentales y de sus pose­siones o dominios en otros continentes fue profetizada por el Príncipe de los Apóstoles.  La humanidad que aspira al perfeccionamiento de su vida terrenal va en busca de una mayor realización de la idea de poder, que habría de garantir el bienestar para todos; y anhela un reino de sociedad uni­versal, habiendo llegado a ser éste el ideal más elevado de la vida humana. Ésta ha cambiado rumbo a sus ideales, con­siderando completamente desacreditada la Fe Cristiana, por no haber justificado las esperanzas que había inspirado. La humanidad derrumba a sus ídolos de ayer, crea otros nuevos, eleva a nuevos dioses en los altares, les erige templos, cada vez más lujosos y magníficos; luego los destituye y destruye nuevamente. El género humano hasta ha perdido el concepto del poder dado por Dios a sus elegidos, y se va acercando cada vez más al estado de anarquía. La balanza republicana y constitucional no tardará en descomponerse; caerá en pe­dazos, y con su caída arrastrará a todos los gobiernos al abis­mo de la anarquía furibunda.
La última barricada, el último refugio del mundo contra el huracán que se aproxima es Rusia. Aún vive en ella la verdadera fe y el emperador consagrado sigue siendo su se­guro protector.
Todos los esfuerzos destructores de los siervos siniestros y manifiestos del Anticristo, todos los esfuerzos de sus traba­jadores conscientes e inconscientes, se concentran contra Ru­sia. Las razones de este esfuerzo son notorias, el objetivo es conocido, y debe conocerlo la Rusia fiel y creyente. Cuanto más amenazador sea el momento que se aproxima, cuanto más espantosos sean los acontecimientos que se acercan ocultos en densas nubes, tanto más han de latir valientemente y con determinación cada vez mayor los corazones rusos intrépidos y audaces. Deben unirse resueltamente en torno del sagrado estandarte de su Iglesia y del Trono del Emperador. Mien­tras vive el alma, mientras el corazón late en el pecho, no ha de tener lugar el espectro mortal de la desesperación; a nosotros, armados de nuestra fe, nos corresponde obtener la misericordia del Omnipotente y aplazar la hora de la caída de Rusia.

 

NOTAS
1   Desde el punto de vista hebraico, se entiende. (N. del T.)
2-   Masonería Oriental. (N. del T.)