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Nüremberg o la Tierra Prometida

 

Maurice Bardèche

Nüremberg o la Tierra Prometida - Maurice Bardèche

200 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2017
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 210 pesos
 Precio internacional: 15 euros

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

"Nüremberg o la Tierra Prometida" fue la obra revisionista pionera, editada en 1947 en plena orgía de asesinatos y persecuciones llevados a cabo por los vencedores. El libro, como es natural, fue prohibido y secuestrado por los censores del librepensamiento, y su autor dio con sus huesos en la cárcel por haber escrito este llamado a la concordia e intentar desarmar el irracional discurso del odio que predominaba en aquella época.
Su autor, Maurice Bardéche, fue licenciado en Letras y profesor de Literatura en las Universidades de la Sorbone y de Lille, se convirtió en un colaboracionista recién en 1945, cuando la guerra había ya concluido, después de que su cuñado y colega en filofogía, Robert Brasillach, fuese fusilado en el marco de las purgas organizadas por la Resistencia Francesa contra los pensadores disidentes. Expulsado del sistema por sus ideas, se vuelca a la actividad política y tiene una destacada y prolífica labor en ella.
En Nuremberg ou la Terre Promise revisa y denuncia las irregularidades de los procesos judiciales que los Aliados desarrollaron. El autor expone con un lógica cortante, que desarma argumentos categóricamente, pero también con una pluma propia de un hombre de letras, y una profundidad filosófica admirable, lo que convierte su trabajo en una obra literaria, haciendo olvidar que mucha de la información que manejara en aquella época haya quedado superara.
Bardeche deja en evidencia lo absurdo de las acusaciones exterminicionistas y las numerosas mentiras que utilizan para sostenerlas. Recuerda también a los Aliados que ellos no fueron juzgados por eventos realmente atroces, como por ejemplo el bombardeo a drede de civiles. Pero su valor no está tanto en los argumentos revisionistas como en lo profético de su visión futura. Esta trama tenebrosa no solo no deja de abochornar a los hombres de ley sino que marca con un sello de ignominia a los constructores de un mundo sin patrias, sin familia, sin fe y sin honor.
Bardeche reconoce que la farsa judicial de Nurember no es un simple acto de venganza, como pareciera, y que no es Alemania unicamente la acusada, sino toda forma de nacionalismo.
Logra ver a los ojos el nuevo orden globalizante impuesto con esta farsa tiene por propósito proteger a una elite financiera que hace de la economía la razón de vivir y se ampara para ello en la democracia.
Logra, en suma, ver la Tierra Prometida de los vencedores:
"Y de un extremo al otro del mundo, en ciudades perfectamente semejantes, pues ellas habrán sido reconstruídas después de algunos bombardeos, vivirá bajo leyes semejantes, una población bastarda, raza de esclavos, indefinible y blanda, sin género, sin instinto, sin voz. El hombre deshidratado, reinará en un mundo higiénico. Inmensos bazares resonantes de alto-parlantes simbolizarán a esta raza de precio único. Andenes rodantes recorrerán las calles. Transportarán cada mañana a su trabajo de esclavos la larga fila de hombres sin rostro y los volverán por la tarde. Y esta será la tierra prometida. El mundo es ahora democrático por decisión judicial.
Si husmeáis el adjetivo nacionalista, en alguna parte, si se os invita a ser dueños de vuestra propia casa; si se os habla de unidad, de disciplina, de fuerza, de grandeza, no podéis negar que se trata de un vocabulario poco democrático y, en consecuencia, corréis el riesgo de ver un día que vuestra organización se ha hecho criminal".ciones de atrocidades que los testigos aseveran ocurrieron.
Cuando las fotos no demuestran para nada lo que supuestamente era más evidente, se pueden encontrar intentos de alterarlas para agregar a ellas lo que tendría que estar pero no se encuentra.
El libro se encuentra repleto de fotografías y dibujos esquemáticos explicándolas.

 

ÍNDICE

Epígrafe7
Estudio preliminar9
Nota biográfica9
Nuremberg o la tierra prometida11
Los tribunales12
La historia y el sentido común13
Gran Bretaña16
Francia21
Estados Unidos de Norteamerica25
Bombardeos a poblaciones civiles26
La Abadía de Montecassino27
Malmedy28
Trato a las poblaciones29
El General Patton29
La entrega de material a la U.R.S.S.30
Hiroshima y Nagasaki30
Plan Morgenthau31
La U.R.S.S.32
Ekaterinburgo32
Katyn33
Teherán35
El anti-imperialismo soviético35
Comportamiento de las tropas rojas36
Rudolf Hess37
El costo en vidas del experimento comunista38
Algunos juicios sobre el marxismo39
Los judíos40
Antiguo Testamento41
La Acción directa44
Germany Must Perish46
Exacciones a los alemanes46
Adolf Eichmann47
Juicios lapidarios48
Un nuevo amanecer48
Bibliografía del estudio preliminar50

NUREMBERG O LA TIERRA PROMETIDA53


Estudio preliminar

 

Nota biográfica
Maurice Bardéche, nació en Dun-le-Roy, cerca de Borges, en el centro de Francia el 1° de octubre de 1909. A los 23 años se licenció en Letras. Fue profesor de Literatura del siglo XIX en la Sorbona y de Literatura Francesa en la Universidad de Lille. Publicó estudios sobre Balzac —a quien consagró su tesis doctoral en 1940—, Stendhal y una muy interesante “Historia de Mujeres”. Como hombre culto y patriota lúcido, comprendió que la grandeza de Francia dependía de su entendimiento con Alemania y con el resto de las Comunidades Europeas. Una Europa unida por un pasado común y por un proyecto de vida fraternal, era la única garantía de supervivencia frente a la acción aniquiladora de los barones de la finanza y de los zares bolcheviques.
Llevado por esa convicción escribió una preciosa Historia de la Guerra de España, —en colaboración con su cuñado Robert Brasillach— y otro libro de perenne actualidad —El huevo de Colón— donde analiza las causas de la decadencia de Occidente y propone las medidas para su necesario empinamiento.
En los años siguientes a la publicación de NUREMBERG O LA TIERRA PROMETIDA expuso sus ideas en una serie admirable de ensayos, tales como Nuremberg II o los falsarios, donde amplía muchos puntos de la obra anterior, Les Temps Modernes, ¿Qué es el fascismo?. . . y en apoyo a su acción política creó la editorial Les Sept Couleurs y el Movimiento Social Europeo que agrupaba a sectores del nacionalismo de diversos países de Europa, pero debió cesar su actividad porque las circunstancias políticas hicieron imposible la actuación del movimiento.
En El huevo de Colón hallamos tal profusión de pensamientos de validez universal, que los hombres de todos los pueblos harían bien en meditarlos y llevarlos a la realidad política, porque su aplicación garantiza una existencia potente y transmutadora.
Como muestra de ello consideramos insoslayable la transcripción de algunas de esas sabias observaciones:
“El alma de un pueblo debe estar protegida como sus usinas y sus ciudades. El imperio cerrado del sistema soviético es la más grande lección de la política moderna. Hay una guerra microbiana que los yanquis no previeron, y es la que se les hace cada día y cuyos efectos son invisibles y espantosos. Ustedes —se dirige a un senador norteamericano— le temen a la peste. Hay una cosa peor: la disolución de las voluntades”.
“La democracia de los partidos aparece cada vez más como el dominio de los extranjeros. Los partidos nos entregan, unos a los soviets y otros a los financistas internacionales. La democracia del frente popular nos arroja de nuestra patria: nos arrebata la libertad y la propiedad de nuestro suelo. Y finalmente, con el pretexto de asegurar sus derechos a todo el mundo, nos retira a nosotros el derecho a vivir”. Tal apreciación vale también para la socialdemocracia.
Veamos ahora, con qué admiración este ilustre francés con conciencia europea, capta la grandeza impresa al soldado alemán por el régimen nacionalsocialista: “El último día de Berlín, ante la puerta de la Cancillería, se vio constantemente en su puesto de guardia a un SS inmóvil, bien apoyado sobre los talones, como era costumbre, montar su guardia; y cada vez que caía, un camarada, corriendo, bajo las balas, venía a tomar su puesto, con el fusil en el puño, como él, inmóvil, como él, hasta que caía a su turno. Su fidelidad aquí no era sino un símbolo, pero esos símbolos son los que hacen la historia”.
Por encima de las faramallas inventadas por los enemigos de Occidente, este francés ejemplar supo ver la realidad y escribió con una valentía que no deja de fascinarnos: “La derrota alemana en 1945 aparece hoy como la más grande catástrofe de les tiempos modernos”.
Por dónde se le mire, Bardéche es un hombre inteligente, insobornable, íntegro. Todo un peligro para la clase sacerdotal que explota y monopoliza los mitos del Siglo XX.
Así como los falsificadores de la historia argentina que se ensañaron contra la figura de Don Juan Manuel de Rosas —cuya grandeza nos concedió el período más glorioso de nuestro ayer— fueron sistemáticamente desenmascarados por la historiografía nacional e internacional, del mismo modo la inconcebible acumulación de patrañas, de calumnias y ocultamientos con que los vencedores de 1945 quisieron descalificar a los alemanes, no ha podido resistir el análisis riguroso encarado por hombres probos que en aras de la verdad no titubearon en arriesgar la libertad, sus bienes y hasta la propia vida.

Nuremberg o la tierra prometida
Maurice Bardéche tuvo la temeridad de publicar en 1947, es decir, en plena orgía de persecuciones y asesinatos llevados a cabo por las esforzadas vestales de los inmortales principios, Nuremberg o la tierra prometida, libro valiente y esclarecedor que sirvió de ejemplo a un creciente número de historiadores e investigadores de diversas procedencias geográficas e ideológicas, que al cabo de cuarenta años de batallar en las más difíciles condiciones, lograron desmontar el tinglado levantado por los vencedores con la intención de eternizar sus calumnias y justificar los únicos verdaderos crímenes de lesa humanidad ejecutados antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial.
El libro, como era natural, fue secuestrado por los tenores del librepensamiento y su autor dio con sus huesos en la cárcel.
Nada, o casi nada, queda de la increíble impostura que sirvió de sustento a la parodia de juicio de Nuremberg y que costara infinitas sevicias y millones de vidas inocentes a los vencidos.
Desde la composición de los tribunales, pasando por los procedimientos empleados para arribar a sentencias dictadas mucho antes del inicio de esa bufonada trágica —con la aceptación indiscriminada de los testigos de cargo, con la violencia física y moral contra las víctimas y contra los testigos que no ajustaron sus declaraciones a los propósitos de linchamiento de los verdugos— hasta la aplicación retroactiva de una legislación ad hoc, todo conformó una trama tenebrosa que no deja de abochornar a los hombres de ley y marca con un sello de ignominia a los constructores de un mundo sin patrias, sin familia, sin fe y sin honor, donde la saturación tecnológica nos trae a la memoria, melancólicamente, el estremecedor universo orwelliano.

Los tribunales
Los tribunales militares internacionales de Nuremberg y de Tokyo se integraron exclusivamente con representantes de los vencedores.
De los 3.000 funcionarios que actuaron durante los procesos de Nuremberg, el 80 por ciento, o sea 2.400, eran judíos.
El cargo más importante y más repetido imputado a los alemanes fue la persecución de los judíos y el exterminio de 6 millones de individuos de la raza elegida por Yahveh.
Judíos fueron los principales beneficiarios de las exhorbitantes reparaciones que se exigieron de los alemanes y que no tienen miras de cesar jamás.
Y judíos fueron los verdugos que masacraron a millones de hombres, mujeres y niños en todos los territorios hollados por la barbarie demomarxista.
El Papa Pío XII en su alocución del 3-10-53 dijo: “...los vencidos pueden ser culpables; sus jueces pueden tener sentido de la justicia y el propósito de una objetividad completa; a pesar de eso, en semejantes casos, el interés del derecho y la confianza que merece la sentencia, pedirá que se agreguen al tribunal jueces neutrales, de tal manera que de éstos dependa la mayoría decisiva”.
Estas prudentes palabras podrán ser apreciadas por mentes equilibradas, pero nunca por los borrachos de odio que asaltaron los estrados de los tribunales de Nuremberg. Veamos un solo ejemplo que tiene el mérito de ser un testimonio irrecusable sobre la clase de justicia que se administraba en Nuremberg, y que está referido al trato dispensado al dirigente nacionalsocialista Julius Streicher: “Soldados negros le azotaron —con consentimiento de los oficiales blancos—, le arrancaron los dientes, le forzaron a servicios odiosos, le abrieron la boca y le escupieron adentro”.

La historia y el sentido común
Después de la ingente tarea esclarecedora de M. Bardéche, de Paul Rassinier, de Peter Kleist, de F. J. P. Veale, de Salvador Borrego, de León Degrelle, de José A. Llorens Borrás, de L. Marschalko, de R. Faurisson, de Joaquín Bochaca, entre otros, la escena ha quedado iluminada con luz de día y los personajes expuestos con su verdadero rostro.
La persistencia en la falacia de la “solución final”, como en la lectura de las Tablas de Sangre de Rivera Indarte, sólo puede ser achacada a un espíritu avieso, a un cerebro valetudinario, o a una especulación comercial o política. Todo reñido con un criterio rigurosamente científico.
No podía ser de otro modo. Resultaba por demás grosera la pretensión de transformar en degenerados a ochenta millones de alemanes, justamente el pueblo más culto de la tierra.
Al pueblo de cuyo seno salieron músicos como: Mozart, Beethoven, Bach, Wagner, Schubert, Schumann; pintores como Witz, Lochner, Cranach, Hans Memling, Durero, Holbein, Grünewald; escultores como Hans Multscher, J. Syrlin, F. Veit, J. Schilling, Thorak, Arno Breker; filósofos como Leibnitz, Schelling, Hegel, Kant, Nietzsche, Fichte, Schopenhauer, Jaspers, Husserl, Heidegger; estadistas como Carlomagno, Otón I El Grande, Carlos V, Federico el Grande, Bismarck; economistas como M. Weber, List, Sombart, Schumpeter, Bohm Bawerk; poetas como Goethe, Schiller, Hölderlin, Novalis; guerreros como Clausewitz, Blücher, von Moltke, Hindeburg, Rommel; historiadores como Ranke, Mommsen y Spengler; pueblo de creadores, de investigadores, de inventores, de científicos en todas las disciplinas: pueblo de hombres laboriosos, disciplinados, sacrificados, capaz como pocos de renacer de sus propias cenizas, dividido y humillado y constituirse en poco tiempo en la vanguardia del mundo.
De este pueblo insigne ha dicho el francófilo historiador suizo, Gonzague de Reynold: “Nadie puede discutir que el pueblo alemán ha hecho, a partir del Siglo XVIII, un esfuerzo tal, que ha colocado a su Patria en el primer rango de las naciones civilizadas y civilizadoras. En todos los dominios, en el de la química como en el de los estudios antiguos, los alemanes han trabajado como precursores. En ningún dominio se puede prescindir de ellos, ni de los resultados de su labor. Cuando se trata de la ciencia, su espíritu de conquista y de cultura se ha manifestado en provecho del tesoro común: la civilización universal”.
La propaganda aliada veía fieras en ejércitos altamente disciplinados que —lo dice nada menos que el conocido estratega británico Liddell Hart— “se contenían particularmente hasta el punto de entorpecer sus propias operaciones por los extremados escrúpulos que sentían de hacer cualquier petición a la población civil”.
El 3 de septiembre de 1870, en un gesto de caballerosidad que los franceses no merecían, Bismarck y Moltke saludaron en posición de firme cuando el carruaje de Napoleón III, con cocheros de librea y peluca empolvada, atravesó Conchery camino a Bélgica. Era tanta la corrección alemana que el general norteamericano Sheridan, testigo calificado de la victoria alemana de Sedan, quedó asombrado por la capacidad combativa de las tropas alemanas y por la habilidad de sus jefes, pero se vio contrariado por el respeto mostrado por los alemanes a las reglas de guerra civilizada. Por ello le dijo a Bismarck: “Sabéis cómo herir al enemigo mejor que nadie pero no habéis aprendido cómo hay que aniquilarlo. Hay que ver más humo de pueblos ardiendo, pues, de lo contrario, no terminarán ustedes con los franceses”.
En 1940, tras la rendición francesa, los alemanes concedieron un trato respetuoso a Reynaud, a Daladier y hasta al israelita León Blum, que llevados por odios insensatos no vacilaron en provocar la contienda.
Los generales Giraud y Juin y los políticos fueron internados en un castillo donde recibían una ración equivalente a la de un general alemán, vivían en habitaciones de hotel y tenían libertad para recibir toda clase de visitas.
Durante los combates de Arnheim, la última gran victoria militar del Tercer Reich, el comportamiento de los alemanes ha sido expresamente reconocido por los ingleses. En carta del 2 de octubre de 1944 el Coronel Warrack dice: “Pláceme expresarle mi más profundo agradecimiento por la eficaz ayuda de los servicios sanitarios alemanes, gracias a los cuales pudieron ser evacuados más de dos mil doscientos heridos de la primera división de paracaidistas, del 24 al 26 de septiembre de 1944, en el sector de Oosterbeek. Los citados servicios trabajaron sin descanso, día y noche, a veces bajo el fuego de los dos bandos”.
El soldado alemán no conoció el saqueo y el botín. Los testimonios son abrumadores sobre el particular.
Ya tendremos ocasión de verificar el comportamiento de los soldados de la democracia y del marxismo a la hora de la victoria.
Haremos a continuación una rápida hojeada a la historia lejana y reciente de los principales instigadores de los simulacros de juicio de Nuremberg y responsables de los mayores atropellos consumados contra millones de seres inocentes e indefensos. Allí encontraremos los fundamentos atávicos de tales depredaciones.

Gran Bretaña
Nos enseña el eminente historiador inglés Veale que el viajero alemán Paul Hentzner, durante su estada en Londres en 1598, observó que entre los pasatiempos que se ofrecían a los visitantes de la capital, en tiempos de la Reina Isabel, figuraba el espectáculo del oso al cual habían arrancado los ojos y que, atado a un poste, era muerto a palos por los chicos y los adolescentes.
El mismo Veale nos recuerda la orden dada por Enrique VIII, a los jueces, por medio de Thomas Cronwell: “El abad de Glastonbury —le decía— será juzgado en su propio pueblo y ejecutado también en el mismo con sus cómplices. Procuren que las pruebas estén bien elegidas y las acusaciones bien preparadas”.
Esto es, justamente, lo que se hizo en Nuremberg.
Por supuesto que todo estuvo en orden y los reos pudieron ser ahorcados y descuartizados con arreglo a la voluntad del soberano.
En 1858 el palacio de verano de Pekín fue saqueado por un ejército francobritánico y en 1863 la ciudad japonesa de Kagoshima fue destruida por una flota al mando del Almirante Kuper, con el exclusivo fin de obtener concesiones comerciales de los japoneses.
Durante las invasiones inglesas al Río de la Plata en 1806-1807, la preocupación dominante fue el robo del tesoro público que hallaron, por fin, en Luján y que jamás devolvieron no obstante las promesas formuladas después de su derrota.
El Coronel Neill ahorcó a sus prisioneros en masa a raíz del motín indio, en tanto que John Lawrence ataba a los cautivos a las bocas de los cañones y los destrozaba haciendo fuego.
El misericordioso John Nicholson, por su lado, clamaba porque se desollasen vivos, se empalase o quemase a los amotinados, lo cual llevaba a cabo con el respaldo de oportunas citas extraídas del antiguo testamento.
En 1900, lord Kitschener, durante la guerra entre los colonos holandeses y el imperio británico, ordenó quemar las granjas de los boers, llevar a las mujeres y niños a campos de concentración —toda una primicia en la materia— y someterlos a un trato vejatorio. Más de 41.000 mujeres, 22.000 niños y 1.600 incapaces de combatir, sucumbieron por malos tratos.
En el Libro Blanco del Gobierno Británico, se reconoce que el bloqueo de Europa realizado por la marina británica entre 1914 y 1918 causó 800.000 víctimas, principalmente entre mujeres y niños, con el agravante que el bloqueo se mantuvo hasta un año después de la firma del armisticio.
Durante los juicios de Nuremberg se pretendió que los soldados antes de obedecer la orden del superior, debían analizar la legitimidad de la misma. Como el soldado alemán, igual que todos los soldados del mundo, obedeció sin discutir, muchos de ellos fueron castigados con penas severísimas. También fueron condenados con diversas penas, que incluían la de muerte, los soldados que tomaron represalias contra los guerrilleros o contra las poblaciones que los albergaban.
Repasemos unos pocos documentos bien aleccionadores de la doctrina británica sobre este particular.
Fue el mismísimo Mr. Churchill quien refiriéndose a la Segunda Guerra Mundial dijo: “En la lucha a vida o muerte no hay, al fin de cuentas, ninguna legalidad”.
El General Montgomery, por su lado, expresó: “... el deber del soldado está en obedecer sin discusión todas las órdenes que este ejército le da y estas órdenes son, precisamente, las de la Nación”.
El Art. 443 del British Manual consigna: “Los miembros de las fuerzas armadas que cometieran violaciones de las leyes de guerra, ordenadas por sus Gobiernos o comandantes, no pueden ser declarados criminales ni castigados por el enemigo”. Exactamente lo contrario se hizo en Nuremberg y se continuó haciendo durante mucho tiempo después.
No obstante ello, cuando los trabajadores alemanes de Cochum se negaron a aceptar las órdenes de los ingleses de proceder al desmantelamiento de los establecimientos industriales de la zona, fueron de inmediato detenidos y encarcelados por la fuerza de ocupación británica. Los abogados defensores se presentaron con el texto de la convención de La Haya que prohíbe a una potencia extranjera obligar a los habitantes a realizar acciones contra su propio país. También, ingenuamente, mencionaron la doctrina sentada en Nuremberg según la cual los hombres debían actuar de acuerdo a su conciencia y rechazar, en consecuencia, las órdenes que la contradecían. El Tribunal Británico dio una respuesta categórica: “Ningún alemán, cualesquiera que fueran sus circunstancias, tenía derecho a negar su obediencia al Gobierno Militar, que era la autoridad absoluta”.
En cuanto a la responsabilidad de los ataques a poblaciones civiles, es el conocido especialista en temas militares, Liddell Hart, quien acusa: “Cuando Mr. Churchill llegó al poder, una de las primeras decisiones de su gobierno fue extender los bombardeos a la zona de los no combatientes”.
En concordancia con ello, Mr. Spaight, del Ministerio del Aire británico, confiesa: “Como teníamos dudas respecto al efecto psicológico de la desviación propagandística de la verdad de que habíamos sido nosotros quienes habíamos empezado la ofensiva de bombardeos estratégicos, nos abstuvimos de dar la publicidad que merecía nuestra gran decisión del 11 de mayo de 1940”.
No debe extrañarnos tal determinación en un hombre que el 21 de septiembre de 1943, en plena Cámara de los Comunes, gritó: “Para conseguir la extirpación del nacionalsocialismo no habrá extremos de violencia a los cuales no recurramos”.
Pero existen otros muchos hechos particularmente odiosos por la perfidia y por la saña asesina que revelan, imputables a la Rubia Albión.
Veamos algunos.
En abril de 1945, en las postrimerías de la guerra, el Almirante alemán Friedenburg, por encargo del General Jodl y del Almirante Dönitz, ofreció a Montgomery la rendición de las tropas alemanas que combatían en el este y en el oeste para evitar la previsible carnicería que los soviéticos practicaban invariablemente entre los prisioneros.
La respuesta de Montgomery no podía ser más desalmada: “Rendición incondicional o exterminio en masa, contestó. De lo contrario, cada treinta minutos los bombardeos ingleses convertirán a una ciudad alemana en un montón de cenizas, de modo que ningún niño alemán quedará con vida”.
Ya terminaba la guerra, el ejército del general ruso Vlasow, compuesto por rusos, georgianos y ucranianos, que había luchado duramente contra los hunos rojos, se entregó a los aliados, con la esperanza de ser tratados como prisioneros de guerra por las potencias democráticas. Los británicos simularon acogerlos, les permitieron acampar y, de inmediato, informaron a las autoridades soviéticas de lo acontecido. Estas exigieron el privilegio de juzgar a los prisioneros y los ingleses procedieron a su entrega en medio de escenas de horror protagonizadas por los combatientes anticomunistas que preferían el suicidio antes que comparecer delante de los androides de la hoz y el martillo.
Vlasow y su estado mayor fueron rápidamente fusilados en Rusia, y los soldados —1.200.000— que lo acompañaron en la lucha heroica por liberar a su tierra de la tiranía extranjera que la degrada, fueron inexorablemente exterminados en los campos de concentración de la U.R.S.S.
Otro ejemplo espeluznante de la iniquidad británica nos lo ofrece el ejército croata que se entregó a los ingleses bajo promesa de ser tratados como prisioneros de guerra y que no serían entregados a las hienas comunistas.
Se trataba de 37 generales, 167 oficiales, 50 suboficiales y 200.000 soldados, acompañados por una inmensa cantidad de civiles que conocían de cerca las costumbres del matarife Tito.
Sorpresivamente, el 23 de mayo de 1945, los británicos mediante el uso de tanques, de cañones, ametralladoras y gases lacrimógenos forzaron la entrega de los nacionalistas croatas a los comisarios marxistas-leninistas. El cuadro de violencia y desesperación que precedió a este auténtico genocidio, no podría ser captado por ninguna descripción. Los vampiros bolcheviques, con la bendición de los cancerberos de los derechos humanos, agradecieron el convite y organizaron una orgía de sangre y trituración que terminó por muchos años con los sueños emancipadores de los fieles de Pavelic.
Esta protervia británica que no puede ser relatada sin experimentar un profundo malestar, se conoce con el nombre de OPERACION KEELHAUL.
Para terminar con la farsa de la caballerosidad de los aliados, veamos cómo fueron tratados los vencidos en 1945.
El 7 de mayo los generales alemanes Keitel y Jodl se hicieron presentes en el Cuartel General Aliado de Reims, saludaron militarmente, firmaron la rendición y expresaron su deseo de que los “vencedores tratasen generosamente al pueblo alemán”. Nadie, absolutamente nadie, del bando vencedor respondió los saludos ni los deseos formulados por los generales de la nación vencida.
Asombra comprobar la distancia sideral que media entre la conducta de los alemanes respecto de los vencidos en todas las guerras —no olvidar el trato concedido a los franceses en 1940 y el comportamiento alemán durante la batalla de Arnheim— y el trato humillante dado por los aliados a los correctísimos representantes del pueblo alemán.
Está claro, pues, para cualquier inteligencia honrada, que los ingleses no podían estar ausente del banquillo de los acusados durante la substanciación de los juicios de Nuremberg.

Francia
Durante las guerras revolucionarias emprendidas por los franceses —1793-1815— los soldados ciudadanos que invadieron Renania, Bélgica e Italia, estaban inspirados por las proclamas oficiales sobre perspectivas de riqueza y de gloria; a cambio de la libertad, los ejércitos de Francia saquearon desvergonzadamente los países que arrollaban. La campaña de Italia de Napoleón, estuvo caracterizada por el saqueo sistemático de los tesoros artísticos guardados en las iglesias y en los museos de arte.
Las atrocidades cometidas por los franceses a partir de la Revolución Francesa siguen conmoviendo la conciencia universal. Esos accesos de barbarie son suficientemente conocidos por lo que carece de sentido realizar un inventario de los mismos.
El tratado de Versalles significó imponer a los alemanes condiciones sin ejemplo en la historia, salvo, acaso, en los tiempos de Senaquerid y de Tamerlan.
Más directamente vinculados con este trabajo están los actos de salvajismo y de sadismo consumados por los sicarios de la “liberación”.
En la Circular denominada “Insurrección”, el Gral. De Gaulle agregó estas piadosas palabras, dignas de un soldado de la democracia que nos asuela: “... el día J será el de la crisis decisiva que ha de tener como consecuencia, no solamente la liberación del territorio sino, también, y especialmente, la desaparición y el castigo de Vichy y de sus cómplices. La insurrección tiene como fin garantizar la eliminación en algunas horas de todos los funcionarios con autoridad, la represión revolucionaria en algunas horas de la traición, conforme con las aspiraciones de represalias de los militantes de la Resistencia..
.. Sería absurdo y ultrajante para el pueblo francés imaginarse la ausencia de todo levantamiento de la masa animada de justa voluntad de venganza ..
“... Hay que considerar que la liberación del enemigo y del fascismo de Vichy irá acompañada de una violenta explosión revolucionaria ... Jamás deberán darse órdenes de moderación ... La insurrección triunfante deberá ocuparse enseguida de la eliminación de los elementos hostiles.”
“... El período precedente a la insurrección deberá caracterizarse por una intensificación progresiva de ejecuciones de traidores. Se plantea la cuestión de saber si es deseable que la insurección triunfante se caracterice por ejecuciones sin juicio ...”
Resultaría imposible hallar entre la documentación de origen alemán, una proclama henchida de tanto odio demencial como el que revela la que acabamos de transcribir.
No debe extrañar, entonces, que al amparo de semejante catecismo la horda convenientemente engrosada por judíos y comunistas se lanzara a una cacería desalmada contra los elementos nacionales. Más de 100.000 franceses fueron asesinados sin proceso alguno durante las 48 horas de piedra libre otorgadas por el general De Gaulle, que libró la guerra desde los micrófonos de la BBC de Londres.
Charles Maurras, “el más francés de los franceses”, según la exacta definición del General Petain, fue acusado de traición por la quintacolumna comunista y por extranjeros inasimilables. La flor y nata del cipayismo ideológico y racial condenó a la más perfecta encarnación del espíritu inmortal de Francia, a la pena de prisión perpetua y a la degradación nacional.
Al cabo de siete horas de exposición ordenada, documentada, demoledora, en la que el acusado terminó enjuiciando a la escoria bolchevique y a los cobardes y envidiosos que le hacían de coro, Charles Maurras terminó con estas palabras lapidarias: “Tengo que deciros, señor abogado de la República, que la violencia no está tanto en mis palabras, como parece: está en la situación. La violencia consiste en que usted se siente en el sitio en donde ésta y no me siente yo”.
El mariscal Petain, el héroe de Verdún, monumento viviente de las glorias de la Patria, fue condenado a muerte primero y luego a prisión perpetua. Falleció en la cárcel.
El escritor y poeta Robert Brasillach fue sometido a una farsa de juicio y terminó siendo fusilado.
El general Juin, que tan bien había sido tratado por los alemanes después de la derrota francesa, en la orden del día que dirigió a sus “tabores” marroquíes no tuvo rubor en declarar: “Os lo prometo solemnemente: cuando el enemigo sea vencido, las casas, las mujeres y el vino os pertenecerán durante cincuenta horas. En ese lapso podéis hacer lo que os plazca”.
Consecuencia de esa invitación al delito, fueron 60.000 italianas violadas en condiciones de barbarie. No se salvó nadie: niñas, muchachas, mujeres de toda edad, hasta las enfermas, las religiosas y las recluidas en manicomios.
Fue tan espantoso este festival del crimen, que M. Pierre Henri Teitgen, diputado republicano-popular y Ministro de Justicia, exclamó entusiasmado el 6 de agosto de 1946, que al lado suyo y de M. de Menthon “Danton, Robespierre y otros fueron unos niños, ya que ellos habían hecho pronunciar más de 150.000 condenas por los Tribunales de excepción, mientras que el Terror sólo había pronunciado 17.000”. Va sin decir que en esa cifra no se incluyen las ejecuciones sumarias que, como dejamos dicho, pasaron de 100.000.
Como era habitual en esos días aciagos, los tribunales extraordinarios estaban formados en un noventa por ciento por judíos y comunistas. Los abogados defensores estaban impedidos de ejercer sus funciones y los testigos de la defensa no se atrevían a presentarse por el clima de terror que imperaba en todo el territorio de Francia.
Bardéche se queja amargamente de los judíos: “Los hemos encontrado a la cabeza de la persecución y de la calumnia contra aquellos de nuestros camaradas que habían querido proteger de los rigores de la ocupación a este país, donde estamos instalados desde muchísimo tiempo antes que ellos; donde nuestros antepasados estaban instalados y que los hombres de nuestra raza habían transformado en un gran país... Ellos nos han dividido; han reclamado la sangre de los mejores y de los más puros de entre nosotros y se han regocijado y se regocijan de nuestros muertos”.
En abril de 1945, después de la entrada de las tropas francesas en Herrenderg, más de cien mujeres fueron violadas, con frecuencia bajo la amenaza de las armas y en presencia de sus padres, madres o hijos. Mujeres de 70 años recibieron igual trato.
El 4 de abril de 1945, soldados franceses, cerca de Bruchsal, hicieron salir a varias jóvenes de 14 a 17 años de un refugio antiaéreo y las violaron.
Por ello pudo Maurice Bardéche escribir que: “mientras los alemanes ocupaban nuestro país, mientras eran los más fuertes, invocamos la protección del Derecho Internacional. Ahora que están vencidos, no son más soldados, no tienen derecho de apelar al derecho de gentes, son criminales del derecho común. Es difícil ser más innoble y más bajo. La política francesa desde 1944 no es más que bajeza y sujeto de vergüenza para nosotros, la imagen del deshonor”.

Estados Unidos de Norteamerica
Maurice Bardéche dice que el proceso de Nuremberg no estuvo inspirado por el espíritu de justicia sino que se redujo, a pesar de su aparatosidad, a ser un simple ajuste de cuentas del judaísmo contra los soñadores de una Europa unida y potente.
Esa misma convicción fue la que llevó al juez norteamericano Wennersturm a dimitir el cargo en Nuremberg y a declarar que “su participación en esa mascarada constituiría una deshonra para él y para la justicia americana”.
Por su parte, El Chicago Tribune, que fuera propiedad del senador McCarthy, en su editorial del 10 de junio de 1946, no trepidó en publicar: “El estatuto en nombre del cual los acusados son juzgados es una invención de Jackson, contraria al derecho internacional inspirador de la Segunda Convención de La Haya. Inventando semejante Estatuto, Jackson ha instaurado la legislación del «lynchage»”.
En 1948 el fiscal principal británico, Sir Hartley Shawcross, consideró un deber de conciencia declarar: “El proceso de Nuremberg se ha transformado en una farsa, me avergüenzo de haber sido acusador en Nuremberg como colega de estos hombres —se refería a los rusos—
Poco tiempo después, el 20 de mayo de 1949, el senador McCarthy tuvo agallas para denunciar ante la prensa de su país: “He escuchado testigos y he leído testimonios que prueban que los acusados fueron golpeados, maltratados y torturados con métodos que no podían haberse originado sino en cerebros enfermos”.
Hoy existe consenso generalizado entre estudiosos e historiadores en que el proceso de Nuremberg fue la explosión de un estado de conciencia colectivo de tipo vesánico impulsado por los poderes ocultos de la tierra. El mismo estallido de la guerra y su desenvolvimiento nos hablan de una intoxicación de los cerebros llevada a escalas rayanas en el delirio.
En esa catástrofe mundial le cupo a los Estados Unidos un papel protagónico.

Bombardeos a poblaciones civiles
Repasemos algunos ejemplos de esa locura. Heilbronn era una pequeña ciudad hospital alemana hasta que un ataque furibundo de la aviación yanqui la convirtió en una montaña de escombros y de restos humanos de los heridos y convalescientes que allí se alojaban. Dresde era una de las ciudades más bellas de Europa. Ubicada en las riberas del Elba, sus palacios, sus galerías de arte, sus museos y sus templos, el castillo con la célebre Bóveda Verde, la catedral católica, la Opera, entre otros tesoros artísticos e históricos, contribuían a la forja de la fama que tan justamente la aureolaba.
Dentro de sus límites no existía ninguna guarnición militar, tampoco contaba con fortificaciones ni refugios contra los raids aéreos. Carecía por completo de interés militar o estratégico. Por esas características la población estable se vio incrementada por la llegada de gruesos contingentes de refugiados, en su totalidad niños, mujeres y ancianos, que huían del rodillo comunista que avanzaba desde el este.
Un luctuoso 13 de febrero de 1945, 800 bombarderos pesados ingleses dejaron caer su carga completa, compuesta de 400.000 bombas incendiarias y provocaron daños desvastadores e innumerables víctimas. Tres horas después, 1.350 superfortalezas volantes británicas repitieron la terrorífica operación y lanzaron 200.000 bombas incendiarias y 5.000 explosivas.
Y el 15 de febrero otros 1.100 bombardeos pesados del 8° ejército de la Aviación de los Estados Unidos, le aplicaron el tiro de gracia. La impresionante cantidad de bombas incendiarias y explosivas, más el alfombrado con fósforo, todo ello complementado con ametrallamientos efectuados en vuelos rasantes, provocaron el cuadro más dantesco de toda la contienda, pletórica de actos de crueldad. Los cálculos arrojaron una cifra de muertos próxima a las 400.000 personas, no combatientes. Este auténtico holocausto produjo el doble de víctimas que las ocasionadas por los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki juntos.
Con posterioridad, la operación se completó con el despojo de las obras de arte que no fueron arrasadas por el fuego.
La Virgen del Niño, famoso óleo de Rafael, pasó a decorar el museo de los sin Dios de Rusia, junto con otras obras de mucho mérito que integraban el patrimonio cultural de la ciudad mártir de Dresde.

La Abadía de Montecassino
La abadía de San Benedicto o abadía de Montecassino, había sido fundada y construida por San Benito bajo el lema “reza y trabaja”. Los monjes habían reunido en su biblioteca todas las obras clásicas. Su trabajo consistía en copiar, recopilar y difundir esos monumentos de la cultura universal.
En el convento no había soldados ni emplazamientos bélicos. En previsión de un ataque aliado, los alemanes tomaron a su cargo la tarea de embalar todos los libros y documentos que guardaba el monasterio, y conducirlos por medio de 200 camiones hasta el castillo de Santángelo y allí entregarlos a los representantes del Vaticano. Los bárbaros tedescos salvaron para la civilización uno de los más importantes santuarios de la cultura occidental.
En vivo contraste con la preocupación humanística de los alemanes aparece la actitud de los americanos. El 15 de febrero de 1944, 100 fortalezas volantes hicieron añicos el Monasterio. A las pocas horas, otros cien bombarderos medianos realizaron un nuevo y furioso ataque. Se bombardearon sus ruinas. Desaparecía así una de las más antiguas y gloriosas abadías del mundo.

Malmedy
Durante el período que va de noviembre de 1945 a abril de 1946, la War Crimes Commission integrada por jefes y oficiales del ejército norteamericano se abocó al juicio de los miembros de la I División SS Panzer por la comisión de supuestos delitos de guerra, en Malmedy, población belga próxima a la frontera alemana.
La mayoría de los prisioneros alemanes quedaron impotentes como consecuencia de los golpes y de las patadas.
Las torturas físicas consistieron en régimen de oscuridad, interrupción del sueño, puñetazos y golpes con barras de metal en la espinilla, en los órganos genitales y en partes heridas, capuchas malolientes... Estas brutalidades se intensificaban en el momento de la declaración, durante la cual se golpeaba a los detenidos hasta el punto de causarles heridas graves y motivar su desvanecimiento. Uno de los acusados, de 19 años de edad, se suicidó colgándoce en su celda.

Trato a las poblaciones
Francis Parker Yockey en su libro Imperium nos da a conocer el trato dispensado por los americanos a las poblaciones de los países derrotados: “Alemania y Austria, dice, recibieron un trato como jamás se había dado a un país vencido. La población fue tratada de una manera infrahumana y una política de hambre organizada fue introducida por nosotros, y dura todavía en 1948”.
“El ejército norteamericano prohibió a su personal el dirigir la palabra a la población civil. En los edificios públicos había bares, servicios higiénicos y sanitarios especiales para los americanos y negros superiores.”
Es el mismo escritor norteamericano quien pregunta: “¿Qué nación occidental hubiese reducido a las mujeres de otra nación occidental al estatuto legal de las concubinas? Eso es lo que hizo el alto mando americano en Alemania y Austria: permitió el concubinato y prohibió el matrimonio de sus soldados con las mujeres oriundas de los países ocupados”.
Los alimentos que sobraban y ropas usadas de los ocupantes eran quemados en medio de la calle, a la vista de la población hambrienta y harapienta.

El General Patton
En las postrimerías de la guerra, Hitler ordena el retiro de casi todas sus tropas del frente occidental para dar la agónica batalla contra el Atila de las estepas. De ese modo se franqueó el avance de los ejércitos anglo-yanquis y la ocupación por éstos de Austria, Bohemia, Eslovaquia, Yugoeslavia y hasta de Rumania y Hungría. Con tales facilidades el general Patton cruzó el Elba y avanzó raudamente hacia Berlín. A un paso de la conquista de la capital del Tercer Reich recibió la inesperada orden de detenerse y de retroceder hasta la orilla del Elba. Esta es la razón por la que el general soviético Koniev pudo conquistar la ciudad de Berlín y los inmensos territorios de la Europa oriental que aún hoy detenta la bestia bolchevique.
¿Qué había pasado en realidad?
Roosevelt en cumplimiento del acuerdo ruso-norteamericano del 12 de septiembre de 1944, ordenó al General Eisenhower notificar a Stalin que se le cedía el honor de ocupar Berlín. Así, de manera tan elemental, se disponía del destino de 120 millones de hombres.

La entrega de material a la U.R.S.S.
Los EE.UU. entregaron a los comunistas rusos el siguiente material: 15.000 aviones de combate; 7.200 tanques; 500.000 camiones y tractores, 100 barcos de transporte y cantidades discrecionales de víveres, municiones, indumentaria y elementos de toda clase.
Los británicos por su lado, les enviaron 6.500 aviones, 5.000 tanques, 4.000 cañones y grandes cantidades de materiales varios.
Con semejantes suministros, más el alivio que representó para los soviéticos la invasión de la fortaleza europea por parte de los aliados, pudieron revertir una situación desesperada y trocarla en una victoria que la más exhaltada fantasía no hubiera podido imaginar.

Hiroshima y Nagasaki
El 6 de agosto de 1945, Merriman Smith informa sobre el estallido de la bomba atómica en Hiroshima: “El Presidente Truman, nos dice, acogió la noticia con una alegre excitación. Estrechó la mano del Capitán Graham y exclamó: éste es el mayor acontecimiento de la historia mundial. Una amplia y orgullosa sonrisa iluminaba su rostro”.
No era para menos. Más de 100.000 seres humanos habían sido asesinados con una sola movida. Toda una proeza.

Plan Morgenthau
En la Conferencia de Quebec que tuvo lugar el 16 de septiembre de 1944 y de la que participaron Roosevelt y Churchill, quedó definida la política que seguirían los aliados respecto de Alemania una vez lograda la victoria.
Tal política fue redactada por el judeocomunista Harry Dexter White y se conoció con el nombre de Plan Morgenthau. De acuerdo con este Plan, Alemania sería dividida, su industria desmontada, las escuelas y universidades clausuradas y sus políticos, jefes de estado mayor y miembros del Partido, fusilados.
Alemania sería convertida en un país agrícola. También se preveía el trabajo forzado en el extranjero, la destrucción de los patrimonios privados y públicos del conjunto de los alemanes.
La monstruosidad del plan hizo exclamar al Secretario del Departamento de Asuntos Exteriores de Estados Unidos, C. Hull: “Esto significa que sólo el sesenta por ciento de la población alemana dispondría de medios de vida. El restante cuarenta por ciento se vería obligado a morir de hambre”.
El plan se aplicó rigurosamente hasta 1947. A partir de entonces, las vicisitudes de la política internacional aconsejaron a los norteamericanos no proseguir con el cumplimiento a ultranza de una venganza que significaba la muerte de 30.000.000 de hombres y la consiguiente consolidación del marxismo en el corazón de Europa.

La U.R.S.S.
El 20 de enero de 1940, Mr. Churchill dijo por radio Londres: “De todas las tiranías de la historia la bolchevique es la peor, la más destructiva y la más denigrante. La esclavitud bolchevique es peor que la muerte”.
A pesar de esas palabras de verdad, al poco tiempo no tuvo empacho en declarar que “con tal de ganar la guerra me alío con el diablo”.

Ekaterinburgo
El 21 de marzo de 1917, el gobierno provisional ruso en concordancia con la Duma procedió al arresto del Zar y se le confinó en Tsarskoie-Seló. Posteriormente y en compañía de sus familiares es conducido y alojado en el Palacio Alejandro.
El 25 de abril de 1918 el prisionero es llevado a Ekaterinburgo, en las proximidades de los Montes Urales y el 20 de mayo se le reúne con el resto de sus familiares.
El grupo de los cautivos estaba formado por once personas que eran: El Zar Nicolás II; la Zarina Alexandra Feodorowna, prima del Kaiser Guillermo II y nieta de la Reina Victoria de Inglaterra; el Cesarievitch Alexis Nicolaievich; la Gran Duquesa Olga; la Gran Duquesa Tatiana; la Gran Duquesa María; la Gran Duquesa Anastasia; el médico Eugenio Botkin; la camarera Demidova; el cocinero Karitonov y el servidor Trup.
En la noche del 16 al 17 de julio de 1918, ya instalados en el poder las huestes de Lenin y Trotzky, se resuelve la liquidación física de la familia imperial.
Ahorraremos a los lectores los detalles de la espeluznante carnicería. Sólo diremos que los detenidos fueron abatidos a tiros y rematados a culatazos y bayonetazos. A continuación se procedió al saqueo de las pertenencias de las víctimas. Los cadáveres se trozaron con el empleo de hachas y cuchillos de grandes dimensiones y se sometieron a la acción corrosiva de 290 kilogramos de ácido sulfúrico y de abundantes cantidades de gasolina llevadas exprofeso. Sobre lo que aún quedaba se arrojaron 10 granadas de mano. Por último se recogieron los despojos y se tiraron en un pantano ubicado en las cercanías.
Fue un típico acto de “justicia proletaria” tal como la entienden los bandidos rojos.
La consigna de Lenin: “No puede concebirse una dictadura del proletariado sin terror y violencia”, así como la no menos elocuente de Latzis: “no hacemos la guerra a los individuos: exterminamos a la burguesía como clase”, eran escrupulosamente acatadas por los sicarios a las órdenes del chequista Yurovsky.

Katyn
En abril de 1943 la radio alemana anuncio el descubrimiento de las fosas de Katyn y dio los nombres de las víctimas identificadas. Los cadáveres —oficiales polacos prisioneros de los soviéticos en número de 10.000— fueron hallados en inmensas fosas comunes con las manos atadas en las espaldas y un tiro en la nuca. El genocidio tuvo lugar, según los expertos, entre marzo y mayo de 1940.
El crimen en masa fue verificado por una comisión de médicos internacionales que se trasladaron a los bosques de Katyn situados en las proximidades de Smolesko. Las autoridades polacas en el exilio también tuvieron oportunidad de constatarlo y no tardaron en ponerlo en conocimiento de los mandatarios británicos y estadounidenses.
No obstante la total evidencia de que los ejecutores habían sido los comunistas, Gran Bretaña, Estados Unidos y la URSS, en el colmo del cinismo, declararon el 30 de octubre de 1943, en nombre de las Naciones Unidas, que el fusilamiento colectivo de la oficialidad polaca había sido obra de los alemanes.
Mucho más tarde, en Nuremberg, cuando la responsabilidad soviética sobre la matanza de Katyn era un secreto a voces, el fiscal moscovita en un alarde de sangre fría y de impudicia dijo que “correspondía a los alemanes el delito del asesinato de la oficialidad polaca”.
Los demás integrantes del Tribunal que estaban predispuestos a apoyar cualquier injuria que pudiese perjudicar a los vencidos, estimaron que la iniciativa excedía los límites de lo tolerable —lo que era mucho decir—, y guardaron discreto silencio.
En cambio, Lord Hankey en la Cámara de los Lores, el 5 de mayo de 1949, decidió acabar con el matrimonio satánico mantenido con el estuprador soviético y declaró: “Hubo algo de cínico y repugnante en el espectáculo de jueces británicos, franceses y americanos sentados junto a unos colegas —los rusos— que representaban a un país que antes, durante y después de los juicios, había perpetrado más de la mitad de todos los crímenes políticos existentes”.
Y el cerdo del habano, aquél de la alianza con el diablo, en plena Cámara de los Lores, se vio obligado a confesar: “Señores, lo que sucede con los soviets rusos no tiene nombre. Nuestro aliado contra Alemania sobrepasa todas las marcas de la hipocresía y de la traición. El régimen comunista no sólo esclaviza millones de seres humanos, sino que en sus relaciones con los demás estados hace gala de un cinismo frío y de una brutalidad feroz que ofenden a la civilización cristiana. . . La Unión Soviética pretende apoderarse del mundo para marcarle con el sello de la abyección más infame”.
Demasiado tarde para lamentarse.

Teherán
En el curso de la Conferencia de Teherán, y en presencia de Roosevelt y de Churchill, el mariscal (?) Stalin ofreció un brindis que por su profundo sentido cristiano no dejó de emocionar a sus comensales: “Propongo, dijo, que bebamos por la justicia más rápida posible para todos los criminales de guerra de Alemania: justicia ante un piquete de ejecución. Bebo por nuestra unidad para despacharlos tan pronto como los capturemos a todos ellos, y deben ser, por lo menos, 50.000”. La realidad demostró que las piadosas intenciones del georgiano se multiplicaron por cien.

El anti-imperialismo soviético
La Unión Soviética, campeona de los derechos humanos y protectora infatigable de las naciones más débiles, exhibía en los umbrales de la Segunda Guerra Mundial, una performance más que envidiable.
En efecto: desde 1917 hasta 1939 había colgado de la ganchera del marxismo-leninismo a Armenia, Georgia, Azerbaïdjan, Kazakhstan, Kirghizia, Tadjikstan, Tanu Tuva, Mongolia Exterior, Carelia Oriental y Ucrania.
Antes del ataque de la Wehrmacht se había engullido Carelia Occidental, Petsamo, Viborg, Lituania, Letonia, Estonia, Besarabia, Bukovina y la mitad de Polonia.
La cosa no para allí. Después de la guerra librada contra el expansionismo prusiano, el Hermano Mayor extendió su abrazo fraternal sobre Prusia Oriental, sobre más territorio polaco, sobre la Turenia Transcarpática y Sakhalin del Sur.
Y como el apetito viene comiendo, de una dentellada se tragó Alemania Oriental, Bohemia y Moravia, Eslovaquia, Hungría, Rumania, Bulgaria, Polonia entera con los territorios que se habían usurpado a Alemania, Albania y Yugoeslavia. Estas dos últimas naciones mantienen desde hace un tiempo una disputa familiar con la metrópoli.
A este pecadillo de incontinencia gastronómica, hay que sumarle inmensos territorios del África, del Asia —Corea del Norte, Indochina— y de América —Cuba y Nicaragua—.
Como puede apreciar cualquier inteligencia no obnubilada por los prejuicios fascistas, la fraternidad militante y no parlante de la orden de San Carlos Marx ha llevado la felicidad a más de 1.500.000.000 millones de seres humanos. Y para protegerlos de las insidias y de la provocación de las decadentes burguesías se ha resignado a construir 95 Km. de fosos, 102 Km. de alambradas electrificadas; 238 fortines y 202 miradores artillados en la zona de Berlín. Los mal pensados le llaman el Muro de la Vergüenza.

Comportamiento de las tropas rojas
Ilya Ehrenburg, judío y ministro de propaganda soviético, con fecha 28 de abril de 1945, dio a conocer la siguiente orden del día al ejército : “Los soldados rojos arden como si fueran de paja, para hacer de los alemanes y de su capital una tea encendida de su venganza; para vosotros, soldados del ejército rojo, la hora de la venganza ha sonado. .. Desgarrad con brío el orgullo racial de las mujeres alemanas; tomadlas como botín legítimo. ¡Matad! ¡Destruid, bravos y aguerridos soldados del Ejército Rojo!”.
Por una pieza documental de esa naturaleza de origen nacionalsocialista, los judíos estarían dispuestos a ceder Jerusalén. Pero ello es imposible. En cambio las hallamos en abundancia en los archivos de los civilizadores que se llenan la boca con las palabras libertad y democracia.
Y como en el mundo tenebroso del marxismo ninguna bestialidad queda como una pura expresión de deseos, acompañamos unos tramos la marcha, de las hordas bolcheviques para registrar su comportamiento.
La víspera del Domingo de Ramos, 24 de marzo de 1945, los rusos ocuparon Neisse, en la Silesia Alta. Quedaban allí 20 religiosos, doscientas monjas y unos 2.000 vecinos. Los soldados estaban poseídos por la fiebre del saqueo. Continuamente violaban a las muchachas, mujeres y monjas. Los soldados con los oficiales delante formaban largas colas ante sus víctimas. En la primera noche violaron a muchas hasta cincuenta veces. Las monjas que se defendían eran asesinadas y llegaban a tal agotamiento físico que no tenían fuerzas para defenderse. . . Las mismas escenas se repetían en los hospitales y asilos de ancianos. Hasta las monjas de 70 y 80 años, que enfermas y paralíticas estaban en cama, eran violadas y maltratadas por estos hombres sin entrañas... A un asilo de ancianos dirigido por monjas le prendieron fuego desde el sótano de tal modo que casi todos los asilados murieron presa de las llamas y del humo.
¡Y pensar que los soldados alemanes eran fusilados por sus mandos si eran sorprendidos en actos de pillaje o de abuso en perjuicio de la población ocupada!
¡Los milagros que obra la propaganda!

Rudolf Hess
Rudolf Hess murió (?) el 18 de agosto de 1987 en la cárcel de Spandau. Tenía 93 años. La Cárcel del Spandau, con sus 586 celdas, se fue quedando vacía. La presencia de un sólo prisionero justificó su existencia durante muchos años.
¿Qué crimen imprescriptible se le imputó a Hess?
Rudolf Hess fue lugarteniente de Adolf Hitler. En 1941 aceptó la misión de ser trasladado a Gran Bretaña para concertar una paz honorable entre ese país y su Alemania natal.
Alemania aborrecía la idea de un enfrentamiento con las potencias del oeste. En cambio, estaba determinada a comprometer todos sus recursos materiales y humanos en una guerra a vida o muerte contra la Unión Soviética.
Rudolf Hess fue, pues, un mensajero de paz. Los poderes fácticos lo trataron como a un provocador. Se le hizo prisionero. Se le maltrató. Se le “juzgó” en Nuremberg y se le aplicó condena perpetua.
Con los años se realizaron diversas gestiones para lograr su excarcelación. Todo terminaba entre la cobardía de los aliados occidentales y el odio irreductible de la fiera roja.
En el mundo de las democracias y del marxismo es común exonerar de culpas a los espías atómicos, a los traidores de toda laya, a criminales encaramados en las altas esferas de los gobiernos. Alguno, incluso, fue honrado con el Premio Nobel de la Paz.
Para un hombre de estirpe heroica, para un auténtico Héroe de la Paz, no existe el reconocimiento ni la misericordia.
La inicial ignominia británica fue armónicamente acompañada por el falso sentimentalismo democratoide y remachada, en todo el transcurso de estos 46 abominables años, por la baba jadeante y venenosa de los chacales moscovitas.

El costo en vidas del experimento comunista
Según cálculos en extremo conservadores, los turiferarios de Marx, Lenin, Trotzky, Stalin y Mao, se vieron en la necesidad de encarar la humanitaria decisión de suprimir ciento cincuenta millones de personas, para facilitar el parto de la nueva sociedad donde la ausencia de amos y de esclavos posibilitaría la realización de una vida plena de libertad y felicidad.
Todo parece indicar que la cosa estuvo bien encaminada. Porque gracias a la benemérita Nomenklatura que se viste con los modistos y los diseñadores italianos, que usufructúa de suntuosos dachas en los más selectos centros de veraneo de la Santa Rusia, que viaja en Mercedes Benz conducidos por choferes con uniforme y que ocupa las residencias de lujo de las ciudades, entre otras gabelas, gracias, decimos a esta esforzada clase dirigente, doscientos millones de rusos en overoll, en alpargatas, viviendo a razón de uno cada cuatro metros cuadrados y comiendo lo que pueden tienen la sensación de haber alcanzado la igualdad que tanto anhelaban.

Algunos juicios sobre el marxismo
El 30 de enero de 1937, en plena cruzada española, el Cardenal Gomá a la vista de los estragos producidos por los homínidos comunistas, dijo: “...llega la ilicitud a la monstruosidad cuando el enemigo es este monstruo moderno, el marxismo o comunismo, hidra de siete cabezas, síntesis de toda herejía, opuesto diametralmente al cristianismo en su doctrina religiosa, política, social y económica”.
El mismo hombre de la Iglesia, quizá por no haber capturado el profundo sentido espiritual del accionar de los chekistas españoles, escribió: “Dolor de haber visto a España envuelta en una ola de barbarie como no se da en las tribus de África. El plomo homicida ha destrozado el cerebro del sabio, del político, del literato, del hombre de negocios, sólo porque eran el soporte y la gloria de una civilización que reconoce algo más que la salvaje civilización marxista, que trata de reducirnos a la condición de parias, de seres de un rebaño humano”...
Entre nosotros, otro reaccionario, el General San Martín, en carta al General Castilla del 15 de abril de 1849 le cuenta: “El inminente peligro que amenazaba a la Francia en lo más vital de sus intereses, por los desorganizadores partidos de terroristas, comunistas y socialistas, todos reunidos al solo objeto de despreciar no sólo el orden y la civilización, sino también la propiedad, la religión y familia, han contribuido muy eficazmente a causar una reacción favorable en favor del orden”.
Por su parte, el fascista Juan Manuel de Rosas en carta a Josefa Gómez de 1871, en relación con la Internacional marxista dice : “... sociedad de guerra y de odio que tiene por base el ateísmo y el comunismo, por objeto la destrucción del capital y el aniquilamiento de los que lo poseen, por medio de la fuerza brutal del gran número que aplastará a todo cuanto intente resistirle. Tal es el programa que, con una cínica osadía, han propuesto los jefes a sus adeptos... Sus reglas de conducta son la negación de todos los principios sobre que descansa la civilización”.
Alexander Solzhenitsyn, uno de los pensadores más importantes de nuestro tiempo y el testigo más temido de la trágica experiencia comunista, nos enseña que la ideología marxista está muerta y exhala, en consecuencia, olor a cadaverina.
Lo cual no es óbice, agregamos nosotros, para su propagación. Y eso por la sencilla razón que la envidia, que es la enfermedad más extendida entre el género humano, transforma a los fracasados en necrófagos insaciables.

Los judíos
En el centro de los acontecimientos que condujeron a la última contienda mundial encontramos multitud de judíos. De igual origen confesional y racial fueron muchos de los hombres que cometieron los más odiosos crímenes contra los vencidos, según hemos podido comprobar a lo largo de este esbozo.
Esta es la razón por la que consideramos pertinente dedicar unas líneas para caracterizar a un pueblo que en el momento de desarrollarse los acontecimientos que motivaron el libro de Bardéche, aún no se había constituido en Estado Nacional.
Hurguemos pues, en la historia lejana y en la conducta contemporánea en procura de hallar los pergaminos que puedan legitimar la pretensión judía de constituirse en fiscales de individuos y naciones en nombre de la justicia y de los muy respetables derechos humanos.

Antiguo Testamento
En el Deuteronomio, Cap. 20, Vers. 10/14 encontramos : “Cuando te aproximes a una ciudad para combatirla, le brindarás, primero, la paz y si te da respuesta de paz y te abre las puertas, todo el pueblo que en ella se encuentra quedará tributario tuyo y te servirá. Más, si no trata paces contigo y te declara la guerra, la sitiarás. Yahveh, tu Dios, la entregará en tu mano y pasarás a cuchillo a todos sus varones.
Sólo las mujeres, los niños, el ganado y cuanto botín hubiere en la ciudad guardarás para tí y disfrutarás de los despojos de tus enemigos, que Yahveh, tu Dios, te ha entregado”.
En el Cap. 20, Vers. 16, podemos leer: “Pero de las ciudades de estos pueblos que Yahveh, tu Dios, te va a dar en posesión, no dejarás viva alma alguna, sino que consagrarás a completo exterminio al hitita, al amorreo, el cananeo, el perezeo, el jivveo y el yebuseo”.
¿El bondadoso Yahveh no habrá dejado a alguien fuera de la lista?
En Números, Cap. 31, Vers. 7 y siguientes está escrito: “Y pelearon contra Madián, como Yahveh había mandado a Moisés, y les mataron todos los varones... Los hijos de Israel se llevaron cautivas a las mujeres de Madián y sus pequeñuelos y saquearon todo su ganado, todos sus rebaños y toda su hacienda. Incendiaron todas sus ciudades en los diversos puntos de su residencia y todos sus campamentos. Luego cogieron todo el botín y toda la presa hecha con hombres y en ganado y condujeron los cautivos, el botín y la presa donde Moisés, al sacerdote Elazar y a la comunidad de los hijos de Israel, que estaba en el Campamento. . . Moisés, el sacerdote Elazar y todos los príncipes de la comunidad salieron a recibirlos fuera del campamento. Enojóse Moisés contra los jefes del ejército, kiliarkas y centuriones que tornaban de la expedición guerrera y les dijo: «Pero, ¿habéis dejado con vida a todas las mujeres? Ahora, pues, matad a todo varón entre los párvulos y a toda mujer que haya conocido varón cohabitando con él. En cambio a todas las muchachas que no hayan tenido ayuntamiento con varón conservadlas en vida para vosotros»”.
Evidentemente se trata de todo un himno a los derechos humanos.
Lo que nos sorprende vivamente es la notable analogía del texto precedente con la desvastación de Dresde y con el trato concedido a las poblaciones alemanas de Prusia Oriental, Pomerania, Silesia y país de los Sudetes obligados a abandonar sus hogares centenarios en condiciones de ferocidad tal que provocaron más de 4.500.000 muertos.
En I Samuel, Cap. 15, Vers. 2 y sig. nos hallamos otra vez frente a la figura indulgente de Yahveh. Así ha dicho Yahveh: “He considerado lo que Amaleq hizo a Israel, que se le opuso en el camino cuando éste subía de Egipto. Pues ahora ve y destroza a Amaleq y extermínale con cuanto posee, sin compadecerte de él, antes bien, matarás hombres y mujeres, muchachos y niños de pecho, toros, y ovejas, camellos y asnos”.
¡Si en vez de Yahveh hubiera sido Adolf Hitler el autor de las caritativas recomendaciones que transcribimos... !
Para terminar con estas citas que parecen sacadas de las obras maestras del terror, nos trasladamos al libro de Ester, Cap. 13, Vers. 4 y sig. Hamán tuvo la mala suerte de observar las costumbres de los judíos y de informar al Rey “que entre las tribus esparcidas por la tierra anda mezclado un pueblo de mala entraña, contrario por sus leyes a toda nación, y que desdeña continuamente las órdenes de los reyes para que no logre estabilidad la acción coordinada de nuestro gobierno...” Y proponía su eliminación.
El pobre Hamán no sabía con quién se había metido. Ester en el Cap. 9, nos enseña cómo proceder frente a los despistados.
En el Vers. 5 dice: “Los judíos hirieron a todos sus enemigos a golpe de espada, matanza y exterminio, e hicieron en sus adversarios cuanto le plugo”. En el Vers. 6 agrega: “En Susa, la acrópolis regia, mataron los judíos y exterminaron a quinientos hombres y a los diez hijos de Amán”.
En el Vers. 16: “Y el resto de los judíos que habían en las provincias del rey se reunieron y defendieron su vida, y quedáronse tranquilos de sus enemigos, matando de sus contrarios a setenta y cinco mil...”
Menos mal que se quedaron tranquilos. Para la época en que tuvo lugar semejante masacre, la cifra no está mal. Sería el equivalente de 10.000.000 al cambio del día, debidamente actualizado. Algo más que los 6.000.000 de la fábula con que nos aturden continuamente.
En el Vers. 17 termina : “Fue esto el día trece del mes de Adar, y descansaron el día catorce del mismo, al que declararon día de convite y alegría”.
Bien merecían el descanso después de tanta faena. Es la famosa celebración de la Fiesta del Purim.
Advertimos que la densidad de los textos resulta sofocante, por eso será mejor dejar el Antiguo Testamento y pasar a nuestros días.
Como en la vida todo cambia y evoluciona, podría pensarse razonablemente que lo que fue ayer, hoy mudó de naturaleza. Para averiguarlo nada mejor que incursionar en la historia más reciente de los sumisos seguidores del bueno de Yahveh.
El 8 de febrero de 1920 un periodista llamado W. Churchill escribió: “Es posible que esta raza sorprendente esté en el proceso de creación de un nuevo sistema filosófico y político, tan malévolo como benévola fue la Cristiandad, el cual, si no es contrarrestado, destruirá irremediablemente todo lo que el Cristianismo ha hecho posible. Estos movimientos revolucionarios entre los judíos no constituyen una novedad. Ellos han sido los inspiradores de todos los movimientos subversivos acaecidos en el Siglo XIX; y ahora, esta banda de extraordinarias personalidades de los bajos fondos de las grandes urbes de Europa y América ha agarrado al pueblo ruso por el pelo y se ha convertido en la dueña indiscutible de ese enorme imperio... El predominio de los judíos en las instituciones soviéticas es sorprendente... el sistema terrorista aplicado por la Cheka ha sido ideado y llevado a cabo por hebreos y, en ciertos casos notables, por hebreas. El papel jugado por los revolucionarios judíos en esa sangrienta locura es asombroso”.
B. Disraeli, eminente estadista inglés de origen judío, en su obra Life of Lord G. Bentinck señala: “El pueblo de Dios coopera con los sin Dios; los más ardientes acumuladores de la propiedad se unen a los comunistas... Y todo ello tan sólo porque quieren destruir la Cristiandad”.

La Acción directa
En julio de 1946, miembros de la organización terrorista sionista Irgun, colocaron una bomba en el Hotel King David, de Jerusalén, donde funcionaba el cuartel general británico. Como consecuencia de la explosión murieron noventa y dos hombres y mujeres y hubo cuarenta y cinco heridos, en su mayor parte dedicados a tareas administrativas. El jefe de Irgun era Menaghem Begin, quien años después sería Primer Ministro del Estado de Israel.
En 1978, en una elección que puede ser calificada de sangrienta ironía, el señor Begin recibía el Premio Nobel de la Paz.
En la noche del 9 al 10 de abril de 1948, las organizaciones terroristas Irgun y Stern, en acción combinada se abalanzaron sobre la pequeña aldea campesina de Deir Yassin, donde vivían 600 personas dedicadas a la agricultura. El día 10 la Cruz Roja Internacional pudo contar los cadáveres de 254 hombres, mujeres y niños.
Con relación a esta obra de caridad de factura hebrea, el historiador británico Arnold Toynbee expresó: “Desde el establecimiento de Israel, el colonialismo israelí es uno de los casos más negros en la historia completa del colonialismo en la Edad Moderna, y su negrura es puesta de relieve por la época. Los sionistas de Europa Oriental han practicado el colonialismo en Palestina en la forma extrema de desalojo y despojo de los habitantes árabes nativos, en el mismo momento en que los pueblos de Europa Occidental han renunciado a su dominación temporaria sobre los pueblos no europeos”.
La conquista de Palestina es un rosario macabro de saqueos, atropellos y asesinatos que sobrecogen el espíritu. No haremos un recuento exhaustivo de tanta tropelía. Como broche final que sintetiza todo lo realizado antes y después, haremos una rápida referencia a la inmolación de Sabra y de Shatila.
El miércoles 15 de septiembre de 1982, el ejército israelí, auxiliado por voluntarios libaneses y con una poderosa cobertura aérea, inició la invasión de El Líbano. Durante cuatro días se dedicó a la matanza de civiles y a la destrucción de sus hogares, concentrados en los campamentos de Sabra y Shatila en las proximidades de Beirut. El saldo del salvajismo represor fueron 5.000 personas asesinadas, y si se cuentan los desaparecidos, la cifra se eleva a 7.000.
Ochocientos mil palestinos expulsados, mediante el empleo sistemático del terror, de sus tierras milenarias y amontonados como parias en tugurios infectos, sometidos a la inexorable acción del hambre, de la mugre y de las enfermedades, son el testimonio vivo y lacerante de los sentimientos humanitarios que guían la acción de los máximos dirigentes del sionismo.

Germany Must Perish
A mediados de 1941 el gobierno y el pueblo alemanes fueron violentamente conmovidos por la aparición del libro Germany Must Perish del judío Theodor N. Kaufman. Allí se sostenía que los alemanes de cualquier origen, condición, fe e ideología, debían perecer y que al terminar la guerra se dispondría de 20.000 médicos para que procedieran a la esterilización de todos los hombres y mujeres en edad de procrear y así lograr, al cabo de sesenta años, la extinción completa de la raza germana.
El pueblo alemán, diligentemente informado por su ministro de propaganda el Dr. Goebbels acerca de las piadosas intenciones de los mansos judíos, apretó filas alrededor de sus dirigentes y se preparó para sostener una lucha sin cuartel, en salvaguarda de su supervivencia como Nación y como etnia.

Exacciones a los alemanes
Por el Tratado entre la República Federal e Israel suscripto en septiembre de 1952, Alemania asumía el compromiso de abonar al Estado de Israel la astronómica suma de tres mil millones de marcos alemanes en bienes y servicios por un lapso de doce años.
En virtud de ello los alemanes instalaron cinco usinas eléctricas que cuadruplicaron la capacidad generadora de Israel, se modernizó la red ferroviaria, se entregaron cuatrocientos vagones cubiertos con sus respectivas máquinas, se amplió el sistema telefónico y telegráfico, se modernizó el puerto de Haifa, se proveyeron los equipos para la explotación mineral, se construyeron 280 kilómetros de cañerías gigantes para la irrigación del Negev, se entregaron 59 naves, dos lanchas para aduana y cuatro buques de pasajeros y se instaló íntegramente una acería, se suministraron 200.000 toneladas de hierro y miles de toneladas de otras materias primas. También se entregaron aviones, tanques, submarinos, camiones, cohetes antiaviones y antitanques. Amén de toda clase de municiones.
Esas extorsiones sumadas a las exigidas por quienes sufrieron presuntos daños en sus personas y/o propiedades en Alemania y en los países que durante la guerra ocuparon los alemanes. habían elevado las contribuciones de la República Federal a fines de 1974, a la cifra de cincuenta y dos mil millones de marcos, equivalentes al cambio del día en que se escribe este artículo, a casi veintiocho mil millones de dólares.
Téngase presente, insistimos, en que el Estado de Israel no existía cuando tuvo lugar el conflicto que originó los reclamos y repárese, asimismo en la circunstancia por demás curiosa, que sólo la República Federal estuvo obligada a afrontar las indemnizaciones, no así la parte de Alemania que permanecía bajo la férula del imperialismo soviético.

Adolf Eichmann
Los argentinos tenemos una cuenta pendiente con la insolencia sionista. El 11 de mayo de 1960, el coronel Eichmann fue secuestrado por comandos clandestinos israelíes que operaban en territorio nacional. Convenientemente camuflado fue enviado a Israel en donde al cabo de una parodia de juicio fue sentenciado a morir en la horca, tal como estaba establecido desde hacía 25 años.

Juicios lapidarios
Por todo cuanto llevamos expuesto no parece excesivo el juicio vertido por N. S. Jesucristo y recogido por San Juan en el Cap. VIII, Vers. 44 de su Evangelio: “Vosotros sois hijos del diablo...”
Ni la gráfica caracterización de Nuestro Señor Jesucristo reproducida por San Mateo, Cap. XXIII, Vers. 34: “serpientes, raza de víboras”.
Ni las cáusticas expresiones de San Pablo, Tes. la, Cap. II, Vers. 15: “Los cuales también mataron al Señor Jesús y a los profetas y nos han perseguido a nosotros y no son del agrado de Dios y son enemigos de todos los hombres”.
Como broche de oro a nuestras meditaciones sobre los judíos, reproduciremos el pronunciamiento registrado en la sesión plenaria 2400a. del 11 de noviembre de 1975, en el seno de las Naciones Unidas, que como es de público conocimiento, no se trata de una Institución nacida del celo fundacional de los Padres Peregrinos.
En la parte pertinente declara: “...que el sionismo es una forma de racismo y discriminación racial”.

Un nuevo amanecer
En la bibliografía especializada que figura al final de este trabajo, podrá hallar el lector la reconstrucción coherente de la historia de los últimos ochenta años. Ninguno de los autores, incluido el propio Bardéche, fue impelido a encarar tan peligrosa labor por razones de prejuicios irracionales. Muchos de ellos estuvieron del bando de los aliados durante la guerra.
A su término fueron sorprendidos y sepultados por un alud de falsificaciones, de calumnias, de iniquidades, que desafiaban frontalmente todas sus vivencias, todas las realidades conocidas, su propio acervo cultural, y no encontraron más alternativa que salir a la palestra con la íntima convicción de lograr el restablecimiento del imperio de la verdad.
En el bando vencedor se pensaba y aún se piensa, que “la victoria no es completa más que si, después de haber forzado la ciudadela, no se violentan también las conciencias”, como con su lucidez acostumbrada observa Bardéche.
Los tiempos de la literatura concentracionaria que tantos dividendos ha reportado a los eternos saltimbanquis se está acabando.
Con razón les advertía Bardéche a los oportunistas profesionales: “Temed el día que se escriba la historia verdadera de esta guerra”.
La historia verdadera terminó de escribirse o está en las páginas finales.
Los tartufos que en nombre de la democracia y la libertad se adjudicaron el ominoso derecho al veto se están poniendo nerviosos.
El arte horrible de la justicia, de que nos hablara el Dante, y del que se abusara en las jornadas aciagas de Nuremberg, también está en la picota.
Para las nuevas generaciones la finalidad trascendente de la lucha del Nacionalsocialismo estará expresada de manera conmovedora e intergiversable, en la orden impartida por el Almirante Dönitz, el 7 de mayo de 1945, vale decir, momentos antes de la rendición incondicional que le fuera impuesta, en el sentido de que la totalidad de los cañones de la Wehrmacht quedaran apuntando hacia el enemigo asiático.
Cuando el contenido profundo del Nacionalismo, que fuera sostenido al precio de la vida de millones de combatientes, sea cabalmente aprehendido, la derrota mundial de 1945, cuyas últimas consecuencias estamos padeciendo, será relegada a la historia.
A partir de entonces la droga, la fealdad, los vicios nefandos, la mentira, todo cuanto configura el cuadro de degeneración y de decadencia inherentes a las mistificaciones de las plutocracias y burocracias triunfadoras, se alejarán del escenario para refugiarse en los antros de los que no debieron salir jamás.
Un hálito de vida nueva y eterna volverá a adueñarse de las voluntades y de las inteligencias para plasmarse en un nuevo orden de belleza creadora.

RODOLFO SEGURA

 

Bibliografía del estudio preliminar
Bardéche, Maurice. “El huevo de Colón”. Editorial de Autores. Buenos Aires,. 1954.
Bertrand, Louis. “Hitler”. Editorial Zig Zag. Santiago de Chile.
Bochaca, Joaquín. “Historia de los vencidos”. Ediciones Bau. Barcelona, 1976.
Bochaca, Joaquín. “Los crímenes de los «buenos»”. Ediciones Huguin. Barcelona, 1982.
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Borrego, Salvador. “Derrota Mundial”. Editorial Nuevo Orden. Buenos Aires, 1977.
Borrego, Salvador. “Infiltración Mundial”. Fuerza Nueva Editorial. Madrid, 1976.
Bover y Cantera. “Sagrada Biblia”. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, 1947.
Degrelle, León. “Firma y rúbrica”. Ediciones Dyrsa. Madrid, 1986.
Greelen, L. Van. “Vendidos y traicionados”. Ediciones Acervo, Barcelona, 1965.
Gonzague de Reynold. “De dónde viene Alemania”. Editorial Pegaso. Madrid, 1946.
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Lombard, Jean. “La cara oculta de la historia moderna”. Fuerza Nueva. Editorial. Madrid, 1977.
Llorens Borras, José A. “Crímenes de Guerra”. Ediciones Acervo. Barcelona, 1973.
Marschalko, Louis. “Los conquistadores del mundo”. Editorial Nuevo Orden. Buenos Aires, 1982.
Mota, Jorge; Bochaca, Joaquín. “El problema judío”. Ediciones Wotan. Barcelona, 1980.
Rassinier, Paul. “La mentira de Ulises”. Ediciones Acervo. Barcelona, 1969.
Rassinier, Paul. “La verdad sobre el proceso Eichmann”. Ediciones Acervo. Barcelona, 1962.
Rassinier, Paul. “El drama de los judíos europeos”. Ediciones Acervo. Barcelona, 1976.
Solzhenitsyn, Alexander. “Alerta a Occidente”. Ediciones Acervo. Barcelona, 1978.
Spampanato, Bruno. “El último Mussolini”. Ediciones Destino. Barcelona, 1957.
Veale, F. J. P. “El crimen de Nuremberg”. Editorial AHR. Barcelona, 1954.
Yockey, Francis Parker. “Imperium”. Ediciones Bau. Barcelona, 1976.

REVISTAS
“Cedade”. N° 120. Barcelona, 1983.
“Estudios árabes”. N° 3 y 4. Buenos Aires, 1982.
“Estudios sobre el comunismo”. N° 10. Santiago de Chile, 1955.
“Thule. La cultura de la «otra» Europa”. Ediciones Bausp. Barcelona, 1979.

 

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