PREFACIO
JACQUES Mordal es el autor de un libro notable sobre la batalla de Dunkerque y de un estudio muy interesante sobre el fin del "Bismarck". Este marino nos ofrece boy un nuevo trabajo: "La campaña de Noruega".
Ya han aparecido cautivantes relatos de episodios heroicos que tuvieron lugar durante esta campaña. Pero, a nuestro saber, ninguna obra ha sido publicada en Francia que englobe, a la vez, un relato circunstancial de los hechos y el estudio de sus causas profundas e inmediatas. En virtud de esto, así como en razón de la solidez e imparcialidad de su documentación, ella merece retener la atención, no sólo de los técnicos, sino también del gran público. Pues la historia de esta corta y animada campaña es fértil en enseñanzas.
Remontando a las causas, se puede preguntar si las empresas de Rusia no constituyeron las circunstancias determinantes en el génesis de los asuntos de Noruega. La guerra ruso-finlandesa, que hizo plantear abiertamente la cuestión de la intervención en Escandinavia, no era más que una fase de la maniobra rusa en dirección al Atlántico. Continuando la po-política de los zares, Stalin buscaba procurarse primeramente el dominio de las costas orientales del Báltico haciendo presión sobre Estonia y Lituania, luego sobre Finlandia. Esta última, se negó primeramente a someterse. Pero ella no podía esperar resistir por mucho tiempo. Las potencias occidentales no podían venir en su ayuda, a la vez en razón de su alejamiento y porque Gran Bretaña no quería, de ninguna manera, chocar con la U.R.S.S. Finlandia fué aplastada y en las condiciones de paz, muy duras, que le fueron impuestas, aparece el hilo conductor del pensamiento de Moscú, bajo la forma de los artículos 6 y 7 del tratado del 13 de marzo de 1940, exigiendo la construcción de rutas y de vías férreas que facilitarán la penetración rusa hacia la región de las minas suecas y hacia los fiordos más septentrionaies de Noruega, en un lugar donde el mar no se hiela nunca.
Si se consideran las condiciones bajo las cuales se preparó la expedición y las diferentes peripecias de su ejecución, conviene lamentar las imperfecciones de la alianza anglofrancesa durante el primer año de la guerra.
A pesar de los intereses comunes, los dos países estaban lejos de tener la misma concepción sobre la conducción de la guerra. En la campaña de Escandinavia, Inglaterra veía sobre todo las cargas que tendría que soportar, mientras que las franceses, tomando demasiado fácilmente sus deseos por realidades y prontos a lanzarse en una empresa de la que preveían incompletamente el desarrollo, se extrañaban de ciertas reticencias.
Del choque de estos dos estados de espíritu, nació un clima de incertidumbre y de indecisión que hizo preparar la expedición en muy malas condiciones. En el momento en que los aliados se decidían al fin a la acción, se vieron precedidos por un enemigo decidido que no tenía que consultar más que consigo. En resumidas cuentas, necesitó más o menos tanto tiempo la coalición anglofrancesa para tomar su decisión, como Hitler para poner a punto un proyecto, sin duda arriesgado, pero que tuvo el mérito de triunfar. Tuvimos entonces que improvisar una réplica que corrió la suerte de la mayoría de las improvisaciones. El descalabro aliado en Noruega central, fué el primer fracaso grave de los aliados en el curso de ese año desdichado. Él puso en evidencia todas las lagunas de nuestra colaboración militar y política con los británicos. La alianza estaba en su infancia todavía. La experiencia de la Gran Guerra había sido olvidada. Hubiera sido bueno dilucidar lealmente, desde el comienzo, algunas divergencias no confesadas, a fin de no tener que sufrir sus consecuencias.
Cierto es que esta lección de último momento podía difícilmente traer sus frutos, porque la rapidez con que se sucedieron los acontecimientos no dejó tiempo material para comprender todo su alcance.
La campaña de Noruega, a pesar de su brevedad, abunda en enseñanzas de orden táctico y estratégico.
Ella constituye la primera experiencia bajo el fuego, de operaciones combinadas. La naturaleza del terreno imponía una estrecha colaboración entre las fuerzas de tierra, de mar y aire, sobre todo porque los enlaces no eran posibles más que por vía aérea o marítima. Se realizaron experiencias interesantes, tales como los felices desembarcos de Bjervik y de Narvik. Los vehículos de desembarco revelaron a la vez sus imperfecciones y sus posibilidades, mediante ciertas mejoras.
Pero, sobre todo, la guerra de Noruega demostró de una manera ostensible el papel decisivo de la aviación en la guerra moderna y, especialmente en las operaciones anfibias. Ciertamente, la experiencia polaca, desde este punto de vista no había sido letra muerta para los aliados, puesto que en su plan inicial, uno de los primeros objetivos era la captura del gran aeródromo de Sola, cerca de Stavanger. Desgraciadamente, los ingleses abandonaron este objetivo desde que supieron que los alemanes pasaban a la acción. Fué esta, muy ciertamente, una de las causas de nuestros fracasos en Noruega central.
Los alemanes, al contrario, habían dado preponderancia a la acción aérea, al punto que consideraron, en cierto grado de su preparación, confiar la invasión de Noruega exclusivamente a la "Luftwaffe".
Si se decidieron, a continuación, a empeñar allí los tres ejércitos, la parte de la aviación no siguió siendo por ello, menos considerable.
La aviación táctica hostigó continuamente a las tropas aliadas y especialmente a los ingleses aventurados en el valle del Guadalcanal hasta Lillehammer. Ella provocó su retirada precipitada.
La aviación estratégica hizo la vida imposible al cuerpo expedicionario aliado de Namsos, destruyendo sistemáticamente sus bases e impidiéndole todo abastecimiento.
En Narvik, si los aliados consiguieron algo, es gracias al esfuerzo considerable realizado por la R.A.F. y por la aviación de portaaviones encargada de mantener, permanentemente, una protección de cazas sobre las tropas en operaciones. Cada vez que esa protección faltó, la situación se hizo rápidamente muy delicada.
Es en Noruega que el transporte aéreo fué, por primera vez, utilizado en gran escala.
La marina descubrió en Noruega el peligro mortal que le hacía correr la aviación. Por haberse aventurado delante de Bergen, el 9 de abril, sin ningún apoyo aéreo, la flota anglo-francesa sufrió pérdidas y, finalmente, tuvo que abandonar el terreno.
La situación de los neutrales es delicada.
Las potencias neutrales no tienen consideración más que por aquel que manifiesta su potencia. Si Noruega hubiese estado convencida de nuestra superioridad, ella nos habría acogido mucho más rápidamente y la campaña se hubiera, tal vez, desarrollado en condiciones más favorables.
El caso de Noruega en 1940, es una confirmación del hecho de que la neutralidad es una situación precaria. La misma no puede ser defendida más que por la fuerza de las armas, a menos que los dos antagonistas no tengan un interés igual en verla subsistir.
Noruega no poseía los medios para hacer respetar su neutralidad.
Sus bases, interesaban igualmente a ambos bandos.
Sin duda ella esperaba que, como en el año 1914, cada uno de los dos beligerantes se abstendría de intervenir, ante el temor de provocar al adversario a hacer lo mismo. Este razonamiento demostró ser equivocado. Desde su derrota de 1918. Alemania había comprendido que sus bases de partida eran insuficientes para llevar una guerra marítima contra Inglaterra.
Las preocupaciones de la guerra económica empujaron a los aliados a la ruta de hierro. Hitler no había tenido ningún escrúpulo que dejar de lado y los que los aliados podían tener al principio, habían concluido por desaparecer ante las necesidades de la guerra.
El Atlántico sigue siendo una de las más grandes arterias de la economía mundial; las recientes discusiones lo prueban. El interés alegado por todas las potencias sobre la decisión de Noruega en lo que respecta al Pacto del Atlántico, muestra bien que sus costas constituyen una de las llaves.
La neutralidad, así como la simple tranquilidad de ese pueblo valeroso, parecen pues fuertemente comprometidas en el futuro.
Resumiendo, la historia de la campaña de Noruega es la de una operación desafortunada, insuficientemente preparada y conducida, destinada, en consecuencia, desde su origen, a un contraste que nuestros reveses en Francia no hicieron más que precipitar.
Ella dio lugar a muy hermosos hechos de armas de los cuales los soldados, marinos y aviadores aliados pueden estar orgullosos.
Si ella nos hubiera sacado más pronto del sopor de Ja "drôle de guerre" (1), sus enseñanzas hubieran podido ser utilizadas para la campaña de 1940. Está permitido pensar que no todas se habrán perdido para la prosecución del conflicto, ya que las lecciones se extraen mejor de los combates desafortunados que de las grandes victorias.
En el momento en que las naciones occidentales tratan de organizar su defensa, el recuerdo de la campaña de Noruega nos debe recordar que una alianza no se improvisa.
Esta es una obra de largo aliento que necesita una suma de buena voluntad, de mutua comprensión y sobre todo de recíproca franqueza, que no se consiguen muy frecuentemente, por cierto, ¡más que en el crisol de la prueba!
Es por no haber sabido desde los primeros días, desempeñar su parte en estas cualidades indispensables, que los aliados conocieron la derrota de 1940.
Al menos que, para el futuro, estas lecciones produzcan sus frutos.
El libro de Jacques Mordal, que nos lleva a meditar sobre estos graves problemas, es un buen libro.
General Weygand.
(1) Expresión francesa equivalente a "guerra absurda", con que se designo el período de las operaciones realizadas entre la línea Sigfrido y la Maginot. (N. de E.). |