Libreria Argentina Libreria Argentina Libreria Argentina

 

La lucha por lo esencial

¿Suicidio étnico en una sociedad multirracial o renacimiento étnico y cultural de Europa enraizado en la tradición indoeuropea?

Pierre Krebs

La lucha por lo esencial - ¿Suicidio étnico en una sociedad multirracial o renacimiento étnico y cultural de Europa enraizado en la tradición indoeuropea? - Pierre Krebs

136 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2018
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 280 pesos
 Precio internacional: 13 euros

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¿Qué es esa impotencia que paraliza a nuestros pueblos y que los cobardes llaman «tolerancia»? ¿Qué es esa renuncia que pudre la voluntad y que los traidores denominan «prudencia»? ¿Qué es esa resignación que quiebra el valor y que los pusilánimes loan como «sensatez»? ¿Qué es esa mentira que no cesa de presentar todo lo que es falso como arquetipo de lo bueno, persiguiendo y reprimiendo a la vez todo aquello que es verdad? ¿Qué sacrílego Dios ha roto el pacto de amistad entre el hombre y la naturaleza? ¿Qué sentido debe darse a los valores existenciales que no se miden por las acciones del espíritu o del carácter sino que se pesan en las balanzas del mundo de los mercaderes? ¿De qué pantanos del espíritu se alza ese constante renegar de sí mismo, esa autocensura de la propia identidad, del Yo originario, esa concepción patológica de asumir la propia particularidad y la propia originalidad sólo a través del remedo del Otro? Todo un cúmulo de problemas se cierne sobre el yermo de una espiritualidad contemporánea allanada, domesticada. Nosotros estamos decididos a desenredar la maraña. Es necesario destruir las raíces de una epidemia que amenaza a la totalidad del planeta y que se llama «Civilización Occidental». Ya Julius Evola nos anticipaba que ésta "ha llevado a cabo la más absoluta perversión del orden razonable de las cosas. Reino de la materia, del oro, de la máquina, del número, en ella no hay ya ni aire, ni libertad, ni luz".
La mentira igualitaria propone una democracia sin «demos», pues ha demolido la integridad democrática del Estado al eliminar progresivamente el modelo helénico, fundado sobre los principios orgánicos y etno-culturales del Demos (del Pueblo), y sustituirlo simplemente por la voluble y cosmopolita institución del Parlamento. Quiebra la integridad constitucional del Estado al exigir que todas las naciones del mundo deberían transformar progresivamente sus constituciones según el modelo de un «Nuevo Orden Mundial». Finalmente, trastoca las dos últimas integridades del Estado, las de carácter esencial: la integridad territorial y la integridad étnica, que de ella depende.
Una sociedad que niega la existencia de las razas, paradógicamente, aboga por una sociedad "multiracial", demostrando que en realidad es tan poco tolerante ante las razas o los grupos étnicos, cuya disolución en la panmixia fomenta, como poco respetuosa de los paradigmas culturales particulares, contribuyendo a su desaparición en el molde igualitario y uniformizante del desarraigo identitario. No se da cuenta, o intenta ocultar, que cuanto más cuida un pueblo de su propia diferencia, más dispuesto está a tolerar las diferencias de los demás: sólo quien se interesa por sí mismo está dispuesto mostrar respeto a los demás.
El supuesto progreso nos lleva a la catástrofe. Cuando un pueblo ya no encuentra en sí mismo ni el fundamento de su existencia ni de sus creencias, o en otros términos, cuando dicho pueblo ya no se basta a sí mismo, está maduro para caer en dependencia y en la esclavitud y en ese preciso instante da comienzo su decadencia.
Detrás de la pantalla multicultural se exhorta a Europa a transformar su mentalidad, acallando así la esencia viva de su especificidad, apagando así la mirada politeísta de los claros ojos de Atenea y borrando incluso el recuerdo de aquella voluntad de autodominio que siempre ha alimentado e inspirado al auténtico hombre de cosmovisión indoeuropea.
El sistema todo considera a la idea identitaria como una amenaza intolerable. Esto es lógico: realidad biocultural constituye la única realidad que en un mismo instante amenaza a todas las cabezas de los dogmas universalistas: la cabeza mesiánica del judeocristianismo, la cabeza ideológica del liberalismo, la cabeza económica, individualista, tecnocrática y plutocrática.
Sin un regreso a nuestra tradición indoeuropea no habrá ninguna liberación, ninguna verdadera reconstrucción, no será posible la conversión a los verdaderos valores del espíritu, de la potencia, la jerarquía y del Imperio.
Pierre Krebs —uno de los más preparados académica e intelectualmente y uno de los más activos filósofos de la «Nueva Cultura» en Alemania— ofrece al lector todas las razones para tomar partido por el derecho a la diferencia, que no es sino el presupuesto fundamental tanto de la tolerancia y del renacimiento étnico y cultural como de la libertad y la vida.

 

ÍNDICE

Prólogo9
Prólogo complementario en un mundo en medio de sus ruinas27
I. MAHAPRALAYA
o Europa en la era de la disolución occidental
1. Las moiras han ascendido de nuevo a la superficie de la tierra41
2. El monoteísmo judeocristiano es la matriz de Occidente51
3 El Tratado de Maastricht acelera el proceso deseuropeización de Europa65
II. AMERICANOPOLIS
o La ocupación occidental del mundo
1. De la masificación a la masa solitaria de los espacios técnico-económicos de la sociedad mundial de mercado73
2. Los europeos «fast-foodizados» en un Occidente americanocéntrico81
Europa: ¿Un bastardo de América?85
Los tres estadios del mestizaje90
III. PANTA RHEI
«Todo fluye rítmicamente, todo fluye y se quiebra»
El golpe de Estado de la esperanza anuncia el nuevo encantamiento del mundo95
Un golpe de Estado intelectual96
Un golpe de Estado ético y estético98
IV. ELEUTHEROS
«El hombre que posee un origen es el hombre libre»
I. Los fundamentos de la diferenciación105
Heterogeneidad y polimorfismo106
La sociedad multirracial es una sociedad que desprecia las razas en tanto que es una sociedad que las extermina109
2. El territorio: un concepto clave115
La preservación de la paz está estrechamente vinculada a la conservación de la integridad territorial116
Bibliografía125

PREFACIO

 

Sin duda, el uno no conoció al otro, al igual que éste, con toda seguridad, nada supo del primero. Ambos lucharon en campos enfrentados. El primero —güelfo, sin ser del todo consciente de ello, pero cada vez más escéptico— luchó del lado de la civilización judeocristiana, a pesar de que todo en ella le era ajeno: espíritu, sensibilidad y carácter. El segundo —gibelino convencido— luchó en la trinchera de la otra Europa. Ambos fueron soldados por convicción y ambos cayeron: el primero en los cielos de Córcega, el segundo en Rusia. Pero ambos fueron poetas, poetas visionarios, que compartieron una misma repugnancia ante la uniformidad: ambos rechazaron el igualitarismo con todo su ser. Los valores de una Europa prometeica los unieron en su convicción en el derecho de los pueblos a la diferencia, anudando entre ambos poetas un lazo invisible e inquebrantable.
El nombre del primero fue Antoine de Saint-Exupéry. El del segundo, Kurt Eggers.
Dedico este libro a estas dos figuras señeras de Europa y hago don de mi esperanza en su común fe en Europa.
Que los partidos, las banderas y los símbolos cesen de separarnos en el instante identitario en el que tomemos conciencia de la sangre común que nos une.

Prólogo

 

¿Qué es esa impotencia que paraliza a nuestros pueblos y que los cobardes llaman «tolerancia»? ¿Qué es esa renuncia que pudre la voluntad y que los traidores denominan «prudencia»? ¿Qué es esa resignación que quiebra el valor y que los pusilánimes loan como «sensatez»? ¿Qué es esa mentira que no cesa de presentar todo lo que es falso como arquetipo de lo bueno, persiguiendo y reprimiendo a la vez todo aquello que es verdad? ¿Qué sacrílego Dios ha roto el pacto de amistad entre el hombre y la naturaleza? ¿Qué sentido debe darse a los valores existenciales que no se miden por las acciones del espíritu o del carácter sino que se pesan en las balanzas del mundo de los mercaderes? ¿De qué pantanos del espíritu se alza ese constante renegar de sí mismo, esa autocensura de la propia identidad, del Yo originario, esa concepción patológica de asumir la propia particularidad y la propia originalidad sólo a través del remedo del Otro? Todo un cúmulo de problemas se cierne sobre el yermo de una espiritualidad contemporánea allanada, domesticada. Una maraña de cuestiones que la historia ha entrelazado en un nudo gordiano que pareciera imposible desatar. Nosotros estamos decididos a desenredarlo, como lo habría querido la leyenda y como el propio presente exige. Es necesario destruir las raíces de una epidemia que amenaza a la totalidad del planeta y que se llama «Civilización Occidental».
Es penoso, pero resulta vano negarlo: la época actual, teñida con todos los síntomas de una decadencia que no encuentra barreras, es un tiempo despreciable. Bajo sus estructuras, que se descomponen a la luz del sol como un cadáver, la disolución social, política y cultural está sacando a la luz poco a poco la porosa osamenta de una civilización igualitaria condenada a muerte, haciendo patente así la absoluta desgracia que se abate sobre Europa y que puede abocarla al naufragio. En este estado de cosas, se comprende por qué en el mundo del arte lo deforme, lo débil o lo abiertamente patológico ha ido sustituyendo paulatinamente a lo bello, lo fuerte y lo armonioso; por qué en la escena política de nuestros parlamentos se paga a actores incapaces y sin escrúpulos para que día tras día traicionen al pueblo que los ha elegido con ingenuidad y buena fe, por qué las redacciones de los mass media rebosan de profesionales de la tergiversación que dejarían de entender el mundo si un día tuvieran que dejar de envenenar palabras, sonidos e imagines con sus mentiras, por qué en la era de la fisión nuclear, la cibernética y la genética, dogmas oscurantistas pugnan por uniformizar cada vez más la diversidad humana, contrayendo paulatinamente la multiplicidad de los valores, de manera que paso a paso el mundo se precipita en la desesperante monotonía de la uniformidad, de la mediocridad, de la repetición de lo Igual y del aburrimiento absoluto. Resumiendo: por qué lo económico, lo materialista y lo mecanicista determinan cada vez en mayor medida la concepción del mundo dominante en detrimento de lo político, lo espiritual y lo orgánico.
* * *
Es indudable que a todo hombre espiritualmente sano no podrían resultar nuevas ni ajenas nuestras reflexiones sobre lo fundamentado de la diferenciación humana y sobre el ancestral derecho a la diferencia. Posiblemente incluso se preguntarían por qué en la actualidad todavía se plantean dudas acerca de la existencia de las razas y sobre las leyes genéticas que las explican o por qué se reflexiona todavía acerca de los imperativos culturales que exigen su conservación y sobre los principios étnicos que legitiman dicha preservación. Cuestiones evidentes y apodícticas que ya Platón codificó en mayor o menor medida en su República, mucho antes de la aparición de antropología y la genética modernas, cuestiones, en definitiva, que en cualquier otra época más saludable de la historia no se abordarían jamás porque habrían sido aprendidas en la escuela primaria.
La exigencia de reavivar el problema del arraigo responde de hecho a la urgente necesidad de poner en orden de nuevo tanto hechos como ideas, una medida profiláctica dirigida al espíritu cuando el discurso de los tiempos (oscurecido por tabúes y dogmas) ha conseguido falsificar completamente la etimología de las palabras, desnaturalizando su sentido y ofuscando el entendimiento. Porque nuestra época no sólo es abyecta.
Es también una época demencial. Al decir esto, queremos dar a entender que el razonamiento igualitario ha logrado volver el mundo por entero del revés a fuerza de afirmaciones radicalmente falsas. Evola lo presintió de manera profética: «La actual civilización de Occidente está a la espera de una transformación fundamental sin la cual, antes o después, está condenada a la catástrofe. Ha llevado a cabo la más absoluta perversión del orden razonable de las cosas. Reino de la materia, del oro, de la máquina, del número, en ella no hay ya ni aire, ni libertad, ni luz».
En una primera fase —su fase política— la mentira igualitaria ha demolido la integridad democrática del Estado, al eliminar progresivamente el modelo helénico, fundado sobre los principios orgánicos y etno-culturales del Demos (del Pueblo), y sustituirlo simplemente por la voluble y cosmopolita institución del Parlamento. Después, en la segunda fase —la fase constitucional y jurídica—, quebró la integridad constitucional del Estado al exigir que todas las naciones del mundo deberían transformar progresivamente sus constituciones según el modelo de un «Nuevo Orden Mundial», inspirado, organizado y manipulado por los Estados Unidos de América. Finalmente, en una tercera fase —la fase ideológica—, que cierra su largo camino a través de las instituciones, la mentira igualitaria trastocó las dos últimas integridades del Estado, las de carácter esencial y por tanto las más difíciles de expugnar: la integridad territorial y la integridad étnica, que de ella depende. Para acabar con la primera hubo que proclamar que el Estado «quedaría abierto a la inmigración»; el efecto automático de esta declaración fue ratificar la eliminación de la segunda. No sólo privado de su libertad de decidir la supervivencia de su propia identidad etnocultural, sino expoliado también de su derecho fundamental a la diferencia y a la vida, el Pueblo se ve en adelante condenado a disolverse, para extinguirse después en el crisol de la sociedad multirracial, preludio de la sociedad planetaria y cenit de la Civilización Occidental.
En consecuencia, el ciclo de la locura igualitaria culmina allí donde había comenzado: partiendo de la supresión política de los valores del Demos y, por tanto, de los principios fundamentales de la democracia orgánica, se llega a la propia supresión biológica del Pueblo. Anunciado por la desnaturalización política de la democracia y preparado por la subversión jurídica de sus instituciones, de ahora en adelante el suicidio identitario será fomentado, protegido y (¡aun peor!) legalizado por la proyectada constitución de la sociedad multirracial, sutil máquina de asesinar pueblos.
Ante a esta situación es necesario enumerar algunas consideraciones fundamentales que ponen título a encubrimientos y sofismas decisivos.
Primera rectificación: El concepto «multirracial» es en primer lugar un concepto mistificador; la sociedad que incorrectamente se denomina multirracial se muestra tan poco tolerante ante las razas o los grupos étnicos, cuya disolución en la panmixia fomenta, como poco respetuosa de los paradigmas culturales particulares, contribuyendo a su desaparición en el molde igualitario y uniformizante del desarraigo identitario. Esta sociedad es en realidad raciófoba en su esencia y culturicida por vocación. Segunda rectificación: Es necesario dejar de una vez por todas de abstraer pueblos y culturas en el ilusorio concepto de «Humanidad», por la simple razón de que no existen ni la «Humanidad» ni el «hombre en sí». La «Humanidad» no es más que un supuesto de intelectos toscos, mentes enamoradas de simplificaciones y generalizaciones empobrecedoras. La riqueza del mundo está en la multiplicidad de hombres particulares, cuyas manifestaciones pueden observarse a discreción en la realidad de la vida orgánica, social y cultural de razas, pueblos y naciones. Razas, pueblos y naciones son la encarnación de las «Humanidades» etnoculturales, polimórficas, que integran la especie humana. Joseph de Maistre, uno de los primeros en sostenerlo así, escribió que en el mundo no existiría el Hombre: «A lo largo de mi existencia he visto entre otros a franceses, italianos y rusos. Sé incluso, gracias a Montesquieu que se puede ser persa, pero en cuanto al hombre, declaro no haberlo conocido jamás». Aquellos que hablan o actúan en nombre de la «Humanidad», harían bien en recordarlo en todas sus recogidas de firmas y sus manifestaciones de protesta. Tendrían así presente que la salvaguarda de la especie humana depende esencialmente de la conservación de los diferentes pueblos que la conforman, mientras que resulta evidente que, por el contrario, las ideologías que estimulan de cualquier modo la Thanatos étnica la exterminarían. No se debe dejar de repetir a todos los sepultureros de la multiplicidad de nuestro mundo: cada vez que se amenaza la vida de un pueblo, corre peligro de apagarse para siempre una parte de la Humanidad viviente, es decir, una memoria irreemplazable en la historia de los hombres, una expresión única de arte, de música, de filosofía y de cultura.
Tercera rectificación: No existe el hombre en sí sino sólo hombres enraizados y modelados por sus propios caracteres etnoculturales. Hasta tal punto que según Nicolas Lahovary un «diagnóstico racial (...) es en cierta medida un horóscopo. Más que en las circunstancias externas, es en sí mismo donde un hombre y sobre todo una nación portan su destino. Este destino no es tanto histórico como etnológico ¡Dime de donde procedes y te diré que harás!». Conscientes de esta verdad inexorable apelamos a la promulgación de una Carta de Derechos de los Pueblos que debe ser radicalmente antinómica a la Declaración de Derechos de Hombre. Porque los pueblos existen, al contrario que el Hombre, sobrevalorado por la idea de una Humanidad en realidad ininteligible. Los pueblos son biológicamente definibles, sociológicamente identificables y geográficamente localizables. Cada pueblo se expresa mediante una cultura singular y siguiendo el ritmo de una voluntad política y un proyecto histórico determinados.
Cuarta rectificación: Los hombres construyen la historia como miembros de un pueblo, jamás al contrario. En los hombres —en sus dudas, sus decisiones, sus renuncias, sus investigaciones, sus experiencias, sus virtudes y sus debilidades— está invariablemente el origen de los sucesos de la Historia y la causa última de ésta. Y la Historia del mundo, por su parte, no sabe de otra cosa que no sea de la odisea de los pueblos que han hecho historia: historias polifónicas, múltiples, contradictorias, marcadas por la impronta de una identidad etnocultural que les da un rostro, les moldea un espíritu y les infunde un alma.
* * *
Al acusar al cristianismo de representar «la única inmortal mancha de la Humanidad», Nietzsche está apuntando en particular hacia los fundamentos monoteístas, monocéntricos e igualitarios de esa religión. Sin duda el cristianismo constituye la más poderosa entre las perniciosas fuerzas responsables de esa conmoción que ha vuelto a Europa del revés. En el Gay Saber, Nietzsche lo afirma de manera explícita: «El monoteísmo (...) constituyó quizás el mayor peligro de la humanidad hasta hoy». Esta plaga se ha intensificado hoy en el fenómeno profano de judeocristianismo, o lo que es lo mismo, en la Civilización Occidental, cuyos efectos, cada vez más funestos, siguen fielmente la curva descendente de una crisis que desde hace muchos años se ha convertido en una verdadera agonía. El «Único» monoteísta y el «Igual» igualitario constituyen el anverso y el reverso de la misma moneda de un idéntico igualitarismo, de una idéntica desvalorización del alma y la esencia de la cultura de los pueblos ante el colectivismo de masas, de una idéntica degradación de la persona una y singular ante el individuo intercambiable, idéntico, de una idéntica reducción de la heterogénea multiplicidad al uno estandarizado: la civilización planetaria unidimensional desemboca con precisión inevitable en esa nivelación absoluta, arrastrando al mundo en su totalidad hacia una catástrofe.
* * *
Decadencia. Pocas veces espectacular, este virus se infiltra lentamente en el organismo de los pueblos corroyéndolo de forma incontenible. Cuando un pueblo ya no encuentra en sí mismo ni el fundamento de su existencia ni de sus creencias, en otros términos, cuando dicho pueblo ya no se basta a sí mismo, está maduro para caer en dependencia y en la esclavitud y en ese preciso instante da comienzo su decadencia. Cuando un pueblo cree encontrar en otros los fundamentos de su existencia y sus creencias, dicho pueblo ya ha caído en la esclavitud y entonces su decadencia se precipita. Pero cuando un pueblo, no contento sólo con el desprecio que se inflige a sí mismo al asumir sumisamente la cultura, la lengua y los dioses de otro pueblo, sacrifica además su identidad biológica, ya no será capaz jamás de realizarse en la autenticidad etnocultural de su propia especificidad. Ha firmado su condena a muerte. Se ha consumado su decadencia.
Pero la decadencia de un pueblo sólo será un fenómeno pasajero —un verdadero statu quo político y cultural— si su genotipo no resulta étnicamente transformado o, mejor expresado, no resulta manipulado genéticamente. Voltaire, que nada sabía de genética, lo presintió cuando observa en su Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones que: «Las razas, sea la que fuere la región de la Terra en la que sean transplantadas, no se transforman mientras no se mezclen con los naturales del país». Adelantándose a los trabajos de investigación de las modernas Antropología y Genética, el profesor Eugène Pitard advertía categóricamente ya en 1924 en su célebre libro: «Allí donde se verifica la mezcla entre dos razas fuertemente diferenciadas, puede producirse un enorme peligro». Una advertencia que hoy al igual que ayer es ignorada por políticos de todos los colores y fieles de todas las Iglesias.
Por lo tanto, la esclavitud cultural, mientras sólo se circunscriba a una mimesis del otro, no sella inevitablemente el destino de un pueblo. Un esclavo cultural es un guiñol que parodia al extranjero. Sin embargo, resulta posible que ese guiñol recupere su identidad en el instante en el que se desprenda de sus vestiduras de payaso. Pero un pueblo que ha implosionado a causa de la mezcla racial biológica ya no está en condiciones de cambiar de piel como se cambia de vestido. En tanto que su morfología ha cambiado, ha asumido un rostro diferente, un alma diferente, un espíritu diferente. «Con el mestizaje varían tanto la forma cono la esencia de los pueblos. El patrimonio hereditario alógeno que circula en el nuevo organismo popular, actúa de ahora en adelante sobre la variabilidad de los rasgos tanto físicos como anímicos del grupo, desde las características fenotípicas más ordinarias hasta los más sutiles rasgos caracterológicos y las capacidades espirituales más elevadas»
A diferencia de un pueblo colonizado, que puede regresar a sus raíces tan pronto como se libere del yugo extranjero, un pueblo mestizo es un pueblo genéticamente manipulado que ya no posee ninguna raíz. Incluso se ha aproximado genéticamente a la cultura del otro y de esta forma se ha alienado definitivamente de su propia cultura, sacrificando su autenticidad, renunciando a su voluntad política y olvidando su destino histórico. Cuando se desvincula de sus raíces pierde su identidad, esparciendo asía los vientos del olvido su personalidad, su especificidad. Todavía peor: en el momento en el que un pueblo mestizo ha dejado de constituir el pueblo específico, natural que una vez conformó, pierde incluso la capacidad de poder proseguir ninguna de las culturas originarias. Finalmente, el pueblo mestizo permanece ajeno a todo, convirtiéndose en extranjero de sí mismo.
Sin embargo, Europa puede en todo momento vestirse con un ropaje europeo. Una nueva generación política de decisores, portadora de un nuevo proyecto histórico, de una nueva visión del mundo y del futuro, podría impulsarla a ello. Esta nueva clase de políticos es acuciantemente necesaria: cubierta con las vestiduras del multiculturalismo americano, la doctrina mundialista arremete con perseverancia contra el alma aristocrática de Europa, su estilo fundamentalmente personalista, su espín rebelde, fáustico y prometeico. Detrás de la pantalla multicultural se exhorta a Europa a transformar su mentalidad —y con ella su piel— acallando así la esencia viva de su especificidad, apagando así la mirada politeísta de los claros ojos de Atenea y borrando incluso el recuerdo de aquella voluntad de autodominio que siempre ha alimentado e inspirado al auténtico hombre de cosmovisión indoeuropea.
* * *
Identidad ¿De qué se trata exactamente? ¿De un mito, una propensión, una veleidad? En realidad, este concepto ambivalente que reconcilia los contrarios (lo idéntico y lo específico), designa a un instinto. Desde que la moderna etnología ha reconocido la predisposición innata del hombre a identificarse con los individuos que le son semejantes, se comprende por fin por qué los pueblos experimentan esa necesidad instintiva de vivir según su propio ritmo y en el seno de un patrimonio cultural perfectamente delimitado.
Sin embargo, la doctrina igualitaria, haciendo gala de una ignorancia sistemática, asume la postura de negar lo que la ciencia ha establecido con firmeza como inapelable. Anquilosada en su construcción ideológica, esta doctrina continua afirmando impasible que la conciencia identitaria ha levantado barreras infranqueables entre los pueblos porque cada uno sentía miedo de las particularidades de los demás. La realidad contradice tales necedades. El hombre personalizado que se separa de la masa que lo rodea no se sitúa por ello al margen de la sociedad sino que por el contrario la sociedad se enriquece por sus particularidades. Un pueblo que es consciente de su alteridad tampoco se aparta de la especie humana sino que enriquece el gran mosaico étnico cuando contribuye a éste con sus particulares específicas.
Porque resulta evidente: cuanto más consciente es un pueblo de la diferencia, más agudiza su propia originalidad y su propia apertura al mundo beneficiará en mayor medida a los demás. Cuanto más consciente es un pueblo de su alteridad, en mejor situación se encuentra para abrirse al mundo, para proporcionar a los demás su especificidad y las diferencias en las que ésta se fundamenta. Cuanto más sensible es un pueblo a la diversidad que lo circunda, más capaz se muestra en valorar y asumir en sus más sutiles matices aquello que no le es semejante y en consecuencia no le es propio. Cuanto más cuida un pueblo de su propia diferencia, más dispuesto está a tolerar las diferencias de los demás: sólo quien se interesa por sí mismo, está dispuesto mostrar respeto a los demás.
La riqueza del mundo se basa en su diversidad y su heterogeneidad. Y el mundo debe esta diversidad en primer lugar a los pueblos que son conscientes de su especificidad y que velan con esmero por ella. Por lo demás, el grado de percepción de la diversidad de un grupo siempre depende de la observación de sus elementos individuales. La heterogeneidad del mundo es resultado, además, de las interacciones, de la comunicación entre las identidades etnoculturales que la animan. Cuanto más se confrontan en ámbitos delimitados las diferentes identidades, cuanto más directa, por así decir, sea la comparación, mayor será el dinamismo positivo con el que actuará la diferencia. Por el contrario, cuanto más se separen las diferencias, cuanto más se alejen, manteniéndolas en un completo aislamiento, en menor medida aparecerá la diferencia como una fuerza actuante. Un pueblo que se retrae y se encapsula en su aislamiento etnocultural no es mucho más consciente de su futuro que uno que rompe con sus raíces y se mestiza. En el primer caso estamos ante la huida hacia atrás, hacia el aislamiento, de un pueblo impotente, puesto que no se siente lo suficientemente seguro de su identidad como para contrastar con los otros sus propias especificidades. En el segundo asistimos a la huida hacia delante, hacia la asimilación de un pueblo desarmado, porque ya no es consciente de su propia especificidad y por tanto ha capitulado ante la diferencia del otro.
Conclusión: no es la conciencia identitaria la que despierta el miedo hacia el otro, sino todo lo contrario, su debilidad (en el primer caso) o su ausencia (en el segundo).
En todo caso, la doctrina igualitaria falla a causa de ese hecho: los pueblos con una fuerte conciencia identitaria son precisamente aquello que en la búsqueda de movimientos y contactos refuerzan las diferencia y vivifican la diversidad, poniendo así el mundo en movimiento. Por el contrario, los pueblos con una débil conciencia identitaria, que huyen retrayéndose y aislándose, conducen al estancamiento de la historia.
* * *
Identidad: el hilo de Ariadna de la historia de los pueblos y sus culturas, el instinto, que es tan bello y fuerte como bella y fuerte puede ser la vida cuando se alimenta de sus fuentes orgánicas; instinto tan antiguo como el propio mundo puede recordar haber sido mundo. Instinto arcaico que sobrevive a las ideologías porque posee la memoria más profunda; instinto rebelde que no se deja borrar por las leyes ni por los sistemas educativos, por más opresoras que pretendan ser las primeras o por más insidiosos los segundos; instinto inexorable que renace en algún lugar de África donde una tribu se despoja de los últimos miasmas de la Civilización Occidental o en el corazón de Europa en aquel cantón suizo que reconquista con la misma audacia de Guillermo Tell el derecho ancestral de su democracia orgánica.
Reconocido o rechazado, el referente identitario determinará de ahora en adelante las líneas divisorias que se perfilan en esta encrucijada del destino en la que todo puede perecer o todo sobrevivir, donde la Historia va a crear una cesura entre dos cosmovisiones, entre dos percepciones del futuro, entre dos concepciones del hombre: por un lado las masas societarias, estatales del tecnocosmos igualitario universal, el frío monstruo sobre el que Nietzsche nos previno, por otro las sociedades étnicas, idiosincracias políticas y culturales que manifiestan la polifonía natural, las patrias carnales de las que nos habla Saint-Loup. En el primer mundo la repetición de lo igual ha ahogado al planeta en el corsé totalitario del igualitarismo occidentalizado. En este mundo de la amnesia etnocultural, librado al yugo totalitario de lo económico, el hombre, privado de sus rasgos específicos, ya no es un ser de cultura, implicado y solidario con el proyecto histórico de su pueblo, pero tampoco el ser histórico que se realiza en el seno de su comunidad de destino. Reducido al estatus de un individuo-objeto acultural y ahistórico, este individuo ha perdido la llave de su humanidad. En el segundo mundo, se personaliza el hombre-con-conciencia-identitaria en la medida en que aumenta la percepción de sus raíces y sus particularidades. En este mundo vive el hombre, como ser de cultura, una verdadera humanidad y en ella se realiza: experimenta, crea, se desarrolla, se transforma y a pesar de todo no deja de ser siempre el mismo. Saca provecho de todas las posibilidades creativas que la naturaleza —su patrimonio hereditario— depositó en él. Está ligado a la historia y al destino de su pueblo porque es solidario con él y está comprometido con su proyecto.
Escuelas, iglesias, sindicatos, partidos, logias, en pocas palabras, todos los que se ceban del pesebre del sistema, ven a priori la idea identitaria como una amenaza intolerable. Esta reacción hipersensibilizada no sorprenderá a aquellos espíritus lúcidos que saben desde hace largo tiempo que la realidad biocultural constituye la única realidad que en un mismo instante amenaza a todas las cabezas de los dogmas universalistas: la cabeza mesiánica del judeocristianismo, la cabeza ideológica del liberalismo, la cabeza económica, individualista, tecnocrática y plutocrática. Tampoco sorprenderá a los espíritus atentos que saben muy bien que el redespertar identitario siempre ha producido el hundimiento de aquellos imperios que no estaban basados en realidades orgánicas; como es sabido, el imperio soviético ha sido el último hasta la fecha. Como tampoco se sorprenderán si el próximo en sufrir su decadencia es el imperio del Tío Sam. La realidad etnocultural, que como expresión esencial de la vida orgánica, se corresponde con la naturaleza y con las conquistas de la ciencia, desprecia todas las prohibiciones, ya sean de naturaleza política, religiosa o ideológica.
El igualitarismo puede continuar todavía afirmando con frecuencia que no existen las razas, sin embargo cualquiera continuará distinguiendo un blanco de un negro, un negro de un amarillo. Ciertamente, todo sería más sencillo si se pudiesen prohibir las razas, un ocioso y absurdo deseo que requeriría, de facto, prohibir la naturaleza. Dado que los seguidores de Jesús, de Karl Marx y del Big Brother no pueden salvar la naturaleza, consecuentemente intentarán destruir el orden natural. A decir verdad, la única manera discreta y efectiva de hacer desaparecer a los africanos, los asiáticos o los europeos sólo puede consistir en teñir de gris el negro, el amarillo y el blanco, en destruirlos progresivamente en una panmixia-soft que se disfraza tras todas las máscaras nocivas posibles: humanismo de carnaval a la brasileña, permanente llamamiento a una pseudo-fraternidad que en realidad lleva a la peor promiscuidad o histéricas apelaciones a una pseudo-tolerancia que se descubre como la más peligrosa de las cobardías.
Reconocido el peligro y tomada la decisión, es necesario pasar a la acción y en una primera fase rechazar toda postura que equivalga a una resignación o que suponga una acomodación. Después es preciso, en una segunda fase, regresar a nuestra tradición pagana indoeuropea, porque sin un «regreso a esta tradición no habrá ninguna liberación, ninguna verdadera reconstrucción, no será posible la conversión a los verdaderos valores del espíritu, de la potencia, la jerarquía y del Imperio. Esta es la verdad que no permite la menor duda». Finalmente, en una tercera fase deben despertar los espíritus, volviendo a levantar el mundo sobre sus pies y a enderezar el pensamiento. Sin embargo ¿Existe una manera más adecuada de volver a equilibrar el mundo que convertir en un destino voluntario lo que es presentido por muchos como una fatalidad irresoluble? Sea como fuere, la sociedad multirracial (raciófoba) jamás podrá llevar adelante su amenaza de muerte mientras los pueblos defiendan la identidad biocultural como un destino voluntario. Porque toda vida, en tanto que es digna de ser vivida siempre lo ha sido y lo siempre será a costa de ese precio. Frente a la sociedad culturicida formada por robots que amenaza al mundo mediante una uniformidad lineal, es necesario oponer el mosaico polimórfico de los pueblos individualizados, cuya lengua, historia, cultura y rostro surgen de sus identidades vivas, que constituyen para pueblos y culturas lo que las fuentes significan para montañas y bosques.
El igualitarismo constriñe a los pueblos en el callejón sin salida de la democracia parlamentaria, cristiana, social o liberal, antes de arrojarlos a la era neo primitiva de la sociedad-fastfood americanizada ¡Nademos contra la corriente de un mundo que se está derrumbando en millares de pedazos, y que se desvanece a los cuatro vientos en sus crisis políticas, religiosas, económicas, sociales o culturales! ¡Dejémonos arrastrar por la poderosa corriente de la identidad a través de la inmensidad del mundo y de la vida!
Avancemos hacia delante para vivir nuestra humanidad, cada uno al ritmo de su propia especificidad, cada uno escuchando a su propio origen. El futuro de este mundo no dejará jamás de ser polimórfico en sus manifestaciones y múltiple tanto histórica como culturalmente, mientras la especie humana que lo conforma permanezca íntegra en su polifonía racial, protegiendo el equilibrio de la multiplicidad, es decir, mientras despliegue en el cielo de la historia el arco iris de sus colores, sus rostros, sus lenguas, sus artes y sus culturas, mientras la especificidad de cada uno sea sentida como la fuente del enriquecimiento de todos, mientras el cuidado de la diversidad natural traiga consigo, por así decir, un eco de tolerancia hacia los contrastes. En otras palabras: mientras la homogeneidad de los pueblos garantice la heterogeneidad del mundo.
Demos a nuestras ideas —para decirlo con Nietzsche— la seriedad que un niño concede a sus juegos y sentiremos como se llenan de aquella alegría conquistadora de la que brotan los mundos nuevos.
El renacimiento de los europeos ha dado comienzo en el instante en el que ya no perciben la sociedad raciófoba del igualitarismo como una fatalidad ineludible sino como un desafío necesario.
Toda victoria es hija de la lucha, toda elevación lo es de la superación.

Kassel, Solsticio de invierno 1995 / 1996

Prólogo complementario en un mundo en medio de sus ruinas

 

La aparición de un libro es siempre todo un acontecimiento para su progenitor, puesto que, en cierto modo, supone una manera hábil para el autor de renacer un poco en espíritu. Pero es al traductor a quien me gustaría transmitir mi agradecimiento con motivo de esta segunda edición, a él que ha tenido la inteligencia, la paciencia y el talento de hacer que una lengua se haya vertido en otra. ¡Trabajo mental que bien podríamos añadir a los doce trabajos de Hércules! es pues a Santiago a quien dirijo, para empezar, mis felicitaciones y todo mi reconocimiento: ¡Gracias, camarada! ¡Y es a todos nuestros camaradas de Tierra y Pueblo a quienes agradezco calurosamente, en la persona de Enrique Ravello, por haber tomado la iniciativa y encontrado los medios de realizar este proyecto que me honra de nuevo al poder ser leído en la lengua de Cervantes! ¡Gracias, amigos!
¡Pero este libro de título emblemático no tendría ningún sentido, si no fuera portado por la comunidad viviente de combatientes a los que se dirige y que impedirán, como es debido, que sucumba al amarillamiento olvidado en alguna estantería para papel en cualquier biblioteca perversa del Sistema! Libro de reflexiones, ciertamente, pero de reflexiones rebeldes, agónicas, todas ellas tendientes a surgir en nuevos cerebros intrépidos y propensas al despertar de nuevas voluntades en una época en putrefacción —gigantesco serrallo en el que vegetan las masas a cada momento más y más cadavéricas de nuestros pueblos—. Libro de guerra, pues, que nos recuerda que estamos en estado de guerra contra un enemigo que amenaza con matarnos en la Esencia del Ser: En el derecho imprescriptible de ser y seguir siendo nosotros mismos en el linaje de nuestros ancestros, cuya biografía ha escrito en gran parte la Historia del Mundo, desde la conquista de la Tierra hasta la de las estrellas, en el respeto milenario imprescriptible de las leyes de la vida frente y contra todas las ideologías criminales de erradicación de las razas y de las culturas por el mestizaje. Un libro, pues, eminentemente incorrecto en el entendimiento mafioso del Sistema puesto que eminentemente correcto en el entendimiento del derecho de los pueblos y de las leyes de la vida.
Y sin embargo, este libro me entristece, porque la necesidad de tener que decir de nuevo evidencias permite medir, en el barómetro de la decadencia, la progresión de la bestialidad y lo trágico de la situación. He escrito este libro sobre todo por deber, dándose por bien entendido que en un mundo que camina sobre la cabeza, resultaba imperioso recolocar a las ideas en su lugar y a las cabezas sobre sus pies. De hecho, estamos asistiendo, en la hora sombría de la globalización yankee, y tras algunas etapas en el marxismo y el liberalismo, al acabamiento de dos milenios judeocristianos inmersos en la decadencia mental más inimaginable de nuestra historia. El razonamiento igualitario, que ya denunciaba Platón, ha puesto al mundo totalmente del revés, borrándose las evidencias ante los peores absurdos. Ya sea la noción totalmente empírica de las razas clavada en la picota de la “raciofobia”, ya sean las diferencias innatas entre pueblos y culturas ahora bajo la acusación operada por el “igualitarismo”, ya sea el mestizaje, ese azote peor que las grandes epidemias de la Edad Media, que el instinto rechaza pero que la cobardía aleccionada o la ignorancia cultivada permiten a la larga aceptar. Puesto que la Mentira gobierna a nuestros pueblos, la Mentira dicta su política, la Mentira reina sobre su educación, la Mentira falsifica su Historia, la Mentira acalla a los descubrimientos comprometedores de las ciencias de la vida —y a fuerza de aterrorizar con la ayuda de leyes malvadas a las masas entregadas a las peores manipulaciones mediáticas, cree haber logrado la vuelta de tuerca forzada y necesaria para hacerles aceptar el largo camino hacia el cadalso de su propia Muerte étnica—.
Pero no se había contado con las fuerzas misteriosas refugiadas en los secretos de nuestros genes, fuerzas de la metamorfosis y del renacimiento que el menor despertar puede hacer eclosionar en cualquier momento. Puesto que somos, precisamente, esos despertadores de pueblos de los que Pierre Vial habla frecuentemente con una gran sabiduría. Para afrontar el desafío de la Bestia inmunda, para anunciar la nueva Reconquista, para esbozar un nuevo modelo de Imperio europeo, desde Islandia hasta Siberia, para fundar una nueva Edad de la historia de nuestros pueblos. Puesto que Europa sigue siendo la cabeza en la que arraigan todos nuestros orígenes antropológicos o culturales, una cabeza con rostros diferentes y complementarios —aquí celta o latina, allí germana o eslava—, un poco como lo es el arte gótico, ciertamente, en todas partes gótico pero cambiante de temperamento según lo reencontramos en Oslo o según lo descubrimos en Madrid. Ello sería suficiente para explicar porqué la Nueva Cultura se ha convertido tan rápidamente en la placa giratoria de los rostros y los temperamentos de Europa. Al lado de Saint-Loup, el escritor que ya forma parte del mito, socialista y pacifista antes de detentar la responsabilidad de la formación ideológica de la Waffen-SS en Hildesheim, reencontrábamos a Julien Freud, el politólogo antiguo resistente; al lado del psicólogo alemán de reputación mundial establecido en Londres, Hans-Jürgen Eysenck, encontrábamos al sociólogo y antropólogo francés Jacques de Mahieu, antiguo rector de la Universidad argentina; al lado del filósofo y musicólogo italiano Giorgio Locchi, que Valéry, ciertamente, habría calificado como “hombre completo del conocimiento”, si le hubiera conocido, a personalidades del mundo científico tales como el profesor Jean Haudry, catedrático de estudios indoeuropeos, o la filósofa de las religiones Sigrid Hunke, que han colaborado regularmente en nuestros trabajos. En pocas palabras, el eco del juramento de Delfos que prestaron en 1980 los responsables del G.R.É.C.E., jamás ha resonado tan fuerte en nuestros Movimientos, un poco como si el espíritu griego del Olimpo, el espíritu romano del Capitolio, el espíritu celta de Broceliande, el espíritu íbero de Toledo o el espíritu germánico del Wahalla hubieran recomenzado a soplar en nuestras cabezas. Ciertos lazos se anudan de un extremo al otro de Europa, una nueva Santa Vehme del espíritu va tomando cuerpo y lugar mientras que los contactos hacia el Este se extienden desde Bulgaria hasta Rusia. Decenios de trabajo encarnizado, la publicación de varias obras básicas, millares de conferencias han permitido a este pequeño partido de las ideas anclar por todas partes la piedra angular de la Reconquista para y por la que trabajan Terre et Peuple, Tierra y Pueblo, Thule-Seminar, Sinergias, etcétera. Mientras tanto, hemos aprendido a medir el poder material enorme del enemigo, pero también su debilidad aguda en el dominio de los ideales y de las ideas. Infinitamente más fuerte porque se halla por todas partes instalado en las estructuras del poder pero paradójicamente infinitamente más vulnerable porque se halla por todas partes desinstalado en la crisis fundamental del Sistema. Empezando por el retrato-robot de una Nueva Derecha que al momento inventó cuando tuvo consciencia de enfrentarse a otra concepción del mundo porque se sabía incapaz de pensar de otro modo que no fuera en base a los prejuicios fosilizados de su reflexión igualitaria judeocristiana. Ninguno de entre nosotros ha escapado a tal tatuaje mediático, con la diferencia inmediata de que nosotros siempre lo hemos recusado, empezando por una obra de Pierre Vial, ¡Fechada en 1979! ¿Cómo si no, por otro lado, podría ser de otro modo? Situada filosóficamente fuera de una visión del mundo que engloba tanto a la derecha más reaccionaria (jacobina de tradición, judeocristiana por atavismo, capitalista de temperamento) como a la izquierda más museística (neomarxista de tradición, igualitaria por atavismo, tecnocrática de vocación), arraigada en unos valores que la orientan sobre el eje de una ética radicalmente diferente, articulada espiritualmente sobre los polos antinómicos de otra percepción de la vida y de los hombres, de otra definición de sus derechos, de sus deberes, de su finalidad, la Nueva Cultura no constituye solamente un cuerpo extraño a las ideas reinantes, desenmascara además las meras divisiones superficiales de un Sistema que atiborran a derecha y a izquierda los mismos valores mercantiles, que pudre la misma “visión del mundo” igualitaria que oprimen las mismas referencias monoteístas. Lo mismo vale para un conservadurismo que nada tiene que ver con la noción que Moeller van den Bruck situaba en las antípodas de su significación corriente y que, incluso, soñó en resumir bajo el término de futurismo. Nada de ello para golpear por impotencia a nuestro discurso puesto que el entendimiento común asocia instintivamente el conservadurismo a un subproducto de la política politicastra, a todos los clichés abyectos y reaccionarios de un estado de espíritu pequeño burgués, roñica con sus cuartos y pegado a su biblia, especulador de una concepción pequeño humana de la vida, abigarrado de cosmopolitismo judeocristiano y de todas las taras del Sistema, de todas las pertenencias indecentes de una civilización occidental de la que somos enemigos declarados. Por otro lado, la palabra encierra tres aporías mayores. Aporía etimológica: No se puede conservar lo que se quiere rechazar. Seríamos conservadores si viviéramos en un modelo de sociedad conforme a nuestras ideas y a nuestros valores. Aporía ideológica: Para ser conservador, además, es necesario querer conservar alguna cosa. Pero, ¿Conservar, actualmente, qué? ¿Los valores, las leyes, las ideas, las instituciones del Sistema? ¿Conservar lo mismo contra lo que luchamos? Entonces, ¿Cómo conciliar un discurso que declara rechazar globalmente a un Sistema con un discurso que querría conservar de él alguna cosa esencial? Aporía psicológica: La palabra, por sí misma, hace huir a la juventud que es por instinto revolucionaria. Nuestros valores éticos paganos, nuestros modelos de pensar, las alternativas culturales y políticas de un modelo de sociedad imperial etnocrática o genocrática son tanto como Graales que no se trata que haya que conservar —puesto que faltan— si no reconquistar para reinstaurarlos. Quedando bien patente que no se conserva más que aquello que se tiene. Toda la dinámica de nuestra lucha se inscribe dentro de un espíritu de reconquista y recreación, opuesta por definición a cualquier mentalidad conservadora, defensiva por naturaleza. ¡No pensamos ni un solo instante en reformar, en luteranizar, a una sociedad a la que es necesario, totalmente por el contrario, nietzscheanizar, reinventar! ¡La Nueva Cultura es un polo de referencia en movimiento revolucionario! ¡Sus teóricos, sus artistas, sus científicos son, todos ellos, por oposición radical al Sistema, a sus instituciones, a sus valores, la encarnación carnal, intelectual y espiritual de todo cuanto va hacia el encuentro frontal de la reacción y del conservadurismo! ¡Tanto como decir que son mutantes! Paul Valéry evocaba con frecuencia a las perogrulladas repetitivas para hacer alusión a las palabras válidas para todo. La palabra conservadurismo es, pues, una perogrullada repetitiva de todas las taras del Sistema. Así pues, ¡Seamos conscientes, nosotros, de la más profunda memoria para el más joven y el más moderno de los futuros! Jamás hemos estado ni en el ayer ni en el hoy del Sistema. Pero somos, a condición de saberlo, de comprenderlo y de quererlo, una anticipación del mañana inminente de otro mundo. Sepamos pues, con las palabras apropiadas a nuestras ideas, labrarnos el canino que abrirá, a medida que nuestra voluntad así lo determine, el nuevo nacimiento de Europa sobre el postsistema occidental.
En esta lucha titánica para el reapropiamiento de nosotros mismos, nos declaramos, pues, solidarios de todos aquéllos que se definen ante todo en relación a una comunidad de sangre y de espíritu contra los valores del Vellocino de Oro, solidarios de todos aquéllos que se definen ante todo en relación a Europa contra las alianzas esclavistas del Atlantismo. A partir de ello, tenemos en cuenta el absurdo de las etiquetas y la vejez visceral de todos los partidos. Descubrimos, por el contrario, encantados y serenos, la importancia de las ideas, el valor de los compromisos y de los hombres, todos los lazos invisibles que anudan ya a los miembros de la comunidad orgánica del mañana, de la que somos un poco su prefiguración. Puesto que un nuevo señor del espíritu, lo presiento profundamente, va a reaparecer en alguna parte de Europa para blandir de nuevo la espada del destino y para enseñar de nuevo, en el surco trazado por Heidegger, que “el mundo espiritual de un pueblo no es ni la superestructura de una cultura, ni mucho más un arsenal de conocimientos utilizables, si no más bien el poder de conservación más profundo de sus fuerzas de la tierra y de la sangre”. ¡Sí: Jamás, puede ser, que desde el extremo cabo de Islandia hasta el Ural nos hayamos sentido tan próximos los unos de los otros, soldados en el mismo destino puesto que ligados por la misma sangre que da nombres vecinos en nuestra historia, dibuja rostros hermanos en nuestra cultura, habla las lenguas hermanas de nuestras diosas y de nuestros dioses a nuestro Espíritu!
Jason Hadjidinas decía que el declive identitario es superable a condición de que cesemos de preferir ante dioses a divinidades extranjeras. Dejemos pues errar, de patria carnal en patria carnal, a los sacerdotes de Baco de los que habla Hölderlin, el poeta de los tiempos de angustia. Pues anudan entre nosotros los lazos invisibles de un Imperio que hunde sus raíces en nuestra más antigua historia y que existe ya, justamente por ello mismo, dentro de nuestras cabezas y dentro de nuestros corazones. También, que aquellos que tengan oídos, escuchen: Estamos dispuestos a pagar el precio de la fidelidad a nuestros dioses, a nuestros pueblos, a nuestros mitos. En la medianoche de Europa, el desafío nos alcanza en el epicentro de nuestra identidad más amenazada pero también en el epicentro de nuestra voluntad más dura. Pues sobre la landa pagana, la sombra gigante de la más profunda memoria anuncia ya el retorno de las fecundidades creadoras de nuestros pueblos a la fuente indoeuropea politeísta de sus orígenes, como ejemplo de la vida y de sus tensiones, al encuentro radical del logos judeocristiano, laboratorio sofisticado de la razón planificadora, mecánica y totalitaria. La Europa que prefiguramos será el puente tendido sobre nuestras viejas discordias de viajes naciones seniles hacia la mañana imperial de Eurosiberia. Pues Europa será un Imperio de sangre y espíritu, una comunidad orgánica, tal y como la definía Max Sheler u Otto Koellreutter, legitimada por el mismo ethnos, por los mismos mitos, por la misma historia y por el mismo destino, o, sencillamente, no será.
Puesto que la cultura de una etnia, para ser eterna, necesita que una sangre igual a sí misma la transmita de una generación en otra, a fin de que pueda variar en sus formas sin modificarse en su espíritu. De la filosofía heraclitiana a la filosofía nietzscheana o heideggeriana, del Partenón a la catedral gótica de Chartres, de Pitágoras a Poicarré o a Planck, de Ptolomeo a Leonardo da Vinci, de Leónidas al Alcázar, de Tales a Von Braun, de la metafísica celta o germánica a la religiosidad neopagana, el linaje es el mismo, el impulso es el mismo, el espíritu es el mismo. Redefinir a Europa, en la medianoche de su decadencia, es redefinirla en la aurora de su ethnos, en los primeros remolinos de la sobrevenida de un nuevo mundo para el que trabajamos todos juntos!
El Sistema posee todavía, ciertamente, las cartas del juego político. ¿Pero cuánto valen los juegos más elaborados sin los triunfos en la mano? Nosotros no poseemos nada más que nuestras ideas, nuestras certidumbres y nuestra voluntad. Sin embargo, poseemos el triunfo mayor, el as de ases, que ellos no poseen ni poseerán jamás, por haber confundido, empezando por ellos mismos, las trazas de la sangre. Nosotros sabemos, en efecto, hacia dónde vamos pues sabemos de dónde venimos. Pues, poseemos la Memoria de la historia que es la Memoria del Ser y de la Raza, la consciencia de la pertenencia a una cadena ininterrumpida de ancestros a los cuales tenemos todavía el privilegio, el más exquisito de entre todos, de parecernos.
Acabemos pues, por todo ello, con los debates sobre cuestiones de meros detalles, problemas para el postrenacimiento. Lo que realmente nos apremia como necesidad urgente es poder tener unas líneas directrices claras, unos principios intangibles, unos valores irrenunciables, una fe inquebrantable hacia nuestros valores. Pues la victoria estará siempre del lado de aquellos en los que la voluntad y la razón han sido más fuertes; o, los que trabajan en el sentido de la naturaleza, pues tendrán siempre la razón sobre los que la destruyen. Así, seremos eternos mientras mantengamos contra todos los cismas destructores la ley de la homogeneidad étnica, la ley-milagro de la sangre que cambia a los hombres sin modificarlos, la ley que gobierna a uno de los raros dioses de los que conocemos su nombre: Herencia.
¡No se rehace al mundo. Pero se puede reinventar un mundo. No se rehace la historia pero se puede recrear un destino. No se rehace a los hombres pero se puede reimprimir un sentido a la vida de los hombres; nosotros que sabemos que las ideas alcanzan mucho más lejos que los cañones! Encendamos juntos, pues, la pequeña llama de la furia francesa, de la que habla Guillaume Faye, la pequeña llama de la furia española, de la furia teutónica y de la furia italiana, rusa, búlgara, serbia, croata o irlandesa y entonces, sí, provocaremos el incendio del brasero de la furia europea por entero que pondrá al mundo a sus pies. El desafío es inmenso, pero es de esa locura que la sabiduría alumbra, es de esa voluntad que la vida se transmite y es de esa desesperanza que surge la esperanza, puesto que es en el epicentro mismo del peligro donde no cesa de crecer lo que salva. A condición de saberlo, de creer en ello, de quererlo. Por nuestros pueblos descerebrados estamos dispuestos si es necesario, como Nietzsche, a escribir sobre los muros con letras de mármol que hasta los ciegos podrán leer, las verdades ineludibles de las leyes de la sangre que protegen al Ser de cada pueblo y que albergan al Ser de cada cultura. Pues en ello va, más que nunca, el fuego primordial de nuestro genos, el Ser de nuestro ethnos, la rueda giratoria de nuestro germen, incluso el mismo que engendra al Ser de nuestra Alma y de nuestro Espíritu, el uno y el otro indisolublemente ligados en el Ser de la Raza que les hace advenir.
Desde su aparición, la espiral de la decadencia y de la muerte identitaria no ha cesado de retorcer su torbellino diabólico, como lo prueban los disturbios de la guerra étnica en Francia en noviembre de 2005 o como lo prueba regularmente la invasión que desembarca sus cohortes sobre las costas españolas o italianas... Los hechos nos dan la razón cada día un poco más mientras que las soluciones que preconizamos para hacer frente a la muerte lenta que se va adueñando de nuestros pueblos redoblan por su urgencia y por su necesidad. Desde Sevilla hasta Moscú, europeos de todos los horizontes, unámonos pues sin tardar bajo el mismo estandarte puesto que luchamos por los mismos dioses, la misma historia, el mismo futuro, por la Causa más noble, la más esencial: Por el único dios del que se conozca exactamente el nombre cuando su genoma ha permanecido fiel a su herencia: Raza.

¡¡¡Arriba Europa!!!

Kassel, a 4 de septiembre de 2006.