ÍNDICE

Introducción7
Prólogo17
I.- Los Orígenes21
Un origen germánico22
Una cofradía guerrera24
II.- Las condiciones históricas para la aparición de la caballería27
Los inicios de la Caballería29
La era de los castillos31
III.- Un género de vida35
El gusto por las armas y la guerra36
Una élite y no una clase social37
Una aristocracia guerrera40
La dimensión mítica de la espada43
El aura del herrero46
La aparición de los guerreros con armadura49
El lugar del caballo50
El arte de la caza52
Una ética de predador54
IV.- Una ética57
Las realidades de la guerra57
El arte medieval de la guerra59
El rol de las cargas de caballería61
La preocupación por la posteridad63
La suerte de los vencidos64
Hermandad guerrera67
Piedad por los vencidos69
V.- Torneos y cortesía71
La ceremonia de investidura71
Una dimensión sagrada73
Sentido de la hospitalidad y de la fiesta75
Un combate fiero pero lúdico77
El origen de los blasones79
La ciencia de la heráldica81
Esperanza de ascensión social83
La eclosión del «amor cortés»85
El papel de las mujeres87
Una concepción céltica del amor89
La búsqueda del Graal90
Merlín y la Materia de Bretaña92
La presencia del rey Arturo94
La cristianización de los mitos artúricos95
La fortuna europea de Arturo97
VI.- La cristianización de la caballería101
El angelismo del cristianismo primitivo101
La teoría de la guerra justa103
Guerra santa contra el peligro sarraceno104
Santos caballeros y portadores de espada106
La persistencia del antiguo fondo pagano108
La ofensiva de las Cruzadas110
Una aventura europea111
La «Cruzada popular»113
Dos Cruzadas en una114
VII.- La Caballería y las Cruzadas117
Occidentales y bizantinos118
Guerreros duros y salvajes119
«Sangre hasta los tobillos»121
La figura de Godofredo de Bouillon122
Los inicios de las Órdenes Militares124
Monjes caballeros126
La seducción de los poderosos128
El reconocimiento pontificio129
El templario, arquetipo del caballero cristiano131
Las dos espadas132
Elogio del caballero cristiano135
Las Órdenes Militares de Europa139
Conclusión141

Prólogo

La palabra Caballería evoca en nuestros espíritus fran­ceses y europeos todo un universo onírico y fantástico. Los caballeros nos hablan de un mundo de valor, de honor, de fidelidad, de desinterés y de cortesía del que se han hecho eco tanto la literatura como posteriormente el cine. Dentro del imaginario europeo, la caballería posee una importante carga afectiva y simbólica. Los valores que comporta están tan profundamente inscritos en nuestro inconsciente que empapan nuestro lenguaje habitual. Así, de un hombre que actúa con nobleza se dice que su actitud es caballeresca; en un ámbito menos formal, la joven que va a un baile se hace acompañar de un caballero. Y, llegado el caso, podrá proclamarse su rendido caballero.
Pero más allá del mito, la caballería es también un fenó­meno histórico que, después de mucho tiempo, ha suscitado la atención de los historiadores, que han constatado que esta institución —este fenómeno social, diríamos más bien— resulta emblemática para una época y una organización de las relaciones humanas que recibe el nombre, por simplificar, de Feudalismo.
Este concepto ha suscitado la ira de los ideólogos de las Luces y posteriormente de sus epígonos marxistas. Estos últimos, por comodidad de simplificación y en razón de su pensamiento dogmático, han querido convertirlo en un sinónimo del oscurantismo. Actualmente, los historiadores dignos de ese nombre, es decir, aquellos que no dudan en revisar sus análisis en función de los nuevos aportes de la investigación, han hecho justicia con estos simplismos reduccionistas. Jaques Heers los ha denunciado magistral­mente en un libro tan saludable como provechoso, Le Moyen Age, une imposture, Perrin, 1992.
Basándonos en los textos que han llegado hasta nosotros, como los Cantares de Gesta, que entretenían las largas vela­das de invierno en los donjons, pero también en los objetos, restos de armas y de utensilios que los arqueólogos han sacado a la luz, podemos reunir indicios, testimonios que nos permiten identificar el mundo caballeresco. También los capiteles de las iglesias románicas o la rarísima y valiosa tapicería de Bayeux que nos muestran en acción a los pa­ladines de los siglos XI y XII. Y sin olvidar las narraciones de las Cruzadas, donde el sol y la sangre se unen en unas imágenes que hacen vibrar a todo corazón noble.
Tras un periodo de olvido, debido al menosprecio que los historiadores imbuidos de marxismo han manifestado por este tema, la Caballería ha vuelto en ejercer su dere­cho de ciudadanía en la historiografía contemporánea. El estudio de la Caballería se ha visto favorecido por el éxito, plenamente justificado, de la «historia de las mentalidades» entre los investigadores de la generación a la que pertenece el autor de estas páginas. De esta forma, a lo largo de una veintena de años se han sucedido trabajos de una enorme calidad, salidos de la pluma de Georges Duby (Guillaume le Maréchal ou le meilleur chevalier du monde, 1984), Michel Pastoureau (La vie quotidienne en France et Anglaterre au temps des chevaliers de la Table Ronde, 1981), Jean Flori (L ‘idéologie du glaive,1983, L ‘essor de la chevalerie, 1986, La chevalerie en France au Moyen Age, 1995, Croisade et chevalerie, 1998), Michel Parisse (Noblesse et chevalerie en Lorraine médiévale, 1982), Philippe Contamine (La guerre au Moyen Age, 1980), o Alain Demurger (Vie et mort du l’ordre du Temple, 1989).
Con la ayuda de estos autores y de algunos trabajos per­sonales he intentado trazar un retrato fiel, pero dirigido a un público no especializado, de un tipo de hombre que ha dejado una profunda huella en nuestro mundo.