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AUTORIDAD ESPIRITUAL Y PODER TEMPORAL

 

RENÉ GUÉNON

AUTORIDAD ESPIRITUAL Y PODER TEMPORAL - RENÉ GUÉNON

120 paginas
22 x 16 cm.
Editorial Paidos, 2001

Colección Orientalia
Encuadernación rústica,
 Precio para Argentina: 55 pesos
 Precio internacional: 10 euros

 

René Guénon analiza en esta obra el origen y la naturaleza del conflicto entre la autoridad espiritual y el poder temporal o, dicho en términos más acordes con la actualidad del mundo occidental, entre la Iglesia y el Estado, en tanto que fenómeno más o menos universal, presente en todas partes en la época histórica. Para Guénon, como para el pensamiento "esotérico" de todos los tiempos, el orden humano no es sino la expresión del orden cósmico, reflejo, a su vez, del orden divino, pues una rigurosa relación de semejanza o analogía preside la relación entre todos los niveles del ser. En consecuencia, las relaciones entre autoridad espiritual y poder temporal son análogas a las existentes entre el conocimiento y la acción. Para el esoterista francés, que desarrolla aquí un análisis metafísico -que no histórico- del problema, la necesidad de subordinación del poder temporal a la autoridad espiritual se deriva directamente de la necesidad de subordinar la fuerza a la sabiduría o la materia al espíritu. Es ésta la obra con más implicaciones políticas y sociales de toda la bibliografía guenoniana y, como tal, susceptible de provocar la polémica -quizás en algunos hasta la indignación-, pues los presupuestos metafísicos de Guénon no pueden dejar de oponerle frontalmente a las actuales tendencias igualitarias; un igualitarismo que -como él diría- sólo iguala nivelando en mediocridad y que suprime diferencias reduciendo a los hombres a unidades idénticamente mecanizadas en el Reino de la cantidad. René Guénon (1886-1951), personaje clave de la historia del esoterismo de los últimos tiempos, autor que suscita adhesiones inquebrantables y rechazos igualmente vehementes, es autor de obras como "Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada", "El reino de la cantidad y los signos de los tiempos" o "La crisis del mundo moderno".

 

ÍNDICE

Prólogo
Capítulo
I.-Autoridad y jerarquía
Capítulo
II. -Funciones del sacerdocio y de la realeza
Capítulo III.-Conocimiento y acción
Capítulo IV.-Naturaleza respectiva de los Brahmanes y de los Chatrias
Capítulo V.-Dependencia de la realeza con respecto al sacerdocio
Capítulo VI.-La rebelión de los Chatrias
Capítulo VII.-Las usurpaciones de la realeza y sus consecuencias
Capítulo VIII.-Paraíso Terrenal y Paraíso Celestial
Capítulo IX.-La ley inmutable

PRÓLOGO

No tenemos el hábito, en nuestros trabajos, de referirnos a la actualidad inmediata, ya que lo que constantemente tenemos a la vista son los principios, que son, podría decirse, de una actualidad permanente, puesto que se sitúan fuera del tiempo; e, incluso, aunque salgamos del dominio de la metafísica para considerar ciertas aplicaciones, lo hacemos siempre de tal manera que estas aplicaciones conserven un alcance completamente general. Es lo que haremos aquí también; y, sin embargo, debemos convenir en que las consideraciones que vamos a exponer en este estudio ofrecen además cierto interés más particular en el momento presente, en razón de las discusiones que se han producido en estos últimos tiempos sobre la cuestión de las relaciones entre la religión y la política, cuestión que no es sino una forma especial, en ciertas condiciones determinadas, de las relaciones entre lo espiritual y lo temporal. Ello es cierto, pero sería un error creer que tales consideraciones nos han sido más o menos inspiradas por los incidentes a los que aludimos, o que pretendemos relacionarlos directamente con ellas, pues esto sería conceder una importancia demasiado exagerada a cuestiones que no tienen sino un carácter puramente episódico y que no podrían influir sobre concepciones cuya naturaleza y origen son en realidad de un orden muy distinto. Como nos esforzamos siempre en disipar en primer lugar los malentendidos que nos es posible prever, debemos descartar ante todo, tan clara y explícitamente como sea posible, esa falsa interpretación que algunos podrían dar de nuestro pensamiento, sea por pasión política o religiosa, o en virtud de algunas ideas preconcebidas, sea incluso por simple incomprensión del punto de vista en el que nos situamos. Todo lo que aquí diremos lo hubiéramos dicho también, y exactamente de la misma manera, si los hechos que hoy en día atraen la atención sobre el asunto de lo espiritual y de lo temporal no se hubieran producido; las circunstancias presentes solamente nos han demostrado, más claramente que nunca, que era necesario y oportuno decirlo; han constituido, si se quiere, la ocasión que nos ha conducido a exponer ahora ciertas verdades con preferencia a muchas otras que igualmente nos hemos propuesto formular, pero que no parecen susceptibles de una aplicación tan inmediata; y a esto se limita todo su papel en lo que a nosotros concierne.
Lo que nos ha llamado especialmente la atención en las discusiones de que se trata es que, ni de un lado ni de otro, ha existido en principio la preocupación por situar las cuestiones en su verdadero terreno, para distinguir de manera precisa entre lo esencial y lo accidental, entre los principios necesarios y las circunstancias contingentes; y, a decir verdad, esto no nos ha sorprendido, pues no hemos visto en ello sino un nuevo ejemplo, entre muchos otros, de la confusión que hoy en día reina en todos los dominios, y que consideramos como eminentemente característica del mundo moderno, por las razones que ya hemos explicado en precedentes obras1. No obstante, no podemos evitar el deplorar que esta confusión afecte hasta a los representantes de una autoridad espiritual auténtica, que parecen haber perdido de vista lo que debería ser su verdadera fuerza, es decir, la transcendencia de la doctrina en nombre de la cual están cualificados para hablar. Habría hecho falta distinguir ante todo entre cuestión de principio y cuestión de oportunidad: sobre la primera no cabe discutir, pues se trata de cosas que pertenecen a un dominio que no puede estar sometido a los procedimientos esencialmente "profanos" de discusión; y, en cuanto a la segunda, que, por otro lado, no es sino de orden político y, se podría decir, diplomático, es en todo caso muy secundaria, e incluso, rigurosamente, no debe contar con respecto a la cuestión de principio; en consecuencia, hubiera sido preferible no ofrecer al adversario la posibilidad de plantearla, aunque no sea sino sobre simples apariencias; añadiremos que, en cuanto a nosotros, no nos interesa en absoluto.
Pretendemos pues, por nuestra parte, situarnos exclusivamente en el dominio de los principios; es lo que nos permite permanecer enteramente aparte de toda discusión, de toda polémica, de toda querella de escuela o de partido, asuntos éstos con los cuales no queremos mezclarnos ni de cerca ni de lejos, de ningún modo ni en ningún grado. Siendo absolutamente independientes con respecto a todo lo que no es la verdad pura y desinteresada, y decididos a permanecer en ella, simplemente nos proponemos decir las cosas tal como son, sin el menor cuidado de agradar o desagradar a quien sea; no tenemos nada que esperar ni de unos ni de otros, no contamos incluso con que aquellos que podrían sacar ventajas de las ideas que formulamos nos lo agradezcan de algún modo, y, por lo demás, esto nos importa muy poco. Advertiremos una vez más que no estamos dispuestos a dejarnos encerrar en ninguno de los marcos ordinarios, y que sería perfectamente vano intentar aplicarnos una etiqueta cualquiera, pues, entre aquellas que existen en el mundo occidental, no hay ninguna que en realidad nos convenga; algunas insinuaciones, llegadas simultáneamente de los sectores más opuestos, nos han demostrado de nuevo recientemente que era bueno renovar esta declaración, a fin de que las personas de buena fe sepan a qué atenerse y no sean inducidas a atribuirnos intenciones incompatibles con nuestra verdadera actitud y con el punto de vista puramente doctrinal que es el nuestro.
En razón de la propia naturaleza de este punto de vista, separado de todas las contingencias, podemos considerar los hechos actuales de una manera tan completamente imparcial como si se tratara de acontecimientos que pertenecieran a un pasado lejano, como aquellos de los que trataremos sobre todo aquí cuando citemos algunos ejemplos históricos para aclarar nuestra exposición. Debe quedar claro que damos a ésta, tal y como hemos dicho desde el principio, un alcance completamente general, que supera todas las formas particulares de las que se pueden revestir, según los tiempos y lugares, el poder temporal e incluso la autoridad espiritual; y es necesario precisar especialmente, sin demora, que esta última, para nosotros, no tiene necesariamente una forma religiosa, al contrario de lo que comúnmente se cree en Occidente.
Dejamos a cada uno el cuidado de hacer con estas consideraciones las aplicaciones que juzgue conveniente respecto a los casos particulares que a propósito nos abstenemos de considerar directamente; basta que esta aplicación, para ser legítima y válida, esté hecha con un espíritu verdaderamente conforme a los principios de los que todo depende, espíritu que esa lo que llamamos espíritu tradicional en el verdadero sentido de la palabra, y del cual, lamentablemente, todas las tendencias específicamente modernas son su antítesis o su negación.
Precisamente es uno de esos aspectos de la desviación moderna lo que vamos a considerar, y, a este respecto, el presente estudio completará lo que ya hemos tenido ocasión de explicar en las obras a las que hemos aludido anteriormente. Se verá, por lo demás, que, sobre esta cuestión de las relaciones entre lo espiritual y lo temporal, los errores que se han desarrollado en el curso de los últimos siglos están lejos de ser nuevos; pero al menos sus manifestaciones anteriores jamás tuvieron más que efectos bastante limitados, mientras que hoy en día estos mismos errores se han hecho en cierto modo inherentes a la mentalidad común, forman parte integrante de un estado de espíritu que se generaliza cada vez más. Esto es lo más particularmente grave e inquietante, y, a menos que en breve no se opere un enderezamiento, es de prever que el mundo moderno será arrastrado a alguna catástrofe, hacia la cual parece marchar con una rapidez siempre creciente. Habiendo expuesto en otro lugar las consideraciones que pueden justificar tal afirmación2, no insistiremos sobre ellas, y solamente añadiremos lo siguiente: si todavía hay, en las presentes circunstancias, alguna esperanza de salvación para el mundo occidental, parece que esta esperanza debe residir, al menos en parte, en el mantenimiento de la única autoridad espiritual que subsiste; pero para ello es necesario que esta autoridad posea una plena conciencia de sí misma, a fin de que sea capaz de ofrecer una base efectiva a los esfuerzos que, de otro modo, corren el riesgo de permanecer dispersos y faltos de coordinación. Éste es, al menos, uno de los medios más inmediatos que pueden ser tomados en consideración para una restauración del espíritu tradicional; sin duda hay otros, si éste faltara; pero, como esta restauración, que es el único remedio al desorden actual, es el objetivo esencial que tenemos a la vista desde el momento que, saliendo de la pura metafísica, consideramos las contingencias, es fácil comprender que no despreciemos ninguna de las posibilidades que se ofrecen para alcanzarla, incluso aunque estas posibilidades parezcan tener por el momento muy pocas posibilidades de realización. En ello, y solamente en ello, consisten nuestras verdaderas intenciones; todas las que se nos podrían achacar, aparte de ellas, son perfectamente inexistentes; y, si algunos llegaran a pretender que las reflexiones que vamos a dar a continuación nos han sido inspiradas por influencias exteriores, sean cuales sean, oponemos desde ahora nuestro más formal desmentido.
Dicho esto, ya que por experiencia sabemos que tales precauciones no son inútiles, pensamos poder dispensarnos a continuación de toda alusión directa a la actualidad, a fin de hacer ntodavía más sensible e indudable el carácter estrictamente doctrinal que pretendemos conservar en todos nuestros trabajos. Sin duda, las pasiones políticas o religiosas no cuentan aquí, pero esto es algo de lo que debemos felicitarnos, pues en absoluto se trata para nosotros de alimentar nuevas discusiones que nos parecen muy vanas, incluso bastante miserables, sino, por el contrario, de recordar los principios cuyo olvido es, en el fondo, la única verdadera causa de todas estas discusiones. Es, lo repetimos, nuestra propia independencia la que nos permite realizar esta puntualización con toda imparcialidad, sin concesiones ni compromisos de ningún tipo; y, al mismo tiempo, ella nos prohibe cualquier otro papel distinto al que acabamos de definir, pues no puede ser mantenida sino a condición de permanecer siempre en el dominio puramente intelectual, dominio que, por otra parte, es el de los principios esenciales e inmutables y, en consecuencia, aquel del que todo el resto deriva más o menos directamente, y por el cual debe forzosamente comenzar el enderezamiento del que hemos hablado: fuera de la vinculación a los principios, no se pueden obtener más que resultados exteriores, inestables e ilusorios; pero esto, a decir verdad, no es sino una de las formas de la afirmación misma de la supremacía de lo espiritual sobre lo temporal, que precisamente va a ser el objeto de este estudio.

 

NOTAS
1- Orient et Occident y La Crise du Monde moderne.
2- La Crise du Monde moderne.