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La gran tríada

 

René Guénon


La gran tríada - René Guénon

208 págs.
Editorial Paidós
Colección Orientalia
2005
13,5 x 22 cm
Encuadernación rústica
Precio para Argentina.: 142 pesos
Precio internacional: 28 euros

 

A la vista del título de este libro, muchos imaginarán ya que se refiere especialmente al simbolismo de la tradición del Lejano Oriente, pues, en general, es conocido el papel que en ella desempeña el ternario formado por los términos “Cielo, Tierra, Hombre”. Es este ternario, que se acostumbra a denominar “Tríada” y cuyo significado y alcance no siempre se comprenden, lo que precisamente trataremos de explicar aquí, señalando además sus paralelismos en otras formas tradicionales. [...] El papel que se asigna al hombre como tercer término de la Tríada es propiamente, en un cierto nivel, el del “hombre verdadero”, y en otro, el del “hombre transcendente”, indicando así los objetivos respectivos de los “misterios menores” y los “misterios mayores”, es decir, los objetivos de toda iniciación.
RENÉ GUÉNON

 

ÍNDICE

 Prólogo
 I.     Ternario y Trinidad
 II.    Diferentes formas de ternarios
 III.   Cielo y Tierra
 IV.    Yin y yang
 V.     La doble espiral
 VI.    Solve et coagula
 VII.   Cuestiones de orientación
 VIII.  Números celestes y números terrestres
 IX.    El Hijo del Cielo y de la Tierra
 X.     El hombre y los tres mundos
 XI.    Spiritus, Anima, Corpus
 XII.   Azufre, Mercurio y Sal
 XIII.  El ser y el medio
 XIV.   El mediador
 XV.    Entre la escuadra y el compás
 XVI.   El Ming-tang
 XVII.  El Wang o rey pontífice
 XVIII. El "hombre verdadero" y el "hombre transcendente"
 XIX.   Deus, Homo, Natura
 XX.    Deformaciones filosóficas modernas
 XXI.   Providencia, Voluntad, Destino
 XXII.  El triple tiempo
 XXIII. La rueda cósmica
 XXIV.  El Triratna
 XXV.   La Ciudad de los Sauces
 XXVI.  La Vía del Medio
 

PREFACIO

 

Muchos comprenderán sin duda, solo por el título de este estudio, que se refiere sobre todo al simbolismo de la tradición extremo oriental, ya que se sabe bastante generalmente el papel que desempeña en ésta el ternario formado por los términos «Cielo, Tierra, Hombre» (Tien-ti-jen); este ternario, al que se ha tomado el hábito de designar más particularmente por el nombre de «Tríada», incluso si no se comprende siempre exactamente su sentido y su alcance, es lo que trataremos precisamente de explicar aquí, señalando también, por lo demás, las correspondencias que se encuen­tran a este respecto en otras formas tradicionales; ya le hemos consagrado un capítulo en otro estudio(1), pero el tema merece ser tratado con más desarrollos. Se sabe igual­mente que existe en China una «sociedad secreta», o lo que se ha convenido llamar así, a la que se ha dado en Occidente el mismo nombre de «Tríada»; como no tene­mos la intención de tratar de ella especialmente, será bueno decir a continuación al­gunas palabras sobre este tema a fin de no tener que volver sobre él en el curso de nuestra exposición(2).
El verdadero nombre de esta organización es Tien-ti-houei, que se puede traducir por «Sociedad del Cielo y de la Tierra», a condición de hacer todas las reservas nece­sarias sobre el empleo de la palabra «sociedad», por las razones que ya hemos expli­cado en otra parte(3), ya que aquello de lo que se trata, aunque es de un orden relati­vamente exterior, no obstante está muy lejos de presentar todos los caracteres espe­ciales que esta palabra evoca inevitablemente en el mundo occidental moderno. Se observará que, en este título, solo figuran los dos primeros términos de la Tríada tra­dicional; si ello es así, es porque, en realidad, la organización misma (houei), por sus miembros tomados tanto colectiva como individualmente, ocupa aquí el lugar del tercero, como lo harán comprender mejor algunas de las consideraciones que tendremos que desarrollar(4). Se dice frecuentemente que esa misma organización es co­nocida también bajo un gran número de otras denominaciones diversas, entre la cua­les hay una donde la idea del ternario se menciona expresamente(5); pero, a decir ver­dad, hay en ello una inexactitud: estas denominaciones no se aplican propiamente más que a ramas particulares o a «emanaciones» temporarias de esa organización, que aparecen en tal o cual momento de la historia y desaparecen cuando han termi­nado de desempeñar el papel al que estaban más especialmente destinadas(6).
Ya hemos indicado en otra parte cuál es la verdadera naturaleza de todas las or­ganizaciones de este género(7): en definitiva, deben considerarse siempre como proce­diendo de la jerarquía taoísta, que las ha suscitado y que las dirige invisiblemente, para las necesidades de una acción más o menos exterior en la que no podría interve­nir ella misma directamente, en virtud del principio del «no actuar» (wou-wei), según el cual su papel es esencialmente la del «motor inmóvil», es decir, el del centro que rige el movimiento de todas las cosas sin participar en él. Eso, la mayoría de los sinó­logos lo ignoran naturalmente, ya que sus estudios, dado el punto de vista especial desde el que los emprenden, no pueden enseñarles apenas que, en Extremo Oriente, todo lo que es de orden esotérico o iniciático, a cualquier grado que sea, depende ne­cesariamente del Taoísmo; pero lo que es bastante curioso a pesar de todo, es que aquellos mismos que han discernido en las «sociedades secretas» una cierta influen­cia taoísta no han sabido ir más lejos y no han sacado de ello ninguna consecuencia importante. Éstos, al constatar al mismo tiempo la presencia de otros elementos, y concretamente de elementos búdicos, se han apresurado a pronunciar a este propósito la palabra «sincretismo», sin saber que lo que designa es algo completamente contrario, por una parte, al espíritu eminentemente «sintético» de la raza china, y también, por otra, al espíritu iniciático de donde procede evidentemente aquello de lo que se trata, incluso si, bajo esta relación, no son más que formas bastante alejadas del cen­tro(8). Ciertamente, no queremos decir que todos los miembros de estas organizaciones relativamente exteriores deban tener consciencia de la unidad fundamental de todas las tradiciones; pero esa consciencia, aquellos que están detrás de esas mismas orga­nizaciones y que las inspiran, la poseen forzosamente en su calidad de «hombres verdaderos» (tchenn-jen), y es eso lo que les permite introducir en ellas, cuando las circunstancias lo hacen oportuno o ventajoso, elementos formales que pertenecen en propiedad a diferentes tradiciones(9).
A este respecto, debemos insistir un poco sobre la utilización de los elementos de proveniencia búdica, no tanto porque son sin duda los más numerosos, lo que se ex­plica fácilmente por el hecho de la gran extensión del Budismo en China y en todo el Extremo Oriente, como porque hay en esta utilización una razón de orden más pro­fundo que la hace particularmente interesante, y sin la cual, a decir verdad, esta ex­tensión misma del Budismo quizás no se habría producido. Se podrían encontrar sin esfuerzo múltiples ejemplos de esta utilización, pero, al lado de aquellos que no pre­senten por sí mismos más que una importancia en cierto modo secundaria, y que va­len precisamente sobre todo por su gran número, para atraer y retener la atención del observador del exterior, y para desviarla por eso mismo de lo que tiene un carácter más esencial(10), hay al menos uno, extremadamente claro, que incide sobre algo más que simples detalles: es el empleo del símbolo del «Loto blanco» en el título mismo de la otra organización extremo oriental que se sitúa al mismo nivel que la Tien-ti­houei (11). En efecto, Pe-lien-che o Pe-lien-tsong, nombre de una escuela búdica, y Pe­lien-kiao o Pe-lien-houei, nombre de la organización de que se trata, designan dos cosas enteramente diferentes; pero, en la adopción de este nombre por esta organiza­ción emanada del Taoísmo, hay una especie de equívoco expreso, así como en algu­nos ritos de apariencia búdica, o también en las «leyendas» donde los monjes budis­tas desempeñan casi constantemente un papel más o menos importante. Se ve bastan­te claramente, por un ejemplo como éste, cómo el Budismo puede servir de «cobertu­ra» al Taoísmo, y cómo ha podido, con ello, evitar a éste el inconveniente de exterio­rizarse más de lo que hubiera convenido a una doctrina que, por definición misma, debe estar reservada siempre a una elite restringida. Es por eso por lo que el Taoísmo ha podido favorecer la difusión del Budismo en China, sin que haya lugar a invocar afinidades originales que no existen más que en la imaginación de algunos orientalis­tas; y, por lo demás, ha podido hacerlo tanto mejor cuanto que, desde que las dos par­tes esotérica y exotérica de la tradición extremo oriental habían sido constituidas en dos ramas de doctrina tan profundamente distintas como lo son el Taoísmo y el Con­fucionismo, era fácil encontrar lugar, entre la una y la otra, para algo que depende de un orden en cierto modo intermediario. Hay lugar a agregar que, debido a este hecho, el Budismo chino ha sido él mismo influenciado en una medida bastante amplia por el Taoísmo, así como lo muestra la adopción de ciertos métodos de inspiración mani­fiestamente taoísta por algunas de sus escuelas, concretamente la de Tchan(12), y tam­bién la asimilación de algunos símbolos de proveniencia no menos esencialmente taoísta, como el de Kouan-yin por ejemplo; y apenas hay necesidad de hacer observar que el Budismo devenía así mucho más apto todavía para desempeñar el papel que acabamos de indicar.
Hay también otros elementos, cuya presencia, los partidarios más decididos de la teoría de las «apropiaciones», no podrían apenas plantearse explicarla por el «sincre­tismo», pero que, a falta de conocimientos iniciáticos en aquellos que han querido es­tudiar las «sociedades secretas» chinas, han permanecido para ellos como un enigma insoluble: queremos hablar de aquellos elementos por los que se establecen similitu­des a veces sorprendentes entre estas organizaciones y las organizaciones del mismo orden que pertenecen a otras formas tradicionales. A este respecto, algunos han lle­gado a considerar, en particular, la hipótesis de un origen común de la «Tríada» y de la Masonería, sin poder apoyarlo, por lo demás, con razones muy sólidas, lo que cier­tamente no tiene nada de extraño; no obstante, no es que esta idea haya que rechazar­la absolutamente, pero a condición de entenderla en un sentido muy diferente de co­mo lo han hecho, es decir, de referirla, no a un origen histórico más o menos lejano, sino solo a la identidad de los principios que presiden en toda iniciación, ya sea de Oriente o de Occidente; para tener su verdadera explicación, sería menester remontar mucho más allá de la historia, queremos decir hasta la Tradición primordial misma(13). En lo que concierne a algunas similitudes que parecen indicar sobre puntos más es­peciales, solo diremos que cosas tales como el uso del simbolismo de los números, por ejemplo, o también el del simbolismo «constructivo», no son de ningún modo particulares a tal o cual forma iniciática, sino que son al contrario de las que se en­cuentran por todas partes con simples diferencias de adaptación, porque se refieren a ciencias o a artes que existen igualmente, y con el mismo carácter «sagrado», en to­das las tradiciones; así pues, pertenecen realmente al dominio de la iniciación en ge­neral, y por consiguiente, en lo que concierne al extremo oriente, pertenecen en pro­piedad al Taoísmo; si los elementos adventicios, búdicos u otros, son más bien una «máscara», éstos, al contrario, forman verdaderamente parte de lo esencial.
Cuando hablamos aquí del Taoísmo, y cuando decimos que tales o cuales cosas dependen de éste, lo que es el caso de la mayoría de las consideraciones que tendre­mos que exponer en este estudio, nos es menester precisar todavía que esto debe en­tenderse en relación al estado actual de la tradición extremo oriental, ya que algunos espíritus, demasiado inclinados a considerarlo todo «históricamente», podrían estar tentados de concluir de ello que se trata de concepciones que no se encuentran ante­riormente a la formación de lo que se llama propiamente el Taoísmo, mientras que, muy lejos de eso, se encuentran constantemente en todo lo que se conoce de la tradi­ción china desde la época más remota a la que sea posible remontarse, es decir, en suma desde la época de Fo-hi. En realidad, el Taoísmo no ha «innovado» nada en el dominio esotérico e iniciático, como tampoco, por lo demás, el Confucionismo en el dominio exotérico y social; el uno y el otro, cada uno en su orden, son solo «readap­taciones» necesitadas por condiciones que hacían que la tradición, en su forma pri­mera, ya no fuera comprendida integralmente(14). Desde entonces, una parte de la tradi­ción anterior entraba en el Taoísmo y la otra entraba en el Confucionismo, y este es­tado de cosas es el que ha subsistido hasta nuestros días; referir tales concepciones al Taoísmo y tales otras al Confucionismo, no es de ningún modo atribuirlas a algo más o menos comparable a lo que los Occidentales llamarían «sistemas», y, en el fondo, no es otra cosa que decir que pertenecen respectivamente a la parte esotérica y a la parte exotérica de la tradición extremo oriental.
No volveremos a hablar especialmente sobre la Tien-ti-houei, salvo cuando haya lugar a precisar algunos puntos particulares, ya que no es eso lo que nos proponemos; pero lo que diremos en el curso de nuestro estudio, además de su alcance mucho más general, mostrará implícitamente sobre qué principios reposa esta organización, en virtud de su título mismo, y permitirá comprender por eso cómo, a pesar de su exte­rioridad, tiene un carácter realmente iniciático, que asegura a sus miembros una par­ticipación al menos virtual en la tradición taoísta. En efecto, el papel que se asigna al hombre como tercer término de la Tríada es propiamente, en un cierto nivel, el del «hombre verdadero» (tchenn-jen), y, en otro, el del «hombre transcendente» (cheun­jen), indicando así los fines respectivos de los «misterios menores» y de los «miste­rios mayores», es decir, los fines mismos de toda iniciación. Sin duda, esta organiza­ción, por sí misma, no es de las que permiten llegar efectivamente a ellos; pero puede al menos prepararlos, por lejanamente que esto sea, para aquellos que están «cualifi­cados», y constituye así uno de los «atrios» que pueden, para esos, dar acceso a la je­rarquía taoísta, cuyos grados no son otros que los de la realización iniciática misma.

 

NOTAS:

  1. El Simbolismo de la Cruz, cap. XXVIII.

  2. Se encontrarán detalles sobre la organización de que se trata, su ritual y sus símbolos (concreta­mente los símbolos numéricos de los que hace uso), en la obra de B. Favre sobre Les Sociétés secrètes en Chine; esta obra está escrita desde un punto de vista profano, pero el autor ha entrevisto al menos algunas cosas que escapan ordinariamente a los sinólogos, y, aunque está lejos de haber resuelto todas las cuestiones suscitadas a este propósito, tiene no obstante el mérito de haberlas planteado bastante claramente. — Ver también por otra parte Matgioi, La Voie rationnelle, cap. VII.

  3.  Aperçus sur l’Initiation, cap. XII.

  4. Es menester notar que jen significa a la vez «hombre» y «humanidad»; y además, desde el punto de vista de las aplicaciones al orden social, es la «solidaridad» de la raza, cuya realización práctica es uno de las metas contingentes que se propone la organización en cuestión.

  5. Concretamente los «Tres Ríos» (San-ho) y los «Tres Puntos» (San-tien); el uso de este último vocablo es evidentemente uno de los motivos por los cuales algunos han sido llevados a buscar rela­ciones entre la «Tríada» y la organizaciones iniciáticas occidentales tales como la Masonería y el Compañerazgo.

  6. Esta distinción esencial nunca deberá ser perdida de vista por aquellos que quieran consultar el libro de B. Favre que hemos citado, libro en el que desgraciadamente se ignora, de manera que el autor parece considerar todas estas denominaciones como equivalentes pura y simplemente; de hecho, la mayoría de los detalles que da al respecto de la «Tríada» no conciernen realmente más que a una de sus emanaciones, la Hong-houei; en particular, es solo ésta, y no la Tien-ti-houei misma, la que puede no haber sido fundada más que a finales del siglo XVII o comienzos del XVIII, es decir, en una fecha sumamente reciente.

  7. Ver Aperçus sur l’Initiation, cap. XII y XLVI.

  8.  Ver Aperçus sur l’Initiation, cap. VI.

  9. Comprendidos incluso a veces los que son más completamente ajenos al Extremo Oriente, como el Cristianismo, así como se puede ver en el caso de la asociación de la «Gran Paz» o Tai-ping, que fue una de las emanaciones recientes de la Pen-lien-houei que vamos a mencionar enseguida.

  10. La idea del pretendido «sincretismo» de las «sociedades secretas» chinas es un caso particular del resultado obtenido por este medio, cuando el observador del exterior se encuentra que es un Occi­dental moderno.

  11. Decimos la «otra» porque no hay efectivamente más que dos, y todas las asociaciones conocidas exteriormente no son en realidad más que ramas o emanaciones de la una o de la otra.

  12.  Transcripción china de la palabra sánscrita Dhyâna, «contemplación»; esta escuela se conoce más ordinariamente bajo la designación de Zen, que es la forma japonesa de la misma palabra.

  13.  Es cierto que la iniciación como tal no ha devenido necesaria sino a partir de un cierto período del ciclo de la humanidad terrestre, y a consecuencia de la degeneración espiritual de la generalidad de ésta; pero todo lo que conlleva constituía anteriormente la parte superior de la Tradición primordial, del mismo modo que, analógicamente y en relación a un ciclo mucho más restringido en el tiempo y en el espacio, todo lo que está implicado en el Taoísmo constituía primeramente la parte de la tradi­ción única que existía en Extremo Oriente antes de la separación de sus dos aspectos esotérico y exo­térico.

  14. Se sabe que la constitución de estas dos ramas distintas de la tradición extremo oriental data del siglo VI antes de la era cristiana, época en la cual vivieron Lao-tsé y Confucio.

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