PRÓLOGO DE LA TERCERA EDICIÓN
Después de haber leído los subtítulos de este libro, no faltarán lectores que “aún entre los católicos bienintencionados, pero pésimamente informados”, que – según nos lo advierte el Cardenal José Caro, arzobispo de Santiago de Chile recientemente fallecido – “crean que la masonería es un anacronismo, que se exagera su importancia y su influencia preponderante en la política moderna; y que, por lo tanto hablar de ella en nuestros tiempos está fuera de lugar. Sin embargo – continúa el ilustre príncipe de la Iglesia – la acción masónica siga haciéndose cada día más intensa y universal” [1] .
Para los católicos liberales, satisfechos, aburguesados, acomodaticios, conformistas y adaptables a cualquier régimen – con tal que se respeten sus intereses, sobre todo económicos – todo lo que aquí digamos será producto de la exaltada fantasía de visionarios; cosas terribles pero pasadas de moda; pues, en los países civilizados ya han sido superadas por las nuevas corrientes de libertad y democracia en que se desarrolla la vida nacional.
Esas doctrinas exóticas, elaboradas por mentes calenturientas, nunca se llevarán a la práctica entre nosotros; y si algún grupo de fanáticos extremistas y resentidos sociales se hizo eco de tales ideologías, concretándolas en hechos históricos aún en nuestra patria, no dejan de ser casos aislados, que no deben preocuparnos más de la cuenta; porque tales teorías disolventes siempre encontrarán, en su momento y hora, el contrapeso de la condigna reacción del gran pueblo argentino.
Y si volvemos a insistir en la gravedad del problema y en la forma larvada con que estos gérmenes de destrucción se insinúan en las masas populares, en las mentes juveniles y en las clases cultas de la sociedad – amparados sus agentes por la lenidad y complicidad de quienes deberían velar por la integridad de nuestro ser nacional – se elude el tema con una sonrisa displicente, y se subestima su importancia, repitiendo el consabido sonsonete: “¡Queremos pruebas convincentes!” ¿Dónde están los masones; quienes son? y si las pruebas llegan y si se entregan las listas de todos ellos con los cargos públicos que ocupan, nos responden: “¿Y que mal hay en eso; no son acaso gente honrada y libre como cualquier otro ciudadano?”.
Actitud orgullosa, pedante y suicida de quienes, con una magistral negativa o con una pérfida suspensión de su juicio, creen remediarlo todo, pretenden salir del paso y satisfacer las exigencias de una crítica infatuada.
Y si les hablamos de los “caballos de Troya” que los masones han introducido en nuestra legislación y en todos los cuadros directivos de la política, de la economía, de la finanzas, de la educación primaria, secundaria y universitaria, de la justicia, de los gremios y sindicatos, de la prensa diaria y periódica, de la radio, del cine, de la televisión, de las fuerza armadas, de la política, de los centros culturales, sociales, deportivos y recreativos, nos responden que: -en cuanto a las leyes laicas, ellas son inocuas, que muy bien se puede contrarrestar su efecto, y que no es problema insoluble la convivencia católico-laicista en una Argentina de mutua comprensión democrática; y –en cuanto a los nuevos equipos colocados estratégicamente en las instituciones del país, para imprimirles el sello masónico – que esto es calumnioso y que obedece a un plan de confucionismo derrotista, porque todos sus integrantes son excelentes ciudadanos, respetuosos de las ideas ajenas; y que no existe el peligro de que tales hombres socaven los cimientos de nuestro tradicionalismo criollo con orientaciones antipopulares y anticristianas, porque todos ellos son personas honorables de solvencia democrática intachable.
En otras palabras: su partidismo los pierde, y a breve plazo nos perderá a todos. Esquivan la verdad por no tener que definirse.
A estos tales, en su posición de equilibrio católico-laicista, condenó Pío XI en su encíclica “Ubi Arcano” del 23 de setiembre de 1922; es decir, a todos los que no sigan las directivas de los documentos pontificios en lo referente a la escuela, al Estado, a la política, al matrimonio, a la propiedad, a la secularización de la vida civil, etc. “en lo cual – dice el Papa – es preciso reconocer una especie de modernismo moral, jurídico y social que reprobamos con toda energía, a una con el modernismo dogmático ya condenado por Pío X” [2] .
Todos estos errores modernos, sobre los cuales los partidos políticos deberían definirse claramente, sin reticencias, ni escamoteos, ni fraseologías hueras y polivalentes, elusivas de los problemas de fondo – si es que quieren hacer honor a su bandera democrática – tienen sus defensores dentro de la masonería; porque, según dijo León XIII, “de ella todos salen y a ella todos vuelven. Ella es su real inspiración y el móvil oculto de su poder” [3] .
En ella se dan cita, y a sus órdenes trabajan, todos los que maquinan contra la civilización cristiana, en todas y en cada una de las doctrinas y conquistas evangélicas logradas por el cristianismo en sus veinte siglos de actuación en medio de la sociedad humana.
Pío XII, el 22 de julio de 1956, decía a los gobernantes: “Si todos inspiraran su acción cívica y política en la fe y en la moral cristiana, poniendo como fundamento de todas sus construcciones a Cristo y su doctrina; si todos se dedicaran a que el Evangelio fuera de hecho lo que es de derecho: fermento altísimo de cualquier actividad teórica y práctica; si las divergencias y correspondientes luchas dejaran al margen de la discusión los derechos que Dios tiene sobre los hombres y el mundo, limitándose a las diferentes maneras de edificar en sus estructuras humanas la sociedad fundamentalmente cristiana; entonces la Iglesia podría mantenerse ajena a cualquier lucha evitando alinearse junto a una u otra de las partes en pugna. Mas, hoy hay hombres que quieren construir el mundo sobre la negación de Dios, y otros que pretenden que Cristo quede fuera de la escuela, de los talleres y de los parlamentos. En esta lucha más o menos abierta, más o menos declarada, más o menos dura, los enemigos de la Iglesia se ven a menudo sostenidos y ayudados por el voto y por la propaganda incluso de quienes continúan proclamándose cristianos. Y no faltan quienes buscan imposibles uniones, haciéndose ilusiones sobre la variedad de las mudables actitudes, y olvidando en cambio la inaceptabilidad de los invariables fines últimos” [4] .
Pernicioso “irenismo” sobre el cual ya nos pusiera alerta el mismo Sumo Pontífice, en su encíclica “Humani Generis” del 12 de agosto de 1950, cuando decía: “Quieren conciliarlo todo con los adversarios, que suponen de buena fe; y juzgan como obstáculos a la restauración de la fraterna unidad aquello mismo que se apoya en las leyes y principios dados por el mismo Cristo y por las instituciones establecidas por Él, o cuanto cuanto constituye la defensa y el sostén de la integridad de la fe; derribado lo cual, todo se une, si; pero en la común ruina” [5] .
Se impone, pues, la reacción popular argentino-católica contra la línea liberal antinacional, antipopular y anticristiana; porque su liberalismo ideológico es antidemocrático y destructor; y su demoliberalismo prepara naturalmente al comunismo; en lugar de la mitología patriótica de la Argentina laicista con sus próceres de la “guardia vieja” – venerados como semidioses en el Olimpo liberal de la historia mistificada por las fábulas masónicas oficializadas como oráculos – veremos, más bien – o por lo menos junto a ellos, exhumándolos del olvido y ubicándolos donde corresponden – a los que, al independizarnos de la madre patria – como dijo Avellaneda – tomaron todas las precauciones para no independizarnos de su Dios y de su culto, de su tradición y de su legislación cristianas.
Para ilustrar estas ideas sobre la masonería en general y su particular actuación en nuestra patria, se ha escrito este libro.
Son más de 20.000 las obras que tratan sobre la masonería.
Aquí se ofrece una síntesis – muy incompleta por cierto – de los principales trabajos publicados por los escritores que gozan de mayor autoridad en la materia ante los masones y ante sus enjuiciadores.
El lector tendrá, en este manual de simple divulgación – que ha logrado ya la cuarta edición con un total de 25.000 ejemplares vendidos en menos de quince años - un resumen de los temas cuyo conocimiento podrá ampliar en las obras de consulta. En él hallará nociones generales sobre el origen y expansión mundial de la masonería, su organización y métodos de proselitismo y adoctrinamiento; las doctrinas masónicas con respecto a la religión, a la moral, a la familia, al matrimonio, a la enseñanza, a la libertad, a la democracia, a la propiedad y al patriotismo; el objeto y la acción de la masonería y la táctica que emplea; y finalmente su historia en las principales naciones y en nuestra patria, a través de los dos siglos y medio de su maléfica actuación en el mundo.
Y si el amable lector tuviese paciencia hasta el fin, podrá juzgar con conocimiento de causa si conviene o no formar un frente único para defendernos de esta serpiente que nos envuelve “en su abrazo cariñoso”, para luego estrangularnos; y que habiéndonos inyectado “el mortal veneno que circula por todas las venas de la sociedad”, como dijo León XIII [6] , deja escuchar ya el crujido de los huesos de esa pobre cautiva, que agoniza entre sus atenaceantes anillos, y que se llama: República Argentina.
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