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LA MASONERÍA EN LA ARGENTINA Y EN EL MUNDO

Aníbal A. Rottjer

 

Anibal Rottjer -La Masonería en la Argentina y en el Mundo

435 págs.
Editorial Nuevo Orden
1983
encuadernación rústica
P.V.P.: 17 €

 

Historia de los Hermanos Tres Puntos

Origen.

Expansión.

Organización.

Proselitismo.

Doctrina.

Objeto.

Acción.

Historia y condenación de la masonería

 

PRÓLOGO DE LA TERCERA EDICIÓN

 

Después de haber leído los subtítulos de este libro, no faltarán lectores que “aún entre los católicos bienintencionados, pero pésimamente informados”, que – según nos lo advierte el Cardenal José Caro, arzobispo de Santiago de Chile recientemente fallecido – “crean que la masonería es un anacronismo, que se exagera su importancia y su influencia preponderante en la política moderna; y que, por lo tanto hablar de ella en nuestros tiempos está fuera de lugar. Sin embargo – continúa el ilustre príncipe de la Iglesia – la acción masónica siga haciéndose cada día más intensa y universal” [1] .

            Para los católicos liberales, satisfechos, aburguesados, acomodaticios, conformistas y adaptables a cualquier régimen – con tal que se respeten sus intereses, sobre todo económicos – todo lo que aquí digamos será producto de la exaltada fantasía de visionarios; cosas terribles pero pasadas de moda; pues, en los países civilizados ya han sido superadas por las nuevas corrientes de libertad y democracia en que se desarrolla la vida nacional.

            Esas doctrinas exóticas, elaboradas por mentes calenturientas, nunca se llevarán a la práctica entre nosotros; y si algún grupo de fanáticos extremistas y resentidos sociales se hizo eco de tales ideologías, concretándolas en hechos históricos aún en nuestra patria, no dejan de ser casos aislados, que no deben preocuparnos más de la cuenta; porque tales teorías disolventes siempre encontrarán, en su momento y hora, el contrapeso de la condigna reacción del gran pueblo argentino.

            Y si volvemos a insistir en la gravedad del problema y en la forma larvada con que estos gérmenes de destrucción se insinúan en las masas populares, en las mentes juveniles y en las clases cultas de la sociedad – amparados sus agentes por la lenidad y complicidad de quienes deberían velar por la integridad de nuestro ser nacional – se elude el tema con una sonrisa displicente, y se subestima su importancia, repitiendo el consabido sonsonete: “¡Queremos pruebas convincentes!” ¿Dónde están los masones; quienes son? y si las pruebas llegan y si se entregan las listas de todos ellos con los cargos públicos que ocupan, nos responden: “¿Y que mal hay en eso; no son acaso gente honrada y libre como cualquier otro ciudadano?”.

            Actitud orgullosa, pedante y suicida de quienes, con una magistral negativa o con una pérfida suspensión de su juicio, creen remediarlo todo, pretenden salir del paso y satisfacer las exigencias de una crítica infatuada.

            Y si les hablamos de los “caballos de Troya” que los masones han introducido en nuestra legislación y en todos los cuadros directivos de la política, de la economía, de la finanzas, de la educación primaria, secundaria y universitaria, de la justicia, de los gremios y sindicatos, de la prensa diaria y periódica, de la radio, del cine, de la televisión, de las fuerza armadas, de la política, de los centros culturales, sociales, deportivos y recreativos, nos responden que: -en cuanto a las leyes laicas, ellas son inocuas, que muy bien se puede contrarrestar su efecto, y que no es problema insoluble la convivencia católico-laicista en una Argentina de mutua comprensión democrática; y –en cuanto a los nuevos equipos colocados estratégicamente en las instituciones del país, para imprimirles el sello masónico – que esto es calumnioso y que obedece a un plan de confucionismo derrotista, porque todos sus integrantes son excelentes ciudadanos, respetuosos de las ideas ajenas; y que no existe el peligro de que tales hombres socaven los cimientos de nuestro tradicionalismo criollo con orientaciones antipopulares y anticristianas, porque todos ellos son personas honorables de solvencia democrática intachable.

            En otras palabras: su partidismo los pierde, y a breve plazo nos perderá a todos. Esquivan la verdad por no tener que definirse.

            A estos tales, en su posición de equilibrio católico-laicista, condenó Pío XI en su encíclica “Ubi Arcano” del 23 de setiembre de 1922; es decir, a todos los que no sigan las directivas de los documentos pontificios en lo referente a la escuela, al Estado, a la política, al matrimonio, a la propiedad, a la secularización de la vida civil, etc. “en lo cual – dice el Papa – es preciso reconocer una especie de modernismo moral, jurídico y social que reprobamos con toda energía, a una con el modernismo dogmático ya condenado por Pío X” [2] .

            Todos estos errores modernos, sobre los cuales los partidos políticos deberían definirse claramente, sin reticencias, ni escamoteos, ni fraseologías hueras y polivalentes, elusivas de los problemas de fondo – si es que quieren hacer honor a su bandera democrática – tienen sus defensores dentro de la masonería; porque, según dijo León XIII, “de ella todos salen y a ella todos vuelven. Ella es su real inspiración y el móvil oculto de su poder” [3] .

            En ella se dan cita, y a sus órdenes trabajan, todos los que maquinan contra la civilización cristiana, en todas y en cada una de las doctrinas y conquistas evangélicas logradas por el cristianismo en sus veinte siglos de actuación en medio de la sociedad humana.

            Pío XII, el 22 de julio de 1956, decía a los gobernantes: “Si todos inspiraran su acción cívica y política en la fe y en la moral cristiana, poniendo como fundamento de todas sus construcciones a Cristo y su doctrina; si todos se dedicaran a que el Evangelio fuera de hecho lo que es de derecho: fermento altísimo de cualquier actividad teórica y práctica; si las divergencias y correspondientes luchas dejaran al margen de la discusión los derechos que Dios tiene sobre los hombres y el mundo, limitándose a las diferentes maneras de edificar en sus estructuras humanas la sociedad fundamentalmente cristiana; entonces la Iglesia podría mantenerse ajena a cualquier lucha evitando alinearse junto a una u otra de las partes en pugna. Mas, hoy hay hombres que quieren construir el mundo sobre la negación de Dios, y otros que pretenden que Cristo quede fuera de la escuela, de los talleres y de los parlamentos. En esta lucha más o menos abierta, más o menos declarada, más o menos dura, los enemigos de la Iglesia se ven a menudo sostenidos y ayudados por el voto y por la propaganda incluso de quienes continúan proclamándose cristianos. Y no faltan quienes buscan imposibles uniones, haciéndose ilusiones sobre la variedad de las mudables actitudes, y olvidando en cambio la inaceptabilidad de los invariables fines últimos” [4] .

            Pernicioso “irenismo” sobre el cual ya nos pusiera alerta el mismo Sumo Pontífice, en su encíclica “Humani Generis” del 12 de agosto de 1950, cuando decía: “Quieren conciliarlo todo con los adversarios, que suponen de buena fe; y juzgan como obstáculos a la restauración de la fraterna unidad aquello mismo que se apoya en las leyes y principios dados por el mismo Cristo y por las instituciones establecidas por Él, o cuanto cuanto constituye la defensa y el sostén de la integridad de la fe; derribado lo cual, todo se une, si; pero en la común ruina” [5] .

            Se impone, pues, la reacción popular argentino-católica contra la línea liberal antinacional, antipopular y anticristiana; porque su liberalismo ideológico es antidemocrático y destructor; y su demoliberalismo prepara naturalmente al comunismo; en lugar de la mitología patriótica de la Argentina laicista con sus próceres de la “guardia vieja” – venerados como semidioses en el Olimpo liberal de la historia mistificada por las fábulas masónicas oficializadas como oráculos – veremos, más bien – o por lo menos junto a ellos, exhumándolos del olvido y ubicándolos donde corresponden – a los que, al independizarnos de la madre patria – como dijo Avellaneda – tomaron todas las precauciones para no independizarnos de su Dios y de su culto, de su tradición y de su legislación cristianas.

            Para ilustrar estas ideas sobre la masonería en general y su particular actuación en nuestra patria, se ha escrito este libro.

            Son más de 20.000 las obras que tratan sobre la masonería.

            Aquí se ofrece una síntesis – muy incompleta por cierto – de los principales trabajos publicados por los escritores que gozan de mayor autoridad en la materia ante los masones y ante sus enjuiciadores.

            El lector tendrá, en este manual de simple divulgación – que ha logrado ya la cuarta edición con un total de 25.000 ejemplares vendidos en menos de quince años  - un resumen de los temas cuyo conocimiento podrá ampliar en las obras de consulta. En él hallará nociones generales sobre el origen y expansión mundial de la masonería, su organización y métodos de proselitismo y adoctrinamiento; las doctrinas masónicas con respecto a la religión, a la moral, a la familia, al matrimonio, a la enseñanza, a la libertad, a la democracia, a la propiedad y al patriotismo; el objeto y la acción de la masonería y la táctica que emplea;  y finalmente su historia en las principales naciones y en nuestra patria, a través de los dos siglos y medio de su maléfica actuación en el mundo.

            Y si el amable lector tuviese paciencia hasta el fin, podrá juzgar con conocimiento de causa si conviene o no formar un frente único para defendernos de esta serpiente que nos envuelve “en su abrazo cariñoso”, para luego estrangularnos; y que habiéndonos inyectado “el mortal veneno que circula por todas las venas de la sociedad”, como dijo León XIII [6] , deja escuchar ya el crujido de los huesos de esa pobre cautiva, que agoniza entre sus atenaceantes anillos, y que se llama: República Argentina.

 

EL AUTOR



[1] Caro, José M. El Misterio de la masonería. Pag. 118. Editorial Difusión. Buenos Aires 1926

[2] Colección completa de Encíclicas Pontificias, Tomo I pp. 777 a 814 (Decreto Lamentabili de San Pío X del 3 de julio de 1907 y encíclica Pascendi del mismo del 8 de setiembre de 1907); pág. 1015 (Encíclica Ubi Arcano de Pío XI). Editorial Guadalupe. Bs. As. 1958.

[3] Colección completa de Encíclicas Pontificias, Tomo I pp. 308 a 319 (Encíclica Humanum Genus y Carta Pontificia del 19 de marzo de 1902)

[4] Publicado en Revista Criterio de Bs. As. Año 1956, Pág. 578

[5] Colección completa de Encíclicas Pontificias, Tomo II pp. 1793 a 1806. (Encíclica Humani Generis)

[6] Colección completa de Encíclicas Pontificias, Tomo I pp. 224 a 230 (Encíclica Quod Apostolici del 28 de diciembre de 1878).