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Hitler contra Judá

Un proyecto singular:
Un segundo proceso de Nüremberg más justo.

Saint-Loup

Hitler contra Judá - Un proyecto singular: Un segundo proceso de Nüremberg más justo - Saint-Loup (Marc Augier)

292 páginas
21 x 14 cm.
Ediciones Sieghels, 2014
Encuadernación rústica

 Precio para Argentina: 310 pesos
 Precio internacional: 22 euros

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Adolf Hitler continua siendo la persona más debatida de la historia. En unas pocas decenas de años, se han publicado sobre él más libros que sobre ningún otro personaje, sin mencionar los artículos en periódicos, revistas, películas, por centenares de miles.
¿Cómo el miserable hijo de un aduanero austríaco, presentado bajo un ángulo tan fundamentalmente negativo, con absolutamente todos los defectos imaginables y con los más abominables aspiraciones, sólo en la vida, sin dinero y amigos, había conseguido hacerse plebiscitar por ochenta millones de almas y, a la cabeza de sus ejércitos, convertirse en el amo de casi toda Europa?
En el álbum de cromos legado por los propagandistas de la Segunda Guerra Mundial,los millones de muertos no-judios y los crímenes cometidos por los demás contendientes parecieran no tener importancia. Pareciera que las vidas humanas no tienen valor si no ese encuentran dentro de los 6 millones de judíos asesinados o que los crímenes no son detestables si no son cometidos por nazis. Pues el tiempo no deja presencia más que dos imágenes de la segunda guerra mundial  el monstruo Hitler y el mártir judío. ¿Acaso el choque Inicial, que determinó todo lo demás, no procedía, en el fondo, de un encuentro entre dos concepciones del hombre perfectamente opuestas? ¿Hitler contra Judá?
¿Porqué la Historia no va hasta el fondo de las cosas? Hitler no tienea ya la posibilidad de defender su causa, pero ya lo había expuesto todo brutalmente. Judá calla, deplorando sólo sus pérdidas, sin tratar de explicar su causa, cuando tiene todas las posibilidades de hacerlo mediante todos los libros, todas las revistas, todos los periódicos, todos los cines del universo. ¿Por qué?
El sindicato de vencedores, reunido en Nuremberg en 1946 no era un verdadero tribunal. No deseaba juzgar al III Reich según el derecho internacional, sino establecer una nueva escala de valores morales que justificara la política de las naciones occidentales. Otro tribunal de justicia debiera reunirse nuevamente en Nüremberg.
Su Programa de trabajo debería ser determinar las responsabilidades en los cinco campos siguientes: agresiones, violación de tratados y convenciones entre estados; experimentación de nuevas armas; bombardeos de hospitales, de escuelas, de sanatorios, de pantanos y otros objetivos de carácter puramente civil; torturas y mutilaciones de prisioneros. Genocidios (Campos de trabajos forzados, ejecuciones masivas y otras técnicas de exterminio de las poblaciones)
Presentamos aquí los que serían los resultados de tal singular proyecto.

 

ÍNDICE

Prólogo7
Introducción11
El tribunal19
Primera audiencia 25
Segunda audiencia35
Tercera audiencia57
Cuarta audiencia 71
Quinta audiencia 111
Sexta audiencia 137
Séptima audiencia 179
Octava audiencia217

Notas a la Primera audiencia 239
Notas a la Segunda audiencia246
Notas a la Tercera audiencia248
Notas a la Cuarta audiencia 250
Notas a la Quinta audiencia 265
Notas a la Sexta audiencia270
Notas a la Séptima audiencia 282
Notas a la Octava audiencia285

PRÓLOGO

SAINT‑LOUP
Marc Augier, cuyo seudónimo literario era Saint‑Loup, nació en Burdeos el 19 de Marzo de 1908. En 1935, con sus amigos de la S.F.I.O. (Sección Francesa de la Internacional Obrera, antiguo nombre del Partido Socialista Francés) y del Sindicato Nacional de Profesores, fundó los "Auberges Láiques de la Jeunesse" o Albergues Laicos de la Juventud, de los que fue, durante mucho tiempo, uno de los principales animadores. Miembro del Partido Socialista, fue agregado de gabinete de Leo Lagrange, Subsecretario de Estado para Deportes y Tiempo Libre, en 1936. Nombrado Delegado por Francia en el Congreso Mundial de la Juventud, en 1937, oyó como Roosevelt, ante representantes de la juventud mundial, declaraba prácticamente una guerra ideológica a Alemania, Italia y el Japón y, en medio del discurso presidencial, abandonó ostensiblemente su asiento y regresó inmediatamente a Francia.
A las pocas semanas, abandonó el Partido Socialista, pasando a integrar la disidencia de Marcel Déat, o Partido Socialista Nacional. En 1941 fundó las secciones de los "Jeunes de I'Europe Nouvelle” del grupo "Collaboration". En 1942, combatió, con el grado de sargento en la L.V.F. (Legión de Voluntarios Franceses) en el frente ruso. Dado de baja en el servicio por heridas, fundó el diario "Le Combattant Européen" en Paris. También colaboró en "La Gerbe" y en "Devenir', subtitulado "Periódico de Combate de la Comunidad Europea". En 1944, como oficial político de la División de Walfen SS francesa "Charlemagne” tomó una parte importante en el movimiento oposicionista "europeo" de esa formación, ante los "pangermanistas".
El 16 de Abril de 1945, abandonó el "reducto alpino" y regresó clandestinamente a Francia, por la montaña. Desde Francia consiguió huir a Sudamérica, y el General Perón le nombró consejero técnico para el Ejército Andino. Según Saint‑Loup me dijo personalmente, los relucientes picos y palas de tal "ejército" eran de cartón piedra. Allí llevó a cabo una labor calificada de perfecta por sus superiores, armando y entrenando debidamente a sus tropas. Alcanzó el grado de Teniente Coronel, y recorrió la Cordillera de los Andes y la Tierra de Fuego hasta el Cabo de Hornos.
Acogiéndose al indulto promulgado por el Gobierno Francés, regresó a su patria en 1953. Abandonando la política activa se dedicó a la literatura, aunque pocos años después aceptó la presidencia del "Comité Francia‑Rhodesia,'.
Ha publicado, entre otros:
‑ Yo he visto Alemania ‑ Los Partisanos
Estos dos antes de 1945.
‑ Cara Norte ‑ La Noche empieza en el Cabo de Hornos ‑ La Piel del Uro
‑ Renault de Billancourt (biografía del conocido constructor de automóviles)
‑ Marius Berliet, el Inflexible
‑ Los Voluntarios (sobre la L.V.F.)
‑ Los Heréticos (sobre los Waffen SS franceses)
‑ Los Nostálgicos (subtitulado “Aventuras de los Supervivientes")
‑ Los SS del Toisón de Oro (narrando la epopeya de Flamencos y Walones combatiendo al Comunismo).
‑ La División Azul
‑ Diez Millones de orugas (relato de las realizaciones de la Volkswagenwerk).
Escribió también apasionantes relatos sobre el renacimiento de las patrias carnales en Europa:
‑ No hay perdón para los bretones ‑ Nuevos Cátaros para Montsegur
‑ La República del Mont Blanc.
Novelas con fondo histórico como:
‑ Los Veleros Fantasmas de Hitler
‑ El Boer ataca
‑ El rey blanco de los patagones
‑ El Mar no quiso
‑ La Montaña no quiso (editada en España por Editorial Juventud)
Y también:
- Los amigos de la Belle Etoile (publicada con su nombre, Marc Augier).
‑ Los Esquiadores de la Noche
‑ Monts Pacifiques
‑ El País de Aosta
‑ Montaña sin Dios
‑ La sangre de Israel
‑ Una Moto para Bárbara (en recuerdo de su hija, motorista como él y muerta en accidente).
y finalmente, "Götterdámerung", su última obra, aparecida en 1986, en la que, con el subtítulo "Encuentro con la Bestia" narra sus avatares a través de Europa, escapando a la persecución de los liberadores demócratas.
Toda la obra de Saint‑Loup es un canto a la Naturaleza, a las patrias carnales, a la verdadera libertad y a la Raza Blanca, sin complacencias narcisistas, para bien o para cuando narra tragedias, en sus escritos aparece a menudo un sano humor claro y sencillo, muy francés. Cuando le conocí, en 1980 en Paris, precisamente cuando me entregó el manuscrito de "Hitler contra Judá”, me dio la impresión de un anciano, mayor de lo que era en realidad, pero aún joven mentalmente, con una prodigiosa memoria, y una gran bondad. Cuando le devolví la traducción, al cabo de un año aproximadamente, tuve ocasión de ver, en su casa, su magnífica biblioteca y de conocer a su esposa, algo más joven que él y colaboradora en su trabajo. Ambos me dieron la impresión de pertenecer a una raza de gentes magnifícas en vías de extinción.

J. Bochaca

INTRODUCCIÓN

El periodismo conduce a todas partes ‑bien sabido es ‑ pero a condición de salir con bien de ello. Los alemanes me lo hicieron saber en 1944 y me ofrecieron una estancia en Dachau, que duró poco tiempo, y de la que regresé con el peso reglamentario de 40 kilos. Era joven y poseía dos certificados de licenciatura cuando fundé una hoja clandestina en 1943, "Justicia y Libertad”, en parte para defender estos ideales contra los abusos del nazismo y del capitalismo, pero también para ganar prestigio a los ojos de la chica de mis sueños.
Terminé los estudios después de la guerra, al mismo tiempo que colaboraba en periódicos emanados de la Resistencia, la mayor parte de los cuales desaparecerían en el curso de la siguiente década. En aquél tiempo trabé amistad con un americano de mi edad. Hugh Brentford que trabajaba como abogado para los contenciosos de su país instalados en Europa pero que, al mismo tiempo, sustentaba ideas sociales y filosóficas vecinas de las mías. Ganaba su vida en París, como yo, sin excederse, pero su padre ganaba mucho dinero en California. Esto me permitió fundar otra revista, más sólida que la de 1943, aunque todavía "resistencialista" puesto que se proponía sostener la acción de la O.N.U.
Estuve a punto de romper con Hugh cuando él aceptó partir para el Viet Nam, pues yo continuaba defendiendo a los oprimidos, vietnamitas o palestinos, de la misma manera que había defendido a los vencidos de 1940. Hugh estuvo poco tiempo en Extremo Oriente, haciéndose desmovilizar discretamente cuando se hizo público el caso del teniente Caley. A su regreso a Paris me dijo:
‑La posición de América me parece tan poco defendible como la de la URSS y tú tenías razón al situar a una y otra en el mismo plano. Ni una ni otra potencia asegura la libertad de los pueblos.
Nuestra amistad salió reforzada de la prueba ideológica. Discutíamos a menudo y largamente, poniendo en duda las ideas más sólidamente admitidas, como en 1940. Un día le dije:
‑La nueva generación que llega ahora a los veinte años vive todavía en la comodidad asegurada por la sociedad de consumo que, no obstante, se halla en declive. Vive, al mismo tiempo, en la inquietud que brota de cada uno de nosotros; inquietud no tanto en cuanto al futuro, sino en cuanto al pasado. Muchos presienten que, desde hace dos mil años, su civilización depende de una concepción del hombre que niega el orden natural de las cosas. Para quien sabe extraer alguna lección de la vida, el hombre creado a imagen de Dios vacila sobre su base mitológica y el hiato abierto entre él y el mundo animal tiende a cerrarse otra vez.
‑Hugh asintió.
‑Es cierto ‑dijo ‑, las nuevas generaciones empiezan a comprender que, a pesar de quince siglos de cristianismo, el hombre continúa siendo un lobo para el hombre, un depredador del entorno que le alimenta y es, con mucho, el más peligroso si se compara su acción con la de otros animales.
‑¡Es cierto! El Derecho y la enseñanza de la Historia tienden a camuflar esta verdad primaria; el uno porque es incapaz de asegurar la justicia al mismo tiempo que intentan mantener una igualdad formalmente negada por la naturaleza; la otra por que trata de limitarse a engorrosos desfiles de dinastías y a una letanía de fechas correspondientes a batallas cuyas causas se guarda muy bien de explicar. La armadura de mentiras con que se acorazaban las precedentes generaciones comienza, empero, a resquebrajarse. La escuela laica se ve obligada a abandonar uno de los mitos de la "Gran Revolución" de la que ésta misma nació. Ciertos maestros enseñan, hogaño, que el pueblo de Paris ni ocupó ni destruyó la Bastilla, ocupada tras traicionar la palabra dada a su gobernador y probablemente derruida por una empresa de demoliciones que había suscrito un contrato con la administración real. Otro historiador acaba de desmitificar la gigantesca batalla de Valmy, cortando las aspas de ese molino que, desde hacía dos siglos, giraban para moler la gloria de los "grandes antepasados". Su libro demuestra que nadie se batió en Valmy y que los austríacos negociaron allí su pacífica salida del campo de batalla.
Escucho atentamente las conversaciones de los jóvenes y me sorprende el interés que prestan a los hechos de guerra. "He participado en la última en la medida de mis posibilidades, pero debo decirte que, después de todo, me parece, hoy, tan indescifrable como a ti la del Viet Nam. En mi revista he planteado muchos interrogantes sobre ella. Han quedado sin respuesta.
El antiguo deportado presentó el balance de esas preguntas que esperan respuesta al americano... El Tribunal de justicia internacional, con sede en Nürnberg, había echado las responsabilidad total de conflicto sobre el pueblo alemán y sobre su jefe, Hitler. Había innovado en materia de derecho internacional al institucionalizar el "crimen de guerra” lo que permitió colgar a un puñado de diplomáticos, oficiales, juristas, almirantes, escritores, economistas del III Reich. En la mente de los jóvenes que querían reflexionar, ese proceso incidía más en la venganza que en la justicia. ¿Para qué servía, pues, el derecho elaborado en el transcurso de los siglos, si todavía se juzgaba según el "¡ay de los vencidos!" de César? Y esos puntos de interrogación se planteaban igualmente en los tribunales llamados de “Justicia" que, en cada país occidental, trataron a los colaboradores de Alemania, personalidades políticas como criminales de derecho común.
Pero el gran signo de interrogación continuaba siendo Hitler. Treinta años después de su misterioso final, se habían publicado sobre él tantos libros como sobre Napoleón en un siglo, sin mencionar los artículos en periódicos, revistas, películas, por centenares de miles. Los jóvenes de planteaban sobre él preguntas que no recibían respuesta. Para empezar, ¿cómo era posible que el juicio dictado contra Hitler fuera tan uniformemente negativo? Y muy especialmente en un país como Francia, atiborrado de pensadores, de contradictores natos. ¿Porqué nadie había osado llevar la contraria a la verdad oficial y pronunciado el elogio Hitler? Ciertamente existían leyes que, precisamente, negaban la libertad de expresión: elogiar a Hitler, jefe de una "asociación malhechores” caía bajo el peso de la ley.
Como corolario de la primera pregunta, planteaba una segunda que se refería a los juicios de valor emitidos sobre él. Con no poco desconcierto, los jóvenes nacidos tras la segunda guerra mundial habían leído que él fue a la vez paranoico, débil de espíritu, esquizofrénico, impotente, de costumbres disolutas, pederasta y gran seductor de mujeres, luciferino y obtuso, analfabeto y dotado de una prodigiosa memoria, descendiente de abuela judía, antisemita, etc. etc... Los jóvenes y los menos jóvenes estaban en su perfecto derecho a preguntarse a sí mismos qué valían esos juicios absolutamente contradictorios. Pero los que no habían olvidado sus cursos de Historia se acordaban de que el ogro Napoleón poseía todos los defectos de Hitler en el momento de caída, y luego las más altas virtudes en la hora del retorno de las cenizas... ¿Entonces? ¿Qué había que pensar, exactamente, de Hitler? ¿Cómo el miserable hijo de un aduanero austríaco presentado bajo un ángulo tan fundamentalmente negativo, sólo en la vida, sin dinero y amigos, había conseguido hacerse plebiscitar por ochenta millones de almas y, a la cabeza de sus ejércitos, convertirse en el amo de casi toda Europa? ¿Era obligatoriamente necesario ser sifilítico, paranoico e impotente para alcanzar semejante destino?
En el álbum de cromos legado por los propagandistas de la Segunda Guerra Mundial, los jóvenes encontraban también, ante Hitler, la silueta del judío, seis millones de veces y la decoración del campo de concentración el cual había perecido. La actualidad negligía ya, todo lo demás, los veinte millones de víctimas rusas, las dieciséis ciudades alemanas arrasadas hasta el nivel del suelo por la aviación angloamericana, las atomizadas de Hiroshima y Nagasaki; Prusia, Pomerania y Mecklenburgo saqueadas por los soldados del ejército rojo, los millones de deportados alemanes de 1945 y 1946. Nada de eso formaba ya parte de la dialéctica del resentimiento. La propaganda de los vencedores se desinteresaba de ello. Había derecho a preguntarse, pues el tiempo no dejaba en presencia más que dos imágenes de la segunda guerra mundial ‑el monstruo Hitler y el mártir judío ‑ si una tal simplificación no significaba un retorno a las fuentes incompleto ¿Acaso el choque Inicial, que determinó todo lo demás, no procedía, en el fondo, de un encuentro entre dos concepciones del hombre perfectamente opuestas? ¿Hitler contra Judá: el uno atacando al otro abiertamente, el otro respondiendo con las armas tan secretas como formidables de que disponía?
¿Porqué la Historia no iba hasta el fondo de las cosas? Hitler no tenía ya la posibilidad de defender su causa, pero ya lo había expuesto todo brutalmente en “Mein Kampf”, profesión de fe que nunca debería desmentir. Judá callaba, deplorando sólo sus pérdidas, sin tratar de explicar su causa, cuando tenía todas las posibilidades de hacerlo mediante todos los libros, todas las revistas, todos los periódicos, todos los cines del universo. ¿Por qué?
‑Porque, dijo Brentford, el sindicato de vencedores, reunido en Nuremberg en 1946 no era un verdadero tribunal. No deseaba juzgar al III Reich según el derecho internacional, sino establecer una nueva escala de valores morales que justificara la política de las naciones occidentales. Otro tribunal de justicia debiera reunirse nuevamente en Nürnberg. ¡Sería divertido desmitificar todo eso! Con treinta años de retraso, con la casi totalidad de los archivos recuperados, con magistrados nuevos, ¿podría un nuevo tribunal alcanzar el nivel de la verdad histórica? ¿Crees tú que la O.N.U. osaría tomar esa clase de iniciativa?
‑¡No! Conozco los problemas de la O.N.U. Desde el final de la guerra, se han desplazado. El tercer mundo se desinteresa de la historia de los países ricos. Estos deben lavar su ropa socia en la intimidad familiar. Oficialmente, nadie volverá a Nürnberg, pero...
‑¿Qué quieres decir?
‑¡Pues que un tribunal privado podría ocuparse del asunto!
‑Es absurdo. De Gaulle ya dijo a Jean‑Paul Sartre que, precisamente, suscribía una iniciativa similar tomada por el filósofo inglés Bertrand Russell: “toda justicia, tanto en su principio como en su ejecución, no pertenece más que al Estado".
‑Esto impidió al tribunal Russell reunirse en Estocolmo en mayo de 1967, y en Copenhague en noviembre del mismo año, y emitir un juicio sobre la manera cómo tu país llevaba la guerra en el Viet Nam.
‑Mi país no se encontraba más representado ante el tribunal Russell que Hitler ante el de Nümberg, pues el Secretario de Estado, Dean Rusk había respondido a todas las propuestas: "No tengo ningún deseo de ir a jugar con un viejo Inglés de 94 años”. El tribunal del “viejo inglés” no tuvo ninguna legalidad, ningún poder, ninguna influencia sobre la opinión americana: otro proceso privado se encontraría en la misma situación.
‑Pero ante la Historia no sería tal vez rechazado, como el de Nürnberg, por los hombres lúcidos y rectos que son más numerosos de lo que se cree. No tendría el vicio de base que aquejaba al de Nürnberg, denunciado por Jean Paul Sartre: "había sido establecido por los vencedores que juzgaban a un vencido" (1).
‑Unos meses más tarde fue Hugh Brentford quien trajo otra vez el asunto a colación al decirme:
‑Como pragmático ciudadano americano, continuo persuadido de que los juicios de un tribunal privado no expresan mas que una visión del espíritu, pero como idealista desfacedor de entuertos, creo en su fuerza de choque ante la Historia. Lo importante es saber de dónde extraerían su legitimidad. ¿Tienes tu alguna idea de ello?
‑El tribunal de Bertrand Russell extraía la suya de una posición política. Sus miembros representaban exclusivamente al mundo de la extrema izquierda (2). Lo que ellos crearon no era un tribunal sino un estado mayor de propagandistas que operaba por cuenta del movimiento comunista mundial contra la América capitalista por Viet Nam interpuesto. Era otra clase de tribunal de Nürnberg en el que los seguidores de Russell eran, a la vez, juez y parte, con la diferencia de que en 1946 la guerra ya había sido ganada y el vencido se encontraba a la merced del vencedor, mientras que en 1967 los comunistas no habían todavía derrotado a tu país y a sus aliados de Saigón.
‑Hacer un nuevo proceso de Nürnberg sobre bases similares, imaginando por ejemplo que un estado mayor de nazis pondría en acusación al sindicato de los vencedores de 1946 vendría a reproducir una misma caricatura de la justicia.
‑Entonces, ¿sobre qué bases se puede constituir un tribunal privado con la misión de juzgar un conflicto tan politizado como la segunda guerra mundial?
Esto me parece bastante sencillo. Para que los jurados no puedan llegar a ser, a la vez, jueces y parte, no deben representar a las naciones que se enfrentaron en el curso del conflicto, ni haber ellos mismos combatido en un lado ni en el otro. No deben esperar del proceso ni prestigio personal, ni dinero. Se trata, por consiguiente, de utilizar la toma de conciencia que se dibuja en Europa, de reclutar hombres que ya no se definen en tanto que franceses, alemanes, ingleses, italianos, sino según el pueblo que les ha conferido un particularismo fundamental: bretones, vascos, flamencos, prusianos, galeses, piamonteses. Nuestro tribunal se distanciaría así, desde el comienzo, con todas las guerras de hegemonía y, en primer lugar, con la que se le pedirá que juzgue. Límite de edad obligatoria: haber nacido, lo más pronto, en 1945. Nada de magistrados profesionales, sino abogados de carrera para cada una de las partes en litigio.
‑¿Quién dirigiría estos debates?
‑Un presidente elegido por una o varias sesiones.
‑¿Y quién llevaría la acusación?
‑Se seguiría el mismo procedimiento, pues como un tribunal privado no dispone de fuerza, no pronuncia más que sentencias de principio. Esas sentencias serán pronunciadas tras examen de documentos publicados después de treinta años de ostracismo; la audición de testigos dispuestos a hablar, es decir, todo lo que fue rehusado por los magistrados del primer proceso de Nürnberg. De hecho, damos el nombre pomposo de "Tribunal privado" a lo que no puede ser más que una comisión de encuesta. Esto es algo que admitió Jean‑Paul Sartre a propósito del tribunal de Bertrand Russell.
‑¿Programa de trabajo?
‑El mismo que el de Jean‑Paul Sartre, presidente ejecutivo del tribunal privado que nosotros tomamos como modelo.
‑¿Es decir?
‑Determinar las responsabilidades en los cinco campos siguientes: agresiones, violación de tratados y convenciones entre estados; experimentación de nuevas armas; bombardeos de hospitales, de escuelas, de sanatorios, de pantanos y otros objetivos de carácter puramente civil; torturas y mutilaciones de prisioneros. Genocidios (Campos de trabajos forzados, ejecuciones masivas y otras técnicas de exterminio de las poblaciones) (1). ¿Te parece justo?
‑Por completo.
Seis meses más tarde, Hugh Brentford acababa de trazar los planes de la organización de tal proceso. Le pregunté por qué no había decidido celebrar las sesiones en los Estados Unidos y me respondió:
‑La opinión pública pretendería enseguida que mi país sufre un complejo de culpabilidad a causa del primer proceso de Nümberg y desea librarse del mismo ante la Historia, mediante un nuevo juicio que sería obligatoriamente demasiado favorable al III Reich. Sería falso. Nosotros no tenemos complejos más que ante Dios y yo no quiero que los periodistas puedan un día substituir el “Lafayette, henos aquí”, por un “Hitler, henos acá" en la lucha que sostiene ahora ante la Historia.
‑¿Deben celebrarse las sesiones en Estocolmo, como hizo Bertrand Russell.
‑No; puesto que se trata de un segundo caso de Nümberg, las sesiones deben celebrarse en esa ciudad.
‑Estaría de acuerdo si la Republica Federal nos permitiera reunirnos allí. Pero es poco probable que la policía nos permita debatir libremente acerca de la guerra en un lugar tan marcado que vio nacer las leyes raciales de Hitler y sus principales colaboradores.
‑Yo creo que los alemanas nos dejarían tranquilos si tú cubrieras el asunto con tus títulos de resistente.
‑Pues yo pienso que producirían un efecto más bien contrario, mientras que si el tribunal se presentaba con un americano como organizador...
‑O un individuo familiarizado con la O.N.U. o la UNESCO como tú...
‑Eso llevaría el problema a otro terreno. La prensa pretendería inmediatamente que monto este asunto por cuenta de una O.N.U. convertida en antisemita, es decir, adoptando una posición pro‑hitleriana desde el principio. No, de ninguna manera. Todo lo que me parece posible es intervenir como periodista y ocuparme de los resúmenes de las sesiones. Por el contrario, la opinión pública no podrá alzarse contra un secretario administrativo de América salvo, naturalmente, la opinión infeudada a marxistas. Pero esto es lógico. De manera que tu vas a tomar las responsabilidad de todo este asunto por dos razones. Los alemanes te cederán una libertad de acción y de opinión que a mí me sería rehusada y tú eres, por otra parte, el único capaz de gastar mucho dinero. Alquilar una sala de reuniones provista de equipo para las traducciones simultáneas va a costar caro, así como el reembolso de los gastos de viaje y de estancia a los jurados y a los abogados.
‑¡Mi padre fabricará más ordenadores para Alemania de lo que lo hizo en el pasado!
‑Con Hugh Brentlord como secretario administrativo, es un nuevo tribunal americano el que puede dar a Europa una posibilidad de reencontrar la salud moral.
Hugh Brentlord hizo venir de los Estados Unidos un voluminoso talonario que debía cubrir, mínimamente, los gastos reales del proceso.
‑Ahora, lo más difícil es encontrar jurados que respondan a las exigencias de una justicia lúcida, capaces de formar un tribunal verdaderamente popular.
Los encontramos, pero debería transcurrir un año antes de poder reunir el nuevo tribunal en Nümberg, en las condiciones de discreción dictadas por nuestra insólita iniciativa.

NOTAS:
(1) "Le Monde” 10 de mayo de 1975.
(2) En "Le Monde” del 15 de octubre de 1966, Bertrand Russell facilitó los nombres de sus primeros adherentes: Gunther Anders, Lelio Basso, Simone de Beauvoir, Lázaro Cárdenas, Stokely Carmichael, Josué de Castro, Vladimir Dedijer, Isaac Deutscher, Danilo Dolci, J.P. Sartre, Laurent Schwartz, Peter Weiss, etc.
(3) Comunicado de Umberto Campagnolo, Secretario General de la "Sociedad Europea de Cultura” en "Le Monde" de los días 1 y 2 de enero de 1967.