Libreria Argentina Libreria Argentina Libreria Argentina

 

La revolución Nacionalsocialista

El Tercer Reich visto desde adentro por un profesor español

Vicente Gay

La revolución Nacionalsocialista - El Tercer Reich visto desde adentro por un profesor español - Vicente Gay

370 páginas
17 x 12 cm.
Editorial Bosch, 1934
Facsímil 2008
Encuadernación: rústica

 Precio para Argentina: 108 pesos
 Precio internacional: 18 euros

 

 

 

 

 

 

El autor, profesor de la Universidad de Valladolid durante la decada de los años treinta explica tras sus visitas a Alemania,  por qué se puede hablar de una autentica y exitosa Revolución nacionalsocialista, exponiendo analíticamente y documentadamente los logros del régimen.

“La impresión que yo comunicaba a los pueblos de habla española, era la verdadera, la que se siente cuando se habla de lo que se ha visto y aún se contempla, sin que ni la distancia ni el tiem­po hayan borrado la imagen fiel de lo que se reflejó en mi retina. Se puede ocultar el libro de contabilidad de un Banco o de un Ministerio; se puede ocultar un Protocolo; desfigurar una estadística, si se quiere, pero lo que no se puede ocultar ni sigilar es la cara y expresión del semblante de la gente, si hay pan o no le hay, si los precios hacen abordables o no las cosas, si hay paz o guerra en el campo y la ciudad, si hay esperanza o desencanto. Y yo he visto el país y convivo con todas las clases sociales alemanas, como el mismo pan y pago los mismos precios. La pintura de la situación alemana como algo catastrófico y sangriento, como excepción en el mundo, es, o una patraña o una lamentable equivocación o ignorancia de los que así retratan al país. La Nueva Alemania eleva el valor del Estado que agonizaba en manos del ya inútil liberalismo. Y ahora, más que nunca, el ciudadano alemán acentúa su tradicional polarización hacia el deber con el Estado, ya que éste es fundamentalmente popular; el socialismo se le revela como un imperativo moral que comprende a todos por igual, siendo el Estado su regulador. Aquí no se vive en tiempos de negación, sino de firme y exaltada creencia, se respira el ambiente espiritual de los momentos creadores, en los que surgen los conductores de pueblos. Y ante esta realidad y mirando al porvenir, yo os digo, pueblos de habla española: la pérdida del nuevo Estado alemán sería una derrota en la guerra social, cuya indemnización se pagaría a costa del patrimonio espiritual de la civilización cristiana.”

 

ÍNDICE

Prólogo, por onda corta                       5
CAMINO DEL GRAN CAMPO DE EXPERIENCIA NACIONALSOCIALISTA
I. — Hacia la nueva Europa ......           17
Parte Primera EN EL AMBIENTE ALEMÁN
II. — Mi primera misa en Berlín             27
— El judío errante                    33
— El Estado sin partidos                      40
V. — La derrota del marxismo              48
VI. — La última reliquia del partidismo político.  53
VII. — La revolución desde arriba .....   59
VIII. — Dios y el César             67
IX. — El simbolismo político                 74
X. — La casa parda                  82
XI. — Los presos políticos                   89
XII.       — Alma popular misteriosa                   97
— Pegaso y Clavileño              106
— Realización de la utopía       -           113
XV. -— La hermandad nacional ....        122
XVI. — La disciplina civil                      130
XVII. — La mujer ideal              137

Parte Segunda
IRRACIONALISMO POLÍTICO. — LAS FICCIONES DE LA DIPLOMACIA POR LA FUERZA
I. — La colmena-avíspero del Este                   147
II. — Las fronteras artificiales                 153
III. — Las esferas de influencia             159
IV. — El vals interrumpido                    166
V. —Nidos de águila                174
VI. — Las hogueras del Tirol                 182
VII.       — La cruz de todos                  189
VIII.      — Cuna de tradiciones .   ....... 199
IX. — El oro negro del Saar                  206

Parte Tercera
ESTRUCTURACIÓN JURÍDICA DEL NUEVO      ESTADO -- LAS LEYES NACIONALSOCIALISTAS.—
   POLÍTICA ECONOMÍA
I. — Derecho público               215
II. — Político-administrativo                   225
III. — Derechos constitucionales                       235
IV.— Funcionalismo                 241
V. — El Estado y las iglesias               248
VI. — Vida espiritual                 257
VII — La producción agrícola                268
VIII. — Derecho agrario            279
IX. — Industria y comercio                    292
X. — Política social                  303

Parte Cuarta
LA NUEVA EDAD
I. — La Nueva Edad .               319
II. — Los mitos             326
— Decadencia de la democracia liberal .   .      329
— Lo que es el pueblo            335
V.         — El Estado autoritario y totalitario .   .   .          341
VI.        — El Estado nacionalsocialista             355
VII.       — Retorno a la patria. — Nubes arriba .   .        365

PRÓLOGO, POR ONDA CORTA

Eso fué la conferencia mía que la Rundfunk de Berlín transmitió a Europa y a América: el prólogo a una obra de estudio y exposición de la Revolución nacionalsocialista. La impresión que yo comunicaba a los pueblos de habla española, era la verdadera, la que se siente cuando se habla de lo que se ha visto y aún se contempla, sin que ni la distancia ni el tiempo hayan borrado la imagen fiel de lo que se reflejó en mi retina. Y aquí lo ofrezco al lector, para anticiparle las ideas esenciales que, después, encontrará en el libro unidas a la glosa de las meditaciones.
Yo hablé así:
"A los pueblos de habla española: ¡Salud!
Ocupo esta tribuna universal a invitación de un círculo de cultura iberoamericano, de Berlín, para que yo, como universitario de condición neutral, exponga mi juicio sobre la Nueva Alemania. Así voy a hacerlo, después de haber estudiado durante vatios meses la vida del pueblo alemán, en la realidad nacional, de uno a otro extremo del Reich y en la copiosa literatura que brota de las vibraciones del espíritu nacionalsocialista. Yo que he conocido la Alemania imperial, porque fuí estudiante en sus Universidades antes de la gran guerra, puedo estimar el contraste de lo que es con lo que fué, y decir la verdad, porque el derecho a la crítica nace del deber de desposarse con la verdad y divorciarse de la mentira. Sobre elementos objetivos, formularé mis juicios y serán estas palabras mías tan sinceras como las de un juramento sobre los libros sagrados y en la solemne santidad del templo.
* * *
Antes de venir a Alemania, leía yo informaciones de prensa sobre la situación de este país que por estar teñidas de color político y sectario muchas de ellas, hacían sospechar que no eran auténticamente sinceras, no obstante reconocer yo, de antemano, que todo movimiento revolucionario es propenso a las violencias.
Una vez en Alemania, he podido confirmar mi presentimiento. Porque aquí la seguridad personal está completamente defendida, el orden rige toda la vida pública, el extranjero es respetado, la propiedad garantizada, la libertad ejercida conforme a los principios de la convivencia social. La anormalidad económica que representan los desocupados, no es privativa de Alemania, sino una de las características de la crisis mundial. Por lo demás, los problemas de la vida alemana los conocen y padecen también otros pueblos, con más o menos intensidad, pues no hay país en el mundo que no tenga, a la hora presente, arduos problemas que resolver.
La pintura, pues, de la situación alemana, como algo catastrófico y sangriento, como excepción en el mundo, es, o una patraña o una lamentable equivocación o ignorancia de los que así retratan al país.
Tal vez habrá alguien que piense que la supresión de los partidos políticos y las medidas antisemitas, por ejemplo, los encarcelamientos, contradicen la situación que acabo de juzgar. Pero a ello contestaré que las medidas radicales adoptadas en el orden político obedecen a la lógica transformación del Estado, que ya venía predicándose como doctrina política renovadora. En un régimen de tipo liberal democrático, la supresión de los partidos políticos indica una anormalidad constitucional o una violación criminal del derecho positivo, pero en un régimen fascista o nacionalsocialista, indica simplemente un tránsito hacia nuevo orden de cosas.
Es verdad que hay encarcelamientos porque en Alemania actúa un Estado que no se deja atacar en sus fundamentos (como pasa en todos los países en donde hay un Estado digno de tal nombre). Y no hay que olvidar que en todas partes hay revolucionarios de lógica tan absurda que les hace exclamar muy serios, en son de protesta: "¡Pero qué Gobierno es éste que no nos permite que nos sublevemos!"
El antisemitismo es cosa secular y no hay que atribuirlo al Gobierno de Hitler. Pocos pueblos habrá en el mundo que no sepan por propia experiencia lo que es. Juzgúese, pues, como una herencia histórica.
El régimen penal de los campamentos de concentración de presos políticos, es algo muy superior a las colonias penales y cárceles de otros países. El campamento de Dachau, cerca de Munich, es un verdadero establecimiento educativo, en donde los concentrados viven como en una aldea higienizada. Nada de desiertos ni de mazmorras, ni de tormentos.
Esto es lo que he visto, por de pronto.
Y no se me puede decir, maliciosamente, que algo se me habrá ocultado para que no conociese la situación real y verdadera. No, señores. Se puede ocultar el libro de contabilidad de un Banco o de un Ministerio; se puede ocultar un Protocolo; desfigurar una estadística, si se quiere, pero lo que no se puede ocultar ni sigilar es la cara y expresión del semblante de la gente, si hay pan o no le hay, si los precios hacen abordables o no las cosas, si hay paz o guerra en el campo y la ciudad, si hay esperanza o desencanto. Y yo he visto el país y convivo con todas las clases sociales alemanas, como el mismo pan y pago los mismos precios, y declaro que la situación económica difícil no constituye excepción en el mundo.
Su presión tributaria, sus hombres sin trabajo, sus más graves cuestiones económicas no son consecuencia del actual régimen nacionalsocialista, sino problemas y cargas heredadas, propias de la liquidación de la guerra. ¿Cómo atribuir al nuevo Estado el descuarti­zamiento del territorio nacional que ha sustraído a la industria alemana sus más grandes reservas en primeras materias? Los Gobiernos anteriores no pudieron o no supieron resolver tan grandes cuestiones. Si Alemania se librase de las condiciones imposibles de Versalles, su reconstitución completa sería una realidad en un próximo futuro, en beneficio de todos. Porque es indudable que si los innumerables vapores que he visto amarrados en Hamburgo, salieran al mar y trajeran los frutos de Levante, por ejemplo, ganaría España y aumentaría el consumo alemán, ahora reducido, dada la disminución de la capaci­dad de compra de, este mercado agobiado por los impuestos.
Esta parte negativa tiene su contrapartida en algo que vale mucho y es: la vibración del espíritu nacional alemán, el latir del corazón popular.
Quien no ha visto muchedumbres inmensas, frenéticas de entusiasmo al escuchar las invocaciones heroicas de Hitler; quien no conozca cómo hasta las obreritas de tez pálida salen en formación marcial después de la jornada de trabajo, entonando cánticos patrióticos, ese no puede comprender el inmenso acervo de energía espiritual del pueblo y su decisión de levantar a la patria, cuya memoria perdura en sus hijos.
La oposición y la enemiga contra Alemania se explica en parte como herencia morbosa de la guerra infortunada; y en parte, tal vez la mayor, porque el triunfo del nuevo Estado alemán sería el golpe definitivo contra ese nihilismo actual que representa el bolchevismo y si marxismo, y la victoria y perpetuidad de la cultura y civilización cristiana.
Por eso, forman en las filas contra la Nueva Alemania los comunistas y socialdemócratas, los seudo-liberales burgueses aliados en contubernio con los marxistas que compartieron o comparten el poder en otros países; el gran capitalismo financiero y todos los descontentos, fuerzas dispersas que en todas partes cristalizan en torno de las grandes negaciones. Si la reacción empezada en Italia contra las tendencias destruccionistas de las instituciones occidentales y di­solventes de la ideología de solidaridad social, si esa reacción que salvó a Italia se afirma en Centro Europa, con su nuevo contenido nacionalsocialista, el nuevo tipo de Estado se extendería por todo el mudo, desapareciendo al mismo tiempo el capitalismo vampírico y el destruccionismo marxista en donde se incuba la guerra social.
Hoy, son Italia y Alemania las adalides de la civilización occidental.
Juzgada la Nueva Alemania desde una cumbre histórica, pesando el valor de su conciencia colectiva y comparándola con otros pueblos, se llega a las siguientes conclusiones:
La Alemania de antes de la guerra, realizada su evolución capitalista industrial, tenía que agotarse en un imperialismo que agigantaba el Estado como fuerte y poderoso, pero sin espacio para una nueva visión del mundo ni margen para la gran transformación social que propugna el nacionalsocialismo, a fin de conseguir la implantación de un Estado más justo, más humano y, por lo tanto, más fuerte por sus bases aunque menos poderoso por sus armas.
La Nueva Alemania eleva el valor del Estado que agonizaba en manos del ya inútil liberalismo. Y ahora, más que nunca, el ciudadano alemán acentúa su tradicional polarización hacia el deber con el Estado, ya que éste es fundamentalmente popular; el socialismo se le revela como un imperativo moral que comprende a todos por igual, siendo el Estado su regulador. Esto es indudablemente, autoritarismo, Estado autoritario, que no hay que confundir con el Estado despótico completamente ajeno a la idea de la responsabilidad. Fundándose en este carácter, algunos interpretan falsamente y otros tendenciosamente el valor político del nuevo Estado considerándole como engendro del absolutismo con tendencias a una reacción oscurantista. ¡Y hay que proclamar que es, precisamente, todo lo contrario!
Porque Hitler, el Führer, se apoya en la mayoría aplastante de la nación, demostrada hasta con los números del sufragio universal, dogma de la democracia liberal; y sabido es que un pueblo es libre cuando él mismo se elige el régimen que lo gobierna, cualquiera que éste sea.
No es reacción ni monarqnismo disfrazado, sépanlo aquellos que fuera de Alemania abrigan la esperanza de que el nacionalsocialismo servirá de revancha al conservatismo, a los privilegios y a los destronados. Está muy lejos de ser una moda elegante para el señoritismo, óiganlo bien en España, y dejen de llamarse fascistas los que no acepten ir de la mano con los trabajadores, como yo lo he visto aquí en los campamentos de trabajo. No es reaccionaria la polí­tica que no ha pensado en imponer al pueblo forma alguna de gobierno que no sea fruto de la conciencia de la Nación. Yo he visto a príncipes alemanes desempeñar el cargo humilde de Secretario en algún Ministerio, demostrando que ellos, al renunciar a vie­jos prejuicios, se incorporan al nuevo Estado. Y en las alturas, llevan la voz hombres de humilde cuna, como llevaron la voz de toda una época y de su him­no triunfal los sencillos maestros cantores de Nuremberg.
El nuevo Estado asimila, pero no se deja conquistar por una clase social.
Los pueblos individualistas y refractarios a la disciplina social; los que viven en mansa anarquía, egoístamente refugiados en los círculos familiares y de recreo, como fiscales pasivos de la actividad del Estado; los que aspiran a ser parásitos, pero no servidores de la institución pública y común; los que no han salvado el antiguo puente que tenía en un extremo el campo social y en otro el campo estatal y burocrático; esos vivirán contra el Estado y serán incapaces de comprender el sentido liberatorio y trascendental del nuevo Estado nacionalsocialista.
La revolución que contemplo en Alemania es profundamente creadora; encauza la impetuosa corriente popular en la turbina del nuevo Estado para transformarla en rendimiento útil. Y esto, es muy diferente de esa dispersión de fuerzas de algunos países que se llaman revolucionarios y derrochan su energía, como el epiléptico, en convulsiones y alaridos de muerte. Cuando se tienen ideales puestos muy arriba, como las estrellas, y voluntad firme, no se pierde el rumbo y se llega a puerto seguro, mucho más si quien los siente sabe lo que es justicia y sentido humanitario. La revolución que no crea es esa que convierte a la Nación en bacante desgreñada lanzada al fuego de la orgía, la que en los escasos momentos de lucidez que le permite su locura, se agita en vano sin acertar el camino de salvación.
El pueblo alemán sabe que por el camino recorrido por la vieja burguesía liberal y por la democracia social del marxismo, no se encuentra la solución, y tiene fe en el nacionalsocialismo. El pueblo alemán vive en esos momentos decisivos de la Historia en los que los que aspiran a vivir todo son abnegación y sacrificio en el alma. Las dudas y las vacilaciones, la falta de fe, paraliza toda actividad. Y aquí no se vive en tiempos de negación, sino de firme y exaltada creencia, se respira el ambiente espiritual de los momentos creadores, en los que surgen los conductores de pueblos.
Quien haya contemplado la apoteosis patriótica en Tannenberg y en Niederwald; los que han presenciado la imponente asamblea de Nuremberg y escuchado la voz profética de Hitler, habrán senado algo así como una revelación: que algo grande y redentor surge de la conciencia alemana, cuyo ejemplo se compartirá en el mundo. Ya no era un partido el que se había puesto en movimiento, sino todo un pueblo.
Y ante esta realidad y mirando al porvenir, yo os digo, pueblos de habla española: la pérdida del nuevo Estado alemán sería una derrota en la guerra social, cuya indemnización se pagaría a costa del patrimonio espiritual de la civilización cristiana; y su victoria, una larga, consoladora, feliz era de paz.
Españoles y americanos. ¡Salud!"

Berlín, septiembre de1933.