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CRIMINALES O SOLDADOS

Wilhelm Keitel

compilado por
Walter Görlitz

 

 

Criminales o Soldados - Wilhelm Keitel - compilado por Walter Görlitz

 

edición de lujo
ilustrado con fotos de gran calidad,
27 fotografías blanco y negro, 13 a color
tapa dura, sobrecubierta a color
Editorial Hisma
580 páginas
23x16 cm
2007
 Precio para Argentina: 110 pesos
 Precio internacional: 34 euros

 

 

 

Memorias, cartas y documentos del Jefe del Comando Supremo del Ejército Alemán

Estas Memorias, cartas personales y apuntes del antiguo jefe del alto mando de las Fuerzas Armadas de Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, enfocan uno de los problemas más importantes de aquel periodo y es la organización militar en general y la dilección y administración de las Fuerzas Armadas Alemanas, en particular bajo el régimen de Hitler.
Nunca más se ha escuchado lo que tenía que decir su autor, el Mariscal de Campo Wilhelm Keitel desde el día en que fue llevado, en Nuremberg, al patíbulo, no obstante el hecho significativo de que él precisamente era el hombre que podía dar información exhaustiva acerca de una serie de acontecimientos decisivos de ese período» empezando con la sórdida lucha por una reorganización del más alto mando, destinado a guiar todas las Fuerzas Armadas en caso de guerra, en la época del ministro de la Defensa mariscal von Blomberg  y con la crisis Blomberg-Fritsch del año 1938, hasta llegar a los últimos días del Tercer Reich.

Encontramos en este libro la pregunta primordial del soldado en el mundo moderno: ¿Hasta dónde llegan los limites del deber y de la obediencia?
Quizás probablemente la vieja pregunta, escrita por un soldado que pereció semanas después a manos del verdugo, sea lo que hace de estos recuerdos una aportación tan valiosa.
Keitel no se muestra nada indulgente consigo mismo. Mientras escribía sabia muy bien que iba a morir por causa de aquellas órdenes que no había ideado él, pero que había trasmitido para que fueran ejecutadas.
Profesión de fe y autocrítica, y el imperativo de contribuir a la verdad histórica, impulsaron al mariscal de Campo a escribir sus experiencias inmediatamente antes de llegar el final de su vida.

 

ÍNDICE

PRÓLOGO      .................................................................................................................... 13
PRIMERA PARTE: Wilhelm Keitel  .............................................................................  17
Introducción del editor: Los comienzos ..................................................................................19
Correspondencia de los años 1914 a 1935 ............................................................................39
(Correspondencia familiar)

SEGUNDA PARTE: Antes de la Guerra ..........................................................................73
Memorias del Mariscal de Campo, 1933-1938.......................................................................75
Documentos relacionados con la dirección de la Guerra y con la organización de los
mas altos órganos de mando del ejército alemán ....................................................................153
Dirección de la Guerra de las Fuerzas Armadas. Directiva de 1937.........................................153
Memorándum del coronel general barón von Fritsch, que presentó en agosto de
1937 al mariscal de campo von Blomberg  ............................................................................164
¿Cómo deberá llamarse la nueva autoridad de mando: Jefe del Gran Estado
Mayor Alemán o Alto Mando Alemán? .................................................................................191
El Documento L 211............................................................................................................. 206
Keitel: El soldado y la política ............................................................................................... 222

TERCERA PARTE: La Guerra.........................................................................................227
Memorias del Mariscal de Campo, desde 1938 a 1945..........................................................229
Desde Austria hasta el final de la campaña en Francia.............................................................229
Contra Rusia. 1940-1941......................................................................................................318
Rusia. 1941-1943.................................................................................................................384
Documentos y cartas, 1939-1945 ........................................................................................414
Keitel: Posición y jurisdicción de mando del Jefe del Alto Mando Alemán .............................414
Cartas escritas durante la Guerra y dirigidas a su esposa .......................................................428
La entrevista en Tarvis en 1943 ........................................................................................... 435
Keitel: Su opinión acerca del atentado del 20 de julio de 1944...............................................439
Keitel: "La Corte de Honor" .................................................................................................443
Keitel: Los conspiradores ....................................................................................................447

CUARTA PARTE: El Final ............................................................................................449
Memorias del Mariscal de Campo, 1945.............................................................................451
Los últimos días bajo Adolfo Hitler......................................................................................451
Documentos y últimas cartas ...............................................................................................503
Su llamamiento, dirigido al Alto Mando Alemán, después de haber sido                   
hecho prisionero de guerra.................................................................................................. 503
Ultimas cartas enviadas desde Nüremberg............................................................................504
Palabras finales del acusado ................................................................................................508
Conclusiones y moraleja.......................................................................................................513

QUINTA PARTE: Keitel y Hitler ...................................................................................521
Comentario del editor: El soldado en el Estado autoritario.....................................................523

 

PRÓLOGO

No hay ni habrá manera de atacar problemas históricos tratando de interpretarlos como mejor pueda convenir a los intereses de cada cual, tal como hoy día suele pedirse con alguna frecuencia, sino que ellos deberán convertirse en objeto de estudios profundos y sobrios, que permitirán un análisis certero. Más que nunca, esto deberá tenerse en cuenta en relación con la historia del Tercer Reich, que llegó a modificar en forma decisiva toda nuestra existencia como nación. Debido precisamente a que sufri­mos tales alteraciones muy sensibles, ahora es nuestro deber ineludible investigar muy meticulosamente todos aquellos legados que dejaron los personajes del Tercer Reich y de sus Fuerzas Armadas. Cobra aún mayor interés nuestro cometido si tales personajes, ocupando hacía tiempo posi­ciones clave, habían adquirido una impopularidad poco común, justifica­da o injustificada. En fin: deben aquilatarse todos los factores de acuerdo con el principio antiquísimo de los jueces atenienses, que el filósofo ro­mano Séneca llegó a expresar de la siguiente manera: "Audiatur et altera pars."(escuchar también a la otra parte)
En cuanto a la historia del Ejército Alemán en sí, estamos bastante bien documentados mediante un gran número de publicaciones que, casi sin excepción, se atienen a la conducta tradicional del viejo Gran Estado Mayor. También la Marina de Guerra ha levantado su voz. Aún carecemos, sin embargo, de una historia de la Fuerza Aérea Alemana.
En lo que se refiere a la historia de los más altos exponentes del Mando alemán y a los pensamientos de aquellos oficiales que apoyaban una reforma radical de las más altas autoridades de Mando, en el sentido de lograr un Mando moderno tridimensional, hasta ahora, desafortunada­mente, la situación no puede considerarse satisfactoria. Actualmente se ha empezado, bajo la dirección del historiador profesor doctorado Percy Ernst Schram, la publicación paulatina de los originales del Diario de Guerra del Estado Mayor Operativo del Ejército. De esta manera se pro­cede a hacer del conocimiento público, empezando por los últimos años de la guerra, o sea 1944-1945, un sector muy importante de la dirección operativa de las Fuerzas Armadas. Agradecemos el hecho de que el editor del legado escrito por Keitel haya tenido oportunidad de llegar a conocer aún esta parte del mencionado Diario de Guerra.
Las hasta ahora desconocidas Memorias, cartas personales y apun­tes del antiguo jefe del alto mando de las Fuerzas Armadas de Alemania, que en seguida se encontrarán, enfocan otro sector importante, o sean los problemas de la organización militar en general y de la dirección y admi­nistración de las Fuerzas Armadas bajo el régimen de Hitler. Nunca más se ha escuchado lo que tenía que decir su autor, el mariscal de campo Keitel, desde el día en que fue llevado, en Nuremberg, al patíbulo, no obstante el hecho significativo de que él precisamente era el hombre que podía dar información exhaustiva acerca de una serie de acontecimientos decisivos de nuestra historia más reciente, empezando con la sórdida lu­cha por una reorganización del más alto Mando, destinado a guiar todas las Fuerzas Armadas en caso de guerra, en la época del ministro de la Defensa mariscal van Blomberg, y con la crisis Blomberg-Fritsch del año 1938, hasta llegar a los últimos días del Tercer Reich. Con sobrada razón puede alegarse que se ha hecho caso omiso de él, porque ya había sido considerado como "la oveja negra", o "traidor", por un grupo de generales conscientes de sus tradiciones. Ha llegado a experimentar el editor en carne propia, cuando trataba de seguir adelante en sus averiguaciones, cuan vivo puede resultar, aun hoy día, tal resentimiento, y no solamente una vez. Por lo menos, aquí seguía con vida, aunque fuera de manera muy especial, la historia, en una época cansada de relatos históricos.
Pero si ahora consideramos nuestro deber analizar realmente a fondo nuestra historia más reciente, muchas veces turbia, entonces no podemos menos de tener en cuenta aquellos testimonios que nos hablan del modo de pensar, de la conducta, de los motivos y de la lucha interna de los hombres que se hallaban al frente del último Reich alemán, o de aquellos que, de acuerdo con su posición o jerarquía, tenían obligación de aconsejar a estos hombres y ejecutar sus órdenes. No es posible que nosotros juzguemos todo aquello -que ha pasado con nosotros o por nosotros— desde el punto de vista excesivamente limitado de la "resistencia", por muy difícil que resulte al historiador comprender todos los sucesos.
Menos aún podemos hacer tal cosa, precisamente porque el tema "Keitel y el Alto Mando Alemán" incluye problemas de la organización del Supremo Mando Militar, que hoy día menos que nunca han podido ser solucionados en nuestro país (cosa que resulta seguramente desagradable para muchos), y que siguen subsistiendo posiblemente como consecuen­cia de la pesadilla del Tercer Reich y de su organización.
Por esto se le debe agradecer, en opinión del editor, al administrador del legado familiar de los Keitel, el teniente coronel retirado en Hamburgo Karl-Heinz Keitel, el hecho de que haya tomado la decisión de permi­tir, sin limitación alguna, la publicación del legado de su padre. El editor desea además expresar su agradecimiento a una serie de personalidades que contribuyeron mediante toda clase de informaciones a hacer posible su publicación. En primer término, se refiere al general de caballería re­tirado Siegfried Westphal y a los antiguos ayudantes del mariscal Keitel: coronel retirado Wolf Eberhard, teniente coronel retirado Ernst John von Freyend, teniente coronel retirado Erich von Amsberg y mayor retirado Gerhard von Szymonsky. Extiende asimismo su reconocimiento a la viuda del coronel general Jodl, señora Luisa von Benda de Jodl; señor doctor Hans-Adolf Jacobsen, señor profesor doctor Karl Nissen y señor Hanns Moeller-Witten. El editor desea mencionar también la amplia ayuda recibida por el Archivo Político del Ministerio de Relaciones Exteriores, en Bonn; del Instituto para Historia Contemporánea, en Munich, y del Archivo Estatal de la Libre Ciudad Anseática de Bremen, los cuales pro­porcionaron de la manera más cordial documentos adicionales o, en su caso, informaciones diversas.


WALTER GORLITZ.
Hamburgo, marzo de 1961.

Introducción Del Editor:
LOS COMIENZOS


A fines del año 1871, año también de la fundación del nuevo Imperio Alemán, bajo la dirección de Prusia, el antiguo Consejero Real de la Corte del desaparecido reino de Hannóver, Cari Wilhelm Ernst Keitel, hasta en­tonces arrendatario de la hacienda estatal Poppenburg, cerca de Burgstemmen y en el distrito de Ahlfeld, adquirió la hacienda de Helmscherode, cerca de Gandersheim, pequeña ciudad y cabecera de distrito en la parte occidental del Ducado de Brunsviga. El "señor concejal", como muy pron­to empezó a llamársele en Helmscherode y Gandersheim, tenía entonces sesenta y un años de edad. Era pues, un hombre de bien, respetado, y com­petente agrónomo, y allá en Poppenburg -que su padre ya había recibido en arrendamiento del rey de Hannover-, aquel último infeliz soberano de Hannover, Jorge V, a quien Bismarck había expulsado de sus dominios, fre­cuentemente había estado de visita cuando solía permanecer durante algún tiempo en el cercano Castillo de María.
En esta familia, que originalmente provenía de la ciudad de Goslar, donde sus antepasados habían sido ingenieros de minas y comerciantes, era tradicional la fe protestante luterana, la inclinación hacia los menes­teres del campo y de la agricultura en general y la inquebrantable fide­lidad hacia la dinastía gobernante, la Casa de los Güelfos, a la que por generaciones enteras había estado unida en calidad de arrendataria de la hacienda estatal.
No existían para nada inclinaciones o tradiciones militares. Al vie­jo Keitel, Prusia poco le importaba. Precisamente, la poca disposición a tener que convertirse en "prusiano a la fuerza", desde que el Reino ha­bía sido anexado en 1866 a Prusia, indujo al concejal Keítel, a pesar de su avanzada edad, a abandonar su tan querida hacienda de Poppenburg, para adquirir poco después propiedades en territorio no prusiano, o sea en el Ducado de Brunsviga. De manera por demás ostentosa el concejal obtuvo para él y su familia la ciudadanía de Brunsviga, y cuando el hijo heredero de Helmscherode, Cari Wilhelm Agust Louis Keitel, nacido en 1854, cumplía de 1872 a 1873 en la ciudad de Kassel con su obligación de tener que servir un año, en calidad de voluntario, aspirante a oficial, con el 13° Regimiento de los Húsares, tenía que despojarse del uniforme prusiano cuando tenía licencia, ya que su padre no toleraba semejante atuendo. Sólo en traje civil le era permitido entrar a las habitaciones de la hacienda. El hijo no se opuso a tal fidelidad hacia la dinastía destronada, pero más tarde la llegó a calificar de demasiado anticuada, especialmente en esta forma tan rigurosa, puesto que ahora él se sentía, de lleno, ciuda­dano de Brunsviga.
Las negociaciones en relación con la proyectada compra de Helmscherode se llevaron a cabo el 18 de diciembre de 1871. Era el antiguo dueño de la hacienda el fabricante y dueño de una fábrica de vidrio, Heirich Friedrich Ludwig Stender, originario de Lamspringe, quien debido a ciertas obras de reconstrucción realizadas en esta hacienda, no fácilmente administrable, po­siblemente se había excedido en sus posibilidades económicas. La hacienda, compuesta por la antigua propiedad von Reiche, Helmscherode, y otras dos propiedades agrícolas de la cercana población de Gehrenrode, de acuerdo con las escrituras poseía entonces una extensión aproximada de 920 yugadas y 114 pies cuadrados. Según el inventario, pertenecían a ella 14 caballos, 52 cabezas de ganado, 38 cerdos y 401 borregos. El precio concertado importó 124.000 escudos o, según cálculos modernos, 432.000 marcos alemanes. La hacienda requería, como consecuencia de elevados cargos hipotecarios que la gravaban, una administración austera, circunstancia que no solamente iba a hacer sentir su influencia sobre los últimos años de vida del viejo concejal, sino también sobre la vida entera de su hijo y que llegó a moldear el carácter y el criterio de su nieto, el mariscal de campo.
La propiedad agrícola de Helmscherode, de acuerdo con antiguas costumbres de la Baja Sajonia era, pues, una propiedad a la que perte­necía también hasta el momento de la separación y regularización de las relaciones campesino-hacendado, a mediados del siglo XIX la jurisdicción civil local. Fue fundada después de haberse extinguido la furia bélica de la Guerra de los Treinta Años, cuando el administrador laico del monasterio. Jonas Burchtorf, de Lamspringe, había ido comprando una serie de propie­dades agrícolas abandonadas en este pueblo de antiguos colonizadores, que desde el siglo XI aparece en documentos oficiales. No obstante que en el curso del siglo XIX aparecen, por algún tiempo, nombres de caballeros de la aristocracia, como los von Reiche, la mayoría de los dueños, que solían cambiar con alguna frecuencia, era de origen burgués.
El mundo que los rodeaba estaba más caracterizado por una conducta patriarcal de campesinos prósperos que por una conducta propia de los arrogantes terratenientes de mas allá del río Elba, imagen que fácilmente suele uno formarse si se siguen las ideas relacionadas con estos grandes latifundios del este de Alemania, especialmente si se toma en consideración que el último dueño de Helmscherode, tan famoso y tan discutido, ha sido calificado como el prototipo del terrateniente y militarista prusiano, (1)
El "señor concejal" murió en 1878. Su muerte ocurrió de la manera que sólo un agricultor puede desear. Sentado en su carruaje, cuando iba de Helmscherode a Gandersheim, cayó víctima de una apoplejía y el ca­rruaje volvió a la hacienda con el hacendado muerto en la parte de atrás.
En el mes de septiembre de 1881 se casó su hijo heredero Cari Keitel con la hija de un hacendado de Frisia Oriental, Apollonia Vissering. Su suegro, el agrónomo y concejal Bodewin Vissering, diputado imperial y también de la Dieta prusiana por el Partido Conservador, dueño de la hacienda Lintel, cerca de Norden, y arrendatario del Príncipe de Münster, en Wilhelminenhof, cerca de Dornum, era a su vez un respetado experto en materia de agricultura. Su esposa, Johanna von Blonay, descendía de una familia aristocrática de la Suiza francesa. También los Vissering care­cían por completo de tradiciones militaristas, pues eran simples hacenda­dos al igual que los Keitel.
El 22 de septiembre de 1882 la pareja tuvo en Helmscherode su primer hijo, Wilhelm Bodewin Johann Gustav Keitel, futuro mariscal de campo. La madre murió muy pronto, a la edad de treinta y tres años, víctima de la fiebre puerperal, después de haber dado a luz a su segundo hijo, Bodewin, el día de Navidad de 1888. A través de toda la juventud de Wilhelm Keitel, se hacen notar las sombras de un hogar carente de madre. El padre se convertía, poco a poco, en un hombre muy solitario, con varias rarezas muy peculiares, que se entregaba de lleno al manejo de sus asuntos agrícolas. Pero el hijo, más tarde, calificaba de muy admirable cómo su padre había sabido llevar adelante la hacienda -no obstante los factores adversos a la agricultura alemana de aquellos tiempos- y cómo logró eliminar hipotecas y deudas que tanto la gravaban. En sus apuntes mencionó que siempre se había sentido muy orgulloso del hecho de ser el hijo de "semejante luchador". Se fue criando en un mundo más campe­sino en el fondo que propio de un hijo de gran hacendado. Más tarde, en una ocasión, el padre le había recordado cuando empezó a perfilarse en el joven Keitel su pasión por la cacería; y realmente no concordaban bien ambas cosas: un buen campesino no podía ser al mismo tiempo un caza­dor. El padre, en cambio, jamás llegó a tocar rifle o escopeta alguna.
Profesores particulares le impartían las primeras enseñanzas, pero no debe haber sido grande el éxito. El joven Keitel prefería estar afuera, en el patio, en los establos y caballerizas, con el viejo jardinero, quien le fue enseñando los secretos del arte de la cacería. Por todo ello, en la Se­mana Santa del año 1892 fue enviado a Gotinga para asistir al Liceo Real de esta ciudad. Eso significaba una vida de hospedajes o de internados, con amas de casa más o menos agradables. Aún existen, empezando desde la "sexta", el grupo más bajo, los libros de calificaciones, empastados en color azul. Muestran buenos resultados en Historia, Geografía y ejercicios físicos, y menos satisfactorios en los idiomas muertos. Más adelante, él mismo anotó en sus apuntes, tan ampliamente trazados, en forma muy bre­ve: "La escuela simplemente no me gustó." Cuenta además cómo en una ocasión el profesor de Religión, Timme, le dijo, cuando leían en el origi­nal griego la Segunda Epístola a los Romanos, del Apóstol Pablo, y el alumno Keitel se mostró de lo más distraído: "¡Keitel, seguramente usted llevaría a pasear al Apóstol San Pablo con un par de briosos caballos y lo haría cien veces mejor que cuando trata de comprender sus enseñanzas!" Y Keitel agrega a esto: "¡Tenía toda la razón!"
Sólo en los cursos más avanzados fueron emparejándose sus califi­caciones y Keitel opinó que había llegado a un "buen promedio del gru­po". Momentos de luz y alegría en estos años de Gotinga eran las tardes de sábados y domingos, pasadas con el tío Claus Baring, arrendatario de la hacienda del convento Jardín de María, cerca de Obernjesa, quien se había casado con una hermana del padre, y cuyo hijo Theodor, junto con el primo de Helmscherode, asistía a la escuela de Gotinga. Entonces era cuando podía respirar aire campestre y salir de cacería con sus primos.
La meta de su vida seguía siendo la de llegar a ser hacendado, agricul­tor y administrador algún día de la hacienda de Helmscherode. El tiempo, sin embargo, requería cada vez más de los hijos de los círculos burgueses de este nuevo imperio alemán, que sólo muy lentamente iba afirmándose.
El incremento de las fuerzas armadas y el prestigio considerable que había logrado el oficial de reserva indujo a muchas familias que siempre habían estado al margen de los asuntos militares a dejar a sus hijos en ma­nos del Ejército. En Gotinga, el joven Keitel y su primo Baring, junto con otros dos amigos, entre ellos el que más tarde llegó a ser tan famoso jinete de concursos internacionales, Félix Bürkner, discutían largamente acerca de qué cosa debían hacer ellos una vez obtenido el bachillerato. Estuvieron de acuerdo en el sentido de que sólo venía al caso convertirse en oficiales de profesión. Keitel apunta: Si la caballería resulta demasiado costosa para aquellos padres no demasiado pudientes, porque en aquellos tiempos el oficial de caballería aún tenía que aportar sus propios caballos, y un joven subteniente, teniendo en cuenta los escasos haberes, dependía grandemente de la ayuda financiera de su familia, en este caso había que ir a la artillería ligera de acompañamiento, «donde también se montaban caballos».
Agrega además: "No dejé ver para nada que, en el fondo, mis in­clinaciones se dirigían hacia algo muy distinto; mi deseo más fervoroso era el de convertirme en un agrónomo competente." A fin de cuentas, llegó Keitel a un compromiso consigo mismo, por llamarlo así: de todas maneras tenía que cumplir con el servicio militar obligatorio. Se daba por descontado que todo joven llegaría a ser oficial de reserva, y la milicia aceptaba gustosamente a estos sus nuevos miembros. ¡He aquí un cambio realmente notable, porque este pensamiento no hubiera cruzado jamás por la cabeza del hijo de aquel concejal de la Corte Real de Hannover, quien se vio obligado a servir en un regimiento prusiano!. En resumidas cuentas: por de pronto no había inconveniente pues, en convertirse en oficial del activo, ya que aún quedaría tiempo más que suficiente para hacerse cargo de la hacienda paterna. Por aquella época, ésta era una vida normal y bastante confortable. Y había que considerar el hecho de que su padre, desde hacía tiempo, le había enseñado todas y cada una de las peculiaridades de la hacienda y de su administración; una ventaja enorme frente a muchos de sus compañeros.
En la primavera del año 1900, cuando el joven había pasado al úl­timo grado de enseñanza, su padre lo registró -según costumbre, con un año de anticipación para su ingreso, en calidad de aspirante a oficial, en el Regimiento de Artillería Ligera de Acompañamiento N° 46, con sede en las ciudades de Wolfenbüttel y Celle. Este regimiento no sólo había sido seleccionado porque contenía el contingente de artillería correspondiente al Ducado de Brunsviga, sino también por el hecho de que se hallaba, a juzgar por sus cuarteles, relativamente cerca de Helmscherode.
En cuanto al servicio en Caballería, le había parecido al padre de­masiado costoso. Aún debía ajustar cuentas con suma exactitud para li­quidar las últimas deudas de su propiedad.
En aquella época Cari Keitel, en Helmscherode, contrajo segundas nupcias con Afina Gregoire, quien había llegado a la hacienda en calidad de institutriz y profesora para su segundo hijo. El padre habló francamen­te con su hijo mayor: él conocía sus deseos de hacerse agrónomo, pero la hacienda era demasiado reducida para mantener a dos familias al mismo tiempo. Y el padre se sentía aún demasiado joven para retirarse de sus obligaciones, digamos dentro de uno o dos lustros. Así es que al hijo sólo le quedaba una larga existencia como empleado hacendario, y el joven Keitel sabía demasiado bien cuán trabajosos y poco apreciados eran estos empleos, a menos que lograra un puesto como administrador de alguno de los grandes señores; pero pocos puestos había de estos y eran muchos los aspirantes a ellos. Wilhelm Keitel, acto seguido, fue exponiendo al padre su "idea del compromiso consigo mismo". Segura­mente su padre se sintió algo más aligerado cuando oyó este relato. No obstante, en la familia existe otro relato verbal según el cual la renuncia (no definitiva) a la profesión agrícola había llegado a costarle lágrimas. De esta manera se inició una carrera militar que alcanzaría el más alto rango del Ejército y un destino trágico.
Es necesario reflexionar acerca de estos puntos, porque en la cali­ficación generalizada del Jefe del Alto Mando Alemán, mucho más tarde se alegará, y no sólo desde el punto de vista de los anglosajones, que el mariscal de campo Keitel había sido el producto típico del Cuerpo de Ca­detes y de una educación militarista. Sobre todo a los americanos, incluso a psicólogos expertos y sumamente hábiles, él les parecía la imagen, el prototipo del "hacendado prusiano", "del Junker", juicio al cual llevaba también el aspecto físico -estatura elevada, bien formado y hombros an­chos- de aquel hombre que usaba un monóculo suspendido de una cinta negra. Además, como si lo anterior fuese poco, se sabía que este mariscal era propietario de una "hacienda".
Pasados los exámenes del bachillerato, título que Wilhelm Keitel ob­tuvo en Gotinga en el mes de marzo de 1901, se unió el 7 de marzo de 1901. a las filas del Regimiento de Artillería Ligera de Acompañamiento de la Sajonia Baja N° 46, cuyo primer batallón y Estado Mayor (en el primer batallón incluía la segunda batería de Brunsviga) estaban estacionados en la ciudad de Wolfenbüttel y cuyo segundo batallón se hallaba en Celle. Con facilidad, sobrellevó los duros entrenamientos hasta llegar al grado de subteniente, que alcanzó el 18 de agosto de 1902. El era fuerte físicamente; además había aprendido el manejo de caballos, y en el trato con la tropa ve­nía a perfilarse el talento natural de mando de este campesino nato. El jefe de la primera batería, capitán von Uthmann, se había convertido en su ne­cesario monitor, severo y educador al mismo tiempo. Mucho mejor librado de lo que él mismo pensara pasó el curso en el Colegio Militar de Anklam, al que había que asistir para obtener el grado de subteniente. El admite con toda franqueza no haber trabajado gran cosa en este "pueblo mísero". Pero tal conducta, incluso más tarde, fue y siguió siendo típica en él, porque era capaz de lograr más y lo lograba, sin darse por enterado de su propia capacidad. Una vez comentó acerca de sí mismo que nunca había sido un "vivillo". Y esto es la entera verdad, porque nunca se hizo la vida fácil.
Siendo ya subteniente, fue trasladado en calidad de oficial de re­clutas a la batería de Brunsviga. A la tercera batería estaba adscrito un hombre, un subteniente recién nombrado y también oficial de reclutas, con quien se cruzaría aún muchas veces en el camino de su vida; el sub­teniente Günther Kluge, quien más tarde, después de ser ennoblecido su padre, un general, se llamaba Günther von Kluge, y quien finalmente as­cendería también al grado de mariscal. Kluge sí había sido cadete. Desde aquellos lejanos tiempos, Keitel lo consideraba arrogante y equipado con todas aquellas desventajas que la educación en el Cuerpo de Cadetes, en su opinión, solía traer consigo. En cambio, Kluge posiblemente debe ha­ber sido uno de aquellos oficiales que opinaban de Keitel que poseía poca habilidad y que era, pues, en resumidas cuentas, un cero a la izquierda.
Si bien es significativo su juicio acerca del Cuerpo de Cadetes, otros detalles llaman también la atención en sus abundantes apuntes, relaciona­dos con sus tiempos de subteniente. Sin duda alguna, Keitel estaba desa­rrollándose para llegar a ser un buen oficial de línea y no había duda acerca de que él nunca fue cobarde o retraído. Se dedicaba de lleno a satisfacer su pasión por los buenos caballos (en sus apuntes ocupan mucho espacio los cuentos de caballos, compras y ventas, de caballos o cosas por el estilo); además, seguía saliendo de cacería, aprovechando las oportunidades que le brindaban muchas invitaciones de las diversas haciendas en las inmedia­ciones de Wolfenbüttel. Asistía, pues, a la hacienda de su lejano pariente Fritz von Kaufmann, en Linden; a la de los Loebbecke, en Hedwigsburg, y a la de su amigo Wilhelm Wrede, en Steinlah, cerca de Ringelsheim. Le gustaba bailar y lo hacía bien, así es que llegó a ser maestro de ceremonias de los bailes de la corte del Príncipe Regente de Brunsviga, Albrecht de Prusia; pero era enemigo decidido de una vida licenciosa y procuraba evitar las deudas. Cuando él y su amigo de muchos años Félix Bürkner fueron en­viados, en el otoño de 1906, al Instituto Ecuestre del Ejército, cuyos alum­nos tenían fama por su conducta, digamos, extremadamente ligera, ambos se hicieron esta solemne promesa: "¡Nada de juego y nada de mujeres!".
Con verdadero pavor hace constar en sus apuntes el destino de un oficial de húsares, amigo suyo, quien se había casado con una Kaufmann, de Linden, y quien debido a un montón de deudas prefirió desaparecer rumbo a América. En su tiempo, en Hannover, se produjo el "Escándalo del Instituto Ecuestre", cuando una tercera parte de los oficiales allí inscritos tuvieron que ser trasladados, debido a juegos prohibidos de azar y deudas desmedidas, y esto después de la intervención directa del emperador.
El no comprendía en absoluto estas cosas y sólo le importaban la auste­ridad y el ahorro. Se cuenta de sus tiempos en la ciudad de Bremen, cuando en 1934-1935 era comandante de división en esta ciudad, que solía utilizar, si había de asistir a algún asunto de carácter oficial, su automóvil oficial. Pero en el caso de que su esposa hubiera sido también invitada, ella debía utilizar el tranvía. Le parecía inimaginable, por incorrecto precisamente, permitir que ella viajara también en el automóvil del divisionario.
Nada más llama la atención en sus "apuntes", que describen detalla­damente su vida como subteniente, con servicio formal de entrenamiento, prácticas de tiro, maniobras, participación en carreras de obstáculos y en cacerías otoñales a caballo. Nada indica la presencia de intereses que pasen más allá de lo que concierne al día mismo y al servicio reglamentario, con la sola excepción quizá de la agricultura. No hay indicios de que haya leído libros que no fueran de índole militar; nada acerca de las cuestiones políticas de su tiempo, y así sigue hasta el año anterior al de la iniciación de la Pri­mera Guerra Mundial. Por lo visto, la causa no debe buscarse en el hecho de que sus "apuntes" iban a ser la base para sus planeadas memorias acerca de tiempos de paz y guerra; "apuntes" que él redactó en cautiverio en 1945, y que fueron escritos, de acuerdo con sus propias palabras, quizá únicamente con el fin de ahuyentar pensamientos tristes y, hablando en términos claros, el aburrimiento que lo invadía. Obviamente, todos estos temas, durante mu­cho tiempo, no le importaron gran cosa. Demasiado se solía entregar a cues­tiones de servicio y sólo restaban, pues, caballos, cacería y la participación en lo que sucedía en Helmscherode, o quizá en alguna de las exposiciones agrícolas en Hannover. Con todo esto, él, desde luego, no se distinguía en nada de cientos y cientos de compañeros procedentes del mismo ambiente.
Por otra parte, este joven oficial, sumamente cumplido, incansable en el servicio y eficiente, pronto llamó la atención de sus superiores. Des­pués de haber asistido a un curso de especialización en la Escuela de Prácticas de Tiro de Artillería, en Jüterborg (1904-1905), le esperaba, de­bido a calificaciones extraordinarias, su traslado inmediato al Regimiento de Enseñanza de la mencionada escuela de armas. Mas él solicitó que se le dejara en Wolfenbüttel, para no perder los vínculos que lo unían con la hacienda de su padre. En el año 1908 debía ser trasladado, en calidad de oficial inspector, a la Escuela de Guerra, después de haber convalecido de un grave accidente ecuestre que sufrió en Hannover. Había caído, acom­pañado de su caballo, al intentar salvar un obstáculo, y resultó con doble fractura de la pelvis, porque el caballo cayó encima de él. Condición para el traslado era que el aspirante fuese soltero. Acto seguido confió a su comandante superior, el coronel Stolzenburg, que él pensaba comprome­terse en matrimonio para casarse poco después. El coronel Stolzenburg, oficial excelente, pero al mismo tiempo superior exigente y difícil, lo nombró en seguida su ayudante regimental. Hay que saber que hizo esto a pesar del hecho de que el subteniente Keitel, en cierta ocasión, durante una práctica de tiro, arrojó sus prismáticos a los pies de su comandante, presa de súbita ira y fastidio por las continuas críticas, diciéndole que ya no veía absolutamente nada. Quizá el coronel entendía más fácilmente este modo de hablar la obediencia incondicional y ciega.
En todo caso, él era el primero de toda una larga fila de superiores difíciles de carácter con los cuales Keitel tendría que arreglárselas en el curso de su vida. Además, resalta que este subteniente, que tanto amaba la cacería y los caballos, llega por primera vez a familiarizarse con las la­bores de una oficina militar y la correspondencia que a ella pertenece. El ayudante del regimiento debía atender los asuntos de personal, el control del plan de movilización y muchas otras cosas más por el estilo. Era, pues, una posición de confianza.
El 18 de abril de 1909, el subteniente Keitel contrajo matrimonio con Lisa Fontaine, hija del dueño de una hacienda, Armand Fontaine, en Wülfel, cerca de Hannover. El suegro, dueño de todo Wülfel (que mientras tanto había sido absorbido en su totalidad por la ciudad de Hannover) y de una fábrica de cerveza, era considerablemente más rico que los Keitel. Además, era partidario de la Casa Real destronada, por lo cual le costó algún esfuerzo dar su hija a un subteniente "prusiano". Sin embargo, era un gran caballero, famoso como excelente tirador en todas las cacerías, y una persona encantadora que sabía entretener a sus invitados a las mil ma­ravillas. Y por encima de todo esto, un agrónomo como había pocos. Quizá le daba gusto encontrar en su yerno, tan sólido, inclinaciones semejantes, inclusive, y no en último lugar, la gran predilección por los buenos puros y por una reunión agradable donde se tomara entre conocedores una buena copa de vino.
Keitel nos cuenta en sus Apuntes de manera muy vivida, cómo por pri­mera vez procedió a examinar a su novia, a la que conoció en casa de un tío, Vissering, quien vivía en Hannover como comerciante en ganado, acerca de si ella estaría más adelante conforme con la vida en el campo. Además, parece que él mismo se sometió a un examen de conciencia acerca de si podía satisfacer los abundantes intereses espirituales y artísticos de su futura mujer.
Lisa Keitel era una mujer importante y bella, dando la impresión de ser algo fría. Solía leer libros muy serios, amaba la música y mostraba interés hacia todas las expresiones artísticas. Seguramente, en cuanto a su educación, ella le superaba; además, era mucho menos sentimental. Quizá debido a tal diferencia de caracteres, que no obstante se comple­mentaban del modo más feliz, se formó un matrimonio que iba a superar todas las tempestades del tiempo. Más tarde, en la desgracia, esta mujer ha observado una conducta orgullosa tal, que a terceras personas podría parecerles demasiado dura.
Con este puesto de ayudante regimental fue creciendo su senti­do de responsabilidad. Desde la Primera Guerra Mundial Keitel hizo en varias ocasiones referencia a su "sano juicio", especialmente en su correspondencia particular. Esto no era tan vanidoso como quizá pueda suponerse. Con motivo de una práctica de tiro en Altengrabow, en la primavera de 1910, llegó a conocer al entonces inspector de la Artillería Ligera de Acompañamiento, general von Gallwitz, un ofi­cial extraordinariamente capacitado, a quien muchos, después de la Primera Guerra Mundial, pensaban encarrilar también en una carrera política. Keitel se mostró profundamente impresionado. Gallwitz era uno de los contados oficiales de alta jerarquía que aparecen, antes de la guerra, en sus Apuntes. Anota además haber tenido conocimiento de sus nunca realizadas proposiciones reformatorias, que exigían un aumento de la dotación de cañones ligeros de campaña, en las existen­cias de municiones y la introducción de artillería de acompañamiento para la infantería, cosas todas que resultaron indispensables tan pron­to estalló la Gran Guerra.
Durante las maniobras otoñales del 10° Cuerpo de Ejército, en 1913, el Jefe del Estado Mayor del Cuerpo de Ejército, coronel Gustav Barón von der Wenge, conde von Lambsdorff, antiguamente apoderado militar del emperador alemán ante la Corte de Rusia, dijo con toda franqueza, cuando pronunció las palabras finales ante los oficiales de Estado Mayor y los ayudantes de elevada categoría, que la Triple Alianza (Alemania, Aus­tria-Hungría e Italia) se hallaba en una situación bastante delicada, no obstante el hecho de que Su Majestad el emperador trataba de aminorar un tanto la tensión existente. Era la época de las guerras en los Balcanes. El conde Lambsdorff recomendaba que se procediera cuanto antes a revi­sar todos los preparativos para la movilización inmediata de los efectivos de reserva. Esto concernía también a este joven teniente (ascendido a este rango en 1910), quien era a la sazón ayudante del Regimiento de Artille­ría Ligera N° 46 de Wolfenbüttel, y de acuerdo con su naturaleza lenta y pausada de bajo sajón no era precisamente el hombre indicado para tomar estas cosas a la ligera. Al contrario, solía mostrarse frecuentemente demasiado pesimista.
El conde Lambsdorff inició una conversación con el teniente Keitel y le hizo una serie de preguntas. De ahí dedujo Keitel que quizá muy pronto se avecinaba su traslado al puesto de ayudante de brigada. Además, suponía él acertadamente, como más adelante quedó demostrado, que muy posiblemente se le mandaría asistir al próximo viaje del Estado Mayor, en la primavera del año siguiente. Todo esto era más que suficiente motivo, ya que en tales ocasiones solía hacer alarde de una aplicación realmente asombrosa, para que se ocupara en el invierno 1913-1914, en forma teórica, del servicio propio del Estado Mayor. Entre otras cosas, se puso a estudiar, como él admite burlándose un poco de sí mismo, el "Burro Gris", según se solía llamar al manual para oficiales de Estado Mayor.
Tal como se lo había imaginado, así sucedieron las cosas. En marzo de 1914 tomó parte en el viaje de entrenamiento del Cuerpo de Ejérci­to, bajo la dirección del coronel conde Lambsdorff, al cual habían sido adscritos también cuatro oficiales procedentes del Gran Estado Mayor en Berlín, entre ellos los capitanes Joachim von Stülpnagel y barón von dem Bussche-Ippenburg. En cuanto a este último, anota Keitel que en 1925 lo había llamado a la Oficina de Tropa (Departamento de Organización del Ejército o T-2). Bussche-Ippenburg, que en la época del general von Schleicher era jefe de la Oficina de Personal del Ejército, debe haber considerado a este oficial lo suficientemente capacitado para atender pro­blemas de la organización del Ejército. Este era y seguiría siendo el lado más fuerte de Keitel.
En el verano del año 1914, Keitel y su joven esposa emprendieron un viaje de recreo a Suiza. Durante su viaje de regreso, los alcanzó en la ciudad de Constanza la noticia de que el heredero al trono de la monar­quía austrohúngara, el archiduque Francisco Fernando, había sido asesi­nado en Sarajevo, lugar de la provincia de Bosnia. El ya no creía en un final pacífico de la crisis mencionada, quizá no tanto debido a su legítima visión política, sino posiblemente porque solía ser un pesimista consu­mado. Interrumpió, pues, su licencia y volvió a su regimiento.
El 30 de julio de 1914 anota lo siguiente: "Llegó aquel «tantas ve­ces mencionado telegrama» anunciando la movilización de reservas para el 19 de agosto, y ahora ya no hay manera de detener la guerra."
El 8 de agosto de 1914, el Regimiento de Artillería Ligera de Walfenbüttel emprendió la marcha rumbo al frente de Bélgica. Cerca de la ciudad de Spa el regimiento franqueó la frontera belga. . .
Con esto se interrumpen, de la manera más abrupta, a media frase, los Apuntes, posiblemente porque el que escribía se hallaba bajo la in­fluencia del hecho de que se le acababa de acusar de criminal de guerra.
Acerca de los demás acontecimientos de su vida nos informan las cartas reproducidas, anexas a este breve esbozo, y luego sus Memorias, que se inician a partir del año de 1933 y llegan hasta la derrota de Stalingrado, para reanudarse en relación con los últimos días bajo Adolfo Hitler, del 20 de abril de 1945 en adelante.(2)
No obstante, parece adecuado anticiparse, aparte del análisis de las fuentes de información que sigue al final de este prólogo, fijando algunas observaciones acerca del carácter y del criterio de este mariscal de cam­po, el más discutido entre todos los mariscales prusianos y alemanes.
Con motivo de una exposición escrita, destinada a su abogado de­fensor, señor doctor Otto Nelte, fechado el 19 de octubre de 1945,(3) el mariscal subraya en una "biografía" que él había sido criado y educado en la fe evangélica luterana. A su propia familia la describe como "vieja familia campesina de Hannover", y menciona que sus antepasados habían administrado por más de cien años la hacienda estatal Poppenburg, situa­da en el antiguo reino de Hannover.
Por muy raro que parezca, y posiblemente porque su madre desde tem­prana edad había sido enfermiza, y su segunda hija, Erika, desde la edad de dieciséis años, debido a un accidente, había padecido diabetes y finalmente murió víctima de la tuberculosis, él suele subrayar el hecho de que, así como también su propia familia, siempre había gozado de excelente salud. Indica haber sido herido, en 1914. en el antebrazo derecho, por una metralla de granada. La arteria fue despedazada y la considerable hemorragia se detuvo mediante la aplicación de un torniquete. Menciona, además, que aparte de las enfermedades habituales en los niños, sólo había estado enfermo seriamente en dos ocasiones: en 1907, cuando sufrió aquella caída con el caballo, que le originó una doble fractura de la pelvis, y en 1932, cuando padeció-una grave inflamación de las venas de la pierna derecha, seguida de una trombosis, em­bolia pulmonar y neumonía. Debido a su estado de gravedad, no aparecen, ni en la correspondencia conservada ni en sus Apuntes, indicios que pudieran informarnos acerca de su criterio en cuanto a la época en que el general von Schleicher ocupaba el puesto de canciller alemán.
El acontecimiento más decisivo para este soldado, a quien ahora la guerra misma había forzado hacia una carrera cuyo fin aún no había manera de apreciar, fue sin duda alguna, su adscripción al Estado Mayor, después de que en octubre de 1914 se le ascendió al grado de capitán, luego de ha­ber estado algún tiempo al mando de una batería en el frente occidental.
Las cartas fechadas en el mes de marzo de 1915, mes en que se lle­vó a cabo este cambio tan importante, dejan apreciar muy bien cuan fuerte había sido el impacto al recibir este nuevo encargo y con cuánta insistencia solía preguntarse una y otra vez si acaso podía cumplir con las exigencias de su nuevo puesto. Desde luego, apreciaba de lleno la distinción de que había sido objeto mediante su adscripción, pero también sabía demasiado bien que carecía de la preparación indispensable. Existe por ejemplo, la opinión de sus ayudantes, cuando ya era mariscal y jefe del Alto Mando, en el sen­tido de que muchas veces causaba una impresión bastante mejor de la que solía pensar haber causado. En tales momentos, este hombre tan meticuloso y concienzudo intentaba reponer, mediante trabajo incesante y estudios in­cansables, todo aquello que le hacía falta saber para poder hacerse cargo de un nuevo puesto. Y en honor a la verdad lo lograba.
Durante meses y años, especialmente cuando apenas había comen­zado en el Ministerio de la Defensa, en la Oficina de Tropas, después de la Primera Guerra Mundial, y más adelante, cuando era responsable del manejo de la increíblemente grande maquinaria del Alto Mando Alemán, en la Segunda Guerra Mundial, él no conocía otra cosa que su trabajo, ya fuera en su oficina militar o en su casa; y las quejas de su esposa, como también ciertas leyendas conservadas aún en el círculo de la familia, así lo confirmaban plenamente. Parecía ser nervioso, especialmente cuando trabajaba en el Ministerio de la Defensa, aunque nadie esperaba "ner­vios" de este hombre tan alto y fornido (que, efectivamente tenía todo el aspecto de un aristócrata terrateniente. Siguió con este hábito de "hombre muy ocupado", incluso siendo general o mariscal y jefe del Alto Mando, cuando desde hacía mucho tiempo se había convertido ya en un virtuo­so del arte administrativo militar, que sabía dominar fácilmente aun los expedientes burócratas más enredados y conocía al dedillo cualquiera de tantos y tantos procedimientos administrativos. Un chiste de sus ayudan­tes, que a él mismo causaba también gran hilaridad, creó la frase: "¡He ahí un mariscal alemán corriendo a toda prisa, mientras su ayudante le sigue con paso lento y seguro!".
Resultó de gran importancia para el oficial de Estado Mayor Keitel, que sólo le tocó la enseñanza práctica que imparte la guerra misma y únicamente llegó a ver más de cerca al ya legendario "Gran Estado Mayor Alemán", en Galicia y Servia, cuando mucho durante unos breves meses del año 1915, y poco presenció de aquella función del organismo directivo que Moltke el Viejo había llevado a su nivel más elevado: el gran mando operativo. Para lo que faltaba de la guerra, El capitán de Estado Mayor Keitel permaneció en el frente occidental con la División de Infantería de Reserva N° 19, y a partir de diciembre de 1917 estuvo como primer oficial de Estado Mayor (la), adscrito al Estado Mayor del Cuerpo de Infantería de Marina, en Flandes.
Aquí, ya no se dirigía la guerra como antes se acostumbraba hacer; se imponía la táctica, o para ser más preciso, la organización y la admi­nistración de la guerra. Y el hijo de hacendado y nieto de arrendatarios de haciendas estatales del reino de Hannover llevaba precisamente en la sangre la herencia de grandes organizadores. Pero a este nieto le había to­cado también, por parte del abuelo, rígidamente partidario del rey destro­nado, otra herencia que en la Sajonia Baja no es raro encontrar, lo mismo entre los campesinos que entre la aristocracia: la fidelidad consecuente e inquebrantable, hacia el soberano, aunque éste heredara asimismo al­gunas debilidades propias de esta región, como, por ejemplo, las había ostentado el último rey de Hannover. Y esta fidelidad era rigurosa, inflexi­ble y testaruda. No cobraba vida debido a la consciente aceptación de un compromiso recíproco entre el que exige tal fidelidad y el que la brinda, sino que vivía por sí misma, por una tradición. El soberano de siempre, el jefe del Estado era simplemente considerado intocable.
Siendo aún oficial de la División de Infantería de Reserva N° 19, en plena guerra, Keitel llegó a conocer a un hombre que más tarde interven­dría decisivamente en el curso de su propio destino; el primer oficial de Estado Mayor del 7o Ejército, su autoridad superior. Mayor Werner von Blomberg. Había que clasificar a Blomberg en la categoría de los oficiales de muy diversos intereses intelectuales. Era un hombre cultivado, con amplios conocimientos literarios mostraba además tener inclinación ha­cia la filosofía. Más tarde se comentaba su interés por la antroposofía de Steiner. No hay duda de que Keitel quedó profundamente impresionado por su colega, no obstante que anota no haber tenido acercamiento alguno en lo personal. Ahora bien, si se toma en cuenta que Blomberg, al igual que Keitel más adelante, había llegado a la conclusión de que era indis­pensable una reorganización de la totalidad de los órganos más altos de mando para adaptarlo de la mejor manera posible a un nuevo concepto de la dirección militar, entonces, sin duda alguna, juega un papel impor­tante el hecho de que Keitel había sido uno de los contados oficiales de Estado Mayor que durante la guerra había llegado a tener contacto íntimo con aquella segunda rama de las fuerzas armadas que en aquella época existía al lado del Ejército terrestre: la Marina. Si bien el contacto sólo se realizó con aquellas unidades en tierra firme. Así se explica que desde los comienzos se fueran atando cabos; más de lo que se reconoció después, en los tiempos de la desgracia y de la condena.
El otro suceso importante, suceso oscuro y sangriento en la vida de este oficial de Estado Mayor, había sido la revolución de 1918. No hubo manera de averiguar cómo pensó Keitel acerca de la partida del emperador alemán. No conocemos juicio alguno de él acerca de Guiller­mo II; sólo nos consta la poco favorable opinión de su mujer. Por mucho tiempo estuvo colocada aún encima de su escritorio, en el Ministerio de la Defensa, una fotografía del príncipe heredero, provisto de dedicatoria personal. Más, para él también, lo mismo que para decenas de miles de oficiales y millones de veteranos del frente, la imagen del "Emperador" se había vuelto, desde hacía mucho tiempo, algo nebuloso y casi irreal, especialmente tomando en cuenta el hecho de que esta Majestad, desde hacía años, se había alejado por sí misma de su verdadero encargo de gobernante soberano. Lo que a Keitel causó la impresión más desastrosa fue el desmoronamiento lento pero seguro de todo el orden establecido; en suma, la derrota. Al igual que otros cientos de miles de soldados como él, soldados de todos los rangos y grados, debe haber sentido y presenciado los acontecimientos en su derredor como si se tratara de un terremoto lle­no de enigmas, incomprensible en cuanto a sus orígenes, a menos que se buscara refugio en la tesis de que en la Patria se había provocado alevo­samente la tantas veces mencionada conflagración "roja", proveniente de las estepas del este. Keitel era un hombre extraordinariamente valiente, pero también mostraba tendencia a tomar cualquier cosa por su lado más negativo y oscuro, especialmente cuando nubes negras cubrían todo el horizonte de manera que en los años de 1918 y 1919 no podía definir su voluntad y deseo de si debía lograrse la reconstrucción de una Alemania totalmente nueva o si debía, por lo menos por un tiempo, soportar Alema­nia el fuego purificador del bolchevismo.
Total, él siguió siendo oficial. Y creía tener la obligación ineludible de no negar su colaboración en la reconstrucción del país. En Nuremberg, dijo en una ocasión que él siempre había cumplido sus deberes como soldado: bajo el emperador, bajo Ebert, bajo Hindemburg, como también bajo Hitler. De este modo pensaban muchos; también muchos de aquellos que tuvieron más suerte, ya que nunca llegaron a establecer relaciones tan íntimas con el Führer, lo cual quiere decir asimismo que nunca se vieron obligados a responder por sus actos frente a un Tribunal Militar Internacional, después de que el Führer se escapó de esta vida para no hacer frente a sus responsabilidades terrenales.
Keitel sirvió, de 1925 en adelante -sólo una breve interrupción de­dicada al servicio de línea, como comandante de batallón en el Regimien­to de Artillería Numero 6, en la ciudad de Minden-, en el Ministerio de la Defensa, hasta el año 1933; y para ser más exacto, en el Departamento de Organización del Ejército (T-2) de 1.a Oficina de Tropas; un hecho que prueba la apreciación correcta de su capacidad por parte de sus superiores. Primero fue jefe de grupo y de 1930 en adelante, jefe de departamen­to. En esta época se llevaron a cabo sus primeras reflexiones, realizadas mancomunadamente con el coronel Geyer, acerca de una organización moderna de las más altas autoridades de mando en un futuro próximo. El teniente general Wetzell, uno de los hombres de la confianza del general van Seeckt, lo mandó llamar, mientras era el jefe de la Oficina de Tropas, o sea, del Estado Mayor Alemán clandestino, para colocarlo en el grupo de sus colaboradores inmediatos, dándole el encargo de atender todas las cuestiones que hacían referencia a la capacidad combativa y el empleo en campaña del pequeño ejército del Reich y a la formación de efectivos de reserva. Más adelante, la oficina T-2 tuvo que hacerse cargo de los preparativos teóricos relacionados con un posible incremento del Ejército. Hasta los abundantes enemigos que forzosamente tenía que crearse el Jefe del Alto Mando Alemán bajo Hitler, quienes esperaban más o algo distinto de él, cosas que él por su mismo puesto jamás les hubiera podido conceder, nunca negaron su capacidad en cuanto a organización. Por otro lado, Keitel en sus Memorias nunca niega, a pesar de que apoyaba la creación de un Mando Superior de todas las fuerzas armadas, que él mismo no hubiera sido el hombre indicado para ocupar alguna vez el puesto de jefe del Estado Ma­yor General del Reich, precisamente debido a que reconocía su falta de ca­pacidad y preparación para semejante tarea. Sólo una cosa quedó claramen­te delineada: era, pues, indispensable la creación de un mando superior unificado, dada la existencia de tres ramas de las fuerzas armadas: Ejército, Marina y Fuerza Aérea. En cuanto al Estado Mayor General del Ejército, se hallaba aún demasiado confundido en su manera de pensar tradicional para reclamar este mando para sí mismo en forma única y exclusiva. En este aspecto. Blomberg, Keitel y Jodl trazaron derroteros más modernos que los de Beck, quien conservaba su criterio anticuado.
La correspondencia conservada de Keitel deja ver de manera por demás clara cuan apegadas al gobierno y a sus instituciones, por llamarlo así, seguían siendo las reflexiones de este jefe de Departamento en el Ministerio de la Defensa, y cuan intensamente le afectaba el hecho de que Alemania se hallaba sumida cada vez más en el profundo abismo de la debilidad política. Depositó sus esperanzas primero en el canciller Brüning, luego en Papen. Los nacionalsocialistas no lograron infundirle mayor confianza, ya que, en este aspecto, el criterio de su esposa, expre­sado por escrito, debe haber sido fiel reflejo de lo que su esposo solía decir. La grave crisis de la agricultura alemana, que empezaba a hacer sentir sus efectos desde 1927, conmovía profundamente a este agrónomo apasionado. Cuando su padre, en una ocasión al alcanzar la crisis su punto culminante, mencionó la posibilidad de tener que proceder al remate de Helmscherode, el hijo hizo uso de toda su influencia para aconsejar lo contrario, e inmediatamente se mostró dispuesto a prestar ayuda echando mano de los recursos económicos de su mujer.
Llama también la atención el que este coronel del Ejército Alemán, quien en 1931 llegó a conocer Rusia y el Estado soviético, de acuerdo con las vinculaciones que habían ido estableciéndose entre el Ejército del Reich y el Ejército Rojo, no se mostró tan impresionado por el sistema comunista en sí como por la imagen de un "Estado poderoso", dentro del cual el Ejército, según su opinión, jugaba el papel más destacado.
Aquel contrincante intelectual y refinado de Keitel, en esto de la lu­cha de memorándums por la futura organización de los órganos de mando más altos del Ejército, en las épocas tempraneras de la era hitlerista, el general Beck, jefe del Estado Mayor General del Ejército, llegó en 1933 a la conclusión de que este levantamiento revolucionario en Alemania podía quizá significar la salvación de la Patria. Más o menos por el estilo deben haber sido los sentimientos de Keitel, no obstante que él sabía demasiado bien que su padre, en Helmscherode, rechazaba de la manera más decidida estas novedades poco dignas de confianza.
El problema de su colaboración con Hitler, la cuestión acerca de destino y culpa, deben mantenerse reservados para la palabra final. Pero antes de que empiecen a levantar su voz los documentos, quizá sea de utilidad citar nuevamente algunos de los juicios más típicos en relación con el mariscal de campo. El historiador militar inglés John W. Wheeler-Bennett parece resumir en su obra, entre tanto ya famosa, The Nemesis of Power (Londres, 1954)(4) todas las acusaciones que alguna vez llegaron a levantarse en los días del juicio de Nuremberg. Keitel es calificado de "crypo-nazi" desde mucho antes de la toma del poder por Hitler; también de "obscure and not very promising Württemberg officer" (oscuro y no muy prometedor oficial originario de la provincia de Württemberg, al sur de Alemania). Cuando el mencionado autor dedica su atención a la descripción del carácter del acusado (pág. 429), lo vuelve a llamar "a Württemberg of markedly thirdrate ability" (un hombre de Württemberg, de habilidad notablemente mediocre), para seguir adelante: He had ambition but no talent, loyalty but no character, a certain native shrewdness and charm but neither intelligence nor personality." (Tenía ambición, pero nada de talento; lealtad, pero sin carácter; cierta simpatía innata, pero ni inteligencia ni personalidad).
El psiquiatra norteamericano de la prisión en Nuremberg, doctor Douglas M. Kelley, describe a Keitel en su libro, también editado en idioma alemán, 22 hombres alrededor de Hitler, como un despiadado terrateniente prusiano y típico general prusiano, cuyos antepasados, se­gún él, habían sido por más de cien años oficiales prusianos y agrónomos destacados. Diametralmente opuestas son las conclusiones del historiador Wheeler-Bennet, que le adjudica, de la manera más expresa, un elevado grado de inteligencia", pero hace la observación de que Keitel no era tan polifacético como había sido, por ejemplo, el coronel general Jodl.
Otro conocido historiador militar anglosajón, Gordon A. Craig, se re­fiere de la manera más contundente al Jefe del Alto Mando Alemán, en su también famoso libro The Politics ofthe Prussian Army (Oxford. 1955)(5) al llamarlo un hombre sin carácter y ardiente admirador de Hitler.
Carl Haensel, uno de los abogados defensores alemanes de más ran­go intelectual y gran conocedor de literatura e historia, en Nuremberg, clasifica a Keitel, en su libro El Juzgado Pide un receso (Hamburgo, 1950, páginas 141 y 144). como el prototipo del general alemán. Opina que su participación en este proceso era "servicio" impuesto a él por una "Corte de Honor" que lo obligaba a seguir sirviendo a su Patria. El autor llega a dudar de si detrás de esta frente dura pudo alguna vez haber una idea luminosa y sólo consideraba posible poder explicar el carácter de su defendido buscando la causa en los tiempos que, según él, había pasado en el rígido Cuerpo de Cadetes.
Aquellos jefes militares alemanes de alta jerarquía que más tarde mencionaron a Keitel en sus Memorias, entrevistas o exposiciones his­tóricas, como por ejemplo el mariscal de campo von Manstein, el coronel general Halder o el general de infantería doctor Erfuhrt,(6) de ninguna ma­nera niegan su capacidad, especialmente la de organización militar, pero, sin embargo, lo llaman el tipo del "subalterno fácil". El coronel Halder lo llegó a llamar "bestia de trabajo".
Las comparaciones históricas tienen la gran desventaja de que sue­len cojear, pero de todas maneras hay algunos puntos que pueden compa­rarse. Si Keitel. a los ojos de Hitler, incluso siendo Jefe del Alto Mando Alemán, nunca fue ni más ni menos que el jefe de su "Cancillería Militar" (como también tenía a su servicio idénticos jefes de su "Cancillería del Reich". de la "Cancillería Presidencial", de la "Cancillería del Partido" y su "Cancillería Personal"), entonces Napoleón interpretaba de manera muy parecida la posición del que él solía llamar su jefe de Estado Mayor, mariscal Alexandre Berthier, príncipe y duque de Neufchatel y Valangin v príncipe de Wagram. Berthier, quien en 1814, después de la caída de Napoleón, se había puesto a las órdenes del nuevo rey de Francia, Luis XVIII, y que se suicidó, en un momento de depresión nerviosa, durante la época de los "Cien Días".
El mariscal de campo Keitel declaró en Nuremberg a su abogado defensor doctor Nelte, no obstante que también a él le había pasado por la mente la idea de un posible suicidio, cuando éste lo interrogó acerca de qué pensaba realmente de los testigos que ahí estaban interrogándose continuamente: "Como oficial alemán que soy, considero mi deber inelu­dible tener que responder por todo lo que hice, aun en el caso de que haya sido erróneo... No siempre es posible, definir con toda precisión si hubo culpa o simplemente se trata de enredos del destino. Sólo una cosa me pa­rece inadmisible; la de culpar al hombre de la primera línea de combate o al jefe subalterno, mientras las más altas autoridades de mando rechazan cualquier intento de cargarles la responsabilidad. Esto no solamente no sería correcto, sino que sería además indigno..."(7)
Los documentos que a continuación se reproducen, ya sea en forma completa o extractada, se componen, en cuanto al legado manuscrito de Keitel, de dos renglones: en primer término, hay correspondencia del arriba citado expediente "Keitel 71-40", como también cartas tomadas de la suma­mente voluminosa correspondencia de la esposa del mariscal con su madre, o, en su caso, con su padre o con el suegro. Las cartas han sido reproducidas fielmente. Ciertas abreviaciones se indican mediante varios puntos.
En segundo término, se trata de los Apuntes del mariscal, hechos ya en cautiverio. Este escribió sin tener a la vista documento alguno; ade­más, escritas a mano. Desde luego, aquí es donde encontramos una serie de errores; de vez en cuando, frases incompletas o cambios en el orden cronológico de los acontecimientos. Tales circunstancias parecieron moti­vo suficiente al editor para completar frases incompletas o ininteligibles, distribuir mejor el texto para facilitar su lectura o reconstruir partes que obviamente estaban mal redactadas. Tales partes, en cada caso, se distin­guen por un paréntesis. Donde se omitieron grandes trozos del texto se ha procedido a indicarlo con puntos y hacer al margen un breve resumen de su contenido. Se han subrayado aquellos términos que también en el texto original así se habían hecho resaltar.
De todas maneras, es admirable cómo el mariscal de campo, no obs­tante la inmensa carga moral que sufría durante las semanas anteriores a la lectura de la condena, y después, cuando esperaba la ejecución de la pena impuesta, fue capaz de redactar todavía un escrito amplio que inclu­ye una descripción de parte de su vida y su actitud durante años decisivos de nuestra historia. Quizá este trabajo se fue convirtiendo precisamente para este hombre, quien por más de veinte años tuvo que llevar a cabo tareas militares de escritorio, en una distracción bien aceptada, porque lo obligaba a concentrarse más allá de lo acostumbrado en la prisión. Eso sí, el mariscal nunca fue un hombre de letras, un autor de renombre. En ocasiones, la redacción de este su primero y último manuscrito de gran tamaño parece torpe y enredado. Posiblemente, él hubiera deseado aún modificar muchos puntos, para formularlos de nuevo, en el caso de que hubiera dispuesto todavía de tiempo suficiente para hacerlo. Nunca puso mucha atención en el colorido de su relato, pero procuró reproducir sus pensamientos de manera clara e inconfundible en sus memorándums y órdenes. Esto habrá que tenerlo en cuenta al leer sus apuntes personales.

EL EDITOR. Hamburgo, 15 de marzo de 1961.

 

Notas:

1 En relación con la historia de la familia Keitel y de la hacienda Helmscherode, véase el Libro de las Familias Alemanas (Familias de la Baja Sajonia), tomo núm. 4 (Goerlitz. 1938): tomo núm. 102. págs. 391 y sigs.: Wilhelm Gumhrecht: Contribuciones a la historia local de Helmscherode (manuscrito. 1935), y también Günther Meyer: Helmscherode, descripción histórica (manuscrito. 1947). Ambos manuscritos se hallan en manos de la familia Keitel. Además, el "Expediente Keitel 1871-1940". conteniendo documentos de la hacienda y de los miembros de la familia y correspondencia, citado más adelante como "Expediente Keitel 71-40". así como también los voluminosos apuntes iniciados en 1945. que llegan hasta los primeros días de la guerra de 1914. escritos por el mariscal de campo Keitel, bajo el título Apuntes para la historia de mi vida (prisión de Nuremberg, trescientas diecisiete cuartillas a máquina), que más adelante debían convertirse en la base fundamental de su autobiografía.

    • - Véanse págs. 341 y sigs.: Interrogatorios de Keitel en Nuremberg, 10 de octubre de 1945. nümeros 1040-1305, por Thomas Dodd: "Hitlers last days in Berlin" en el libro Nazi conspiracy and agression (Washington. 1948). suplemento B, págs. 1275 y sigs.
    • - "Documentos personales de Nelte" (originales y cartas personales).
    • - En traducción al castellano: La Némesis del Poder.
    • - Otro título: El Ejército prusiano-alemán, 1940-1945. Un Estado dentro del Estado.
    • .Véanse Manstein: La vida de un soldado (Bonn. 1958). págs. 11 y 288; P. Bor: Pláticas con Halder (Wiesbaden. 1950). págs. 114 y sigs.. y W. Erfurth: Historia del Estado Mayor General Alemán, 1918-1945 (Gotinga. 2" «1 ición, 1960). pág. 199.
    •  "Documentos personales de Nelte".

     

-FOTOGRAFÍAS-

  1. 10 de septiembre de 1939, durante la campaña de Polonia, Hitler observa la actuación del 10° ejército alemán en la ciudad de Bialaczow. De izquierda a derecha: Generaloberst Wilhelm Keitel. Adolf Hitler, Erwin Rommel (entonces comandante del Cuartel General del Führer), General von Reichenau.
  2. El Generaloberst Wilhelm Keitel acompaña al 8° y 10° ejército alemán, en las cercanías de Lodz (Polonia) el 13 de septiembre de 1939.
  3. Hitler observa junto a Keitel los daños inflingidos a un tren blindado. Cercanías de Wyskow (Polonia), 22 de septiembre de 1939.
  4. Hitler prepara la campaña de Francia desde su Cuartel General avanzado en Felsennest. De izquierda a derecha: General Jodl, Hitler, Mayor Deyhle y el Generaloberst Keitel.
  5. En mayo de 1940 Hitler se fotografía con su Estado Mayor. Primera fila por la izquierda: Obergruppenführer Brückner, Reichspressechef Dr. Dietrich, Generaloberst Keitel. Hitler, Generalmajor Jodl, Reichleiter Bormann, Hauptmann von Below (ayudante de la Luftwaffe) y Heinrich Hoffmann. En la última fila, a la derecha, el entonces ayudante del Führer, Max Wünsche. A lo largo de la guerra alcanzaría el grado de Obersturmbannführer (Teniente Coronel) y las Hojas de Roble para su Cruz de Caballero.
  6. Keitel. junto a Hitler, observan los restos de la Línea Maginot.
  7. 8. Durante la campaña de Francia, Hitler y Keitel visitan las ciudades conquistadas junto al Generalfeldmarschall von Kluge.

9.Hitler y Keitel atiendes las explicaciones del Generaloberst von Küchler durante la campaña de Francia.

  1. Hitler en la iglesia de St. Madelaine. A la izquierda del Führer Speer y el profesor Giesler y a su derecha el profesor Breker. Tras ellos Keitel.
  2. Keitel testigo de un hecho histórico, la rendición de las tropas francesas. Junto a el se encuentran el Generalmajor Jodl, el Oberstleutnant Bóhme y el Hauptmann I. G. Poleck.
  3. Rendición de Francia, Compiégne 1940.
  4. Rendición de Francia, Compiégne 1940.
  5. Hitler celebra en Berlín su triunfo en el oeste. A su izquierda Hermann Góring, a su derecha Keitel, Raeder y Brauchitsch. Berlín, 6 de julio de 1940.
  6. Keitel lee ante las autoridades francesas las condiciones de la rendición.
  7. Hitler y Keitel abandonan el vagón donde se firmó la rendición de 1918.
  8. Recuerdo de su juventud. Hitler y Keitel en la ciudad de Ypern donde el Führer luchó en su juventud.
  9. Poco antes de la invasión de la Unión Soviética, el 12 de junio de 1941, Hitler recibe en Munich a uno de sus aliados, el mariscal Rumano Antonescu.
  10. Tras la invasión de la Unión Soviética, Hitler recibe noticias del frente ante la atenta mirada del jefe del OKW (Oberkommandos der Wehrmacht) Generaloberst Keitel y el Reichspressechef Dr. Dietrich.
  11. Hitler ante dos de sus más estrechos colaboradores, Hermann Goring y Wilhelm Keitel.
  12. El 25 de agosto de 1941, Hider recibe a su amigo y aliado Benito Mussolini en el "Wolfschanze" en Rastenburg. Tras ellos Wilhelm Keitel.
  13. El 8 de septiembre de 1941, Keitel recibe a otro de sus aliados, el Almirante Horty. Junto a el Martin Bormann y el Ministro de Asuntos Exteriores von Ribbentrop.
  14. Enero de 1943, Hitler recibe al Ministro de la Guerra Búlgaro, General Michoff.
  15. Tras el atentado del 20 de julio de 1944, Hitler recibe el consuelo de sus más íntimos colaboradores, Keitel, Goring y Bormann.
  16. El día de año nuevo de 1945, Hitler entrega al famoso piloto de Stuka Hans Ulrich Rudel la Cruz de Caballero con Hojas de Roble, Espadas y Diamantes en Oro. (Único soldado del ejército alemán que las recibió). Testigos del evento son von Ribbentrop, Jodl, Fegelein, Goring y Guderian.
  17. El fin se acerca, Hitler junto a Speer, Jodl, Keitel y Ribbentrop.
  18. Keitel firma la rendición.

--FOTOGRAFÍAS COLOR-

1. 2. Mariscal de Campo Wilhelm Keitel
3. Wilhelm Keitel y Heinz Guderian
4. Wilhelm Keitel y Adolf Hitler
5. 6. Desfile en Kassel el 6 de abril de 1939
7. Wilhelm Keitel, entonces Generaloberst asiste al desfile en Kassel el 6 de abril de 1939
8. Hermann Goring, Wilhelm Keitel y Karl Donitz
9. En el desfile de Kassel, de izquierda a derecha: Reichführer SS Heinrich Himmler. Wilhelm Keitel, von Brauchitsch y el Almirante Karl Donitz.
10. Wilhelm Keitel acompañando a Adolf Hitler
11. Sobre el mapa, de izquierda a derecha: Benito Mussolini. Alfred Jodl, Adolf Hitler,
Wilhelm Keitel y Ugo Cavallero
12. Wilhelm Keitel ingresa a la sala de audiencia durante el Juicio de Nuremberg
13. Juicio de Nuremberg, de izquierda a derecha: Hermann Goring, Rudolf Hess, von Ribbentrop, Wilhelm Keitel, Ernst Kaltenbrunner y Alfred Rosenberg