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Los crímenes rituales

 

Albert Monniot

Los crímenes rituales - Albert Monniot

300 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Editorial Viracocha
2015
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 310 pesos
 Precio internacional: 20 euros

 

 

 

 

 

 

Durante ocho siglos apenas si pasó alguna década -y a veces ni siquiera un año-, sin que se acusara a los judíos de emplear sangre de cristianos para sus ritos y de recurrir para obtenerla a secuestros y asesinatos. En más de 200 asesinatos de esa índole los promotores no encontraron un solo caso que pudiera dar algún fundamento a esa absurda calumnia. Sin embargo, la patraña se extendió durante mucho tiempo.
Ahora bien: es altamente probable, y hasta seguro que algunos magos judíos, tradicionalmente asociados a la magia y las artes ocultas en alta proporción, hayan inmolado a niños. De ahí la formación de la leyenda del sacrificio ritual. Se estableció una relación entre los actos aislados de algunos hechiceros y su carácter de judíos.
De la misma forma que se podrían buscar hombres de otra religión o nacionalidad asociados a estos crímenes sin poder culpar por ello a la generalidad. O, a lo sumo, como en el catolicismo, bien se puede pedir disculpas por crimenes cometidos por sólo algunos antepasados sin que de ninguna forma se puede hablar de criminalidad general.
En todo caso, la investigación histórica debe hacer frente a que la particular acusación contra judíos en estas prácticas se encuentra en los lugares más distantes, sin comunicación entre sí y durante siglos de forma constante. Aunque muchos daten de la Edad Media, un gran número tuvo lugar en los siglos XVII, XVIII y XIX, mientras que otros son muy recientes y pertenecen a la actualidad, por lo que sería necesario analizar los hechos con más detalle.
Cuando el doctor judío Ariel Toaff, hijo del Gran Rabino de Roma, especialista en estudios sobre la judería medieval y profesor de una universidad israelí descubrió que algunos de estos casos tenían base real no se le ocurrió culpar al judaísmo sino que lo estudió como actividades criminales de magos judíos desviados de su tradición mosaica, sin embargo, ante el ataque de sus connaciales tuvo que pedir disculpas y sacar su trabajo de circulación. Es así que el libro de Albert Monniot sigue siendo el trabajo de referencia para la documentación sobre estos extraños casos a pesar de los años transcurridos y su visión sesgada.

 

ÍNDICE

 

Proemio. La patraña del asesinato ritual. 7
El juicio de Bernard Lazare 9
Las Pascuas Sangrientas del Profesor Toaff 13
Prólogo de Edouard Drumont 24
“La odiosa y estúpida leyenda” 29
Los abogados de Israel 57
El Talmud 83
El Talmud y el esoterismo judío 101
Los hechos 131
Crónica de sucesos 247
La suerte de los libros sobre el crimen ritual 253
El libro y la muerte de Gougenot des Mousseaux 261
Conclusión 267
Anexo. Asesinato ritual de Andrés Ioutchinski 277

Proemio: La patraña del asesinato ritual1

 

Durante ocho siglos apenas si pasó alguna década -y a veces ni siquiera un año -,2 sin que se acusara a los judíos de emplear sangre de cristianos para sus ritos y de recurrir para obtenerla a secuestros y asesinatos. En más de 200 asesinatos de esa índole los promotores no encontraron un solo caso que pudiera dar algún fundamento a esa absurda calumnia. Sin embargo, la patraña caminó durante mucho tiempo.
La primera acusación de asesinato ritual se hizo en Inglaterra en el año 1144, cuando apareció muerto en la ciudad de Norwich un niño llamado Guillermo. Cierto sujeto declaró entonces que se trataba de un sacrificio que los judíos hacen anualmente para su fiesta de Pascua. En esa oportunidad no se registró proceso alguno, pero el niño – que luego se descubrió había sido enterrado vivo por sus parientes en estado cataléptico- fue canonizado por la Iglesia corno mártir (San Guillermo de Norwich).
La misma canonización fue efectuada con otro niño -San Dominguito de Val- en Zaragoza, España, a quien se le atribuyó haber sido martirizado por los judíos durante un asesinato ritual. A veces bastaban simples rumores para establecer presuntos mártires.
En el año 1235, en pleno apogeo de las Cruzadas, la acusación surgió en Alemania cuando aparecieron muertos los cinco hijos de un molinero. Los cruzados mataron entonces a numerosos judíos a los que habían torturado previamente para arrancarles una confesión. Juicios, torturas, confesiones y muertes de este tipo se perpetraron por miles.
Hubo casos, inclusive, en que la acusación se producía por simple generación espontánea, sin que mediara muerte alguna. Ese fue el caso de La Guarda (España) en 1490 que inspiró un famosos drama a Lope de Vega.
Pese a todo, la calumnia del asesinato ritual fue desechada por numerosos papas, desde Sixto IV, que rehusó canonizar al niño Simón de Trento, supuestamente martirizado por los judíos, hasta Clemente IV, Gregorio X, Pablo III, Benedicto XIV y otros, sin contar numerosos teólogos cristianos, investigadores de la literatura bíblica y talmúdica y otros sabios de la categoría, de Franz Delitsch o Von Liszt. El propio papa Gregorio X llegó a hacer la defensa de los judíos en su bula del año 1272 llamada “Sicut Judeis”
En realidad no se conoce bien el origen de esa trágica acusación ni la fecha exacta en que se la asoció con la fiesta de Pesaj en que los judíos acostumbran a comer “matzá” (pan ázimo, sin levadura). Pese a las modernas investigaciones crimonólicas y a lo cavernícola de la acusación, la misma subsistió hasta nuestros días. Incluso en los Estados Unidos apareció en 1928, cuando un niño cristiano desapareció en Massena, Estado de Nueva York, en vísperas de Iom Kipur. El rabino de la ciudad llegó a ser duramente interrogado por la policía hasta que se encontró al niño en un bosque cercano donde se había extraviado.
El caso más famoso, sin embargo, ocurrió a principios de siglo cuando el gobierno zarista intentó culpar oficialmente a los judíos de asesinato ritual en el proceso Beilis. El juicio, en el que apareció inculpado un obrero judío, se extendió por espacio de dos años y causó tal conmoción en todo el mundo que muchos lo consideraron una suerte de precursor zarista del caso Sacco y Vanzetti.

 

notas:

1 Veinte siglos de Oscurantismo, Ediciones DAIA, agosto 1975, Bs.As. (Nota del Editor).
2 El subrayado es del texto. (Nota del Editor).

El juicio de Bernard Lazare (3)

 

El prejuicio más vivaz; el que mejor simboliza el secular combate del judaísmo contra el cristianismo, es el prejuicio del homicidio ritual. El judío necesita sangre cristiana para celebrar su pascua, se dice todavía. ¿Cuál es el origen de esta acusación, que data del siglo XII?4
Se ve netamente cómo nació la idéntica acusación que los romanos hicieron a los primeros cristianos: provino de una concepción realista de la Cena: de una interpretación literal de las palabras consagradas sobre la carne y la sangre de Jesús. ¿Pero cómo los judíos, cuyos libros mosaicos manifiestan horror a la sangre han podido padecer y siguen padeciendo las consecuencias de semejante creencia? El problema exigiría ser discutido a fondo. Habría que examinar las teorías de los que sostienen que los sacrificios humanos son dé origen semítico, mientras que en realidad se los encuentra en todos los pueblos, en determinado nivel de civilización. Habría que mostrar, como lo hizo el señor Delitzch en Alemania, que ningún libro hebraico, talmúdico ni cabalístico contiene la prescripción del homicidio ritual, lo que ya hizo Wagenseil. Se probaría así y se ha probado que la religión judía no pide sangre. ¿Pero se habría probado así que jamás judío alguno vertió sangre? No, por cierto, y de seguro debió haber, durante la Edad Media, judíos homicidas, judíos que las vejaciones y las persecuciones llevaban a la venganza y al asesinato de sus perseguidores y hasta de sus niños. Sin embargo, esto no nos da la explicación de la leyenda popular. Nació, en un primer momento, de la idea muy difundida de que el judío estaba llevado fatalmente, cada año, a reproducir figurativamente el asesinato de Cristo. Es por eso que en las actas legendarias de los niños mártires siempre se muestra a la víctima crucificada y sufriendo el suplicio de Jesús. Hasta se la representa a veces coronada de espinas y con el flanco abierto. A esta creencia general se agregaron las prevenciones, a menudo justificadas, contra los judíos dedicados a prácticas mágicas. En la Edad Media, en efecto, el judío fue considerado por el pueblo como el mago por excelencia. En realidad, algunos judíos se entregaron a la magia. Se encuentran muchas fórmulas de exorcismo en el Talmud y la demonología talmúdica y cabalística es complicadísima.5 Ahora bien: se sabe qué lugar siempre ocupa la sangre en las operaciones de hechicería.
En la magia caldea, tuvo una importancia capital. En Persia, era redentora y liberaba a los que se sometían a las prácticas del Tauróbolo y del Krióbolo. La Edad Media estuvo obsesionada por la sangre como lo estuvo por el oro. Para los alquimistas, la sangre era el vehículo de la luz astral. Los elementarios, decían los magos, se apoderan de la sangre para hacerse un cuerpo con ella, y es en este sentido que Paracelso dice que la sangre que pierden los hombres crea fantasmas y larvas. Se atribuía a la sangre, y sobre todo a la sangre virgen, virtudes inauditas: la sangre tenía el poder de curar, evocar y preservar. Podía servir para la búsqueda de la piedra filosofar, y a la/composición de los filtros y encantamientos.6 Ahora bien: es altamente probable, y hasta seguro que judíos magos hayan inmolado a niños. De ahí la formación de la leyenda del sacrificio ritual. Se estableció una relación entre los actos aislados de algunos hechiceros y su carácter de judíos. Se declaró que la religión judía, que aprobaba la crucifixión de Cristo, recomendaba además vertir sangre cristiana y se buscaron obstinadamente textos talmúdicos y cabalísticos que pudieran justificar tales aserciones. Ahora bien: esas búsquedas sólo obtuvieron resultados merced a falsas interpretaciones, como en la Edad Media, o falsificaciones semejantes a las recientes del Doctor Rohling que el señor Delitzch desmintió. Por lo tanto, cualesquiera sean los hechos relatados, no pueden probar que, entre los judíos, el asesinato de los niños haya sido o sea todavía ritual, como tampoco los actos del Mariscal de Retz y de los sacerdotes sacrílegos que celebran la misa negra significan que la Iglesia recomiende en sus libros el homicidio ni los sacrificios humanos. ¿ Existen aún, en los países orientales, algunas sectas que tengan tales costumbres? Es posible. ¿Hay judíos que formen parte de semejantes asociaciones? Nada permite afirmarlo. Pero, de cualquier modo, el prejuicio general del homicidio ritual carece de fundamento. Sólo se puede atribuir los asesinatos de niños -hablo de los asesinatos probados, y son muy pocos7- a la venganza o a las preocupaciones de magos, preocupaciones éstas que no son más especialmente judías que cristianas.
La persistencia de tales prejuicios es significativa, pues muestra que el viejo fermento de la desconfianza permanece en las almas contra los deicidas.

notas:

3 El Antisemitismo. Su historia y sus causas. Edic. La Bastilla, Bs.As. 1973 (Nota del Editor).
4 Fue en Blois, en 1171, que por primera vez los judíos fueron acusados de haber crucificado a un niño en oportunidad de su fiesta de Pascua. El Conde Théobald de Chartres, después de haber sometido al acusador de los judíos a la prueba del agua, prueba ésta que le fue favorable, hizo quemar, como culpables, a treinta y cuatro Judíos y diecisiete judías. (N. de B.L.).
5 Los ejemplos de Judíos magos y astrólogos son numerosísimos. Ya en los primeros años de su estada en Roma decían la buena ventura cerca de la puerta Capena. En la leyenda de San León el Taumaturgo y de Heliodoro, es un célebre mago judío el que instruye a Heliodoro. Sedechias, el médico judío del emperador Luis, volaba en el aire, según se decía. Yechiel de París tenía gran fama por el poder de sus encantamientos. Numerosos judíos eran astrólogos de los príncipes. En el siglo XVI todavía, el judío Helías fue astrólogo del último Visconti. Los judíos y los saracenos de Salamanca se dedicaron mucho a la magia y fue por ellos que los libros mágicos se difundieron. Lo mismo en Toledo. En el ghetto de Roma, hasta el siglo XVIII, los judíos vendían amuletos y filtros. Por ello Trithéme cuenta que un Judío se transformaba en lobo y Lancre asimila los judíos a los hechiceros. La leyenda de Símón el Mago tampoco es extraña a esta idea de que todos los Judíos son magos. (N. de B.L.).
6 Basta recordar el proceso del Mariscal de Retz, Y el mariscal no fue un caro aislado. Hasta el siglo XVIII se celebraron aún misas negras en las cuales se sacrificaban niños. En cuanto al poder terapéutico de la sangre, se creyó en él durante largo tiempo. ¿Luis IX no fue acusado por el rumor popular de tomar baños de sangre? (N. de B.L.).
7 Véase el Informe de Ganganelli, más adelante Papa con el nombre de Clemente XIV, informe éste que concluye con la falsedad de las acusaciones lanzadas contra los judíos, después de haber controlado los casos de homicidio ritual en que se culpaba a los judíos. (Revue des Etudes Juives, abril-junio de 1889). Hay que notar, por lo demás, que los cuerpos de niños que habían servido a operaciones mágicas no se encontraban nunca y que los hechiceros los incineraban prudentemente.

Las Pascuas Sangrientas del Profesor Toaff (por Israel Shamir)

 

Sangre, traición, tortura y abjuración se entremezclan en la historia del profesor (doctor) Ariel Toaff, un judío italiano, historia que parece un invento de su compatriota Umberto Eco. El profesor Toaff se topó con un descubrimiento espeluznante que le heló la sangre, pero tuvo el valor de seguir adelante, hasta que le cayó encima toda la presión de su comunidad, y, quebrantado al fin, hizo acto de arrepentimiento.
El doctor Toaff es hijo del Gran Rabino de Roma, y ejerce como docente en la universidad judía de Bar Ilan, no lejos de Tel-Aviv. Se dio a conocer con sus profundos estudios sobre la judería medieval. Los tres volúmenes de su obra “Amor, Trabajo y Muerte. La Vida Judía en la Umbría Medieval” (Love, Work and Death. Jewish Life in Medieval Umbria) son una enciclopedia en este campo ciertamente limitado. Mientras iba ahondando en el tema, descubrió que las comunidades ashkenazis medievales de la Italia del Norte practicaban una forma particularmente horrible de sacrificios humanos. Sus hechiceros y adeptos raptaban y crucificaban a pequeños niños cristianos, les sacaban la sangre y la usaban para rituales mágicos, invocando al Espíritu de la Venganza contra los odiados goyim.
Toaff profundizó en el caso de san Simón de Trento. Se trataba de un niño de dos años que fue raptado desde su casa, en la ciudad italiana de Trento, por unos judíos ashkenazis, en vísperas de la Pascua judía de 1475. Durante la noche, los secuestradores asesinaron al niño, le sacaron la sangre, le clavaron agujas en su cuerpo, lo crucificaron cabeza abajo a la vez que pedían que “Así perezcan todos los cristianos por tierra y por mar”, y así fue cómo celebraron su Pascua, un ritual arcaico con sangre derramada y niños asesinados, en la forma más literal, prescindiendo de la metáfora habitual que conocemos como la “transmutación del vino en sangre”.
Los asesinos fueron capturados, confesaron, y fueron hallados culpables por el Obispo de Trento. Inmediatamente los judíos apelaron al Papa, y éste mandó al obispo de Ventimiglia a investigar los hechos. Este obispo supuestamente aceptó un fuerte soborno de los judíos y terminó por concluír que el niño había sido asesinado por una mina colocada por Hamás para echarle la culpa a Israel, y que no se había encontrado ninguna orden dictada por el Tsahal [las fuerzas armadas de Israel en conjunto] en Trento. “Simón había sido asesinado por cristianos que tenían la intención de arruinar a los judíos”, decía la Enciclopedia Judía antes de la guerra, en un claro caso de premonición, ya que el mismo argumento lo esgrimieron los judíos en 2006 al tratar de justificar la matanza masiva de niños en Kafr Qana [durante la invasión del Líbano].
Sin embargo, en el siglo XV los judíos eran influyentes, pero no todopoderosos. Ellos no podían tratar al mundo como lo hicieron en 2002, después de la masacre que efectuaron en Yenín, ordenando que todo el mundo saliera inmediatamente. Ellos no contaban con el derecho estadounidense de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU. Ellos no podían bombardear a Roma, y la palabra “anti-semitismo” sólo fue inventada 400 años más tarde. A ellos se les dio un trato justo, lo cual es mucho peor que un trato preferencial: el papa Sixto IV reunió una comisión de seis cardenales, encabezada por el mejor especialista en derecho de aquel tiempo, para celebrar un nuevo juicio; y esta corte suprema encontró culpables a los asesinos. Se puede leer más sobre el caso, en la versión católica (www.stsimonoftrent.com) y en la versión judía (http://www.jewishencyclopedia.com/articles/13752-simon-simedl-simoncino-of-trent). Los documentos del juicio se han conservado y están todavía disponibles en el Vaticano.
En 1965 la Iglesia católica romana entró en un proceso de perestroika8. Éstos fueron los días alciónicos del Concilio Vaticano II, cuando los modernistas desarraigaron los fundamentos de la tradición, con la esperanza de actualizar la fe para que cuadrara en la nueva narrativa de la modernidad, amistosa con los judíos; dicho en palabras simples, los obispos querían ser amados por la prensa liberal.
Los siempre vigilantes judíos aprovecharon la oportunidad y presionaron a los obispos para que des-canonizaran a san Simón de Trento. Los obispos los complacieron con gusto, pues en un extraño ritual los dirigentes de la Iglesia ya habían descubierto que los judíos no tenían la culpa de la crucifixión de Cristo, a la vez que admitían la culpa de la Iglesia en la persecución de los judíos. La crucifixión de un pequeño niño italiano era un asunto de poca monta comparado con esta marcha atrás. Tomando una decisión apresurada, los obispos decretaron que las confesiones de los asesinos carecían de validez porque se habían obtenido mediante la tortura, y, por lo tanto, los acusados eran inocentes, mientras que el joven mártir no era verdaderamente tal. Se puso fin a la devoción a San Simón, su culto fue descontinuado y prohibido, y los restos del niño martirizado fueron removidos y sepultados en un lugar secreto para que no volviera a resurgir ningún peregrinaje [http://www.trentinocultura.net/orizzonti/notizie/Anno-2006/rogger.doc_cvt.asp].
Ahora volvamos al profesor Ariel Toaff. Mientras iba revisando los documentos del proceso judicial, hizo un descubrimiento asombroso: las confesiones de los asesinos contenían elementos totalmente desconocidos por los clérigos italianos o por la policía; es decir, que no se trataba de confesiones dictadas por el celo de los investigadores bajo la tortura. Los asesinos pertenecían a la pequeña y apartada comunidad ashkenazi, y practicaban sus propios ritos, bastante diferentes de los que practicaban los judíos italianos nativos; estos ritos fueron reproducidos fidedignamente en sus confesiones, aunque no eran de conocimiento de la brigada investigadora de crímenes de entonces. “Estas fórmulas litúrgicas en hebreo, de un fuerte tono anti-cristiano, no pueden ser proyecciones de los jueces, porque no conocían estas oraciones, que ni siquiera pertenecían a los ritos italianos sino a la tradición ashkenazi”, escribe Toaff. Una confesión tiene valor sólo si contiene algunos detalles verdaderos y comprobables del crimen, que la policía no conozca. Esta
norma capital de la investigación criminal fue observada en los juicios de Trento.
Semejante descubrimiento tiene el potencial suficiente para producir una sacudida, una conmoción y un rediseño de la Iglesia. El noble y culto rabino Toaff ha resucitado a San Simón, doblemente víctima, tanto de la venganza del siglo XV como de la perestroika del siglo XX. Esto exigiría un acto de penitencia de parte de los doctores del Vaticano que se olvidaron del niño asesinado mientras buscaban la amistad de importantes judíos estadounidenses, y que aún se niegan a admitir su gravísimo error. Monseñor Iginio Rogger, un historiador de la Iglesia que en los años ‘60 (mal)condujo la investigación del caso de san Simón, dijo (http://usatoday30.usatoday.com/news/world/2007-02-10-italy_x.htm) que las confesiones no tenían ningún valor pues “los jueces se valieron de horribles torturas”. Este comentario es evidentemente anti-sionista, y por ende “anti-semita”, pues si se rechazan las confesiones obtenidas mediante tortura, entonces habría que soltar a todos los presos palestinos que se encuentran en las cárceles judías; es también un comentario anti-estadounidense, pues EE.UU. reconoce el valor de la tortura, y la practica en Guantánamo y en otras partes. Incluso es un comentario negador del “Holocausto” pues invalida el juicio de Nuremberg [donde se obtuvieron confesiones mediante tortura] El reconocido abogado judío estadounidense Alan Dershowitz podría haber argumentado contra Rogger, pero por alguna razón no lo hizo.
“Yo no quisiera estar en el lugar de Toaff, respondiendo sobre este asunto a historiadores que han documentado seriamente este caso”, dijo Rogger a USA Today. Pero el lugar de Toaf es harto preferible al de Rogger, quien tendrá que responder en el Cielo por el menosprecio a un santo.
Más encima, el crimen de Simón de Trento no fue una excepción: Toaff descubrió muchos casos más de tales sacrificios sangrientos relacionados con la mutilación de niños, cuya sangre derramada se utilizaba en la confección del matzo (pan sin levadura), repitiéndose a lo largo de quinientos años de historia europea
La sangre, esta mágica bebida, se utilizaba como una medicina popular en aquel tiempo, como en todas las épocas: Herodes trataba de mantenerse joven bañándose en sangre de bebés; los alquimistas usaban la sangre para convertir el plomo en oro. Los brujos judíos estaban muy metidos en la magia, y la usaban tanto como los demás. Había un próspero mercado de exquisiteces tales como sangre, polvo hecho a base de sangre, y matzos amasados con sangre. Los mercaderes judíos lo vendían con las debidas cartas de autorización rabínica. La sangre más preciada era la del goy katan, es decir del niño no-judío, pero era mucho más corriente la sangre procedente de circuncisiones. Tales sacrificios sangrientos eran “acciones y reacciones instintivas, viscerales, virulentas, en las que inocentes e ignorantes niños eran víctimas del amor a Dios y a la venganza”, escribe Toaff en el prólogo de su libro. “La sangre de ellos bañaba los altares de un dios que, según se creía, necesitaba que lo orientaran, y al cual a veces se le impulsaba con impaciencia para que ejerciera su protección o su castigo”.
Este comentario, que puede parecer algo críptico, se entiende si se lee el libro del profesor israelí Israel Yuval “Dos Naciones en Tu Vientre” (Two Nations in Thy Womb). Yuval explica que las libaciones de sangre eran necesarias (a los ojos de los magos judíos) para atraer la Venganza Divina sobre los goyim. También menciona otro caso irrebatible (es decir, no desmentido por los judíos) de sacrificio sangriento realizado por un judío (véase mi artículo http://www.israelshamir.net/English/blood.htm). Toaff complementa la información dada por Yuval insistiendo en lo usual del uso de la sangre con fines mágicos entre los judíos en la Edad Media, y tomando en consideración el elemento anti-cristiano: la crucifixión de las víctimas y las maldiciones contra Cristo y la Virgen. En esto, su libro es apoyado por otro autor, Elliot Horowitz, con su libro (algo más tímido) “Ritos Temerarios: Purim y el Legado de la Violencia Judía” (Reckless Rites: Purim and the Legacy of Jewish Violence, Princeton, 2006). Horowitz nos relata extraños rituales: flagelación de la Virgen, destrucción de crucifijos, palizas y asesinatos de cristianos.
Todo esto ha quedado atrás, y ahora podemos mirar hacia el pasado y decir: sí, algunos brujos y místicos judíos practicaron sacrificios humanos. Ellos asesinaban niños, mutilaban sus cuerpos y utilizaban su sangre para derramar la Ira Divina sobre sus vecinos no-judíos. Ellos se burlaban de los ritos cristianos mediante el uso de sangre de cristianos en lugar de la sangre de Cristo. La Iglesia y el pueblo de toda Europa tenían razón. Los europeos (y los árabes y los rusos) no eran fanáticos enloquecidos sino que entendían lo que veían. Castigaban a los culpables pero dejaban en paz a los inocentes. Nosotros, humanos, podemos contemplar esta espantosa página de la Historia con orgullo, y verter algunas lágrimas por los pobres niños destrozados por estos monstruos sedientos de cólera. Los judíos deberían ser más modestos y dejar de llevar sus heridas históricas como banderas: sus antepasados prosperaron a pesar de estos terribles hechos de algunos de sus correligionarios, mientras que en el Estado judío los pecados de algunos pocos palestinos recaen sobre el pueblo palestino entero. También podemos sacudirnos de encima el lloriqueo de los amigos de Israel cuando quieren que permanezcamos ciegos ante la masacre de Yenín o de Qana, pues se trata, exactamente, de esto que los judíos llaman “libelo (acusación) de sangre”, que al final no es ninguna difamación.
Esperemos que el gran acto de osadía del profesor Toaff se convierta en un punto de inflexión en la vida de la Iglesia. El desbalance causado por la perestroika que fue el Concilio Vaticano II llegó demasiado lejos. Recordemos que la perestroika rusa terminó con el derrumbe de la estructura entera. Mientras los anti-papistas [cristianos adversarios de Juan XXIII] temían un anti-Cristo en la sede de San Pedro, el peligro real es que surja un Gorbachov [un liquidador definitivo de la cristiandad].
En la ciudad italiana de Orvieto, a orillas del mar Adriático, los judíos pidieron la anulación de una exposición que tenía un gran valor artístico, y el cese de las procesiones que conmemoraban el milagro de Trani [http://www.haaretz.com/news/pro-israel-group-asks-pope-to-remove-anti-semitism-from-religious-art-1.210470].
Allí, unos mil años atrás, una judía se robó una hostia consagrada de una iglesia, y decidió freírla en aceite, pero sucedió que milagrosamente la hostia se convirtió en carne y empezó a sangrar en abundancia, de modo que la sangre inundó toda la casa. Hay constancia de muchos casos de profanación de hostias en toda Europa; fueron bien descritos por Yuval, Horowitz y Toaff, y ocurrieron en verdad, y sólo la infame desfachatez judía impulsó a la Roman Association of Friends of Israel a escribir una carta al Papa exigiendo el fin de un ritual que tiene mil años de observancia. Y lo consiguieron. La Iglesia se doblegó, los paneles fueron desmantelados, se canceló la procesión y se formularon profundas disculpas a los judíos, para completa satisfacción de los embajadores israelíes Gideon Meir (ante Roma) y Oded Ben-Hur (ante el Vaticano), que dictaron la capitulación.
“Extraño mundo en verdad es el nuestro”, escribió Domenico Savino en la excelente revista Effedieffe. “Se ofende a la fe cristiana, y se le pide perdón a los ofensores”. Savino se pregunta si habrá sido imposible simplemente ignorar cortésmente la demanda de los Amigos de Israel, y cita ampliamente las palabras del cardenal Walter Kasper, representante del Vaticano en este acto de sometimiento. Kasper niega que la Iglesia sea el Verdadero y Único Israel Elegido, y afirma la igualdad de los judíos en tanto “hermanos mayores”; niega la necesidad de Cristo, pide perdón a los judíos y promete “una nueva primavera para la Iglesia y el mundo”.
«¿Primavera para la Iglesia?», exclama Savino; «¡Ese cuento es viejo!. Después del concilio Vaticano II, el Papa dijo: “Esperábamos la primavera y lo que vino fue la tormenta”. Esa primavera ha sido suficiente para nosotros, y después de esa reconciliación en Orvieto ¡no quiero escuchar nunca más la palabra “primavera”, y ver la ancha sonrisa de satisfacción de los “hermanos mayores” Gideon Meir y Oded Ben-Hur!».
La “perestroika” no sólo llegó a Italia, ni se limitó a la Iglesia Católica. En Alemania se está preparando un nuevo sacrilegio: una Biblia “políticamente correcta”, con un relato de la Pasión enmendado de modo que no cause disgusto a los judíos. El título es engañoso, pues no podrán llamar a su producto bastardo como una “nueva traducción al alemán de la Biblia, libre de machismo y anti-semitismo”, como tampoco se le puede llamar a las aguas servidas de uno como “vino libre de productos tóxicos”. Cambiar una letra en la Biblia es equivalente a arruinar el mundo, dice el Talmud. La escritura “libre de anti-semitismo” probablemente se centrará en el sufrimiento judío, mientras la Iglesia hará el papel del villano de la película. Exaltará a Judas y rechazará a Cristo. Del mismo modo, quitar las “tendencias de género” significará quitar el episodio de la Anunciación, que es la gran división que separa a la monocausalidad estéril de los judíos, de la confluencia cristiana entre el Cielo y la Tierra. De hecho el modelo cristiano tuvo tanto éxito que incluso los judíos lo adoptaron en su Kábala, y aparentemente decidieron encajarles la vieja y redundante monocausalidad a los alemanes.
En Inglaterra, el viejo semanario liberal The Observer cambió sus plumas y se convirtió en el nido neoconservador de los que apoyan la guerra y la alianza entre Bush y Blair. Con impecable lógica en seguida el periódico también renunció a Cristo y prefirió a los judíos, como lo muestra una reseña de Adam Mars-Jones (4 Feb. 2007) de un nuevo libro inglés (“The Song Before It Is Sung”, de Justin Cartwright), donde el periodista opta por Oscar Schindler en vez del general Adam von Trott, quien fue ejecutado por participar en la conspiración de 1944 de los generales para derrocar a Hitler: “¿Qué es lo que hace de La Lista de Schindler un film tan asombroso? Es que se guía por la ética judía al mostrar el viaje exterior del héroe, en vez de mostrar una evolución interna. El tipo tenía debilidades, ¿y qué?; es su problema. Sólo vale el hecho de que salvó judíos. Sus mitzvahs (buenas acciones) le valieron un lugar entre los Gentiles Justos, y a falta de una vida después de la muerte (no realmente una característica de la creencia judía) es todo lo que se puede decir. Ojalá aparezcan más ejemplos por el estilo, y se rinda menos culto al martirio. La veneración del sacrificio, para una victoria puramente simbólica, puede distorsionar la empresa mejor intencionada y corre el riesgo de insultar a los muertos, que no tuvieron elección”.
El comentarista de The Observer elige claramente a Judas o Caifás (“aunque contaminado, quiso salvar a los judíos”) contra Jesucristo, que fue el Sacrificio. Su llamado a “menos culto del martirio, menos veneración del sacrificio para una victoria puramente simbólica” haría del Gólgota la última palabra, sin Resurrección en perspectiva. ¿Quién necesitaría las virtudes cristianas?. Las faltas y los vicios del ser humano son “su problema, mientras salve judíos”, y lo mejor que puede desear un no-judío es “un lugar entre los Gentiles Justos”. Desde este punto de vista, san Simón y otros niños no murieron en vano: ellos ayudaron a los judíos a invocar la Venganza de Dios, y aquello fue lo mejor que ellos podrían desear. De la misma forma, los soldados británicos no podrían esperar un destino mejor que el de morir por Israel en las calles de Basora, Teherán o de cualquier otro lugar.
Así, en Roma, Berlín o Londres, los judíos ganaron un round o dos en su forcejeo con la Iglesia. Al perseverar obstinadamente y no arrepentirse jamás, nunca pedir perdón y obrar siempre contra el cristianismo, lograron sustituír en muchas personas sencillas la imagen de la Via Dolorosa, del Gólgota y la Resurrección, con su burda tergiversación de la historia humana como una larga línea recta de sufrimiento de inocentes judíos, acusaciones de sacrificios sangrientos, holocaustos y la redención sionista en la Tierra Santa. Mientras la gente rechazaba sensatamente la idea de la culpa judía de la muerte de Cristo, los judíos le metieron en la cabeza a la gente una idea aún más absurda, la de la culpa de la Iglesia en la muerte de los judíos.
Las consecuencias no son puramente teológicas. Inglaterra, Italia y Alemania aprueban la estrangulación de la Palestina cristiana, el bloqueo de Gaza y el robo de las tierras de la Iglesia en Belén y en Jerusalén. Ellos apoyan el Drang nach Osten (Empuje hacia el Este) estadounidense. Peor aún: han perdido su conexión con Dios, y su empatía con sus hermanos humanos se seca, como si el ciego espíritu de venganza invocado por los conjuros a base de sangre inocente los hubiera atrapado.
La publicación del libro del profesor Toaff podría convertirse en el punto de inflexión que surge en el momento justo en la historia occidental, desde la apología de Judas a la adoración de Cristo. Sí, su informe sobre niños asesinados es apenas una grieta en el enorme edificio del excepcionalismo judío construído en la mente de los europeos. Pero los grandes edificios también pueden derrumbarse en un momento, como lo aprendimos el 11-S.
Aparentemente los judíos se percataron de ello y se abalanzaron sobre Toaff como un enjambre enfurecido [vea mi artículo “Carter y el Enjambre” en http://www.israelshamir.net/Spanish/Sp36.htm]. Un historiador judío de renombre, rabino e hijo de rabino, escribió acerca de sucesos que tuvieron lugar hace 500 años. ¿Por qué deberían ellos alborotarse tanto?. En la Edad Media, el uso de la sangre, la necromancia y la magia negra no eran un ámbito exclusivamente judío. Brujas y magos de origen no-judío hacían lo mismo. ¡Así que uníos a la raza humana, con verrugas y todo!. Pero esto sería demasiado humillante para los arrogantes Elegidos.
“Es increíble que alguien, y mucho menos un historiador israelí, conceda legitimidad a la infundada acusación de crimen ritual que ha sido la fuente de tanto sufrimiento y ataques contra los judíos a lo largo de la Historia”, dijo el director nacional de la Liga Anti-Difamatoria (ADL), Abraham Foxman. La Liga Anti-Difamación dijo que el libro era “infundado y le hace el juego a los anti-semitas”.
Foxman, que no es ni historiador ni rabino, sabe a priori, basándose solamente en su fe y su convicción, que el libro es “infundado”. Pero también dijo lo mismo acerca de la masacre de Yenín.
En un comunicado de prensa la Universidad de Bar-Ilan “expresa gran enojo y desagrado extremo por lo que hizo Toaff, por su falta de sensibilidad al publicar su libro acerca de los crímenes rituales en Italia. Su elección de una editorial privada en Italia, el provocativo título del libro y las interpretaciones dadas por los medios de comunicación a su contenido, han ofendido la sensibilidad de los judíos del mundo entero y han dañado el delicado tejido de las relaciones entre judíos y cristianos. La Universidad de Bar-Ilan condena con firmeza y repudia lo que aparentemente implica el libro de Toaf, según lo que informan los medios acerca de su contenido, como si hubiera un fundamento para las acusaciones de crimen ritual, que condujeron al asesinato de millones de judíos inocentes”.
Son palabras de excomunión. Toaff está aguantando una fuerte presión comunitaria; estuvo a punto de encontrarse, a los sesenta y cinco años, en la calle, probablemente sin derecho a jubilación alguna, abandonado de sus viejos amigos y alumnos, exiliado y excomulgado. Probablemente su vida fue amenazada también: los judíos emplean asesinos profesionales secretos para tratar con tales estorbos. En los días antiguos se les llamaba rodef; hoy en día se les llama kidon, y siguen siendo tan eficientes como antaño, y es más difícil dar con ellos que con los maniáticos sedientos de sangre. La reputación de Toaff sería aniquilada: Sue Blackwell “consultaría a sus amigos judíos” y lo llamaría un nazi; Searchlight, revista financiada por la ADL, descubriría, invadiría e inventaría su vida privada; y muchos judíos insignificantes lo denigrarían en la web, en sus blogs y en su buque insignia, la Wikipedia. ¿Quién lo defendería? Probablemente ni un solo judío, y no muchos cristianos.
Al principio del ataque, trató de enfrentarse: “No voy a renunciar a mi devoción por la verdad y la libertad académica, incluso si el mundo entero me crucifica”. Toaff dijo anteriormente esa semana a Haaretz que mantenía las afirmaciones de su libro según las cuales hay una base real para algunas de las acusaciones medievales contra los judíos por sacrificios sangrientos.
Pero Toaff no estaba hecho de material resistente. Como Winston Smith, el personaje principal de la novela “1984” de George Orwell, fue quebrantado en un calabozo mental de la Inquisición judía. Publicó una carta de completa disculpa, detuvo la distribución de su libro, prometió someterlo a la censura judía y “también prometió entregar todos los fondos provenientes de la venta de su libro a la Liga Anti-Difamación” del bueno de Abe Foxman.
Sus últimas palabras fueron tan conmovedoras como las de Galileo abjurando de su herejía: “Nunca permitiré que un odiador de judíos me utilice o utilice mi investigación como un instrumento para avivar las llamas, una vez más, del odio que condujo al asesinato de millones de judíos. Ofrezco mis más sinceras disculpas a todos los que se hayan sentido ofendidos por los artículos y las distorsiones que se me atribuyeron a mí y a mi libro”.
Así, Ariel Toaff se rindió ante la presión comunitaria. No tiene mucha importancia lo que él diga ahora. No sabemos qué torturas mentales le preparó la policía política judía de la Liga Anti-Difamatoria, ni cómo fue obligado a retractarse. Lo que nos ha dado es suficiente. Pero, ¿qué es lo que nos ha dado?. En un sentido, su aporte es comparable al de Benny Morris y otros nuevos historiadores israelíes: repitieron datos que conocíamos de fuentes palestinas, desde Abu Lughud hasta Edward Said. Pero las fuentes palestinas no eran confiables; en nuestro universo judeocéntrico sólo se consideran fidedignas las fuentes judías. De modo que Morris y los demás han ayudado a millones de personas a liberarse de la obligada narrativa sionista. Esto no sería necesario si fuéramos capaces de creer a un goy frente a un judío, a un árabe acerca de la expulsión de 1948, a un italiano acerca de san Simón, y tal vez incluso a un alemán acerca de las deportaciones de la guerra. Ahora Ariel Toaff ha liberado a muchas mentes cautivas al repetir lo que sabíamos por múltiples fuentes italianas, inglesas, alemanas o rusas. Si el “libelo de sangre” resultara ser no una difamación sino un caso criminal regular, ¿quizá otras afirmaciones judías caerán también?. ¿Quizá los rusos no fueron culpables de pogroms?. ¿Quizá Ajmadineyad no es ningún nuevo Hitler inclinado a la destrucción?. ¿Quizá los musulmanes no son malvados odiadores de judíos?.
Ariel Toaff nos abrió también una ventana para ver ciertos procesos dentro de la judería, a fin de comprender cómo se mantiene esta increíble disciplina del Enjambre, cómo los disidentes son castigados, cómo se consigue la uniformidad mental. La judería es en verdad excepcional, desde este punto de vista: un científico cristiano (o musulmán) que encontrase una mancha en la larga historia de la Iglesia no la ocultará; él probablemente no será aterrorizado para lograr su obediencia; él no será exiliado si abraza el punto de vista más vilipendiado; incluso si termina excomulgado, el científico o el escritor encontrará suficiente respaldo, como Salman Rushdie, Voltaire y Tolstoi lo descubrieron. Ni la Iglesia ni la Ummá [comunidad musulmana] ordenan este tipo de disciplina ciega, y ningún Papa ni Imán tiene el poder que tiene el señor Abe Foxman sobre sus correligionarios. Y a Foxman no le importa la verdad sino solamente lo que –según su punto de vista- es bueno para los judíos. Ninguna cantidad de testimonios, ni siquiera una transmisión en directo de un sacrificio humano cometido por judíos podría obligarlo a aceptar la desagradable verdad: ya encontraría un argumento para negar la evidencia. Vimos eso en el caso del bombardeo de Qana, cuando aviones israelíes destruyeron un edificio y mataron a unos cincuenta niños, ciertamente más de los que asesinaron los brujos judíos de Umbría. Por ello no cabe esperar que el libro de Toaf convenza a los judíos. Nada los convence.
No hay por qué envidiar esta unidad de corazones y mentes judíos: la otra cara de esta unidad es que ningún judío es libre. Un individuo es obligado por sus padres a convertirse en judío; él no tiene libertad mental en ninguna etapa; él tiene que seguir las órdenes. Lector judío, si entendieras que eres un esclavo, no en vano has leído hasta aquí. Mientras no seas capaz de contestar la pregunta retórica “¿acaso no eres un judío?” con un simple “No”, seguirás siendo un preso en libertad bajo palabra, un cautivo con la soga al cuello. Tarde o temprano ellos tirarán de la cuerda. Tarde o temprano tendrás que mentir, buscar palabras evasivas, para negar lo que sabes que es justo y verdadero. La libertad está a tu puerta; extiende el brazo y tómala. Como el Reino de los Cielos, la libertad es tuya si la pides. La libertad una persona la elige con el corazón, no con el prepucio. Ariel Toaff pudo haberla tenido; ¡qué lástima que su valor le falló!.
Su destino me recuerda el de Uriel (¡casi el mismo nombre!) Acosta. Un insigne precursor de Spinoza (nacido en 1585 en Oporto, Portugal, y muerto en Abril de 1640 en Ámsterdam), Acosta atacó el judaísmo rabínico y fue excomulgado. “Un alma sensible, Acosta encontró imposible soportar el aislamiento de la excomunión, y se retractó -anota la Enciclopedia Británica-. Excomulgado nuevamente después de ser acusado de disuadir a los cristianos de convertirse al judaísmo, hizo una retractación pública después de soportar años de ostracismo. Esta humillación destrozó su autoestima, y terminó por suicidarse”. El error de Acosta fue llegar lejos, pero no lo suficiente.-

 

notas:

8 Curiosamente, esta evolución de la Iglesia coincidió prácticamente con la primera perestroika (el derrocamiento de la figura de Stalin) que inició Jrushev en 1961, con ocasión del vigésimo segundo congreso del Partido, cuando el Partido Comunista se arrepintió de los pecados y crímenes de sus antiguos grandes líderes. Al cabo de una generación, treinta años más tarde, el Partido se derrumbó y su membresía fue diezmada por la segunda perestroika. La penitencia es buena para el alma, pero el alma resulta que es inmortal

PRÓLOGO

 

15 de Febrero de 1914,
Mi estimado Monniot.
Me pide Ud. que presente su nueva obra: lo haré con agrado a pesar de saber que el tema y su nombre son ampliamente suficientes como para lograr la atención.
Mis pobres ojos sólo me han permitido un examen demasiado somero. Sin embargo pude reconocer en esta obra sincera, las cualidades de dialéctica y de limpieza que caracterizan su vigoroso, talento, la bella valentía que gustan, desde hace más de veinte años los lectores de la Libre Parole en esos artículos cotidianos que uno de nuestros amigos calificó con gran justeza como “tantos martillazos golpeados sobre el yunque, de la verdad”
Permítame decirle que mi amistad se regocija al notar que la edad madura, sin atenuar sus nobles ardores, le ha traído ese gusto por la búsqueda que enriquece la bibliografía del crimen ritual con tan abundante y precisa documentación.
Ha realizado Ud. una ruda labor, mí querido Monniot, y va a desencadenar furiosas cóleras, ya que aún fuera del terreno religioso, su libro despertará muchas ideas e inspirará muchas reflexiones entre los que se apasionan por el estudio del hombre, las cuestiones de raza, los fenómenos cerebrales, los problemas del atavismo o la permanencia de ciertos instintos entre seres de un mismo origen.
Usted señaló perfectamente por qué los judíos pretendían impedir todo debate sobre esta acusación de crimen ritual que los persigue a través de los tiempos y de los pueblos, y Ud. respondió a esta pretensión mostrando la ausencia de todo espíritu crítico y de toda buena fe entre sus abogados, agrupando un número considerable de hechos irrecusables, innegables.
Estos hechos tienen como garantes de su existencia testigos para quienes las mentiras de la prensa no existían aún y que sólo creían lo que veían con sus propios ojos, en esas ciudades de antes en donde los habitantes vivían como apretados los unos sobre los otros. Estos hechos fueron registrados por los cronistas contemporáneos, atestiguados por monumentos conmemorativos algunos todavía existentes, perpetuados por obras de arte, esculturas y vitraux; estos hechos se cumplieron de una manera casi idéntica en países muy alejados los unos de los otros y que antiguamente tenían muy pocas ocasiones de comunicarse entre ellos; se reprodujeron en épocas muy diferentes. Aunque muchos daten de la Edad Media, un gran número tuvo lugar en los siglos XVII, XVIII y XIX, mientras que otros son muy recientes y pertenecen a la actualidad.
Tuvo Ud. razón de admitir, para lograr la discusión tan amplia como posible, que en el pasado la leyenda habría podido añadir a esos hechos detalles un poco romancescos; tuvo razón en afirmar, -y demostrar- que era imposible negar la materialidad de esos hechos.
Si, en efecto, se recusaran las deposiciones de los testigos oculares, los relatos de los cronistas, ¿qué quedaría de los hechos cuyo conjunto constituye la Historia?
Esto planteado, parecería que en una época en que las cosas extrañas atraen con preferencia a los espíritus, en donde los Edipos se multiplican para adivinar los enigmas históricos, este asunto del sacrificio sangriento debió atraer a todos los curiosos. Nada de eso ocurre: los eruditos huyen, desaparecen, dan rodeos cuando se los coloca frente a esta cuestión.
Es ahí donde reside La gran fuerza del judío: se pone a gritar como un loco en cuanto se manifiesta cualquier pretensión de querer mirar lo que sucede en sus asuntos, y la gente con oídos sensibles se espantan ante este ruido que les destroza los tímpanos.
Los judíos, con su don particular de oprimir a la gente, de prohibirles toda libertad de pensar, de designarles de antemano la vía por la cual deben marchar, han afirmado de tal manera su dominio sobre la Francia intelectual que nadie es lo bastante osado como para salirse del programa indicado.
Felizmente Ud. es de los que no se asustan por estas bataholas, de los que no se dejan atentar contra el cerebro ni contra su dignidad, y la fuerza probatoria de su obra es tal, que triunfará ante esa conspiracion del silencio habitualmente urdida contra los libros que son desagradables a la judería.
Lo que es novedoso en su obra, no es solamente la documentación precisa de los hechos, más precisa y abundante aún para los hechos contemporáneos que para los antiguos,- no es solamente la confrontación leal de los negadores del crimen ritual con el irrecusable testimonio de la Historia y de los textos: es también y sobre todo, la demostración que el sangriento holocausto deriva de la Ley, una ley intangible porque es la base del poderío judío.
La existencia del pueblo de Israel no es más que una lucha constante contra el instinto de la raza, el instinto semítico que atrae a los hebreos hacia Moloch, el dios devorador de niños, hacia los monstruosos ídolos fenicios.
Como, escritor preocupado por convencer, Ud. descartó deliberadamente el argumento que podía proveerle las hipótesis psico-patológicas, y se atuvo a las certezas aportadas por los textos y los hechos, a las deducciones que imponía su concordancia.
Y al denunciar la Ley, Ud. tocó en lo más candente del asunto, proveyó la razón por la cual Israel entero se moviliza ante cada acusación de asesinato ritual, la explicación de la perpetuidad de sus crímenes que se renovarán mañana, como se renovarán las furibundas denegaciones judías, con el “indecible aplomo” del cual habla Gougenot des Mousseaux.
De esa manera tendrá Ud. probablemente la fortuna de ser un poco injuriado como yo lo he sido toda mi vida. Es menos amargo que el mauvais café.
Pero por otro lado Ud. encontrará su recompensa al constatar que El Crimen ritual entre los Judíos se intercalará para todos los curiosos de la Historia y de la verdad, y como complemento necesario, entre los volúmenes de La Francia Judía.
Le deseo el mismo eco.
Cordialmente suyo,
Edouard Drumont.