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Arte y subversión

 

Alberto Boixadós

Arte y subversión - Alberto Boixadós

152 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2018
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 300 pesos
 Precio internacional: 13 euros

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¿Solamente Banca y Subversión? ¡No! Mucho antes: Arte y subversión. ¿Fue Picasso un pintor subversivo, genial o demoníaco? ¿Es la música en sí misma una “herramienta” de cambio social y político? ¿Hay alguna relación entre los asesinos de Sharon Tate y la música? ¿Tienen “Los Beatles" una elevada cultura musical? ¿Tiene conexión la canción "Lucy in the Sky with Diamonds’’ con el L.S.D.? Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa. ¿Son francotiradores o constituyen oculto ejército regular?
En los distintos períodos históricos casi todas las manifestaciones artísticas: pintura, música, letras, arquitectura, escultura, son expresión de un modo de ver e interpretar el cosmos, Dios y el hombre mismo. Es muy común que ese mundo artístico, con carga religioso­filosófica de distintos signos, o atea, estimule el tránsito del alma por caminos insospechados, con ineludible presencia en el orden social.
No se puede pasar por alto la importancia del arte en la educación del niño, hombre del futuro, quien en su desarrollo físico y espiritual debería adiestrar todos sus sentidos, en comunión creadora, con sonidos, colores, texturas y consistencias; en una palabra, en comunión con la esencial diversidad de la naturaleza, para estimular sus energías creadoras. Compréndalo o no, el niño puede llegar con el tiempo, a través del arte, no solamente a canalizar su sensibilidad y su inteligencia, sino también todo su mundo espiritual, que comenzará a deslizarse en un ámbito de símbolos.
Vislumbramos consecuentemente la importancia del tema, en su verdadera dimensión.
Se argumenta válidamente, que el mundo del arte goza de una autonomía que no tiene por qué proyectarse a niveles sociales o políticos. Desde un punto de vista meramente estético puede admitirse, pero desde el ángulo de la cultura y su ponderación en la historia, de ninguna manera podemos cerrar los ojos a esa proyección.
Boixadós hace un estudio de cómo la pintura, la literatura, la música y otras manifestaciones creadoras de belleza del hombre, son aprovechadas y bastardeadas por el poder político para desfigurar el sentido estético del hombre común.
Alberto Boixadós estudió letras, Derecho y Ciencias Sociales en la Universidad Nacional de Córdoba, donde ejerció la docencia en las cátedras de Introducción a la Literatura y Literatura Universal. Alternando esta labor con la de escritor y periodista. Colaboró en publicaciones argentinas y extranjeras. Ha sido becado en distintos períodos de su vida en España, Inglaterra y los Estados Unidos, habiendo dictado conferencias en distintos países de Europa y América.

 

ÍNDICE

 

Nota a la segunda edición7
Prólogo9
Introducción15
Pintura 19
Música33
Literatura65

Nota a la segunda edición

 

La súbita y explosiva acogida que mereció la aparición de ARTE y SUBVERSIÓN nos ha obligado, a menos de dos meses de aquella, a lanzar una segunda edición.
La avidez que acosa al hombre de nuestros días por conocer los canales y vehículos por los que transita una “moda intelectual que trata de imponer tina dictadura mental”, ha hecho que nuestro ensayo ocupe la atención preferente de todos aquellos que piensan en nuestro destino.
En agosto de este año un matutino de Buenos Aires se ocupaba en prominente editorial de “la realidad cultural de Occidente” expresando que la información, educación y cultura procuran ser monopolizados internacionalmente por una vasta, difusa, matizada tendencia que, sin embargo, muestra en la práctica la cohesión de una verdadera secta, directa o indirectamente al servicio de Moscú, Pekín o sus filiales. Y porque como dice el mismo editorial: No es fácil descubrir como llegaron las cosas hasta este punto, creemos que nuestro trabajo cumple una doble misión: a) marcar o insinuar los caminos, descubriendo el juego de cómo las cosas llegaron hasta este punto, y b) revelar esta dictadura mental, la menos denunciada de nuestro tiempo. Las confusiones en que ésta se funda tienen fuerza de dogma; así todo progreso es identificado, sin más, con la izquierda, a la que se pretende asignar un valor absoluto. Y la izquierda así concebida [ . . . ] no puede ser sino aberración y violencia, incapacidad para comprender la tota­lidad real de la sociedad humana.

Y concluye el editorial:
Es muy grave que los responsables de estas inconsecuencias sean justamente escritores con influencia creciente y cada vez menos discutida en todo el mundo.

Buenos Aires,
3 de octubre de 1977.


Prólogo

 

Las corrientes poéticas y artísticas de nuestra época se han ve­nido caracterizando por una proliferación desorbitada de propó­sitos y realizaciones. No es que semejante pluralidad constituya una riqueza digna de loa. Al contrario, lo que se está manifestando allí, es cierto incontenible afán nihilista que tiende a hacer tabla rasa de todo cuanto se haya creado en el pasado y, en especial, de ese privilegio humano por el cual somos cada uno de nosotros una imagen y semejanza de Dios. Este privilegio francamente ennoble­cedor es nuestra condición espiritual, que nos constituye como una especie de isla dentro del mar del Universo visible, o bien, como la cumbre privilegiada de una alta montaña, y que se proyecta en el orden de nuestras actividades por la voluntad y la razón; en otros palabras, por la facultad intelectiva y por la capacidad de determinarnos a nosotros mismos en la esfera de acciones propia­mente humanas. ¿Adónde han conducido y en qué han fructifi­cado estas tendencias tan dispares y tan contradictorias entre sí? Pues a aquello que plasmó ese baturro inmortal que fue Francisco de Goya en uno de sus aguafuertes, que lleva por título El sueño de la razón engendra monstruos.
Sí. Goya tenía razón. El sueño de la razón engendra mons­truos. Nos lo viene diciendo nuestra experiencia cotidiana desde hace muchas décadas. Pero existen dos maneras de hacer soñar a la razón, aunque valdría mejor decir, que se trata de dos fases de un solo y mismo proceso. Estas etapas son: la de desvincularla de su objeto connatural que es la realidad o la verdad, y la de someterla al influjo tiranizante de las potencias inferiores de nuestra personalidad, es decir, el hacerla caer de ese trono benéfico en que la ha establecido Dios con el fin de que vaya orientando y rigiendo todas nuestras restantes facultades y, por lo mismo, el cortar violentamente los vínculos que la unen con la inteligencia infinita que es manantial de toda verdad y de toda existencia.
Las corrientes artísticas que espiritualmente pertenecen al mundo moderno, al mundo estético que se ha constituido en el ámbito de nuestra civilización cristiana y occidental revelan un claro e indiscutible ateísmo. Ostentan un humanismo que, lejos de ennoblecer las condiciones típicamente humanas de espiritualidad y racionalidad, las privan de su desarrollo normal, que sólo puede lograr sumergiendo sus raíces en las aguas vivificantes de la Gracia. Porque no nos engañemos: desde que el pecado original dejó a la naturaleza humana herida y menoscabada, resultará imposible para nosotros, por más esfuerzos que hagamos, alcanzar la normalidad en un clima exclusivamente natural.
Tal es el misterio de la Sobrenaturaleza. Gratuita por definición y, por ende, trascendente a cualquier esfuerzo de cualquier criatura, resulta a la postre restauradora de una normalidad que, por creación, debió el hombre alcanzar en virtud de sus facultades naturales. Ese carácter gratuito, por inescrutable designio de Dios, viene así a erigirse, bajo cierto aspecto, como un complemento que perfecciona en modo exclusivo nuestra naturaleza racional.
Esta normalidad es lo que las corrientes espiritualmente modernas del arte y de la creación humana rechazan con decisión inapelable, abominando asimismo de cualquier apertura hacia una realidad trascendente. Es cierto que ningún artista, en cuanto tal, puede dedicarse a demostrar ninguna verdad especulativa, al modo como lo hacen los científicos. El artista ‑escritor, músico, escultor, arquitecto...‑ no está encargado de demostrar nada, pero sí está encargado de mostrar algo, y ese algo es su propia personalidad en lo que tiene, no de específico, sino de individual, de irreiterable. Pero, ¡cuidado!, porque la proyección de una personalidad en una creación poética o artística no significa una manifestación de individualismo, ni mucho menos de solipsismo. La persona humana no constituye un individuo aislado y desligado de cuanto le rodea. No. La condición humana supone toda una serie de vínculos que nos enlazan, en primer lugar, con Dios y, luego, con nuestros semejantes, en quienes debemos ver a hermanos nuestros desde que todos somos hijos de un mismo Padre que está en los cielos y que hace llover sobre justos y pecadores.
Santo Tomás nos advierte claramente que el fin de nuestras actividades es nuestra felicidad; en otras palabras, el conseguir nuestro Fin. Lo que el santo Doctor dice expresamente de las ciencias, puede hacerse extensivo sin ninguna dificultad al resto de nuestras acciones humanas. Pensemos que el arte es para el hombre y no el hombre para el arte. Por eso, el creador ‑escritor, músico, arquitecto...‑ deberá procurar instintiva y no deliberadamente, no sólo para sí sino para los demás, el perfeccionamiento humano. Y en estas condiciones, no podrá sino profesar un profundo respeto por la condición de imagen y semejanza de Dios que ostentamos desde el momento en que somos espirituales y, por ende, dotados de inmortalidad. Esta condición sublime es la que combate el arte espiritualmente moderno y nos debe impulsar a enfrentar sus manifestaciones con espíritu crítico, a fin de no vernos envueltos y presos en sus redes.
Naturalmente que no pretendemos desconocer categorías estéticas. Solamente queremos destacar cómo las categorías estéticas no poseen ningún derecho contra Dios. Si llegada la ocasión alguien declara que no puede hacer arte sin violar los preceptos que rigen nuestra vida, está condenado por el hecho mismo, desde un principio, a renunciar a toda actividad creadora. Felizmente la disyuntiva que plantea en este sentido un gran número de artistas contemporáneos es absolutamente falsa. No era posible que el Autor de toda Verdad y de toda Belleza pudiera desautorizar a quienes, prolongando su actividad creadora inefable, procuran imitarlo en la medida de sus fuerzas. Incluso muchas manifestaciones artísticas contemporáneas que, por estar conformes con las exigencias más nobles de nuestra condición humana, han prolongado hasta nuestros mismos días el concepto cristiano y católico del hombre y del mundo, demuestran la posibilidad de conciliar las exigencias estéticas con las de la Ley de Dios.
Ese carácter fallido de las manifestaciones del arte, que per­tenecen espiritualmente a los tiempos modernos, es lo que Alberto Boixadós, gran señor, gran maestro y gran amigo, va mostrando a lo largo de las páginas de este libro verdaderamente estreme­cedor. El autor va descubriendo la turbia actitud de aquellos que se presentan ante las miradas de un público frívolo y apresurado ‑el noventa por ciento del público lector de nuestros días‑ como simples escritores o artistas de vanguardia, ocultando mañosamen­te y con refinada hipocresía los propósitos que los animan, de destruir todo cuanto, de una manera u otra, lleve consigo y mani­fieste la marca de nuestra condición de hijos adoptivos de Dios. En conversación sostenida con él aquí, en Santiago de Chile, tres meses atrás, nos exponía su tesis de que, en el mundo de los ar­tistas y escritores de vanguardia no existen francotiradores. Al contrario, todas las circunstancias que allí se nos van presentando obedecen, en su verificación y en el orden con que se van suce­diendo, a un propósito cuidadosamente planeado y estudiado. Eso lleva a nuestro autor, a llamar la atención de los lectores descui­dados, con el fin de que no se dejen seducir por los méritos esté­ticos que podrían ostentar las creaciones del arte espiritualmente moderno, porque éstas, en su mayoría, encierran un veneno mortal, tanto más terrible cuanto que no atenta contra la vida temporal sino contra nuestra vida futura.
Alberto Boixadós habla con claridad meridiana. Nos habla también de modo extremadamente sugestivo. Nos desentraña las conexiones existentes entre una actividad aparentemente tan apo­lítica como es la artística y literaria, con la revolución que viene corroyendo a la civilización cristiana a partir de los días de la Reforma protestante, y que se ha prolongado, a través de etapas históricas de menor importancia, hasta la herejía modernista que fue condenada por San Pío X y que actualmente está asolando la vida sobrenatural de la Iglesia. Tal como se ha hecho la revolu­ción política ‑nos advierte nuestro autor‑ se está llevando a cabo la revolución estética, artística, literaria, con una ferocidad, que sólo admite parangón con su hipocresía. Es que nos estamos enfrentando con la Revolución integral, y en esta lucha ‑que es de vida o muerte‑ no estamos autorizados para inhibirnos y mantenernos neutrales. No tenemos ningún derecho a mantenernos como espectadores. Tenemos, en la medida de nuestras fuerzas y de nuestra condición, que ser agonistas, como decía Unamuno ‑es decir, luchadores‑ y aún protagonistas. Cualquier otra ac­titud es indigna de un católico, fuera de que, cuando llegue el día de las Grandes Cuentas nos lo demandará Quien dijo asimismo que, de aquel que se avergonzare de El, se avergonzará El mismo delante de su Padre Celestial.
Nos urge darnos por aludidos con el toque de alarma apre­miante de Alberto Boixadós. De sobra tiene él categoría para que le prestemos la más profunda y eficaz atención. Será ésta la mejor manera de rendir homenaje a este denso y esperanzado libro y de cooperar a la derrota de aquel enemigo que, como nos dice San Pedro, anda dando vueltas como león rugiente buscando a quien devorar.

OSVALDO LIRA, SS. CC.
Profesor de Metafísica en la Universidad Católica de Chile
Santiago, 30 de junio de 1977


Introducción

 

“El artista no es una clase especial de hombre, sino que cada hombre es, más bien, una clase especial de artista”, decía el pintor Delacroix.
Esto significa que no sólo es artista el creador, sino que también lo es el receptor, ya que el hombre, cualquiera que sea su condición espiritual y social, dará respuesta a algún tipo de arte.
El artista no es necesariamente un individuo raro o excéntrico; las más de las veces es un hombre común. Ciertas excentricidades de los artistas son sobrevaloradas con fines no artísticos.
“La apreciación de la buena forma, la percepción del ritmo y la armonía, el instinto de hacer que las cosas sean esbeltas y eficaces constituyen características humanas normales, más innatas que adquiridas y que sin duda están presentes en el niño desde los primeros años”.
El ser humano no puede eludir esta ancestral manifestación de la cultura que es el arte, puesto que vive en pueblos y ciudades que obedecen o no, a una visión artística. El hombre mora en casas hechas con un determinado criterio, donde el artesano ‑artista con frecuencia‑ cumple una misión primera; escucha, quiéralo o no, música, o lo que algunos llaman música; lee revistas y libros; asiste al teatro; ve películas y televisión; y muchas veces oye o forzosamente mira cosas que no le gustan, pero cuyos re­flejos le llegan de mil modos. Así, no podrá ignorar la pintura más vanguardista, cuyos cuadros no solamente están en exposi­ciones o exhibiciones, sino también en oficinas públicas, salas de espera, despachos, consultorios y con frecuencia aun en su propia casa. Este mundo artístico, fluido y avasallador, va influyendo en la sensibilidad del hombre y por ende en su mentalidad.
En los distintos períodos históricos casi todas las manifes­taciones artísticas: pintura, música, letras, arquitectura, escultura, son expresión de un modo de ver e interpretar el cosmos, Dios y el hombre mismo. Eso significa que toda realización artística tiene, en forma implícita o explícita, una concepción filosófica o antifilosófica, religiosa o antirreligiosa, o combinaciones de ambos extremos.
Es muy común que ese mundo artístico, con carga religioso-­filosófica de distintos signos, o atea, estimule el tránsito del alma por caminos insospechados, con ineludible presencia en el orden social. En la actualidad ‑no se puede negar‑ hay una prepon­derante creatividad artística sellada por el ateísmo.
Pero el total de la actividad artística no siempre obedece a las pautas dominantes en un determinado período histórico; siem­pre habrá individualidades o grupos que se mantendrán en cauces anacrónicos ‑fuera de su tiempo‑ y por eso mismo, con relativo peso e influencia social.
Se plantea consecuentemente la importancia del arte en la educación del niño, hombre del futuro, quien en su desarrollo físico y espiritual debería adiestrar todos sus sentidos, en comunión creadora, con sonidos, colores, texturas y consistencias; en una palabra, en comunión con la esencial diversidad de la naturaleza, para estimular sus energías creadoras y hacer fructíferos sus mo­mentos de ocio.
Se habría de estimular también una lenta maduración espi­ritual pareja a la destreza que se adquiere en contacto con lo concreto.
Se llegaría así, en forma natural, a comprender que “el arte consiste en conseguir que el ritmo se inscriba en una materia ‑ya sea color, piedra, sonido o palabra‑ sin que su esencia inmaterial se vea comprometida y sin perder en lo más mínimo su libertad”.
Compréndalo o no, el niño puede llegar con el tiempo, a través del arte, no solamente a canalizar su sensibilidad y su inteligencia, sino también todo su mundo espiritual, que comen­zará a deslizarse en un ámbito de símbolos.
Vislumbramos consecuentemente la importancia del tema, en su verdadera dimensión.
Se argumenta válidamente, que el mundo del arte goza de una autonomía que no tiene por qué proyectarse a niveles sociales o políticos. Desde un punto de vista meramente estético puede admitirse, pero desde el ángulo de la cultura y su ponder
  • ación en la historia, de ninguna manera podemos cerrar los ojos a esa proyección.
    Haremos alusión a ciertas corrientes pictóricas y musicales para detenernos luego en el mundo literario.