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Los anglo-americanos y la expulsión de los alemanes 1944-1947

 

Alfred M. Zayas

Los anglo-americanos y la expulsión de los alemanes 1944-1947 - Alfred M. Zayas

344 páginas
medidas: 14,5 x 21 cm.
Ediciones Argos
2014
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 380 pesos
 Precio internacional: 21 euros

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La Segunda Guerra Mundial presenció un cortejo de crímenes contra la humanidad como nunca antes se había visto en la historia de los conflictos. Pero aunque algunos de tan dantescos episodios han sido ampliamente dados a conocer al mundo, sobre otros ha caído una espesa capa de silencio. Entre ellos está la deportación masiva de alemanes, miembros de las minorías germanas de los países del Este europeo o bien habitantes de las regiones orientales del Reich que iban a ser entregados a otros Estados, que fueron expulsados a la fuerza y en condiciones dantescas hacia lo que quedaba de Alemania. Esta gigantesca migración forzosa, que implicó a unos dieciséis millones de personas, fue realizada en tan espantosas condiciones que acabó con la muerte de más de dos millones de estos deportados. Si bien a primera vista los responsables de tan cruel hecho fueron las tropas soviéticas y sus aliados polacos y checos, en realidad las democracias occidentales compartían una pesada carga de responsabilidad por tal atrocidad.
Este tema, que aunque no muy difundido, si que es conocido fuera de nuestras fronteras, especialmente en Alemania, por motivos obvios, ha quedado sin embargo totalmente inédito en castellano, por lo que un libro como este tiene el gran mérito de cubrir una importante laguna de la literatura histórica contemporánea existente en castellano.
La importancia del libro se ve resaltada por el talante del autor. Alfred M. Zayas es un jurista e historiador de nacionalidad norteamericana, formado en la prestigiosa "HarvardLaw School" (de la Universidad de Harvard). Amplió sus estudios en Alemania después de la Segunda Guerra Mundial, alcanzando el grado de Doctor en Historia Universal de Gotinga. Como jurista, ha destacado por sus aportaciones a la disciplina conocida como Derecho Penal Internacional, rama del Derecho que sólo se consolidó después de la experiencia de los Juicios de Nuremberg, ya que su ámbito de trabajo es, precisamente, el de los Crímenes de Guerra y contra la Humanidad. Sin embargo, Zayas ha investigado sobre Crímenes de Guerra y contra la Humanidad que, desgraciadamente, no fueron sancionados ni en Nuremberg ni ante ningún otro Tribunal.
Reconocido como uno de los máximos expertos en el campo de los derechos humanos, en el año 2012 fue nombrado por el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas experto independiente para la promoción de un orden internacional democrático y equitable.

 

ÍNDICE

 

Introducción 9
Sobre el autor 11
Nota del editor 13
Prólogo del editor 15
I.- El principio de las transferencias de población 27
Trasfondo histórico 29
Los volksdeutsche 29
Quinta columna y minorías desleales 31
Expulsión para la paz: panacea y solución final del problema de las minorías 35
Compensación a Polonia a expensas de Alemania 39
Traslados ordenados y humanitarios: el precedente del tratado de Lausanna 41
El deseo predominante de condenar colectivamente a los alemanes 43
II.- Los alemanes de Checoslovaquia 51
El tratado de Saint Germain-en-Laye 51
La nueva Suiza 63
La segunda guerra mundial y la expulsión 70
III.- La génesis de la línea Oder-Neisse: las conferencias de Teherán y Yalta 77
La carta del Atlántico 77
Amputaciones estratégicas: Prusia oriental 79
Ajustes territoriales como compensación 81
La conferencia de Teherán 83
El problema de Katyn 87
Moscú, julio y octubre de 1944 88
La conferencia de Malta 96
La conferencia de Yalta 97
IV.- La huida: 105
El preludio a las expulsiones 105
La llegada del ejercito rojo a Prusia oriental: Nemmersdorf 106
El testimonio de prisioneros de guerra franceses, belgas y británicos 115
El testimonio de soldados rusos 117
El miedo a la deportación para trabajos forzados en Siberia 121
¿Una huida innecesaria? 123
¿El resultado de la mala conciencia? 123
Los treks 125
El frisches haff 126
Rescate naval 128
Epilogo para la huida 134
V.- Los planes anglo-norteamericanos para unas deportaciones limitadas 137
El número de personas que debían ser desplazadas 138
Malta 141
Yalta 142
Postdam 144
El calendario de las deportaciones 150
VI.- Transferencias ordenadas y humanas 167
El periodo ante-Postdam: las expulsiones salvajes 169
El periodo post-Postdam: agosto-diciembre de 1945 173
Los años 1946-1947: las expulsiones organizadas 186
Campos de internamiento 191
Evaluación 195
VII.- Del plan Morgenthau al plan Marshall 201
El plan Morgenthau y la directiva JCS/1067 201
El nacimiento del plan Marshall 210
La situación económica en Europa 210
La situación económica en Alemania 213
El papel de los expulsados en el milagro alemán 216
VIII.- Paz sin tratado de paz 219
Tratados de paz con los aliados de Alemania 219
La conferencia de Londres y el bloqueo de Berlín 224
Proclamación del fin de la guerra 227
La convención sobre las relaciones entre las tres potencias y la República Federal Alemana 229
IX.- Reconocimiento o revisión de la línea Oder-neisse 235
La Ostpolitiky el tratado de Varsovia de 1970 236
La conferencia de Postdam revisada 240
Los occidentales y el desarrollo de los acontecimientos posteriores a Postdam 245
La conferencia de Moscú del consejo de ministros de asuntos exteriores 251
El artículo XIIIº a la luz del artículo IXº: problemas de interpretación 253
El argumento de los territorios polacos recuperados 254
Desde 1948 hasta el presente 260
X.- Hacia el futuro 265
La conferencia de seguridad y cooperación europea 267
La cuestión de Berlín y la distensión 272
Los alemanes deportados hoy 273
Actitudes anglo-norteamericanas 276
Bibliografía y documentación 279
1º) Documentación no publicada 279
2º) Documentación publicada 280
3) Memorias y biografías 284
4º) Libros en inglés (general) 286
5º) Libros en inglés (temas legales) 293
6º) Libros en alemán (general) 294
7º) Libros en alemán (temas legales) 298
8o) Libros y artículos en francés 301
9º) Tesis doctorales 302
10°) Entrevistas personales 303
Apéndice 305
Carta del Atlántico 305
Carta de los alemanes expulsados 317
Índice de fotografías 339



ÍNDICE DE FOTOGRAFÍAS
Ilustración 1. Población alemana en las áreas de las deportaciones. 24
Ilustración 2. Fronteras alemanas en 31 de diciembre de 1937. 25
Ilustración 3. Los territorios de Oder-Neisse. 26
Ilustración 4. Mapa lingüístico de los territorios Sudetes según el censo oficial checoslovaco de Iº de diciembre de 1930. 62
Ilustración 5. Los territorios agrícolas entre los dos ríos Neisse tenían una población alemana de aproximadamente 2,8 millones de personas. 93
Ilustración 6. Alemania-Polonia: cambios territoriales propuestos. 101
Ilustración 7. Polonia se desplaza hacia el Oeste: pérdidas en el Este - compensación en el Oeste. 102
Ilustración 8. La división de Alemania si se hubiera aplicado en Gran Bretaña y los Estados Unidos. 278
Ilustración 9. Memorándum por el representante del Reino Unido en la E.A.C., 16 de marzo de 1945 (FO 371/46810) 307
Ilustración 10. Carta de Sir Geoffrey Harrison AJ.M. Troutbeck (FO 371/46811) 308
Ilustración 11. Telegrama del embajador Nichols al ministerio de asuntos exteriores (FO 371/47091) 311
Ilustración 12. Telegrama de Sir W. Strang al ministerio de asuntos exteriores (FO 371/46812) 312
Ilustración 13. Telegrama del ministerio de asuntos exteriores a Moscú, Washington, París (FO 371/46812) 314
Ilustración 14. Memorando de C. O’Neill sobre proyecto de traslado (FO 371/46815 C 8607) 315
Ilustración 15. Un equipo de doctores no alemanes y varios periodistas extranjeros fueron invitados a ver las víctimas de Nemmersdorf, Goldap y Gumbinnen. (Bundesarchiv). 316
Ilustración 16. Niños de Nemmersdorf. (Bundesarchiv). 316
Ilustración 17. Un granjero de Nemmersdorf. (Bundesarchiv). 316
Ilustración 18. Invierno de 1944-45. Huida con carros en Silesia. (Podzum). 320
Ilustración 19. Huida con carros en Prusia oriental. (Bundesarchiv). 320
Ilustración 20. Huida con carros en Prusia oriental. (Bundesarchiv). 320
Ilustración 21. Refugiados con carromatos, ametrallados en Prusia Oriental. (Henrich). 321
Ilustración 22. Carromatos de refugiados, saqueados. (Bundesarchiv). 321
Ilustración 23. Aparatos volando a baja altura no tuvieron piedad de los refugiados que huían con sus carros. (Bundespresseamt). 321
Ilustración 24. El Wilhelm Gustloff, hundido el 30 de enero de 1945. (Hapag-Lloyd). 322
Ilustración 25. El General von Steuben hundido el 10 de febrero de 1945. (Hapag-Lloyd). 322
Ilustración 26. El Goya hundido el 16 de abril de 1945. (Hapag-Lloyd). 322
Ilustración 27. En el momento del bombardeo de Dresden el 13 de febrero de 1945, la ciudad estaba abarrotada con centenares de miles de refugiados de Silesia. Se calcula que perecieron unas 135.000 personas. (Andrés e Irving). 323
Ilustración 28. En el momento del bombardeo de Dresden el 13 de febrero de 1945, la ciudad estaba abarrotada con centenares de miles de refugiados de Silesia. Se calcula que perecieron unas 135.000 personas. (Andrés e Irving). 323
Ilustración 29. El palacio de Cecilienhof, en Postdam. La sala de conferencias principal está situada detrás del mirador, en el centro de la fotografía. (Fotografía del Ejército de los Estados Unidos). 324
Ilustración 30. La mesa de la Conferencia de Cecilienhof. El Presidente Truman está sentado espaldas a la cámara y sus ayudantes a ambos lados. El Generalísimo Stalin está sentado más a la derecha, mientras el Primer Ministro Winston Churchill y su cuerpo de asesores están a la izquierda. (Fotografía del Ejército de los Estados Unidos). 324
Ilustración 31. Los tres jefes de gobierno y sus principales consejeros, el 1º de agosto de 1945. Sentados, de izquierda a derecha: El Primer Ministro Attlee, el Presidente Truman, el Generalísimo Stalin. De pie, de izquierda a derecha: el Almirante de la Flota Leahy, el Secretario de Asuntos Exteriores Bevin, el Secretario Byrnes, el Comisario de Asuntos Exteriores Molotov. (Fotografía del Ejército de los Estados Unidos). 324
Ilustración 32. Berlín en el verano de 1945. (Fotografía del Ejército de los Estados Unidos). 325
Ilustración 33. Expulsión de Checoslovaquia en el verano de 1945. (Sudetendeutsches Archiv). 325
Ilustración 34. Expulsión en vagones descubiertos. 326
Ilustración 35. Víctimas de guerra sin hogar, en Berlín en la época de la Conferencia de Postdam (Fotografía del Ejército de los Estados Unidos). 326
Ilustración 36. Refugiados de Pomerania en Berlín, en la época de la Conferencia de Postdam. 326
Ilustración 37. ... y las expulsiones continuaron. La mayoría fueron transportados por tren. (Bundesarchiv). 326
Ilustración 38. Algunos se vieron obligados a emigrar andando hasta la frontera. (Sudetendeutsches Archiv) 327
Ilustración 39. Barracones de refugiados en la Zona Americana. (Fotografía del Ejército de los Estados Unidos). 327
Ilustración 40. Refugiados de los Sudetes. (Fotografía del Ejército de los Estados Unidos). 327
Ilustración 41. Niños alemanes expulsados de un orfanato de Danzing. Esta foto fue inicialmente publicada en Time, el 12 de noviembre de 1945, p. 27. (Blackstar). 328
Ilustración 42. Miles de refugiados murieron de desnutrición y enfermedad poco después de llegar a Occidente, vista del cementerio en el exterior del centro de recepción de refugiados en Friedkland, cerca de Göttingen, (Schmidt). 328
Ilustración 43. Henry Morgenthau, Jr. (Fotografía del Ejército de los Estados Unidos). 329
Ilustración 44. Desmantelando una central eléctrica alemana para enviarla a Rusia. (Fotografía del Ejército de los Estados Unidos). 329
Ilustración 45. Los centros de recepción se ocuparon de la desinfección de los refugiados, que a menudo llegaban cubiertos de parásitos. (Fotografía del Ejército de los Estados Unidos). 330
Ilustración 46. Niños refugiados hambrientos rebañando la cacerola, en Berlín, 1947. (Fotografía del Ejército de los Estados Unidos). 330
Ilustración 47. Niñas refugiadas en el campo de Berlín en noviembre de 1947. (Fotografía del Ejército de los Estados Unidos). 331
Ilustración 48. Muchacho buscando alimento en Hamburgo. (Gollancz). 331
Ilustración 49. Exterior de los barracones americanos en Berlín, abril de 1946. (Fotografía del Ejército de los Estados Unidos). 332
Ilustración 50. Víctor Gollancz durante su visita de 1946 a la Zona Británica de Alemania. (Gollancz). 332
Ilustración 51. Hambriento muchacho refugiado en la Zona Americana. (Fotografía del Ejército de los Estados Unidos). 332
Ilustración 52. El Secretario de Estado Byrnes pronunciando su controvertido discurso de Stuttgart del 6 de septiembre de 1946. (Fotografía del Ejército de los Estados Unidos). 333
Ilustración 53. Winston Churchill en Fulton, Missouri, donde pronunció su famoso discurso sobre el telón de acero, el 5 de marzo de 1946. (UPI). 333
Ilustración 54. George F. Kennan. (Keystone press Agency). 333
Ilustración 55. El Secretario de Estados Marshall hablando al pueblo americano después del fracaso de la Conferencia de Londres. (UPI). 334
Ilustración 56. El General Lucius Clay con su consejero político Robert D. Murphy (Fotografía del Ejército de los Estados Unidos). 334
Ilustración 57. Los paquetes de CARE salvaron a muchos alemanes de morir por inanición. (Fotografía del Ejército de los Estados Unidos). 334
Ilustración 58. El puente aéreo de Berlín (Fotografía del Ejército de los Estados Unidos). 335
Ilustración 59. Los bombardeos libertadores, 1948, rompieron el bloqueo soviético. (Bundespresseamt). 335
Ilustración 60. Robert Murphy y el primer Canciller de Alemania Occidental de la postguerra, Konrad Adenauer, en Bonn, 1955. (Bundespresseamt). 335
Ilustración 61. El presidente Kennedy ante el Muro de Berlín, 1963. (Bundespresseamt). 336
Ilustración 62. La Ostpolitik en acción: El Canciller Willy Brandt y el Primer Ministro polaco Józef Cyrankiewicz firman el Tratado de Varsovia. El líder del Partido Gomulka, de pie en el centro. (Bundespresseamt). 336
Ilustración 63. El doctor Herbert Czaja, miembro del Parlamento de Alemania Occidental y Presidente del Bund der Vertriebenen, hablando en un mitin de refugiados en Bonn, 1972. (Mukker). 337
Ilustración 64. Reunión anual de los alemanes sudetes en Nuremberg, 1975, a la que se calcula asistieron unos 250.000 Sudetendeutsche y sus hijos (DPA). Ilustración 65. La Carta de los Expulsados de agosto de 1950 fue confirmada en 1975 (Bonn) 337
Ilustración 66. Inmigrantes alemanes de la Alta Silesia llegando al centro de recepción de Friedland, cerca de Göttingen, 1976. (Schimdt) 338
Ilustración 67. El Presidente Jimmy Carter con el Canciller Helmut Schmidt, 1978. (Bundespresseamt). 338
Ilustración 68. El Canciller Schmidt, con el líder del Partido Polaco Gierek, 1975. (Bundespresseamt). 338
Ilustración 69. El Canciller Schmidt en la Conferencia de Helsinki hablando con el líder del Partido de la R.D.A., Honnecker (Bundespresseamt). 338

INTRODUCCIÓN

La Segunda Guerra Mundial presenció un cortejo de crímenes contra la humanidad como nunca antes se había visto en la historia de los conflictos. Pero aunque algunos de tan dantescos episodios han sido ampliamente dados a conocer al mundo, sobre otros ha caído una espesa capa de silencio. Entre ellos está la deportación masiva de alemanes, miembros de las minorías germanas de los países del Este europeo o bien habitantes de las regiones orientales del Reich que iban a ser entregados a otros Estados, que fueron expulsados a la fuerza y en condiciones dantescas hacia lo que quedaba de Alemania. Esta gigantesca migración forzosa, que implicó a unos dieciséis millones de personas, fue realizada en tan espantosas condiciones que acabó con la muerte de más de dos millones de estos deportados. Si bien a primera vista los responsables de tan cruel hecho fueron las tropas soviéticas y sus aliados polacos y checos, en realidad las democracias occidentales compartían una pesada carga de responsabilidad por tal atrocidad.
Este tema, que aunque no muy difundido, si que es conocido fuera de nuestras fronteras, especialmente en Alemania, por motivos obvios, ha quedado sin embargo totalmente inédito en castellano, por lo que un libro como este tiene el gran mérito de cubrir una importante laguna de la literatura histórica contemporánea existente en castellano. De Zayas ha seguido con especial atención un complejo problema, al que consagró un libro mas recientemente: "The German Exoellees: Victims in War an Peace" (St. Martin's Press, 1993).

SOBRE EL AUTOR

Alfred M. Zayas es un jurista e historiador de nacionalidad norteamericana, formado en la prestigiosa "HarvardLaw School" (de la Universidad de Harvard). Amplió sus estudios en Alemania después de la Segunda Guerra Mundial, alcanzando el grado de Doctor en Historia Universal de Gotinga. Como jurista, ha destacado por sus aportaciones a la disciplina conocida como Derecho Penal Internacional, rama del Derecho que sólo se consolidó después de la experiencia de los Juicios de Nuremberg, ya que su ámbito de trabajo es, precisamente, el de los Crímenes de Guerra y contra la Humanidad. Sin embargo, De Zayas ha investigado sobre Crímenes de Guerra y contra la Humanidad que, desgraciadamente, no fueron sancionados ni en Nuremberg ni ante ningún otro Tribunal. Aparte del que está en sus manos, De Zayas ha editado otro importante libro, bajo el título "The Wehrmacht War Crimes Bureau" (University of Nebraska Press, 1989) donde estudió la documentación relativa a Crímenes de Guerra cometidos por los Ejércitos de los países vencedores en la Segunda Guerra Mundial contra elementos de las Fuerzas Armadas alemanas. Como cabe imaginar, las tropas de las potencias vencedoras también cometieron durante la Segunda Guerra Mundial actos contrarios a las Leyes Internacionales relativas a los conflictos vigentes al estallar aquel conflicto. Sin embargo, aunque muchos de esos crímenes estaban perfectamente documentados por la Oficina de Crímenes de Guerra de la "Wehrmacht" alemana, por desgracia no se hizo nada por sancionar a los responsables, de manera que la práctica del Derecho Penal Internacional, tal como se conformó con motivo de los Juicios de Nuremberg, quedó lamentablemente deformada por la unilateralidad, y lo que pudo haber sido una excelente ocasión para crear una jurisdicción penal internacional reconocida como imparcial, acabó convirtiéndose más en un acto de venganza que en otra cosa. Alfred M. de Zayas, en su calidad de especialista en Derecho Internacional de elevada solvencia, ha sido colaborador de la "Encyclopedia of Public Internacioanl Law" (editada en Amsterdam entre 1981 y 1989).

NOTA DEL EDITOR

La sociedad contemporánea está siendo testigo de una cierta homogeneización política y económica en todo el globo terráqueo. El interés por la diversidad como contrapartida, está cada vez más arraigado en amplios sectores de la población. Y a la diversidad en otros campos debe añadirse el derecho a la diversidad intelectual. El derecho a la discrepancia. El investigar o profundizar en aspectos poco conocidos u ocultos de nuestra historia más próxima, es uno de los retos más apasionantes de este fin de siglo. El releer la historia al margen de tabúes políticos impuestos por la moda del momento, una de las asignaturas pendientes de la historia contemporánea.
El objeto de este libro, y de la colección que lo enmarca, es difundir entre el público español aspectos poco conocidos, aunque fundamentales, de la historia de nuestro siglo. El editor no pretende exaltar régimen político alguno ni desenterrar del cementerio de la historia movimientos fallecidos hace muchos años. Tampoco es intención del editor hacer apología alguna de ninguna ideología ni fomentar ningún tipo de discriminación.
Por el contrario, la finalidad del editor es dar a conocer las nuevas corrientes del pensamiento al ciudadano español y contribuir a la formación de una opinión pública libre, fundamento del orden democrático. Ante la gran demanda de información que existe sobre estos temas, esta colección pretende hacer efectivo el derecho que el artículo 20, Id, de nuestra Carta Magna reconoce a todos los españoles, esto es, el derecho a ser libremente informados.
El editor no comparte necesariamente la opinión de los autores de los libros que pertenecen a esta colección, sino que los escoge por su interés cultural, de investigación, docente, informativo, o simplemente para su crítica. Las posibles responsabilidades que se generen por el contenido de los títulos publicados deben recaer exclusivamente en aquéllos que mantienen las tesis defendidas en los mismos.

PRÓLOGO DEL EDITOR

La Segunda Guerra Mundial marcó una época. Se han publicado muy buenos estudios sobre muchos aspectos de esta guerra. Pero una de las mayores consecuencias de la guerra ha escapado, sin embargo, a la atención que merece: la expulsión de 15 millones de alemanes de sus hogares en Europa Central y Oriental. Un movimiento que alteró radicalmente el mapa demográfico, político y económico de Europa. Cuando se repasan las obras globales que sobre la Segunda Guerra Mundial se exhiben en las librerías españolas, no se encuentra ninguna referencia a este fenómeno, aparte de un mapa -que casi todas ellas contienen- donde una serie de flechas, acompañadas de cifras, marcan el punto de origen y el de destino, así como el volumen de estas deportaciones de población alemana. Esos mapas transforman la tragedia de quince millones de personas, obligadas a dejar sus hogares, en un mapa confuso, que por simple saturación de datos resulta inasimilable, y que en todo caso no explica nada sobre los orígenes, motivos ni formas de esas deportaciones masivas.
Naturalmente, tampoco nos da a conocer los sufrimientos. Unos dos millones de alemanes no sobrevivieron a esta involuntaria emigración. Los millones restantes fueron amontonados en una Alemania truncada, con una extensión muy disminuida respecto a la de 1939, que había sido devastada, hasta ser poco más que una masa de ruinas calcinadas, por los bombardeos aéreos anglo-norteamericanos, con una economía productiva reducida a la nada, y que debía soportar además de a su población depauperada a cuatro Ejércitos de Ocupación. Aunque los citados mapas no hablen de ello, las miserias humanas que acompañaron este movimiento masivo, especialmente en los años 1945-48, hacen de él uno de los episodios más deprimentes de la historia del siglo XX.
Por eso es sorprendente que, fuera de Alemania, se sepa tan poco sobre esta desgraciada secuela de la guerra. En países que, como España, fueron neutrales, lo ocurrido en esas fechas en Alemania no ha despertado el más mínimo interés. En los países vencedores de Occidente, la idea dominante es que después de todo Alemania merecía un castigo. Ahora bien, como a la guerra caliente contra el III Reich sucedió, casi sin solución de continuidad, la guerra fría contra la URSS, el episodio de la deportación masiva, en crueles condiciones, de millones de alemanes, en el caso de ser tratado, se presentaba como una muestra más de la barbarie que acompañó (y por tanto podía acompañar en el futuro) el avance del Ejército Rojo.
Aun menos es lo que se ha debatido sobre el papel que los Estados Unidos y la Gran Bretaña tuvieron en la autorización de las expulsiones. ¿Como llegó a producirse este extraordinario hecho? ¿Era necesario para la paz en Europa? ¿Hasta que punto las potencias occidentales comparten la responsabilidad? Su implicación en estos hechos, ¿era compatible con los principios democráticos y humanitarios? Los historiadores británicos y norteamericanos han eludido estos temas.
Las obras consagradas a este mismo tema por autores alemanes oscilan entre las memorias individuales, extraordinariamente elocuentes sobre los perfiles de la tragedia, pero que no nos muestran un cuadro general del fenómeno, y vastas obras de recopilación de datos, testimonios y estadísticas, que por su extensión resultan inapropiadas para un público como el español, que en realidad debe familiarizarse aún con los datos fundamentales del problema. Por esta razón hemos elegido para su publicación una obra como la de Alfred M. de Zayas que, por su extensión parece más apropiada para nuestro público, sin dejar de ser una sólida obra de investigación y síntesis, escrita desde una más que notable base jurídica.
Vamos a revisar brevemente que es lo que ocurrió. En octubre de 1944 el Ejército Rojo avanzó a través de Prusia Oriental e hizo estallar una huida masiva de civiles alemanes hacia el Oeste. Entre 4 y 5 millones de personas huyeron por tierra o por mar desde Prusia Oriental, Pomerania, Silesia y Brandenburgo oriental. Unos 4 millones de personas más no pudieron ser evacuadas a tiempo, o rechazaron el abandonar sus casas, pese a los peligros que suponía la ocupación militar enemiga. Otros millones de alemanes permanecieron en la región de los Sudetes, zona bajo soberanía checa entre 1919 y 1938, pero que había sido anexionado por el Reich mediante los Pactos de Munich de 1938. Un gran número de enclaves de población alemana, con orígenes que se remontaban a la Edad Media en muchos casos, permanecieron en otras partes de Polonia (en sus fronteras de la preguerra), en Hungría, en Rumania y en Yugoslavia. Sin embargo, en los dos últimos años de la guerra se había ido diseñando una política Aliada de gran envergadura que pretendía realizar grandes amputaciones territoriales al Reich, así como una extirpación radical de los habitantes alemanes de Europa Central y Oriental. Cuando concluyó la Conferencia de Postdam (17 de julio a 2 de agosto de 1945) se anunció un Protocolo, cuyo artículo XIIIo autorizaba el traslado de los alemanes del Este hacia lo que quedaba del Reich.
¿Existía algún fenómeno histórico paralelo, o algún precedente para un transvase de población de esta envergadura? En la Antigüedad, las deportaciones masivas de poblaciones vencidas habían sido practicadas, incluso a veces con el carácter de operación rutinaria, por pueblos como los Asirios. Durante la Edad Media, algunos de los pueblos que llegaron hasta los limites de Europa procedentes del Asia Central, como los Avaros, siguieron prácticas análogas. La práctica de trasladar a las poblaciones vencidas de los territorios conquistados fue abandonada en Europa, si se trataba de pueblos cristianos o susceptibles de ser cristianizados. En este caso, el territorio de los vencidos podía ser anexionado y dividido, pero las poblaciones eran autorizadas a permanecer en sus países, transformándose automáticamente en súbditos de los nuevos soberanos. La España Cristiana medieval dio un ejemplo de deportaciones masivas, al expulsar a la población musulmana conforme avanzaba la Reconquista -al menos en el territorio de Castilla-, porque se consideraba que no era susceptible de convertirse al cristianismo, mientras que en cambio nunca se pensó en deportar en masa a las poblaciones indígenas de la América española, ya en la Edad Moderna. Sin embargo, en el mismo Nuevo Mundo, la política norteamericana del Destino Manifiesto provocó el gradual desplazamiento de los Indios de las Praderas hacia el Oeste, concluyendo con la deportación de las tribus restantes hacia reservas establecidas por el Gobierno, durante el siglo XIX. Por desgracia, había demasiados precedentes históricos.
Después de la Ia Guerra Mundial el principio de desplazamientos masivos obligatorios de población ganó en aceptación internacional, algo a primera vista sorprendente, teniendo en cuenta que se suponía que el mundo debía haber progresado moralmente. El tratado de intercambio de poblaciones entre Turquía y Grecia, que afectó a unas dos millones de personas, tuvo una significación internacional única, ya que fue aprobado y supervisado por la Sociedad de Naciones. Fue un preludio ominoso de lo que estaba por llegar. Hitler dio un nuevo impulso a este síndrome de las traslados masivos de población al trasladar varios centenares de miles de alemanes de los Países Bálticos y de Besarabia hacia la Polonia Occidental anexionada por el III Reich, expulsando hacia Polonia Oriental a otros tantos polacos. Planes ambiciosos, tendentes a deportaciones aún en mayor escala de polacos, checos, eslovenos, etc., no pudieron ser ni siquiera intentados por los alemanes por impedirlo el curso de la guerra. El intenso rechazo generado por esas medidas contribuyó al odio anti-alemán, que alcanzó su cima en el momento en que, en las Conferencias de Yalta y Postdam, se tomaron las decisiones sobre el futuro de los alemanes del Este.
Pero, en términos humanos, ¿que significa la deportación de 15 millones de personas al acabar la guerra? ¿Eran todos jerarcas nazis y criminales de guerra? ¿O eran en su mayoría gente normal: agricultores, trabajadores industriales, hombres y mujeres de todo tipo y condición? No se trata de considerar lo sucedido como una simple estadística de algo que les ha ocurrido a algunas personas en alguna parte del mundo. Para entender su importancia es necesario imaginarse detrás de los números a personas concretas, que tienen la gran desgracia de perder la tierra en la que han nacido y sobre la que han crecido, en la que sus antepasados vivieron y prosperaron durante generaciones. No es posible comprender lo que significan 15.000.000 de personas expulsadas de sus casas sin visualizar la imagen de una madre medio muerta arrastrando a su hijo, o la de un anciano con ojos vacíos que arrastra sus pobres pertenencias. Pero no se trató de un caso o de dos. Fueron millones de casos como este. Es eso lo que debe comprenderse, para preguntarse si la suma total de tantas tragedias equilibraba el valor de alcanzar los objetivos políticos que se suponía iban a lograrse mediante la expulsión de estos alemanes hacia el Oeste.
Por otra parte, si los Aliados habían combatido contra los nazis porque estos utilizaban métodos inhumanos, ¿podían utilizar ahora esos mismos métodos como castigo? ¿Que victoria era esta, en la que los vencidos imponían sus métodos? ¿Que concepto de la vida era el que había triunfado?
Incluso asumiendo que el principio de deportación forzosa está de acuerdo con los principios de la humanidad civilizada, algo más que dudoso, la ejecución de tales deportaciones debe realizarse bajo una estrecha supervisión, para minimizar las muertes y sufrimientos. El texto del Artículo XIIIo del Protocolo de Postdam impone a las Potencias Signatarias la obligación de controlar que los términos del acuerdo sean observados, para asegurar que las deportaciones fueran realizadas en forma gradual y humana. En la medida en que las Potencias Signatarias fueron incapaces de tomar las precauciones para impedir que las deportaciones degeneraran en expulsiones salvajes, esas Potencias son co-responsables de los abusos que acompañaron la implementación de este acuerdo sobre los traslados de población.
¿Cómo se llevaron a cabo esas deportaciones? Los alemanes, ¿fueron simplemente trasladados hacia el Oeste o también fueron masacrados en ese proceso? En el prólogo a la edición norteamericana de su libro, Alfred de Zayas escribía:
Para un americano, que solo conoce de los crímenes nazis, es una experiencia atroz el descubrir los excesos que acompañaron estas expulsiones. Estudiar los informes y declaraciones juradas relativas a este tema no es una tarea agradable. Entrevistas personales con testigos que no eran de nacionalidad alemana, así como a centenares de supervivientes alemanes de estas expulsiones, me confirmaron esta terrible crónica de inhumanidades. Las venganzas ejercidas sobre humildes campesinos alemanes de Prusia oriental o del País de los Sudetes, no fueron menos abominables que los crímenes nazis que las habían provocado. Se realizaron actos de increíble crueldad y sadismo. Civiles indefensos echados de sus casas con porras, mujeres violadas, hombres deportados para ejercer como trabajadores esclavos, miles de personas internadas en campos, en espera de su expulsión. Saber sobre todas estas atrocidades abate el ánimo. Uno se pregunta si las Democracias habían combatido la guerra contra Hitler solo para permitir la edificación de otros Buchenwald y otros Bergen-Belsen, para autorizar una política de deportaciones que iba a suponer centenares de miles de víctimas inocentes. ¿Que quedaba del humanismo, de aquello que el Presidente Wilson había llamado la conciencia iluminada de la humanidad?
No es extraño que sobre un episodio tan dantesco, y cuya realización contradice en grado sumo los ideales por los que decía combatir la coalición anti-hitleriana, se haya corrido un tupido velo. Queda fuera de nuestras posibilidades el analizar porque los hechos relativos a estas expulsiones han permanecido largamente ignorados por el público del mundo. Parece como si, una vez ganada la guerra, los vencedores no sintieran la necesidad de reexaminar los principios por los que habían combatido, ni verificar si esos principios estaban siendo observados. Solo unas pocas personas públicas elevaron su voz de protesta mientras se desarrollaba aquella tragedia. Y sus palabras fueron pronto olvidadas.
Del otro lado, el pueblo alemán, habiendo sobrevivido al trauma de la capitulación incondicional, al desmembramiento de su país y a las deportaciones, no podía escapar a la necesidad de hacer una nueva valoración de su historia. Habían perdido en la Guerra Total y debían sufrir la suerte del derrotado. Es difícil explicar a quien no este familiarizado con las tradiciones alemanas el sentido emocional que tuvo la perdida de los territorios al Este de la Línea Oder-Neisse, en la que se encontraban las tierras natales de Immanuel Kant y Johann Gottfried Herder (Prusia Oriental), Joseph Freiherr von Eichendorff y Gerhart Hauptmann (Silesia), Edwald von Kleist (Pomerania) y Arthur Schopenhauer (Danzig), por citar solo unos pocos. La pérdida de estas provincias históricas, que constituían una cuarta parte del territorio del Reich, aparece hoy como un fenómeno irreversible, pero muchos alemanes no han dejado de sufrir el dolor de su perdida. Hay que decir a su favor que han renunciado a recuperarlas por irredentismo y medios violentos. Cuando muchos de los expulsados han vuelto a sus regiones de origen, ha sido de manera pacífica y amistosa, aunque en realidad muy pocos han pretendido establecerse de nuevo en Silesia, Pomerania o Prusia Oriental, incluso después de la caída de los regímenes comunistas. Por esta razón, la mayoría de los expulsados han acabado integrándose en la Alemania que restó después de concluir la Segunda Guerra Mundial (en la Occidental o en la Oriental) y lo que pudo haber sido una auténtica bomba de explosión retardada, por causa del deseo de revancha, ha sido neutralizada durante una larga guerra fría, en la que las dos superpotencias hegemónicas impusieron una congelación absoluta a toda reclamación fronteriza sobre suelo europeo.
De manera que, en definitiva, los alemanes asumieron la tragedia de las deportaciones masivas de los germanos de Europa Central y Oriental, como una especie de castigo bíblico que había que aceptar, y no han hecho de este tema ningún eje central de su política exterior. Coherentemente con esto, tampoco se han empeñado en darlo a conocer al mundo.
Menos interés tienen en remover este triste pasado pueblos como los polacos y los checos, que, a primera vista, fueron los beneficiarios directos de las expulsiones de alemanes. Cabe decir, en honor del primer Presidente de la República Checa de la era postcomunista, Vaclav Havel, que ha sido la única autoridad que, de forma oficial y pública, ha pedido perdón a los alemanes deportados desde su país.
Ahora bien, ¿quienes fueron los auténticos responsables de aquel gigantesco episodio de deportaciones en masa, acompañadas de muertes en cadena? Cuando uno lee el libro de De Zayas, tiende inevitablemente a cargar las culpas sobre los soviéticos, y en menor grado sobre los que aparecen como auxiliares suyos, los polacos y los checos. No es que De Zayas trate de minimizar conscientemente la responsabilidad de los anglo-norteamericanos, pero en definitiva lo hace. En todo momento parece sugerirnos que los británicos y norteamericanos, sencillamente no calibraron bien lo que hacían al aprobar la política de deportaciones masivas, y fueron en definitiva sorprendidos en su buena fe por la brutalidad de los soviéticos. Por eso, De Zayas acaba minusvalorando el hecho de que el episodio que mayor mortandad produjo entre las masas de refugiados que huían del Ejército Rojo no fue otro que el atroz y criminal bombardeo de la ciudad de Dresde, una auténtica inutilidad en términos militares, pero que segó la vida de decenas de miles de personas que huían. Las bombas anglo-norteamericanas acabaron con más vidas de aquellos desventurados que las cadenas de los carros de combate soviéticos, o los excesos brutales a los que se entregó parte de la soldadesca soviética.
Por la misma razón, De Zayas tiende también a minusvalorar la trascendencia del siniestro Plan Morgenthau, mientras exagera la de las incendiarias proclamas de Ilya Eherenburg, que trataban de incitar a la soldadesca del Ejército Rojo a aniquilar a los civiles alemanes. En realidad, las brutales arengas de Eherenburg nunca definieron la política oficial soviética, que en ningún momento pretendió la aniquilación del pueblo alemán. Se olvida con frecuencia, por ejemplo, que quienes acordaron implementar una política de capitulación sin condiciones para Alemania, en la Conferencia de Casablanca, fueron Roosevelt y Churchill, no la URSS. Al contrario, mientras que los Occidentales exigían la completa aniquilación de Alemania, Stalin daba orden de permitir el funcionamiento sobre suelo soviético del Comité de Oficiales Alemanes Libres. Ciertamente se trataba de un organismo al servicio de los intereses soviéticos, pero en definitiva suponía reconocer la existencia de una alternativa alemana a Hitler, algo que ni Washington ni Londres consideraban necesario, ya que para ellos destruir a Hitler y destruir a Alemania eran una misma cosa. Igualmente hay que subrayar que los distintos planes que se formularon para dividir Alemania en distintos Estados, fueron obra de estrategas occidentales, no de los soviéticos. Y en ese marco es en el que se entiende el atroz Plan Morgenthau, algo sin ninguna equivalencia de parte soviética.
Esto no quiere decir que el comportamiento del Ejército Rojo conforme entraba en suelo alemán se caracterizara por un comportamiento caballeresco. La realidad fue todo lo contrario. Se trata de un comportamiento absolutamente condenable, vituperable, execrable... pero en última instancia comprensible. Nada habrá que lo justifique, pero nuestra mente puede entender que ocurriera. Para vencer al Ejercito alemán que había invadido su territorio, los soviéticos entregaron la vida de 20 millones de sus compatriotas, muchos de ellos víctimas de una política de ocupación, la alemana, francamente brutal. Nunca podremos aprobar lo que hicieron aquellos soldados, pero si recordamos que muchos de ellos habían visto muertos a sus familiares, sus pueblos devastados, su Patria arrasada, podemos entender lo que ocurrió. Lo que nunca podrá entenderse es que una nación como los Estados Unidos, en la que no cayó una sola bomba, donde ni una mísera aldea fue dañada, y que en el conflicto perdió muy pocos centenares de miles de vidas de sus soldados (no de sus civiles), en cambio diseñara un plan para exterminar a la población alemana. Ese plan nunca fue llevado enteramente a la práctica, es cierto, pero el ambiente intelectual que fructificó en él Plan Morgenthau es lo que explica que se devastara Alemania hasta convertirla en un campo de ruinas, mientras que se dejaba morir a centenares a de miles de soldados alemanes prisioneros de guerra en campos de internamiento norteamericanos una vez acabada la guerra. Esa misma mentalidad es la que explica que los norteamericanos (y también los británicos) contemplaran con indiferencia la suerte de los civiles alemanes expulsados por soviéticos, polacos y checos, sin poner ningún remedio efectivo para ello. Bastantes de las por otra parte escasas protestas que contra esas deportaciones se realizaron en el mundo anglo-norteamericano por aquellas fechas, tenían más que ver con caldear los ánimos contra los soviéticos en una Guerra Fría que ya se barruntaba que en un genuino interés por el triste destino de quince millones de personas despojadas de su hogar. Hoy sabemos perfectamente que la destrucción sistemática de las ciudades alemanas por los bombarderos anglo-norteamericanos no tuvo de hecho ningún valor militar, ni contribuyó de manera notable a acortar la guerra. Se trató simplemente de desmoralizar a la población civil alemana, mediante matanzas masivas desde el aire. Igualmente sabemos, gracias la obra de James Bacque, Other Losses, que cientos de miles de prisioneros de guerra alemanes morirían por desnutrición, falta de asistencia médica, etc., recién acabada la guerra, en campos de prisioneros norteamericanos. No puede extrañarnos que ni Londres ni Washington trataran de remediar la tragedia de una población, la alemana, que ellos habían tratado de exterminar más que nadie.
De Zayas, por desgracia, escribió este libro en una época en que los temores de la Guerra Fría aún estaban muy presentes. Tiende a cargar las tintas sobre las responsabilidades soviéticas, inmensas sin duda, y a aligerar las de los occidentales, mucho más importantes de lo que a él le gustaría admitir. Por la misma razón hace responsable a los soviéticos de la división de Alemania en dos Estados, que se mantuvo a lo largo de varias décadas, cuando hoy ya nadie puede poner en duda que fueron los norteamericanos los principales inspiradores y beneficiarios de esa división.
Estos son hechos que hay que tener presentes al valorar lo escrito por De Zayas. Con todo, su edición en castellano sigue siendo de gran valor, ya que sin duda se trata de un trabajo monográfico que combina rigor y amplitud con un tamaño asequible a los intereses del lector español. Pero, ¿vale la pena volver sobre un tema como este, ahora que nos disponemos a cambiar de milenio? ¿No sería mejor olvidar viejas heridas? Sin duda, la Europa del futuro debe construirse sobre el perdón de los agravios y por encima de ridículas reclamaciones fronterizas. Pero eso no implica, sino todo lo contrario, olvidar páginas muy desgraciadas de nuestro reciente futuro. La historia debe contarse tal y como fue, sin situar a unos eternamente en el papel de malvados, y adornar a otros siempre con los atributos angelicales. Porque no es el olvido, sino la verdad, la que debe ser la base de toda convivencia. Por eso, la triste página de la deportación de quince millones de seres, y la muerte de dos millones de ellos, no debe servir para levantar banderías ni para provocar enfrentamientos, sino para que aprendamos de dolorosos errores y evitemos su repetición.