Libreria Argentina Libreria Argentina Libreria Argentina

 

Interpretación europea de Donoso Cortés

 

Carl Schmitt

Interpretación europea de Donoso Cortés – Carl Schmitt

104 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2021
, Argentina
tapa: blanda
 Precio para Argentina: 580 pesos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El profesor Carl Schmitt es, sin duda, uno de los mayores juristas que ha producido Alemania en los últimos tiempos en materia de Derecho político; tanto como Donoso Cortes ha sido uno de los mayores pensadores políticos del siglo XVII, siendo además este último uno de los pocos representantes del pensamiento hispano que ha traspasado las barreras del idioma para ser ampliamente discutido en todo el mundo. Que ambos se encuentren en este libro no puede dejar de enriquecernos y ser materia de reflexión para todo interesado en la historia del pensamiento.
Schmitt sentía como pocos la actualidad y la fuerza del pensamiento donosiano; él mismo la explica magistralmente en su introducción a los cuatro ensayos. Schmitt no fue a Donoso con la fría curiosidad del erudito: sentía la resonancia actual, viva y tremante, de un pensamiento que había levantado en vilo a Europa un siglo antes y que seguía conservando toda su validez. Carl Schmitt ha sabido calar en las profundas razones del éxito que tuvo Donoso Cortés en Europa. Ha sabido calar igualmente en las profundas razones que motivaron su olvido. Tanto de éstas como de aquéllas se deduce la vigencia actual de su doctrina.
Donoso sentía en su fe religiosa un punto de apoyo inconmovible, en su precepción política una penetración certera, en su intuición histórica una capacidad genial de síntesis. Carl Schmitt lo ha visto y lo ha descubierto en su entera dimensión: una dimensión europea que hace de su obra patrimonio de la ciencia política del viejo continente y no sólo de España.
La actualidad europea de Donoso Cortés estriba en que asestó el golpe de muerte a la filosofía progresista de la Historia con la fuerza emanada de una vigorosa imagen propia de la Historia.
El terror de 1848 le reveló que la guerra civil española por fuerza tenía que convertirse en una cuestión europea, y, finalmente, de todo el planeta, y que acabaría en guerra civil mundial.
Sin embargo, a pesar del hercúleo esfuerzo realizado por hacer comprender el sentido de los sucesos políticos, en intentar poner un dique al desenfreno de la corriente revolucionaria, Donoso hace recordar a la figura de Casandra, con la capacidad de profetizar lo que se avecina sin que nadie le preste atención. Pero sus profecías no están basadas en un don sobrenatural sino en la clara apreciación de las realidades políticas y sus predicciones son producto de un conocimiento perfectamente racional de la situación. Aun así, a pesar de haberse rechazado sus predicciones una y otra vez, con cada intensificación del acontecer histórico universal su importancia ha ido creciendo al mismo ritmo, del modo que, con el peligro, aumentan también las posibilidades de salvación. Hacerlo comprender así es el propósito de este trabajo. ¡Ojalá contribuya a que ahora, en la tercera encrucijada, el nombre de Donoso no vuelva a perderse de nuevo en el vacío y a que su discurso despliegue todo su vigor!

 

ÍNDICE

Prólogo7
Introducción19
Interpretación europea de Donoso Cortés25
Para la filosofía política de la contrarrevolución55
‹De Maistre, Bonald, Donoso Cortés›55
Donoso Cortés en Berlín (1849)71
El ignorado Donoso Cortés93


Prologo

 

No es ninguna maravilla que un jurista de la envergadura de Carl Schmitt, se ocupe en 1950 de Juan Donoso Cortés. Quizá nosotros, los españoles, hemos abusado del prestigio de nuestro gran político y diplomático, como de tantas otras figuras de nuestro pensamiento, para robustecer con la gloria de su nombre una fe harto menguada en nosotros mismos. Donoso es una de las poquísimas figuras de nuestro más inmediato pasado cuya fama logró traspasar las fronteras y cuyos escritos fueron traducidos a diversas lenguas, ejerciendo en los respectivos países una influencia positiva, aunque quizá no muy duradera. Nos enorgullecemos de él con razón. Todavía hoy, y seguramente más que ayer, nos impresionan sus concluyentes afirmaciones, sus interpretaciones de los hechos y de la historia, sus audaces y certísimos vaticinios. Hasta su retórica deslumbradora, tan distanciada de nuestro propio gusto literario actual, es capaz de arrastrarnos al releer sus párrafos, y hace que nos sumemos instintivamente, de todo corazón, al entusiasmo delirante de las ovaciones y los bravos registrados en los textos de sus discursos.
Pero el abuso del elogio vacuo y de la cita superficial conduce al tópico y, en definitiva, a la desvalorización de aquél a quien tan profusamente se maneja. Terminamos por no saber de Donoso más que esto: que era un gran orador parlamentario y un afortunado vidente, retórico apocalíptico, autor de luminosas imágenes más que de una doctrina coherente; y en cuanto a su significación política, que era al mismo tiempo una porción de cosas contradictorias, según unos y otros dicen: un reaccionario o un progresista, un tradicionalista o un liberal, un moderado, un partidario acérrimo de la dictadura…
Figura en sí tan simpática y representativa merece ser estudiada en su proyección actual. Nada duele más que el olvido en que yacen las doctrinas de hombres cumbres por el solo hecho de que pertenecen a otro siglo. En su tiempo llevaron a cabo quizá un esfuerzo hercúleo por hacer entender a sus coetáneos la verdad de las relaciones sociales y políticas, y poner así un dique al desenfreno de la corriente revolucionaria. Fueron vencidos y, no obstante, es posible que tuvieran razón. Las ideas que los derrotaron siguieron su curso y configuraron la historia de los pueblos. En vista de ello, las doctrinas de esos hombres quedaron arrumbadas y reducidas a la curiosidad histórica de algún investigador. Dice Carl Schmitt que la historia la escriben los vencidos. Es posible. Las doctrinas, por el contrario, suelen ir del brazo de los vencedores. Y nada más injustificado que aquel olvido. Precisamente, el triunfo y la continuidad de las ideas por ellos combatidas debieron hacer prestar más acentuada atención a su crítica. Permiten comprobar si anduvieron acertadas en su diagnóstico. Y si acertaron, la doctrina de esos hombres tiene hoy día mayor valor que en su tiempo, porque ya no veremos en ella una actitud polémica de partido, sino un conocimiento científico de la política. La crítica de las instituciones liberales o de las instituciones socialistas no puede hacerse de espaldas a la ciencia de esos hombres. ¿Por qué, mientras están siempre de actualidad Montesquieu, Sieyés y Rousseau, o Carlos Marx, por ejemplo, se olvida a De Bonald, a Lorenz von Stein y a Donoso?
Parte de culpa tuvieron ellos al no presentar sus ideas de modo materialmente asequible a esos cerebros rudimentarios y simples que son los del hombre-masa moderno. Del Contrato Social o del Manifiesto Comunista se pueden extraer pocas ideas y claras, capaces de ser admitidas sin ninguna critica por aquéllos a quienes favorecen y por aquéllos a quienes perjudican. Mas ¿quién irá a buscarlas en el fárrago del Poder político y religioso o en la interminable densidad de la Historia del Movimiento Revolucionario en Francia, ni siquiera en los grandilocuentes discursos de Donoso o en su correspondencia privada? Sabido es que bastó a veces un título desafortunado para condenar al más riguroso ostracismo libros, como el de Condillac en materia de Economía, que contenían extraordinarios avances en la ciencia, no alcanzados, por culpa de su olvido, hasta muchísimo tiempo después… Parte de culpa tenemos nosotros, que no queremos tomarnos esa molestia, y que, quizá para justificar nuestro indolente abandono, decidimos navegar a favor de la corriente o, al contrario, nos refugiamos tras la autoridad profética de esos libros que no conocemos.
El profesor Carl Schmitt es, sin duda, uno de los mayores juristas que ha producido Alemania en los últimos tiempos en materia de Derecho político. Ha sometido a un análisis minucioso las doctrinas y las instituciones del Estado constitucional, que es la forma política del liberalismo burgués. Lo ha hecho con objetividad innegable y con depurada precisión científica. Y lo ha hecho mucho antes del advenimiento de Hitler al poder. No fue la suya una tarea de político, sino de jurista y de hombre de ciencia. En ella logró el acierto más soberano. Si en años posteriores, de infortunio personal para él y de no sobrada ventura para su patria, pudo decir Carl Schmitt que tenía como compañeros inseparables de su cautiverio a Juan Bodin y a Tomás Hobbes, no hay duda de que en esos mismos años y en toda su etapa primera de producción cultivó también la amistad de don Juan Donoso. Los trabajos que en este volumen, hoy traducido, presentó en 1950, aparecieron primeramente en 1922, en 1927, en 1929 y en 1940 en diversas publicaciones. Schmitt sentía como pocos la actualidad y la fuerza del pensamiento donosiano; él mismo la explica magistralmente en su introducción a los cuatro ensayos. Schmitt no fue a Donoso con la fría curiosidad del erudito: sentía la resonancia actual, viva y tremante, de un pensamiento que había levantado en vilo a Europa un siglo antes y que seguía conservando toda su validez, aunque sólo lograra hacerse oír en determinadas circunstancias, cuando el miedo imponía silencio a los eternos conversadores de la burguesía liberal.
Carl Schmitt ha sabido calar en las profundas razones del éxito, aparentemente esporádico, que tuvo Donoso Cortés en Europa. Ha sabido calar igualmente en las profundas razones que motivaron su olvido. Tanto de éstas como de aquéllas se deduce la vigencia actual de su doctrina.
Donoso Cortés era un gran conocedor del ambiente europeo de su tiempo. Carl Schmitt (todos se lo conceden) es un gran conocedor también de su propio ambiente y de su propio momento. Aunque la evolución haya sido muy rápida, la continuidad es clarísima. Donoso, desde su altura, pudo penetrarla. Carl Schmitt, desde la suya, ha podido reconocerla.
Donoso sentía en su fe religiosa un punto de apoyo inconmovible, en su precepción política una penetración certera, en su intuición histórica una capacidad genial de síntesis. Carl Schmitt lo ha visto y lo ha descubierto en su entera dimensión: una dimensión europea que hace de su obra patrimonio de la ciencia política del viejo continente y no sólo de España. Conviene a los españoles ver a Donoso Cortés en su interpretación europea; en la que ha hecho Carl Schmitt, en la que otros hagan y en la que hagamos nosotros mismos. Conviene que también nosotros (como hace Schmitt con una objetividad no exenta de gentileza) prescindamos en ocasiones de la pequeña discusión doméstica acerca de su filiación política y de su actitud que a veces cambiaba ante determinados problemas, no como hija de la veleidad, sino de un cálculo político honrado y decente. Conviene, en una palabra, que, dando al pensamiento de Donoso toda la amplitud espacial que tuvo, toda la magnitud problemática a que se aplicó, sepamos reconocerlo hoy en su vital proyección a través del tiempo. No nos importa tanto corroborar que Donoso tenía razón o dejaba de tenerla, como aprender, en sus discursos y en sus escritos, a conocer la sociedad de hoy, sus problemas y sus soluciones.
Por eso digo que no es ninguna maravilla el que un jurista como Carl Schmitt se ocupara todavía en 1950 de Donoso Cortés, después de haberlo hecho repetidamente desde muchos años antes. Pero sí es en todo caso un servicio que, pese a las discrepancias que pueda haber entre su interpretación y la nuestra, le habremos siempre de agradecer.
Los acontecimientos políticos tienen una influencia muy considerable sobre la valoración que se atribuye a los hombres. Esto es ciertamente verdad en el caso de Donoso. Y también lo es, sin duda, en el caso del propio Carl Schmitt.
La reaparición de su nombre tras unos años de silencio después de terminada la segunda guerra mundial y hundido el régimen nacionalsocialista, no ha podido pasar sin comentarios. Estos comentarios han sido de crítica, y de crítica muy dura. Se ha atacado a la persona de Carl Schmitt y se ha atacado a su doctrina. Se le achaca una gran responsabilidad en el advenimiento del régimen nazi, por su labor destructora de la ideología democrática y su fundamentación científica de la dictadura. Se le reconoce una cierta buena fe al admitir que de buena gana se hubiera separado del régimen de Hitler poco después de haberse establecido, cuando ya era tarde. Se le reconoce, pero no se le perdona. Su propio alegato non possum scribere in eum qui potest proscribere, para justificar la falta de una activa oposición por su parte contra el régimen, ha sido severamente juzgado.
En definitiva, se piensa, si Carl Schmitt se equivocó y ha de respetarse su genialidad aun en el error (pues «el camino del espíritu conduce también a través de errores, en los cuales el espíritu sigue siendo espíritu incluso en su error»), Carl Schmitt debiera retractarse. Y Carl Schmitt no se ha retractado. Por el contrario, se ha defendido con aquella brillantez tan rica de ideas y de estilo (geistreich), que es su característica y que no le niega ni el adversario más apasionado.
Es justo que no entremos en la interna polémica alemana sobre Carl Schmitt, como él tampoco quiso entrar en la discusión española sobre Donoso. Nos interesan sus ideas y no simplemente la oportunidad con que se expusieron. En fin de cuentas, si su crítica de la democracia pudo acelerar el triunfo de la dictadura, siendo esa crítica certera, la culpa corresponde más al mal diagnosticado que al diagnóstico del mal. Si él no supo encontrar mejor remedio que la dictadura, que una pura decisión salida de la nada, impuesta por quien tuviera voluntad de mandar, tampoco lo encontraron otros, y menos que nadie los que inventaron o apoyaron esa democracia. Su error sería el último y quizá el más visible, pero no el más grave, de una larga serie de errores en los que no tenía parte y que él desenmascaró luminosamente.
Cuando Carl Schmitt combate la concepción normativista del Estado de Derecho y eleva al plano científico su concepción del «orden concreto», no lleva a cabo un acto de sedición contra la ley en pro de la arbitrariedad o de la violencia; cambia sencillamente la abstracción por la realidad. Como ha dicho Álvaro d’Ors, la concepción del orden concreto viene a hacer posible una configuración verdaderamente histórica, no maleada por los apriorismos. Esta concepción hace posible el entendimiento de todas las formas políticas que en el mundo han sido, para las que el abstracto dogmatismo jurídico moderno era absolutamente ciego; y hace posible el entendimiento del moderno Estado, tal como es en realidad detrás de su cortina de conceptos y normas, como una de las muchas formas históricas del Estado en que unos individuos y unos grupos sociales imponen a los demás su voluntad de mandar.
Carl Schmitt se pone en el terreno de la realidad, que es tanto como decir en el terreno científico. Su idea de la decisión su idea de la soberanía como poder de decidir sobre el caso de excepción, son aportaciones a la ciencia jurídico-política, que no se pueden dejar de mano si se quiere que los conceptos correspondan a las realidades. Y éstos son conceptos jurídicos, no consignas de batallas en la lucha de partidos. Schmitt no pretende hacer del estado de excepción una situación permanente en la relación entre el poder y los súbditos; pero el estado de excepción, como caso límite, independientemente de que convenga o no convenga eliminarlo, explica de una vez para siempre la esencia de la soberanía.
De la misma manera, resulta escandaloso para algunos su terminante postulado de que la distinción fundamental en política es la distinción entre amigo y enemigo. Tampoco aquí pretende Schmitt convertir la política en un teatro de luchas y enemistades, destruyendo la pacífica legalidad democrática. Define sencillamente lo que hay dentro de esa legalidad, que por haber llevado al interior de cada país la lucha y la enemistad, ha convertido en política lo que no era política ni debía serlo. La primacía de la política interior sobre la política exterior (única política verdaderamente en pasados regímenes y en el sentir de la doctrina más rigurosa) es un fenómeno característico de la democracia. La misma existencia de la política interior como tal política es ya un invento democrático…
Carl Schmitt analiza, define y critica. Su análisis, su crítica y su definición son justas por lo que hace al objeto de su estudio; son destructores, y no dudo en afirmar que lo que con ellos ha destruido, bien destruido está. Mas no pueden ser por sí solos la base, ni para una reconstrucción del Estado, ni para una restauración de la ciencia política.
Bueno es saber que el orden normativo del Estado de Derecho es una pirotecnia filosófica y hasta «una interesante mitología matemática», y que este orden jurídico, por serlo, es en realidad un orden concreto. Bueno es saber que por encima de la pretendida soberanía de la norma jurídica hay en el Estado de Derecho una soberanía efectiva, que decide sobre la Norma y sobre el Estado. Bueno es que descubramos los hechos brutales que encubre una artística formulación de conceptos. Mas no podemos quedarnos en la brutalidad de los hechos, ni es suficiente avance el sustituir una decisión enmascarada por una decisión descarada. Si el «orden concreto», si la «decisión» soberana, se desligan de todo Derecho natural, no habremos adelantado un solo paso. En el tránsito de la democracia a la dictadura lo único que se gana es conocer por su nombre al opresor.
No creo, como Schmitt, que sea negado al investigador o al hombre de ciencia escoger un régimen político, ni que deba aceptar sin más el que se le impone, para quedar después inerme ante él, cuando ve que ese régimen deriva a la anormalidad y le exige además el silencio. Preferible es, sin duda, la dictadura a la anarquía y aun a veces a la permanente indecisión de la discusión parlamentaria, pues (siguiendo de nuevo a d’Ors en su nota de «Arbor» sobre Carl Schmitt en Compostela), lo más contrario al derecho no es la vis, sino la ambiguitas. Por eso Donoso Cortés defendió tan enérgicamente la dictadura en uno de sus famosos discursos. Mas no estaba en él, como juzga Schmitt, separada la dictadura de la legitimidad. Donoso defendía la dictadura ejercida por el poder legítimo, que era, según su concepción, el de la Monarquía constitucional, el cual podía suspender sus propias normas si el caso lo requería. Era soberano, podríamos decir con la técnica de Carl Schmitt, y le correspondía la decisión sobre el caso excepcional. Pero ni esta decisión pertenecía a cualquiera, ni era tan absoluta ni ilimitada que ante ella no se pudiera alzar la voz. Cuando el gobierno del general Narváez entró de lleno en la arbitrariedad, el propio Donoso, que lo había sostenido con un discurso, lo hundió con otro discurso. Ésta es la diferencia, teórica y práctica, entre la dictadura de Schmitt y la dictadura de Donoso.
Digo que la decisión no era absoluta, ni ilimitada; luego, ¿no era soberana? Realmente nunca entró en cabeza española, ni por tanto en la de Donoso, aquella idea de soberanía que acuñara Juan Bodin y que Carl Schmitt ha mantenido con más lógica y fidelidad que otros. El «decisionismo» de Donoso ha de ser muy diferente del de su genial comentador germano. No implica, como el de éste, «la reducción al puro elemento de la decisión, decisión absoluta, creada de la nada, que no razona, discute ni se justifica». Evidentemente, si fuera esto último, tendría razón Carl Schmitt al decir que esto es esencialmente dictadura, no legitimidad. Pero se trata de algo más.
Y que se trata de algo más sale de las mismas palabras de Schmitt en su acabadísimo ensayo sobre «el problema de la soberanía como problema de la forma jurídica y de la decisión». La fuerza jurídica de la decisión estriba más, según él, en la autoridad que la da, que en su propia fundación normativa. Para Schmitt el problema del precepto jurídico, en cuanto norma decisoria, no es un problema de contenido, sino de competencia. «Si no hubiese una instancia suprema, estaría al alcance de cualquiera invocar un contenido justo». Y «la instancia suprema no se deriva de la norma decisoria». Frente al formalismo normativista alza Schmitt la competencia de la autoridad concreta. «En la realidad de la vida jurídica importa quién decide». Esto es, sencillamente, un problema de legitimidad… Aparte de que también «la razón del contenido» tiene su importancia…
No basta el invocar un contenido justo de la decisión para hacer que cualquiera se convierta en la instancia suprema. Menos podrá bastar la pura decisión en sí misma. Schmitt afirma, apoyándose en De Maistre, que importa más el que se decida que el cómo se decide. Pero importa sobre todo quién decide. Y esto es esencialmente legitimidad, no dictadura.
ANGEL LÓPEZ-AMO.

Introducción

 

Tres rudos golpes han herido la raíz de Europa: la guerra civil europea de 1848, el desenlace de la primera contienda mundial, de 1918, y la actual guerra civil universal, que abarca todo el planeta. Cada uno de estos acontecimientos de alcance histórico mundial ha conducido a que de repente se hablase en toda Europa de Donoso Cortés. Una y otra vez su nombre resuena entre los ecos de la catástrofe; pero siempre sólo por un instante, en los momentos de pánico del peligro, cuando el sigilo se rompía y se revelaba el sentido del misterio. En cuanto había pasado ese instante, con el pánico momentáneo se desvanecía también aquel nombre. Tan pronto como quedaba restablecida la acostumbrada normalidad, resultaba fácil demostrar que, en rigor, Donoso Cortés no fue sino un típico liberal-conservador del siglo XIX, que a menudo cambiaba de opinión.
Pero Donoso es mucho más que eso. Su actualidad europea estriba en que asestó el golpe de muerte a la filosofía progresista de la Historia con la fuerza emanada de una vigorosa imagen propia de la Historia. Sólo en apariencia, Donoso es un hombre de principios reaccionarios y de una retórica que discurre entre generalidades. En realidad, todo lo que dice en sus grandes momentos es una apelación a la Historia: «a la Historia apelo». Nada le fascina más que el arcano de la historia de pueblos e imperios, civilizaciones y continentes. Su asombro ante ese misterio es insaciable y más fuerte que todo doctrinarismo y toda retórica. Incluso los grandes pronósticos que hicieron célebre a Donoso no son sino extremas y lógicas intensificaciones de este asombro ante el enigma de la Historia. Pero, a la vez, son otros tantos testimonios de las inauditas posibilidades de una visión cristiana de la Historia si esta visión, en lucha con otras interpretaciones, supera la mera «filosofía» de la Historia. Donoso produce escasa impresión cuando se adentra en los ámbitos de la filosofía moral o de la teología. Pero resulta arrebatador y grandioso cuando se abre paso hacia la visión histórica, describiendo épocas, civilizaciones, pueblos e imperios. Entonces impresiona, en sus pasajes más intensos, incluso más fuertemente que Bossuet. Ello se explica por una tensión específicamente dialéctica. Bossuet es todavía «teólogo» de la Historia. Donoso, en cambio, ha pasado por la «filosofía» propiamente dicha de la Historia, que comienza con la Ilustración en el siglo XVIII. Durante el período liberal de su juventud se había apropiado también la construcción filosófico-histórica de progreso, inteligencia y libertad, inherente al liberalismo. Al superar en sí esta construcción filosófico-histórica, comunicó a su propia imagen cristiana de la Historia una inesperada tensión. Sólo en este hecho cabe buscar la clave de su actualidad incomparable.
Hasta 1848, Donoso se movió por entero entre las situaciones de una guerra civil intestina de España, sobre la cual proyectaban, ciertamente, sus sombras antagonismos de política exterior, sobre todo entre Francia, Inglaterra y las potencias nórdicas. Sólo el terror del 48 le reveló que la guerra civil española por fuerza tenía que convertirse en una cuestión europea, y, finalmente, de todo el planeta, y que acabaría en guerra civil mundial. Esta intuición hizo que el solitario personaje se encontrara en un aislamiento cada vez más profundo. Se convirtió en figura de Casandra. Pero esta suerte cupo a muchos europeos del siglo XIX, sin que por ello fuesen profetas apocalípticos. El propio Goethe escribía pocos años después de la revolución francesa —en 1794— textualmente: «Por desgracia en la mayoría de los casos hay que enmudecer, para no ser tenido por loco, como Casandra, cuando uno dice lo que se avecina». Ni siquiera un sociólogo tan conscientemente científico como Max Weber, que formuló pronósticos sorprendentes, pudo escapar a ese destino. Ni la teoría del conocimiento ni la metodología pudieron evitarle el papel de Casandra.
A pesar de sus asombrosos pronósticos y de su grandiosa oratoria, yo no considero a Donoso como profeta; al menos, no más que cualquier místico y teólogo de la historia, e incluso cualquier eminente filósofo historiador pueden, de uno u otro modo, calificarse de profetas. Tampoco le tengo por mero visionario ni sibilino. En ningún momento le abandonó la clara apreciación de las realidades políticas del día. Nunca dejó de ser un certero diagnosticador, y sus predicciones son producto de un conocimiento perfectamente racional de la situación.
¿Cuál es, pues, la razón del odio terrible, a menudo diabólico, que se dirige contra ese hombre bondadoso y delicado, un odio del que encontraremos numerosas muestras en lo que sigue? No se trata de la hostilidad normal, propia de la lucha política. Ese odio guarda relación precisamente con la racionalidad de la idiosincrasia donosiana y tiene evidentemente motivos más profundos, metafísicos. Sin duda habría sido más conforme al gusto de la época el que las trágicas afirmaciones que ese español se consideraba obligado a proclamar hubiesen venido de labios de un romántico o de un primitivo. Sus enemigos habrían preferido que sus propias pretensiones de poseer el monopolio de la inteligencia no hubiesen sido desafiadas por un político de sangre fría. A pesar de su retórica arrebatadora, se advierte la seguridad racional de un espíritu que basa su visión de la historia en observaciones certeras y no se deja engañar en cuanto a la realidad política.
En un único aspecto, Donoso nos recuerda, sin embargo, a la sibila: en que, a pesar de haberse rechazado sus predicciones una y otra vez, el valor de las mismas, inesperadamente, ha ido aumentando de modo continuo. Acude a nuestra memoria la vieja leyenda de la sibila que se presentó ante el rey romano, ofreciéndole a elevado precio el libro de sus augurios. El rey rechazó la oferta, calificándola de fantástica. Entonces la sibila quemó la mitad de las hojas y exigió por el resto el mismo elevado precio que pidiera por el libro entero. Volvió a repetirse la escena, y sólo a la tercera vez el rey comenzó a presentir lo extraordinario y se declaró dispuesto a pagar el precio para salvar siquiera lo que quedaba del singular mensaje.
Del mismo modo, Donoso se halla situado ante nuestro tiempo. Con cada intensificación del acontecer histórico universal —desde 1848 y 1918 hasta la guerra civil actual que envuelve a todo el planeta— su importancia ha ido creciendo al mismo ritmo, del modo que, con el peligro, aumentan también las posibilidades de salvación. Hacerlo comprender así es el propósito de este trabajo nuestro. ¡Ojalá contribuya a que ahora, en la tercera encrucijada, el nombre de Donoso no vuelva a perderse de nuevo en el vacío y a que su discurso despliegue todo su vigor!