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Teoría del Guerrillero

Observaciones al concepto de lo político

Carl Schmitt

Teoría del Guerrillero - Observaciones al concepto de lo político - Carl Schmitt

176 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2015
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 220 pesos
 Precio internacional: 14 euros

 

 

 

 

 

 

El origen de esta "Teoría del guerrillero. Observaciones al concepto político" se encuentra en dos conferencias pronunciadas por Carl Schmitt en Pamplona en la primavera de 1962, invitado por el Estudio General de Navarra, y en la Universidad de Zaragoza, el 17 de marzo en un ciclo de conferencias organizado por la Cátedra Palafox en el Tercer curso sobre defensa nacional.
Schmitt analiza con verdadera maestría la figura del guerrillero, o partisano, que tiene su origen en la guerrilla española que puso en jaque al ejército regular de Napoleón y da lugar a una nueva teoría de la guerra y la política. Pasando de las teorías de Clausewitz al revolucionario de profesión, de Lenin a la "nación en armas" de Mao, hasta llegar al terrorismo en la Argelia francesa.
Uniendo el rigor del jurista con la penetración del filósofo, Schmitt precisa los caracteres distintivos del combatiente irregular, recontruyendo la evolución de su figura y brinda una revisión imprescindible para comprender el fenómeno de las guerrillas revolucionarias tanto como las cuestiones de fondo involucradas en la problemática del terrorismo actual.
Con este tipo de combatiente, los conflictos bélicos dejan de ser un "duelo de caballeros" que distingue entre civiles y militares, entre combatientes y criminales, y sobre todo entre guerra y paz.
El guerrillero, por el contrario, es el combatiente que criminaliza a su adversario y se propone exterminarlo por todos los medios, sin importar lo que haya que hacer para dañarlo y sin atenerse a derecho o a moral. Porta el odio al enemigo, su criminalización hasta eliminar el rango de persona, es absoluto.
El partisano cobra así, en el análisis de Schmitt, el rango de un protagonista clave de la historia universal, para acabar convirtiéndose, con la absolutización del partido y la criminalización del adversario de guerra, en portador de una «enemistad absoluta».

La presente edición ha ido enriquecida con numerosos anexos que el autor escribiera sobre la misma temática.

 

ÍNDICE

Prólogo 7
Introducción 9
Una mirada al punto de partida 1808/1813 9
El horizonte de nuestra consideración 16
La palabra y el concepto de Guerrillero 20
Una mirada a la situación jurídica internacional 29
Desarrollo de la Teoría 42
La conflictiva relación prusiana con la guerrilla 42
El guerrillero como ideal prusiano de 1813 y el giro hacia la teoría 50
De Clausewitz a Lenin 60
De Lenin a Mao Tse-tung 66
De Mao Tse-tung a Raoul Salan 74
Aspectos y conceptos del último estadio 81
El aspecto del espacio 81
Destrucción de estructuras sociales 86
La relación internacional 88
El aspecto tecnológico 90
Legalidad y legitimidad 96
El verdadero enemigo 100
Del enemigo verdadero al enemigo absoluto 105

Apéndice: Teorías modernas sobre el partisano 112
Partisanismo desde la guerrilla española hasta hoy 114
Excurso: Prusia-Alemania: una potencia militar sin relación con el partisanismo 120
De Clausewitz a Lenin 124
Mao Tse Tung 130
Transformación del partisanismo desde la guerrilla española hasta hoy 135
Diálogo sobre el partisano: Carl Schmitt y Joachim Schickel 140
Primer criterio: irregularidad 144
Segundo criterio: movilidad 150
Tercer criterio: compromiso político 156
Cuarto criterio: el carácter telúrico 169
Apéndice del compilador 174

Prólogo

El presente tratado de la Teoría del Guerrillero 1 surgió de dos disertaciones que pronuncié a principios de 1962, esto es: el 15 de Marzo en Pamplona, por invitación del Estudio General de Navarra, y el 17 de Marzo, en la Universidad de Zaragoza, dentro del marco de los eventos de la Cátedra Palafox, por invitación de su Director, el Profesor Luis García Arias. La disertación apareció impresa en las publicaciones de la Cátedra a fines de 1962.
El subtítulo de Observaciones al Concepto de lo Político se explica por el momento concreto de la publicación. La editorial está actualmente volviendo a poner a disposición el texto de mi escrito del año 1932. En las últimas décadas han surgido muchos corolarios al tema. El presente tratado no es uno de estos corolarios, sino un trabajo independiente, aunque esquemático, cuyo tema inevitablemente desemboca en el problema de la diferenciación del amigo y del enemigo. De este modo quisiera, pues, ofrecer este desarrollo de mis disertaciones de principios de 1962 bajo la modesta forma de una observación al paso y de esta manera ponerlo al alcance de todos aquellos que han seguido hasta aquí las difíciles discusiones acerca del concepto de lo político.
Febrero de 1963
Carl Schmitt

notas:

1 Nota del Traductor: El título de la presente obra de Carl Schmitt en alemán es “Theorie des Partisanen” con lo que, estrictamente hablando, la traducción debería ser: “Teoría del Partisano”.
No obstante, en nuestro medio la palabra “partisano” tiene cierta connotación que la relaciona demasiado estrechamente con los episodios de la Segunda Guerra Mundial (p.ej. los partisanos italianos) y con algunos otros hechos históricos puntuales. En contrapartida, a nadie se le ocurriría denominar, pongamos por caso, al Ché Guevara como “partisano”. En su caso y en el de la enorme mayoría de las figuras contemporáneas, la palabra “guerrillero” es la primera que viene a la mente.
En esta traducción, pues, se ha empleado el término “guerrillero” como equivalente y sinónimo exacto de “partisano”, aún cuando en algunos pasajes se ha respetado este último término en aras de una mayor claridad. Rogamos al lector no acostumbrado a las expresiones de nuestro medio a tener presente este hecho.

INTRODUCCIÓN

 

Una mirada al punto de partida 1808/1813

El punto de partida para las reflexiones sobre el problema del partisano es la guerra de guerrillas que el pueblo español llevó a cabo en los años 1808 hasta 1813 contra el ejército de un conquistador extranjero. En esta guerra, por primera vez un pueblo – un pueblo preburgués, preindustrial, preconvencional – chocó contra un ejército moderno, regular, bien organizado, que venía de las experiencias de la Revolución Francesa. Con ello se abrieron nuevos espacios bélicos, se desarrollaron nuevos conceptos de la conducción de la guerra y surgió una nueva doctrina de la guerra y la política.
El guerrillero lucha de modo irregular. Pero la diferencia entre la lucha regular y la irregular depende de la precisión de lo regular y halla su contraposición concreta – y con ello también su concepto – recién en las formas de organización modernas que surgen de las guerras de la Revolución Francesa. En todas las épocas de la humanidad, con su multiplicidad de guerras y de luchas, han existido reglas de guerra y de lucha, y a consecuencia de ello, también se produjo la violación y el desprecio de estas reglas. En especial durante todas las épocas de disolución, como por ejemplo durante la Guerra de los Treinta Años sobre suelo alemán (1618-48) y todas las guerras coloniales de la Historia Universal, han surgido en forma reiterada fenómenos que se pueden designar como guerrilleros.  Sólo hay que tener presente que, para una teoría del guerrillero en general, la fuerza y el significado de su irregularidad se hallan determinados por la fuerza y el significado del regular que lo cuestiona. Justamente esta regularidad del Estado y del ejército recibe, tanto en el Estado francés como en el ejército francés, una nueva y exacta precisión a través de Napoleón. Las innumerables guerras contra los indios libradas por los conquistadores blancos del Siglo XVII hasta el XIX, pero también los métodos de los Riflemen durante la Guerra de Independencia norteamericana contra el ejército regular inglés (1774-83) y la guerra civil en la Vendée entre chouanes y jacobinos (1793-96) pertenecen en su totalidad al estadio pre-napoleónico. El nuevo arte de la guerra de los ejércitos regulares napoleónicos había surgido de la nueva, revolucionaria, forma de lucha. A un oficial prusiano de aquél entonces toda la campaña de Napoleón contra Prusia en 1806 le pareció tan sólo un “partidismo en gran escala”.
El guerrillero de la guerra de guerrillas española de 1808 fue el primero en atreverse a luchar de modo irregular contra el primer ejército regular moderno. En el otoño de 1808 Napoleón había derrotado al ejército regular español; la auténtica guerra de guerrilas española comenzó recién después de esta derrota del ejército regular. Todavía no existe una Historia completa y documentada de la guerra de guerrillas española. Como dice Fernando Solano Costa (en su ensayo Los Guerrilleros, citado en la nota), esta Historia es necesaria, aunque también muy difícil, porque la totalidad de la guerra de guerrillas española se compuso de aproximadamente 200 pequeñas guerras regionales en Asturias, Aragón, Cataluña, Navarra, Castilla, etc. bajo la conducción de numerosos combatientes cuyos nombres se hallan envueltos en muchos mitos y leyendas, entre ellos Juan Martínez Diez, el Empecinado, que se convirtió en el terror de los franceses y que tornó insegura la ruta de Madrid a Zaragoza. Esta guerra de guerrillas fue librada por ambas partes con una crueldad espantosa y no es ningún milagro que se haya impreso más material contemporáneo producido por los escritores de libros y memorias afrancesados que por los guerrilleros. Sea como fuere que se relacionen aquí el mito y la leyenda por un lado con la historia documentada por el otro, las líneas de nuestro punto de partida, en todo caso, están claras. De acuerdo con Clausewitz, frecuentemente la mitad del total de la fuerza militar francesa estuvo estacionada en España y, de ella la mitad, es decir: de 250.000 a 260.000 hombres, se encontró comprometida por los guerrilleros cuyo número Gomez de Arteche estima en 50.000 y otros en cantidades mucho menores.
Ante todo, la situación del guerrillero español de 1808 se caracterizó  por el hecho de que arriesgó una lucha sobre el terreno de su patria chica, mientras su rey y la familia de éste aún no sabían exactamente quién era el verdadero enemigo. En este sentido, la conducción superior en España no se comportó de una manera diferente que en Alemania. Aparte de ello, también caracteriza la situación española el que los estratos cultos de la nobleza, del clero y de la burguesía fuesen mayormente afrancesados, es decir: simpatizaban con el conquistador extranjero. También en este sentido existen paralelismos con Alemania, dónde el gran poeta alemán Goethe componía poesías en honor a Napoleón y el estrato culto alemán jamás logró tener en claro dónde pertenecía realmente. En España el Guerrilero – un pobre diablo, un primer caso típico de carne de cañón irregular en las controversias políticas mundiales – se atrevió a librar una guerra sin esperanzas. Todo esto es parte de la Obertura a una teoría del guerrillero.
Una chispa saltó en aquél entonces desde España hacia el Norte. No produjo allí el mismo incendio que le otorgó a la guerra de guerrillas española su importancia en la Historia Universal. Pero causó un efecto cuyas consecuencias hoy, en la segunda mitad del Siglo XX, cambian el rostro del mundo y de su humanidad. Produjo una teoría de la guerra y de la enemistad que, consecuentemente, desemboca en la Teoría del Guerrillero.
Por de pronto, en el año 1809, durante la corta guerra que el Imperio Austríaco libró contra Napoleón, se hizo un intento planificado de imitar el ejemplo español. El gobierno austríaco de Viena, con la ayuda de famosos publicistas, entre ellos Friedrich Gentz y Friedrich Schlegel, escenificó una propaganda nacional contra Napoleón. Se difundieron escritos españoles en idioma alemán. Heinrich von Kleist tomó rápidamente la idea y, luego de esta guerra austríaca de 1809, continuó la propaganda antifrancesa desde Berlín. En aquellos años hasta su fallecimiento en Noviembre de 1811, Kleist se convirtió en el auténtico poeta de la resistencia nacional frente al conquistador extranjero. Su drama “Die Hermannsschlacht” es la mayor epopeya poética guerrillera de todos los tiempos. También escribió su poema “An Palafox” en el cual coloca en un plano de igualdad al defensor de Zaragoza con Leónidas, Arminio y Guillermo Tell. Que los reformadores en el Estado Mayor prusiano, sobre todo Gneissenau y Scharnhorst, estaban profundamente impresionados e influenciados por el ejemplo español, es algo conocido y lo desarrollaremos con mayor amplitud más adelante. En el mundo de las ideas de los oficiales prusianos de Estado Mayor de 1808-1813 se encuentran también los orígenes del libro De la Guerra, por medio del cual el nombre de Clausewitz ha conseguido obtener una resonancia casi mítica. Su fórmula de la guerra como continuación de la política contiene ya in nuce una Teoría del Guerrillero cuya lógica fue llevada hasta las últimas consecuencias por Lenin y por Mao Tse-tung como explicaremos luego.
A una verdadera guerra de guerrillas popular, que debiera ser mencionada en relación con nuestra cuestión del guerrillero, se llegó solamente en el Tirol, dónde actuaron Andreas Hofer, Speckbacher y el monje capuchino Haspinger. Los tiroleses se convirtieron en una poderosa antorcha, según la expresión de Clausewitz. Por lo demás, este episodio del año 1809 terminó pronto. Tampoco en el resto de Alemania se llegó a una guerra de guerrillas contra los franceses. El fuerte impulso nacional, que emergió en sublevaciones y unidades de combate errantes, desembocó muy rápida e íntegramente en los carriles de la guerra regular. Los combates de la primavera y del verano de 1813 tuvieron lugar sobre el campo de batalla y la suerte se decidió en una batalla a campo abierto, en Octubre de 1813, cerca de Leipzig.
El Congreso de Viena de 1814/15, en el marco de una restauración general, restableció también los conceptos del Derecho de Guerra europeo. Ésa fue una de las más sorprendentes restauraciones de la Historia Universal. Consiguió tener el enorme éxito de lograr que, todavía durante la Primera Guerra Mundial de 1914/1918, este Derecho, que norma la limitación de la guerra continental por tierra, dominase todavía la praxis europea de la conducción militar terrestre. Aún hoy a este Derecho se lo llama clásico y realmente merece este nombre. Porque reconoce claras diferenciaciones; sobre todo aquellas entre guerra y paz, combatientes y no-combatientes, enemigo y delincuente. Dentro de ese marco, la guerra es librada por un Estado contra otro Estado bajo la forma de una guerra de ejércitos estatales regulares; entre soberanos portadores de un jus belli que se respetan como enemigos aún durante el conflicto armado y no se discriminan mutuamente como delincuentes, de modo tal que un acuerdo de paz sigue siendo posible y hasta se convierte en el fin normal, sobreentendido, de la guerra. Frente a una regularidad clásica de esta índole – mientras tuvo vigencia real – el guerrillero sólo podía ser un fenómeno marginal; tal como de hecho lo fue todavía durante la totalidad de la Primera Guerra Mundial (1914-18).

 

El horizonte de nuestra consideración

Si ocasionalmente hablo aquí de la teoría moderna sobre el guerrillero, a los efectos de clarificar el tema debo subrayar que, en realidad, no tenemos aquí una teoría antigua del guerrillero que se contraponga a otra moderna. En el Derecho de Guerra clásico del Derecho Internacional europeo tradicional, el guerrillero, entendido en un sentido moderno, en realidad no tiene lugar. Es, o bien una especie de tropa ligera, especialmente móvil pero regular – como el la guerra de gabinetes del siglo XVIII – o bien constituye un delincuente especialmete abominable ubicándose sencillamente fuera del Derecho, es decir: hors la loi, fuera de la ley. Y esto no podía ser de otro modo mientras se mantuvo algo de esa concepción de la guerra que la concebía como un duelo, con armas y caballerosidad ostensibles.
En todo caso, con la introducción del servicio militar obligatorio, todas las guerras se hicieron conceptualmente guerras entre pueblos y, en ellas, se llega pronto a situaciones que son de difícil y frecuentemente hasta de imposible solución para el Derecho de Guerra clásico; como por ejemplo la leva en masa más o menos improvisada, o los “cuerpos francos” (Freikorps) y los francotiradores.  De ellos volveremos a hablar. Pero básicamente, de todos modos, la guerra permanece siendo acotada, y el guerrillero se encuentra fuera de esta limitación. Incluso su esencia y su existencia consisten en que se halla por fuera de todo acotamiento. El guerrillero moderno no espera ni justicia ni clemencia por parte del enemigo. Se ha apartado de la enemistad convencional de la guerra mitigada y acotada, ingresando en el ámbito de otra enemistad, la verdadera enemistad, que se intensifica mediante el terror y el contra-terror hasta el aniquilamiento.
Hay dos especies de guerra que resultan especialmente importantes en relación con la guerrilla y hasta emparentadas con la misma en cierto sentido: la guerra civil y la guerra colonial. En la guerrilla contemporánea esta relación es directamente específica. El Derecho Internacional europeo clásico marginó estas peligrosas formas de guerra y de enemistad. La guerra del jus publicum europaeum fue una guerra entre Estados; una guerra librada por un ejército estatal regular contra otro ejército estatal regular. La guerra civil manifiesta, cuando no condujo al reconocimiento de los insurrectos como partido beligerante, fue considerada como una insurrección armada a la que se aplastaba mediante el estado de sitio, la policía y tropas del ejército regular. La guerra colonial no perdió de vista a la ciencia miltar de naciones europeas como Inglaterra, Francia y España. Pero todo ello no cuestionó a la guerra estatal regular como modelo clásico.
Aquí, Rusia debe ser mencionada en forma especial. Durante todo el Siglo XIX, el ejército ruso libró muchas guerras contra pueblos montañeses asiáticos y nunca se limitó a la guerra regular entre ejércitos tan exclusivamente como lo hizo el ejército prusiano-alemán. Aparte de ello, la Historia rusa incluye la lucha guerrillera autóctona contra el ejército napoleónico. Durante el verano de 1812, guerrilleros rusos, bajo mando militar, hostigaron y acosaron al ejército francés en su marcha hacia Moscú. Durante el otoño y el invierno del mismo año, los campesinos rusos mataron a los franceses que huían padeciendo el hambre y el frío. Todo ello no duró mucho más de medio año. Bastó sin embargo para convertirse en un proceso histórico de gran trascendencia; obviamente esta trascendecia correspondió más al mito político y a sus diferentes interpretaciones que a un efecto paradigmático sobre la teoría científica militar. Debemos mencionar aquí por lo menos dos interpretaciones diferentes, y hasta contrapuestas, de esta guerra de guerrillas rusa de 1812:  la una, anarquista, fundamentada por Bakunin y Kropotkin y que se hiciera mundialmente famosa a través de los relatos contenidos en la novela La Guerra y la Paz de Tolstoi; y la evaluación bolchevique contenida en la táctica y estrategia de la guerra revolucionaria de Stalin.
Tolstoi no fue un anarquista de la clase de Bakunin o Kropotkin, pero su efecto literario fue tanto mayor. Su epopeya, La Guerra y la Paz, posee más fuerza engendradora de mitos que cualquier doctrina política y que cualquier Historia documentada. Tolstoi eleva al guerrillero ruso del año 1812 a la categoría de portador de las fuerzas elementales de la tierra rusa que se sacude de encima al famoso emperador Napoleón con todo su brillante ejército como si fuese un insecto molesto. En Tostoi, el campesino ruso ignorante y analfabeto, el mujic, no sólo es más fuerte sino también más inteligente que todos los estrategas y tácticos; sobre todo más inteligente que el mismísimo gran general Napoleón que se convierte en una marioneta en las manos del acontecer histórico. Durante la Segunda Guerra Mundial, Stalin retomó este mito de la guerrilla nacional telúricamente arraigada para usarlo contra Alemania y lo puso, muy concretamente, al servicio de su política internacional comunista. Y esto implica un estadio esencialmente nuevo de la guerrilla a cuyo comienzo está el nombre de Mao Tse-tung.
Hace treinta años que, en grandes áreas del planeta, se libran duras guerras de guerrilas. Comenzaron ya en 1927, antes de la Segunda Guerra Mundial, en China y otros países asiáticos que más tarde se defendieron de la invasión japonesa de 1932 a 1945. Durante la Segunda Guerra Mundial, Rusia, Polonia, los Balcanes, Francia, Albania, Grecia y otras regiones fueron teatro de esta clase de guerras. Después de la Segunda Guerra Mundial la guerra de guerrillas continuó en Indochina, dónde, en forma especialmente eficaz, la organizaron contra del ejército colonial francés el líder comunista vietnamita Ho Chi-Minh y el vencedor de Dien Bien Phu, el general Vo Nguyen Giap. Más allá de ello, continuó también en Malasia, en Filipinas y Argelia, en Chipre bajo el coronel Griwas, y en Cuba bajo Fidel Castro y el Ché Guevara. Actualmente – en 1962 – los países de Indochina, Laos y Vietnam, constituyen el teatro de una guerra de guerrillas que desarrolla todos los días nuevos métodos para dominar y sorprender al enemigo. La tecnología moderna ofrece constantemente, tanto a los guerrilleros como a la tropa regular que los combate, armas y medios de exterminio más eficaces, medios de transporte y métodos de transmisión de datos e información cada vez más perfeccionados. En el círculo satánico del terror y del contra-terror, la lucha contra la guerrilla con frecuencia es tan sólo un reflejo de la lucha guerrillera misma y constantemente se demuestra lo acertado del antiguo dicho que, por lo general, se cita como una orden dada por Napoleón el 12 de Septiembre de 1813 al General Lefèvre: a los partisanos hay que combatirlos como partisano; il faut opérer en partisan partout où il y a des partisans.
Sobre algunas cuestiones especiales relativas a la regulación jurídica en el marco del Derecho Internacional volveremos más adelante. Lo básico se entiende por si mismo; la aplicación a las situaciones concretas presentadas por una rápida evolución se halla en debate. Tenemos también en estos últimos años un impresionante documento sobre la voluntad de resistencia total; y referido no solamente a la voluntad en si misma sino también a las instrucciones detalladas, necesarias para la ejecución concreta de dicha resistencia. Se trata de la Instrucción de guerra limitada para todos (Kleinkriegsanleitung für jedermann) publicada por la asociación de suboficiales suizos bajo el título de La Resistencia Total (Der totale Widerstand) y redactada por el capitán H. von Dach (2ª Edición, Biel,1958). A lo largo de más de 180 páginas la obra ofrece instrucciones para la resistencia pasiva y activa frente a una invasión extranjera, con precisas indicaciones en cuanto a sabotaje, clandestinidad, ocultamiento de las armas, organización de los operativos, contraespionaje, etc. Las experiencias de las últimas décadas están cuidadosamente evaluadas. Esta moderna instrucción sobre la guerra, dirigida a cualquier ciudadano, comienza con la indicación que su “resistencia hasta las últimas onsecuencias” debe respetar las leyes y las costumbres de la guerra terrestre y los cuatro acuerdos de Ginebra de 1949. Eso se sobreentiende. Tampoco es difícil de calcular cómo reaccionaría un ejército normal, regular, mientras no se sintiese vencido, ante la propuesta de ejecutar en forma práctica algunas de las instrucciones de ese documento (p.ej. la de pág. 43: eliminación silenciosa de centinelas mediante el hacha).

 

La palabra y el concepto de Guerrillero

El corto resumen de algunos acontecimientos y nombres conocidos, con el que intentamos la primera descripción del horizonte de nuestro estudio, ya permite percibir la inmensa abundancia del material y de la problemática. Es aconsejable, por lo tanto, precisar algunas características y criterios a fin de que la exposición no se vuelva abstracta e indefinida. A una primera característica ya la hemos mencionado justo al principio de nuestra exposición, cuando partimos del hecho que el guerrillero es un combatiente irregular. El carácter regular se manifiesta en el uniforme del soldado, que es más que una vestimenta profesional puesto que demuestra un dominio de lo público, siendo que, con el uniforme, también se porta el arma exhibiéndola de un modo abierto y ostensible. El soldado enemigo uniformado es el verdadero blanco para el disparo del guerrillero moderno.
Como otra característica adicional se nos impone hoy el intenso compromiso político que distingue al guerrillero de otros combatientes. No hay que perder de vista este carácter intensamente político del guerrillero aunque más no sea porque hay que diferenciarlo del delincuente y del criminal violento común cuyos motivos están orientados a un enriquecimiento privado. Este criterio conceptual del carácter político tiene (exactamente invertida) la misma estructura que el aplicable al pirata del Derecho Marítimo, cuyo concepto se relaciona con el carácter apolítico de una inconducta orientada al robo y al lucro privado. El pirata tiene, como dicen los juristas, el animus furandi. El guerrillero combate en un frente político y es precisamente el carácter político de su accionar el que otorga nuevamente validez al sentido original de la palabra “partisano”. Es que la palabra proviene de partido e indica el vínculo con un partido o grupo que de alguna forma se encuentra combatiendo, haciendo la guerra o actuando en forma política. Esta clase de vínculo partidario se vuelve especialmente fuerte en épocas revolucionarias.
En la guerra revolucionaria, la pertenencia a un partido revolucionario implica nada menos que la integración total. Otros grupos y asociaciones, especialmente también el Estado actual, ya no pueden integrar a sus miembros y participantes de una forma tan total como lo hace un partido revolucionario combatiente con sus combatientes activos. En la amplia discusión sobre el llamado Estado total todavía no se ha llegado a tomar conciencia de que, hoy en día, no es el Estado como tal sino el Partido revolucionario el que constituye la verdadera – y básicamente la única – organización totalitaria. Desde un punto de vista organizacional, en el sentido del rígido funcionamiento del mando y la obediencia, incluso debería decirse que cierta organización revolucionaria es superior en este aspecto a la de algunas tropas regulares y que tiene que producirse cierta confusión en el Derecho Internacional cuando la organización como tal se convierte en el criterio para establecer lo regular, como ha sucedido en la Convención de Ginebra del 12 de Agosto de 1949. (Cf. más adelante).
En alemán “Partisan” significa “partidario” (Parteigänger); alguien que marcha con un partido; y el significado concreto de esto ha sido muy diferente en distintas épocas, tanto en lo referente al partido o frente con el cual alguien marcha, como en lo que hace a su participación en la marcha, en la militancia, en la lucha y eventualmente incluso en la prisión conjunta. Existen partidos que hacen la guerra, pero también hay partidos en el proceso jurídico, partidos de la democracia parlamentaria, partidos de opinión y de acción, etc. En los idiomas románicos la palabra puede ser empleada de modo sustantivado o adjetivado: en francés se habla incluso del partisan de alguna opinión; en síntesis: una denominación genérica de múltiples significados de pronto se convierte en una palabra altamente política. Los paralelos lingüísticos con una palabra générica como status, que de pronto puede significar Estado, se hacen evidentes. En épocas de disgregación, como en el Siglo XVII por la época de la Guerra de los Treinta Años, el soldado irregular termina en la cercanía de bandoleros y merodeadores. Hace la guerra por cuenta propia y se convierte en un personaje de novela picaresca, como el pícaro español de Estebanillo Gonzales quien tuvo que ver con la batalla de Nördlingen (1635) y que relata esa batalla con el estilo del soldado Schwejk; o como se lo puede releer en el Simplizius Simplizissimus de Grimmeishausen y observar en los aguafuertes y carbonillas de Jacques Callot. En el Siglo XVIII, el “partidario” perteneció a los panduros, a los húsares, y a otras clases de tropas ligeras que libraban la llamada “pequeña guerra” como tropas móviles dedicadas al “combate individual”, en contraposición a la “gran guerra”, más lenta, de las tropas de línea. Aquí, la distinción entre regular e irregular está pensada de una forma puramente militar y de ninguna manera equivalente a lo legal e ilegal, entendidos en el sentido jurídico del Derecho Internacional y del Derecho Constitucional. En el guerrillero actual la mayoría de las veces se borran y se superponen los dos pares de contraposiciones de regular-irregular y legal-ilegal.
Agilidad, rapidez, sorprendente cambio de ataque y retirada; en una palabra: elevada movilidad, son aún hoy una característica del guerrillero y dicha característica aumenta todavía más por medio de la tecnología y la motorización. Sólo que la guerra revolucionaria disuelve a los dos pares de contraposiciones y surgen innumerables formaciones y grupos semi- y para-regulares. El guerrillero que combate con las armas siempre queda dependiendo de la colaboración con alguna organización regular. Precisamente el colaborador de Fidel Castro en Cuba, Ernesto Che Guevara, enfatiza esto de forma muy especial. Consecuentemente, ya la colabroración entre regulares e irregulares produce algunas escalas intermedias, incluso en los casos en los que un gobierno, de ningún modo revolucionario, convoca a la defensa del territorio nacional contra un conquistador extranjero. En estos casos, la guerra masiva y la guerra limitada se entremezclan. Ya desde el Siglo XVI se encuentra en los Reglamentos para esta clase de misiones, la denominación de “partisano”. Veremos todavía dos importantes ejemplos de una reglamentación formal de guerra nacional (Volkskrieg) y guerra local (Landsturm) que intentaron reglamentar la guerra de guerrillas. Por el otro lado, también el conquistador emite reglamentaciones para el combate contra guerrilleros enemigos. Todas estas normativas se encuentran ante el difícil problema de una regulación de lo irregular hecha conforme al Derecho Internacional – es decir: válida para ambos bandos – con miras a, por un lado, el reconocimiento del guerrillero como combatiente y su tratamiento como prisionero de guerra y, por el otro lado, al respeto de los derechos de la fuerza de ocupación militar. Ya hemos indicado que en esto surgen algunas controversias jurídicas y volveremos sobre la disputa relacionada con los francotiradores de la guerra franco-germana de 1870/71 después que hayamos echado un vistazo a la situación jurídica internacional.
Ante la rápida transformación del mundo es muy comprensible la tendencia generalizada a la modificación e incluso al cambio de los conceptos tradicionales – los conceptos clásicos como hoy suele decirse . Esto atañe también al concepto “clásico” – si es que se lo puede llamar así – del guerrillero. En “El Partisano” (Der Partisan) de Rolf Schroers, un libro muy importante para nuestro tema publicado en 1961, el luchador ilegal y activista clandestino de la resistencia, está presentado como el auténtico tipo de guerrillero . Se trata aquí de un giro conceptual, orientado principalmente a determinadas situaciones internas alemanas de la época de Hitler, y como tal, es importante. La irregularidad es reemplazada por la ilegalidad y el combate militar por la resistencia. En mi opinión, esto implica una amplia redefinición del guerrillero protagonista de las guerras nacionales por la independencia y omite considerar que también la revolución operada en la guerra no ha obviado la relación militar existente entre el ejército regular y el combatiente irregular.
En algunos casos la redefinición llega hasta una simbolización genérica y a la dilución del concepto. En virtud de ello, al fin y al cabo cualquier rebelde individual o cualquier inconforme podría llegar a llamarse guerrillero, más allá de si piensa aún en absoluto tomar algún arma en la mano. Esto, como metáfora, no necesariamente habría de ser improcedente; yo mismo la he utilizado para caracterizar figuras y situaciones de la filosofía de la Historia. En un sentido figurado “ser Hombre significa ser combatiente” y el individualista consecuente combate sencillamente por cuenta propia y, si es valiente, incluso a propio riesgo. Resulta así, pues, partidario de si mismo. Estas diluciones conceptuales constituyen signos de nuestra época, tan dignos de atención que merecen una investigación específica. Sin embargo, para una Teoría del Guerrillero, tal como aquí se la entiende, no hay que perder de vista algunos criterios para que el tema no se esfume en una generalidad abstracta. Estos criterios son: irregularidad, incrementada movilidad del combate activo e incrementada intensidad del compromiso político.
Quisiera también fijar un cuarto carácter adicional del auténtico guerrillero; ése que Jover Zamora ha denominado como su carácter telúrico. Este carácter es importante para la situación del guerrillero que es básicamente defensiva a pesar de toda su movilidad táctica, ya que su esencia cambia cuando se identifica con la absoluta agresividad del revolucionario mundial o con una ideología tecnicista. Dos estudios del tema especialmente interesantes para nosotros – el libro de Rolf Schroers y la disertación de Jürg. H. Schmid sobre la posición jurídica internacional del guerrillero – coinciden básicamente con este criterio. La fundamentación de esta posición sobre el carácter telúrico me parece necesaria para destacar el caracter defensivo – esto es de limitación de la enemistad - de un modo espacialmente evidente y aislarla de una justicia abstracta con pretensiones absolutas.
En relación con los guerrilleros que combatieron durante 1808/13 en España, el Tirol y Rusia esto queda claro sin dificultad alguna. Pero también los combates guerrilleros de la Segunda Guerra Mundial y de los años subsiguientes en Indochina y otros países, que quedan suficientemente delineados con los nombres de Mao Tse-tung, Ho Chi-minh y Fidel Castro, permiten comprender que sigue estando íntegramente vigente el vínculo con el suelo, con la población autóctona y con la característica geográfica especial del país – montaña, bosque, selva o desierto. El guerrillero está y sigue diferenciándose, no sólo del pirata sino incluso del corsario, del mismo modo en que pueden diferenciarse la tierra y el mar en sus condición de diferentes espacios elementales en dónde tienen lugar tanto el trabajo humano como los conflictos bélicos entre los pueblos. La tierra y el mar no sólo implican diferentes vehículos para conducir la guerra y diferentes teatros de operaciones militares; sino que han desarrollado diferentes conceptos de la guerra, el enemigo y el botín. El guerrillero representará un tipo específicamente terrestre del combatiente activo, por lo menos mientras sean posibles las guerras anticolonialistas sobre nuestro planeta. El carácter telúrico del guerrillero se pondrá todavía más en relieve cuando lo comparemos con personajes marítimos típicos y cuando tratemos el aspecto espacial más adelante.
Sin embargo, incluso el guerrillero autóctono de procedencia agraria termina atraído por el campo gravitatorio del irresistible avance tecnoindustrial. Con ello, su movilidad resulta tan incrementada por la motorización que corre peligro de quedar completamente desarraigado. En las situaciones de la guerra fría se convierte en un técnico del combate invisible, en saboteador y en espía. Ya durante la Segunda Guerra Mundial existieron unidades de sabotaje con adiestramiento guerrillero. Un guerrillero así motorizado pierde su carácter telúrico y termina siendo tan sólo la herramienta portátil e intercambiable de una central poderosa, impulsora de una política mundial, que lo activa tanto en la guerra abierta como en la invisible y lo vuelve a desactivar según lo demanden las circunstancias. También esta posibilidad existe en su vida actual y una Teoría del Guerrillero no debe dejar de considerarla. Con estos cuatro criterios – irregularidad, movilidad incrementada, intensidad del compromiso político y carácter telúrico – además de considerar las posibles consecuencias provenientes de una progresiva tecnificación, industrialización y desagrarización, hemos delineado el horizonte de nuestro examen desde el punto de vista conceptual. Abarca desde el guerrillero de la época napoléonica hasta el guerrillero bien equipado de la actualidad; desde el Empecinado hasta Mao Tse-tung, Ho Chi-minh y Fidel Castro. Es un campo muy grande acerca del cual la historiografía y la ciencia militar han producido un material enorme que incluso aumenta todos los días. Lo utilizaremos en la medida en que nos es accesible e intentaremos extraer del mismo algunos conocimientos necesarios para la Teoría del Guerrillero.

 

Una mirada a la situación jurídica internacional

El guerrillero combate de modo irregular. Pero algunas categorías de combatientes irregulares resultan equiparadas a las fuerzas armadas regulares y gozan de los derechos y privilegios del combatiente regular. Esto significa que sus acciones de combate no son contrarios a derecho y, en caso de caer en poder de sus enemigos, tienen la prerrogativa de ser tratados en forma especial como prisioneros de guerra y como heridos. La situación jurídica ha hallado un compendio en la normativa para la guerra terrestre de La Haya del 18 de Octubre de 1907 y la validez del mismo ha encontrado una aceptación general. Después de la Segunda Guerra Mundial el desarrollo prosiguió con las cuatro Convenciones de Ginebra del 12 de Agosto de 1949 de las cuales dos reglamentan el destino de los heridos y enfermos en la guerra terrestre y marítima, un tercero regula el tratamiento a otorgar a los prisioneros de guerra y el cuarto se refiere a la protección de los civiles en épocas de guerra. Numerosos Estados, tanto del mundo occidental como del bloque oriental han ratificado estas convenciones. A sus formulaciones se ha adaptado incluso el nuevo Manual Militar del Derecho de Guerra Terrestre de los EE.UU. del 18 de Julio de 1956.
La normativa de La Haya del 18 de Octubre de 1907 ya había equiparado, bajo ciertas condiciones, las milicias, los cuerpos libres y los combatientes asociados provenientes de alzamientos populares, con las fuerzas armadas regulares. Más adelante, cuando analicemos la conflictiva relación prusiana con la guerrilla, mencionaremos algunas dificultades e imprecisiones de esta reglamentación. El desarrollo que condujo a las convenciones de Ginebra de 1949 se caracteriza por reconocer cada vez mayores flexibilizaciones del Derecho Internacional europeo que hasta ese momento había sido puramente inter-estatal. Cada vez más amplias categorías de participantes de la guerra pasan a ser considerados combatientes. Incluso los civiles del territorio militarmente ocupado por el enemigo – es decir, del teatro de operaciones de los guerrilleros que combaten a espaldas de los ejércitos enemigos – gozan ahora de una protección jurídica mayor que la brindada por la normativa de 1907. Muchos combatientes auxiliares que antes se consideraban partisanos han sido equiparados ahora con los combatientes regulares con los mismos derechos y privilegios. En realidad, ya no deberían ser denominados partisanos. No obstante, los conceptos todavía son tanto poco claros, como variables.
Las formulaciones de las convenciones de Ginebra reflejan experiencias europeas y no las guerras de guerrilas de Mao Tse-tung y la evolución posterior de la guerrilla moderna. En los primeros años posteriores a 1945 todavía no se había tomado conciencia de algo que un experto como Hermann Foertsch reconoció y formuló de la siguiente manera: las acciones bélicas posteriores a 1945 tomaron un carácter guerrillero porque los poseedores de armas nucleares se resistían a emplearlas por motivos humanitarios y los carentes de ellas podían especular con esta reticencia – un resultado inesperado, tanto de la bomba atómica como de las consideraciones humanitarias. Los conceptos relevantes para el problema de la guerrilla contenidas en la normativa de Ginebra se hallan abstraídas a partir de determinadas situaciones. Son (tal como figura en el certero Comentario de la Cruz Roja Internacional, dirigido por Jean S. Pictet – Tomo III, 1958, pág. 65) una referencia precisa (une référence précise) a los movimientos de resistencia de la Segunda Guerra Mundial 1939/1945.
Con ellas no se pretendió una modificación fundamental de la normativa de La Haya de 1907. Incluso se mantienen básicamente las cuatro condiciones clásicas para una equiparación con las tropas regulares (existencia de autoridades superiores responsables, identificación fija visible, portación ostensible de las armas, respeto de las reglas y las costumbres del Derecho de Guerra). En todo caso, la convención para la protección de la población civil no está pensada para tener validez solamente en el caso de guerras inter-estatales sino para todos los conflictos armados internacionales, es decir, también para las guerras civiles, insurrecciones, etc. No obstante, con ello solamente se busca crear la base jurídica para la intervención humanitaria de la Cruz Roja Internacional (y otras organizaciones apartidarias) Inter arma caritas. En el Art.3 párrafo 4 de la Convención se subraya expresamente  que el status jurídico, le statut juridique, de los partidos en conflicto no se altera con ello (Pictet Op.Cit. III – 1955 – pág.39/40). En la guerra entre Estados, la fuerza de ocupación del territorio militarmente ocupado mantiene, al igual que antes, el derecho de dar instrucciones a la policía de ese territorio a los efectos del mantenimiento del órden y la represión de acciones de combate irregulares, consecuentemente también para la persecución de los guerrilleros “sin consideración por las ideas que los inspiren”. (Pictet IV, 1956, pág. 330).
De acuerdo a ello la diferenciación de los guerrilleros – en el sentido de tropas irregulares, no equiparables a las tropas regulares – se mantiene básicamente hasta hoy en día.  En este sentido, el guerrillero no posee los derechos y privilegios del combatiente; es un criminal según el Derecho Penal y está permitido neutralizarlo con castigos sumarios y medidas represivas. Esto ha sido reconocido esencialmente incluso en los juicios por crímenes de guerra posteriores a la Segunda Guerra Mundial, específicamente en las sentencias contra los generales alemanes (Jodl, Leeb, List), quedando sobreentendido que, excediendo las necesidades de la lucha contra la guerrilla, todas las crueldades, medidas de terror, castigos colectivos y hasta la participación en genocidios, continúan siendo crímenes de guerra.
Las convenciones de Ginebra amplían el ámbito de las personas equiparables a los combatientes regulares al poner en pié de igualdad a los miembros de un “movimiento organizado de resistencia” con los miembros de una milicia o de un cuerpo franco (Freikorps) otorgándoles de este modo los derechos y privilegios del combatiente regular. En esto, ni siquiera se pone expresamente como condición la existencia de una organización militar (Art.13 de la convención sobre heridos y Art.4 de la referida a prisioneros de guerra). La convención para la defensa de la población civil equipara los “conflictos internacionales” dirimidos por la fuerza de las armas con la guerra entre Estados del Derecho Internacional europeo clásico y con ello toca una institución jurídica que hasta ese momento había sido el núcelo del Derecho Internacional vigente: la occupatio bellica. A estas ampliaciones y flexibilizaciones, que aquí solamente podemos mencionar a título de ejemplo, se agregan las grandes modificaciones y los cambios que surgen espontáneamente del desarrollo de la tecnología armamentista moderna y que influyen de un modo aún más intenso sobre la guerra de guerrillas. ¿¡Qué puede significar la norma que obliga a “portar armas en forma ostensible” para un combatiente de la resistencia al cual la anteriormente citada “Instrucción de guerra limitada” de la asociación de suboficiales suizos le indica: “Muévete solamente de noche y descansa de día en los bosques”!?  O bien, ¿qué significa la exigencia de poseer un signo de identificación bien visible en medio de un combate nocturno o en el combate con las armas a distancia de la tecnología bélica moderna? Muchas de estas preguntas aparecen cuando la consideración se hace desde el punto de vista del problema de la guerrilla y no se dejan de lado los aspectos del cambio espacial y del desarrollo tecnoindustrial que se tratarán más adelante.
La protección de la población civil en el territorio militarmente ocupado es una protección hacia varias direcciones diferentes. La fuerza de ocupación tiene interés en que reine la tranquilidad y el órden en el territorio por ella ocupado. Se ha mantenido el concepto de que la población del territorio ocupado, no está obligada a la lealtad pero sí a la obediencia de aquellas ordenanzas respetuosas del Derecho Internacional que emita la fuerza de ocupación. Hasta los empleados públicos – e incluso la policía misma – deben seguir trabajando correctamente y deben ser tratados en forma correspondiente por las fuerzas de ocupación. Todo ello constituye un difícil y trabajosamente balanceado compromiso entre los intereses de la fuerza de ocupación y los de su enemigo. El guerrillero interfiere en esta forma de ordenamiento del territorio ocupado de un modo peligroso. No solamente porque interfiere en el transporte y el abastecimiento, sino también cuando resulta mayor o menormente apoyado y encubierto por la población de este territorio. “La población es tu mayor amigo” dice la ya citada Instrucción de guerra limitada para todos. La protección brindada a una población así es potencialmente una protección al guerrillero. De este modo se explica que en la Historia del desarrollo del Derecho de Guerra, en las deliberaciones de la normativa de La Haya y sus posteriores ampliaciones, constantemente aparecieron agrupamientos sectoriales típicos: las grandes potencias militares – es decir: las potenciales fuerzas de ocupación – exigían un estricto aseguramiento y ordenamiento dentro del territorio militarmente ocupado mientras que los Estados más pequeños que temían ser militarmente ocupados – Bélgica, Suiza, Luxemburgo – buscaban imponer la protección más amplia posible para los combatientes de la resistencia y la población civil. También en este sentido el desarrollo ocurrido desde la Segunda Guerra Mundial ha introducido nuevas experiencias y la cuestión de la destrucción de las estructuras sociales, que veremos luego, hace surgir la pregunta de si no podrán también darse casos en que la población necesite ser protegida de los guerrilleros.
Merced a las convenciones de Ginebra de 1949 y dentro de la institución de la occupatio bellica clásica regulada con suma precisión por la normativa de La Haya, se han producido modificaciones cuyas consecuencias en muchos sentidos permanecen siendo imprevisibles. Combatientes de la resistencia, a los cuales antes se hubiera tratado como a guerrilleros, se consideran equivalentes a combatientes regulares tan sólo a condición de que estén organizados. Frente a los intereses de la fuerza de ocupación, los intereses de la población del territorio ocupado de enfatizan de un modo tan drástico que se ha vuelto posible – al menos en teoría – considerar como no ilegal cualquier resistencia a la autoridad de ocupación, también la del guerrillero, con la sola condición de que responda a motivaciones no repudiables. Por el otro lado, la fuerza de ocupación mantendría su derecho a tomar medidas represivas. En esta situación, un guerrillero actuaría de un modo no esencialmente legal, pero tampoco ilegal, sino por su propia cuenta y, en este sentido, de manera riesgosa.
Cuando uno emplea una palabra como riesgo o riesgoso en un sentido general, no específico, hay que admitir que en un territorio ocupado por el enemigo y sembrado de guerrilleros, de ningún modo es sólo el guerrillero quien vive de un modo riegoso. En el sentido genérico de inseguridad y peligro, toda la población del territorio se halla expuesta a un gran riesgo. Los empleados públicos que deseen seguir trabajando correctamente según las normativas de La Haya, se encuentran ante un riesgo adicional por acciones y omisiones. En especial, el empleado policial termina envuelto en un cruce de peligrosas suposiciones contradictorias: la fuerza de ocupación enemiga le exige obediencia en el mantenimiento de la seguridad y el órden, siendo que éstas resultan alteradas precisamente por el guerrillero; su propio Estado nacional le exige fidelidad y lo hará responsable por ella después de la guerra; la población a la que pertenece espera de él solidaridad y lealtad las cuales, relacionadas con la actividad del funcionario policial, pueden llegar a conducir a consecuencias prácticas totalmente opuestas si es que el funcionario policial no se decide a convertirse él mismo en guerrillero; y por último, tanto el guerrillero como quien lo combate muy pronto entrarán en el círculo infernal de las represalias y las contra-represalias. Hablando en términos genéricos, la acción (o la omisión) riesgosa no es un caracter específico y excluyente del guerrillero.
La palabra riesgoso adquiere un sentido más preciso cuando el que actúa en forma riesgosa lo hace asumiendo el peligro y haciéndose cargo concientemente de las consecuencias adversas de su acción u omisión, de modo tal que ya no puede alegar el haber sido objeto de una injusticia cuando esas consecuencias adversas de hecho le suceden. Por el otro lado – en la medida en que no se trate de acciones ilegales – tendrá la posibilidad de contrabalancear el riesgo mediante la firma de un contrato de seguro con una compañía aseguradora. La patria jurídica del concepto de riesgo, su topos jurídico-científico, queda constituida por la legislación aplicable a la industria del seguro. El ser humano vive expuesto a una multitud de peligros e inseguridades, y el otorgarle con conciencia jurídica la denominación de riesgo a un peligro o inseguridad significa hacer asegurables tanto al riesgo como a las consecuencias. En el caso del guerrillero esto fracasaría probablemente ya por la irregularidad y la ilegalidad de su accionar. Fracasaría incluso si, por lo demás, uno estuviese dispuesto a protegerlo de un riesgo muy alto encuadrándolo, desde el punto de vista de la técnica del seguro, en la categoría de los riesgos de mayor exposición.
La aceptación del concepto del riesgo es necesaria para el tratamiento de las situaciones de guerra y para la activación de la enemistad. Entre nosotros, la palabra ha ingresado en la doctrina del Derecho Bélico Internacional a través del libro de Josef L. Kunz “Kriegsrecht und Neutralitätsrecht” (Derecho de Guerra y Derecho de Neutralidad – 1935, págs. 146, 247). Sin embargo, allí no se refiere a la guerra terrestre y en absoluto al guerrillero. Tampoco pertenece allí. Si hacemos abstracción del Derecho del Seguro como patria jurídica del concepto de riesgo y dejamos los empleos inespecíficos de lado – como, por ejemplo, la comparación con el prisionero que huye y se “arriesga” a ser abatido de un disparo – queda claro que el empleo específicamente aplicable al Derecho de Guerra que hace J. Kunz del concepto de “riesgoso” contempla solamente el Derecho de Guerra Marítimo y las figuras y situaciones que le son típicas. La guerra en el mar es en gran medida una guerra comercial; frente a la guerra terrestre tiene su propio espacio y sus propios conceptos de enemigo y botín. Incluso el mejoramiento del destino de los heridos ha conducido en la reglamentación de Ginebra de Agosto de 1949 a dos convenciones separadas, una para lo marítimo y otra lo terrestre.
Hay dos participantes que, en una guerra marítima, actúan de un modo riesgoso en un sentido específico así entendido: el neutral que rompe un bloqueo y el contrabandista neutral. En relación con ellos la palabra riesgoso es precisa y concisa. En una guerra, ambas clases de participantes se vuelcan hacia “una muy remunerativa pero riesgosa aventura comercial” (J.Kunz Op.Cit. pág.277). Arriesgan perder el barco y la carga en caso de ser descubiertos. Y en ello ni siquiera tienen un enemigo, a pesar de que son tratados como enemigos en el sentido del Derecho de Guerra Marítimo. Su ideal social es el buen negocio. Su campo de acción es el mar abierto. No piensan en defender la casa, el hogar y la Patria frente a un invasor extraño como corresponde al prototipo del guerrillero autóctono. Incluso firman contratos de seguro para balancear su riesgo, en los cuales las tasas son correlativamente altas y se condicen con los factores de riesgo variables, por ejemplo hundimiento por submarinos: muy riesgoso pero asegurado a altos valores.
A una palabra tan acertada como riesgoso no se la debería extraer del área conceptual del Derecho de Guerra Marítimo para diluirla en un concepto genérico que lo empaña todo. Para nosotros, que nos aferramos al carácter telúrico del guerrillero, esto es especialmente importante. Si yo mismo alguna vez en el pasado he llamado “guerrilleros del mar” a los filibusteros y bucaneros de principios del capitalismo (“Der Nomos der Erde”, pág. 145) quisiera corregirlo hoy aquí por tratarse de una imprecisión terminológica. El guerrillero tiene un enemigo y “arriesga” algo muy diferente al contrabandista y al violador de bloqueos. No solamente arriesga su vida, como cualquier combatiente regular. Sabe y asume que el enemigo lo coloca por fuera del Derecho, la ley y el honor.
Esto es algo que, en todo caso, también hace el combatiente revolucionario al declarar que su enemigo es un criminal y que todos los conceptos de Derecho, ley y honor sustentados por ese enemigo no son sino mentiras ideológicas. A pesar de todas las combinaciones y fusiones, típicas de la Segunda Guerra Mundial y su postguerra hasta el día de hoy, de ambas clases de guerrilleros – es decir: del defensivo-autóctono defensor de su Patria y del activista revolucionario universalmente agresivo – la contraposición sigue en pie. Se basa, como veremos, sobre conceptos fundamentalmente diferentes de la guerra y la enemistad que, a su vez, se concretan en diferentes especies de guerrillero. Allí en dónde una guerra no-discriminadora se libra entre un Estado y el otro, el guerrillero es una figura marginal que no hace estallar el marco de la guerra y no modifica la estructura general del proceso político. Pero cuando se combate con la criminalización total del contrincante bélico, cuando la guerra se libra, por ejemplo, como una guerra civil entre clases sociales enemistadas, en ese caso el efecto explosivo de la criminalización del enemigo se manifiesta de modo tal que el guerrillero se convierte en el verdadero héroe de la guerra. Ejecuta la sentencia de muerte dictada contra el criminal y se arriesga a ser tratado, a su vez, como criminal o malhechor. Ésta es la lógica de una guerra de la justa causa sin reconocimiento de un justus hostis. Es a través de ella que el guerrillero revolucionario se convierte en la figura central de la guerra.
El problema del guerrillero se convierte, sin embargo, en la mejor herramienta de verificación. Aún cuando las diferentes especies de la guerra de guerrillas se entremezclen y se amalgamen en la práctica de la conducción bélica actual, en sus condiciones fundamentales continúan siendo tan distintas que se puede verificar el criterio de la agrupación amigo-enemigo en ellas. Ya hemos recordado más arriba la típica agrupación que se produjo durante los preparativos para la reglamentación de la guerra terrestre en La Haya: las grandes potencias militares frente a los pequeños países neutrales. En las negociaciones de la Convención de Ginebra de 1949, con gran esfuerzo, se llegó a una fórmula de compromiso mediante la cual se equiparó al movimiento de resistencia organizado con un cuerpo franco (Freikorps). Y nuevamente se repitió el agrupamiento típico cuando la cuestión giró en torno a reunir en normas del Derecho Internacional las experiencias de la Segunda Guerra Mundial. También esta vez las grandes potencias militares, los ocupantes potenciales, se enfrentaron con los Estados pequeños que temían una ocupación; esta vez, sin embargo, con una modificación tan notable como sintomática: la mayor potencia terrestre del mundo, el ocupante potencial por lejos más poderoso, la Unión Soviética, se puso ahora del lado de los pequeños Estados.
El bien documentado trabajo, abundante en material, de Jürg H. Schmid »Die völkerrechtliche Stellung der Partisanen im Kriege« (“La posición jurídica internacional del guerrillero en la guerra” - Zürcher Studien zum Internationalen Recht Nr. 23, Polygraphischer Verlag AG. Zürich, 1956) quiere poner “bajo el escudo del Derecho” a la “la guerra de guerrillas librada por civiles” en lo cual, concretamente, se tiene en mente a los partisanos de Stalin (págs. 97, 157). En esto, Schmid ve “la quintaescencia del problema guerrillero” y la creatividad jurídica de las convenciones de Ginebra. Lo que Schmid quiere eliminar son “ciertas dudas relativas al Derecho de ocupación” que han permanecido en pié en la concepción actual de la fuerza de ocupación, y en especial apunta, como él mismo señala, a la “tan cacareada obligación de obediencia”. Para este fin emplea la doctrina de la acción de guerra legal pero riesgosa, a la cual transforma en una acción de guerra riesgosa pero no-ilegal. De este modo hace disminuir el riesgo del guerrillero, al cual le otorga la mayor cantidad posible de derechos y privilegios a costillas de la fuerza de ocupación. No alcanzo a ver cómo pretenderá evitar con ello la lógica del terror y el contra-terror; a no ser que simplemente criminalice al enemigo militar del guerrillero. El conjunto es una altamente interesante cruza de dos status juridiques diferentes, concretamente: de combatiente y civil, con dos especies distintas de la guerra moderna, concretamente: la guerra caliente y la guerra fría, entre población y fuerza de ocupación, y en esta hibridación el guerrillero de Schmid (siguiendo a Mao) participa “a dos manos”. Es tan sólo sorprendente – además de constituir un quiebre del eje conceptual – que esta deslegalización del guerrillero stalinista a costillas del Derecho Internacional clásico pretenda ser relacionada, simultáneamente, con un retorno a la guerra inter-estatal pura de la doctrina Rousseau-Portalis de la cual Schmid afirma que sólo en la etapa de “su más tierna infancia” le habría prohibido al civil cometer actos de hostilidad. Así el guerrillero hasta se vuelve asegurable.
Las cuatro convenciones ginebrinas del 12 de Agosto de 1949 son la obra de una posición humanista y de un desarrollo humanitario de merece ser admirada. Al brindarle hasta al enemigo no sólo humanitarismo sino incluso justicia en el sentido del respeto, estas convenciones se mantienen sobre la base del Derecho Internacional clásico y su tradición, sin la cual semejante obra de humanidad sería improbable. Su fundamento sigue siendo el carácter estatal de lo bélico y sobre esto se edifica la acotación de la guerra, con su clara diferenciación entre la guerra y la paz, lo militar y lo civil, el enemigo y el criminal, la guerra inter-estatal y la guerra civil. Sin embargo, en la medida en que las convenciones aflojan o hasta cuestionan estas diferenciaciones esenciales, están abriendo la puerta para una especie de guerra que destruye conscientemente aquellas claras separaciones. El resultado es que después, cualquier normativa de compromiso estilizada con suma cautela aparece tan sólo como un estrecho puente tendido sobre un precipicio en cuyo fondo se esconde la peligrosa transformación de los conceptos de guerra, paz y guerrillero.