Libreria Argentina Libreria Argentina Libreria Argentina

 

Alemania y la cuestión judía

 

Dr. Friedrich Wiebe

Alemania y la cuestión judía - Dr. Friedrich Wiebe

194 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2017
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 210 pesos
 Precio internacional: 16 euros

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La llamada cuestión judía durante el Tercer Reich ha sido siempre objeto de controversia. Normalmente se cree que las manifestaciones antisemitas se debían a un impulso irracional o al menos fuertemente dominado por las pasiones. Este libro intenta demostrar que el nacionalsocialismo despreciaba el antisemitimos irracional y vago, como el de la mayoría de las publicaciones antisemitas hasta la época. Aun más, creía que éste era contrario a los objetivos del nacionalsocialismo pues sólo tendía a desprestigiar sus reclamos hacia el judaísmo.
El Dr. Friedrich Wiebe, en uno de los pocos libros sobre esta temática distribuido masivamente por el mundo, sostiene además que Alemania no es el primer país que intenta separarse de los judíos sino que esto ha sido más bien una constante en la historia. Con una gran cantidad de datos demográficos y estadísticas intenta probar que el dominio que los judíos ejercían sobre la vida de Alemania sobrepasaba lo permisible en tanto que el nivel de vida disminuía y la pérdida de valores nacionales se acrecentaba debido a esta influencia. Cuando hace esta acusación, no lo hace de forma vaga sino que aporta una gran cantidad de nombres y datos que demuestran su afirmación. Si dice que la vida económica está en manos judías, da los nombres de personas e instituciones que la dominan y muestra los resultados que este dominio tiene para el alemán. Cuando sostiene que la vida cultural es altamente influenciada por el judaísmo, indica quienes están detrás de esto y el tipo de acción cultura que desarrolla cada uno intentando mostrar que los valores antipatrióticos tienen un muy claro impulsor, lo mismo que la inmoralidad y el trastocamiento de los valores, poniendo el hedonismo. el egoísmo y el materialismo en primera plana. Lo mismo hace con el crimen organizado, la corrupción y la prensa para que ninguna acusación pueda ser hecha de forma general y sin datos que la sostengan.
El texto ha sido enriquecido y duplicado para esta edición con la brillante introducción "El nacionalsocialismo y la judería internacional" que intenta demostrar justamente que la investigación del tema judío durante el Tercer Reich intentó siempre tener un carácter científico en búsqueda de una precisión que pueda demostrar el sustento de su ideología.
Finalmente, el anexo sobre "El impacto cultural de la legislación judía en la Alemania Nacionalsocialista" no solo intenta aclarar la legislación sobre el judaísmo durante el Tercer Reich sino que también nos muestra su contracara desconocida, que es todo lo que la legislación hizo en pro de los judíos de Alemania para darle a este colectivo la posibilidad de tener una vida cultural propia que rescate y exprese sus tradiciones dentro de un ámbito que les sea propio.

 

ÍNDICE

Introducción: El nacionalsocialismo y la judería internacional. por Jusegoje7
El concepto de raza.8
El Judío como conglomerado clasificable.10
Las creencias religiosas judías.15
Las instituciones para el estudio de la cuestión judía en el Estado Nacionalsocialista.20
SECCIÓN I: La Carta del Führer del 19 Septiembre 1919.38
SECCIÓN II: El judío en “Mi Lucha”.43
SECCIÓN III: El judío en la obra “El bolchevismo de Moisés a Lenin” de Dietrich Eckart.56
SECCIÓN IV: El judío en el “Mito del siglo XX” de Alfred Rosenberg.58
SECCIÓN V: “Los judíos” de Gottfried Feder .62
SECCIÓN VI: El bolchevismo en la teoría y en la práctica. por Joseph Goebbels.65
SECCIÓN VII: Mi testamento político. Adolf Hitler.67
Prólogo69
I.- Datos demográficos y estructura social de los judíos Alemanes91
II.- Los Judíos en la vida económica alemana101
III.- Los Judíos y la corrupción109
IV.- Los Judíos en la política alemana121
V.- Los Judíos y la Prensa alemana139
VI.- Los Judíos y la cultura alemana149
Literatura154
Teatro160
Cine163
Revista166
VII.- Participación de los Judíos en la inmoralidad169
VIII.- Participación de los Judíos en la criminalidad173
Epílogo: Los judíos un elemento asocial. ¿Qué debe hacerse con ellos? 183
Anexo: Actividades culturales judías en la Alemania NS157
El impacto cultural de la legislación judía en la Alemania Nacionalsocialista160

Prólogo

 

“Fui judío antes de ser americano. Durante toda mi vida, o sea durante 64 años, he sido americano, pero soy judío desde hace 4.000 años”
(Rabí Wise, en un discurso en Cleveland en Junio de 1938.)

 

Desde el día en que el Partido Nacionalsocialista de Alemania tomó posesión del poder y empezó a ocuparse de dar solución al problema judío en el Reich, la opinión pública mundial ha ido preocupándose más y más de la cuestión judía. Y, al obrar así, la conducta observada por Alemania ha sido frecuentemente impugnada y condenada, bajo pretexto de que el antisemitismo constituye un fenómeno exclusivamente alemán, más todavía, una especie de invención nacionalsocialista, desconocida e incomprensible al resto del mundo. Estos críticos extranjeros, sin embargo, deben hoy reconocer que el problema judío ya no es cosa que se limite a Alemania exclusivamente, sino que, por el contrario, constituye una inquietud de los hombres de Estado de muchos países y ha conducido, además, a la toma de medidas netamente antijudaicas. Hasta qué punto esta situación resulte ser la consecuencia del ejemplo dado por Alemania, es cuestión de la que no nos ocuparemos de momento. Sin embargo, es un hecho palpable, que el problema judío ha entrado en un estado sumamente agudo, sin que apenas haya un país que pueda sustraerse a la necesidad de contribuir de uno u otro modo a su solución.
Así, pues, cuando se tome en consideración la actitud de Alemania ante el problema judío, se pasará a tratar un tema importantísimo de la política internacional actual, por lo que existe la obligación de ir al fondo de la cuestión, reconociendo en toda su extensión la significación que alcanza.
Es un error creer que la cuestión judía haya surgido sólo en los últimos años o que sea un problema consecuente de nuestra época moderna. No es ella ninguna invención del Nacionalsocialismo ni tampoco una consecuencia de la concepción ideológica racista antisemítica que se inició a fines del siglo pasado. Si es que debe adjudicarse al nacionalsocialismo una iniciativa en esta cuestión, sólo podría ser la de haber sido el primero en sacar consecuencias lógicas de un hecho histórico. El procedimiento observado por Alemania se basa sobre experiencias históricas de Occidente, recogidas durante dos mil años y que para Alemania fueron, especialmente en los últimos decenios, una de las mayores calamidades políticas sufridas.
En realidad, la cuestión judía existe desde hace dos mil años y aún, para ser exacto, es todavía más antigua, tan antigua como la historia misma de los judíos. Y se la puede ver manifestada en todo el mundo y precisamente. allí donde los judíos, constituyendo una minoría racial, tuvieran convivencia con los pueblos autóctonos que los toleraran.
Esta verdad histórica que puede ser seguida al través de los siglos, es reconocida por los mismos judíos. La “enciclopedia judía” ( Jüdisches Lexikon), obra fundamental de los judíos alemanes y, lo que se debe hacer constar, publicada a n t e s de la toma del poder por el nacionalsocialismo, atestigua la subsistencia histórica de la cuestión judía, (Tomo III, párrafo 421) con las palabras siguientes: “La cuestión judía es tan antigua como lo es la convivencia de este pueblo particular y heterogéneo con los demás pueblos.”
Podría definirse como fenómeno histórico singular e inextricable el que los judíos no hayan logrado jamás constituir una patria ni dispuesto de un espacio permanente en el que pudieran desplegar su propia vida nacional y económica, sin que, por otra parte, hayan sido nunca absorbidos por los innumerables países hospitalarios que acogieron en su seno a los dispersos hijos de Israel.
Grandes fueron las alternativas que sufrió el inexplicable destino de los israelitas. Hubo tiempos en que pareció extinguida la cuestión judía, debido a que la raza intrusa pareció haberse asimilado perfectamente y se habían perdido sus huellas. Durante este período, que fue indudablemente el tiempo de oro de la historia judía, pareció no deber existir más la cuestión judía, pero, más tarde, estalló de nuevo y con mayor ímpetu. Se esfumó el velo aparente de paz y felicidad y después de los años de calina Asverus tuvo que tomar de nuevo su cayado y reanudar su vida errante . . .
Las primeras expulsiones de los judíos son mencionadas ya en la historia de la antigua Palestina. Allá, por los años 700 antes de Jesucristo, el Rey sirio Sarukín, y, más tarde, en 586 a. d. J., el Rey de Babilonia Nabucodonosor, obligaron a los israelitas a abandonar el país. Con las persecuciones que tuvieron lugar en Alejandría y la destrucción de Jerusalén, acaecida el año 70 de nuestra era y llevada a cabo por los romanos, dio comienzo una época en la que predominó la cuestión judía en forma muy parecida a la actual. En tiempo de las cruzadas, la expulsión de los judíos, llevada a cabo en Inglaterra en 1290, constituye otra etapa en la eterna migración judía. No hay siglo en la Historia que no registre expulsiones de los judíos y no hay país de occidente que no haya intentado liberarse, por medio de motines y sublevaciones, de esta malhadada raza.
La Historia, que no puede modificarse ni influirse en ningún sentido, puede demostrar rotundamente que los pueblos autóctonos han considerado en todos los tiempos a los judíos como intrusos y exóticos, sin que fuera la religión la sola diferencia latente entre ellos. La hospitalidad les fue otorgada únicamente dentro de las restricciones especiales del derecho de albergue de forasteros. Y a este respecto es interesante observar que allí, donde la autoridad del Estado era débil y la Hacienda del país se hallaba en mal estado, fue dónde las restricciones relativas a los israelitas fueron más pronto aflojándose, acabando por ser mitigadas por medio de privilegios especiales. Así se explica la alta cifra de judíos existentes en el Este de Europa, que constituye el punto de reunión del judaísmo moderno, lo que es debido, en su mayor parte, a la insignificancia política en que, durante varios siglos, se hallara sumido el antiguo reino de Polonia.
A los albores de la denominada época moderna, sin embargo, la intranquilidad judía pareció haber entrado en un período de tranquilidad definitiva. Fue aquel un tiempo de racionalismo, de fé en el progreso y en los derechos humanos, que creyó poder solucionar la cuestión judía según sus ideales. Por aquella época, los israelitas eran considerados únicamente como gentes pertenecientes a distinta religión y que podían ser fácilmente tolerados y con derecho a existir junto a otros credos. De pronto dejaron de ser la gente extraña y heterogénea. Desde la revolución francesa de 1789 cesaron todas las distinciones entre ellos y los habitantes de los países hospitalarios, aún cuando ello, por lo pronto, sólo por principio. Más tarde, en el proceso progresivo de la legislación y orden social, fueron prácticamente eliminadas.
El siglo XIX se halló bajo el signo de la emancipación y asimilación del judaísmo. En aquella época se creyó seriamente poder solucionar de la mejor manera el problema del judaísmo, procurando ocuparse de él lo menos posible y destruyendo las barreras separatorias existentes. El judaísmo, especialmente en los países de la Europa occidental, sentía impetuosos deseos de llegar a asimilarse con los pueblos hospitalarios. Las conversiones religiosas y los matrimonios mixtos fueron los medios preferidos con los cuales los judíos, según se expresara el gran poeta judío Enrique Heine, adquirían la “papeleta de entrada en la cultura europea” y, con ello, al mismo tiempo, el postulado a cargos preponderantes en la vida política, cultural y económica de las naciones. Muchos de esos judíos de “asimilación”, tuvieron deseos leales de desprenderse de su judaísmo y confundirse con el pueblo que les albergara, para borrar completamente su origen.
El punto culminante de este período de asimilación fue alcanzado durante los tres últimos decenios. El pueblo de Israel imperaba por doquier. Sin embargo, no puede caber duda alguna de que aquellos tiempos han pasado para no volver. Las notabilidades más inteligentes del judaísmo reconocieron, hace ya varios decenios, que no tardaría en producirse una oposición de violencia irresistible. Hace cuarenta años, el prominente judío alemán Walther Rathenau, en su folleto titulado “Escuche, Israel”, significó lo problemático y grave de aquella asimilación. En él decía, refiriéndose a sus hermanos de raza que a la sazón iban a avanzar hasta las últimas y decisivas posiciones de la vida pública de los países que les acogieran: “No sospechan siquiera que solamente una época que mantiene sofocadas todas las fuerzas naturales, ha logrado preservarles de aquellas calamidades que tuvieron que sufrir sus antepasados.”
El hecho de que los judíos no hayan atendido las numerosas advertencias que se elevaron entre sus mismas filas, constituye una de las muchas pruebas que demuestran que los hijos de Israel, en el transcurso de las centurias de su historia, no han querido aprovechar las experiencias hechas y han continuado a reincidir, en todos los tiempos, en los mismos errores y defectos. Es significativo el hecho de que una inteligencia tan superior como la de Walther Rathenau no haya sabido utilizar para sí mismo las deducciones del juicio por él mismo emitido.
Sólo una parte relativamente pequeña de la totalidad de los judíos ha logrado despertar, hace ya varios decenios, del vértigo de la asimilación para recobrar la conciencia sana de las cosas, tratando de eludir el contragolpe que debía esperarse como necesidad histórica. Nos referimos al movimiento del “sionismo”.
Su fundador, Theodor Herzl, bajo la impresión del proceso Dreyfus y la reaparición del antisemitismo en Francia, en 1896, dirigió un llamamiento a sus hermanos de raza con su libro “El Estado judío”, recomendándoles la “vuelta a Palestina”. Sus palabras y su propósito, que se esforzó en llevar a cabo con mucha energía y elevado idealismo personal, significaban a la sazón, en la época culminante de la asimilación, una empresa inaudita. La repercusión que encontró el llamamiento de Herzl entre sus hermanos de raza sólo logró manifestarse entre las masas israelitas que integraban los enormes centros hebreos de Polonia, Lituania y Rumania que no participaron en el proceso de emancipación y asimilación. La situación económica y social de estos judíos fue, generalmente, precaria y su situación política les hizo acoger con júbilo la idea de crear un Estado propio, en suelo propio.
A pesar de su superioridad numérica, estos israelitas resultaron por de pronto de escasa importancia para poder llegar a la realización de las aspiraciones de Herzl, puesto que no se hallaban en condiciones de apoyar sus reivindicaciones ni económica ni políticamente. Para ello hubiera debido poderse contar con los judíos de la Europa occidental y de Norteamérica y precisamente estos fueron quienes se negaron a creer en la seriedad de las palabras de Herzl. Fascinados por el resplandor que parecía emanar de aquella aparente edad de oro, empezaron por burlarse del sionismo, combatiéndolo con todas sus fuerzas. También en los años que siguieron, se concretaron a subvencionar el proyecto relativo a Palestina y sólo pequeños grupos intentaron contribuir prácticamente al sionismo.
Por el contrario, el plan de Herzl, de proporcionar al pueblo judío un hogar propio, fue acogido con gran interés en uno de los países hospitalarios del oeste de Europa. Valiéndose de su Ministro de las Colonias, Mr. Joseph Chamberlain, Inglaterra presentó en el Congreso sionista, celebrado en Basilea en 1903, el proyecto de una amplísima colonización judía en el Uganda británico. La realización de dicho proyecto fracasó sin embargo ante la actitud doctrinaria de los sionistas que persistían precisamente en una colonización en Palestina.
Así, pues, Inglaterra ha reconocido, con su proyecto, la existencia de una cuestión judía y la necesidad perentoria de su solución y ello en una época en la que en Alemania dominaba la creencia absoluta en los beneficios que aportaba la asimilación judaica.
En 1917, el sionismo recibió de Inglaterra, con la llamada declaración Balfour, la promesa de apoyar “con la mayor decisión y esfuerzo” las aspiraciones de crear un hogar patrio en Palestina. Poco después de finalizar la guerra mundial, empezó a efectuarse el cumplimiento de dicha promesa. Actualmente y después que la cuestión judía se ha puesto de manifiesto en todo el mundo, y el antisemitismo va tomando incremento en un Estado después de otro, los judíos que habitaban en los países de la Europa occidental y en la América del Norte son también partidarios del sionismo. Pero ya ahora, después de transcurridos 20 años cabales, no puede menos que echarse de ver que el experimento de Palestina y con él todo el plan forjado por Herzl es irrealizable y ha completamente fracasado.
Haremos caso omiso de las sangrientas discrepancias que tienen actualmente lugar en Palestina. No son ellas las primeras de su índole; desde que los judíos empezaron a colonizar Palestina, no ha podido lograrse establecer allí un equilibrio político. Las objeciones fundamentales, que demuestran la utopía que supone el experimento del sionismo, subsisten persistentemente, aún cuando las dificultades actuales en Palestina lograran verse superadas. Suscintamente descritos son éstos los siguientes puntos:
1. El judaísmo establecido en el mandato de Palestina depende políticamente y por completo del Estado mandatario, estando sujeto a la benevolencia de dicho estado, o sea, a un factor que depende de los cambios y complicaciones a que se halla sometida la política mundial.
2. Hasta ahora, el sionismo ha logrado sólo establecer en Palestina 400.000 judíos, frente a los cuales están 900.000 árabes que habitan el país desde más de un milenio. Estos últimos niegan el derecho alegado por los judíos sobre Palestina y hacen valer un derecho más poderoso. Cuentan a la vez con el apoyo decidido de 32 millones de árabes del Asia Occidental y de Egipto. A pesar de cuanto pudiera hacerse en favor de la delimitación de derechos entre ambos partidos, no es de prever que, ante estas circunstancias, pueda lograrse establecer en Palestina un estado judío de alguna importancia.
3. El judaísmo abandonó Palestina hace dos milenios y vuelve allí viniendo de todos los países del mundo, sin haber conservado ni tener con el suelo, sobre el cual quiere sentar sus raíces y crear un Estado, relaciones ni arraigues ningunos.
4. El pueblo que pretende crear y constituir un nuevo Estado, no posee ya ninguna cultura común. Durante los muchos siglos que ha durado su migración, y excepción hecha del lazo común de la religión que, sin embargo, fue desechada por cientos de miles de judíos, partidarios de la asimilación, los judíos han perdido toda característica de cultura original, absorbiendo a su vez elementos heterogéneos de naturaleza extraña. Ni siquiera poseen un idioma común. Muy pocos de ellos poseen el hebreo y el “yiddisch” lo hablan solamente los judíos del este de Europa.
5. La estructura social, completamente anormal y malsana de los judíos, su urbanismo, la falta de que adolecen de clases artesanas y labriegas, todo ello sea mencionado sólo de paso para dilucidar las condiciones utópicas bajo las cuales se pretende fundar un estado judío en Palestina.

Tomándose en consideración estos hechos, nadie podrá discutir seriamente de que el proyecto de Palestina sea una verdadera utopía. Ni el judaísmo entero ni una sola parte de los 16 millones de judíos confesos que existen en el mundo, podrán hallar allí jamás un hogar. La senda señalada por Herzl, para librarse del antisemitismo amenazador, es para los judíos un camino imposible de seguir, y la cuestión judía no ha podido ser resuelta por el plan por él trazado.
Así llegó a su fin la época de asimilación, después de una duración de. 150 años, sin que los judíos lograran detener a tiempo la corriente de antagonismo presentida y que había de presentarse con histórica precisión y legalidad.
Esta corriente contraria, el antisemitismo, de la que ya no se puede dudar en manera alguna, se extiende a grandes pasos por todo el mundo. Una ojeada de la prensa mundial nos pone de manifiesto diariamente y de nuevo, que los dirigentes políticos de todos los países se ven obligados, en casi todos ellos y en proporciones más o menos grandes, a ocuparse y preocuparse del antisemitismo. A los críticos extranjeros que pretenden que el antisemitismo es un fenómeno puramente alemán, se les puede citar una frase muy conocida del jefe sionista inglés Dr. Chaim Weizmann, que, en aguda polémica, declaró que el mundo se dividía en dos grupos de países, o sea, en aquellos que quieren echar a los judíos y en aquellos que no desean acogerlos.
Del primero de los grupos mencionaremos sólo para dar algunos ejemplos junto a la misma Alemania, en primer lugar, a Italia. Con medidas legales, de gran alcance, ha empezado a suprimir a los judíos del país de la vida y puestos oficiales, expulsando de su suelo a los judíos extranjeros. Viene después Polonia con más de 3 millones de judíos que constituyen más que el 10 % de la población nacional. Allí se declaró, hace más de un año, y ello oficialmente por parte del Gobierno, que la cuestión judía en Polonia sólo podría ser solucionada por medio de la emigración y varios grupos de profesiones han sido ya prohibidos a los judíos. En Hungría, el Gobierno Daranyi promulgó una Ley que ha sido también aceptada por Imredy y que limita la participación judía a un número porcentual bajo y determinado en la vida económica y cultural del país. En Rumania, con sus 1,5 millones de judíos, la tendencia antisemita no ha sido, de ningún modo, sofocada con la caída del gabinete Goga; ello lo demuestran las amplias medidas tomadas para quitar la nacionalidad rumana a aquellos judíos que han inmigrado a Rumania después de la guerra europea. La supresión actual del partido antisemita Codreanu no debe hacer olvidar que el antisemitismo es de gran fuerza en Rumania y que logrará dominar, a la corta o a la larga, toda la fuerza del país.
Son todos estos países en los cuales se han adoptado ya medidas netamente antisemitas por parte de los gobiernos. Muy lejos habría de conducirnos enumerar todos aquellos países en los cuales, aún cuando no puedan señalarse tales medidas, se hacen sentir, como sucede en Holanda, Francia y también en Inglaterra tendencias y organizaciones antisemitas, que obtienen creciente influencia sobre la opinión pública.
A1 segundo grupo pertenecen aquellos Estados en los cuales se esparció la corriente de inmigración judía al terminarse la época de asimilación y cuando el antisemitismo empezó a ganar más y más terreno. Se trata, en este caso, sobre todo, de países de Ultramar, muy especialmente de los países iberoamericano y la Unión Sudafricana.
Estos Estados habían abierto al principio solícitamente las puertas a la inmigración judía, ofreciendo a los inmigrantes amplio campo de actividad para la creación de nuevas existencias. Sin embargo, estos países, por demás acogedores, se han arrepentido entre tanto y grandemente de la conducta por ellos observada. Sus generosas y amplias leyes de inmigración han sido suplantadas por impedimentos que se han ido haciendo más y más crecientes y prácticamente apenas si existe hoy un Estado en el cual la emigración judía pueda hallar un medio de existencia de alguna importancia.
Ello fue palpablemente demostrado en la Conferencia de Evían, celebrada en el verano de 1938 y que se ocupó del problema de la migración judía, sin poder llegar a ningún resultado, debido a que ninguno de los numerosos Estados allí representados estaban dispuestos de acoger en realidad a loa judíos emigrantes.
Entre tanto ha sido claramente evidenciado que los judíos que huyen. del antisemitismo aportan con ellos, en su nuevo asilo, el bacilo del antagonismo judío. Y es un hecho demostrado por una historia de siglos y por ella mil veces documentos el que el antisemitismo va adherido constantemente a los judíos, sin separarse de ellos. Ellos mismos lo llevan consigo donde quiera que se detengan en la constante e intranquila peregrinación continuadora del nómada Asverus, siendo ellos mismos su conductor y su mejor propagador. Por ello vemos hoy, precisamente, en los países de inmigración judía, que hace poco no conocían el antisemitismo, surgir las corrientes antijudaicas que no pueden dejar de ser tomadas en consideración por los gobiernos respectivos.
Quien quiera que, alejado de los acontecimientos políticos de carácter actual, se ponga a estudiar, con seriedad científica y responsabilidad histórica, el problema, único en su género, de la cuestión judía no podrá, en manera alguna, compartir la opinión de que Alemania sea la única en conocer el antisemitismo y, más aún, la que lo ha ideado.
Una consideración, por demás objetiva, refuta al mismo tiempo también la opinión, emitida algunas veces, de que la creciente propagación del antisemitismo sea la consecuencia exclusiva del ejemplo dado por Alemania en esta cuestión, o sea, una especie de fiebre que se esparce por todo el mundo. Ante esta opinión cabe preguntarse: ¿Puédese, en verdad, creer seriamente que sea posible abarcar el mundo entero en una ideología para la cual no existen en todas partes suficientes fuerzas y que sólo espera el impulso exterior?
En sí, no es de extrañar, en manera alguna, que la conducta observada por Alemania en la cuestión judía haya despertado un eco tal en todo el mundo. Alemania sufre con ello el destino de quienes tienen el valor de la propia responsabilidad y luchan, como primeros, por una convicción modificada por los nuevos principios de una nueva época. Todas las grandes verdades humanas han logrado sólo implantarse a costa de lucha y sacrificio. Todo el que se elevara contra un dogma anticuado, se atrajo el odio de ser revolucionario, el odio que persigue al innovador. No otra cosa sucedio antiguamente a los precursores de la Revolución francesa que, con el gran lema del Liberalismo, derribaron los anticuados dogmas de la época del absolutismo. Tuvieron, naturalmente, todo el resto de Europa unido para hacerles frente.
Si se quiere comprender acertadamente la situación de Alemania en la cuestión judía, débese clasificarla en el gran marco de aquellas decisiones generales que han constituido la base adoptada por el Nacionalsocialismo en su nueva orientación de la vida común alemana: en el cuadro de la filosofía de historia racial y nacional. Ella dice que las razas y los pueblos históricos procedentes de las mismas, en su diferencialidad y en su diversidad, constituyen un elemento de la divina creación. Cada pueblo ha recibido de la divina Providencia la misión de desarrollar libre y ampliamente su personalidad. Pero, faltaría al orden de la Creación y estará destinado a perecer cuando hace formar su destino por fuerzas que son extrañas a su manera de ser. Es enteramente indiferente la manera cómo sean de estimar estas fuerzas extrañas en si. Pueden ser buenas o malas, indistintamente, ya que lo importante es sólo ser extrañas a la particularidad de cada uno de los pueblos con los que se ponen en contacto.
En la Historia de las Naciones, la caída del imperio romano es el ejemplo más convincente para la validez de esta ley histórica. La creación única del pueblo romano hubo de verse derribada porque el alma del genio romano, creador del Inmenso imperio, se vió dominada más y más en todas las esferas vitales por fuerzas extrañas. Elementos culturales extranjeros dominaban la vida intelectual de Roma, mientras que su vida social y económica se hallaba dirigida por colaboradores extranjeros, sobre todo de raza oriental, en tanto que la autoridad suprema del Estado romano estaba constituida, en su mayor parte, por una fuerza militar formada por germanos.
El más pequeño elemento de cada pueblo, la familia, se halla regida por esta Ley. Precisamente los pueblos oriundos de raza germana tienen un sentimiento fuerte y seguro de la familia, es decir que saben que en cada familia, a través de las generaciones, impera una tradición que arranca de una propiedad hereditaria, formando una clase típica de modo de vivir que domina el destino de la familia en la continuidad de las generaciones. Allí dónde predomine el sentimiento latente de la familia, se cuidará atentamente de que ninguna mezcla de sangre extraña venga a perturbar la forma tradicional de la vida así como la manera de ser espiritual de la familia. Los nuevos miembros que, por medio del matrimonio, están llamados a formar parte de la familia, deben “ser congruentes” a ella. Muchas de las grandes familias que han alcanzado celebridad en la Historia han mantenido esta tendencia llevándola casi hasta la consanguinidad.
Considerado bajo esta filosofía de historia de racismo nacional, Alemania ha sido el primer país que, con inexorable y lógica consecuencia, ha sabido aprovechar las enseñanzas que le aportara la historia dos veces milenaria de la cuestión judía.
Si se consideran de cerca estas enseñanzas, se obtienen al mismo tiempo motivos para apreciar el porqué uno de los caminos a seguir teoréticamente, para solucionar la cuestión judía, o sea la asimilación, estaba condenado a fallar. Y queda demostrado el por qué nunca habrá de lograrse absorber a los judíos por medio de la incorporación y por qué el antisemitismo habrá de producirse siempre como necesidad legal.
Todos estos resultados pueden resumirse de la siguiente manera:
1. La cuestión judía no es una cuestión religiosa sino solamente una cuestión de raza. El judaísmo es, en su composición racial, heterogéneo, componiéndose sobre todo de elementos orientales y asiáticos, no emparentados con ninguno de los pueblos europeos existentes. A este respecto, es de especial importancia establecer que, para el proceder alemán, el hecho de ser de raza heterogénea es, ya en sí, decisivo. Sin que con ello se emita un juicio sobre el valor o no valor de la peculiaridad racial del judaísmo.
Tampoco la época de emancipación, con su asimilación de los judíos en toda la vida de los pueblos y su conversión por millones de ellos al cristianismo, no ha logrado destruir su singularidad racial. En apoyo de nuestra aseveración se dispone de numerosos testigos y ello, precisamente, de parte judía. El Dr. Walter Rathenau dice en su ya mencionado folleto: “Escuche, Israel”: “En medio de la vida alemana figura, aislada, una casta de gente extraña. Una horda asiática en la Marca de Brandenburgo...” Y el conocido escritor judío Jakob Klatzkin manifiesta más palpablemente todavía en su folleto “Crisis y decisión del Judaísmo” (1921) lo siguiente: “Somos en todas partes una raza extraña ante las gentes del país en que nos encontramos y queremos mantenernos inquebrantables en nuestra peculiar heterogeneidad.” Estas demostraciones son de una época en la que la emancipación del judaísmo se hallaba en todo su apogeo.
2. El judaísmo se encuentra desde hace 2000 años en constante peregrinación. Su patria es el mundo. A base de su histórico destino no conoce ni conocerá nunca ningún lazo nacional. A causa. de su estructura social, completamente anormal, en la cual no figuran labriegos ni artesanos, no cuenta con unión ni relación con, el suelo del país hospitalario ni con las grandes masas nacionales del país.
3. Disposiciones de carácter racial y su destino histórico repelen a los judíos hacia muy determinadas categorías profesionales, hacia aquellas precisamente cuyas esferas de actuación conducen hasta más allá de las fronteras del país. De esta manera pudieron apoderarse, en el siglo de la emancipación y de manera creciente, de la dirección de la opinión publica, de la Bolsa y del mercado del dinero, de las profesiones de negocio y comercio, de determinadas funciones culturales y, por fin, de la política. Esta posición preponderante lograron conservarla y dominarla hasta el fin en forma de monopolio, estampando así en toda la vida oficial el sello de su .peculiaridad de raza extraña.
4. Precisamente el tiempo de la emancipación y de la asimilación, que creía solucionar la cuestión judía rompiendo las vallas divisoras, ha puesto en movimiento a los israelitas haciéndolos salir de los ghettos de la Europa oriental y atrayéndolos hacia los estados libertarios del oeste de Europa y de Norteamérica. Y así emigraron, por ejemplo, entre 1890 y 1900 unos 200.000 judíos a Inglaterra y el gobierno se vió obligado a nombrar una Comisión destinada a formular proposiciones en vista de detener esta avalancha. En los Estados Unidos que cobijan actualmente más de una cuarta parte de los judíos esparcidos por todo el mundo, se dispersó entre 1912 y 1935 la masa de 1,5 millones de israelitas. Este importante movimiento emigrador dio a la cuestión judía una gran parte de la latente actualidad que ha alcanzado hoy día, por haber hecho ilusoria la esperada y creída absorción del judaísmo, acelerando la intrusión hebrea en los diferentes Estados.
La situación creada por esta casi total intrusión judaica empezó a llevarse a cabo en Alemania antes de que el nacionalsocialismo se adueñara del poder. Una raza extraña, sin raíces ningunas y sin intima relación con el Estado, se había posesionado de Alemania. Un espíritu exótico se había infiltrado en todas las vías de la vida alemana y había cambiado por completo el aspecto peculiar de su organismo. El nacionalsocialismo se vió, pues, colocado ante la necesidad de solucionar la cuestión israelita en Alemania por medio de medidas radicales, reconociendo categóricamente su legitimidad. En Diciembre de 1910 escribía, por ejemplo, el critico del “Times” en su mención del libro de Houston Stuart Chamberlain “Los principios fundamentales del siglo XIX” respecto a la cuestión israelita en Alemania: “Casi todo se halla en manos de los judíos, no sólo los comercios sino también la prensa, el teatro, el film, etc., y, muy especialmente, todo aquello que ejerce una influencia sobre el espíritu alemán. No puede admitirse que los alemanes toleren a la larga esta situación. Un día tendrá que efectuarse una separación violenta.”
Después que la vía de solución del problema judaico por medio de absorción del judaísmo, amalgamándolo en la vida del Estado y del pueblo, hubo fracasado por no haber ofrecido los israelitas posibilidad de asimilación, el nacionalsocialismo no podía seguir más que la segunda de las vías posibles para lograr la solución del problema judío o sea la vía de la eliminación radical.
La conducta seguida por Alemania en la cuestión judía sólo puede comprenderse en toda su amplitud, si se tiene en cuenta que la persistente afluencia de la influencia israelita en toda la vida pública del país resultó ser para Alemania, según se lleva ya indicado y precisamente en los últimos decenios, la mayor calamidad nacional. La época de la guerra mundial con sus funestas consecuencias para Alemania, a la que siguió un tiempo de entero descalabro en el orden político y económico, la completa decadencia de su vida cultural, la socavación de todo sentimiento de moralidad y buenas costumbres, la espantosa falta de trabajo que arrastró tras de si el pauperismo, aquel tiempo de humillación nacional concuerda precisamente con la última realización de la emancipación judaica, con el punto culminante del poder israelita en Alemania, obtenido tal y como lo habla anunciado ya en 1910 el critico del “Times”.
Esta reciprocidad condicional de miseria general y poderío judaico ha conducido, hace ya más de una generación, a uno de los espíritus más leales del judaísmo, a Theodor Herzl, a hallar una fórmula que resulta tanto más importante por cuanto no se refiere solamente a Alemania sino que es de validez general para la cuestión judaica che todo el globo. En sus “Escritos Sionistas” (Tomo I,. Pag. 238/39) Herzl caracteriza el papel representado por el judaísmo, en amargo conocimiento de si mismo, de la manera siguiente:

“Hay por ahí un par de gentes que encierran en sus manos los hilos financieros del mundo entero, en tanto que otros ejercen una influencia decisiva en los asuntos de mayor interés vital para los pueblos. Pero cada invento resulta sólo a su beneficio y cada calamidad aumenta su poderío. Y, ¿para qué utilizan ese poderío? ¿Es que se han puesto al servicio de algún principio moral o bien, es que se preocupan por lo menas de su propio pueblo, cuya situación es tan mala? Sin esa gente no se puede hacer la guerra ni concertar la paz. Mantienen en sus manos codiciosas el crédito de las naciones y las empresas de los particulares. Los nuevos inventos deben esperar humillados ante sus puertas, mientras que con arrogante superioridad pronuncian el fallo sobre las necesidades de su prójimo.”
Nada es tan calificado para librar a Alemania del reproche de obrar en contra de las Leyes de la Humanidad, como una demostración circunstanciada sobre la grandiosa y dolorosa realidad que han tenido para ella las amargas profecías de Theodor Herzl y cuán fatales fueron las experiencias realizadas y que la obligaron a dar solución a la cuestión judaica y ello de una vez para siempre y para todos los tiempos.
Vamos, pues, a tratar de dar una idea concisa del papel y de la importancia alcanzada por el judaísmo alemán durante la época llamada de apogeo y de emancipación, o sea en la época precisa en que el Nacionalsocialismo se incautó del poder en Alemania.