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VUELOS DE GUERRA

40.000 kilómetros sobre Polonia, Noruega, Francia e Inglaterra

FRITZ DETTMANN

Corresponsal de guerra de la Luftwaffe

 

VUELOS DE GUERRA - 40.000 kilómetros sobre Polonia, Noruega, Francia e Inglaterra - FRITZ DETTMANN - Corresponsal de guerra de la Luftwaffe

137 págs.,
fotografías b/n
Encuadernación Rústica
Ediciones Sieghels, 2013
14,5 x 21 cm.
 Precio para Argentina: 70 pesos
 Precio internacional: 18 euros

 

 

 

 

 

 

 

El libro de FRITZ DETTMANN es un claro exponente del nuevo espíritu que anima a la Luftwaffe nacionalsocialista. Los individualismos egoístas han desaparecido para dejar paso a la más franca camaradería, de cuya íntima unión nace esa gigantesca fuerza que ha causado temor en unos y admiración en otros.
A lo largo de sus páginas (que en realidad constituyen los episodios más notables entresacados del carnet de ruta de un combatiente) no hay que buscar literatura; por el contrario, está escrito con toda la sencillez de quien relata una serie de apasionantes acontecimientos que ya han entrado a formar parte integrante de la Historia. Hay capítulos (como "Vuelo de regreso", "Un salto en la noche", etc.) de un dramatismo tan intenso, que el lector queda entusiasmado y los devora de un tirón. Otros, al ejemplo de "Las aventuran del teniente von Oe", dan ciento y raya a las más famosas novelas de emoción, productos de imaginaciones desbordantes.
En total, la condensación de diez meses de guerra, prestando servicio activo en una Arma que, si bien en el conflicto mundial de hace veinte años estaba en sus primeros balbuceos, ya demostró su enorme importancia en nuestra guerra de liberación, presentándose ahora como elemento decisivo, y dando una desagradable sorpresa a aquéllas naciones que, no habiéndose percatado de ello, creyeron podrían resolver la actual, con métodos anticuados, hijos de la rutina y de una abstracta idea de la evolución de las reglas bélicas"
Con estas palabras se presentaba la edición de 1940 de uno de los primeros libros de propaganda bélica editado por el Tercer Reich, escrito por un corresponsal de guerra alemán con las experiencias recojidas en los frentes de Polonia, Inglaterra, Noruega y Francia. Su reedición tiene como fin hacer llegar al lector modernos tanto las sencillas pero entretenidas historias de guerra tanto como la visión alemana de los dulces primeros años de victorias de una Luftwaffe que en esos momentos parecía poco menos que invencible, demostrando una marcada superioridad sobre sus adversarios y siendo uno de los ejes principales de los asombrosos logros bélicos alemanes.

 

ÍNDICE

Prólogo 7
Las cinco fases de la guerra aérea . . .15

Parte I.-CAMPAÑA DE POLONIA
Cap. I. — «Bromberg» 31
Cap. II.—Un «Cigüeña» salvador 39
Cap. III.—La ruta de las Divisiones perdidas 49
Gap. IV.—Varsovia ente la rendición .... 59
Cap. V. —La rendición 71
Cap. VI.—El fin de una capital europea. ... 79

Parte II.-ANTE LAS PUERTAS DE INGLATERRA
Cap. I.—Islas Frisonas 89
Cap. II — Los hombres que vuelan hacia Inglaterra. . 99
Cap. III.—Frente a la desembocadura del Humber. . 117
Cap. IV.—50.000 toneladas en cuarenta y ocho horas. 127
Cap. V. - Alarma en Flamborough 141
Cap. VI.—El vuelo de regreso 151
Cap. VII.—Vuelo nocturno ...... 175
Cap. VIII.—Sobre el infierno de Scapa-Flow. . . 183
Cap. IX.—Un golpe contra la «Home-Fleet». . . 191
Cap. X.—El convoy dispersado . . . . .199
Cap. XI.—Avión abatido en la noche .... 205

Parte III.-CAMPAÑA DE NORUEGA
Cap. I.—Diario noruego 211
Cap. II.—Alferez Moebus 221

Parte IV.—FRANCIA
Cap. I.—El primer ataque a Dunquerque . . . 233
Cap. II.—La aventura del teniente Von Oe . . . 246
Cap. III.—¡En picado! 269
Cap. IV.—Un salto en la noche 277

Epílogo 286

PRÓLOGO

En el curso del pasado verano, se produjeron acontecimientos tan sensacionales como el desplo­me de los frentes de combate franceses, tras la batalla de Flandes, y el precipitado reembarque del cuerpo expedicionario inglés, que, por lo visto, había venido al Continente con la misma despreo­cupada ligereza con que hubiera podido empren­der una fácil aventura colonial. Lo que ocurrió después, está todavía muy presente en la imagi­nación de todos los europeos, para que tengamos que recordarlo en detalle. Las multitudes que po­blaban ciudades y campiñas, emprendieron un éxo­do lamentable en que tomaron parte más de diez millones de seres humanos, que embotellaron completamente todas las vías de comunicación, dificultando los movimientos de las tropas fran­cesas, no solamente de aquellas que formando es­casos refuerzos, podían aun ser enviadas a la li-nea de fuego, sino que también de las divisiones que se retiraban y tenían que ralentir su marcha al tropezar con largas teorías de fugitivos, presa del pánico más injustificado.
En medio de esta espantosa confusión, se die­ron casos verdaderamente peregrinos, pues algu­nas columnas alemanas motorizadas, en el ardor de la persecución, llegaron no solamente a sobre­pasar la línea de fuego imaginaria que dividía los frentes, sino que, adelantándose a las tropas fran­cesas en retirada, hacían acto de presencia en ciudades tan alejadas de los acontecimientos bé­licos, que ni sospechaban la remota posibilidad de ver circular, tan de repente, a los enemigos por sus calles. A esto hace referencia la verídica anécdota que relatamos.
* *  *
París había sido ocupada, la línea del Loire rebasada, y como un huracán los destacamentos blindados llegaban a Burdeos, cuando un soldado motorizado, en misión de enlace, creyendo la ca­rretera controlada por otras fuerzas alemanas, se lanzó a todo gas por la ruta que une, a través de las landas, la capital del Gironda con la vascon­gada Bayona.
En realidad, era el primer soldado del Tercer Reich que hollaba aquel terreno, y fue un verda­dero milagro que las dispersas patrullas de terri­toriales, gendarmes y guardias móviles france­ses no lo detuvieran, con una descarga, en su des­enfrenada carrera; mucho debió contribuir a tan­ta suerte, la desorientación y él desorden que rei­naba en aquellos instantes por todo el territorio del vecino país.
Sea como fuere, el enlace llegó hasta Bayona, y sorteando tranvías, autos y gentío, arribó a la plaza en donde, a orillas del Adour, se alza el “Hotel de Ville". Allí se detuvo mientras la espectación general hacía que los habitantes de la ciu­dad se congregasen a su alrededor, formando una multitud atonizada por la súbita presencia de aquel hombre cubierto de polvo, cuyo casco de guerra alemán, constituía el mayor insulto que pudiera hacerse al más tibio de los chauvinistas.
Entre tanto, él motociclista había parado su máquina, y apoyando ambos pies en tierra para mantener el equilibrio, e indiferente a todo cuan­to ocurría en torno a él, es decir, a la expectación despertada y a los amenazadores murmullos que salían de las gentes, miraba como hipnotizado ha­cia el sur.
Allá abajo, formando un inmenso telón de fondo, se erguía la mole de los Pirineos, cuyos picos más altos, cubiertos por las nieves eternas, brillaban intensamente heridos por los rayos del sol, marcando el final de las tierras francesas, el comienzo de las españolas, la meta de la más es­pantosa batalla que hasta entonces se registrara en la Historia y la más fulgurante victoria con­seguida por ejército alguno.
Los que estaban más cerca de él, pudieron oír cómo maquinalmente salían de sus labios unas palabras que tenían él sentido de una mística oración:
—¡Nos ha traído hasta aquí! —murmuraba—. ¡EL! ¡Solamente EL podía obtener una cosa como ésta!
* * *
La anécdota —repito que verídica— retrata claramente la adoración que el combatiente ale­mán y todo su pueblo tienen hacia el Führer. Hitler significa, para ese ejército que ha paseado sus victoriosas banderas de un extremo a otro de Europa —es decir, desde los límites de Eurasia hasta el Atlántico, y de más allá del Círculo Polar Ártico, a las azules aguas mediterráneas,— él Hombre que encarna él espíritu de la Gran Ale­mania y también el genio que consiguió anular las afrentosas injusticias de Versalles, no en un afán vengativo de revancha, sino con un caballe­resco espíritu de equidad.
Sólo así se comprenden muchas cosas de las ocurridas durante estos últimos meses. Entre él soldado que fue alistado en la guerra de 1914- 1918 y los que ahora se baten en todas partes, media un abismo espiritual, porque él nacional­socialista que cae en el campo del honor, sabe que lo hace al servicio, no de una casta privilegiada, ni para que despreciables mercachifles de reta­guardia amontonen riquezas amasadas en sangre, sino por el derecho a la vida de un pueblo, que reúne más de ochenta millones de almas y se ha visto precisado a defender con las armas su pues­to bajo el sol.
El libro de FRITZ DETTMANN es un claro exponente del nuevo espíritu que anima a la Ar­mada del Aire nacional socialista. Los individua­lismos egoístas han desaparecido para dejar paso a la más franca camaradería, de cuya íntima unión nace esa gigantesca fuerza que ha causado temor en unos y admiración en otros. En reali­dad, a través de todas las aventuras guerreras que se describen en un estilo sobrio y conciso, puramente castrense, surge siempre como un potente "leit motif”, formando la base esencial de los hechos, un canto a la unidad de acción, factor decisivo de los éxitos obtenidos por la joven arma aérea. Tal vez el secreto de la Gran Victoria resida esencialmente en ese clima que reina en el Tercer Reich: la unión estrecha en la camara­dería más absoluta.
A lo largo de sus páginas (que en realidad constituyen los episodios más notables entresaca­dos del carnet de ruta de un combatiente) no hay que buscar literatura; por él contrario, está es­crito con toda la sencillez de quien relata una serie de apasionantes acontecimientos que ya han entrado a formar parte integrante de la Historia. Hay capítulos (como ”Vuelo de regreso”, ”Un sal­to en la noche”, etc., etc...) de un dramatismo tan intenso, que el lector queda entusiasmado y los devora de un tirón. Otros, al ejemplo de ”Las aventuran del teniente von Oe”, dan ciento y raya a las más famosas novelas de emoción, productos de imaginaciones desbordantes.
En total, la condensación de diez meses de guerra, prestando servicio activo en una Arma que, si bien en el conflicto mundial de hace vein­te años estaba en sus primeros balbuceos, ya de­mostró su enorme importancia en nuestra guerra de liberación, presentándose ahora como elemen­to decisivo, y dando una desagradable sorpresa a aquéllas naciones, que no habiéndose percatado de ello, creyeron podrían resolver la actual, con métodos anticuados, hijos de la rutina y de una abstracta idea de la evolución de las reglas bélicas. El desengaño ha sido fatal para unos, y aún cuando otros parecen haber querido aprove­char la lección, el ”handicap” (como podríamos decir, empleando él un tanto sobado término de­portivo) es tan enorme, que nadie cree que puede ser recuperado.
Hemos adaptado las páginas escritas por FRITZ DETTMANN, procurando dejarlas al gus­to literario español, pero respetando rigurosamen­te la cronología de los acontecimientos y la esen­cia fundamental de la magnífica gesta que se describe. Por su novedad e interés ha de cons­tituir el encanto de cuantos las lean.
Fernando P. de Cambra

LAS CINCO FASES DE LA GUERRA AÉREA

Con los acontecimientos que comenzaron el 10 de mayo de 1940, las operaciones del Arma aérea alemana entraron en la quinta y decisiva fase en que se dividió su historia. El frente sobre que operaba creció en pocas horas en centenares de kilómetros, y finalmente abarcó una zona que iba desde más allá del Círculo Polar Ártico hasta el Sur de Inglaterra, comprendiendo el extenso es­pacio sobre el mar del Norte y aún el Atlántico en las proximidades de la costa irlandesa.
La guerra contra las Potencias occidentales, había tomado tal incremento, que obligaba a
Francia e Inglaterra a desplegar todas sus fuer­zas; por eso hicieron cuanto estuvo de su parte por arrastrar al conflicto pequeñas naciones como Holanda y Bélgica —al igual que antes lo habían efectuado con Polonia, Noruega y Dinamarca—. Todos se encontraron ante una Alemania que se disponía a afrontar la nueva situación, con la mis­ma energía que pocas semanas antes lo hiciera en Escandinavia.
El papel que nuestra Aviación desempeñó en estos lances, puede compararse al de un martillo pilón machacando (después de batir las forma­ciones aéreas enemigas) la retaguardia del adver­sario, cortando sus comunicaciones y penetrando profundamente en el interior para desorganizar sus reservas. Es indudable que la gran sorpre­sa y revelación de esta guerra, fué la nueva tác­tica empleada por nuestros aparatos de bombar­deo en picado, y cuando los Estados Mayores franco-ingleses se percataron de ella, ya era tar­de para rectificar sus anticuados procedimientos
Confiados en la política de cerco que ha­bían empleado en la guerra de 1914-1918, tenían más fe en ella que en los métodos ofensivos del Reich, y cuando los acontecimientos les demos­traron lo contrario, dejaron a sus pueblos com­pletamente a obscuras sobre lo sucedido; sólo veladamente pudieron vislumbrar la consecución de las cinco fases en que se descompuso la guerra aérea alemana, y que podríamos detallar como sigue:
1a   El aplastamiento de Polonia.
2a   Guerra aérea contra Inglaterra en el mar del Norte.
3a   Ocupación de Dinamarca y Noruega.
4a   Ocupación de Holanda y Bélgica.
5a   Batalla de Francia y lucha contra Ingla­terra.
El primer capítulo, es decir, el aplastamiento de Polonia, tan sólo dió una ligerísima idea de la rapidez y enorme fuerza que existía en el arma aérea alemana. A los tres días de comenzada, do­minaba totalmente el cielo aéreo polaco, habien­do destruido los aviones enemigos en el suelo, antes de que pudieran remontarse y causar daños en Alemania. Campos de aviación, comunicacio­nes, nudos ferroviarios, fábricas de armas..., todos quedaron simultáneamente aislados entre sí y especialmente los depósitos de víveres y mu­niciones del frente de combate, donde tan buenos servicios les habrían prestado.
El fracaso de su aviación, una vez deshechas sus formaciones de cazas, puso al arma antiaérea polaca ante el problema de defender ella sola, con sus propios medios, los bastiones esenciales del país contra los aviones de combate alemanes, pero la rapidez de las operaciones hizo prontamente que tal problema quedara relegado a segundo término. Cuando la bolsa de Kutno, entre Wyszogrod y Sochaczev, cinco divisiones polacas en- cerradas, intentaron romper el cerco por su pun­to débil para llegar a Varsovia atravesando el Bzura, y entonces fueron empleados, por prime­ra vez en la historia de las guerras modernas, los aviones en picado y de combate; en pocas horas quedó sofocado el intento polaco en sus comien­zos, y las cinco divisiones deshechas cuando creían alcanzar el paso salvador.
También tomó parte nuestra aviación, con gran éxito, en la conquista de Westerplate, Hela y del fuerte Modlin, terminando su cometido en el cielo polaco, con el ataque contra Varsovia, que obtuvo tal éxito, que la ciudad sitiada desde dos semanas antes, capituló en veinticuatro horas. Las consecuencias de esta medida —a la que fue obligado el Mando alemán por la actitud polaca de querer convertir una ciudad abierta en plaza fuerte—, fueron terribles y dieron al Mundo la pri­mera idea de un arma que el Tercer Reich había desarrollado hasta el último extremo, aprove­chando todos los conocimientos técnicos y cientí­ficos.
Pero la influencia inglesa resulta aún más fuerte que toda razón, y Alemania se vió obliga­da a entrar en el segundo capítulo de la guerra para demostrar a la Gran Bretaña que la pro­tección nacida de su privilegiada situación insular había pasado a la Historia.
Este capítulo comenzó con la apertura de la guerra aérea sobre el Mar del Norte, donde des­pués de organizar ataques aislados contra formaciones de la “Home Fleet” en los últimos me­ses de 1939, encargó el Mando alemán a varias flotillas de aviones la misión de impedir la nave­gación inglesa en aquel mar. Nuestros aviones de combate volaban sobre una sección que se ex­tendía desde el extremo norte de las islas Shetland, hasta el estuario del Támesis a lo largo de la costa oriental inglesa, controlando totalmente el tráfico mercante, al que en centenares de casos se producían desagradables sorpresas, porque, mientras en la guerra del 1914 al 1918, la avia­ción no estaba suficientemente desarrollada para poder desempeñar con éxito tales cometidos, aho­ra demostraba la gran capacidad del material y de aquellos que lo tripulaban. El arma aérea ale­mana cumplió las misiones que le fueron confia­das, efectuando con gran éxito vuelos que a me­nudo sobrepasaban las doce horas sin interrup­ción, y recorridos de dos mil kilómetros (en una época que, como la de invierno, es tal vez la más inadecuada para esta clase de vuelos), y despe­gando cuando sobre los campos de aviación había una capa de un metro de nieve.
La flota inglesa perdió, con este nuevo proce­dimiento, centenares de miles de toneladas, mien­tras sus gobernantes perdían también al propio tiempo, la confianza de que el invierno, con sus nieblas y temporales, protegerían las Islas Britá­nicas. Este error fue tan grande, que precisamen­te durante los meses de enero y febrero, nuestros aviones de combate bloquearon las desembocadu­ras de los ríos Támesis, Humber y Tyne, al pro­pio tiempo que se presentaban más al norte, fren­te a las costas de Escocia, donde se reunían los convoyes ingleses, buscando protección en una fuerte escolta, que resultaba ineficaz para la ame­naza aérea. Una breve expresión de esas haza­ñas está consignada en los partes oficiales, dando cuenta del número de toneladas destruidas.
La guerra contra el tráfico comercial fue co­ronada por el gran éxito de la escuadrilla “Loewen” a la altura de Scapa-Flow, cuando en una tarde atacó un convoy fuertemente protegido por varios cruceros, destructores y torpederos, amén de varios aviones de caza, destruyendo 42.000 to­neladas de barcos mercantes, a pesar del fuego antiaéreo. Casi simultáneamente se efectuó el gran golpe contra la flota de guerra concentrada en la rada de Scapa-Flow, guarida de la “Home Fleet”, hundiendo o averiando gravemente varias unidades pesadas, en un ataque por sorpresa.
El tercer capítulo de la guerra aérea culmina con los acontecimientos de Escandinavia. Por primera vez aparecen, aun cuando esbozados como un ensayo general de hechos poste­riores, paracaidistas, tropas aéreas de desembar­que con una impecable organización. No existe hoy en día duda alguna de que sin el empleo de la Armada del aire, la aventura de Noruega po­dría haber tomado otro cariz y, en el mejor de los casos, resultar terriblemente larga, dando tiempo al enemigo para reaccionar.
En estrecha colaboración con los ejércitos de Tierra y Mar a través de la inhospitalaria No­ruega, hasta lograr en apenas tres semanas re­chazar totalmente al enemigo y quedar comple­tamente dueña del campo de batalla, la gran efi­cacia de las formaciones del aire preparó el defi­nitivo fracaso de los cuerpos expedicionarios in­gleses en Namsos, Dombas y Aandalsness, que después de una breve y estéril lucha, reembar­caron precipitadamente camino de sus islas, aban­donando gran cantidad de material de guerra intacto y a los pocos noruegos que se habían de­jado engañar, y que de la noche a la mañana se encontraron completamente solos para hacer frente a toda la potencia del Ejército alemán.
Tal vez una de las partes más importantes de esta guerra haya sido la apertura de ataques de aviación contra formaciones navales en ope­raciones (1), y lo que desde largo tiempo se discutía como una teoría posiblemente aplicable, fue llevado a la práctica con pleno éxito ante el lito­ral de Noruega; de esas lecciones se dedujo que, en la actual guerra, no sería una flota potente quien llevara la decisión a la batalla naval, sino una fuerte aviación.
Los acontecimientos iniciados el 10 de mayo de 1940, aún que vertidos en ojeadas ininterrum­pidas contra los enemigos de Alemania, se dife­rencian esencialmente con relación a la guerra aérea, en dos cosas:
Primero vino la dominación de Holanda y Bélgica, y en esas operaciones adquirió toda am­plitud la actuación de paracaidistas y desembar­que de elementos de Infantería transportados por vía aérea. Alemania lanzó sus soldados, desde el cielo, sobre las tierras enemigas, y esos elemen­tos, que en otras ocasiones hubieran tenido el dudoso valor de las tropas dispersas, sin cohesión entre sí y, por lo tanto, fácilmente anulables, conquistaron fuertes que pocas horas antes figu­raban como inexpugnables. Ellos prepararon la gran rotura del frente que en pocos días obligó a capitular a Holanda, seguida con un intervalo de dos semanas por Bélgica. Con esto perdieron los anglo-franceses los dos países que habían de ser las bases ideales en su sistema de cerco a Alemania, y los perdió precisamente cuando in­tentaba apoderarse de ellos,
Este acontecimiento desencadenó súbitamen­te todas las fuerzas que hasta aquella fecha ha­bían estado como dormidas; en el mismo instan­te sobrevino el avance contra Francia, entrando el arma aérea en la fase decisiva de su acción. Su misión era apoyar el ataque alemán que, cual un arado, abría una brecha en el frente fortifi­cado, con objeto de llegar hasta la costa del Ca­nal de la Mancha y amenazar desde allí directa­mente a Inglaterra; esto es, precisamente, lo que sucedió.
Mientras nuestras tropas avanzaban sin cesar, cerrando la gran bolsa de Flandes y del Artois, produciendo en Occidente una reedición del Kutno polaco, la aviación preparaba paulatinamente la conquista del trozo de litoral sobre el canal que entre Ostende y Dunkerque viene a ser a modo de puertas que la Gran Bretaña posee en el Con­tinente. Aviones de combate y picado atacaban continuamente las comunicaciones a retaguardia del enemigo que, fieles a una antigua táctica, pre­tendían oponerse a la formación de bolsas, y con esos ataques se conseguía, la mayor parte de las veces, la total desmoralización de los franco-bel­gas y el aniquilamiento de reservas preparadas como refuerzos para ir a primera línea.
La sucesión de los acontecimientos es tan vertiginosa, que la Historia no recuerda otra guerra igual. Cuando el cuerpo expedicionario inglés, durante los días 27 al 28 de mayo de 1940, pugnaba desesperadamente por abrirse paso en Bélgica y Norte de Francia para huir a través del canal en busca del refugio de su Isla, las bom­bas de nuestras escuadrillas aéreas enterraban el prestigio de la triste “Armada” que pretendía evacuar a los supervivientes; dieciocho días ha­bían bastado para que la aviación del Reich do­minara el espacio, anulando todas las fuerzas que se jactaban de poseer cuatro naciones reunidas.
En el curso de más de 40.000 kilómetros de vuelo sobre el enemigo, ha vivido el autor de estas líneas los grandes capítulos de la guerra aérea sobre todos los frentes europeos y desde Polonia hasta Francia, pasando por el Círculo Polar Ártico, tomó parte en las acciones que va a relatar a continuación, escuetamente, sin inten­tos de galanura en la prosa, pero ajustándose a la estricta realidad que sus ojos vieron.

En Occidente, agosto de 1940.
Fritz Dettmann

 

nota

  1. El autor parece olvidar que este método ya fue empleado con anterioridad en el curso de nuestra guerra de liberación, aun cuando en menor escala, debido a la menos importancia de los efectivos que entraban en línea. No obstante esto, queda bien sentado que, tanto los vue­los en cadena (preludio de los picados), como el ataque aéreo a escuadras, se efectuó en España con anterioridad. (N. del T.)

EPÍLOGO

El libro de Fritz Dettmann queda aquí cor­tado bruscamente, y deja abierto una especie de Interrogante sobre el porvenir. Las aventuras del oficial aviador no han terminado, sino que, lejos de ello, no hacen más que comenzar, y tal vez sus apasionantes emociones queden reflejadas en otros capítulos, si Dios le conserva la vida para hacerlo.
Este volumen termina cuando se cerraba la campaña de Francia con la rendición de ésta, y se abría una nueva etapa en la guerra. Han cesado los movimientos tácticos de tropas, las batallas de carros de combate, los duelos de artillería y las enervantes esperas antes del asalto a la posi­ción enemiga. Sobre el atormentado Continente, antes que haya resonado la palabra paz, comien­za la reconstrucción de las tierras desvastadas por el azote de la guerra.
Pero mientras las fuerzas de Tierra descansan arma al brazo, todo el peso de la lucha recae so­bre la aérea. Ahora los enemigos están separa­dos por un brazo de mar difícil de salvar, y por ello mismo la lucha se ha convertido en una serie de incursiones en el aire, en que unos hombres que han hecho sacrificio anticipado de su vida, afrontan todos los riesgos para ir a atacar al con­trario en su propia casa, destruyendo todo aquello que es factor esencial para una prolongación inu­sitada del conflicto.
Queda abierto el interrogante; esperemos que la respuesta no se haga esperar en demasía.
F. P. DE C.