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El "Graf Spee" en el mar

 

Gerhard Harmuth y Georg Schwalbe

 

El "Graf Spee" en el mar - Gerhard Harmuth y Georg Schwalbe

 

García Hispán Editor
2002
155 págs.,
15x22 cms.
 Tapa: blanda
 Precio para Argentina: 110 pesos
 Precio internacional: 16 euros

 

Nada más comenzar la Segunda Guerra Mundial, el crucero alemán Graf Spee entró en acción. Durante los meses posteriores al comienzo del conflicto, el buque torpedeó y hundió a cuantos buques mercantes enemigos encontró en su paso.
El capitán y toda su tripulación mantuvieron en jaque a toda la flota inglesa del Atlántico, hasta su trágico final en Punta del Este.
Siguiendo la estela de los grandes marinos de todos los tiempos, el Capitán hundió su propio buque antes de dejarlo caer en manos enemi­gas y posteriormente se quitó la vida.
Hoy día descansa en el cementerio alemán de Buenos Aires.
Las páginas de gloria y lealtad que el lector encontrará en este libro son difícilmente comparables en la historia de la marina de guerra.

 

 

 

 

 

 

ÍNDICE

Introducción               9
En la Vanguardia                                                        11
Se inician las hostilidades                     29
En el estrecho de Mozambique                       57
De nuevo en las costas de América                   103
Zafarrancho de combate                      109
Montevideo                            137
En Buenos Aires                      147
Informe del Almirantazgo inglés sobre la batalla naval de Punta del Este .       151

INTRODUCCION


Para dar a Alemania un acorazado pesado que de acuerdo con las es­tipulaciones del tratado de Versalles no debería sobrepasar las 10.000 toneladas, era necesario aunar una poderosa artillería, gran velocidad y el mayor radio de acción posible. Los perfeccionamientos aportados a los motores Diesel y sus ventajas frente a las máquinas de vapor de aquella época, su economía, su fácil servicio, el corto tiempo necesario para arrancar, así como el poco peso por caballo, decidieron el problema a su favor. Ocho motores Diesel, a doble efecto y a dos tiempos, de 7.000 ca­ballos cada uno, daban a la embarcación una velocidad de 28 nudos. El espacio libre restante, después de deducir la pesada coraza, estaba des­tinado a la artillería, extrapesada para este acorazado.
Esta solución, así como la estrecha combinación de varios récords técnicos, dentro de aquel espacio que escasamente contaba con 10.000 toneladas, condujo a que estos barcos, "Deutchland", "Admiral Scheer" y "Admiral Graf Spee", fueran conocidos en el exterior con el apodo de "acorazados de bolsillo". Eran obras maestras de la ingeniería naval des­pués de la guerra de 1914-1918.
Pero, para dar a estos barcos una capacidad mínima de ataque, fren­te a las embarcaciones enemigas, contra las cuales había de emplearse, se utilizaron en todos los casos, particularmente en la artillería, las más modernas instalaciones automáticas.
La tripulación debía tener un nivel mínimo muy alto de conocimientos técnicos. Por ello, se prefirió comprometerse por largos períodos para el servicio de la flota a trabajadores especializados.
La continua atención y el manejo de una instalación tan moderna representaron, sin embargo, a la larga, para el personal encargado del ser­vicio, un desgaste continuo y una pesada carga. La verificación interna e ininterrumpida de numerosos engranajes, en mutuo juego y de cada parte, exigía dar todo de sí, gastando en corto tiempo a los hombres de mayor energía.
Al estallar la segunda guerra mundial, el acorazado "Admiral Graf Spee" fue enviado al Atlántico entre Africa y América del Sur, para hos­tigar la navegación enemiga. Su actividad no podía durar mucho tiempo y terminó el 13 de diciembre de 1939 con el combate naval de Punta del Es­te, cerca de Montevideo, contra tres cruceros ingleses: "Ajax", "Achiles" y "Exeter".
El lector buscará inútilmente las acciones pintorescas y heroicas de los corsarios solitarios de la primera guerra mundial. Pero la actividad, el trabajo diario en una ciudad flotante, llena de máquinas, como ésta, no deja aparecer el aspecto romántico de los antiguos viajes por mar. Pero también en los aparatos y en las máquinas, que zumban y giran, encuentra el observador la belleza, la armonía y el ritmo.