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SMS EMDEN

La odisea del famoso crucero alemán 1914

HELLMUT VON MÜCKE

SMS EMDEN - La odisea del famoso crucero alemán 1914 - HELMUT VON MÜCKE

256 páginas
23 x 15 cm.
Instituto de Publicaciones Navales, 2010
Encuadernación: rústica

 Precio para Argentina: 330 pesos
 Precio internacional: 18 euros

 

 

 

 

 

 

 

 

Es una obra excepcional para aquellos que gustan de los relatos bélicos y de suma importancia para quienes desee encontrar ejemplos en la práctica y en la historia de verdaderos ejercicios de LIDERAZGO en situaciones de alta complejidad.
Este libro podría pasar por uno de relatos de aventuras para jóvenes, pero lo extraordinario es que estas aventuras son totalmente reales y ocurrieron durante plena primera guerra mundial. No en la terrible guerra de trincheras, gases y ametralladoras, que sufrió Europa continental sino en otro tipo de guerra. Una con caballerosidad, con disciplina, respeto, honor y buen trato con el enemigo. Esta guerra tan particular realmente ocurrió y en este caso la podremos ver con las peripecias vividas por los tripulantes de un corsario imperial alemán en los mares de Oriente, de un corsario que alcanzó fama y honor, el SMS Emden.
El libro es una joya de principio a fin. Escrito por el Segundo Comandante del Emden, Hellmut von Mücke, nos cuenta con un estilo cristalino y mordaz y con un excelente sentido del humor todo lo ocurrido desde el primer día que se declara la guerra hasta el día final del Emden. Cómo se preparan para hacer su papel de corso en los mares de Oriente, unos mares que son ruta comercial imprescindible de materias prima del imperio británico. Pero los mares son infinitos y ellos son sólo un buque, tienen que recurrir a la imaginación y a toda la capacidad profesional de sus tripulantes para permanecer sin ser descubiertos por el enemigo. Cualquier combate contra un barco de guerra de cierta importancia resultaría fatal.
En estas páginas veremos que se trató de hacer una campaña de desgaste al enemigo sobre lo material y no sobre lo humano. Veremos cómo enviaban en barco, al puerto más cercano, a todas las personas capturadas para que pudieran quedar libres.
El grupo de desembarco del emden al mando del capitán Hellmut von Mücke fue a tierra en las Islas Keeling poco antes de comenzar el combate final. No iban a quedarse sentados en la playa esperando ser tomados prisioneros. Allí se hallaba abandonada una pequeña goleta de madera, la Ayesha. Rápidamente embarcaron agua y provisiones. Cruzaron todo el Océano Indico consiguiendo llegar a Arabia tras una larga y dura navegación llena de peligros. Una vez en tierra, los marinos alemanes tuvieron que recorrer 2.000 km. de desierto, hostigados por las tribus árabes que los atacaron en varias ocasiones ocasionándoles algunas bajas, llegando al fin a una guarnición turca desde la que fueron escoltados hasta Constantinopla, desde donde fueron repatriados a Alemania para continuar combatiendo por su país.

 

ÍNDICE

Prólogo                9
Introducción                   11
Parte I.
Emden. Las hazañas del famoso crucero alemán en los mares de oriente, 1914                 21
Capítulo I. La primera presa                 23
Capítulo II. Camino del sur                   33
Capítulo III. En plena caza                   39
Capítulo IV. El holandés errante                      55
Capítulo V. El bautismo de fuego                     75
Capítulo VI. El pan nuestro de cada día                      85
Capítulo VIL El tormento de los nibelungos                91

Parte II. El combate y el cautiverio                   99
Capítulo VIII. El combate                      101
Capítulo IX. Prisioneros: camino de Europa                115
Capítulo X. El cautiverio                       125

Ayesha. La odisea del grupo de desembarco del Emden. 1914-1915                        153
Capítulo XI. Las islas Keeling                155
Capítulo XII. Ayesha                 159
Capítulo XIII. A bordo               165
Capítulo XIV. Un hermoso día a bordo                       171
Capítulo XV. Un día inquieto               175
Capítulo XVI. Padang                179
Capítulo XVII. Nuestro encuentro con el Choising ....           189
Capítulo XVIII. La muerte del Ayesha             195
Capítulo XIX. De Pering a Hodeida                 201
Capítulo XX. Hacia Sanaa                    211
Capítulo XXL El naufragio                    219
Capítulo XXII. El asalto             227
Capítulo XXIII. Al ferrocarril                245
Capítulo XXIV. ¡A casa!             253

EL AUTOR

 

Hellmuth von Mücke había nacido el 26 de junio de 1881 en Zwickau, Sajonia. Su padre era un oficial del Ejército. Mücke ingresó a la Armada corno ca­dete en abril de 1900 graduándose de teniente de corbeta en septiembre de 1903,- siendo asignado de inmediato como oficial a bordo del SMS Nymphe, un moderno crucero ligero.
Durante la siguiente década sirvió en destinos en el mar y en tierra. Comandó el torpedero S-149 y luego de su as­censo a capitán de corbeta fue destina­do como Admiralstabsoffizier (ayudante de órdenes del almirante) en Berlín. En 1913 se unió al SMS Emden en calidad de jefe de navegación convirtiéndose en su segundo comandante en junio de 1914. Luego de su regreso a Alemania en mayo de 1915, tras protagonizar increíbles aventuras a bordo del SMS Ayesha asumió el mando de una flotilla de torpederos.
Regresó al imperio Otomano a princi­pios de 1916 para comandar el destaca­mento naval del río Eufrates en opera­ciones contra cañoneros británicos en la campaña de la Mesopotamia. Luego comandó una unidad en la famosa flotilla Austro-Húngara del Danubio antes de unirse al crucero de batalla Derfflinger. Mücke pasó a situación de retiro el 30 de agosto de 1919 con el grado de capitán de navio.
Unos años después de ser desmovili­zado, el desagrado por el culto a la personalidad de Hitler y un manifiesto político publicado en 1931 le valieron ser perseguido por los nazis. Las regalías de los derechos de autor de sus trabajos sobre el Emden y el Ayesha y una serie de manuales de navegación le valieron modestos ingresos. Mücke, que perdió un hijo en el frente ruso durante la segunda guerra mundial, murió en 1957 a la edad de 76 años.

 

PRÓLOGO DEL EDITOR

 

Este es el segundo título de la nueva Colección "Clásicos de la Literatura Naval" que iniciáramos con "Yo fui prisionero del Graf Spee"
La aceptación que aquella obra tuvo entre nuestros lecto­res fue un estímulo importante para continuar inmediatamente con la colección, editando ahora "Emden - Las aventuras del famoso crucero corsario alemán durante la Primera Guerra Mundial".
Su autor, el entonces capitán de corbeta Hellmut von Mücke, fue el Segundo Comandante de esta unidad de comba­te, una de las más famosas de la Primera Guerra Mundial y luego Comandante del velero SMS Ayesha con el que los so­brevivientes que no fueron capturados lograron trasladarse a Arabia y desde allí, por los más insólitos medios, volvieron a Alemania y continuaron combatiendo.
Este no es simplemente un libro de relatos de guerra. En sus páginas, a través de la narración de los hechos vividos por la tripulación del crucero ligero SMS Emden y de sus so­brevivientes, se obtienen enseñanzas sobre valores humanos, compromiso con un ideal, imaginación para superar graves dificultades y esfuerzo frente a la adversidad.
Tal como ocurriera con nuestra anterior obra, La Manera de Shackleton - Lecciones de Liderazgo, el relato histórico que ofrecemos en estas páginas es de mucha utilidad para apre­hender conceptos de liderazgo y conducción de grupos huma­nos en circunstancias muy desfavorables.
Varios años después de finalizada la guerra, von Mücke escribió esta obra basándose en los informes oficiales que opor­tunamente presentara a sus superiores. Dotando a sus escri­tos de un estilo de epopeya y muy ameno, ha logrado entusias­mar a millones de personas a través de cientos de ediciones en idioma alemán, que han sido traducidas a diversas lenguas.
Originalmente se presentaba estas narraciones como dos libros separados; uno sobre el Emden y otro sobre el Ayesha. La extensión de cada uno de estos y la continuidad en el relato nos impulsó a ofrecer ambos en un solo tomo, pensando que a nuestros lectores le resultará más cómodo y atrapante tener en sus manos la narración completa de von Mücke, desde que zarpa con el Emden hasta que regresa a Alemania gracias al Ayesha.
No se ha modificado el estilo de redacción de la última edición realizada en la Argentina, en 1935, para mantener la frescura del texto. Sólo se ha reemplazado algunas expresio­nes marineras por otras que resultarán más familiares a nues­tros lectores y adecuado ciertas reglas ortográficas que han cambiado con el tiempo.
El hallazgo de esta obra, descatalogada desde hace mu­chos años, y su presentación para ser publicada se la debemos al doctor Jorge Bóveda, autor de Malvinas: La odisea del Sub­marino Santa Fe que editáramos en 2007, quien colaboró des­interesada y estrechamente en la corrección y elección de ilus­traciones.

INSTITUTO DE PUBLICACIONES NAVALES
IPN Editores

INTRODUCCIÓN

 

En el verano de 1914 la Armada Imperial Alemana no es­taba preparada para enfrentar a una gran potencia naval como Inglaterra. Una guerra con ese país había sido frecuentemen­te analizada e inclusive se habían preparado planes de contin­gencia para tal eventualidad, pero nadie creía -seriamente- que iba a ocurrir. El capitán de fragata Karl von Müller, comandante del nuevo crucero ligero SMS Emden, tenía mu­chos amigos en la Royal Navy y, al igual que el resto de los oficiales navales alemanes destinados en el extranjero, tenía contacto habitual con sus pares británicos, cuyo profesionalis­mo y sociabilidad admiraba.
Desde la victoria de Nelson en Trafalgar en 1805 reinaba en el mar la denominada "Pax Britannica". Debido a su po­derosa industrialización, su floreciente comercio y su flota mercante, el Reino Unido había adquirido colonias, luchado pe­queñas guerras coloniales y construido puntos de apoyo estra­tégicos. Pronto otras naciones siguieron ese ejemplo, Alemania en particular desde 1871 en adelante (1). Al mundo de los nego­cios británico no le entusiasmaba la idea de una fuerte compe­tencia germana. En todo el globo los esfuerzos diplomáticos teutones se toparon con fuertes contramedidas británicas, pero, a pesar de ello, las tripulaciones de los buques de gue­rra alemanes disfrutaban de la camaradería de sus pares anglosajones.
Sin importar que tan apasionadas fueran las críticas de la Gran Bretaña lanzadas por almirantes de escritorio y otros círculos navales ingleses, la Armada alemana no creía en 1914 que una guerra con Inglaterra fuera inminente. ¿Y ante tal eventualidad, como podría conducirse semejante guerra? Co­lonias inglesas, protectorados y esferas de influencia salpica­ban el globo. La Royal Navy estaba en todas partes. Hasta en los puertos neutrales la influencia británica tornaría imposi­ble el apoyo y el reaprovisionamiento de los buques de guerra alemanes. Gran Bretaña tenía la red de apoyo logístico mejor montada del mundo; en muchos países, esa red incluía a la prensa. Buques de guerra británicos, franceses, rusos y japo­neses -flotillas enteras- estarían al acecho por todas partes.
La última parte del siglo diecinueve fue la última fase del colonialismo clásico. Cuando en 1871 el imperio alemán vio la luz en Versalles el mundo ya había sido parcelado. Bajo el lide­razgo de Bismark, Alemania logró obtener colonias en África, luego agregó protectorados en el Pacífico y una base de apoyo en China.
China en aquel entonces era la fuente de grandes emprendimientos comerciales y ninguna de las grandes potencias per­mitiría que un solo país alcanzara una posición dominante en aquel potencialmente rico imperio. Todas las potencias desa­rrollaban sus políticas comerciales bajo la protección de bu­ques de guerra que necesitaban de bases estratégicas. A través de un tratado suscripto con China en 1898 Kiaochow (Tsing-tao) fue arrendada a Alemania por 99 años como Hong Kong lo había sido a Gran Bretaña.
En efecto, la única posesión alemana de extremo oriente era la modesta base naval de Tsingtao, y ésta podía bloquearse fácilmente. El puerto británico de Weihaiwei y el ruso de Vladivostok no estaban lejos. En aguas coreanas y en las islas japonesas había una moderna flota de combate nipona acos­tumbrada a la victoria.
En África el poder alemán consistía en cuatro colonias ais­ladas sin peso militar alguno. En el Pacífico el Kaiser retenía un amplio protectorado de islas incluyendo a Samoa, las Marshall, las Carolinas, Ponape, las Marianas (Pagan), las Palau y la Nueva Guinea Alemana. Ninguna de ellas, sin embargo, es­taba fortificada (2).
En 1900-1901 la flota alemana estuvo activamente invo­lucrada en sofocar la rebelión de los Boxers. Concluido ello el comercio alemán en Extremo Oriente había logrado una bue­na ventaja comercial respecto de sus competidores europeos y algunas firmas marítimas alemanas explotaban líneas de na­vegación regulares. Tsingtao creció rápidamente, pero per­maneció como la única verdadera base de apoyo alemana de ultramar. Desinteligencias diplomáticas condujeron a una cre­ciente animosidad de parte del Japón. Cuando Inglaterra, aho­ra aliada de ese país, declarara la guerra a Alemania, el resul­tado era predecible. Tsingtao no se convertiría en la Hong Kong alemana sino que seguiría el triste destino de Port Arthur.
El kreuzergeschwader (escuadra de cruceros) que operaba en medio oriente con sus cruceros acorazados Scharnhorst y Gneisenau se encontraba en algún lugar del Pacífico. En todos los océanos del mundo, esta fuerza de tareas, bajo el mando del vicealmirante Graf von Spee, constituía la única amenaza se­ria para la Royal Navy. La gran pregunta que se hacía el alto mando naval alemán era: ¿cómo podría esta escuadra reaprovisionarse y reabastecerse de combustible sin bases de apoyo?
Ciertamente que para la guerra en el mar, las bases nava­les y el avituallamiento regular de la escuadra de combate eran factores decisivos. Igualmente esencial era una buena red de comunicaciones para poder coordinar la actividad de buques dispersos y escuadrones. En ese ámbito, al menos, Alemania corría con ventaja. Gran Bretaña, por el contrario, no veía ur­gencia alguna en las nuevas tecnologías. Para comunicarse se apoyaba en una eficiente y bien distribuida red de cables sub­marinos. Desde cada rincón del mundo podía pasarse informa­ción a la velocidad de la luz a cada base naval británica. Las pocas conexiones por cable alemanas podían interrumpirse rápidamente en caso de guerra, por lo que el país se vio obliga­do a buscar otro medio de comunicación: la radio.
Una guerra con Inglaterra había sido largamente ana­lizada por la Armada alemana y en especial por el gran almi­rante Alfred von Tirpitz. El capitán Karl von Müller estaba familiarizado con los pensamientos y opiniones de su maestro y mentor, Tirpitz. Después de todo habían trabajado juntos en la Secretaría de Marina por tres años, y allí el almirante había ventilado sus opiniones. Algunas de ellas diferían consi­derablemente de las frecuentes declaraciones públicas del Emperador y de la propia liga naval. El capitán von Müller tenía un oído atento y consideraba al almirante como a su padre espiritual.
Tirpitz se había hecho cargo en 1897 de un trabajo preli­minar para la proyectada ley de construcciones navales. En aquel tiempo una comisión de la Armada ya había redactado un borrador de la ley. El Emperador estaba particularmente impresionado con la idea de contar con una poderosa flota de alta mar. Con ella pensaba llamar la atención del mundo hacia el poderío alemán.
El gran almirante, por el contrario, aspiraba a la creación de una fuerte y bien coordinada flota de combate. En su opi­nión Alemania no podía despachar un crucero para proteger sus intereses de ultramar, sin que tal movimiento se transfor­mara en un conflicto internacional mayor; al menos ese riesgo se corría con la mayoría de los países del mundo. Cada crucero de ultramar debía ser respaldado por una poderosa flota de alta mar si es que pretendía tener éxito en su misión. Alema­nia no poseía una sola base naval en el extranjero en caso de enfrentar una crisis (3).
Tirpitz continuamente debía contrarrestar la propaganda de legos que alentaban la creación de una gran flota de cruce­ros para el servicio de ultramar. El estaba convencido de que una guerra de cruceros contra Inglaterra y otras grandes po­tencias era técnicamente imposible debido a la falta de bases de apoyo alemanas en el extranjero y a la ubicación geográfica del país. Ciertamente los almirantazgos extranjeros estaban al corriente del problema. Para Tirpitz el objetivo prioritario era disponer de una flota de combate de alta mar que pudiera operar entre la bahía de Heligoland y el Támesis, en el Mar del Norte. Esto mantendría libre el mar Báltico y abortaría cual­quier intento de desembarco enemigo (4).
Como antiguo jefe de la escuadra de cruceros de Extremo Oriente, Tirpitz había aprendido por experiencia propia, la vulnerabilidad de que adolecía su escuadrón con la mera negativa británica a permitirle el uso de las instalaciones portuarias.
Importantes círculos dentro de la Armada alemana adhe­rían a las teorías de la "Jeune École" (escuela joven) francesa que había propagado la doctrina de que la misión de la Arma­da era la de proveer a la defensa costera y hacer la guerra al trafico con cruceros (léase guerra de corso). Bajo esta influen­cia el alto mando naval alemán desarrolló el concepto de una flota de ultramar que constituyó el comienzo de los desvelos de Tirpitz. Por un tiempo esa doctrina se enseñó a los cadetes de la Escuela Naval, impulsando a Tirpitz a intervenir. El pensa­ba, con buen criterio, que era desaconsejable que el mayor ins­tituto de formación de la Armada criticara abiertamente el de­sarrollo de la flota de mar, tal como había sido concebida en las leyes de armamentos navales aprobadas por el parlamento. Como le transmitió a sus colegas, él deploraba la inhabilidad del Emperador y de algunos oficiales navales de alta gradua­ción de ver que la deseada construcción de una flota de cruce­ros de ultramar prepararía el terreno para el colapso total de las leyes de armamentos navales (5).
Para Tirpitz el programa de construcciones navales no era solo una cuestión de dinero, sino también de estrategia. Sabía que Alemania no podía darse el lujo de un solo error de apre­ciación si quería poseer una flota de alta mar capaz de preser­var la paz a través de la disuasión. El Emperador y una parte del cuerpo de oficiales reclamaban cruceros pesados para mi­siones de ultramar. Tirpitz, sin embargo, construyó cruceros ligeros, muy rápidos para tareas de reconocimiento, no para la guerra naval. Tirpitz quería evitar enviar solitarios cruceros ligeros y cruceros acorazados a destinos de ultramar, pues en una guerra con Inglaterra, sin el apoyo de bases de apoyo bien ubicadas para carbonear, se perderían. La solución a este pro­blema fue un acuerdo de compromiso.
En 1909-1910 los flamantes cruceros acorazados, Scharnhorst y Gneisenau, fueron enviados a aguas del este asiático. Su construcción había sido planeada antes de que Inglaterra introdujera los modernos cruceros de batalla, clase que tornó obsoletos a los cruceros acorazados de la noche a la mañana.
Los viejos buques de estación fueron declarados débiles, lentos, antiguos y poco confiables. La construcción de cruceros de batalla alemanes, crucial para la misión de la Hochsee Flo­tee (6), había comenzado hacia 1909, y una política rotativa de reemplazos para cruceros modernos, diseñada primordialmente para el Mar del Norte y el Mar Báltico, se había establecido. El Emden era uno de estos buques.
Para poder defenderse exitosamente en una guerra en el mar, los cruceros ligeros dependerían del ingenio y habilidad de sus comandantes. Dentro y fuera de los círculos navales los cruceros ligeros habían sido objeto de agudas críticas debido a su pobre armamento. Estas críticas no tuvieron en cuenta que Alemania sólo estaba en capacidad de construir dos buques de cualquier clase por año. Las leyes de armamentos navales pre­veían en principio la construcción de tres cruceros anuales, pero el tercero había sido cancelado por el parlamento. Por ello la Armada alemana nunca dispuso de suficientes cruceros para operaciones de ultramar. Inglaterra, por el contrario, debido a sus compromisos internacionales tenía tres o cuatro veces ese número de buques en construcción. Por esta causa la Royal Navy pudo confrontar a Alemania, durante la guerra, con cruceros ligeros más modernos y mejor armados que los alemanes.
En síntesis, el crucero ligero alemán debe ser visto como una solución de compromiso entre la clase de buque destinado a misiones de ultramar y aquel destinado a las aguas jurisdic­cionales alemanas. Aquellos que operaban con la flota de alta mar eran más rápidos que los cruceros ligeros británicos de la misma época. Pero los cruceros británicos estaban armados con artillería de 15 cm; mientras que los alemanes, hasta el co­mienzo de las hostilidades, solo llevaban piezas de 10.5 cm.
Tirpitz estaba más que enterado de otro serio problema para la Hochsee Flotte: el carbón! el pan nuestro de cada día de los buques a vapor. Un solo buque consumía varios vagones de tren diarios. Carente de puntos de aprovisionamiento en ultramar, la Armada Alemana había debido recurrir a una efi­ciente y secreta red de aprovisionamiento (buques mercantes alemanes o neutrales ubicados en lugares estratégicos). Esta era una red de ciudadanos, oficiales navales, y agentes confi­denciales ubicados en distintos puertos alrededor del mundo que sabían todo lo que había que saber sobre el tráfico comer­cial internacional y el tráfico marítimo. Hombres que habían aprendido, en tiempos de paz, como eludir la omnipresente in­fluencia británica. Cierto es que ésta era una medida de emer­gencia, pero sin ella la flota de ultramar alemana habría sido internada sin pena ni gloria en puertos neutrales durante los primeros días de la guerra (7).
Otra restricción importante para este tipo de cruceros era la permanente imposibilidad de utilizar la totalidad de su re­serva de carbón. En todo momento debían mantener una re­serva para casos de emergencia, como por ejemplo una larga maniobra a alta velocidad en un combate o un ataque a un buque carbonero. Aparte de ello, una carbonera llena de car­bón servía de protección contra eventuales daños a la maqui­naria vital del buque y a las tuberías de vapor, daños que po­dían generarse fácilmente en buques como estos, que carecían de protección o blindaje.
Todos estos tecnicismos vinculados a la construcción de buques de guerra influenciaron en gran medida la situación táctica y estratégica de Alemania al inicio de la contienda con­tra Inglaterra. Tomados por sorpresa, los pocos cruceros ale­manes en existencia recibieron la orden de operar en forma independiente. Tarde o temprano serían localizados, persegui­dos por la superior flota británica, y en la mayoría de los casos, tras una sangrienta batalla, hundidos, pero siempre con honor y la enseña nacional al tope del mástil.
Lo que todos pensaron que no iba a suceder ocurrió el 28 de julio de 1914 (8) dando origen a uno de los conflictos más sangrientos de la historia de la humanidad en el que perecie­ron 8.856.000 hombres de todos los beligerantes.
El Emden estuvo activo desde el principio, como veremos en las páginas que siguen, dando golpes certeros pero sin derra­mar sangre cuando ello pudo ser evitado. Fue el capitán von Müller quién convenció al vicealmirante Graf von Spee, su su­perior inmediato, de que el SMS Emden debía operar en forma independiente. Siendo el crucero más nuevo y más rápido del escuadrón podría hostigar al tráfico en el Océano Indico, por entonces considerado una virtual laguna británica.
Durante los siguientes tres meses el Emden navegó 30.000 millas, hundió o capturó 23 buques mercantes y hundió un cru­cero ruso y de un torpedero francés. Se calcula que causó da­ños materiales por un valor de 15 millones de libras esterlinas y ocupó la atención de una fuerza combinada aliada que invo­lucró en uno u otro momento 80 navíos. No es de sorprender entonces que el Emden y su comandante rápidamente se con­virtieran en leyendas vivientes en Alemania, donde se los veía como el símbolo de la superioridad germana. En Inglaterra la gallardía, el arrojo y el trato humanitario demostrado por su comandante eran aplaudidos por el público como ejemplos ro­mánticos de lo que ellos creían debía ser una guerra.
Pero poco o nada se habría sabido de las aventuras del Emden de no haber sido por el ameno relato que escribió años después el segundo comandante de la unidad, el capitán de corbeta Hellmut von Mücke. Aunque los hechos centrales de la historia reflejan su informe oficial, Mücke le agrega un toque personal que eleva el relato a dimensiones épicas. El tema cen­tral de la obra es el valor de sus hombres frente a la adversi­dad. Mücke tampoco oculta su admiración por el comandante Müller cuya gallardía le valió, aun de sus adversarios, el so­brenombre de "el último caballero de la guerra".
Von Mücke, intrépido oficial y excelente conductor de hom­bres, había nacido el 26 de junio de 1881 en Zwickau, Sajonia. Su padre era un oficial del Ejército que luego solicitó ser trans­ferido al Servicio Civil Imperial. Mücke ingresó a la Armada como cadete en abril de 1900 graduándose de teniente de cor­beta en septiembre de 1903, siendo asignado de inmediato como oficial a bordo del SMS Nymphe, un moderno crucero ligero que acababa de unirse a la flota.
Durante la siguiente década sirvió en una serie de desti­nos en el mar y en tierra con la tercera flotilla de torpederos. Comandó el torpedero S-149 y luego de su ascenso a capitán de corbeta fue destinado como Admiralstabsoffizier (ayudante de órdenes del almirante) en Berlín. En 1913 se unió al SMS Emden en calidad de jefe de navegación convirtiéndose en su segundo comandante en junio de 1914. Luego de su regreso a Alemania en mayo de 1915, tras protagonizar increíbles aven­turas a bordo del SMS Ayesha (material de un segundo libro de su autoría), asumió el mandó de la 15° flotilla de torpederos, un componente de la flota de alta mar.
Regresó al Imperio Otomano a principios de 1916 para comandar el destacamento naval del río Eufrates en operacio­nes contra cañoneros británicos en la campaña de la Mesopotamia. Luego comandó una unidad en la famosa flotilla Austro-Húngara del Danubio antes de unirse al crucero de batalla Derfflinger (31.000 ton y 8 piezas de 30.5 cm) como jefe de na­vegación. Mücke pasó a situación de retiro el 30 de agosto de 1919 con el grado de capitán de navio.
Luego de ser desmovilizado al final de la contienda Mücke se unió al partido obrero alemán pero renunció cuando Adolfo Hitler comenzó a transformarlo en el partido nazi en 1921. El desagrado de Mücke por el culto a la personalidad de Hitler y un manifiesto político publicado en 1931 le valieron ser perse­guido por los nazis. Las regalías de los derechos de autor de sus trabajos sobre el Emden y el Ayesha y una serie de manua­les de navegación le valieron modestos ingresos. Mücke, que perdió un hijo en el frente ruso durante la segunda guerra mundial, murió en 1957 a la edad de 76 años.
Sus dos obras, que hoy presentamos aquí, se convirtieron rápidamente en un verdadero "clásico" del que se han impreso centenares de ediciones en idioma alemán, habiendo sido tra­ducido a varios idiomas. Aunque se lee como una ágil novela de aventuras es -en rigor- el relato de un hecho verídico. Müller y el Emden aparecen como románticos sobrevivientes en un mundo que se deslizaba rápidamente a la estremecedora reali­dad de la guerra total.
El libro consta de dos partes, la primera habla de las des­venturas del Emden en Extremo Oriente, el editor agregó el combate final del Emden, que Mücke no pudo presenciar, sobre la base de testimonios de protagonistas directos de los hechos. La segunda parte retoma la odisea del equipo de des­embarco del Emden, ocasión en que a von Mücke se le enco­mienda ejecutar una misión independiente e imprevistamente se encuentra abandonado a su propia suerte al frente de un puñado de hombres.
Para concluir esta breve introducción quisiera citar las palabras que le dedicara el Daily News de Londres en su edi­ción del 11 de noviembre de 1914, al entonces capitán de fraga­ta von Müller tras conocerse la trágica suerte del Emden:
"Hoy la Nación inglesa tiene un solo pesar y este es que una gran parte de la tripulación del Emden ha perecido. El Comandante del Emden es un hombre valiente, desbordante de ingenio y un distinguido caballero. Siempre trató a sus pri­sioneros con consideración y cumplió su misión de un modo admirable. Estamos contentos de que haya sido rescatado. El Emden... vivirá por siempre en los anales de la historia naval".
Buenos Aires, diciembre de 2009.
Jorge Bóveda

 

NOTAS

1. Lockner, R.K. "The last gentleman of war: the raider exploit of the cruiser Emden", US Naval Institute Press, 1989. pp 35
2. Ibid nota 1.
3. Ibid nota 1.
4. Ibid nota 1.
5. Ibid nota 1.
6. Flota de alta mar.
7. Ibid nota 1.
8. Serbia rechazó el ultimátum austríaco y este país le declaró la guerra. La movilización alemana se ordenó el 1 de agosto de 1914.