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Doctrinas del Nacionalismo

Drumond, Bourget, Maurrás, Pétain, Corradini, Mussolini, Hitler, José Antonio Primo de Rivera, Sardhina, Salazar

Jacques Ploncard d'Assac

Doctrinas del Nacionalismo – Drumond, Bourget, Maurrás, Pétain, Corradini, Mussolini, Hitler, José Antonio Primo de Rivera, Sardhina, Salazar - Jacques Ploncard d'Assac

244 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2021
, Argentina
tapa: blanda
 Precio para Argentina: 830 pesos

Con el rigor y la objetividad propias de un intelectual del máximo prestigio, resume el autor las doctrinas de los pensadores y políticos que, coincidiendo en una posición de exaltación de los valores nacionales, influyeron, en mayor o menor medida en el reciente destino de sus pueblos: Drumont, Bourget, Maurras, Petain, Corradini, Mussolino, Hitler, José Antonio Primo de Rivera, Sardinha y Salazar.
Es un libro que analiza los distintos nacionalismos o figuras nacionalistas no liberales en Europa. Empieza por los intelectuales franceses que dieron forma y teoría al nacionalismo, pasando por el fascismo, el falangismo, salazarismo y el Nacional socialismo.
Libro fundamental para la formación de todo nacionalista, sintetiza de manera detallada los orígenes del pensamiento nacionalista y su aplicación en occidente. Su contenido es tan polémico como revelador, pues sin sesgo, parcialidad ni censura alguna analiza hasta las experiencias más heterodoxas en Europa.

 

 

 

 

 

 

ÍNDICE

Prefacio7
I.- Edouard Drumont11
El fin de un mundo
II.- Maurice Barrés17
El deterninismo nacionalista
III.- Paul Bourget29
o el Tradicionalismo por positivismo
IV.- Charles Maurras35
o el nacionalismo integral
V.- Philippe Petain61
Mariscal de Francia o la regencia del nacionalismo
VI.- Enrico Corradini67
O el nacimiento del nacionalismo italiano
VII.- Benito Mussolini77
Duce del fascismo
VIII.- Alemania121
Entre la nación y la raza
IX.- Adolf Hitler131
Führer del III Reich
De «Rienzi» a «Mein Kampf»131
«Mein Kampf»139
X.- José Antonio Primo de Rivera173
O la nación como unidad de destino en lo universal
XI.- La idea nacionalista en Portugal197
XII.- Antonio Sardinha205
o el integralismo lusitano
XIII.- Antonio de Oliveira Salazar217
o un hombre libre

Prefacio

 

El 29 de julio de 1892, Maurice Barres publicaba, en «Le Fígaro», un artículo intitulado «La querella de los nacionalistas y de los cosmopolitas». Tomaba la defensa de los poetas partidarios de la tradición clásica francesa contra los románticos admiradores de Tolstoi, de Ibsen y de Maeterlinck. El interés estaba menos en el tema que en el empleo de la palabra nacionalismo para designar una posición de resistencia contra la invasión de las ideas cosmopolitas.
Esta palabra, caída en desuso, había servido medio siglo antes para designar a los defensores de la teoría de las nacionalidades, sobre la cual los liberales fundaban su reclamación del derecho de los pueblos a disponer de sí mismos.
La teoría era simple: «Donde haya una nacionalidad, debe haber un Estado.» Pero ¿en qué reconocer una nacionalidad? Sobre esto las opiniones se dividían.
Unos sostenían que la nacionalidad era «el grupo humano en el que los miembros, por razones étnicas, o simplemente históricas, quieren vivir bajo las mismas leyes y formar un mismo Estado, grande o pequeño, esto no importa» (Durkheim).
Otros sostenían que la raza se basaba en el consentimiento. Treitschke, por ejemplo, reivindicando la Alsacia-Lorena para Alemania, no se refería en absoluto a la autodeterminación de los alsacianos-loreneses. «El país alemán que nosotros reclamamos —decía— es nuestro por su naturaleza y por su historia. Nosotros, alemanes que conocemos Alemania y Francia, sabemos lo que conviene a los alsacianos mejor que éstos mismos desdichados. Nosotros queremos, contra su voluntad, volverlos a su propio ser.»
No era, pues, en modo alguno necesario que un pueblo reclamase su emancipación; otros podían hacerlo por él, contra su voluntad, considerarlo como «alienado» a fin de volverlo a su ser verdadero.
Una teoría tan flexible debía ser fuente inagotable de conflictos. Ella se ha revelado como una teoría hipócrita de expansión. Recurriendo tan pronto a la historia, como a la raza o a la voluntad, apoyándose sobre la propaganda o la fuerza, se ha demostrado capaz de «justificar» no importa qué frontera existente o de disputarlas todas.
El principio de las nacionalidades apareció como una consecuencia de la situación creada por la Revolución Francesa. La abolición de la monarquía volvió a entregar la soberanía en las manos de los pueblos, los cuales deberían definir sus límites y los principios por los que se iban a guiar. Así nacieron el «derecho de los pueblos a disponer de sí mismos» y los partidos políticos.
Los ideólogos de 1789 sostenían que el individuo estaba exento de toda atadura con el pasado, que la sociedad era el fruto de un contrato y que el hombre lo podía modificar a su gusto. La patria dejaba de ser la tierra de los antepasados; ahora se convertía en una asociación voluntaria.
Las ocultas consecuencias de tal teoría surgieron en seguida. José de Maistre tuvo, hacia 1807, el presentimiento y comunicó por escrito a Bonald su inquietud de ver a Francia morir «por vía de putrefacción-—decía—, dejando llegar la corrupción hasta el punto central y hasta los principios originales y constitutivos que la hacen lo que ella es».
En los años 1880, las inquietudes de José de Maistre se habían hecho una realidad evidente: la corrupción había llegado hasta el punto central y los principios originales y constitutivos de la nación eran olvidados o negados. Se iba hacia le desnacionalización de Francia.
La reacción de Barres contra el cosmopolitismo —a la cual él daba el nombre de nacionalismo— modificaba, por tanto, totalmente el sentido de la palabra nacionalismo. Ya no se trataba del derecho de los pueblos a disponer de sí mismos, sino del deber de los pueblos a seguir siendo ellos mismos.
El nacionalismo, tal cómo lo entiende Barres, nace de esta comprobación: la nación puede estar amenazada por algo distinto a una agresión exterior; puede perder su voluntad de ser.
Todo, en apariencia, permanece inmutable: el suelo inviolado, los hombres yendo y viniendo a su trabajo y, sin embargo, todo ha sido modificado; si, en ellos la tradición ha muerto, no saben ya lo que son ni por qué lo son.
El nacionalismo es la búsqueda de las leyes que convienen a un país determinado para mantenerse incorrupto en su ser nacional.
El nacionalista, en lo sucesivo, considera la nación como una herencia inalienable, de la cual no tiene el derecho de disponer y que debe transmitir intacta a sus hijos.
En torno a este concepto se ordenan todas las nociones complementarias de lealtad y de tradición, de soberanía y de derecho. Si se abandona, lealtad, tradición, soberanía y derecho pierden todo su significado, falta un punto fijo con respecto al cual ordenarse. La nueva definición del nacionalismo por Barres, Maurras y toda la escuela de la Acción Francesa debe necesariamente hacer surgir la oposición existente entre el concepto de la nación-herencia y el de la nación-contrato.
Si la nación era una herencia inalienable, una «fundación», no se podía admitir la teoría revolucionaria del derecho a la autodeterminación de los pueblos que componen la nación histórica. En efecto, este derecho implicaría la libertad de la propaganda separatista, lo que sería incompatible con la idea misma del Estado como unidad territorial y política.
Pero la lógica del principio de autodeterminación iba aún más lejos: toda minoría podría pretender sustraerse a las leyes que ella no hubiese votado, autodeterminarse de algún modo respecto de la legislación del Estado. No hay razón, efectivamente, para limitar los efectos del principio de autodeterminación a una concepción geográfica de la secesión.
Todo grupo de individuos, aun dispersos por el territorio nacional, constituyendo una comunidad ideológica, podría pretender regirse según su propia conveniencia.
He aquí a qué absurdidades extremas se puede llegar.
Barres había hasta tal punto modificado el sentido de la palabra nacionalismo que para designar a los defensores de la nación-contrato precisaba encontrar un neologismo. Se comenzó a decir nacionalitarismo. La causa hubiese sido comprendida; todo el mundo se habría habituado a considerar bajo el nombre de nacionalismo el conjunto de ideas contrarrevolucionarias definidas por Barres, Maurras y la escuela de la Acción Francesa, si, en la segunda mitad del siglo XX, con el estallido de los imperios coloniales, bajo el impulso del principio de autodeterminación, no hubiese recobrado su antiguo sentido la idea nacionalista.
La confusión provocada por este doble sentido engendró equívocos a veces deplorables.
Que se de, pues, por sobreentendido que, para nosotros, el nacionalismo tiene por objeto la búsqueda de las leyes de conservación de la nación.