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La manipulación de la mente

La verdad es lo que se hace creer

Joaquín Bochaca

La manipulación de la mente - La verdad es lo que se hace creer - Joaquín Bochaca

296 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2020
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 760 pesos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Es un principio básico de la psicología humana que el hombre, en general, cree lo que le gusta creer. Y a él le gusta creerse racional. Su comportamiento no dice lo mismo. Para llegar a la irracionalidad del hombre moderno es una tarea que ha requerido una considerable sofisticación, una verdadera tecnología de la que el "hombre de la calle" no tiene ni la más somera idea.
Es claro que el hombre se mueve a tenor de las órdenes que le imparte su cerebro. Por lo tanto, el control del cerebro es el control del hombre. Esta verdad de perogrullo es muy tenida en cuenta por los que manejan el mundo. Cualquier técnico en publicidad comercial sabe perfectamente que existen índices de absoluto rigor científico que determinan la cantidad de reiteraciones precisa y necesarias para que la mayoría de la gente acepte como verdadera y real, como buena y deseable, cualquier cosa, independientemente de si es auténtica o falsa, de si es buena o mala.
La constante manipulación, e incluso el bombardeo de ordenes subliminales opuestas, está produciendo -estadísticas cantan- una cantidad tal de neurosis, paranoias, complejos y puras chifladuras. El nuevo orden mundial ha creado un contingente de tarados psicológicos para sobrevivir.
Con "La manipulación de la mente" Joaquín Bocahca despeja todas las preguntas que un investigador de los modos de control social puede hacerse.
¿QUÉ? "La verdad es lo que se hace creer" (Votaire)
¿CÓMO? "Controlando la prensa controlaremos las mentes. Controlando las mentes controlaremos el mundo" (Barón Moisés Montefiore)
¿QUIÉN? "Si Dios fuera vuestro padre, ciertamente me amaríais a mí, pues yo nací de Dios ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis sufrir mi doctrina. Vosotros sois del Diablo, y así queréis satisfacer los deseos de vuestro padre, que fue homicida desde el principio. Como dice mentira, habla como quien es, por ser de suyo mentiroso y padre de la mentira. Pero a mí no me creéis, porque os digo la verdad ¿Quién de vosotros me convencerá de pecado? Quien es de Dios, escucha las palabras de Dios. Por eso vosotros no las escucháis, porque no sois hijos de Dios" (Evangelio de San Juan, 8, 42-47)
¿POR QUÉ? Tendremos un gobierno mundial, os guste o no. Lo único que queda por saber es si lo tendremos por consentimiento o por la fuerza (James P. Warburg).

 

ÍNDICE

 

La manipulación de la mente7
Prólogo del autor9
I.- La propaganda15
II.- Formas de propaganda y sus “modus operandi”21
III.- La propaganda tendenciosa31
IV.- La composición de informaciones tendenciosas39
V.- Propaganda y semántica43
VI.- La propaganda de guerra49
VII.- Propaganda e imagen61
VIII.- Propaganda y cine71
IX.- Propaganda y televisión79
X.- Propaganda y prensa89
XI.- Propaganda y radiodifusión103
XII.- Otros medios propagandísticos107
XIII.- La propaganda invisible: los mensajes subliminales113
XIV.- Las dos caras de la imagen135
XV.- Propaganda y marketing145
XVI.- Propaganda y literatura151
XVII.- La censura159
XVIII.- La enseñanza179
XIX.- El lavado de cerebro187
XX.- La dinámica de grupo199
XXI.- Manipulación científica de la mente211
XXII.- Saber es poder225
XXIII.- ¿Quién?233
XXIV.- ¿Por qué?293

Presentación

 

¿QUÉ?
La Verdad es lo que se hace creer (Voltaire).
¿CÓMO?
Controlando la Prensa controlaremos las mentes. Controlando las mentes controlaremos el mundo (Barón Moisés Montefiore).
¿QUIÉN?
Si Dios fuera vuestro Padre, ciertamente me amaríais a mí, pues yo nací de Dios, ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis sufrir mi doctrina. Vosotros sois hijos del Diablo, y así queréis satisfacer los deseos de vuestro padre, que fue homicida desde el principio. Cuando dice men­tira, habla como quien es, por ser de suyo mentiroso y padre de la mentira. Pero a mí no me creéis, porque os digo la verdad. ¿ Quién de vosotros me convencerá de pecado? Quien es de Dios, escucha las palabras de Dios. Por eso vosotros no las escucháis, porque no sois hijos de Dios (Evangelio de San Juan, 8, 42-47).
¿POR QUÉ?
Tendremos un Gobierno Mundial, os guste o no. Lo único que queda por saber es si lo tendremos por consentimiento o por fuerza (James P. Warburg).


Advertencia del autor

 

La manipulación de la mente fue originalmente escrito en 1990, y, aunque algunas partes del libro han sido actualizadas, en otras se podrá constatar su relativa prelación. No existe ya la URSS, mencionado en la versión original, como encarnación del capitalismo de Estado; las técnicas propagandísticas de su contrafigura, es decir, el Estado capitalista son las mismas, aunque adaptadas a la mentalidad colectiva de Occidente. Ello no obstante, la idea general que se propugna es exactamente la misma. Las técnicas, psicológicas o mecánicas, de la alteración de las mentalidades, in­dividuales o colectivas, son las mismas de hace dieciséis años, y sus efectos idénticos, e igualmente nocivos para la salud mental de nuestros pueblos.
J. B.

Prólogo del autor

 

Básicamente, el hombre es un animal. Un animal que, con notoria vanidad en muchos casos, se cree racional, aunque, como expondremos más adelante, es un principio básico de la psicología humana que el hom­bre, en general, cree lo que le gusta creer. Y a él le gusta creerse racional, mientras califica de irracionales a los demás animales, cuadrúpedos o bí­pedos. Pero la realidad es que el hombre —especialmente el hombre di­suelto en la masa —es el más irracional de todos los animales.
Los animales que el orgullo humano califica alegremente de “inferio­res” son, evidentemente, no racionales, pero hay motivos fundados para pensar que muy pocos de ellos son tan positiva e irremediablemente irra­cionales como puede llegar a serlo el hombre moderno.
Llegar a la irracionalidad del hombre moderno es una tarea que ha requerido —que requiere constantemente— una considerable sofistica­ción, una verdadera tecnología de la que el “hombre de la calle” no tiene ni la más somera idea. El hombre tiene capacidad de razonar, elaborando constantemente, dándose cuenta o no, silogismos, a partir de los mensajes que sus órganos transmiten a su cerebro. Este, a su vez, transmite al cuerpo las órdenes que derivan de aquellos. Esa humana capacidad de razonar y de ser influido por la razón no la posee, por ejemplo, un tiburón ham­briento. Es muy significativo que los propagandistas comerciales, políticos o religiosos estén constantemente ideando nuevos argumentos dirigidos a la razón. Tales argumentos son, de hecho, testimonio inconsciente, no ya de la creencia de que el hombre es un animal racional, si no, incluso, razo­nable.
Exceptuando a los internos en los asilos de alienados (y aún no todos) el hombre se mueve a tenor de las órdenes que le imparte su cere­bro. El control de éste equivale al control del hombre, de manera cierta­mente más segura y definitiva que el que puede conceder el mero empleo de la fuerza física. El control del cerebro es el control del hombre.
Las tentativas para modificar, cambiar, alterar y, en definitiva, mani­pular las opiniones de los hombres se remontan a la noche de los tiempos y evidentemente se originaron con el desarrollo del lenguaje. Con éste se obtiene el poder de manejar o dirigir a la gente en un sentido determinado, sin necesidad de recurrir a la fuerza. El uso de la violencia, o la amenaza de su uso pueden ser causa de la sumisión de la voluntad de un individuo o de un grupo de individuos, pero las ideas se crean y se modifican a través del uso de las palabras, sean éstas habladas o escritas; de ahí que, si bien en el caso del llamado “Brainwashing” o lavado de cerebro, las palabras pue­den ser —aunque no necesariamente— reforzadas por un tratamiento fí­sico desagradable, en los anuncios comerciales por musiquillas o imágenes obsesivas, y en los mítines y programas políticos o religiosos por amena­zas, promesas y halagos sucesivos, amenizados con imágenes ad hoc, está claro que incluso en estos casos, las armas son, esencialmente, verbales, y los resultados buscados son psicológicos.
En general, las transformaciones psicológicas, si bien en los últimos treinta años existe a disposición de tales técnicas un verdadero arsenal de aparatos que permiten doblegar la mente humana en la forma deseada por los manipuladores de la misma.
Es curioso que en una época como la nuestra, en que el hombre cree en la Edad de las Luces, y que utiliza la palabra razón y todos sus deriva­dos como justificación o coartada de sus actos más elementales, existan, sobre cualquier tema o sujeto, menos ideas originales que nunca. Desde la Edad Media hasta la Revolución Francesa, por ejemplo, sobre cualquier tema religioso, político, o relativo a cualquier actividad humana, multitud de escuelas de pensamiento iban desarrollándose, y en las mismas surgían brotes que se orientaban hacia nuevos rumbos. Hoy en día, pese a la apa­rente multiplicidad de partidos, tendencias, sectas, modas, ideas, en el fondo existe una uniformidad, que cada vez se acrecienta, y que sorprende más aún ante el crecimiento demográfico.
Creemos se impone una matización importante a este último pá­rrafo. Insistimos en la ausencia de ideas (con mayúsculas) fundamentales, originales y basadas en hechos reales, como algo típico de nuestra época. Es decir, de ideas reales, que parten de hechos contrastables, o de concep­tos generalmente aceptados, por ejemplo, por un labriego con sentido común y que no mire la televisión. Porque, en cambio, de las otras “ideas” hay para dar y vender, aunque en el fondo —no aparente para el “hombre de la calle” — converjan en dos o tres opciones que, con el tiempo y según las necesidades generales de la estrategia de los manipuladores, se van uni­ficando, sin otra diferencia permanente que el barniz que hay que darles para facilitar su consumo. Precisamente, la industria más importante de nuestro tiempo, la que mueve directa o indirectamente más dinero, la que genera más influencia, y por consiguiente la de mayor incidencia política es la de la fabricación y difusión masiva de “ideas” —utilizaremos este tér­mino como concesión a la inercia mental de los más— así como juicios y noticias, convenientemente manipulados.
Que la idea sea burda, medio verdadera o medio sutilmente falsa, que el juicio sea una grosera construcción dialéctica o un fino sofisma, y que la noticia sea un embuste de plazuela de villorrio o una invención cuya demostración lleva a la prueba diabólica, tiene una importancia muy rela­tiva en esta Era nuestra en la que la mecanización y la multiplicación están a la orden del día. En última instancia, la verdad o la falsedad, lo grosero o sutil, lo absurdo o lo sofístico, lo plausible o lo idiótico, sólo significa que para ser aceptado como auténtico por la masa debe ser convenientemente reiterado, repetido.
Cualquier técnico en publicidad comercial sabe perfectamente que existen índices de absoluto rigor científico que determinan la cantidad de reiteraciones precisas y necesarias para que la mayoría de la gente acepte como verdadera y real, como buena y deseable, cualquier cosa, indepen­dientemente de si es auténtica o falsa, de si es buena o es mala. No preten­demos presentar una revelación inédita: es un fenómeno conocido por cualquier vendedor mínimamente avispado, y, desde luego, por toda agen­cia de publicidad.
Paradójico parece que tal fenómeno se dé precisamente en esta época, que tanto presume de racionalista. Todos presumen de razonables, olvidando que todo razonamiento debe partir de la realidad captada por el sujeto (no por lo que le dicen que es la realidad gentes que cobran por decírselo), y que a partir de la información suministrada por sus propios sentidos, el cerebro propio elabora sus propios razonamientos y los trans­mite a la voluntad para que esta actúe, a través de los órganos. Y otra pa­radoja que nos parece estupenda es que esta sociedad tan “razonable” está produciendo —estadísticas cantan— una cantidad tal de neurosis, para­noias, complejos y puras chifladuras, que afectan a una inmensa gama psicopatológica que da un contingente inmenso y abrumador, superior en cantidad al de cualquier otra dolencia, que constituye la suculenta clientela de la legión “non sancta” de los psicoanalistas. Contingente de tarados psicológicos, por cierto, en proporción directa siempre al grado del ritmo de la mecanización ideológica de la comunidad afectada. Pensemos, sin embargo, que la profesión de psicoanalista, fundada por Freud y conti­nuada hasta hoy por sus discípulos, está ejercida casi al ciento por ciento, por individuos clasificados como progresistas (la palabreja es absurda pero debemos admitirla por haber sido incorporada al léxico común con un sig­nificado preciso por sus detentores), marxistas en su mayor parte; es decir, por individuos convencidos de que el materialismo en todos sus aspectos, pero esencialmente el materialismo ideológico, ha de traer el Paraíso a este mundo. Y tales individuos, aplastada su pseudo-ciencia por su absurda fe, callan la evidencia que les grita una realidad tan aplastante cual es la pro­porción y relación de causa con efecto entre la mecanización ideológica y el traumatismo psicológico del que son víctimas insospechadas los ciuda­danos más débiles o más expuestos a sus efectos de las sociedades más ci­vilizadas... o tenidas por tales.
Pero como la naturaleza crea constantemente defensas contra las agresiones del “medio”, contra el permanente trauma de la mecanización ideológica, la psicología humana crea sus defensas, igual que las crea contra los físicos, y la psiquis humana endurece, hasta encallecería, su capa cor­tical, es decir, que el cerebro se torna más coriáceo, y un psicólogo como
Eysenck afirma que el nivel de inteligencia, o sea, de comprensión, esté — en Inglaterra, país ideológicamente ultramecanizado— en alarmante baja en las tres últimas décadas. De ahí que no afecte psicológica ni cerebral­mente, la calidad o la lógica de una razón, juicio, o noticia, si no es capaz de perforar la encallecida capa cortical. En consecuencia, lo importante, lo decisivo, ha de ser el número y la intensidad de los golpes que consigan taladrar el blindaje hasta llegar a herir la conciencia y afectar la sensibilidad psicológica. Tal es la función mecánica de la producción ideológica en masa.
Pero otra función importante es la de producir atrofia racional en el hombre masificado. Si, como es evidente, la superproducción ideológica penetra y satura los sentidos y la mente de los hombres, también favorece una tendencia humana, demasiado humana, cual es la inclinación al menor esfuerzo. El hombre, sobre todo el actual, es un gandul mental... (como mínimo, mental). Si se le dan “ideas” y opiniones prefabricadas, es infini­tamente más cómodo y gratificante aceptarlos y “tragárselos” intelectual­mente sin el esfuerzo mental y consciente de la observación profunda y desapasionada del análisis previo. Esto determina, forzosamente, una dis­minución de la capacidad mental y, sobre todo, una inhibición en la dispo­sición crítica, y, del mismo modo que sucede con las capacidades fisiológicas no utilizadas, provoca una atrofia. Y cuando la necesidad im­pone un esfuerzo intelectual de cierta consideración, el individuo es inca­paz de desarrollarlo.
La cantidad, calidad, dramatismo y febrilidad de los traumas psico­lógicos de la vida actual, tal cual se describen en los medios llamados de “información” es tal, que sin el encallecimiento de la capa cortical y de la insensibilidad que producen con sus golpes reiterados en la martirizada psiquis, una especie de atontamiento, nadie sería capaz de conservar el jui­cio. A menos de partir del sano principio de la duda permanente ante lo que tales “medios” nos ofrecen, mientras se espera la oportunidad de pa­sarlos por el tamiz de nuestra propia observación y de nuestro propio jui­cio.
Hay motivos suficientes para plantearse la siguiente pregunta: ¿Está el cerebro humano construido para resistir el perpetuo traumatismo a que le somete la mecanización ideológica de la vida social de hogaño? Plantear la cuestión equivale a responderla. La respuesta es: No. El estrago es, ya, enorme, pero al ritmo acelerado en que aumenta la mecanización intelec­tual en cantidad e intensidad, cada vez habrá menos seres humanos en los países civilizados capaces de resistir en estado normal y se llegará, bien a un estado de conformismo beato, bien a un estado de idiotez y locura fu­riosa del que será muy difícil lograr escapar.
No todo es “arte” y refinamiento en la mecanización intelectual de esta época, pues también se explota en gran escala la gran brutalidad que hay en la civilización moderna.
Luego, como veremos en las páginas que siguen, y para “rizar el rizo”, la mecanización se mecanizaría. Es decir, irían apareciendo máqui­nas súper sofisticadas, como las proyectoras de mensajes subliminales ante las que todo cerebro humano está indefenso.
Pero aquí es imperativo hacer un inciso. Si todo cerebro humano está indefenso ante las ultramodernas técnicas de manipulación mental, ello no implica la existencia de una coartada para los que se dejan adorme­cer por los cantos de la moderna Circe. El cerebro humano, más aún, el alma humana, tiene tres potencias: memoria, inteligencia y voluntad. Por encima de todo esta última: la voluntad. Si persiste la voluntad de “ser uno mismo”; si uno no se traga —no se quiere tragar— cualquier noticia o jui­cio que le sirvan de la misma manera que tampoco se tragaría cualquier bazofia que le sirvieran en un restaurante sin mirársela siquiera; si se con­serva la memoria (cuestión de ejercicio, de entrenamiento, luego de vo­luntad), y si se intenta ser inteligente (es decir, si se quiere comprender), no hay manipulador que nos haga comulgar con ruedas de molino.
Hecho este inciso, y antes de entrar en materia, sólo nos queda aña­dir una recomendación al lector amigo: que no se deje obnubilar por la exposición de las técnicas de manipulación que iremos exponiendo. Por mucho que se las ingenie el Gran Parásito, su antinatural proyecto no ten­drá éxito final si sólo un puñado de hombres con férrea voluntad conser­van su capacidad de raciocinio y logran transmitir una parte de ella a sus contemporáneos. El gran parásito está en la naturaleza, pero no es natural ni lo son sus obras: en última instancia la cabeza del hombre servirá para algo más que para ser el soporte del sombrero.