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Richard Wagner y el teatro clásico español

 

Jorge Mota - María Infiesta Monterde

 

Richard Wagner y el teatro clásico español - Jorge Mota - María Infiesta Monterde

204 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2020
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 600 pesos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El "Teatro Clásico Español" es hoy injustamente olvidado, cuando en realidad es uno de aquellos tesoros que la humanidad debería conservar como uno de sus aspectos artísticos más estimulantes. Y en gran parte así fue percibido en la Alemania del siglo 17, conservando su respeto en los dos siglos siguientes. Las obras de Calderón, Cervantes, Tirso, Lope, Alarcón, etc. iban a ir llegando con bastante retraso, aunque no con menor éxito. El Quijote de la Mancha, por ejemplo, sigue siendo una de las obras más traducidas y leídas en todo el mundo. Las traducciones alemanas fueron realizadas por los más destacados exponentes de la cultura teutona, tanto como sus máximos artistas manifestaron algún tipo de influencia por ellos.
Por supuesto que no podía quedar al margen aquel al que nosotros consideramos el último gran artista de nuestra era, creador de la "Obra de arte total", Richard Wagner. A echar luz sobre esta influencia es a lo que se dedican en esta obra Jorge Mota y María Infiesta Monterde, marido y mujer, preclaros pensadores y estudiosos.
En "Richard Wagner y el teatro clásico español" queda claro que Wagner era un entusiasta y un admirador de España, aunque fundamentalmente la veía a través de la óptica de los clásicos españoles, especialmente Calderón, a los que conocía en profundidad.
Puede considerarse, incluso, que algunas de las leyendas utilizadas en sus obras tienen un origen español. Resulta claro también que valores como el honor y la fidelidad aparecen de forma característica en ambos.
Realmente los valores defendidos y propugnados en las obras de los clásicos españoles y de Wagner son tan idénticos, tan iguales, se hallan tan identificados, que no ha de sorprender el entusiasmo del maestro alemán por aquellos poetas, y sólo es lamentable que este entusiasmo no se haya transmitido a las nuevas generaciones de entusiastas del maestro de Bayreuth ni tampoco, a la inversa, que los amantes de aquel teatro hayan querido conocer al genio alemán.
Si nos resulta tan edificante hurgar en la influencia que han tenido estos valores hoy venidos a menos, como el honor, la nobleza, el espíritu guerrero y la religiosidad, es porque creemos que deberían seguir siendo, aun hoy, ampliamente difundidos.
Pues los valores del teatro clásico, como los de la obra wagneriana, son valores permanentes, valores que no pasan, de perpetua vigencia.

 

ÍNDICE


Agradecimientos7
Prólogo de Julio Caro Baroja9
Wagnerismo en España15
El Teatro Clásico en Alemania41
Wagner y el Teatro Clásico47
Cervantes 91
Lope de Vega115
Valores del Teatro Clásico y de Wagner119
Religión119
El amor 122
Avaricia 126
Perdón129
Brujería 130
Moros y judíos133
Otros puntos de coincidencia 137
Bibliografia Wagner ( castellano )173
España 173
América 180
Bibliografía Wagner (catalán)182
Novedades 1983185
Anexo fotográfico187

Prólogo de Julio Caro Baroja

A lo largo de cada año que corre celebramos aniversarios, centenarios y conmemoraciones de nacimientos y muertes. En este 83 del siglo XX, aparte del centenario del nacimiento de Ortega, que para los hombres de mi generación es algo relacionado con la propia vida, se están celebrando los de la muerte de dos personajes muy distintos entre sí, pero con influencia poderosa hoy: Wagner por un lado, Marx por otro. No se recuerda tanto, según alcanzo a ver, que es también el quinto centenario del nacimiento de Lutero: y nada que en 1783 murió d‘Alambert y que por aquella época morían también otros representantes del Enciclopedismo y de las luces Cada centenario nos lleva, pues, a ámbitos espirituales tan distintos como los personajes rememorados, aunque fueran contemporáneos rigurosos. ¿Hay alguien menos semejante a Marx que Wagner, o viceversa ? Se puede comprender que no se sea ni marxista ni wagneriano Pero ser las dos cosas a la vez parece tan inconcebible como común lo es ser, por separado, wagneriano o marxista. El que escribe, de joven, no era ni lo uno ni lo otro, y ahora se encuentra con que es bastante wagneriano y que el Marxismo le interesa, mas que nada, por la cuenta que le tiene y por lo que significa en el mundo: un cambio personal explicable en medio siglo de experiencias. Con respecto a Wagner, la evolución personal ha sido condicionada por situaciones más placenteras que con relación a Marx. Lo que he leído del primero y sobre él, fué siempre menos árido y dificultoso de seguir que lo leído de Marx y sobre Marx y el aumento de la afición a la música, en la soledad, ha completado el efecto de la lectura. En cambio, la Economía me ha producido siempre mas bien tristeza que repugnancia. Su definición como “la Ciencia lúgubre” (“The dismal Science”) hecha por Carlyle hace siglo y pico, me parece más vigente que nunca y el Marxismo como “teoría del conocimiento”, cosa importante, pero lúgubre con todos los respetos a los marxistas ya los que tienen fe en que encierra la verdad absoluta. No creo en tal clase de verdades: y por eso, también, soy un wagneriano con limitaciones y restricciones. Unas ideológicas, otras literarias... y muy pocas musicales, Hay wagnerianos “totales” o “totalitarios”: esto no impide para que los que sólo lo somos “parciales” no gocemos con Wagner. Pero tenemos que reconocer que no hemos oído todas sus óperas, ni seguimos el idioma alemán cantado como para penetrar en la esencia del drama musical, ni estamos de acuerdo con algo de lo que Wagner escribió, como ciertos juicios acerca de la ópera italiana, sobre músicos como Rossini, etc. etc. Esto nos parece lo de menos. Lo de más es la inmensa fuerza lírica, el patetismo y la potente humanidad de lo que alcanzamos a oir y entender en la soledad del estudio. Ahora, en él también a mí, el libro de Jordi Mota y María Infiesta me remueve sin fin de recuerdos y me provoca infinitas sugerencias. Leo, por ejemplo, que (tomando la referencia de un trabajo de Bonilla San Martin), se indica en él que el primer estudio sobre Wagner, en español, lo escribió el maestro Barbieri, en 1874. Yo recordaba haber leído este escrito y lo he vuelto a leer ahora. En efecto, la carta del maestro Barbieri acerca de “La música de Wagner” apareció en la “Revista Europea” aquel año y por ella se ve que, además, Barbieri fué el primero en traer a España y dirigir en público un fragmento con coro de Wagner: la marcha de “Tannhäuser”: Que el autor de “Jugar con fuego” no fuera un wagneriano acérrimo no implica que fuera “antiwagneriano”; cargo del que se viene a defender en esta carta. Y como, a otros muchos, lo que más le ofendía eran algunos escritos de Wagner, al que, en suma, considera un compositor de música que pertenece a la “escuela de Schumann” y en el que observa influencias de Listz y Spohr, de Mendelssohn y Weber... e incluso de Meyerbeer. Alguno sonreirá ante esta clasificación y estos parentescos: pero a otros les puede dar una pista en sus experiencias musicales. El estudio de las influencias en Arte acaso no es el más substancial: pero no se le puede negar importancia. Aquí, en este libro, se hace uno que resulta ejemplar y de gran interés estético. Porque si el maestro Barbieri adscribía a Wagner, con ser Wagner, a la “escuela de Schumann”, arrancando de textos de Wagner mismo podríamos llegar a afirmar que como dramaturgo, lo era de la “escuela de Calderón”: Pero Con éste y otros casos similares se ve, precisamente, que influencias y aún escuelas son algo insuficiente para definir lo que es una personalidad genial. En todo caso “el caso Wagner” con respecto a su afición a los clásicos españoles no es único. Esta afición entra dentro de las corrientes estéticas generales del Romanticismo alemán, como también se demuestra en distintos pasajes de este libro. La tendencia del drama calderoniano coincide con tendencias románticas. Incluso podría hallarse en alguno, como “La vida es sueño”, un perfume nórdico. Pero resulta que el más alemán y más romántico de los músicos alemanes y románticos, es decir, Weber, escribió una ópera sobre “La Gitanilla” de Cervantes y que lo español como tal le interesaba tanto que sobre un tema “español”, ya que no de autor de este país, compuso parte de otra ópera que dejó incompleta y que sólo mucho después terminó Gustav Mahler: “Die drei Pintos”. Dejemos ahora a un lado esta obra extraña. Wagner no llegó a esto; pero se empapó de Calderón y también de Cervantes. La conexión temperamental con el primero se percibe con más claridad que la afinidad con el segundo. A Calderón le gustaban los temas grandiosos, misteriosos, fantásticos, introducía conceptos filosóficos y teológicos en su teatro y terminó escribiendo dramas musicales, que necesitaban decoraciones barrocas. La sobriedad, el realismo y la ironía de Cervantes no parecen cosa “wagneriana”: pero Jordi Mota recoge el testimonio de que Wagner, con su mujer, leía obras tales como “Rinconete y Cortadillo”. Puede decirse, en cambio, que la relación con la España de su época, fue casi nula. Mientras que Verdi se inspiraba en autores como el Duque de Rivas o García Gutierrez, y sentía fascinación por los temas románticos españoles, Wagner no demuestra interés por ellos y creyó que la España de su época era un país muerto. En España, sin embargo, tuvo admiradores fervientes y defensores acérrimos. No sólo en Cataluña, de ellos trata ampliamente también este libro erudito, sino también en otras partes. Por ejemplo en tierra vasca y entre los vascos. Yo he conocido a algunos de los más ortodoxos, como Don Telesforo de Aranzadi, que muy joven asistió a un festival de Bayreuth e incluso habló un momento con Wagner, o a Don Resurrección Marta de Azkue lingüista, folklorista, musicólogo y compositor que compuso una tremenda ópera wagneriana. Hay que reconocer que entre estos wagnerianos a ultranza, a veces, el entusiasmo no producía los resultados apetecidos. Recuerdo también ahora que, siendo estudiante de bachiller, se abrió en Madrid una exposición del pintor wagneriano y schopenhaueriano Rogelio de Egusquiza (1845-1915), al que alude Jordi Mota asimismo, y que ésta no contribuyó demasiado a wagnerizar a los jóvenes, porque las obras de aquel artista consistían en grandes cuadros “de figura”: es decir, que representaba a los personajes de las óperas en actitudes melodramáticas y no daba impresiones o notas de ambiente ni de conjunto. Se iba -precisamente- a lo que no es wagneriano, a lo individual: y dentro de lo plástico creo que los que, en cambio, sí demostraron comprensión del drama de Wagner, fueron algunos escenógrafos; sobre todo catalanes, aunque a veces creo también que daban un tono demasiado mediterráneo y clásico a sus decoraciones, según el recuerdo de las fotos que ilustran viejos tratados de Escenografía y varias maquetas que ví ya hace mucho. Hoy la Escenografía wagneriana se ha simplificado, se ha esquematizado Esto, en todo caso, no está de acuerdo con el ideal de Wagner que, significativamente, pensó que el pintor Böcklin podía ser un colaborador excelente. Pero parece que no se entendieron en nada. Cosa común entre artistas, por afines que parezcan. De la teoría wagneriana del drama musical como síntesis estética, de su esfuerzo teórico gigantesco, el verbo ha pasado a tener segunda importancia y casi no consideramos la imagen, en lo cual seguimos la recomendación que hacía el maestro alguna vez a sus admiradores: No mires. El mirar, el ver, distrae. El entender tampoco supone mucho. A alemanes wagnerianos, el estilo literario del maestro les parece a veces envejecido. No diré “decimonónico” en tono de desdén, porque soy más admirador del siglo XIX que de éste ¿Cómo está Wagner aquí y ahora? De la manera más simple. Miles de personas de todo el mundo, durante horas de soledad, después del trabajo, recurrimos a él. Cogemos un disco, encendemos el aparato, la aguja se nueve. Escuchamos:
“Morgenlich leuchtend in rosigen Schein”. Canta Walter. No nos hace falta saber qué dice Wagner, músico, es superior a sus teorías.

Julio Caro Baroja