Libreria Argentina Libreria Argentina Libreria Argentina

 

Las cartas del Sargento Basilio

División Azul

José García Luna

Las cartas del Sargento Basilio - José García Luna

244 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2017
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 240 pesos
 Precio internacional: 14 euros

 

 

 

Las cartas del argento Basilio no es una obra literaria más relatando unos hechos heroicos ocurridos durante la epopeya realizada por los españoles que intervinieron en la última guerra mundial; son simplemente las secuencias sentimentales de la vida de un soldado profundamente humano que supo cumplir con su deber sin darle más importancia trascendente al asunto.
Fue la División Azul el continente en donde escribió sus cartas sencillas, estupendas, impregnadas de romance, con proyección hacia la leyenda que en la Europa actual se ha forjado en torno a los españoles que se enfrentaron con los «ruskis»; leyenda que se irá repitiendo de generación en generación como, todavía hoy, se recuerdan en gran parte del viejo continente, las hazañas del Gran Capitán, de Alejandro Farnesio o la furia terrible del Duque de Alba.
No hay duda alguna., de que, cuando se hable de los españoles en Rusia, en Berlín o simplemente en Wolchow, el Sargento Basilio tomará de nuevo forma en la mente de los que quieran escribir la historia con toda la grandeza y simplicidad, al mismo tiempo, de los voluntarios de la División Azul, en su presencia armada, frente al poderoso ejército rojo, al que combatió heroicamente, en las más cruentas batallas de aquel frente del Este.
Las cartas del sargento Basilio, nos trasladan a una época ya lejana, y nos ambientan en, un paisaje terriblemente desgarrador, donde el dolor y el sufrimiento son el pan nuestro de cada día.
Nacido en Pamplona en 1921, José Julián García de Eulate Luna fue redactor de la Hoja de Campaña en Rusia y, a su vuelta a España, trabajó en diversos periódicos en provincias por la cadena del Movimiento.

 

ÍNDICE

Prólogo9
Donde el autor se confiesa a si mismo y presenta al Sargento Basilio13
Primera estación19
194125
Donde el Sargento Basilio muestra por segunda vez, también muy a su pesar, una imaginación nada despreciable55
La muñeca de Nina Prokowskaja57
194265
Donde el Sargento Basilio cuenta una historia de amor y de odio107
Palabras de Miguel y Tamara109
Hasta el día diez de febrero de 1943115
Donde el Sargento Basilio relata, porque tiene especial interés en ello, su literaria visión de la Batalla de Krasnhyj-Bor151
10 de febrero de 1943153
Después de la Batalla de Krasnhij-Bor169
Donde el Sargento Basilio vuelve a mostrar su fantasía173
Nupcias guerreras175
Hasta el 18 de julio de 1943181
Donde el Sargento Basilio cuenta como el Cabo Agustín salió de su casa y lugar y se lamenta de que las cartas se estén terminando201
Despedida203
Donde el Sargento Basilio cuenta como un soldado cambió de paisaje229
Donde el Sargento Basilio escribe también una carta, que es la última241

Prólogo

 

Las cartas del argento Basilio no es una obra literaria más, relatando unos hechos heroicos ocurridos durante la epopeya realizada por los españoles que intervinieron en la última guerra mundial; son simplemente las secuencias sentimentales de la vida de un soldado profundamente humano que supo cumplir con su deber sin darle más importancia trascendente al asunto.
Fue la División Azul el continente en donde escribió sus cartas sencillas, estupendas, impregnadas de romance, con proyección hacia la leyenda que en la Europa actual se ha forjado en torno a los españoles que se enfrentaron con los «ruskis»; leyenda que se irá repitiendo de generación en generación como, todavía hoy, se recuerdan en gran parte del viejo continente, las hazañas del Gran Capitán, de Alejandro Farnesio o la furia terrible del Duque de Alba.
No hay duda alguna., de que, cuando se hable de los españoles en Rusia, en Berlín o simplemente en Wolchow, el Sargento Basilio tomará de nuevo forma en la mente de los que quieran escribir la historia con toda la grandeza y simplicidad, al mismo tiempo, de los voluntarios de la División Azul, en su presencia armada, frente al poderoso ejército rojo, al que combatió heroicamente, en las más cruentas batallas de aquel frente del Este.
La División Azul se nutrió de jóvenes voluntarios procedentes de las universidades, de las fábricas, y del campo. Fue el auténtico pueblo español anticomunista y católico de la generación del 36, que no vaciló ni un instante en dar cumplimiento a la misión que le estaba asignada a la juventud española en Europa, que sin matices políticos, sólo entendía a España tal y como la explicara José Antonio: «Una unidad de destino en lo Universal».
La misión pues, de la División Azul, fue la puesta en marcha de aquel concepto universalista de la España nueva, heroica, forjada en las trincheras de la Cruzada, que tuvo a Franco por Capitán.
El Sargento Basilio, reaccionó, como europeo frente al comunismo, con toda la grandeza del alma del pueblo español, siempre decidido a participar en las cruciales horas de la historia de la humanidad, con la máxima dimensión del heroísmo y la renuncia, para ejemplo vivo de lo que es capaz de realizar en un momento determinado, la raza hispana.
Al mismo tiempo, la vida de combatiente del Sargento Basilio está impregnada de la nostalgia fatalista que sigue siempre como una sombra en su ruta de héroe al soldado español, que va sin temor a la muerte, porque en su alma anida un profundo y auténtico sentido cristiano de la vida
El soldado español se distingue por su sentido humano de la vida, su generosidad con el vencido, su dureza en la batalla, su inmensa capacidad para el sacrificio, su temor de Dios cuando peca y su valor para renunciar a lo más importante, tan sólo por el gesto, este gesto estético español, que es el sello de su señorío y la diferencia que se establece con el resto de los mortales.
Sí; la División Azul, fue una nueva salida de España al mundo, un galopar infatigable del Quijote a desfacer entuertos en tierra de infieles, pues quijotesca fue la hazaña y quijotesco fue el resultado de su cruenta aventura, e infieles con los que se midió en reñida pelea, sin embargo, ahí quedó el ejemplo de la División Azul: Una leyenda épica e inefable de los españoles, entre los partes de guerra comunicados por los más fabulosos ejércitos en lucha despiadada, organizados por el hombre, para dirimir sus conflictos políticos.
Conocieron los rusos, tal y como somos, como pelean los españoles; sin rencor, sin odio feroz, simplemente como hombres capaces de sentir en lo más profundo de sus almas, el amor al hombre, como portador de valores eternos; pero intransigentes frente al enemigo de la libertad, por la que son capaces de luchar hasta las últimas consecuencias.
La División Azul, no defendía un sistema político determinado, defendía a la civilización cristiana frente al materialismo marxista, se enfrentaba al comunismo, simplemente como fórmula política opresora, enemiga de la libertad de los pueblos.
No luchó contra el pueblo ruso, con quien simpatizó desde el primer momento. El hombre ruso y las mujeres rusas son seres sensibles y buenos cristianos, profundamente sentimentales, que quisieron a los soldados españoles, por la amabilidad y cortesía con que les trataban.
Las cartas del sargento Basilio, nos trasladan a una época ya lejana, y nos ambientan en, un paisaje terriblemente desgarrador, donde el dolor y el sufrimiento son el pan nuestro de cada día.
Pero, no olvidemos que aquella guerra que dio comienzo el 18 de julio de 1936 en España, que más tarde se extendió a todo el mundo y de la que se acordó un alto el fuego en 1945 para mejor prepararse para las próximas batallas, puede iniciarse en cualquier momento nuevamente, con más dureza que entonces, porque las causas que determinaron el 18 de julio de 1936, son las mismas que hoy dividen a la Humanidad en dos grandes bloques: el comunismo frente al cristianismo, la esclavitud materialista frente a la libertad teológica, el diablo frente a Dios.
No han sido estériles los sacrificios de muchos soldados de la División Azul que dejaron sus cuerpos en las heladas estepas rusas. Dieron gloria a España con su abnegado ejemplo heroico ante el mundo entero, que les contempló admirado.
Por mi parte, humildemente, en estas líneas, rindo tributo de admiración y respeto, como ex combatiente de la Cruzada, a los camaradas que dieron su vida por la civilización cristiana, convencido de que al comunismo se le pone difícil dominar al mundo mientras en el mundo vivan hombres como el Sargento Basilio. ¡Arriba España!

JOSÉ FERNÁNDEZ RAMÍREZ

Donde el autor se confiesa a si mismo y presenta al Sargento Basilio

 

El autor se ve obligado a confesar —sin pizca de rubor, por supuesto que no tiene práctica en novelar, ¿novelar? El autor no tiene ni la más remota idea de como debe «construirse» un libro. Es la primera vez que el autor se atreve a meterse en el terreno archidifícil de las letras. Y como el autor no tiene la imaginación necesaria y suficiente para apechugar con dos cientos y pico de folios holandeses y teme zozobrar en tan para él rara singladura se ve precisado a agradecer públicamente sus buenas intenciones a un personaje muy camarada suyo en los campos del ajedrez: el Sargento Basilio.
El autor tiene una leve práctica en redactar algún suceso; unas gacetillas sin importancia o contar el martes a los lectores de su periódico como jugaron el domingo su equipo favorito y el rival de turno. Pero nada más. El autor, que se confiesa incompetente, cree, como otros autores, que novela es todo aquello que admite este título bajo el título que quiera darse al libro. Y el autor piensa: ¿Podría hacerse la novela de dos años y pico de guerra sin un solo personaje —pero a la vez con muchos personajes— con sólo los datos —fundamentales, claro— que aporta su amigo el Sargento Basilio? El autor se hace una segunda pregunta: ¿No será posible realizar una novela a través de cartas, que son los más vivos documentos que pueden encontrarse? Veamos lo que opina el Sargento de quien, como se verá, ha partido la idea y esas son las intenciones que hay que agradecerle.
La conversación es en una playa mediterránea. Bien asombrados, el Sargento Basilio y el autor charlan, fuman, beben. Las aguas son azules, quietas. Es una apacible mañana de junio. Los críos juegan en la arena y las mamás se tuestan en la arena. Alguna mamá hace punto o lee y otras hablan mal de la vecina mientras fuman un cigarrillo en el corro parlanchín. El agua se puebla de risas y gritos y jadeos. También hay algún mal trago. El agua es salada. Lo normal, vaya.
—¡Qué bien sienta la cerveza!
—Sí, con este calor...
—Yo quisiera exponerle...
—Usted dirá...
—Usted, como periodista, sabe escribir. Tengo algo que puede interesar a su periódico o a usted personalmente. Es algo curioso.
—El periodista es curioso por naturaleza, por vocación, por oficio. Pero esto no quiere decir, querido Basilio, que todos los periodistas sepamos escribir.
—Bueno, usted ya me entiende.
—No, francamente. No lo entiendo.
Antes de seguir relatando la conversación el autor se considera obligado a presentar formalmente al Sargento Basilio. Este hombre que bebe cerveza frente a frente del autor es alto, moreno y suave de maneras. Procede de las montañas del norte de España que se asoman al mar y es viejo amigo del autor. La amistad, sin embargo, no ha hecho posible otra forma de tratamiento que el usted. El autor y el Sargento Basilio son jóvenes si andar por la cuarentena es ser joven. El Sargento es hombre curioso y también el autor. El Sargento es un experto taquígrafo —con lo que se gana muy bien la vida— y además un buen grafólogo, un extraordinario pendolista y hombre muy dado a la paleografía. Todo esto puede explicar un poco lo que seguirá.
—Ya sabe usted que fui sargento en Rusia.
—Sí. ¿Mucho tiempo?
—Estuve diecisiete meses metido en una trinchera, hasta que me dieron. Lo pasé bien y lo pasé mal. Son cosas de la guerra: buenos y malos ratos. Generalmente los mejores y los peores que uno recuerda.
—Eso he oído decir.
—Y así es. Cuando me licencié volví a mis ocupaciones de siempre: vivo de la pluma. Pero no sé escribir.
—¡No diga usted eso!
—Sí, no se ría. Si yo supiera escribir no le diría a usted lo que voy a decirle. No le confiaría mis secretos para que usted pudiera sacar partido de ellos. ¿No lo comprende? Pues no, no sé escribir.
—Pero si escribe a velocidades supersónicas; si posee la más bella caligrafía de España; si es capaz de adivinar el pensamiento de cualquiera a través de los rasgos caligráficos; si de paleografía sabe más que nadie...
—Sí, bien. Pero no sé redactar. No tengo ni idea.
—Yo tampoco.
—Un poco más que yo. Y como confío en usted quiero hacerle depositario temporal de uno de mis tesoros: mi colección de cartas. Tengo miles y miles de cartas. De todos los estilos y personas: amorosas, anónimas, tristes, alegres de jóvenes, de viejos, frías, apasionadas, comerciales, graciosas, sosas... Y de soldados y de madres de soldados y de novias de soldados y de muertos y de vivos. Cartas de gente que conoció la guerra y de gente que no conoció la guerra. De todo. Sí, de todo. ¿Quiere usted leer algunas?
—¡Hombre ! Por pura curiosidad...
—No es sólo eso. Con esas preciosas cartas que yo he coleccionado se puede escribir una novela...
—¿Una novela?
—Sí, una novela. O unos buenos reportajes para su periódico. Pero eso es cosa suya. Usted sabe que un puñado de españoles aguantó dos años de guerra en Rusia. Yo era uno...
—¿Y cómo han llegado esas cartas a su poder?
—Soy un paciente coleccionista de todo lo escrito por el hombre. Ya le digo que tengo miles y miles, perfectamente clasificadas. Pues esas cartas de los soldados españoles en Rusia o de las escritas desde España a Rusia han llegado a mi poder por muy diversos medios. Pero esto no hace al caso. No las he robado, me las han ido dando través de estos últimos años. Algunos de los firmantes ya no viven... Quiere trabajar con ellas?
—Hombre...
—Dígame: sí o no.
—Bueno, sí. Las miraré. Ya le diré algo y veré sí puedo sacar partido. Soy inexperto en materia de libros y no sé cómo habrá que fundir todo eso para que resulte una novela. ¿Quizá una serie de reportajes? Veremos. ¿Pero si son cartas no resultará todo demasiado íntimo, personal y privado como para que vea la luz en las páginas de un libro o en las columnas de un periódico?
—No lo crea. He pensado también en eso y he apreciado que las cartas escritas en tiempo de guerra y por o para gente de guerra no tienen intimidad. Salvo leves accidentes familiares sirven para todos los soldados o los parientes o los amigos de los soldados. Se ha escrito mucho exaltando el clima heroico de aquel tiempo que yo estuve en Rusia. Nunca será bastante. Pero también es interesante conocer, leer el pensamiento del combatiente... Le agradeceré que tome esto con el máximo interés.
—Le prometo solemnemente que así lo haré.
Con una amplia sonrisa el Sargento Basilio apuró su cerveza.
—¡Qué bien sabe cuando está fría! Mañana le traeré el primer paquete de cartas. Están en perfecto orden cronólogico. ¿O quiere que se las mande a casa? Sí, será lo mejor. Ya sé que me las cuidará bien. Usted las lee y me dice qué opina sobre ellas. Así puede usted ir montando una novela o lo que sea.
—Veremos, veremos...
—Le he dicho que no sé escribir. Pero, en realidad, he intentado algo, como usted verá con lo que ahora voy a enseñarle.
—Eso puede ser interesante.
—Una vez intenté escribir algo sobre mi marcha, estancia y regreso de Rusia, pero no tuve fuerza suficiente para seguir adelante. Me salieron cosas sueltas, deshilvanadas, sin continuidad ni gracia alguna y además siempre era yo el protagonista. No podía, no sabía hacerlo de otra manera... Vea usted esta muestra. Pero para usted sólo. Sin que nadie se entere, por favor.
Y el autor leyó unas breves cuartillas.