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Juan Manuel de Rosas

 

José Luis Busaniche

Juan Manuel de Rosas - José Luis Busaniche

160 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2020
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 520 pesos

 

 

 

Cuando este gran historiador que fue José Luis Busaniche publicara su "Rosas visto por sus contemporáneos" no pensó que un libro que desde la objetividad sólo intentaba reunir impresiones de quienes conocieron personalmente a don Juan Manuel (amigos, enemigos o indiferentes) pudiera traerle inconvenientes. Sin embargo, este sólo pudo ser publicado luego que la redacción original fuera expurgada para no aparecer "demasiado rosista". Tal era la sola impresión que queda luego de leer las impresiones personales que pudieron relatar quienes tuvieron trato con el Restaurador.
Para hacer justicia con el trabajo original de Busaniche nació más tarde este "Juan Manuel de Rosas" que aquí presentamos. En él se encuentran por primera vez muchas de las páginas escritas para unir los testimonios contemporáneos. Se incluye también un segundo prólogo no publicado, que debía reemplazar al que aparece en la obra mencionada y varios capítulos igualmente inéditos. Todo este material, que no modifica el juicio ya expresado por su autor sobre el tema, se brinda en forma separada pues por sí solo constituye, en verdad, una pequeña biografía del dictador y la interpretación personal del acontecer político en un amplio lapso de nuestra historia nacional. Nada hay en las páginas siguientes que no pertenezca a la pluma de Busaniche. Los originales inéditos fueron unificados con algunos fragmentos del “Rosas visto por sus contemporáneos” que no fueron suprimidos, y con algunas páginas de la “Historia argentina”, obra que Busaniche redactaba cuando lo sorprendió la muerte.
Todo ello redondea uno los más importantes libros revisionistas sobre la figura de Juan Manuel de Rosas.

 

ÍNDICE

 

Advertencia7
Primer prólogo a “Rosas visto por sus contemporáneos”9
Segundo prólogo a “Rosas visto por sus contemporáneos”23
I.- La filiación de un comandante de milicias29
II.- Restaurador de las leyes y héroe del desierto51
III.- La investidura de un poder sin límites77
IV.- La coalición europea y el Combate de Obligado97
V.- Una victoria diplomática103
VI.- Urquiza contra Rosas113
VII.- El país desmembrado y la expectativa de un proscripto121
VIII.- La unión nacional y el desengaño de un desterrado133
IX.- Últimos años145

Advertencia

 

Los originales del Rosas visto por sus contemporáneos le ocasionaron algunos sinsabores a Busaniche. Según Domingo Buonocore, que actuó como intermediario en este episodio, “un librero editor de Santa Fe no quiso tomar a su cargo la impresión del libro so pretexto —infundado, desde luego— de que era un poco rosista”. Más tarde, la Editorial Kraft aceptó publicarlo pero la redacción original debió ser expurgada. Muchas de las páginas escritas para unir los testimonios contemporáneos fueron supri­midas. Al ordenar los papeles de Busaniche encontramos un se­gundo prólogo, que debía reemplazar al que ya publicó Buonocore y varios capítulos igualmente inéditos. Todo este material, que no modifica el juicio ya expresado por su autor sobre el tema, nos pareció interesante darlo a conocer porque constituye, en verdad, una pequeña biografía del dictador y la interpretación personal del acontecer político en un amplio lapso de nuestra historia nacional. Nada hay en las páginas siguientes que no per­tenezca a la pluma de Busaniche. Nuestra labor se limitó a com­pletar los originales inéditos que obran en nuestro poder con los fragmentos del “Rosas visto por sus contemporáneos” que no fue­ron suprimidos o reemplazados, y con algunas páginas de la “Historia argentina”, obra que Busaniche redactaba cuando lo sorprendió la muerte. Todo ello fue realizado con la aprobación de su esposa, como lo expresa la carta que nos complacemos en transcribir al pie de página.
Manuel Benito Somoza

 

Olivos, 14 de abril de 1967.
Doctor Manuel Benito Somoza,
Martínez, Provincia de Buenos Aires.

Querido amigo:
He leído su propuesta de publicar las páginas sobre Juan Manuel de Rosas encontradas entre los papeles de mi esposo, que Vd. tuvo la gentileza de revisar y de poner en orden.
Estoy completamente de acuerdo en publicar esos originales, completa­dos con las páginas que Vd. seleccionó del “Rosas visto por sus contempo­ráneos” y de la “Historia argentina”.
Aprovecho esta ocasión para agradecer todo lo que hizo y hace por la memoria de mi esposo, que tuvo tanto afecto por Vd. y a quien Vd. aprecia tanto.
Con todo mi afecto,

(Fdo.): Susana Barrier de Busaniche


Primer prólogo a
“Rosas visto por sus contemporáneos”

 

Este libro, como su propio nombre lo indica, no tiene otra finalidad ni propósito, que ofrecer al público lector una serie de siluetas o retratos dejados por quienes tuvieron oportunidad de conocer en vida, personalmente, a don Juan Manuel de Rosas: amigos, enemigos o indiferentes. El autor o colector de la obra ha intervenido al solo y único objeto de ordenar el material y servir de guía —en cuanto ha podido— para su mejor compren­sión o valoración. En libro de tal naturaleza debía considerarse superfluo detenerse a proclamar imparcialidad y objetividad, pues que tratándose de una simple exposición de lo dicho por otros, estaría fuera de lugar todo vano intento de interpretación o exégesis.
Con todo, y sin embargo, aparte de que la objetividad ab­soluta en historia, parece discutible, es cosa palmaria y aceptada que, en estos instantes (y por causas que no es el caso de expli­car) Rosas se ha convertido en tema de alguna actualidad y acaso por eso mismo en tema escabroso y resbaladizo... No se­ría de sorprender, entonces, que los pocos y modestos juicios en­cerrados en este libro (y algunos juicios habrá en él puesto que no ha sido hecho a ojos cerrados) pudieran ser discutidos y aun desplacer a unos o a otros. Hasta podría darse el caso de que parecieran poco categóricos, ya porque no disciernen a Rosas el lauro y la palma del más alto y excelso patriotismo, ya porque el autor no pide a las tempestades “su rugir violento para arrojarle eterna, tremenda maldición”... Y como la suspicacia y la malicia, sobre todo cuando las acompaña la mala fe, todo lo amañan y penetran, podría resultar para algunos una evasiva, lo que sólo quiso ser equidad y moderación. Por eso, precisamente, habrá de permitírseme definir, si puedo, con pocas palabras, mi posición en este particular.
A Rosas se le discute hoy apasionadamente desde dos puntos de vista muy contrapuestos. Uno de ellos agrupa a los apologistas del dictador, a los negadores sistemáticos de la libertad, a los ene­migos de la democracia liberal, proclives siempre a la violencia y hasta ayer adictos entusiastas a ciertas dictaduras totalitarias vencidas definitivamente en la última guerra internacional y te­nidas por invencibles durante algunos años. Jamás he comulgado con credos semejantes y sigo considerando a la democracia libe­ral honradamente practicada, se entiende, el menos malo de los sistemas de gobierno, porque nos da una explicación, siquiera aproximadamente satisfactoria del fundamento del poder y de la autoridad y porque contempla la autonomía de la persona hu­mana. Mal puede seducirme, entonces, la figura de don Juan Manuel y el vocerío de quienes le glorifican. Frente a esta ten­dencia rosista, y en abierta pugna con ella, se agrupan los que se han dicho y se dicen amantes de la libertad, los que sienten, según propia declaración, hasta la mística de la Libertad, es decir los antirrosistas por excelencia, los de la teoría del Rosas monstruo y de la nefanda noche de la tiranía. Estos últimos, como los primeros, no han ido a buscar tampoco los arquetipos de su ideología en el plano de la historia europea: los han ha­llado muy a mano en la propia historia del país, y son: Urquiza, Mitre, Sarmiento, Avellaneda, Roca, Pellegrini, es decir los vencedores de Rosas o los legítimos y universales herederos de aquellos vencedores. Suele anexarse a esa lista otra nómina de ideólogos o teóricos, que puede empezar con Echeverría (o Rive­ra Indarte) y termina con José Ingenieros, secretario de Roca y panegirista de Juárez Celman. Todos ellos representan -así se ha estatuido- la tradición liberal argentina, el derecho, la justicia, el ideal en política, por oposición al hecho despótico: don Juan Manuel.
No podrá negarse que un criterio utilitario y oficialista ha presidido a la elección de tales nombres, porque se deja de lado siempre a las personas modestas sacrificadas por la verda­dera democracia liberal en Argentina, que fueron muchas, y a muy conocidos y simpáticos adalides de esa misma causa... Sí... Todos son políticos que han tenido éxito, políticos reussis. Todos han gobernado. Todos tienen estatuas. Uno de ellos, desde arriba (o desde la escalera porque nunca estuvo abajo) gobernó más de veinte años. Y ellos son los que sirven de símbolo a los nuevos místicos de la libertad para execrar el gobierno de hecho, la maldición, la abominación...
Y bien, ¿no será llegado el caso de preguntarse honrada­mente si los sobredichos gobernantes, símbolo y emblema de li­bertad, pusieron alguna vez en ejecución, siquiera los principios más básicos y elementales de la democracia liberal, y sobre todo, si fueron elegidos según las normas y preceptos más rudimenta­rios exigidos por la democracia liberal en cualquier país civili­zado del mundo para poder ostentar título de legitimidad polí­tica? Y llamo la atención sobre esto último, porque la historia (no aderezada por los vencedores) parece decir que los consti­tuyentes del 53 y aquel primer presidente constitucional, Urquiza, fueron elegidos por gobernadores rosistas y bien rosistas hasta el día en que llegó a ellos la noticia de Caseros y empezaron a recibir órdenes de arriba como en tiempo de don Juan Manuel... También dice la misma historia que el general Mitre fue presi­dente por el triunfo de sus armas en Pavón, y porque sus jefes derribaron todas las situaciones provinciales adversas a su po­lítica. ..
Y si los orígenes del gobierno de Mitre pudieran excusarse, como los de Urquiza y el Congreso del 53, por su raíz revolu­cionaria, ya no podría decirse lo mismo del gobierno que le su­cedió, el de Sarmiento, porque este candidato no representó par­tido alguno ni fue la expresión de la voluntad general (que no se consultó para nada), sino de algunos gobernadores en cuyas com­ponendas, muy antidemocráticas y muy antiliberales, ninguna participación tuvo el pueblo de la República. Triste comproba­ción: la Constitución del 53 empezó por proclamar en su artícu­lo lº el régimen representativo, como base de todo lo demás, pero ese régimen representativo, sin leyes electorales honradas que asegurasen su efectividad, no podría existir, como no existió, y con ello la Constitución resultaría cosa postiza y de bambalinas, subordinada, con todo su aparato jurídico, a la engañifa electo­ral. El capital extranjero, beneficiario principal de la nueva si­tuación, acudió solícito al llamado, y un efusivo y jubiloso con­sorcio no tardó en producirse: los gobiernos allanarían todo al capital; el capital daría garantía segura de estabilidad a los go­biernos; do ut des, un hallazgo... Si el llamado pueblo, sobre todo el de la campaña, estorbaba, el remedio era simple: a la frontera o a cualquier parte, en la milicia. Quien dio el primer impulso, fiero, audaz, inescrupuloso, fue Sarmiento. El Martín Fierro se escribió con la mira puesta en aquel presidente y en aquel gobierno. Y aunque tal gobierno dejó mucho que desear, en su aspecto diplomático, político y económico, Sarmiento se dio un sucesor y fue su ministro Nicolás Avellaneda. Para ello se hizo menester eliminar políticamente al general Mitre, candidato opositor. Y Sarmiento con sus gobernadores maniobraron de tal guisa que llegó a la presidencia el candidato oficial. Mitre dijo en un manifiesto solemne:
“El derecho de sufragio, fuente de toda razón y de todo poder en las democracias, quedó suprimido de hecho. La reno­vación de los poderes públicos se fió, no ya a la acción tranquila del voto de las mayorías sino al registro falso, al fraude electoral, a la fuerza de los gobiernos electores complotados y a la eficacia de los medios oficiales puestos al servicio de esta iniquidad eri­gida en sistema permanente de gobierno.
Y se lanzó con su partido a la revolución. Ni qué decir que fue vencido. Los oficialismos provinciales extremaron entonces el terror. Recrudeció el asesinato político. Hubo provincia en que se cortaban las cabezas de los vencidos como en tiempos de Ro­sas. Eso sí... se imponía como texto de lectura en las escuelas ¡la Constitución nacional!...
¡Cabal emblema para toda una época!... Un decapitado y el texto de las garantías constitucionales. . . Entretanto, el capital afluía gozoso de ultramar: gozoso y generoso; colonias, bancos, ferrocarriles. Lo demás... cosa de bobos. ¿Formar una ciudada­nía? ... Eso para los líricos...
El coronel Julio A. Roca, vencedor de las fuerzas mitristas en Santa Rosa (Mendoza), ascendido a general apenas conocida la victoria, preparó, diligente, su candidatura para la próxima re­novación presidencial... Seis años por delante... Pero tenía dos triunfos en la mano: Santa Rosa y Ñaembé, este último ofrendado a Sarmiento antes de Santa Rosa, como remate de la rebelión de Entre Ríos. Sarmiento tuvo veleidades de recuperar el timón en las postrimerías del gobierno de Avellaneda, y denunció, con re­milgos de pudibundez política y actitudes teatrales en la Cáma­ra, una liga de gobernadores preparada por Roca (se sabe con qué fines: ¡Traigo los puños llenos de verdades!...); pero lo hi­cieron a un lado, como trasto viejo, recordándole sus maniobras y sucios escamoteos de seis años atrás.
En 1880 fue vencida otra revolución y de rechazo, federalizada la ciudad de Buenos Aires. Esto último contra la voluntad de la misma provincia y contra los preceptos constitucionales. Roca fue presidente. ¿Elecciones?...
El fraude, esa iniquidad erigida en sistema de gobierno —se­gún palabras de Mitre— se impuso una vez más. Algunos pro­vincianos de buena fe y de espíritu candoroso creyeron haber conquistado a Buenos Aires para las provincias. Ingenuidad.. . Las provincias que osaron venir por lana, salieron, a corto plazo, no sólo trasquiladas sino engullidas para siempre, y a la mentira del régimen representativo se siguió la mentira del régimen fe­deral. Una Constitución ejecutivista de suyo, manejada por un poder ejecutivo dueño ahora del nuevo distrito federal convertido en poderosa palanca económica y política; un poder ejecutivo que negaba por añadidura y sin ambages el derecho electoral, tenía que dar en seguida el fruto precoz que se ambicionaba: vale decir un poder monstruoso al servicio del insaciable capi­talismo, confundido a sabiendas ahora con la civilización. En seis años, el capitalismo materialista ya lo había invadido todo con patente menoscabo de los valores espirituales que dieran unidad y cohesión a la sociedad argentina desde sus orígenes. El patrio­tismo consistía en dar impulso al carro pomposo del llamado pro­greso. En nada más...
Pasados seis años, Roca se dio el sucesor: su concuñado, el doctor Miguel Juárez Celman, de Córdoba. ¿Elecciones?... Ha­bían comenzado en tragedia y bajo la sonrisa de Roca iban dan­do en comedia con alguna que otra nota de terror... Los pro­vincianos, eran dueños de la capital, otrora tan abominada, y a fe que la transformaban en algo tan monstruoso como el poder del mismo presidente. La “gran aldea” convertíase en gigantesca factoría. La inmigración aumentaba en proporciones fantásticas que nadie hubiera imaginado. Al poco tiempo, afluían a Buenos Aires todos los aventureros del agio internacional y del comercio ilícito. Sobrevino la llamada “crisis del 90”. José Manuel Estrada, hombre probo, la definió en estos términos, no por altisonantes menos exactos y justicieros:
“La República Argentina en su tormentosa existencia, ha pa­sado por muchas horas duras y sombrías. Ciegos arrebatamien­tos de las muchedumbres la han desorientado, y despotismos sanguinarios han clavado la garra en su entrañas. Espíritus torvos, arrastrados por insano apetito de prepotencia, la han dilacerado y hecho girones su bandera; y hubo día en que no quedara un palmo de su suelo sin surcos de sangre, ni una madre que no gimiera, pero, ni tampoco un brazo inerte, ni un espíritu indeciso, ni un corazón afeminado. Por el bien o por el mal, convencidos o fanatizados, los hombres, delirantes de entusiasmo, o de furor, luchaban, desalentados a veces, pero varoniles, y de esa actividad indomable y tumultuosa vivía la República, capaz de moderarse y corregirse. Mas no veo en la época afrentosa a que llegamos, ni en los que usurpan el derecho, una ambición de poder que los haga dignos de cotejo con Quiroga, ni en los desposeídos del derecho energía para resistir que los haga dignos del nom­bre y de la gloria de sus padres. Veo bandas rapaces, roídas de codicia, la más vil de todas las pasiones, enseñorearse del país, dilapidar sus finanzas, pervertir su administración, chupar su sus­tancia, pavonearse insolentemente en las más cínicas ostenta­ciones del fausto, comprarlo y venderlo todo, hasta comprarse y venderse unos a otros a la luz del día... Bendita la adversi­dad que desacredita oligarquías corrompidas y corruptas y disipa los sueños enervantes de los pueblos...”
Y el general Mitre dijo a su vez:
“Falseado el registro cívico y cerrados por el fraude los comi­cios electorales, lo que da por resultado la complotación de los poderes oficiales contra la soberanía popular, el pueblo, divor­ciado de su gobierno, está excluido de la vida pública”.
Consecuencia de todo aquello, fue una nueva revolución: la del 90. Una nueva revolución vencida.. . Y el vencedor fue Roca... Dueño de la situación, aprovechó el momento para des­plazar a su concuñado, sobre quien echó todas las culpas... (lo hizo renunciar) y brindó el sillón presidencial a Carlos Pellegrini, vicepresidente “gran muñeca” política, convertido ahora en prohombre y en regenerador. . . El vice de Juárez Celman llevábase las manos a la cabeza. Asombrábase de los desmanes del renunciante, su compañero de fórmula...

 

(...continúa...)