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FUNDAMENTOS

La Correcta Interpretación de la Edad de Plomo

JOSÉ MARÍA REDONDO

Grupo Fundamentos

FUNDAMENTOS - La Correcta Interpretación de la Edad de Plomo - JOSÉ MARÍA REDONDO - Grupo Fundamentos

324 páginas.
Tamaño: 14,8 x 21 cm.
Ediciones Camzo
España, 2012
Colección: Helénica

Encuadernación rústica cosida c/solapas
 Precio para Argentina: 156 pesos
 Precio internacional: 24 euros

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ortega y Gasset definió el género literario del Ensayo como “la ciencia sin la prueba explícita”. La lectura de esta Obra nos invita a preguntarnos si efectivamente ésta constituye un ensayo o, ante las pruebas que aporta y lo que nos impulsa a deducir, la Obra sobrepasa éste género y nos presenta una evidente realidad del mundo actual o Edad de Plomo. Sea como fuere, la intención explícita de los autores no es otra que la de abrir la conciencia a quienes potencialmente estén dotados, y de forma general, ilustrar el motivo discordante que mantienen con la historia oficial, que en nada se corresponde con los razonamientos ofrecidos por el Systema.
La Obra no hace concesiones y con un criterio propio, pero bastante objetivo, trata de colocar a cada cual en el lugar que le corresponde. Así, en el apartado sobre España, Franco es colocado ante la Historia como pieza clave en la derrota militar del Eje. No en vano, su negativa a pasar al terreno beligerante permitió a los británicos el dominio del Mediterráneo, y la posterior invasión de Italia a mediados de 1943. También es duramente criticada la ambivalente política exterior del Régimen, que a partir de 1943 se iría escorando hacia el campo aliado. Serrano reconoció que la neutralidad española beneficiaba netamente a los aliados.
Treinta años tolerados —el resto de la vida de Franco— en una burbuja totalitaria, con progreso y capitulaciones, fue el pago que los vencedores, por imposición de los usakos más pragmáticos que los británicos, dieron a Franco no a España, por los servicios prestados a la causa democapitalista. Como era preceptivo y forzoso, la Falange fue laminada y diluida en la amalgama del Movimiento. Lo que aconteció después fue exactamente lo que Franco había advertido hasta en su testamento, pero que nunca llegó a imaginar llegaría de la mano de aquel a quien había designado como Sucesor. El “atado y bien atado” fue el reverso de Hendaya treinta y cinco años después.
En su primera parte, la Obra desarrolla una comparación probatoria de que todos los acontecimientos del siglo XX estaban ya anunciados en los conocidos Protocolos de Sión, y en consecuencia, las guerras mundiales, la globalización, la propaganda y el desatinado ritmo de vida son hechos procedidos de aquellas actas, como paso obligado hacia la síntesis de pares hostiles, filosofía que Hegel había expuesto y definido como el único camino posible para llegar a la convergencia absoluta, al margen de si ésta es positiva o negativa.
Queda demostrado así (Q.E.D.) las diferentes circunstancias que se dieron en ambos Casus Belli Mundi, pues si en 1914 fue el factor económico, en 1939 fue el factor ideológico de la nueva Weltanschauung nazi. Así mismo, se hace una exposición de las causas que obligaron a Hitler a aceptar la inevitable guerra impuesta y como las naciones de Europa fueron lanzadas a la contienda mediante la propaganda y el enredo político del gobierno británico instigado por Churchill, que a su vez estaba respaldado por el Sheriff Roosevelt y el Shinedrio, organizadores ambos de la guerra en el Pacífico. Lo cierto y por encima de la eliminación del Reich, es que la Europa liberada pasó a ser una colonia de los dos únicos vencedores que se la repartieron, sin que fuera posible la síntesis buscada.
Las posteriores guerras locales, fraticidas o no, por el control del mundo repartido, el nuevo colonialismo derivado del desguace de los Imperios británico y francés, la Guerra Fría, los disidentes, los desviados y los desmanes del capitalismo y el comunismo, ramas ambas del mismo tronco systémico y compañeros de viaje para la eliminación de la Bestia Parda, son las otras cuestiones tratadas en esta parte del libro.
La segunda parte realiza un análisis de las corrientes filosóficas que contemplan y razonan la gobernabilidad de las naciones desarrolladas. Para ello se eligen las figuras de Spengler, Pareto y Rousseau con sus diferentes posturas —a veces complementarias— a la hora de examinar los problemas y las soluciones, como el progreso, la libertad, el orden y el actual de la inmigración. Como ejemplo, se ofrece una variante democrática, sin partidos, que a “nadie” se le ha ocurrido proponer y que evitaría la corrupción y dependencia financiera del sistema partitocrático.
Se cierra el libro con una exposición del actual imperio del kaos inducido, la globalización, el gendarme usako y unas ideas para superar la atrofia mental que el Systema genera. Según el autor, la recuperación de los antiguos valores tradicionales y el conocimiento de sí-mismo, principios de la filosofía desarrollada por Platón, son imprescindibles para la recreación del nuevo hombre y la amortiguación de la catástrofe que constituye el final de un ciclo o deucalión hörbirgeriano. Se trata, ni más ni menos, que evitar el no tener que partir otra vez de cero.

 

ÍNDICE

Prólogo de José Luis Jerez Riesco
SC – Preámbulo Hispánico
SC – Exordio Systémico
Primera Parte
I – La senda de la Globalización
II – La Gran Guerra
III – Periodo de Entreguerras
IV – La Guerra Mundial
V – El viejo orden se reorganiza
VI – El juego de la Guerra Fría
VII – Eliminación de un Disidente
VIII – Final del ciclo Bicéfala
IX – El Bloque Único
Segunda Parte
X – Spengler: “La Decadencia de Occidente”
XI – Pareto:“Tratado de Sociología General”
XII – Principios: Política & Economía
XIII – Rousseau: “El Contrato Social”
XIV – Legitimidad democrática
XV – Propaganda & Liberalismo
XVI – Economía liberal & socialista
XVII – Modernidad: Ideas para la recuperación
XVIII – Consideraciones finales
XIX – Alegoría
XX – Glosario Neologista & Tropológico
SC– Bibliografía

PRÓLOGO

 

Acontecimientos no se producen nulla prorsus ratione, sino que obedecen siempre a un origen y a una raíz que constituye la razón principal, muchas veces oculta y silenciada, de su generación y de sus consecuencias. Las circunstancias no son, por principio, inexplicables, aunque aparentemente así se manifiesten, porque no se quiera indagar en su motivo que aportan la consistencia de su afianzamiento. Los cimientos fundamentales son el soporte, la base en la que se asienta, la orientación que marca la quilla del navio que apunta hacia donde van orientados los dardos extraídos del carcaj.
Sin echar los cimientos no se puede levantar el templo y sin ahondar y conocer la causa generatriz de las cosas no se consigue entender su virtualidad y mucho menos su significado.
La opera prima de José María Redondo “Fundamentos: la co­rrecta interpretación de la edad de plomo” no es el ensayo de un novel en la lid de la aventura intelectual, sino el resultado de la labo­riosidad, el aplomo y la inteligencia de muchos años de trabajo sondeando en los arcanos más recónditos, cegados por su equívoca apariencia. José María inició, a pesar de su formación eminente­mente científica, su vocación literaria en el ayer de la década de los años ochenta cuando, con altruismo de miras de un idealismo acendrado y rotunda voluntad, capitaneaba el Grupo Fundamentos, lanzando al viento una revista de corto recorrido pero de largo alcance.
El envoltorio, por lo general, no nos permite otear el contenido, es como el telón bajado que imposibilita ver la función, pero que, al levantarse, pone de manifiesto la cruda realidad de lo que se maquina entre los bastidores por una parte y en el guión que se apunta y recita desde un escondido foso en forma de concha que, curiosamente, da la espalda al espectador, pero desde donde se pronuncia, con una ortodoxia inflexible, al pie de la letra por un apuntador invisible evitando, atento, que los intérpretes de turno puedan salirse del rígido libreto. El autor teatral es el artífice del discurso original, a quien el público no ve ni conoce, pero quien si sabe lo que escribe y con que intenciones lo dice; los actores, sin embargo, se limitan a repetir una y mil veces, como marionetas humanas, poniendo voz y gesto en el gran teatro del mundo, que se limita a aplaudir o a abuchear a los farsantes de turno, al tiempo que mantiene celosamente oculto a los responsables del argumento, a los verdaderos maestros de la autoría y confalonieros del discurso.
Vivimos en un mundo completamente superficial y acelerado que parece que lo único que preocupa es el vértigo como tal y la consumación de la lucha eterna contra el crono, acortando los espa­cios temporales de sus ciclos naturales. No se trata en su desaforada velocidad que pensemos más deprisa, sino todo lo contrario, que se nos evite o impida pensar o que se nos anule sin remisión el pensa­miento para imposibilitar el albedrío y la contestación. En eso con­siste la última ratio de la tecnología que se nos ofrece, en romper la barrera del tiempo y del sonido que, curiosamente, se produce con un estruendoso estampido, tal vez para aturdimos y bloquear así nuestros tímpanos.
El mundo, en la actualidad, está trazado por quien lo maneja, por los reptiles y los roedores, con una serie de condicionantes prác­ticamente insalvables: la mordaza aplicada contra todo aquel que se rebele frente a la imposición encarrilada y que busque la verdad por otras rutas fuera de los naipes marcados, ya que la opacidad y el en­cubrimiento de las auténticas intenciones se camuflan con cualquier eufemismo para no ser descubiertas ante la ceguera de un mundo finchado que no quiere ver la evidencia.
La introducción o pórtico del presente ensayo es un ajustado preámbulo hispánico, un punto de situación: la gravedad incon­testable de la encrucijada en la que se encuentra sumida España, acechada por situaciones límites, donde aflora el entredicho de su mismísima identidad en el marco de su propia integridad territo­rial; la manipulación y el despilfarro de sus riquezas por manos irresponsables y ávidas de derroche, así como la cancelación de su gloriosa estela de siglos, de la cabalgadura de su noble huella in­deleble, con un planificado olvido de las vivencias que hicieron posible la grandeza inmemorial de su esplendoroso pasado. Las digresiones justificativas para tal despropósito no ofrecen lugar a dudas.
Sólo cuando se describen los síntomas, se conocen las causas y se diagnostica bien, como hace José María Redondo, es posible el tratamiento idóneo para enderezar los perversos desvíos a fin de recobrar el equilibrio perdido, pues el raciocinio no es en este caso apuntalar la historia de las ideas sino apuntar las ideas para forjar la Historia, donde queda en evidencia el sempiterno gobierno en la sombra, más que las sombras de éste o aquel gobierno.
El libro es denso no por su extensión sino por su intensidad. Rompe moldes. Es una obra meditada y contrastada, donde no se deja hueco a la improvisación ni al oportunismo ocurrente. Está llena de claves interpretativas para descifrar los enigmas y para despejar las abigarradas ecuaciones del mundo actual. Nada es casual. Todo obedece a esquemas, no explicados a los comunes, pero si perfecta y pérfidamente calculados. Son muchos los que piensan que hace falta valor y coraje para escribir sobre la fruta podrida y prohibida de los “elegidos”, que por una parte adormecen y engañan a los demás y por otra se aprovechan del incauto para el lucro exclusivo y excluyente de su tribu en detrimento de toda la humanidad.
Lo importante no es hablar alto, sino claro. Los presentes Fundamentos se adentran en las simas más profundas y recónditas en busca de los verdaderos, discreta y sigilosamente ocultados, orí­genes y causa de los sucesos más relevantes para encontrar y des­velar tanto a sus ganchudos y siniestros responsables, como des­baratar las argucias, sofismas y patrañas que utilizan desde antaño los hipócritas y fariseos para justificar los equívocos y mantener, en su singular provecho, las contradicciones reales que ellos, y sólo ellos, astutamente revisten de incólume dogma.
Podría decir, sin exceso, que el libro es un fogonazo de luz ardiente en la noche cerrada de esta era oscura, agazapada por el sopor de la humanidad que parece caminar sonámbula hacia la nada. Pero no se limita, José María Redondo, a señalar la inicia­ción, nudo y desenlace, como hacen los economistas al explicamos el por qué de las crisis a toro pasado, sino que sugiere, con pul­critud, las soluciones desde el vértice para salir de una resignada postración y poder así emprender el sendero del elevado destino que la divinidad tiene reservado para los gladiadores que siguen a los portadores de la antorcha inextinguible.
Es difícil, pero no imposible, sintetizar y separar, en temas tan delicados, el trigo de la paja, lo esencial de la hojarasca. En estas cuartillas que parecen sacadas del hallazgo de un manuscrito perdi­do en un monasterio medieval, de una profecía inacabada o de un castillo interior, se hace un repaso íntegro al siglo XX, que es, sin duda, el basamento de lo que está aconteciendo en la rabiosa ac­tualidad, y lo hace el autor sin complejos ni moral de esclavo. Por eso este libro, como verso inspirado, adquiere una dimensión inu­sitada en un mundo de aduladores y cobardes, donde los adora­dores del becerro de oro se han alzado con el santo y la limosna. Pero, sin derrotas lastimeras después de su lectura saldremos re­forzados de que otro mundo es posible y esa es la distancia, que marca la diferencia, de un libro de cabecera tan fundamental, para quien quiera redimirse de la enconada postración y apuesten por el sentido vertical de la vida y de la Historia sin falsas utopías.

José Luis Jerez Riesco

PREÁMBULO HISPÁNICO

 

Barbarvs hic ego svm, quia non intelligor illis*. “Con la Patria se está con razón o sin ella, como se está con el padre o con la madre”, dijo Cánovas, el gran hombre de Estado, —orador, filósofo, poeta y literato, es decir, Político que por la extensión de sus facultades intelectuales se le conocía por el “monstruo de talento”— que apa­drinó la restauración alfonsina. Qué no diría hoy, un siglo después —¡o tempora! ¡o mores!, qvo vadis Hispania— ante el trágico espec­táculo de esta España transmutada en república federativa, coronada en un bisnieto de aquel Alfonso que convertido en mediador del prorrateo de la España-Una que recibió, contempla impasible —el ademán— desde su doméstica docilidad los reinos de taifas en que se la han repartido sus electos reyezuelos. Quizá sea entonces el mo­mento de recordar aquello que Don Quijote le dice a Sancho cuan­do le reprende “bien se ve, Sancho, que eres villano de los que siempre grita ¡viva quien vence!”; ni tampoco olvidar que “bien sabe el asno en que casa rebuzna”.
Attonitus novitate mali ** España versus negocio: Sociedad Anó­nima dirigida por un consejo de administración central al frente del cual está su afectado presidente; diecisiete sucursales con sus res­pectivos consejos de administración y presidentes; juntas generales ordinarias y extraordinaria cada cuatro años, donde los millones de pequeños accionistas con derecho a voto, eligen a los candidatos propuestos por las distintas facciones de la compañía. Es decir, con­junto de intereses disolventes donde florece y fructifica el espíritu de intriga, con aluviones de advenedizos e intrépidos mandrias ca­rentes de saber y experiencia, sin fe ni prestigio ni decencia; nada más que con esa audacia impúdica que permite el cultivo del lameculismo, y donde cada uno trata de utilizar al otro para los fines de su partido. Todo ello sancionado por la despreocupada atención de un soberano de canonjía vitalicia; mascarón de proa de un navio a la deriva que otrora juró gobernalle1 de acuerdo con la carta de na­vegación que aceptó, y cuyo cargo, además, es hereditario.
Pero ya lo advirtió aquel Guerra —no confundir con el Califa del toreo— vicepresidente del gobierno socialdemókrata postransicional, tipo simple e iluminado, propenso a lo tartarinesco y de elo­cuencia explosiva, cuando regurgitó a través de su alertado verbo la bilis del resentimiento baria la España donde él se había hecho lo que es: “no la va a reconocer ni la madre que la parió”. El vaticinio se está cumpliendo inexorablemente, de la mano de gobiernos ineptos —vendidos al internacionalismo— que tienen de la función pública un sentido patrimonial, anteponiendo los intereses de su conservación en el poder, de su ambición o de su sectarismo a los intereses nacionales, de todos, en un claro crimen de lesa patria, de lesa historia, y de lesa dignidad pública y privada2.
así, tenemos la nueva España del “a río revuelto ganancia de pescadores” con el despilfarro y la malversación; la de los cinco millones de parados y los seis millones de extranjeros, la de la justicia dependiente y adocenada; la de los tres millones de fun­cionarios mileuristas cabreados; la de la pequeña y mediana em­presa arruinada; la de la industria y el comercio en recesión. Un Pueblo esclavo de sus políticos, sometido a la dictadura de una hueste de insolentes facinerosos sin solvencia, sin talento y sin popularidad, es decir, a un estado político indecente que tiene ahe­rrojada a España y la devora; una ciénaga legislativa que se distribuye por turnos sus gajes y cuyos hedores la asfixian. El coste de esta con­nivencia mercenaria es nuestra herencia, nuestra libertad, nuestra nación y... nuestro futuro.
Orgasmos prostitucionales como son las Generalitates, Xuntas o Jaurlaritzako, omiten el respeto que deben al generoso contrato de compra-venta que ron el jactancioso título de “constitución espa­ñola” elaboraron todos en 1978. Y es la prostitución de ese docu­mento, convertido en contrato de compraventa de votos, la que les anima en una actitud de declarada hostilidad hacia todo lo español, (romo si ellos no lo fuesen). Pero nosotros sabemos que transferida la autonomía a una región, ya no es posible controlar el derecho otorgado a legislar sobre sus asuntos específicos, que se van ampli­ando incesantemente a través de pactos y mediaciones. Estamos pa­gando las consecuencias de una pugna meramente remuneradora en la que nos han complicado a todos, (mediante la aceptación oficial del término “nacionalidades”), con esa habilidad semítica que los codiciosos políticos catalanes y vascos poseen para defender todo lo que sea de interés lucrativo3, ya que el resto no son más que accio­nes absurdas en busca de resultados improbables. ¿Tendremos que resignarnos ante esta política tabernaria, incompetente, de amiga­chos y de codicia, sin ninguna idea alta y mal administrada desde unos anfiteatros de representantes-mandatarios, cuyo principal man­dato es llevarse el botín a casa?4
El zapateísmo y sus devaneos políticos necesitarían el hilo de Ariadna para desenredarlos. A solas con su conciencia, este pro­yecto humano, vulgar orate con ínfulas mesiánicas, fotogénica sonri­sa y hábil esgrima mental podría explicarse por qué serie de trans­mutaciones ha venido a parar en furibundo claudicante y modestí­simo don nadie; en monigote de la veleta catalana gobernada por todos los vientos, o espantajo del gangsterismo etarra; vergüenza de sus colegas europeos que vuelve la cara a todos los horizontes; go­bernante de la mentira y del chantaje, empingorotado sobre todos los niveles; testaferro de la voluntad alauita, canciller de todas las villanías, cómplice de todos los crímenes, genitor de todas las infa­mias y tan irresponsable como los fetos y las madres que se ha pro­puesto destruir.
La historia de cinco siglos en que nuestro pueblo ha vivido unido por encima de opiniones, concepciones, cuestiones de tribus, de dinastías con prerrogativas, cuestiones religiosas, políticas y filo­sóficas se disuelve en la disociación centrífuga del Estado de las co­munidades, autonomías, nacionalidades, estatutos, traductores y banda armada. Reino de la locura patética, donde se hace mofa de los símbolos nacionales y se coloca a la lengua castellana —segunda lengua materna del mundo, hablada por más de 500 millones de seres— en el rango más bajo de las extranjeras. Todo como resul­tado del desenfreno báquico perpetrador del asesinato de España, ejecutado por espíritus empequeñecidos que necesitan para sobre­vivir holgadamente pequeños estados independientes. Ellos solos han inventado el llamado ‘hecho diferencial’ de estos “países”, para que su propia limitación no les traicione al tratar de cumplir obje­tivos más elevados.
Esto es válido para todos aquellos que son demasiado mezquinos para desempeñar de verdad el primer puesto dentro de una gran comunidad, pero al mismo tiempo, demasiado ambiciosos y cor­ruptos para contentarse con un puesto secundario de poltrona re­munerada, por lo que prefieren parcelar la nación y poder gozar de un puesto dirigente y perpetuo. Y ello amparado en organizaciones y partidos dedicados en potenciar el cambio actitudinal y de criterio de la ‘opinión pública’, al mismo tiempo que justificar los demagó­gicos arriscamientos regionales que contestan a las transigencias del poder central con afirmaciones constantes de rebeldía. Pero ya lo anotaba en 1980 el gran escritor y columnista Jaime Campmany cuando nos advirtió que “España limita al Norte con un principio de muerte: el cáncer o la gangrena”.
Estamos pues, asistiendo, al rápido suicidio de un pueblo que engallado por gárrulos solistas hace espantosa liquidación de su pasado; escarnece a cada momento las sombras de sus progenitores; reniega de cuanto en la historia hizo de grande y contempla con ojos y oídos entupidos la destrucción de la única España que el mundo conoce, la única cuyo recuerdo tiene virtud bastante para retardar nuestra agonía. Este escándalo demagógico trata de ahogar, entre inconsciencias y traiciones, el verdadero sentir nacional para acabar con la historia de España e iniciar otra radicalmente opuesta, ya que ninguna obra podemos fundar en las tradiciones patrias, sino en las categorías universales humanas, contrarias, al parecer, a lo vivido hasta ahora por la nación.
Se quiere ignorar que un pueblo viejo no puede renunciar a su cultura sin extinguir la parte más noble de su vida, y caer en una segunda infancia muy próxima a la imbecilidad senil. La Historia enseña que las naciones más nobles y florecientes, donde el Orden, la Libertad y la Justicia se aúnan, son aquellas que respetan su propia historia. Aquí se desprecia en aras de una prolundización demokrático-formalista sin convicciones, que la masa en sí tampoco tiene, sino que se ha formado, como es además natural. Pero ¿quién forma al pueblo:’ ¿Quién ilustra al pueblo:’ Y esa es precisamente la llave del futuro de este y de los demás Pueblos.
Estos años de dolor, de vergüenza, de irresponsabilidad y vena­lidad traerán la ruina de España Y todo ello preparado con unos medios de propaganda volcados en inocular masivamente la hipno­sis de un supuesto estado de derecho —donde todo se compra y se vende—, y en minar la unidad, falsear la historia y ridiculizar nues­tros tradicionales principios morales y éticos. El juicio que Azaña emitiera sobre los políticos de la II República es hoy tan válido como entonces: “¡Verdaderamente son demasiado canallas o dema­siado idiotas! Con estos servidores ¿qué podrá hacer España?”5. Baroja diría de Maeztu que “sentía la necesidad de la regeneración de la Patria, anhelo de que la Patria fuese grande y próspera, y nosotros, la mayoría, no sentimos ni esa necesidad ni ese anhelo”.
Desgraciadamente para todos, 75 años después estas reflexiones son actualidad, razón por lo que la profesión política en España no es más que un vomitivo. El pueblo español, social y políticamente enfermado por la gangrena demokrática, está desgastando la mayor parte de sus fuerzas innatas en una guerra interna, tan estéril como absurda. La sedicente libertad demokrática —el pensamiento no es libre, la propiedad carece de garantía y la justicia de independencia- está creando una subespecie homínida que sólo reclama el derecho a las distintas opiniones e instintos, y esto no conduce a un desarro­llo o a una liberación siquiera de fuerzas o valores especiales, sino que tiende a conducir, por el contrario, a un despilfarro insensato de los mismos, y finalmente, a la anulación de toda actividad verda­deramente creadora.
Por una u otras causas, la curva de depresión general que la Humanidad viene bajando a trompicones desde hace tiempo, ha cogido de pleno a nuestra generación. La debilidad del poder pú­blico en ocasiones como esta, acelera el proceso de descomposición en lugar de contenerlo, y todo el porvenir trágico de Europa se presenta a la vista. No está en juego un problema sobre el régimen que mejor se ajuste a la idiosincrasia de los pueblos, sino un pro­blema entre nosotros y la revolución llamada multicultural y sus cómplices6. Vemos en los sucesos de España un insulto a la inte­ligencia, un tal desate zoológico que las bases de nuestro raciocinio se estremecen.
Todos aquellos problemas que en tiempos anteriores contri­buían a perturbar, confundir y dificultar la visión clara de las necesi­dades nacionales, han elevado ahora su influencia y con ella su importancia. Las consideraciones dinásticas, confesionales y parti­distas, así como las formulaciones estatales, ignoran el conocimiento de la esencia de aquello que, definido y vinculado con la sangre, es el soporte de toda vida nacional. Tan vergonzoso estado de cosas está destinado a que sea soportado pacientemente mientras que las cuadrillas de miserables traidores a la patria, pagados con el propio dinero del Pueblo, tengan en sus manos las riendas del poder. Mas, como en la vida humana individual una enfermedad puede llegar a ser de muy difícil curación o incluso ser ésta imposible, ocurre lo mismo con la salud (existencia) de los pueblos'.
España hoy, en contraste con la época de Felipe II, es una pequeña entidad colonizada; un país desdentado que no sólo ha menguado en su influencia internacional, sino que ya es incapaz de asegurar sus propios intereses. Pero hemos de mirar más allá de estos tristes tiempos de corrupción política que semejante a la me­tástasis, son las señales externas de la grave enfermedad demokrática que con facilidad mina, envenena y desintegra el cuerpo nacional. Esto nos hace recordar la llamada airada de Demóstenes a la Atenas degenerada: “Atenienses, todo muere en vosotros porque en nues­tro país se trafica con todo”. Mas nosotros queremos seguir cre­yendo en la indestructible vitalidad de España, aunque se haya in­juriado su gloriosa historia8, algo a lo que ninguna nación digna jamás renunció. Y por principio, mantenemos que ni siquiera una aplastante votación adversa sería bastante para negar los valores o la existencia de la Patria. Y aunque dividida y vendida a los logre­ros, que los Dioses del cielo y de la tierra auspicien nuestra leal devoción a Ella para que sigamos siéndole fieles, pues el imperativo categórico del momento histórico nos impulsa a cumplir este ine­ludible deber. Y como los Gloriosos Tercios, proclamamos que “quien al oír un ¡Viva España!, con un ¡Viva! no responde; o bien es de tierra extraña, o si es español no es hombre; y así, el que defenderla quiera, honrado muera; y el traidor que la abandone, no tenga quien le perdone, ni en tierra santo cobijo, ni una cruz en sus despojos, ni las manos de un buen hijo para cerrarle los ojos”9.
Abordamos este sincopado estudio con determinación Carpe- tovetónica para desvelar el modus faciendi de esta humana Gran Ilusión, mistificación deletérea de la omnipresente religión social que difundida por los falsarios de la cultura y los traidores locales al servicio de las fuerzas parásitas, nos están inculcando a marti­llazos desde el término de la Guerra Mundial, sin oposición a ello, pues los pusilánimes conservadores —siempre tuvieron la cabeza ati­borrada de estupideces ornamentales—, cuya actitud rebasa lo sospe­chable, se les han unido en esta turbulenta ocupación donde los nuevos ‘monaguillos’ y ‘sacristanes’ pugnan por hacer carrera e insta­larse en el buenismo, o en cualquier otra sucursal del hiperespacio inmoral, siendo acogidos sin la menor vacilación y hasta subvencio­nados. Sabemos que para el ingreso no son demasiadas las creden­ciales exigidas: una verborragia paraverbal o paralingüística a tono, pero inequívocamente demokrática; una firme voluntad pacifista, manifestable en los deseos de año nuevo y una vocación tolerante, exhibida en televisión y eventos multitudinarios; también el recono­cimiento explícito de los derechos colectivos, que los individuales se los han apropiado otros.
Por supuesto, no pensar que la “alianza de civilizaciones” es una imbecilidad zapatómica'" de ese proyecto de hombre o gara­bato humano que en ocho años ha invertebrado España, porque se empieza así y se acaba llamando gitanos a los ‘ciudadanos’ romanís, moros a los norteafricanos, negros a los subsaharianos y lo que es más lamentable, asesino al presunto terrorista de la pistola humean­te en la mano. Quiera pues, la Providencia, que el pueblo español no olvide su historia y alcance a ver qué ejemplos son los que debe seguir y cuales debe rechazar.
*) “Aquí yo soy un bárbaro porque no me entienden”; (Tristes X-v 37 de Ovidio)
**) “Espantado por la novedad del mal”, (Metamorfosis, XI-v 127 de Ovidio)
El Príncipe Juan Carlos de Borbón fue informado oficialmente de su desig­nación como sucesor a la Jefatura del Estado el 22 Julio 1969 ante el vicepre­sidente del gobierno, almirante Carrero Blanco, en el palacio de la Zarzuela. Dijo entonces: “Mi aceptación incluye una promesa firme, que formulo ante Vuestras Excelencias para el día, que deseo tarde mucho tiempo, en que tenga que desem­peñar las altas misiones para las que se me designa, dedicando todas mis fuerzas no sólo al cumplimiento de mi deber, velando porque los Principios de nuestro Movimiento y Leyes Fundamentales del Reino sean observados, sino también pa­ra que, dentro de esas normas jurídicas, los españoles vivan en paz y logren cada día un creciente desarrollo, en lo social, en lo cultural y en lo económico”.
Aquella misma tarde, ante las Cortes Españolas, después de jurar la sucesión, precisó: “Quiero expresar en primer lugar, que recibo de su Excelencia el Jefe del Estado y Generalísimo Franco, la legitimidad política surgida del 18 de Julio de 1936, en medio de tantos sacrificios, de tantos sufrimientos, tristes pero nece­sarios, para que nuestra patria encauzase de nuevo su destino”.
El 22 de Noviembre de 1975 el presidente del Consejo de Regencia, en sesión conjunta del Consejo del Reino y las Cortes, tomó juramento al Príncipe, por Dios y sobre los Santos Evangelios, “de cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamen­tales del Reino y guardar lealtad a los principios del Movimiento Nacional. Tras ser proclamado Rey de España como Juan Carlos I de Borbón y fuera de protoco­lo, se dirigió a la Cámara diciendo: “Señores Consejeros, Señores Procuradores, desde la emoción en el recuerdo a Franco, ¡Viva el Rey!, ¡Viva España!”, mien­tras todos puestos en pie escuchan el Himno Nacional. A continuación, Su Majes­tad leyó el primer mensaje de la Corona.
“En esta hora cargada de emoción y de esperanza pero llena también de dolor, asumo la Corona del Reino con pleno sentido de mi responsabilidad y desde lo más profundo de mi corazón ante el pueblo español, así como la honrosa obligación que para mí implica el cumplimiento de las leyes y el respeto de una tradición centenaria. Una figura excepcional entra en la Historia. El nombre de Francisco Franco será ya un jalón del acontecer español y un hito al que será imposible dejar de referirse para entender la clave de nuestra política contem­poránea. Con respeto y gratitud quiero recordar la figura de quien durante tantos años asumió la pesada responsabilidad de conducir la gobernación del Estado. Su recuerdo constituirá para mi una exigencia de comportamiento y de lealtad para con las funciones que asumo al servicio de la Patria. Es de pueblos grandes y nobles el saber recordar a quienes dedicaron su vida al servicio de un ideal. Espa­ña nunca podrá olvidar a quien como soldado y estadista ha consagrado toda la existencia a su servicio”.
De lo que sí se olvidó, aunque algunos de los allí presentes si lo sabían, fue de que durante su interinidad como Jefe del Estado, mientras Franco agonizaba, ya se había convertido en reo de un delito de alta traición a la nación al pactar con el Departamento de Estado norteamericano, la entrega vergonzante y degradante a Marruecos de la totalidad de la antigua provincia española del Sahara Occidental.
La Constitución actual es heredera directa de aquella otra que durante la II República permitió a las turbas pirómanas recrearse con las “fogatas de virutas”, el ultraje de la religión y los asesinatos de la “clerigalla”; y a las milicias popu­lares las acciones que debían hacer de España una colonia soviética. Pero como “media España no se resignó a morir”, aquellos frentepopulistas tuvieron que aparcar el proyecto hasta que su vencedor desapareciera. Ahora, los descendientes de aquellos que huyeron al extranjero con las alforjas repletas y de los que se instalaron en el interior, hacen causa común en el desarrollo morboso de la in­sensatez que sufre el pueblo. Para ilustrar esto podemos recordar como se despa­chaba en 1956 el anarcosindicalista “CNT” de Toulouse, en un extenso artículo crítico sobre la celebración del 25 aniversario del 14 de Abril, y el correspon­diente discurso de Martínez Barrio (presidente de la República en el exilio), del que resumimos:
“...consideramos, recordando el pasado de la República española y sus hom­bres, que están recibiendo el merecido de la actuación que tuvieron como republi­canos y representantes de un pueblo heroico que les llevó a las cumbres del Poder. La “República de trabajadores”, como irónicamente la llamaron los vagos ampara­dos en el Poder, lejos de velar por los intereses del Pueblo.... creó otro cuerpo de esbirros. Martínez Barrio nos habla de la igualdad ante el derecho y la ley, más otras zarandajas que ya no convencen a nadie. Ellos son los responsables directos de esta situación que hoy sufrimos todos...”
“No somos tan desmemoriados como algunos, para habernos olvidado de una época cuando un tropel de advenedizos, encaramados en los puestos más altos, se daban la gran vida en nombre de la República, asignándose elevados honorarios y dispensas... Ahora la situación es distinta; y nos habla de justicia y de otras cosas que ellos jamás tuvieron en cuenta cuando gobernaban. La justicia, la libertad y el bienestar prometido existen, sí, para ellos.”
Eso sí, la conmemoración del 14 de Abril la celebraron en París con gran bulla, banquete reglamentario y reparto de nuevas insignias de “Maestrante de la Orden de la Liberación Española” (¿?)
De aquellas Cortes populares huidas, tan sólo uno de sus integrantes sería digno de no ser incluido en el artículo cenetista: el socialista moderado, crítico, marginado, silenciado y olvidado (por los suyos), Julián Besteiro. Naturalmente, 70 años después de que “ese Himalaya de falsedades que la prensa bolchevizada ha depositado en las almas ingenuas”, los Largo Caballero, Prieto o Azaña han de­generado en los actuales facinerosos del PSOE, mientras que los Besteiro se han extinguido. Tuvo el valor necesario para contemplar la entrada en Madrid del Ejército vencedor y comparecer ante el tribunal que vería su causa. La corte que le juzgo no estuvo a la altura de ¡o que cabía esperar, y privó al Régimen de la magnanimidad que era imprescindible ejercer y dejar documentada en los anales de la Historia.
En sus “Memorias políticas y de guerra” Azaña deja dicho: “Yo nunca he sido ni españolista ni patriotero, pero si estas gentes (vascos y catalanes) van a descuartizar a España, prefiero a Franco. Con Franco ya nos las entenderíamos nosotros o nuestros hijos o quien fuese. Pero estos hombres (separatistas) son ina­guantables. Y mientras, venga a pedir dinero y más dinero.
¡Oh cómo ha llegado a ser una prostituta el pueblo fiel! Sus príncipes son tercos y socios de ladrones. Cada uno de ellos es amador de sobornos y corredor tras regalos. No dictan fallo para el huérfano de padre; y ni siquiera consigue en­trada en ellos la causa judicial de la viuda. (Isaías 01-21)
Diarios 1932-33
Todas las revoluciones modernas —la francesa de 1789; la parisina de 1830; en Europa 1848; la comuna de 1871; la bolchevique de 1917; la alemana de 1918 o la de Asturias en 1934— terminan siempre según una lógica destructiva y no creativa. Son manifestaciones sociales emanadas de unas doctrinas ajenas a la tierra y hostiles a la vida que impulsan al populacho y a una inteligencia desarrai­gada, agrupados en tomo a la bandera de la destrucción, con un odio que explica las orgías de furor sangriento en las que se revuelcan.
Para poder diagnosticar la futura salud de España —no confundir España con la democracia—, es necesario retrotraerse a los arios de la II República y ob­servar como los acontecimientos iniciados en 1978 son, en realidad, el desarrollo de los iniciados en 1931. La Iglesia y el Ejército están siendo desmantelados con métodos distintos a como se hiciera en la República, pues cada época tiene su téc­nica. Hoy el ejército no es más que una tropa mercenaria compuesta de hombres, mujeres, homosexuales, extranjeros y algún que otro indígena de todo pelaje — atraídos por un salario— para “batirse” por algo que no les concierne—; los virre­yes autonómicos del reino utilizan ya peor lenguaje que los de hace 80 años; la corrupción de la clerigalla política es la actualización de la que pululaba en la charca del exilio, donde varios cientos de “diputados” distribuidos entre ocho par­tidos nunca fueron capaces de ponerse de acuerdo en nada, ni siquiera en el re­parto de lo robado en España hasta Abril de 1939. Veamos un ejemplo con el dis­curso de Año Nuevo (1957) del presidente del gobierno de la república, (Gordón Ordás) residente en París, y dirigido a la emigración republicana, y de paso, tam­bién a los residentes en España.
“Pesan todavía entre nosotros los atavismos del partido y la bandería, que nos impiden admirar el panorama de la integración de la patria, como paso decisivo para su reconstrucción moral y material. Triste cosa es que no estemos aún coordi­nados en el propósito y los alcances de nuestra actuación; pero es mucho más tris­te que no acabemos de sentir el imperativo de esta obligación ineludible. Si aquí no estamos unidos en un plan de recreación de España tampoco lo están dentro de la patria”.
“Para llegar hasta donde es preciso tenemos que estrangular todos sin piedad, dentro de nuestras almas, las viejas apetencias de intolerancia para las ideas de nuestros adversarios.... Los señuelos engañosos que atraen a los ilusos y a los resentidos hacia la intransigencia, deben sepultarse muy profundamente y colocar una lápida muy pesada que les impida rebrotar”.
Este mensaje impregnado de ‘tolerancia’, ‘comprensión’ y ‘hermandad’, lan­zado a los 17 años de terminada de la guerra, no dice mucho en favor de estos fra­ternales campeones de las libertades y las tolerancias. Claro que si les compara­mos con los artífices y empeñados ejecutores de la “Memoria Histórica”, se nota que son todos de la misma fauna con espíritu de cacique, pero hoy, indocumenta­dos, semianalfabetos. Y ahora, con una ‘derecha opositora’ que se desmarca de sus progenitores, y transige para evitar ser tildada de ‘colaboracionista’, el pulso le tienen ganado.
No hay que cerrar los ojos ante la realidad de nuestro pueblo. España es una nación que mientras se encuentra sujeta a la órbita de una estrella que emita energía, su trayectoria en el espacio es la descrita conforme a una ley centrípeta determinada. Pero cuando esa estrella se desvanece, este pueblo tiende a la dis­gregación y polarización en corpúsculos antagónicos que le llevan a una colisión fría o caliente, pero en cualquier caso autodestructiva. Jamás hemos aprehendido las lecciones de la Historia y repetidamente nos cocemos en nuestro propio caldo. Ninguna nación en el mundo hubiera relegado al olvido, cuando no denigrado, a los épicos conquistadores que un día la hicieron la más grande de todas. En España hemos llegado a levantar estatuas a los renegados criollos y masones que acabaron con nuestro Imperio. Podemos imaginamos lo que habrían hecho ingle­ses o franceses de haber sido ellos los protagonistas de esta historia única.
Paráfrasis sobre “En Flandes se ha puesto el Sol” (E. Marquina). Aquí también es imposible no recordar el célebre pasodoble “Suspiros de España”, cuya letra de José A. Alvarez —creada en 1938— y popularizada por Concha Piquer, hoy conmuve más que nunca el espíritu de todo aquel que siente España como la Madre Patria mercadeada y alienada.
El texto de esta obra contiene un conjunto de neologismos o barbarismos de significado propio en el mundo del palimpsesto. Son aplicados para diferen­ciarlos de las acepciones admitidas por la R.A.E. & entes del mundo mundial. Al final de la Obra hay un glosario donde se pueden ver los términos equivalentes y los aquí empleados.