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Balance de siglo y medio

 

Julio Irazusta

 

Balance de siglo y medio - Julio Irazusta

292 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2020
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 750 pesos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Julio Irazusta probablemente haya sido el historiador nacionalista más importante que tuvimos, y "Balance de siglo y medio" es considerado por muchos como su libro más logrado. No es algo fácil de afirmar dado la calidad de sus obras, pero debe tenerse en cuenta que el mismo se edita en 1966, en su momento de mayor madurez y es el fruto de 15 años ininterrumpido de trabajo para recopilar la información resultante de 156 años de historia argentina; con la posibilidad de poder ver, como sólo Irazusta podía, los hechos que pasan desapercibidos a la mayoría de los historiadores, dándole una significación nacionalista a cada uno de ellos.
A los ciento cincuenta y seis años de haberse instalado nuestro primer gobierno propio, y a los ciento cincuenta de haberse declarado la Independencia, hay que detenerse a establecer el balance de la empresa comenzada el 25 de mayo de 1810. Más que esclarecimiento de las acciones y reacciones operadas en aquel entonces, vale la pena examinar sus consecuencias remotas, poner en relación dicho pasado con nuestro presente, para dar pleno sentido a la recordación que celebramos.
¿Estuvo bien planteada la empresa? ¿Fue llevada a buen término? ¿Formó una buena tradición, guía indispensable de una buena conducción nacional? Estos y otros interrogantes deben contestarse, si queremos aprovechar la experiencia cumplida. Debemos hacer el balance de las acciones argentinas positivas, para inspirarnos en ellas, y de las negativas, para corregirlas.
Este libro aspira ante todo a desentrañar las vicisitudes que estorbaron la formación de un buen sistema de política nacional, que encauzase las voluntades individuales, aprovechando la capacidad de los mejores e impidiendo el daño que pudiese ocasionar el encumbramiento de los mediocres, o de los peores; en segundo término a puntualizar el desaprovechamiento de las enseñanzas dejadas por las acciones positivas del país y el fracaso de muchos dirigentes talentosos y despiertos a la comprensión de los errores cometidos en el curso de la evolución nacional; y por último el lamentable y necesario recuerdo de las circunstancias que contribuyeron a la formación de una política antinacional, que corrompe a los buenos e impide la redención de los malos.
Esto ha sido evitado hasta ahora por una historia oficial y unos medios de comunicación vendidos a intereses antinacionales. Mientras no se dé la importancia que tiene a este problema, y no se lo haga conocer al pueblo, el pueblo no podrá desenmascarar a los demagogos, ni restarles su apoyo, ni apartarse de ídolos fracasados, ni acompañar a resolver la crisis nacional. La responsabilidad sobre todo de los órganos de información —que paradójicamente tanto se quejan de los opresores— es inmensa, y mucho mayor que la de los electores, carentes de la completa información que ellos les niegan. Que el pueblo argentino se manejaría bien en la política si estuviera informado, lo prueba el empuje de su espíritu en las actividades más altas, cuando se le ha dado acceso a los conocimientos previos indispensables para adquirir capacitación. ¿Cómo es posible que un pueblo tan bien dotado ofrezca el espectáculo que tenemos a la vista, de multitudes extraviadas por mandones ordenancistas, ideólogos trasnochados y sistemas totalitarios en bancarrota, que se resignan a vivir en crisis permanente en un país en que abundan las riquezas naturales?
Los dirigentes formados por Sarmiento y Alberdi, responsables de la tradición que prevalece en el país, no podían recibir de aquellos maestros, ni de sus obras ni de sus vidas, la enseñanza necesaria para tener fe en el país y voluntad de engrandecerlo. Y así, luego de guiarse durante un siglo por la ilusión de lo perfecto en el papel, trayéndolo al caos en que se debate el país, insisten en pagarse de palabras y en descuidar los hechos. Así, mientras los maestros argentinos en las letras y las artes siguen inspirando a Sucesores dignos de ellos, cuyo afán de superación se manifiesta en cada generación, los maestros de la política argentina siguen formando discípulos cada vez peores. Y el pueblo sufre las consecuencias.
"Balance de siglo y medio" nos ofrece un resumen de la historia del país con un hondo sentido patrio para poder poner en discusión los problemas esenciales de las República Argentina.

 

ÍNDICE

 

Advertencia para la tercera edición7
Advertencia para la segunda edición8
Prólogo13
I.- Introducción21
II.- Capacidad para el gobierno propio23
III.- Contraste entre los resultados de dos emancipaciones29
IV.- Procesos contrapuestos35
V.- El desarrollo nacional43
VI.- El traslado de las fuentes de riqueza a manos extranjeras51
VII.- Protestas empíricas y reacciones ideológicas55
VIII.- El pensamiento renovador halla expresión en el gobierno61
IX.- Las ilusiones del centenario71
X.- La torre de Casandra75
XI.- La reforma electoral83
XII.- La situación argentina mejor vista desde afuera que por dentro87
XIII.- Victorino de la Plaza deduce de la experiencia bélica todo un programa nacionalista91
XIV.- La voluntad de los hombres y la circunstancia histórica97
XV.- Un radical bernardista, José Bianco, plantea el problema del balance de pagos101
XVI.- Luces y sombras de dos gobiernos borrascosos107
XVII.- Los esplendores de una puesta de sol113
XVIII.- Alvear entre el conformismo de Le Breton y el reformismo nacionalista de Mosconi123
XIX.- El nacionalismo aparece133
XX.- La oligarquía vacuna, ¿yunque o martillo?143
XXI.- El estatuto del coloniaje153
XXII.- La Argentina paga la guerra inglesa163
XXIII.- La alteración del orden constitucional no interrumpe la continuidad del régimen173
XXV.- La sociedad mixta, ‘sistema económico de la revolución’189
XXVI.- Las revoluciones sangrientas no interrumpen la inflación, ni el malbaratamiento de las exportaciones, ni la crisis artificial205
XXVII.- El gran cambio, nueva mascara del regimen215
XXVIII.- Lo peor esta por venir225
XXIX.- El regimen agoniza entre cuartelazos y elecciones condicionadas235
XXX.- Nueva frustración: experimentum crucis sobre la imposibilidad de ejecutar el programa nacional243
XXXI.- Principales características de la situación253
XXXII.- Condiciones de una solución259
Apéndices269
El cambio de gobierno y la opinión de un visitante269

Advertencia para la tercera edición

 

Balance de siglo y medio es considerado por muchos como el libro más logrado de su autor. La opinión es discutible cuando se recuerdan las obras que escribió Julio Irazusta, tales como su Ensayo sobre Rosas, los Ensayos históricos, esa admirable interpretación de nuestra historia que es Breve historia de la Argentina, o Genio y figura de Leopoldo Lugones, la mejor biografía del excelso poeta, al decir de una prestigiosa crítica literaria, y La Argentina y el imperialismo británico, en que junto con su hermano Rodolfo iniciaron la revisión de las ideas políticas y de los juicios históricos en el país. Sin contar, por supuesto, el magnifico y extenso estudio contenido en Vida política de Juan Manuel de Rosas a través de su correspondencia.
Cualquiera sea su ubicación en la bibliografía del autor, este libro, hace rato agotado, merecía, por su valor intrínseco, una nueva edición, que es la que presentamos al lector.
Hemos seguido el texto de la segunda (que había sido revisado), a la cual Irazusta le agregó varios escritos en el apéndice.
No dudamos que será recibido con singular beneplácito por numerosos y nuevos lectores, que encontrarán en sus páginas el acendrado culto por la verdad que caracterizaba a Julio Irazusta.

Buenos Aires, junio de 1983
LOS EDITORES


Advertencia para la segunda edición

 

A pedido de muchos amigos y compañeros de causa, así como de lectores que lo conocieron en ejemplar ajeno, damos a la prensa esta nueva edición de Balance de siglo y medio. No hemos intentado ponerlo al día, con la reseña de los sucesos ocurridos entre la fecha de su primera aparición y el momento presente. Pero la tarea no es tan necesaria. El libro se publicó en vísperas del golpe militar que desalojó del gobierno al Dr. Illia e inició la administración instalada el 28 de junio de 1966, que con injustificada jactancia se denominó a si misma “revolución argentina” para fracasar estrepitosamente en tiempo brevísimo.
En uno de los capítulos finales, aludimos al cambio que ya se tramitaba en la sombra por los ambiciosos de poder y dinero. Y allí anunciamos que cualquiera fuese la forma de cambio, o por elecciones o por cuartelazo, fracasaría, porque no sería sino un cambio formal, un quítate de ahí para que yo me ponga; porque sería otra cara del régimen, que si gobierna mal, sabe defenderse al amparo del aparato que domina al país para expoliarlo. Al producirse la deposición de Illia y encumbrarse Onganía, ratifiqué mi pronóstico, enunciado en el libro, en un reportaje periodístico que se me hizo en Concordia, donde me hallaba dando conferencias, desde el 26 de junio anterior al golpe. En un apéndice agregado a esta edición, reproduzco el texto de ese breve reportaje, en el que sostuve que el cambio era “para empeorar”.
A ese documento agrego otros papeles escritos para seguir la marcha de la pseudo revolución militar. Uno es de fines de abril de 1969, comentando la visita del Dr. Erhart a la Argentina y el plan económico de Krieger Vasena, al que también me referí en el tercer documento incorporado al apéndice. Este es un reportaje que me hizo el semanario Azul y Blanco, dirigido por el gran periodista Marcelo Sánchez Sorondo, con cuya política lamento disentir, ahora más que nunca. En él di más razones para abonar mi pronóstico sobre el seguro fracaso de la economía de Krieger Vasena, no por ser la de una revolución mal llamada ‘‘argentina’’, sino por ser del régimen, que es absolutamente anti-nacional. El penúltimo papel trata de la reforma monetaria, llevada en las peores condiciones imaginables con absoluta irresponsabilidad por parte de quienes la decidieron. El último, de la “historia de la entrega’’.
La situación creada por los pseudo dirigentes es de absoluta ignominia. La inflación galopante, el encarecimiento de los consumos, el endeudamiento masivo de las empresas estatales que las pone en peligro de ser vendidas por su pasivo, el continuo aumento de los impuestos y de las tarifas oficiales que rebajan el salario real, y la reacción popular consiguiente que por un lado se traduce en apatía ciudadana y por otro en la violencia guerrillera, no permiten augurar sino un porvenir sombrío. Las autoridades no cejan en su rutina de aplicar a la crisis las mismas recetas repetidas veces fracasadas, y la oposición no ofrece soluciones para la expoliación extranjera que es su causa primera, a no ser con vagas alusiones a los monopolios internacionales de que son dependientes buena parte de sus miembros principales.
Los motivos por los que pronostiqué el fracaso del gobierno que sucediera al del Dr. Illia, me permiten repetirlo respecto al que le sucederá al del general Lanusse. Las condiciones en que se desarrolla la discusión política en el país no han variado en un ápice. No se debaten más que cuestiones formales. La censura de las empresas privadas de información ejerce un control más estricto que el del gobierno sobre las opiniones de los verdaderos disidentes. Y si no hay un debate a fondo sobre la conducción nacional, no habrá cambio por el hecho de que a un militar lo suceda un civil, como no se produjo cuando los militares sucedieron a un civil.
Como hace muchas décadas que oímos decir: “esto no puede seguir así”, “vamos camino al abismo”, “la lógica de los hechos se impondrá a los errores de los gobernantes”, soy bastante escéptico acerca de los pronósticos más agoreros. El país tiene una riqueza extraordinaria para la escasez de su población; la miseria se sufre en la periferia, pero no en las zonas donde se concentra mayor cantidad de poderío económico, capaz de influir en las decisiones políticas; y ese poderío económico, mayor por parte de los intereses extranjeros que hacen política diariamente, que por parte de los intereses nacionales, que no la hacen, es absolutamente indiferente a la suerte de la población más afectada por la crisis. Por lo demás, el civismo y la moderación de nuestro pueblo, demostrados todas las veces que las multitudes quedaron en libertad de cometer los más enormes desmanes y no lo hicieron, favorece al régimen expoliador como en ninguna otra parte del mundo, salvo en las regiones sometidas a la despiadada tiranía comunista.
Una vigorosa reacción popular no bastará a provocar el cambio racional y conveniente de las cosas nacionales, si no se acompaña de una reacción intelectual, que guíe la voluntad colectiva. Por cierto que la acción no es acción hasta que no se ejecuta, como dice Santo Tomás; en consecuencia, la política depende de la voluntad más que de la inteligencia, porque el mismo santo filósofo dice: que nos mande el prudente y no el sabio. Pero antes de la opción, el que la va a decidir debe acopiar toda la información indispensable, propia y ajena, para elegir entre las alternativas que se ofrecen al político como soluciones probables, jamás seguras. Como la política es creación de futuro, y el futuro no es susceptible de conocimiento cierto, toda decisión que se tome es una opción entre dificultades, como dijo Indalecio Gómez al preguntársele si su reforma electoral de 1912 era una panacea.
El espíritu sistemático que prevalece en la política argentina conspira contra las nociones más elementales acerca del problema. Aquí, más que en ningún otro país del mundo civilizado, se cree en la validez universal de los sistemas rígidos. Unos creen que la libertad en todo arreglará las cosas más complicadas, sin tener en cuenta las circunstancias particulares. Otros, con igual fe de carbonero, creen que el dirigismo estatal, la intervención del gobierno en la economía como en todos los demás aspectos de la vida colectiva, es la marcha de la historia, el camino que conduce en seguridad al futuro inmediato y remoto. Para el común de la gente, el estadista debe ser un profesor de economía política, con una teoría escrita en un libro de texto, que va a dominar la escurridiza realidad con más fortuna que a un alumnado díscolo.
Muchos nacionalistas arrepentidos de su tradicional militarismo, acusan a los militares de la “revolución argentina” de haber servido al régimen, mejor que los civiles. Es una ilusión. Si éstos hubiesen gobernado desde 1966, habría ocurrido lo mismo. Ahora parecen dispuestos a pasar por el aro del diablo para recuperar las posiciones perdidas, y seguir haciendo lo que manda el régimen, como se los impone el régimen, en una sociedad cívico-militar que en vez de ser alternativa, como hasta ahora, en adelante será permanente, para que “no haya más golpes”, como Aramburu decía que no habría más tiranías. La ilusión de estancar la historia, para impedir que los políticos la hagan con vigilante y esclarecida voluntad, enceguece a los que Dios quiere perder. Lo malo es que sufriremos todos.

Julio Irazusta


Prólogo

 

Este libro fue pensado y escrito, como su título indica, para intentar un examen de la empresa comenzada, por los fundadores de la patria.
Esbocé el tema en un artículo de El Tiempo de Cuyo, preparado para el 25 de Mayo de 1960. El ciento cincuenta aniversario de la revolución me sorprendía al terminar la clasificación del material reunido para la redacción de una historia argentina y abocarme a la época comprendida entre Caseros y nuestro tiempo. Labor de tres lustros, en la que el repaso continuo de las carpetas organizadas para cada año fue dejando en mi memoria el acopio de datos suficientes para que las conclusiones se desprendieran espontáneamente, como la fruta madura cae del árbol después de florecido. En varios artículos periodísticos y reportajes de radio expresé mi opinión sobre el 25 de Mayo, como una empresa comenzada en 1810, en cuyo examen interesaba más la apreciación de sus resultados, que el juicio de valor acerca de sus próceres.
Yo había expuesto mi criterio en el libro sobre Tomás de Anchorena, o la emancipación a la luz de la circunstancia histórica. En esa obra había interrumpido el análisis al morir el protagonista, en 1847. Y aunque en un Epílogo adelantara opiniones sobre la evolución posterior, en 1950 no tenía sobre ésta el conocimiento pormenorizado de los hechos que alcancé en los tres lustros siguientes. Esta circunstancia, coincidiendo con las vicisitudes de la interminable (y al parecer insoluble) crisis que atravesamos, me sugirió la idea de establecer este Balance de siglo y medio que ofrezco al público.
Decía Groussac (creo que en su libro sobre el Don Quijote de Avellaneda) que los cervantistas rancios abrían la boca para mejor cerrar los ojos a los lunares de la obra maestra. Actitud muy común ante los próceres. Si los nuestros nos hubieran legado un imperio preponderante en el mundo, tal vez no correspondiera otra cosa que cantar sus alabanzas. Pero como ello no ocurrió, debemos preguntarnos ante cada estatua: ¿cuál fue el resultado positivo de la acción desarrollada en vida por el hombre que honramos en ese bronce?, ¿qué enseñanza nos dejó?, ¿cómo se combina su aporte a la obra común de las generaciones con los de quienes le precedieron y le seguirán?
Preguntas ineludibles. Pues los países se gobiernan mejor que por obra de las grandes personalidades, por la operación de un sistema de política nacional elaborado en el curso de los siglos por la acumulación de los aciertos y el descarte de los errores de todos. Guardo entre mis carpetas todo un voluminoso libro sobre la experiencia más ilustrativa de los tiempos modernos para mostrar cómo se forma un sistema de política nacional: el imperio británico desde Chatham hasta Carlos Fox. Muestro allí hasta qué punto es decisiva la influencia del espíritu sobre los factores materiales, pero asimismo cómo en los hombres de acción suele ser menos fecundo el profetismo intelectual que la capacidad de comprender el sentido de la propia experiencia, una vez que ésta se ha concretado en una acción feliz. Enseñanza parecida resulta de la historia americana, cuyo paralelo con la nuestra sigo en todas mis investigaciones históricas, según el método de Mateo Arnold, de apreciar cualquier poesía por el cotejo de la que se tiene a la vista con los grandes modelos de la historia literaria. Y por cierto que las circunstancias iniciales de la República del Norte son comparables con las nuestras.
Este libro aspira ante todo a desentrañar las vicisitudes que estorbaron la formación de un buen sistema de política nacional, que encauzase las voluntades individuales, aprovechando la capacidad de los mejores e impidiendo el daño que pudiese ocasionar el encumbramiento de los mediocres, o de los peores; en segundo término a puntualizar el desaprovechamiento de las enseñanzas dejadas por las acciones positivas del país y el fracaso de muchos dirigentes talentosos y despiertos a la comprensión de los errores cometidos en el curso de la evolución nacional; y por último el lamentable y necesario recuerdo de las circunstancias que contribuyeron a la formación de una política antinacional, que corrompe a los buenos e impide la redención de los malos.
El régimen del interés privilegiado extranjero que actúa entre nosotros como superestado, se organizó en los últimos treinta años a favor de los tremendos errores de conducción cometidos por todos los gobernantes. Un país que en un mundo en bancarrota se despoja de la mitad de su oro para pagar deuda externa; que se compromete por el pacto Roca-Runciman a impedir que sus habitantes persigan fines de lucro privado en la elaboración de su principal materia prima (la carne); que deja manejar casi todo su comercios de exportación por los extranjeros; que despoja a los inventores de la mayor novedad en materia de transporte urbano (el colectivo) para mostrar benevolencia al capital extranjero; que prorroga la concesión de la C.A.D.E.; que arruina su moneda para evitarle a Gran Bretaña el pago de nuestros suministros de guerra; que no sabe compensar ventajosamente sus deudas con sus créditos; que malamente lograda dicha compensación por influencia de Norte América sobre Inglaterra, se entrampa en dos años por una suma próxima a la deuda externa contraída en más de un siglo; que entrega la extracción de su petróleo, a un precio mayor que el importado, al extranjero, cuando Y.P.F. tenía ya exploradas y cubicadas la mayoría de las reservas nacionales, es un país que merece los males que sufre. ¿Cómo no va a estar en bancarrota con semejante conducción nacional?
Mientras no se dé la importancia que tiene a este problema, y no se lo haga conocer al pueblo, el pueblo no podrá desenmascarar a los demagogos, ni restarles su apoyo, ni apartarse de ídolos fracasados, ni acompañar a resolver la crisis nacional. La responsabilidad sobre todo de los órganos de información —que paradójicamente tanto se quejan de los opresores— es inmensa, y mucho mayor que la de los electores, carentes de la completa información que ellos les niegan. Una democracia, como por otra parte cualquier régimen de gobierno, no es buena por sí misma y en sí misma, sino de acuerdo con la ilustración del pueblo que en ella vive. No ilustración iluminística, de conocer el alfabeto o poder leer los diarios, ni siquiera de ser docto o sabio en elevadas disciplinas intelectuales, sino de conocer, aun siendo analfabeto, los intereses concretos del país, tener voluntad de progreso, querer la libertad y estar dispuesto a defenderla porque se palpan sus beneficios.
Que el pueblo argentino se manejaría bien en la política si estuviera informado, lo prueba el empuje de su espíritu en las actividades más altas, cuando se le ha dado acceso a los conocimientos previos indispensables para adquirir capacitación. Tenemos altísimos poetas como los mejores del mundo, cuya falta de celebridad mundial se debe al escaso peso de nuestro país en la balanza del poder; prosistas, pintores, músicos, arquitectos eximios, disminuidos en la misma forma ante sus colegas extranjeros; técnicos que empiezan a ser solicitados por las grandes naciones industriales, y una mano de obra eficientísima que asombra a los técnicos extranjeros por su capacidad y su inventiva; campeones en los deportes y juegos, que muestran la fibra del temperamento nacional. ¿Cómo es posible que un pueblo tan bien dotado ofrezca el espectáculo que tenemos a la vista, de multitudes extraviadas por mandones ordenancistas, ideólogos trasnochados y sistemas totalitarios en bancarrota, que se resignan a vivir en crisis permanente, cuando los pueblos europeos azotados por la guerra disfrutan nueva era de floreciente prosperidad? No puede ser sino porque desde su iniciación en la vida independiente, si bien tuvo héroes incomparables, le faltaron los mentores equilibrados, los verdaderos maestros políticos, capaces de orientar a un Estado naciente en el comienzo de su carrera. Compárese El Federalista, clásico de la ciencia política mundial, con Facundo o Bases, y se tendrá la explicación del fenómeno. Los dirigentes formados por Sarmiento y Alberdi, responsables de la tradición que prevalece en el país, no podían recibir de aquellos maestros, ni de sus obras ni de sus vidas, la enseñanza necesaria para tener fe en el país y voluntad de engrandecerlo. Y así, luego de guiarse durante un siglo por la ilusión de lo perfecto en el papel, trayéndolo al caos en que se debate hace treinta y cinco años, insisten en pagarse de palabras y en descuidar los hechos. Con esta diferencia, de que si hace un siglo se guiaron por un liberalismo teórico, hoy se han plegado a un totalitarismo menos teórico, que acaba de sufrir en el país un fracaso experimental, con la tiranía derrocada. Así, mientras los maestros argentinos en las letras y las artes siguen inspirando a Sucesores dignos de ellos, cuyo afán de superación se manifiesta en cada generación, los maestros de la política argentina siguen formando discípulos cada vez peores. Y el pueblo sufre las consecuencias.
La falta de información resultante del iluminismo vacío que prevalece, es lo que permite que las multitudes extraviadas por falsos dirigentes se conformen con un nivel de vida inferior en un 50 % ó 70 %, según los casos, al de cualquier país civilizado; se resignen a andar en sulky los campesinos, en motonetas, bicicletas o en automotores de veinte años los ciudadanos, y a que les cobren por cualquier auto nuevo varias veces su valor; a que sus bienes, mercaderías o servicios se malvendan por el envilecimiento de los precios de la exportación. El puchero barato, de que se enorgullece el argentino medio, es el engañabobos con que se mantiene a bajísimo nivel el precio de nuestros productos, mientras los demagogos piden para los obreros aumentos de salarios que no son sino baratijas, para ilusionarlos y ocultarles la colosal estafa de que se los hace objeto por medio de la inflación. Al punto de que uno de los dirigentes obreros que habló en la Casa de Gobierno, defendió el instrumento de esa expoliación, que sufren sus mismos representados, aunque menos que las clases con entrada fija.
El país está en liquidación por medio de la inflación y la economía dirigida. Cada argentino, propietario, industrial, comerciante, obrero, que vende un producto de exportación o el esfuerzo que sirvió para fabricarlo y distribuirlo, pierde más de un 50 % de lo que debería cobrar. Ahora bien, la inflación que cada vez nos descapitaliza más es inevitable, mientras no se libere la economía de las regulaciones totalitarias y no se reestructure el comercio exterior. Si por el contralor del cambio, el campesino debe vender sus productos con un quebranto del 50 % o el 100 %, según sea agricultor o ganadero, no podrá pagar réditos, ni el Estado equilibrar su presupuesto y desgravar la producción, medida esta última que es la primera que toman los gobiernos enfrentados por crisis como la que atravesamos.
Esta situación, que en lo económico no ha variado de Perón acá, en nada fundamental sino para empeorar según el ritmo de la inflación, que por otra parte es en todos los países uniformemente acelerado, como el de una rueda en la pendiente al abismo; además este fenómeno que merecía ocres censuras de los opositores, ahora irresponsablemente se idealiza. Los que antes denunciaban la inferioridad del dictador depuesto, porque no tenía otro medio de gobierno que las promesas de aumento de sueldos y salarios, lo repiten al pie de la letra, en lugar de ilustrar a los obreros sobre la estafa que se les hace al concedérselos a expensas de la baja de la moneda, que aumentará el costo real de la vida. Los que reconocían que la intervención estatal en el comercio de las cosechas había reducido la producción agraria, quieren aumentar el intervencionismo. Y la reforma agraria es el slogan más a la moda en la mayoría de los partidos. ¿No advierten que un paso más en esa dirección desquiciará el campo? La reforma agraria de Perón fue la más avanzada. Pues la congelación de los arrendamientos equivalió a una confiscación, perdiendo los propietarios la mitad de sus capitales al vender campos ocupados. ¿Qué sistema de entrega de la tierra a los que la trabajan puede ir más lejos? Pero ahora, como en tiempos del dictador, si el campo está en bancarrota porque sus productos se malvenden a precios viles, ¿de qué le servirá al productor halagado con la reforma?
Para superar a Perón en esa demagogia deletérea tendrían que llegar al comunismo y las granjas colectivas, cuando los países de detrás de la Cortina de Hierro las están abandonando. ¿Pero no comprenden que el campo es lo único que no puede ser colectivizado? La reforma que más se preconiza dejaría al país no sólo sin dólares, como ahora por el malbaratamiento de las exportaciones agropecuarias, sino también sin alimentos. ¿Qué mucho? Si antes de llegar a ella, mucha gente ya no se puede pagar ni la carne ni el pan en el país mejor dotado para la producción de vacas y trigo.
Por el juego combinado de la inflación y el malbaratamiento de las exportaciones, el pueblo argentino está sometido al régimen de explotación más inicua que se conozca en el mundo contemporáneo, con excepción de los que gimen bajo la dominación comunista. Cuando todo el occidente de Europa y los Estados Unidos han acendrado su capitalismo, al punto de que los mayores capitales tributan hasta el 80 % de sus rentas; cuando los países africanos y asiáticos se han sacudido el yugo colonial, la Argentina es el paraíso de los pseudoinversores extranjeros, quienes en complicidad con la clase gobernante esfuman su ingente riqueza y la exportan como ganancia legítima. Mientras los argentinos gemimos bajo los impuestos más elevados que gravan por igual al pequeño productor que al gran terrateniente, en escala siempre creciente debido a la inflación, los extranjeros que manejan las principales fuentes de producción, o están exentos de gravámenes o trampean el pago de réditos, y remesan sus entradas al exterior. A esta evasión de capitales usuarios se une la del dinero arraigado en el país que trata de escapar a la bancarrota nacional...
Lo que antes Perón hacía por medio de las diferencias de cambio, quedándose con la mitad del fruto del esfuerzo argentino (comprando el cereal al precio de siete pesos el dólar, y vendiéndolo al de catorce pesos el dólar), lo hicieron sus sucesores, abrumando al productor con recargos de importación y gravámenes del ciento por ciento sobre todos los elementos indispensables a la mecanización del agro. Y los últimos representantes del sistema agravaron la situación, reponiendo en vigor las diferencias de cambio, sin aliviar las otras cargas. Los mismos técnicos envejecidos en asesorar las idioteces que nos trajeron a la situación en que nos debatimos, son escuchados para orientarnos hacia la salida de la crisis.
Es con poca esperanza, pero sin desaliento, que ofrezco a mis conciudadanos este aporte a la discusión política de sus problemas esenciales.
Julio Irazusta

Introducción

 

A los ciento cincuenta y seis años de haberse instalado nuestro primer gobierno propio, y a los ciento cincuenta de haberse declarado la Independencia, hay que detenerse a establecer el balance de la empresa comenzada el 25 de mayo de 1810. El hecho político cumplido ese día por los criollos rioplatenses cargó sobre nuestro pueblo la responsabilidad de la autodeterminación. Con el andar del tiempo la tarea iniciada por los hombres de Mayo permitió organizamos como nación independiente.
Más que esclarecimiento de las acciones y reacciones operadas en aquel entonces, vale la pena examinar sus consecuencias remotas, poner en relación dicho pasado con nuestro presente, para dar pleno sentido a la recordación que celebramos. La hermenéutica del suceso aún no está bien establecida. Un escritor de nota ha dicho con razón en estos días que el 25 de Mayo es una de las épocas de nuestra historia peor estudiada, sin excluir la dictadura de Rosas, tan sujeta a controversia. La breve síntesis que intentemos dar aquí, no pretende ofrecer conclusiones exhaustivas, ni tiene otro objeto que establecer un punto de partida al estudio de la evolución que estudiaremos.
¿Estuvo bien planteada la empresa? ¿Fue llevada a buen término? ¿Podemos estar plenamente satisfechos de sus resultados? ¿Formó una buena tradición, guía indispensable de una buena conducción nacional? Estos y otros interrogantes deben contestarse, si queremos aprovechar la experiencia cumplida, en vez de satisfacernos con abrir la boca ante la obra de nuestros antepasados, sin ánimo de corresponder con idéntica tensión de la voluntad al heroico esfuerzo realizado por ellos para darnos patria y libertad.
Los gloriosos aniversarios nos sorprenden en medio de una crisis que parece respuesta anticipada contra todo optimismo. Pero como es evidente la euforia rememorativa se experimentó repetidamente en el curso de nuestra historia, y algunas veces estuvo justificada, debemos hacer el balance de las acciones argentinas positivas, para inspirarnos en ellas, y de las negativas, para corregirlas.