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Ensayo sobre Rosas

 

Julio Irazusta

Ensayo sobre Rosas - Julio Irazusta

100 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2019
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 240 pesos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El "Ensayo sobre Rosas", a pesar de su brevedad, ha sido uno de los más destacados trabajos sobre teoría política argentina que se hayan escrito. Irazusta no sólo clarifica con unas pocas páginas la obra de gobierno de Rosas, abriendo el camino a muchos otros investigadores que comenzarán a cambiar las opiniones que hasta entonces tenían sobre él y la historia argentina, sino que nos brinda brillantes análisis y reflexiones sobre el poder político y lo que fuera la suma del poder que invistió el Restaurador.
De forma novedosa pero fundamentada, hace de este modo de gobierno una mixtura entre la tradición hispánica y las particularidades criollas, llegando a declarar, categóricamente, que el gobierno de Rosas le parece haber llenado, hasta donde se lo permitieron las circunstancias, el ideal del gobierno. El bien común que éste postula necesariamente, de ninguna manera mejor se alcanza que por la armónica colaboración de todos los elementos que componen la sociedad, como sucedió en nuestro país durante aquella época, salvo la excepción cuyas consecuencias e importancia se examinan. Y esa colaboración es la que se llama sistema de gobierno mixto, que es el mejor, sobre todo por no ser sistema y desposarse mejor que ninguno con las líneas de una realidad particular y mudable como es la práctica. Con amplia formación en cultura clásica, Irazusta encuentra paralelos con la forma que han propugnado los clásicos políticos de todos los tiempos.
Luego de un capítulo de consideraciones preliminares que es un bosquejo historiográfico, dedica un capítulo de conjeturas sobre lo que pudo darnos la suma del poder a no ser interrumpida en 1852, y otro sobre las causas de su interrupción. Saliéndose del molde de la inteligencia de la época, ubica a Rosas en un lugar completamente distinto al que se acostumbraba entonces.
"La inteligencia argentina había arrojado sobre aquel hombre una condenación tan ciega que sus efectos se sienten hasta hoy en la esencia del país, en la apreciación de su historia, en las dificultades por que atraviesan sus instituciones y hasta en su comprensión de la vida universal. La inteligencia argentina, modelada por los vencedores de Rosas, no aplicó a éste ni sombra del examen equitativo que los romanos aplican a sus Césares, los franceses a sus Napoleones, como fenómenos de una evolución histórica natural en su hora — el pasaje de la anarquía al despotismo. Por el contrario, prefirió denigrar a su país excepcionalmente, para hacer más excepcional el caso del personaje condenado a sentencia de reprobación perpetua. El odio heredado, como sacro depósito, por las generaciones posteriores, y la filosofía política basada en aquel odio, obstaculizaron el trabajo de la reflexión histórica, cuyo deber consiste en ser cada vez más imparcial a medida que se aleja de los hechos que examina. El amor, la admiración, conservados hacia el hombre excepcional por las masas populares, que son como la subconciencia de la sociedad, no influyeron para nada en la obra de los estudiosos. A la caída de Rosas se había reproducido el fenómeno tan bien señalado por Ramón Doll, de la ruptura entre el pueblo y la inteligencia argentinos, fenómeno que ya antes se diera en la época rivadaviana.
Rosas ha sido por lo general aborrecido sin ser estudiado, o pasado por alto en los textos de estudio, o mal comprendido por quienes lo estudiaron con buena voluntad. Cualquiera otra época de nuestra historia, anterior o posterior a la de Rosas, ha sido técnicamente mejor estudiada, aunque ninguna ha provocado tan abundante literatura.
Después de haber sido derrocado para instaurar el libre examen, los librepensadores, los espíritus libres de prejuicios, como siempre hacen, quisieron ser los únicos que pudieran pensar libremente, y que el juicio formado por ellos sea el prejuicio de los demás. Fue así que desataron una denodada persecución contra todo disidente a los biempensantes, asemejándose extrañamente a los que el mismo Rosas alcanzó contra sus enemigos. Con esta diferencia fundamental, que él era consecuente con su sistema, mientras los liberales conculcan el suyo propio.
También omiten al hablar del terror una circunstancia decisiva, la de que él coincidió con la agresión del extranjero y con una amenaza de defección por una de las clases en que se apoyaba el sistema".
Puede decirse, con Irazusta, que Rosas fue "la clave de la historia argentina".

 

ÍNDICE

Prólogo7
I.- Consideraciones preliminares9
II.- El momento en que se voto la suma del poder21
III.- Concepto y operación del sistema27
IV.- Resultados del sistema39
V.- Conjeturas sobre lo que pudo haber sido57
VI.- Rosas y la inteligencia argentina71
Anexo: La grandeza de Rosas85

PRÓLOGO

Un juicio nuevo sobre Rosas requiere previamente una metodología y una historiografía. Las tengo pensadas, pero no las escribiré hasta dentro de un tiempo. Entre tanto quise adelantar algunos resultados de los estudios que llevo hace años sobre el asunto, y al acercarse el centenario de la suma del poder, di una conferencia sobre ella en la Biblioteca Popular Sarmiento de Gualeguaychú. Esa conferencia, repartida en los capítulos segundos, tercero y cuarto que van a continuación, fue el núcleo de este ensayo.
Invitado por la Sociedad de Historia Argentina de Buenos Aires a dar dos conferencias sobre Rosas, aproveché la anterior, que no se había publicado, aumentándola con un capítulo de consideraciones preliminares que es un bosquejo historiográfico, un capítulo de conjeturas sobre lo que pudo darnos la suma del poder a no ser interrumpida en 1852, y otro sobre las causas de su interrupción.
De esa formación circunstancial, este opúsculo, — que no habría publicado a no mediar el pedido de algunos amigos, conserva un aspecto híbrido e incompleto que me obliga a darle el nombre de ensayo. No es ni una historia, ni una metodología, ni una historiografía de Rosas, y es un poco de todo eso. Las escasas notas finales que he tenido tiempo de agregar al texto antes de entregarlo definitivamente al editor no completan nada, pero sirven para aclarar o precisar algunos de los conceptos vertidos en el cuerpo del ensayo.

J. I.


CONSIDERACIONES PRELIMINARES

Hace cien años, la sociedad argentina, cansada de las discordias civiles, se refugió en la dominación casi absoluta de un hombre. Como si el proceso no fuera uno de los aspectos de la historia ideal eterna — que diría Vico, — la inteligencia argentina de las épocas posteriores arrojó sobre aquel hombre una condenación tan ciega que sus efectos se sienten hasta hoy en la esencia del país, en la apreciación de su historia, en las dificultades por que atraviesan sus instituciones y hasta en su comprensión de la vida universal. La inteligencia argentina, modelada por los vencedores de Rosas, no aplicó a éste ni sombra del examen equitativo que los romanos aplican a sus Césares, los franceses a sus Napoleones, como fenómenos de una evolución histórica natural en su hora — el pasaje de la anarquía al despotismo Por el contrario prefirió denigrar a su país excepcionalmente, para hacer más excepcional el caso del personaje condenado a sentencia de reprobación perpetua. El odio heredado, como sacro depósito, por las generaciones posteriores, y la filosofía política basada en aquel odio, obstaculizaron el trabajo de la reflexión histórica, cuyo deber consiste en ser cada vez más imparcial a medida que se aleja de los hechos que examina. El amor, la admiración, conservados hacia el hombre excepcional por las masas populares, que son como la subconciencia de la sociedad, no influyeron para nada en la obra de los estudiosos. A la caída de Rosas se había reproducido el fenómeno tan bien señalado por Ramón Doll, de la ruptura entre el pueblo y la inteligencia argentinos, fenómeno que ya antes se diera en la época rivadaviana. La persistencia del recuerdo como tema literario y folklórico era objeto de lucro para los escritores de imaginación o de curiosidad científica para médicos aficionados a la historia, o historiadores aficionados a la medicina. Mas para todos, cofrades de la cultura extranjerizante, una de las tantas bastardías de la tierra.
Debemos apoyar un poco más sobre esta crítica de la crítica. Todo ensayo de interpretación, estética, filosófica o histórica, la requiere. Los trabajos del espíritu humano sobre un tema son, para el presente, una misma cosa con él, aunque en el pasando el objeto y la inteligencia estuviesen regidos por la distinción que es base del saber.
La verdad pensada por los que nos precedieron en el estudio de un objeto es de una vez para siempre necesaria a su recta interpretación. Una hermeneútica precisa, aplicada al error cometido por otros, nos evitará repetirlo, podrá hasta llevarnos a una nueva verdad.
Pero a ningún caso es tan aplicable esa regla de buena interpretación como al de Rosas. Este ha sido por lo general aborrecido sin ser estudiado, o pasado por alto en los textos de estudio, o mal comprendido por quienes lo estudiaron con buena voluntad. Y aunque de entonces acá mucho se ha progresado, faltan todavía las ediciones completas de documentos, las monografías sobre temas económicos, jurídicos, diplomáticos, literarios, etc., que permitirían al historiador un acabado conocimiento y facilitarían al publico la aceptación de un modo nuevo de interpretar el asunto. Cualquiera otra época de nuestra historia, anterior o posterior a la de Rosas, ha sido técnicamente mejor estudiada, aunque ninguna ha provocado tan abundante literatura.
Por eso mismo la aproximación al tema se impone más cautelosa que a ningún otro.
Examinar las aberraciones más salientes en los juicios sobre Rosas, nos pondrá en el camino de una buena interpretación.
La primera, por el contraste que hay entre ella y quienes la sufren, es la que consiste en esgrimir contra Rosas el argumento de autoridad, después de haber sido él derrocado para instaurar el libre examen. En efecto, los librepensadores, los espíritus libres de prejuicios, quieren ser los únicos en pensar libremente, y que el juicio formado por ellos sea el prejuicio de los demás. Los extremos a que llegan para impedir la libre discusión del asunto van asemejándose extrañamente a los que el mismo Rosas alcanzó contra sus enemigos. Con esta diferencia fundamental, que él era consecuente con su sistema, mientras los liberales conculcan el suyo propio. ¿Es muy descabellado suponer que llegarían hasta el derramamiento de sangre si una reivindicación rosista tratara de imponerse al país por la fuerza, conjugándose con una insurrección armada y subvencionada por el oro de un país extranjero que estuviese en guerra con el nuestro ?
Aquí estamos ante otra de las aberraciones de la historiografía sobre el asunto. No sería muy grave que los críticos de Rosas le negaran al que llaman tirano el derecho de represión que se admira como energía en los gobiernos civilizados, contra la oposición interna aliada del enemigo exterior. Podría pasar como un movimiento ideológico, semejante al que invocan actualmente en Francia los que se llaman objetores de conciencia. Y sólo sería pasible de una réplica filosófica.
Por lo menos, el público no sería extraviado, como lo es por la mayoría de los historiadores de Rosas, que omiten al hablar del terror una circunstancia decisiva, la de que él coincidió con la agresión del extranjero y con una amenaza de defección por una de las clases en que se apoyaba el sistema, no siendo la apelación al populacho sino el recurso in extremas de un cambio de jerarquía en los elementos básicos del gobierno. Sólo ante una objetiva exposición de las circunstancias veríamos si el juicio público estima o no que la agresión extranjera nacionaliza automáticamente cualquier gobierno. Para los pacifistas franceses de la época de la guerra grande, Clemenceau quedará como el verdugo de Mata Hari. Pero sólo en caso del triunfo alemán en 1918, y de una nueva colonización de la Galia, la historia de Francia se hubiese escrito sobre la base de la Gaceta que algunos franceses extraviados escribían en el territorio ocupado por los invasores. La tergiversación realizada por la historiografía unitaria, o por los conformistas que la han seguido al pie de la letra, es una de las primeras indicaciones que llevan a una recta interpretación del terror, cuando se subsana la omisión cometida por aquéllos.
Otra de las aberraciones comunes en el asunto consiste en adoptar los espejismos literarios como fuente histórica. Así, por ejemplo, el Buenos Aires de Rosas ha sido por lo común tomado de una descripción del general Paz sobre la fisonomía de la ciudad en los días subsiguientes al descubrimiento de la conjuración Maza.
Las admirables Memorias pecan, como la buena y la mala literatura liberal de la época, de tacitismo agudo, pues casi todos los escritores del partido sufrieron la tentación de hacer de Rosas un Tiberio para ellos mejor parecerse a Tácito; mas aunque su versión del momento sea de la última exactitud y precisión, no es muy científico tomar como la fisonomía invariable de quince años lo que no habrá pasado de ser el aspecto, por otra parte muy explicable, de quince días. Los que han visto la Roma del día posterior al de un atentado contra Mussolini, no tienen mutatis mutandi porqué asombrarse de lo que Paz dice sobre la quincena que va de mediados a fines de junio de 1839. El general escribía con gran relieve, y ha impreso su sello sobre la época que describió. Pero tomar su literatura por historia, sin pasarla por el tamiz de ajustada crítica, es cometer una confusión de géneros que no le habría gustado ni al gran cordobés, cuyo espíritu se había formado en las disciplinas clásicas de la Universidad de San Carlos.
Aplicar a los hechos de una edad categorías que corresponden a otra, no es defecto privativo de nuestro país, sino común en la cultura — o lo que hace las veces de tal — formada por el espíritu moderno. Pero dificulto que en ninguna otra parte se haya ido tan lejos en esa distorsión. En una época enlutada en los países más cultos, salvo rarísimas excepciones, por los asesinatos políticos, las insurrecciones constantes y las ejecuciones individuales o matanzas colectivas que a ellas respondían, la sangre derramada por Rosas en una guerra civil que él no empezó y que de una y otra parte fue peleada con desenfrenada violencia, ha quedado como uno de los casos más excepcionales de la historia, según el juicio de quienes así demostraban conocerla muy poco. Sin hablar de la España de reaccionarios fernandistas e isabelinos liberales, la Francia del rey burgués, fue, precisamente de 1830 a 1835, empapada por ríos de sangre de revolucionarios y gubernistas, y la ley de 7 de marzo que dio a Rosas la suma del poder no fue sino un precedente de las leyes de setiembre del mismo año con que el liberalísimo Thiers abjuró los principios de la revolución que le diera el gobierno.
Más dañino, porque más hábil, fue el procedimiento seguido por los adversarios de Rosas, al juzgar, según les conviniera, sus designios por el resultado, o sus obras por sus designios. El fracaso parcial de su política, debido más a la capacidad opositora de los unitarios que a incapacidad gubernamental del dictador, es para aquellos prueba de que no hizo nada por la patria; los beneficios que le procuró, si no se atreven a negarlos, son declarados involuntarios, y nada probantes de su buena intención.
Pero la mayor aberración ha consistido en el modo como se aprovechó la organización fuertemente caracterizada que él había dado al país, el prejuicio constitucionalista contra aquella organización, y la ojeriza de los varios sistemas unilaterales contra su complejidad para hacer que, ideológicamente, todos los partidos y todas las clases sociales creyeran tener motivos de odiar la memoria de Rosas.
Los oligarcas que en 1853 redujeron la base electoral que había alcanzado en Buenos Aires el sistema representativo, explotaron, o crearon, el prejuicio de las clases minoritarias contra las masas populares que habían sido el sostén de la dictadura en su último decenio. Y la tildaron de exclusivamente demagógica.
El partido popular que en 1916 sucedió a la oligarquía en la gravitación sobre la cosa pública o en el gobierno mismo, no vió más que el aspecto minoritario de aquella, y la tildó de exclusivamente despótica. — Por añadidura, dentro de éste partido, como en el resto de la población, los incrédulos no vieron en ella sino el acuerdo entre el clero y el gobierno, y los católicos el regalismo exagerado de los últimos años. — El constitucionalismo que cundió por todo el país a raíz de la Constitución y del alberdismo, como si no hubiera otro modo de organización civilizada que las cartas constitucionales, tachó de inorgánico el régimen anterior al 53. Como retrógrado o complejo, fue condenado su empirismo por el espíritu de sistema y el simplismo del mundo moderno.
Analizar uno por uno, todos esos cargos, esclarecería mucho el asunto que trataré a continuación, el de las relaciones entre la historia y la política. Pero no es éste el momento de hacerlo, y la teoría me permitirá dilucidarlo suficientemente.
Es difícil distinguir ambas actividades. La historia propiamente dicha no se concibe sin un criterio político, y la buena política no se concibe sin el conocimiento de la historia. Para el político, la historia es el sucedáneo de la experiencia imposible; para el historiador, la política es el eje del criterio interpretativo.
El sentido de la realidad en el uno es como el sentido de la evolución en el otro. Pero confundida como lo hacen los historiadores llamados filosóficos y los políticos sistemáticos, que no se diferencian sino exteriormente, por los temas que tratan, es ignorar a la vez la verdadera naturaleza de una y otra actividad espiritual. Los unos y los otros aplican al pasado y al presente el criterio uniforme de sus esquemas universales, y en su pretensión de reducir a sistema una realidad concreta o fluida, según el caso, no advierten la irreversibilidad del fenómeno histórico ni la particularidad del fenómeno político.
Es casi inevitable hacer política cuando se hace historia. El que no se ha formado un criterio definido sobre la política de un país, difícilmente podrá comprender los fenómenos históricos del mismo. Pero tomar como profesiones de fe política actual todos los juicios que un historiador emita al considerar las circunstancias del pasado es cometer una grosera confusión. La confusión de los que han escrito la historia de Rosas para hacer política, por el doble motivo de que eran ideólogos y facciosos.
No me cuesta declarar categóricamente, que el gobierno de Rosas me parece haber llenado, hasta donde se lo permitieron las circunstancias, el ideal del gobierno. El bien común que éste postula necesariamente de ninguna manera mejor se alcanza que por la armónica colaboración de todos los elementos que componen la sociedad, como sucedió en nuestro país durante aquella época, salvo la excepción cuyas consecuencias e importancia examinaré más adelante. Y esa colaboración es la que se llama sistema de gobierno mixto, que es el mejor, sobre todo por no ser sistema y desposarse mejor que ninguno con las líneas de una realidad particular y mudable como es la práctica; y que han propugnado los clásicos políticos de todos los tiempos. La caída de Rosas fue la alternativa desgraciada que el destino ofreció a la voluntad de los argentinos; la otra era la grandeza absoluta que se puede dar en el orden humano. Pero tampoco tengo empacho en declarar que hoy por hoy, aquí y ahora, soñar con dictaduras basándose en el precedente de Rosas es no comprender ni el pasado ni la actualidad argentinos.
A los que extrañen esta admiración, en el afiliado a un partido popular, por el parangón de los dictadores, les dedicaré una frase de Burke, el gran filósofo político que no creyó ser inconsecuente atacando a la Revolución francesa en nombre del orden inglés, después de haber sido el paladín de la libertad de América y de la libertad de la India: “Pocos son los partidarios de pasadas tiranías; pero ser liberal en los asuntos de hace cien años es muy compatible con todas las ventajas del servilismo actual”.