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La Argentina y el imperialismo británico

Los eslabones de una cadena, 1806–1933

Rodolfo y Julio Irazusta

La Argentina y el imperialismo británico - Los eslabones de una cadena, 1806–1933 - Rodolfo y Julio Irazusta

196 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2019
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 360 pesos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

"La Argentina y el imperialismo británico. Los eslabones de una cadena, 1806–1933" marcó un hito fundamental para la comprensión de la Historia Argentina. Por primera vez, no sólo es identificado el enemigo histórico de nuestro país, sino que la historia comienza a girar en torno a la necesidad de independencia, sumando cada vez más pensadores e historiadores a la causa nacional.
Su importancia reside en la presentación inédita de una contrahistoria oficial donde pasado y presente se hacen uno, y juntos constituyen la base para un proyecto político que defienda los intereses de la Nación.
La obra comprende dos partes. Una “Historia de la oligarquía argentina”, debida en su casi totalidad a Rodolfo Irazusta, y un análisis del pacto Roca-Runciman, trasladado al papel por Julio Irazusta. Y esto cuando la prensa y los dirigentes celebraban eufóricos con bombos y platillos nuestra relación comercial con Inglaterra, queriéndola presentar como el fundamento de la política nacional. Tal es así que todo el sistema se rebela contra la obra, queriéndola silenciar, llegando incluso a las amenazas para que no se la premie.
Pero la obra tenía —y tiene— patriotismo, nervio, buena prosa, ideas, e ignorarla no fue fácil. Siguiendo su estela, los pensadores nacionalistas comienzan a agruparse detrás de su idea y nace el movimiento antiimperialista, que en Argentina logra ser arrancado del discurso de izquierda para formar parte del acervo nacionalista que busca la soberanía e independencia de la Patria.
Ella significó, en primera medida, una denuncia hacia el llamado estatuto legal del coloniaje que sufría el país, además de emprender el puntapié oficial para el cuestionamiento hacia la historia oficial fundada por el mitrismo. Plantea la falta de integración que habían llevado a cabo los intelectuales que le habían dado rienda a la historiografía hegemónica
Los hermanos Irazusta demuestran como se sacrificó el desarrollo por medio del tratado Roca–Runciman, que prohibió al capital argentino perseguir fines de lucro privado en la industria elaborada de la ganadería, y prometió mayor benevolencia para los capitales británicos.
Deja para siempre documentada la eterna injerencia de Gran Bretaña dentro de la historia nacional y la suscripta dependencia económica, tanto como la traición de la clase dirigente liberal, que en pos de enriquecerse desprecia la autarquía y el bien común. Además, reposiciona a los caudillos nacionales, y particularmente a Juan Manuel de Rosas, como defensores de la tradición hispánica, la unión de los pueblos ante la prepotencia extranjera, su posición antiliberal y la defensa de la soberanía.

 

ÍNDICE

Prólogo7
Prefacio13
Primera parte: La misión Roca
I.- Errores corrientes sobre la negociación diplomática19
II.- Elementos de la negociación de 193321
III.- La elección del personal27
IV.- La política de los ingleses31
V.- El dialogo inverosímil: la voz35
VI.- El eco43
VII.- Paralelo sobre la gratitud estadual49
VIII.- Verdadera historia de las relaciones anglo-argentinas57
IX.- La amistad internacional63
X.- El criterio de los delegados argentinos67
XI.- La negociación73
Segunda parte: El tratado
I.- Características generales81
II.- La cuota del “chilled”85
III.- Los cambios89
IV.- La rebaja del arancel93
V.- El protocolo99
VI.- Al regreso de la misión105
VII.- La ratificación109
VIII.- Significado de toda la transacción117
Tercera parte: Historia de la oligarquía argentina
I.- La oligarquía en el gobierno131
II.- La primera emigración143
III.- Del despotismo ilustrado a la propaganda libertaria155
IV.- El gobierno in partibus167
V.- La restauración de 1852 y sus consecuencias181

PRÓLOGO

Aparece hoy esta nueva edición de “La Argentina y el Imperialismo Británico”, uno de los libros que más hicieron adelantar la comprensión del interés público en nuestro país.
Si bien la primera edición, con el sello de Editorial Tor, en 1934, aparece como tal, en realidad hubo dos, como surge del cotejo de ejemplares de una y otra que muestran sensibles diferencias tipográficas.
Esta que ofrecemos hoy se imprime en circunstancias particularmente dramáticas para la república, como lo es la agresión armada de Gran Bretaña, llevada a cabo con el apoyo de Europa y de los Estados Unidos de Norte América.
La obra comprende dos partes. Una “Historia de la oligarquía argentina”, debida en su casi totalidad a Rodolfo Irazusta, y un análisis del pacto Roca-Runciman, trasladado al papel por Julio Irazusta, todo ello como resultado de largas discusiones sostenidas por ambos hermanos con Luis Doello Jurado, en el Gualeguaychú natal, a raíz del desacuerdo con la negociación llevada a cabo por nuestros representantes y sus resultados.
Fue Doello Jurado un argentino tipo, agudo, buen conocedor de la literatura, maestro en su provincia que dejó la impronta de su personalidad en cuantos asistieron a sus clases, amigo de Ingenieros, Payró, Magnasco, Lugones, Belisario Roldan, Joaquín de Vedia, Florencio Sánchez y muchos otros. Brillante conversador e ideólogo liberal sin reservas, era un crédulo cultor de la fe transmitida por la prensa, la escuela y la clase dirigente, que si bien utiliza el castellano para entenderse, tenia su modelo ideal de cultura en París, y el económico y político en Londres. Es decir, partícipe de una lamentable porfía por sentirse lo que no somos, y que después de innumerables males y mediatizaciones, ha acabado por sumergirnos en una guerra que ignoramos si bastará para transformar una mentalidad más que secular.
El idilio anglofilo, nacido en la colonia y acentuado en la independencia, se transformó en leyenda transmitida en todos los textos de historia, en los que se consigna que la ruptura con España se produjo por influencias directas que los ingleses —invasores y vencidos—, sembraron entre nosotros. Tuvo, como todos los amores, sus altibajos, y uno de ellos se produjo como consecuencia de la crisis mundial de 1929.
Gran Bretaña procuró conjurarla mediante un régimen de preferencias en el intercambio internacional, sobre la, base de acuerdos con sus colonias. En 1932 se reunió en Ottawa, Canadá, la conferencia integrada por representantes de las mismas, en la cual se resolvió reducir, a partir de 1933, el intercambio con los países no pertenecientes a su comunidad.
La Argentina procuró revertir esa situación, y envió para ello una delegación a Londres en procura ele mejores condiciones y de la determinación de una cuota para exportar sus productos. La misma fue encabezada por el vicepresidente de la nación, Julio A. Roca, quien viajó acompañado, entre otros, por Miguel Angel Cárcano, Guillermo Leguizamón, presidente del directorio argentino de los ferrocarriles ingleses, y Raúl Prebisch, ex subsecretario de Hacienda en el gobierno de Uriburu, y a cargo de la concreción de las tratativas ulteriores a la firma del Tratado a fin de concertar con los expertos británicos que nos visitaron con posterioridad, las cuestiones atinentes a divisas y régimen de cambios entre ambos países.
Las tratativas de la misión se prolongaron en Londres a lo largo de tres meses, y finalmente se firmó el pacto, suscripto en nombre de Gran Bretaña por el presidente de su Comité de Comercio, Walter Runciman.
Este acuerdo obligó a la Argentina a una serie de concesiones, cuyo análisis constituye parte del contenido de esta obra, y que, según algunos que se han ocupado del asunto, motivó la renuncia del ministro de Hacienda, Alberto Hueyo, reemplazado por Federico Pinedo, quien llevó adelante el plan.
La incidencia en profundidad de la influencia británica en el Plata mereció posteriormente nuevo examen por parte de Julio Irazusta, quien lo hizo no sólo a lo largo de su obra de publicista, sino también en tres de sus libros: “Balance de siglo y medio”, “Influencia económica británica en el Río de la Plata” y “Perón y la crisis argentina”.
Ellos sirvieron para ratificar una prédica permanente de dos vidas unidas en un ideal común, que compartieron con ejemplar comunidad e inquebrantable carácter su fe en las posibilidades de la Argentina. Esas ideas han ido incorporándose al sentir nacional. Pero hace cincuenta años, en 1934, cuando la prensa promocionaba la labor de nuestros negociadores y presentaba a lo largo de su trayecto de regreso una euforia y un triunfalismo que la realidad desmintió después, el libro significó una verdadera explosión.
Basta hojear los diarios de la época, las loas vertidas a nuestros representantes, la recepción que quiso compararse con una apoteosis, a la que concurrieron ministros, legisladores, funcionarios; en la cual hubo quienes fletaron embarcaciones para recibir al paquebote antes de su llegada a puerto; los anuncios de su arribo con titulares iguales o mayores que los dedicados a la declaración de guerra del Paraguay a Bolivia, desatada en ese mismo mes de mayo, para comprender mejor la inmediata reacción de los interesados ante la aparición del libro, y su apresuramiento para imponer a sus autores la ley del silencio.
Pero la obra tenía —y tiene— patriotismo, nervio, buena prosa, ideas, e ignorarla no fue fácil. Manuel Gálvez recuerda algunas circunstancias en sus memorias: “Cuando los Premios Municipales de 1935, Julio y Rodolfo Irazusta iban a llevarse el primer premio por su libro “La Argentina y el imperialismo británico”. Vedia y Mitre, intendente municipal, trató de impedirlo. Llamó a su despacho, separadamente, a dos de los jurados: Juan Unamuno y Pedro Juan Vignale. Los convidó con cigarros habanos, estuvo cordialísimo con ellos. Les dijo, entre otras cosas, que premiar ese libro sería como si en Francia hubiesen premiado “El capital” de Carlos Marx . .. A Vignale ya le había dicho que si votaba por el libro de los Irazusta, perdería sus cátedras”.
El empeño por impedir su difusión fue vano, y hoy es ya un clásico de nuestra literatura política. Algunos se apresuraron a vestirse con ropaje de revisionistas ante lo ilevantable del alegato acusador, y lo hicieron no sólo por oportunismo sino también como tratativa para llevar a vía muerta la denuncia sobre la dimensión del imperialismo inglés en nuestro medio. De ahí que, aun hoy, cuando citan bibliografía, suelen olvidar la mención de este libro cuyo solo título es un cargo ilevantable contra quienes permitieron este estado de cosas.
Semillero de ideas, venero de enseñanzas, resulta plenamente justificada esta nueva edición para ilustración de las nuevas generaciones y como una nueva contribución destinada a evitarles el extravío sufrido por sus mayores.
Este libro tuvo, entre varias otras, dos virtudes: arrebató de las manos de la izquierda, carente de sentido nacional por esencia, la bandera del antiimperialismo; y, además, apuntó certeramente al imperialismo británico como dominante en nuestro país, dejando para Centroamérica y el Caribe la denuncia de los marxistas contra los yanquis. Al dar en el blanco, puso la política en el plano estrictamente nacional que le es propio.
Hoy que el país ve segadas las vidas de muchos de sus hijos que luchan en defensa de la integridad de su territorio, y que ha recibido de casi todos sus hermanos americanos una muestra de abrumadora solidaridad, quizás vuelva hacia quienes le tienden sus brazos, y deje de regalar sus recursos y riquezas a esos otros cuyo voraz apetito no se satisface nunca, y que luego de más de un siglo, procuran, por la fuerza, mantener cegados los caminos que conduzcan al renacimiento de la nueva y gloriosa nación que anhelaron nuestros mayores.

Buenos Aires, mayo de 1982.
LOS EDITORES



PREFACIO

Este libro estaba terminado a fines de 1933, antes que los decretos del Poder Ejecutivo nacional sobre el precio mínimo para los cereales y el régimen de los cambios modificaran asaz la materia que tratamos. El tedio por la obra acabada, el interés por una nueva en gestación, nos harían imposible emprender la tarea de eliminar de este libro toda traza de anacronismo en las partes que más directamente se relacionan con la actualidad. Lo creemos innecesario. Nuestro juicio definitivo sobre el fondo del asunto no ha sido modificado por la realidad posterior a su formación.
La desvalorización del peso, corrección de las ventajas otorgadas a Inglaterra en los aforos, es pequeña en relación con la cotización de la libra. Y el respaldo de nuestra moneda en la inglesa da a las relaciones comerciales anglo-argentinas una estabilidad que es la mejor garantía de dichas ventajas. Ellas son tan enormes que los mismos diarios financieros de Londres las creen injustas.
De todos modos, la política financiera inaugurada por el sucesor del doctor Hueyo, cualquiera sea su insuficiencia, revela una sensibilidad por los intereses vitales del país de que el secretario nombrado había carecido en absoluto, y nos obliga a señalar en el haber del ejecutivo nacional un comienzo de feliz rectificación de los errores criticados en el curso de este libro. Esa rectificación se ha manifestado en una rama gubernativa mucho más importante que la de hacienda; en la concepción de la política exterior. Como para resarcirnos de las necedades proferidas a cada paso por el canciller o los embajadores extraordinarios, el ministro del interior aprovechó la ocasión de inaugurar un monumento a don Bernardo de Irigoyen para levantar el tono del gobierno a que pertenece al tocar la historia diplomática de la Nación. En un pasaje referente a la iniciación de don Bernardo en la vida diplomática, dijo:
“Esa, iniciación... se producía en circunstancias en que la política de las naciones de Europa se mostraba impulsada por propósitos imperialistas; en que Roberto Peel en la Cámara de los Comunes, en Inglaterra, y Thiers en el Parlamento francés habían proclamado el principio de la fuerza y de las intervenciones armadas como norma de gobierno en las relaciones de esos Estados con la Argentina y naciones de América. Eran los días de olvido y negación de las normas jurídicas, en que el Comodoro Purvis, al comando de una escuadra inglesa en la bahía de Montevideo había producido el atropello de detener y apresar, sin notificación previa de hostilidades, naves argentinas al comando de Brown, agravando ese atentado con una audaz rectificación del solemne reconocimiento de la independencia, pronunciado veinte años antes por Jorge Canning, dando como excusa que existían precedentes del gobierno británico de no admitir a los nuevos puertos de Sud América —expresión con que nos denominaba— como potencias autorizadas para el ejercicio de tan alto e importante derecho como el del bloqueo. Se agregaron a éstos, otros días igualmente amenazantes, aquellos en que Gran Bretaña y Francia concentraban escuadras en el Río de la Plata, el que querían usar como mar libre, pretendiendo, además, imponer normas para la navegación de los ríos interiores argentinos, tentativas sustentadas en afanosos empeños por seis misiones diplomáticas consecutivas, las que tuvieron al fin que someterse ante la indomable resistencia del gobierno de Rosas, en nombre de la plenitud del dominio y jurisdicción nacional en los ríos, dentro de los mismos principios que la Europa había consagrado en el Congreso de Viena, período histórico cuyo epílogo fue el más amplio y solemne reconocimiento de nuestra soberanía en los mismos parlamentos de los países que nos presionaban con sus escuadras, la consagración de la tesis argentina en honrosos tratados, y el homenaje a nuestro pabellón con una salva de veintiún cañonazos.”
El lector verá más adelante que el pasaje citado llena el vacío más sensible en el diálogo londinense (que nosotros llamamos inverosímil) sobre las relaciones anglo-argentinas. Pero ese aspecto de rectificación de las recientes declaraciones de nuestra cancillería y sus representantes en el extranjero, no es el único importante en las palabras del doctor Melo. Ellas son, además, extraordinarias por otro motivo. Con ellas es la primera vez que un miembro del P. E. nacional se sitúa conscientemente en el terreno nacional, y formula un juicio desapasionado sobre la política exterior del gobernante más discutido de nuestra historia. Ellas son tanto más significativas cuanto que parecen resultar de un criterio firme y permanente, pues emanan del mismo hombre que prohibió la circulación en nuestro país de las estampillas con que Inglaterra conmemoraba el centenario de su incautación de las Malvinas, por un decreto que fue la única respuesta digna a las reiteradas groserías inglesas de 1933 contra nosotros.

Marzo de 1934.