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Cabalgar el Tigre

 

Julius Evola

Cabalgar el Tigre - Julius Evola

280 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2022
, Argentina
tapa: blanda
 Precio para Argentina: 2040 pesos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En "Cabalgar el Tigre" Julius Evola se propuso "estudiar algunos de los aspectos de la época actual, precisamente aquellos que la han convertido esencialmente en una época de disolución y abordar al mismo tiempo el problema del comportamiento y de las formas de existencia que, en una situación así, interesa adoptar a un cierto tipo humano, al hombre que, aun estando comprometido con el mundo actual, incluso allí donde la vida moderna ha alcanzado el punto más álgido, problemático y paroxístico, no pertenece interiormente, sin embargo, a este mundo, no contempla la posibilidad de ceder a él, y se siente, por su esencia, de una raza diferente a la de la mayor parte de los hombres. En contraposición, el lugar natural de un hombre así, la tierra en la que no sería un extraño, es el mundo de la Tradición: una civilización o una sociedad regida por principios que trascienden lo que no es más que humano e individual, en la que todas sus formas le vienen de lo alto y se encuentra enteramente orientada hacia lo alto.
Cuando el mundo moderno ha adoptado una actitud totalmente antitética, hasta el punto de que, por así decir, el modelo del eunuco espiritual es incluso vanagloriado, hay, sin embargo, algunos hombres que permanecen de pie entre las ruinas, aun en medio de esta disolución y que, más o menos conscientemente, pertenecen a aquel otro mundo. Una pequeña tropa parece dispuesta a combatir aún en posiciones perdidas.
Ante la total disolución de las formas normales, hay quienes no se doblegan, se niegan a compromisos o a dejarse seducir por lo que podría asegurarles algún éxito; y otros que se aíslan completamente. Este libro está dedicado a quienes no pueden o no quieren cortar los puentes con la vida actual y que por esto mismo deben resolver el problema del comportamiento a adoptar en la existencia, aunque sea sólo en el plano de las reacciones y de las relaciones humanas más elementales. Es a este tipo de hombre a quien se aplica esta consigna de un gran precursor: “El desierto crece. Desgraciado a aquel que oculta dentro de sí desiertos”. No encuentra, en efecto, ningún apoyo en el exterior. Las organizaciones y las instituciones que en una civilización tradicional le habrían servido como punto de apoyo y permitido realizarse íntegramente, organizar de una manera clara y unívoca su propia existencia, defender y aplicar en el medio que le es propio, los valores esenciales que reconocía interiormente, estas organizaciones y estas instituciones ya no existen hoy. No conviene pues continuar proponiéndole líneas de acción que, adecuadas y normativas en toda civilización normal, tradicional, no lo son en una civilización anormal, en un medio social, psíquico, intelectual y material completamente diferente, en un clima de disolución general, en un sistema de desórdenes mal contenidos y faltando, en todo caso, una legitimidad superior. De aquí resulta una serie de problemas específicos que Evola expone con maestría en "Cabalgar el tigre".
Esta antigua fórmula tradicional ejemplifica una actitud superadora, la de aquel que antes que enredarse con las fuerzas bestiales desatadas decide ponerse más allá o incluso subirse encima de ellas sin verse tocado y sin dejarse impresionar por aquello que parece todopoderoso, o por el triunfo aparente de las fuerzas de la época. Pues éstas, privadas de lazo con cualquier principio superior, tienen, en realidad, un campo de acción limitado. Se decide entonces dejar libre curso a las fuerzas y a los procesos de la época, permaneciendo firmes y dispuestos a intervenir cuando el tigre, que no puede abalanzarse sobre quien lo cabalga, esté fatigado de correr, y recién entonces acabar con él cuando éste haya agotado su vano impulso.

 

ÍNDICE

Cabalgar el tigre7
1. El mundo moderno y los hombres de la tradición7
2. Fin de un ciclo. “Cabalgar el tigre”14
En un mundo donde Dios ha muerto21
3. El nihilismo europeo. Disolución de la moral21
4. De los precursores a la “juventud perdida”26
5. Coberturas del nihilismo europeo. El mito económico-social y la “contestación”33
6. El nihilismo activo. Nietzsche42
7. Ser uno mismo50
8. La dimensión de la trascendencia. “Vida” y “más que vida”57
9. Más allá del teísmo y del ateísmo66
10. Invulnerabilidad. Apolo y Dionisos73
11. La acción sin deseo. La ley causal83
El callejón sin salida del existencialismo95
12. Ser y existencia inauténtica95
13. Sartre. La cárcel sin muros100
14. La existencia, “proyecto lanzado en el mundo”104
15. Heidegger: huida hacia adelante y “ser-para-la-muerte”. Fracaso del existencialismo115
Disolución del individuo127
16. Doble aspecto del anonimato127
17. Destrucción y liberaciones en el nuevo realismo134
18. El “ideal animal”. El sentimiento de la naturaleza144
Disolución del conocimiento155
19. Los procesos de la ciencia moderna155
20. Cobertura de la naturaleza. La “fenomenología”164
En el dominio del arte. De la música «física» a los estupefacientes179
21. La enfermedad de la cultura europea179
22. Disolución del arte moderno183
23. Música moderna y jazz191
24. Paréntesis sobre las drogas201
La disolución del dominio social207
25. Estados y partidos. La apoliteia207
26. La sociedad. La crisis del sentimiento de patria214
27. Matrimonio y familia223
28. Las relaciones entre los sexos235
El problema espiritual253
29. La segunda religiosidad253
30. La muerte: derecho sobre la vida266

1. El mundo moderno y los hombres de la tradición

 

En esta obra nos proponemos estudiar algunos de los aspectos de la época actual, precisamente aquellos que la han convertido esencialmente en una época de disolución y abordar al mismo tiempo el problema del comportamiento y de las formas de existencia que, en una situación así, interesa adoptar a un cierto tipo humano.
Esta última restricción no deberá ser nunca perdida de vista. Lo que se va a leer no afecta al conjunto de nuestros contemporáneos, sino únicamente al hombre que, aun estando comprometido con el mundo actual, incluso allí donde la vida moderna ha alcanzado el punto más álgido, problemático y paroxístico, no pertenece interiormente, sin embargo, a este mundo, no contempla la posibilidad de ceder a él, y se siente, por su esencia, de una raza diferente a la de la mayor parte de los hombres.
El lugar natural de un hombre así, la tierra en la que no sería un extraño, es el mundo de la Tradición: esta expresión tiene aquí un carácter particular que ya hemos precisado en otras ocasiones próximo a las categorías utilizadas por René Guenon en su análisis crítico del mundo moderno. Según esta acepción particular, una civilización o una sociedad son “tradicionales” cuando están regidas por principios que trascienden lo que no es más que humano e individual, cuando todas sus formas le vienen de lo alto y cuando está enteramente orientada hacia lo alto. Más allá de la diversidad de sus formas históricas, el mundo de la Tradición se caracteriza por una identidad y una constancia esenciales. En otros libros, hemos intentado precisar cuáles eran estos valores y las categorías fundamentales e inmutables que constituyen la base de toda civilización, sociedad y organización de la existencia que se pueda calificar de normales, en el sentido superior de una significación rectora.
Todo lo que ha terminado por prevalecer en el mundo moderno, representa la exacta antítesis del tipo tradicional de civilización. Y la experiencia muestra, de una forma cada vez más evidente, cómo partiendo de los valores de la Tradición (admitiendo que haya alguien que hoy sepa todavía reconocerlos y asumirlos), es muy probable que se pueda, mediante acciones o reacciones eficaces, modificar de una forma apreciable el actual estado de cosas. No parece que tras los últimos trastornos mundiales, ni las naciones, ni tampoco la gran mayoría de individuos, las instituciones y las condiciones generales de la sociedad, así como las ideas, los intereses y las fuerzas que predominan en esta época, puedan servir de palancas para una acción de este género.
Hay, sin embargo, algunos hombres que permanecen, por así decirlo, de pie entre las ruinas, en medio de esta disolución y que, más o menos conscientemente, pertenecen a este otro mundo. Una pequeña tropa parece dispuesta a combatir aún en posiciones perdidas. Cuando no se doblegan, cuando se niegan a compromisos o a dejarse seducir por aquello que podría asegurarles algún éxito, entonces su testimonio es válido; otros, por el contrario, se aíslan completamente, lo que exige sin embargo disposiciones interiores y también condiciones materiales privilegiadas que se hacen cada día más raras. En todo caso es la segunda de las posibilidades. Es preciso mencionar por fin, a los muy escasos espíritus que, en el campo intelectual, pueden aún afirmar “valores tradicionales”, independientemente de todo fin inmediato, con objeto de desarrollar una acción “de presencia”, acción ciertamente útil para impedir que la coyuntura actual no entrañe un oscurecimiento completo del horizonte, no solo sobre el plano material, sino también sobre el plano de las ideas, y no permita ya distinguir ninguna otra escala de valores que la que les es propia. Gracias a estos hombres, las distancias pueden ser mantenidas: otras dimensiones posibles, otros significados de la vida pueden ser indicados a quien es capaz de desviarse, de no fijar solamente su mirada en las cosas presentes o próximas.
Pero esto no resuelve el problema de orden personal y práctico que se plantea, no a quienes tienen la posibilidad de aislarse materialmente, sino a aquellos otros que no pueden o no quieren cortar los puentes con la vida actual y que por esto mismo deben resolver el problema del comportamiento a adoptar en la existencia, aunque sea sólo en el plano de las reacciones y de las relaciones humanas más elementales.
Precisamente, pensando en este tipo de hombres, se ha escrito la presente obra, es a él a quien se aplica esta consigna de un gran precursor: “El desierto crece. Desgracia a aquel que oculta dentro de sí desiertos”. No encuentra, en efecto, ningún apoyo en el exterior. Las organizaciones y las instituciones que en una civilización tradicional le habrían servido como punto de apoyo y permitido realizarse íntegramente, organizar de una manera clara y unívoca su propia existencia, defender y aplicar en el medio que le es propio, los valores esenciales que reconocía interiormente, estas organizaciones y estas instituciones ya no existen hoy. No conviene pues continuar proponiéndole líneas de acción que, adecuadas y normativas en toda civilización normal, tradicional, no lo son en una civilización anormal, en un medio social, psíquico, intelectual y material completamente diferente, en un clima de disolución general, en un sistema de desórdenes mal contenidos y faltando, en todo caso, una legitimidad superior. De aquí resulta una serie de problemas específicos que nos proponemos estudiar a continuación.
Un punto que interesa aclarar ante todo es el de la actitud a adoptar respecto a las “supervivencias”. Especialmente en Europa Occidental, subsisten hábitos, instituciones, costumbres del mundo de ayer, es decir, del mundo burgués, que dan muestra de cierta persistencia. Cuando se habla hoy de crisis, es, en el fondo, de la crisis del mundo burgués de lo que se trata: son las bases de la civilización y de la sociedad burguesa quienes sufren esta crisis y son objeto de esta disolución. No es lo que hemos llamado el mundo de la Tradición. Socialmente, política y culturalmente, el mundo que se desintegra es aquel que se ha formado a partir de la revolución del Tercer Estado y de la primera revolución industrial, incluso si en él se mezclaban, a menudo, algunos restos debilitados de un orden más antiguo.
¿Cuáles son las relaciones que hay y que puede haber entre este mundo y el tipo de hombre que nos interesa? Esta cuestión es esencial pues de la respuesta que se le dé depende evidentemente el sentido que se atribuirá a los problemas de crisis y disolución, cada vez más aparentes en nuestros días y la actitud a adoptar, tanto a su respecto, como respecto a lo que no ha sido aún completamente minado o destruido por ellos.
La respuesta no puede ser más que negativa. Nuestro tipo de hombre no tiene nada que ver con el mundo burgués. Debe considerar todo lo que es burgués como algo reciente y antitradicional, nacido de procesos negativos y destructores. Se ve a menudo en los fenómenos actuales de crisis una especie de Némesis o de vuelta del péndulo: son precisamente las fuerzas que, en su tiempo, fueron puestas en marcha contra la antigua civilización tradicional europea (no vamos a entrar aquí en detalles) quienes se han vuelto contra quienes los habían evocado, minándolos a su vez y llevando más lejos, hacia una fase ulterior más avanzada, el proceso general de desintegración. Esto se ve muy claramente en el plano político-social, por ejemplo, en las relaciones evidentes que existen entre la revolución burguesa del Tercer Estado y los movimientos socialistas y marxistas que siguieron, entre la democracia y el liberalismo de un lado y el socialismo del otro. Los primeros han servido simplemente para abrir la vía a los segundos y éstos, en un segundo tiempo, tras haberles dejado cumplir su función, no piensan más que en eliminarlos.
Ocurriendo esto, hay una solución que es preciso rechazar resueltamente: la que consistiría en apoyarse sobre lo que sobrevive del mundo burgués, en defenderlo y en tomarlo como base para luchar contra las corrientes de disolución y subversión más violentas, tras, eventualmente, haber intentado animar o fortalecer estos restos con ayuda de algunos valores más altos y más tradicionales.
Ante todo, existiendo la situación general que se precisa cada día más, desde estos acontecimientos cruciales que fueron las dos guerras mundiales y sus repercusiones, adoptar esta actitud sería hacerse ilusiones sobre las posibilidades materiales que existen. Las transformaciones ya operadas son demasiado profundas como para ser reversibles. Las fuerzas que están en estado libre o en trance de serlo, no son susceptibles de ser reintegradas al marco de las estructuras del mundo de ayer. Es precisamente el hecho de que las tentativas de reacción no se hayan ligado más que a estas estructuras cuando están desprovistas de toda legitimidad superior, lo que ha dado vigor y mordiente a las fuerzas de la subversión. Por otra parte, tal vía conduciría a un equívoco tan inadmisible sobre el plano ideal, como peligroso sobre el plano táctico. Como hemos dicho, los valores tradicionales —los que nosotros llamamos “valores tradicionales”— no son los valores burgueses, son su antítesis. Reconocer un valor a estas supervivencias, asociarlas, de una forma u otra a los valores tradicionales, fiarse de ellas para el fin que acabamos de indicar, volvería pues, ya sea a testimoniar una pobre comprensión de estos mismos valores, ya sea a disminuirlos y a descender a una forma de compromiso, a la vez rechazable y peligroso. Peligroso, pues el hecho de ligar, de una u otra forma las ideas tradicionales a las formas residuales de la civilización burguesa, expondría a estas a sufrir el ataque, en más de un aspecto inevitable, legítimo y necesario, actualmente emprendido contra esta civilización.
Es, pues, hacia la solución opuesta a donde hace falta orientarse incluso si esto vuelve las cosas difíciles y comporta otro tipo de riesgo. Es positivo cortar todo lazo con lo que está destinado a desaparecer en más o menos breve plazo. El problema será entonces el mantener una dirección general sin apoyarse en ninguna forma dada o transmitida, comprendidas las del pasado, que son auténticamente tradicionales pero que pertenecen ya a la historia. La continuidad no podrá ya ser mantenida más que, por así decirlo, sobre el plano existencial, o más precisamente, bajo la forma de una orientación íntima del ser que debería ir pareja con la mayor libertad individual de cara al exterior. Tal como se expondrá de manera detallada a continuación, el apoyo que podrá ir aportando la tradición no podrá proceder de esquemas regulares y reconocidos de una civilización nacida antiguamente, sino, ante todo, de los principios doctrinales que contenía, como en un estado preformal, a la vez superior y anterior a las formas particulares que se desarrollaron en el curso de la historia, doctrina que, en el pasado no pertenecía a las masas, sino que tenía el carácter de una “doctrina interna”.
Por lo demás, existiendo la imposibilidad de actuar de manera positiva en el sentido de un regreso al sistema normal y tradicional, existiendo la imposibilidad de ordenar orgánicamente y con coherencia su propia existencia en el clima de la sociedad, de la cultura y de las costumbres modernas, queda por ver en qué medida se puede aceptar plenamente un estado de disolución, sin ser influido interiormente por él. Convendrá examinar igualmente, lo que en la fase actual —en último análisis, fase de transición— puede ser escogido, separado del resto y asumido en tanto que forma libre de un comportamiento que exteriormente no sea anacrónico y que permita incluso medirse con lo que hay de más avanzado en el pensamiento y las costumbres contemporáneas, aun permaneciendo interiormente determinado y regido por un espíritu completamente diferente.
La fórmula; “Ir, no ahí donde se defiende, sino donde se ataca”, propuesta por algunos, podrá, pues, ser adoptada por el grupo de hombres diferenciados, epígonos de la Tradición, de los que vamos a tratar aquí. Esto significa que podría ser bueno contribuir a hacer caer lo que vacila y pertenece al pasado, al mundo de ayer, en vez de tratar de apuntalarlo y prolongar su existencia. Es una táctica posible cuya naturaleza es impedir que la crisis final sea obra de las fuerzas contrarias cuya iniciativa se debería entonces sufrir. El riesgo de tal actitud es evidente: no se sabe quien tendrá la última palabra. No hay nada en la época actual, asimismo, que no sea peligroso. Para quien permanece en pie es quizás la última ventaja que tal actitud representa. De lo que precede, conviene retener las siguientes ideas fundamentales:
Es preciso subrayar el sentido de la crisis y el proceso de disolución que muchos deploran hoy y mostrar que el objeto real y director de este proceso de destrucción es la civilización y la sociedad burguesas, las cuales, medidas a escala de los valores tradicionales tomaban ya el sentido de una primera negación del mundo que les había precedido y les era superior. A continuación, que la crisis del mundo moderno podrá eventualmente representar, según la expresión hegeliana, una “negación de la negación”, y en consecuencia un fenómeno positivo a su vez. La alternativa es la siguiente: o bien la negación de la negación conducirá a la nada —la nada que brota de formas múltiples del caos, de la dispersión y del caos que caracteriza las numerosas tendencias de las últimas generaciones, o esta otra negación que apenas se esconde tras el sistema organizado de la civilización material— o bien esta negación creará para los hombres que nos interesan aquí, un nuevo espacio libre, que podrá eventualmente representar la condición previa de una acción formadora ulterior.