Libreria Argentina Libreria Argentina Libreria Argentina

 

Escuela de Mística Fascista

Escritos sobre mística, ascetismo y libertad 1940-1941

Julius Evola

Escuela de Mística Fascista - 
Escritos sobre mística, ascetismo y libertad 1940-1941 - 
Julius Evola


156 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2022
, Argentina
tapa: blanda
 Precio para Argentina: 1420 pesos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Si bien no se puede decir que Julius Evola fuera propiamente fascista, y él mismo se haya separado en cierto sentido de los movimientos políticos de su época, no se puede negar que fue un hombre de ideas inclaudicables e innegociables con conveniencias circunstanciales. Además, algo raro de encontrar, fue una persona coherente con ellas y por lo tanto se convirtió en un hombre de acción dispuesto a luchar por su realización. Y es siguiendo la ética guerrera kshatriya, de hacer lo que debe hacerse, sin importar las consecuencias, que se decide a desempeñar un papel como formador de nuevas generaciones y busca actuar en los dos movimientos modernos que más sentido de la espiritualidad tenían, como el fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán.
Su intención es “rectificar” sus concepciones ideológicas depurándolas de meras preocupaciones mundanas para poder orientarlas hacia la trascendencia, formando así en las élites un nuevo tipo de hombre. Es así que, aunque suene descabellado para los oídos políticos modernos, en tiempos de simple pragmatismo Evola se dedica a introducir en política los conceptos de mística y ascetismo.
La oportunidad de participación se presenta en la “Escuela de Mística Fascista” que ciertos sectores del fascismo italaino fundan con la intención de educar a la juventud para que pueda constituir una futura élite dirigente, según los principios de un fascismo entendido como una nueva civilización, portadora de un papel imperial para Italia, una ética anticapitalista y antisocialista y un nuevo modelo humano. El objetivo era “elaborar y difundir los principios políticos, éticos y filosóficos de una nueva concepción fascista de la vida”.
Es un papel similar, igualmente formativo para los místicos, el que desempeñará Julius Evola: su presencia en el comité de dirección de Dottrina Fascista, la revista de la Escuela fundada en 1937, y una producción literaria imparable, de innegable reflexión, lo pondrán naturalmente entre los referentes de la nueva fe. Muchos temas evolianos, como se verá, serán retomados por la Escuela de Mística Fascista, que resultará ser una cuidadosa oyente.
La polémica contra la Modernidad es asumida por los místicos en los mismos términos evolianos porque se inspiran en un dualismo metafísico, en una interpretación bipolar de la existencia: por un lado, el Espíritu, que identifican con el Fascismo, es decir, una fuerza nueva, joven, fuertemente combativa, que trae consigo nuevos valores; por otro, la Materia, la síntesis de todo el mundo nacida de la Revolución Francesa, como un concentrado del pacifismo, el igualitarismo y el dominio de la economía. Los “valores del Espíritu” se afirman frente a los valores democráticos liberales y marxistas, dado que estos dos últimos comparten una raíz ideológica común: ambos toman la economía como clave de interpretación de la realidad, la convierten en la base del sistema político y en la felicidad señalan el fin a alcanzar.
Ese combate, que luego se trasladaría a la guerra, es el que Evola intenta purificar quitándole una finalidad política circunstancial para convertirla en una lucha que no busca gloria, ni enriquecimiento o conquista, sino que es “en su esencia, sobrepolítica y sobrehumana”. Evola busca convertir la pequeña guerra en una “gran guerra santa” en tanto que es la lucha del hombre contra los enemigos que trae consigo”.Una de esas raras ocasiones que permiten elegir un camino privilegiado hacia la elevación espiritual, donde el hombre se desprende de los nudos que le atan a una visión meramente terrenal de la existencia.
Diferenciándose por mucho de la vanagloria del moderno en sus conquistas materiales, un místico busca sólo la conquista sobre sí mismo, la fuerza de la personalidad, el carácter y el dominio interior. Pues las conquistas materiales del hombre occidental, lejos de tener por contrapartida conquistas interiores, casi diríamos que se pagan al precio de una inconsistencia interna igualmente mayor, de una pasividad y de una debilidad ante la vida sentimental, el instinto, la pasión, la sensación. Los prototipos de conquistador del moderno pueden bien ser, y mayormente lo son, tan esclavo de las pasiones y las sensaciones como cualquiera. Todos estos logros, en sí mismos, carecen de importancia con respecto al punto fundamental, que es el de la relación del yo con el contenido de la propia vida interior.
Conquistador del mundo exterior, el hombre moderno en su interioridad es pasivo, sin forma, inconsistente. De esta forma, no puede jamás existir una verdadera “Libertad” con la que tanto se llenan la boca sin llegar siquiera a vislumbrarla.
Para Evola, las tareas de formación de un hombre nuevo y, sobre todo, de una nueva élite antiintelectual, activa y viril en un sentido superior y romano, no pueden separarse de ninguna manera de esto. Y si se ha podido hablar de una mística fascista, es evidente que también se puede hablar de una ascesis fascista, porque una mística que no presuponga una ascesis en el sentido más amplio o bien es inconcebible, o bien es ya sospechosa, y es la entrega a impulsos y sentimientos que no son racionales sólo porque son subracionales.
Como Evola mismo prueba, este ascetismo nada tiene que ver con un escapar del mundo, como modernamente se entiende, sino, al contrario, es una acción pura sobre lo que el mundo presenta de forma que lo sagrado todo lo impregne y el contacto con las fuerzas superiores pase a ser el modo normal de vida. Pues cuando lo que se tiene en mente es la formación de una élite, lo que cuenta no es lo que pueda ocurrir excepcional y esporádicamente, sino que lo que cuenta es la virtud sistemáticamente realizada y transformada en una posesión firme, habitual.
Evola, en suma, se propuso difundir entre las filas fascistas una concepción de la vida con la “autodominación” como ideal supremo y, por tanto, la libertad en un sentido más elevado.

 

ÍNDICE

Nota7
Introducción11
El esoterismo de evola y el romanticismo de los fascistas místicos 11
Julius Evola, Niccolo Giani y la escuela de mística fascista 19
1.Niccolò Giani y la escuela de mística fascista19
2.”Porque somos místicos”25
3. Entre la religión y la política: Evola y la polémica con el racionalismo29
4. Iglesia e Imperio, Roma y el tradicionalismo evoliano. El Estado40
5. Racismo antijudío y antiburgués para la reconstrucción del hombre nuevo48
6. La sublimación de la guerra59
7. La muerte da valor a las ideas”.67
Sobre el concepto de mística fascista y su relación con la doctrina de la raza71
Sobre los orígenes remotos de la crisis italiana y europea73
La raza de “el hombre de Mussolini”87
Sobre el significado racial del misticismo fascista93
Después de la conferencia de Milán. Horizontes de la mística fascista107
Posibilidades del “centro de preparación política”113
Introducción a un ascetismo fascista123
El prejuicio antiascético124
La verdadera virilidad126
Despejar los malentendidos127
Problemas de “ascetica” fascista.129
Fascismo y libertad129
Problemas de la “mística fascista”139
Bibliografía149
1. Obras de Niccolò Giani149
2. Obras de los pertenecientes a la Escuela de Mística Fascista150
3. Literatura secundaria sobre la Escuela de Mística Fascista151

Nota

 

A medida que se avanza en el examen de la prensa del Ventennio (años 20 en Italia), incluso en las revistas menos conocidas o sectoriales, o consideradas marginales, uno se da cuenta de que la actividad editorial de Julius Evola fue incansable y vasta. A estas alturas se puede decir que cada vez que tenía una oportunidad, o encontraba una inspiración, escribía en los periódicos más dispares, grandes o pequeños, nacionales o locales, para exponer sus ideas sobre un tema concreto, ideas que —como deberíamos saber a estas alturas— a menudo no se ajustaban perfectamente a la ortodoxia fascista, es más, proponían una interpretación particular, “rectificándola” según los principios que el pensador defendía.
Su presencia, a menudo en periódicos y revistas insospechadas, se debía sin duda a que vivía de esta “profesión”: no sólo como autor de libros, sino también como autor de cientos y cientos de artículos. Hay que reconocer, sin embargo, que este activismo suyo no se plegó tanto a la ocasionalidad casual, sino que en sus escritos hay siempre algo “distinto”, no superficial, casi siempre conectable a su “visión del mundo”, o más bien a su muy personal “visión del Fascismo”.
De ahí que encontremos a Evola también vinculado a la Escuela de Mística Fascista, un tema extrañamente poco investigado como puede verse en la bibliografía incluida en el presente “cuaderno” de la Fundación. Una primera pista, además de lo que dice el propio filósofo en su autobiografía espiritual de posguerra Il cammino del cinabro (1963), se encontraba en el viejo libro de Daniele Marchesini y algo más en el reciente, e importante, libro de Luca La Rovere sobre la historia del GUF (Juventud Universitaria Fascista). Ahora Tomas Carini, desarrollando y profundizando un aspecto particular de su tesis de licenciatura en la Universidad de Turín, nos ofrece un amplio examen de las relaciones entre Evola y la Escuela de Mística Fascista, destacando las similitudes y diferencias entre las dos formas de entender y aplicar el término “mística”. Y se descubren varias cosas muy interesantes: por ejemplo, que Evola fue para algunos “místicos” un punto de referencia; que el acercamiento a la Escuela de Mística Fascista fue para Evola, en los inicios de la política racial fascista (1940-1941), una forma de reafirmar la superioridad del “racismo espiritual”; que el “hombre nuevo” de Mussolini no nació con la promulgación del Manifiesto de 1938, sino que debió tener raíces internas bien anteriores. La oportuna introducción de Marco Rossi expresa con precisión y profundidad todos estos aspectos, especialmente en los años de hierro del inicio de la Segunda Guerra Mundial, los de la “movilización total” junguiana. Habría sido importante poder acceder y comprobar el epistolario de Niccolo Giani para ver si hay algún intercambio de cartas con este colaborador crítico y en parte inspirador.
El examen de los textos que siguen al minucioso (y en parte polémico) ensayo introductorio de Carini es sumamente útil: De hecho, reúne no sólo los dos escritos evolianos aparecidos en el órgano oficial de la Escuela de Mística Fascista, Dottrina Fascista (cuya antología sería deseable), sino también aquellos artículos y ensayos que el pensador dedicó al tema más amplio de la”mística” y a los problemas interpretativos que de ella se derivaban (es significativo el debate sobre el tema de la “libertad” dentro de una sociedad fascista: qué era, cómo debía entenderse, etc.). Así, caen algunos tópicos de la época.
La actividad de Julius Evola durante los veinte años del régimen fue inmensa, y sus intereses y posturas sobre los diversos temas fueron de lo más dispares: es imposible encerrarlo en esquemas simplistas, aunque evidentemente siempre hay una coherencia básica que subyace en todas sus intervenciones. Hoy en día, algunos todavía se escandalizan por ciertas posturas de aquella época (por ejemplo, la definición de”escuadrismo espiritual”...), pero hay aún más en estos escritos: su digresión sobre el concepto de “libertad” (un tema crucial incluso en el siglo XXI), como ya se ha mencionado, y su definición de “ascetismo fascista”. A alguien que entienda la política tal y como se entiende hoy, tal definición le parecerá una locura, y una locura es el intento de introducir una categoría de tipo espiritual en una actitud meramente práctica y concreta. Pero Evola no sólo estaba influido por la experiencia de la Guardia de Hierro (véanse a este respecto todos los textos sobre el tema recogidos en un anterior”cuaderno” nuestro editado por Claudio Mutti), sino que siempre había predicado y sostenido la función de las élites políticas como un ”más”, algo”superior” a la masa de los gobernados, por tanto también en el plano de la”ascesis”.
Un documento más, por tanto, este nuevo”cuaderno” de la Fundación, que da a conocer una batalla cultural aún poco conocida de Julius Evola.

Gianfranco de Turris.


Introducción
El esoterismo de evola y el romanticismo de los fascistas místicos

 

Ciertamente, no es fácil llevar a cabo una investigación seria y equilibrada sobre temas como la Escuela de Mística Fascista o la naturaleza del compromiso cultural y político de un intelectual sui generis como Julius Evola, pero precisamente para satisfacer adecuadamente esa necesidad de investigación histórica son necesarios trabajos como el presente de Tomas Carini: estudios que, por un lado, sean capaces de asegurar la recopilación, razonada y crítica, de los textos (ahora inalcanzables y, por tanto, inaccesibles al debate) y, por otro, sean capaces de proporcionar una primera interpretación central del fenómeno.
Los acontecimientos, que no son nuevos y en algunos aspectos ya han sido relatados por otros (y de los que Carini da adecuada cuenta crítica en su ensayo), se sitúan en el dramático período de los primeros años de la Segunda Guerra Mundial: probablemente el mayor conflicto militar e ideológico de la historia y, sin duda, el que tuvo mayor importancia para el destino de Occidente.
La tragedia y la dureza de ese contexto no pueden olvidarse nunca y, de hecho, pueden ayudarnos a entender la magnitud de la inversión total que se exigía a los pueblos y, por tanto, también a los intelectuales en aquellos años.
Más allá de las diferentes valoraciones que las distintas ideologías pusieron lógicamente en juego en su momento, el carácter de época (¿y acaso apocalíptico?) de tal enfrentamiento fue inmediatamente evidente: quien perdiera esa guerra sería probablemente borrado de la historia, no como ser físico, sino como presencia ideológicamente aceptable para la Weltanschauung de los vencedores, y por tanto, como tal, condenado inexorablemente a la damnatio memoriae sistemática, cuando no incluso a la encarnación simbólica del mal absoluto, de lo demoníaco en la historia.
Al fin y al cabo, a los cartagineses no les había ido diferente tras sus derrotas definitivas en los siglos III y II a.C., y más tarde tampoco le iría mucho mejor al mundo católico, derrotado en la batalla por el control ideológico de la modernidad entre los siglos XVI y XVIII (véase el reciente estudio de Franco Cardini y Sergio Valzania sobre Le radici perdute dell’Europa, Mondadori, 2006), por no hablar de la suerte de los distintos pueblos indígenas americanos, sobre los que sólo a partir de los años 70 se ha empezado a admitir la enormidad de las responsabilidades de los colonos europeos.
Los historiadores, por desgracia, no pueden hacerse ilusiones a este respecto: el control del pasado siempre ha sido una condición necesaria para la gestión del consenso político en el presente, como tan bien entendió George Orwell en su novela 1984.
Este tipo de relación, ciertamente no virtuosa, entre la verdad histórica y el problema del control de la información con fines políticos o religiosos no puede escandalizar a ningún intelectual serio, y sería una verdadera hipocresía indecente negar que, desde la época de Keops, los vencedores del momento han intentado, por todos los medios, presentarse como los únicos cualificados para escribir la historia legítima. Afortunadamente, con todas las contradicciones que la civilización occidental puede poner en juego (¡y sabemos muy bien cuántas y cuáles son!) sigue siendo innegable que en el Occidente moderno existe un amor congénito e inestimable por la libertad; se trata, ciertamente, de un modus vivendi muy peligroso que hemos heredado directamente de griegos y romanos y sobre el que el cristianismo ha operado de forma maravillosa: debemos confiar todos nuestros esfuerzos y todas nuestras esperanzas a esta particular base genética del alma occidental.
Y, paradójicamente, es precisamente el tema de la libertad el que nos proporciona el paradigma más eficaz para poner de relieve una de las vertientes más profundas de la cuestión que unió y luego dividió los destinos de Evola y de la Escuela de Mística Fascista.
De hecho, una vez comprobado el clima abrasador de la Segunda Guerra Mundial, debemos recordar la particularidad del compromiso cultural y político de Evola, que en esos años marcó probablemente la fase de mayor compromiso con la lucha ideológica y los acontecimientos políticos contingentes.
Pero para comprender y valorar adecuadamente la naturaleza de este encuentro momentáneo, hay que recordar que Evola procedía inequívocamente del mundo cultural y espiritual del esoterismo: toda su historia artística y filosófica, que precedió a su reinterpretación personal de la cultura esotérica del siglo XX y de la propia Tradición, sólo adquiere un sentido adecuado dentro de una búsqueda espiritual de este tipo.
Con mayor claridad, ascesis. Por ello, todos aquellos estudios sectoriales (a veces muy interesantes en algunos aspectos) que descuidan esta evidencia macroscópica e intentan leer a Evola como un simple intelectual político, o incluso “dentro del Fascismo”, no pueden sino proporcionar interpretaciones engañosas y a veces abiertamente falsas.
Evola intenta en todo momento trasladar la ética guerrera de los Kshatriyas al compromiso cultural y político dentro del Mundo Moderno: si bien es comprensible lo descabellado que puede parecer tal propósito a la mentalidad de los estudiosos serios y preparados de la cultura “secular” y materialista contemporánea, no es, sin embargo, legítimo negarse a leer tal actitud existencial simplemente porque forma parte de una cultura antropológica alejada de la Weltanschauung que ha llegado a dominar Occidente en la actualidad.
Puede parecer absurdo que Evola pensara seriamente que podía rectificar “espiritualmente” el fascismo y el nacionalsocialismo a través de la cultura esotérica e iniciática de la Tradición, pero no se puede negar su constante compromiso con tal perspectiva; un esfuerzo que, al menos desde 1926-27, demuestra claramente la seriedad de tal propósito.
En una reconstrucción histórica concreta, no se trata de formular valoraciones”morales”, también porque muchos otros intelectuales del siglo XX se esforzaron seriamente por realizar las más diversas y cuestionables ideologías; aquí vale la pena, en primer lugar, registrar un fenómeno en toda su complejidad y, sobre todo, situarlo adecuadamente en el contexto ideológico en el que se hace verdaderamente comprensible.
Por lo tanto, es necesario subrayar hasta qué punto el encuentro entre Evola y la Escuela del Fascismo Místico tuvo lugar en la perspectiva más amplia de un intento operativo, realizado a todos los niveles, de rectificar el régimen fascista italiano en un sentido esotérico y tradicional.
En esta lógica, Evola siempre buscó ambientes y personas dispuestas a desarrollar libremente (es decir, fuera de los estrictos controles políticos del régimen) “algo” del corpus de valores espirituales de la Tradición esotérica e iniciática: la Escuela, como bien señala Carini, al final, sin embargo, decepcionó al Evola esoterista y es fácil comprender las diversas razones.
Y el más importante de todos hay que buscarlo probablemente en el tema de la libertad y el esoterismo: paradójicamente, el tradicionalista Evola no podía compartir ciertamente un misticismo que tendía a hacer del voluntarismo de combate casi la única realidad espiritual.
Por un lado, el deseo del régimen fascista de no oponerse a la autoridad de la Iglesia católica, con la que había estipulado el Concordato en 1929, que era casi como una especie de alianza, y por otro lado, la tendencia reductora y propagandística de la exaltación del hombre Mussolini, al que se le exigía una donación absoluta y una fe dogmática, cerraba las posibilidades a cualquier desarrollo serio y realista de cualquier mística que tuviera un verdadero contenido espiritual.
Es evidente que, para Evola, el rechazo del racionalismo materialista moderno no podía significar la anulación de la tradición filosófica griega y oriental, a través de la cual muchos contenidos esotéricos habían podido integrarse con las diversas tradiciones religiosas en el pasado, como tampoco se podía exigir legítimamente la abnegación absoluta y “mística” de la voluntad individual en el altar de los contenidos de combate, todos ellos más o menos orientados únicamente en la estrecha esfera de la exaltación nacionalista y patriótica.
Evola no pretendía renunciar en modo alguno a la libertad radical que impone un camino de realización esotérica e iniciática, y esto no podía ocurrir ciertamente dentro de los estrechos recintos ideológicos del Fascismo, o de los contenidos religiosos de la Iglesia católica: tal dificultad permanece perennemente en la raíz de todo el compromiso de Evola con la rectificación tradicional del régimen y explica muchas contradicciones aparentes en su obra de aquellos años.
A este nivel se podría incluso afirmar que Evola en el fondo intenta una operación imposible, precisamente la rectificación en sentido esotérico y tradicional del Fascismo, y por tanto deducir el carácter sustancialmente “irracional” y “romántico” de tal compromiso; pero incluso tal valoración no se correspondería con la realidad de las cosas.
Stefano Zecchi, en nuestra opinión, enmarcó el problema de la manera más correcta hace unos años, escribiendo sobre Cabalgar el Tigre, pero formulando un juicio global que es válido como clave interpretativa de todo el compromiso cultural de Evola.
Zecchi habla, en efecto, de una “filosofía de la responsabilidad” en la que surge”... la asunción de una responsabilidad teórica que, tras haber diagnosticado el fenómeno de la crisis, restablece el contacto con una dimensión del ser liberada del subjetivismo finalista y teísta”; precisamente en el ámbito más amplio de una Tradición esotérica redescubierta y revalorizada.
Y es precisamente en esta conquista ardua y libre en la que se funda la lógica del compromiso “responsable” de Evola; Zecchi aclara lo siguiente: “Las convicciones de Evola pueden parecer una quimera ingenua, y sin embargo siempre ha pertenecido a quienes creen en la necesidad de que la política tenga su fundamento en la cultura, y de que la confrontación política se produzca sobre la base del reconocimiento de frentes ideales, no sobre el tacticismo y el pragmatismo de las posiciones. Una cultura, sostenía Evola, no al servicio del Estado y de la política, sino una cultura en la que una sola idea, símbolo elemental y central de una determinada civilización, manifiesta su fuerza y ejerce una acción paralela, a menudo invisible, tanto en el plano político como en el plano del pensamiento y de las artes”.
En ese nivel, la “responsabilidad” del intelectual tradicional, o si se quiere, de un devoto serio del esoterismo, se mide únicamente en la capacidad de luchar por los auténticos valores espirituales, mucho más allá de las posibilidades de realización concreta que la contingencia histórica permite, de vez en cuando, de forma realista.
Después de todo, el dharma de un verdadero kshatriya es precisamente la lucha y el compromiso desinteresado por una causa justa, absolutamente más allá de cualquier cálculo probabilístico de las posibilidades de éxito o derrota en tal enfrentamiento.
Sólo en el terreno de esa actitud heroica del alma, de entrega total y mística, podían encontrarse Evola y los místicos fascistas en un tiempo real de guerra: pero lo que para los místicos fascistas estaba ligado a la fe en un hombre y en un régimen, para Evola era en cambio el compromiso de una vida gastada en la valorización personalmente desinteresada de los valores esotéricos e iniciáticos de la Tradición.
Si los místicos fascistas pueden probablemente ser definidos correctamente como románticos, no es el caso de Evola, que en cambio se apoya en una conciencia esotérica, fruto de una particular experiencia interior de lo sagrado que, entre otras cosas, se había realizado entre los escombros del arte dadaísta y de la filosofía idealista, es decir, de la ruina de los caminos humanos y culturales que se habían desarrollado también a partir de las contradicciones del alma romántica.
Lo que queda es la importancia de un encuentro histórico que, sin embargo, da testimonio de la violencia de aquellos años y de la generosidad y honestidad con la que muchos intelectuales, más tarde injustamente denigrados y olvidados, se enfrentaron a la apuesta de un choque de época, como fue la Segunda Guerra Mundial, en Italia.

MARCO ROSSI