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Este Pueblo Necesita...

 

Manuel Gálvez

 

Este Pueblo Necesita... - Manuel Gálvez

116 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2020
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 440 pesos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Muchas grandes personalidades históricas tienen en su haber lo que se ha llamado "libros malditos", y aunque no se ha puesto énfasis a este concepto en Argentina, sin embargo, también aquí grandes autores y pensadores como Carlos Ibarguren, Hugo Wast o Manuel Gálvez, siendo personalidades de las más destacadas de nuestras letras, han escrito libros que en su momento fueron éxitos editoriales y hoy son condenados al ostracismo por ser políticamente incorrectos o mantener posiciones "malditas" en la era moderna.
Manuel Gálvez ingresa en esta definición cuando en 1934 lanza "Este pueblo necesita..." como una colección de ensayos breves que habían sido previamente publicados casi todos ellos en las páginas de La Nación y en las de Crisol. Allí el escritor presenta un credo nacionalista, destacando la importancia de proteger el orden, respetar las jerarquías y amar las tradiciones. Dueño de una amplia cultura y erudición, siguiendo muy de cerca los procesos políticos que tenían en vilo al mundo entero, se torna en admirador de los movimientos fascistas y no tiene empacho en defender su sistema de valores, aunque adaptado a la idiosincrasia argentina, como se puede ver en “Posibilidades del fascismo en la Argentina” que se incluye como apéndice.
Aquello que Gálvez reclama en realidad no es más que patriotismo, vitalidad, un sentido heroico de la vida, reforma moral, ideales e idealismo, orden y disciplina, jerarquía, realizaciones y no política, practicar la justicia social y autoridad. No podía aceptar que se conciba la vida como placer, sino que él la valoraba sólo en tanto se la entienda como sacrificio, como abnegación, como austero deber.
Gálvez hacia un llamado a la Grandeza de Argentina, pero no una grandeza que se pueda medir por la cantidad de carnes y cereales que se venda, ni por cualquier otra posesión material, lo que reclamaba era grandeza espiritual, valores, Tradición. Amonestaba a sus compatriotas por no amar el esfuerzo por el esfuerzo, ni amar la lucha, ni la creación, sino que todo se haga con vistas al dinero. Pedía al gobierno que su horizonte sea el crear en los argentinos un sentido heroico de la vida. Un concepto de la vida que ha querido resumir con la palabra “heroico”, pues esta suscita ideas de juventud, de entusiasmo, de austeridad y de todas las virtudes del hombre fuerte. ¡Basta ya del ignominioso culto al dinero! Heroísmo quiere decir capacidad de renunciamiento a la vida cómoda; quiere decir el abandono de algunas de nuestras ventajas en bien del país y de todos. Y no sólo pasión sino realizaciones, o intento de realizaciones, aunque se fracase. Como cuando pedía imitar esos magníficos campamentos de jóvenes que se habían creado contemporáneamente en Alemania o en Italia, en los que se practicaba la más rigurosa vida austera.
Primordial resultaba el desterrar el materialismo de la enseñanza, pues cuando se cree que sólo existe la materia, que la vida concluye en este mundo; que no hay misterios en el universo y que la historia de los pueblos como el desarrollo del hombre no están regidos sino por leyes económicas, ¿qué ideales se pueden tener?
Destaca la aspiración por un socialismo, pero dentro de un marco de orden, respetando a la familia, a la religión, a las tradiciones históricas, sociales y culturales. Hay que hacer socialismo, pero sin pretender deificar al hombre, sino, al contrario, colocarlo en la jerarquía del universo. Hay que hacer socialismo, pero sin matar al individuo, sin impedirle toda iniciativa, sin convertirlo en una simple máquina irresponsable.
Gálvez pedía cambiar la farsa democrática por el régimen corporativo, a fin de que sólo contribuyan a dictar la legislación en cada materia aquellos que entienden, y a fin de terminar con las mentiras del sufragio universal y del parlamentarismo. Inspirado en el fascismo, Gálvez creía que el corporativismo, en cambio, resulta en una verdadera democracia ya que son los propios trabajadores los que participan del gobierno, no como meros dadores de votos sino como actores políticos y parte ejecutiva del Estado.
Para lograr la revolución que creía necesaria, exhortaba a los gobiernos a hacer esfuerzos gigantescos para remediar la pobreza espiritual de los argentinos y modificar su materialista concepto de la vida. Pero esos esfuerzos serán poco menos que inútiles dentro de la democracia partidocrática, porque esta transige con todo y no es escuela del carácter.

Con “Este pueblo necesita….” pretende dejar trazados los lineamientos necesarios para construir un sistema fundado en valores nacionales.

 

ÍNDICE

 

Advertencia7
I.- Este pueblo necesita ser joven11
Notas al capitulo I17
II.- Este pueblo necesita patriotismo19
Notas al capitulo II25
III.- Este pueblo necesita un sentido heroico de la vida29
Notas al capitulo III35
IV.- Este pueblo necesita una reforma moral37
Notas al capitulo IV43
V.- Este pueblo necesita ideales e idealismo49
Notas al capitulo V55
VI.- Este pueblo necesita orden y disciplina57
Notas al capitulo IV62
VII.- Este pueblo necesita jerarquía63
Notas al capitulo VII69
VIII.- Este pueblo necesita realizaciones y no política73
Notas al capitulo VIII79
IX.- Este pueblo necesita practicar la justicia social83
Notas al capitulo IX88
X.- Este pueblo necesita autoridad91
Notas al capitulo X96
Apéndice: Posibilidades del Fascismo en la Argentina99



ADVERTENCIA

 

 
Casi toda la primera parte de este pequeño libro— siete capítulos entre diez—fue publicada en un gran diario. Otro apareció en un número especial de un órgano nacionalista. Los otros dos son inéditos. Reproduzco aquellos siete capítulos tal cual los escribí, es decir: sin las modificaciones que fue necesario introducir en ellos.
Los diez capítulos formaban parte de un plan. Para que pudieran ser publicados en un diario que no participa enteramente de mi ideología política— ya que se trata de un diario de tradición conservadora y democrática — debí evitar una excesiva precisión. Por este motivo he hablado de males generales, especialmente de carácter moral, sin referirme a los remedios que considero necesarios para salvar al país. Pero como no era posible permanecer siempre en la sola prédica moralizadora, había decidido definir mi posición en los tres capítulos que faltaban. Comprendí, sin embargo, que su publicación en un diario que no fuese de mi tendencia no era posible, y los conservé inéditos, salvo uno de ellos, como he dicho.
Los siete artículos conmovieron la opinión como jamás lo hubiera soñado. Recibí centenares de cartas. Me visitaron numerosas personas. ¿Podría contar el número de los entusiastas que me felicitaban en la calle, algunos sin conocerme? En fin, hasta se me propuso fundar grupos de acción, reunir a los jóvenes, realizar grandes campañas en favor de nuestras ideas. Pero yo soy un escritor, no un hombre de acción.
De cualquier manera, aquel mundo de adhesiones me ha revelado dos cosas: la primera, que mis artículos, a pesar de su aparente indefinición, eran perfectamente comprendidos por numerosos lectores; y la segunda, que existe latente en los buenos argentinos un deseo verdadero de renovación, de tal modo que las palabras sinceras repercuten con ecos insospechados en la conciencia nacional.
Como algunas de mis ideas no fueron siempre bien comprendidas, especialmente por personas o por diarios que no simpatizan con ellas, he puesto notas al final de cada capítulo. En ellas aclaro o defino lo que pudo haber de oscuro o de impreciso en mis artículos. Prefiero esto en vez de corregirlos, para que no pierdan la emoción y la espontaneidad que les dieron éxito y eficacia.
En fin, sólo me resta por decir que no atribuyo a estas páginas valor literario ni ideológico. Pertenecen al género periodístico, y si las reúno en volumen es porque no ignoro que algunos de los que las leyeron desean conservarlas, y porque me interesa que lleguen a manos de aquellos que no pudieron conocerlas. No lo hago por vanidad de escritor, sino porque así entiendo servir a mi patria y a mi causa.
M. G.

Mayo de 1934.

Este pueblo necesita... I.- Ser joven

 

 
Hay en el país argentino, por sus colores de primavera, por su ímpetu y su fuerza y por el azul de su cielo, un aire de juventud. Las ciudades, nacidas ayer, son nuevas, y Buenos Aires asombra de vitalidad y de energía. Pero el hombre es aquí viejo. El argentino no ha tenido nunca juventud.
Porque donde hay juventud hay ardor heroico, impaciencia, fe, entusiasmo, aspiración a crear, y nosotros estamos envenenados de escepticismo y de molicie. Sólo ha sido joven este pueblo en los primeros años de la Independencia, cuando salimos por el Continente, en estupenda empresa heroica, a libertar desinteresadamente a nuestros hermanos. Hoy no tenemos fe, pues no merece este nombre la confianza en la riqueza de nuestras tierras ni el botarate optimismo en nuestro porvenir.
Es triste reconocerlo, pero es verdad: el argentino sólo piensa en los placeres materiales. Mientras en otros pueblos la juventud es austera, fuerte y laboriosa, aquí aspira a lo que ella considera la buena vida, aquí es sibarita o pretende serlo, aquí sólo vive para el amor fácil, para el tango sensual o para nuestra mediocre vida de sociedad. No veo en los jóvenes argentinos ninguna capacidad de sacrificio, ninguna aspiración a realizar una obra idealista. Se piensa en el empleo de poco trabajo y cuya remuneración nos permitirá divertirnos. Y mientras tanto, el mundo se hunde. No ha conocido la humanidad una situación mundial tan pavorosa como la presente. ¿A cuantos argentinos les preocupa de veras? ¿Cuántos jóvenes se ocuparían menos del cine o del cabaret para contribuir con su grano de arena a salvar a la patria del hundimiento económico, social y moral? Pero el argentino es escéptico. Sonríe. Inventa chistes. No tiene el más mínimo fervor idealista, y, como un viejo, se concentra en su vida de egoísmo, en sus placeres fáciles, insensible a la catástrofe que avanza.
Los pueblos crean las grandes cosas en los períodos de juventud. Nosotros no hemos creado nada porque nunca hemos sido jóvenes. Hemos imitado a Europa, hemos vivido de los reflejos de Europa. Yo lo veo en la literatura. En las grandes naciones han surgido en los últimos treinta años numerosas tendencias literarias. La primera fue el futurismo. Estas nuevas doctrinas fueron defendidas con entusiasmo ardiente. Fracasadas o no, es lo cierto que sus adherentes trabajaron con fe. Aquí llegaron las nuevas doctrinas cuando en Europa comenzaban a pasar. Sus adherentes argentinos no han trabajado, y casi todos creían que para ser nuevos y ser jóvenes era preciso el chiste y la burla. ¡Como si estos tiempos fuesen tiempos de reír! ¿Y habrá algo que pruebe tanto nuestra vejez como el florecimiento del humorismo en nuestras letras? El humorismo, cuyo valor literario no discuto, no es cosa propia de la juventud. El humorismo es casi siempre de origen pesimista o escéptico, y en todos los casos significa una actitud negativa ante la vida.
La juventud es afirmación. El hombre joven no sonríe: impreca, grita, pega. El espíritu joven no acepta el renunciamiento, ni la huida, ni la postergación. Y nosotros vivimos dejándolo todo para el día siguiente, esquivando los actos decisivos. La vida del argentino está sintetizada en dos expresiones viejas: el “¡mañana!”, que muchas veces equivale a “nunca”, y el “no te metás” de los mediocres y de los cobardes.
Todo está carcomido de vejez en este país, desde el modo de gobernar y las formas del trabajo, hasta las ilusiones de los hombres y las ideas literarias. Tenemos que hacernos jóvenes para despertar de nuestra larga siesta criolla. Tenemos que hacernos jóvenes para sacudir de nuestro espíritu la modorra colonial que todavía perdura. Tenemos que renovar nuestra vida heroicamente, rehacer al país de arriba abajo, rehacernos a nosotros mismos.
Nuestra patria nunca llegará a ser nada, nunca pasará de ser ‘‘el granero del mundo”, si el argentino no cambia de vida. Tenemos que abandonar el escepticismo y la comodidad, el placer y la inacción. No podemos seguir viendo la tragedia del mundo — grandiosa, terrible, dolorosa — como simples espectadores confiados y optimistas. No hay que dormitar: hay que vivir. No hay que continuar en la inutilidad: hay que regenerarse.
Los europeos encuentran triste o aburrido a nuestro país porque no ven en él la alegría de la juventud. Tenemos el nefasto descreimiento de los viejos, de los que ya nada esperan de la vida. En las altas clases, el hombre parece gastado, incapaz de una acción enérgica. Y porque gobiernan, más o menos, las altas clases, este país ha estado gobernado siempre por viejos, o por jóvenes que tienen ideas de viejos.
Hubo una vez, sin embargo, en que los argentinos experimentamos una conmoción violenta. Fue un latigazo que nos despertó. Esto ocurrió cuando la revolución del 6 de Setiembre de 1930. Vencedores y vencidos, el pueblo entero, perecían transformados. Todos pensábamos en dedicarnos al trabajo que ennoblece, en abandonar los placeres sensuales, en ser sinceros y viriles, honrados y fuertes. La política era extraña a estos excelentes anhelos. La revolución nos había abierto los ojos, parecía habernos gritado: “¡Despertad, argentinos!”. Pero esto no duró ni un mes. Al cabo de unos días, caímos en el escepticismo de siempre, en los placeres de siempre, en la inactividad de siempre. Los que esperábamos de los nuevos gobernantes cosas nuevas, fuimos, en gran parte, defraudados. Se gobernó casi como en otro tiempo, con viejas fórmulas y viejas ideas. La ráfaga de heroísmo pasó. Y volvió el argentino a la mediocridad espiritual y moral de sus peores tiempos.
¿Seguiremos viviendo sin ideales, sin moral, sin energías, insensibles a los grandes problemas del momento y a la tragedia del mundo? ¿Miraremos pasar el dolor y la barbarie, la ruina y la degradación, la caída de todos los valores morales e intelectuales, con nuestra sonrisa escéptica, o con el pequeño vaso del cocktail en la mano o adormecidos en la turbia sensualidad de nuestro tango?
¿Seremos jóvenes alguna vez? ¿Despertaremos? ¿Nos pondremos en pie? Es necesario ser jóvenes, por la patria, por nosotros mismos, hasta por nuestras conveniencias materiales. Miremos la eterna primavera de los campos argentinos, la belleza de nuestro cielo azul y adaptemos nuestro espíritu al de nuestra tierra. ¿Por qué ha de ser este pueblo más envejecido que muchos pueblos de Europa, siendo así que hemos nacido en una tierra virgen y en un mundo nuevo? ¿Acaso no ha llegado el momento de que hagamos un esfuerzo heroico y, en lo individual, arrojemos de nosotros al hombre antiguo y, en lo colectivo, arrojemos las viejas rutinas que nos impiden renovarnos?
Algunos escépticos sonreirán de estas palabras, en las que verán, irónicamente, una proclama o manifiesto personal. Pero no es así. Ni siquiera pretendo que estas sencillas ideas sean mías. Están en el aire, en los corazones de muchos patriotas. El escritor — insignificante episodio dentro de la perennidad de la Patria — no es sino una de las numerosas voces de que se vale la Providencia para hablar a los pueblos. Yo advierto la catástrofe y doy un grito; veo dónde están las posibilidades de la salvación y doy otro grito. Ahí termina mi misión. ¿Habrá cien mil argentinos que hagan circular estas ideas y quinientos mil argentinos que las pongan en práctica?