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Pearl Harbour, Traición de Roosevelt

 

Mauricio Carlavilla

Pearl Harbour, Traición de Roosevelt – Mauricio Carlavilla

224 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2021
, Argentina
tapa: blanda
 Precio para Argentina: 880 pesos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mauricio Carlavilla fue uno de los pocos historiadores que centraron siempre su mirada en las fuerzas invisibles que manejan los grandes acontecimientos históricos y por lo tanto determinan el camino de la Historia. A contramano de las “grandes” Agencias internacionales, que, por ser “grandes” y para seguir siendo “grandes”, guardan silencio unánime sobre las “causas primeras” de los acontecimientos que afloran a la superficie mundial y sobre sus consecuencias...., ni mencionan siquiera las fuerzas invisibles, abisales que determinarán el curso de los acontecimientos, como diría Stalin en su obra postrera. Y menos mal si siempre se callasen, porque, cuando dicen informar, perversamente desinforman...
En cuanto al famoso ataque de Pearl Harbour, fue el almirante americano Robert Theobald, al mando de una de las flotas atacadas, quien primero acusó a Roosevelt de traición: "Con el propósito de envolver a los Estados Unidos en la guerra, el presidente Roosevelt provocó deliberada y sigilosamente el ataque de los japoneses contra el Puerto de las Perlas, según coinciden en denunciar hoy los tres almirantes norteamericanos cuyas fuerzas fueron las primeras víctimas del holocausto".
Este solo hecho ya es lo suficientemente vil y reprobable como para llenar un libro, pero, además, Carlavilla destaca una de las principales repercusiones de aquél: "el día del Puerto de las Perlas los ejércitos nazis estaban a las puertas de Moscú y Leningrado...» Sin la intervención de los Estados Unidos, el bolchevismo se encontraba irremisiblemente domeñado.
La traición no termina allí: En Yalta, tres años después de meter a los Estados Unidos en la guerra con el aparente propósito de salvar a la China de las garras japonesas, el presidente Roosevelt entregaba la China a las garras comunistas.
El proceso de la política internacional norteamericana había consumado un viraje de 180 grados, siempre a espaldas del pueblo norteamericano.
La estrategia del presidente Roosevelt consistió en forzar al Japón a realizar un acto de guerra aplicándole cada vez mayor presión económico-política, y al mismo tiempo, poniéndole nuestra flota ante las narices en Haway, reunidita e incapaz de defenderse. Pero, además de provocar sistemática e incesantemente al Japón, al ver que sus maniobras tenían éxito y la escuadra japonesa iniciaba su marcha hacia Hawai, les ocultó los informes a los jefes militares de la escuadra norteamericana. «Si nosotros hubiéramos conocido todos los datos e informes que existían en Washington, el día antes del ataque japonés, hubiéramos podido evitarlo o, por lo menos, hubiéramos podido evitar gran parte de los daños que nos causó, cogiéndonos totalmente descuidados como patos en el agua», escribe el vicealmirante, muchos de cuyos barcos y hombres desaparecieron bajo las bombas japonesas..
Carlavilla, como es su costumbre, agrega a la contundente denuncia de los almirantes norteamericanos el desvelamiento de las verdaderas fuerzas que se mueven tras bastidores. Pues sería lamentable que un momento tan culminante como es la traición de Roosevelt en Pearl Harbour no sirviese para rasgar ese velo inconsútil del gran misterio de la Historia Universal, ese misterio por el cual un puñado de individuos de un mismo origen confesional, agrupados en torno de Marx, en 1847, llegados al Londres Victoriano, donde reinan Lionel Rothschild y Benjamín Disraeli, han logrado esclavizar en un siglo a media Humanidad.
Revelar hoy la traición de Roosevelt, tan sólo es hacer caer sobre su memoria el más tremendo veredicto de la Historia; que sólo la execración histórica es la sanción posible para un traidor vil si él está ya muerto.
Que el desvelamiento de esta traición sirva también para combatir a las cientos de traiciones que llevadas a cabo por las mismas fuerzas siguen arrojando al esclavismo a la humanidad.

 

ÍNDICE

Introducción7
Explicación previa10
«Acusa a Roosevelt de haber causado el ataque japones a Pearl Harbour10
Revelaciones de un libro que va a publicarse en Estados Unidos10
Tres Almirantes acusan concretamente11
Dos embajadores desacreditaron también la política de Roosevelt12
Antecedentes «diplomáticos»17
«Agresiones del Japón a China17
Roosevelt ayuda al Japón agresor25
«Alevoso» ataque de Hitler a Stalin28
Oportunidad imperial de Roosevelt, cual nadie vio jamás34
Roosevelt provoca38
El enigma del mapa presidencial47
Se despeja la situación en Inglaterra47
Porque ahora la conferencia48
El misterioso mapa de Roosevelt49
Hopkins, a Moscú52
Raid Moscú-Vaticano56
La carta del Atlántico61
Roosevelt y su frustrado «Maine»66
Japón esperanza de guerra73
La extraña y oportuna destitución de un Almirante78
Magia83
Destinatarios de la «Magia»85
El plazo fatal90
Tokio se interesa por la Escuadra de Pearl Harbour101
Acción pre-bélica: destrucción de códigos110
Se reúnen Roosevelt y sus cómplices120
«Aviso» a Kimmel125
La semana trágica132
Víspera de guerra136
Sábado de aquelarre143
Ataque y desastre152
¿Por qué traicionó Roosevelt?161
1914-1918. Guerra europea173
Los «dioses» judíos de la finanza internacional financian la revolución comunista rusa174
Quienes hicieron la revolución y quienes ocuparon el poder179
Informe Sisson179
Testimonio de un testigo de vista180
La función comunista de la guerra 1917-18, obra de los «dioses» de la finanza181
Trotsky es el judío mas grande desde que cristo vino al mundo.184
Trotsky toca ya el poder total soviético184
La providencia impide a Trotsky la toma del poder186
Los «dioses» elevan al poder a Roosevelt188
La bancarrota de Wall Street189
Los «dioses» dan el poder a Hitler195
El septenado de Munich198
¿Por que aquel milagro de los «dioses»?199
¿Por que ataco Hitler a sus arma­dores y no a Stalin?...200
Roosevelt actúa201
El tenebroso plan Roosevelt- Stalin207
¿Pero era posible aquel gran milagro de los dioses?...209
Final216


Introducción

 

Hace menos de un mes he publicado la biografía de Malenkov—480 páginas—; hoy, Pearl Harbour—unas 300 páginas—, y antes de dos meses aparecerá “Beria”, que tendrá más.
Con cierto fundamento, quien no los lea puede suponer que son libros hechos a la ligera, obedeciendo a la oportunidad circunstancial, pues no es posible llegar a escribir mucho más de mil páginas en el año que media entre hoy y la exaltación de Malenkov, motivo inicial de estos tres libros.
No tema nuestro lector que sean un “montaje” de recortes de prensa, como es costumbre en tantos libros “circunstanciales”. De ninguna manera. Salvo la mención de algunos episodios ruidosos, la prensa no ha mencionado ninguno de los tratados en estos tres libros. Las “nodrizas” de los periódicos son las “grandes” Agencias internacionales, que, por ser “grandes” y para seguir siendo “grandes”, guardan silencio unánime sobre las “causas primeras” de los acontecimientos que afloran a la superficie mundial y sobre sus consecuencias...., ni mencionan siquiera las fuerzas invisibles, abisales que determinarán el curso de los acontecimientos, como diría Stalin en su obra postrera. Y menos mal si siempre se callasen, porque, cuando dicen informar, perversamente desinforman...
En realidad, yo no he escrito estas tres obras en un año. En la presente sólo he tenido el trabajo de seleccionar y desglosar las biografías de Malenkov y Beria, y el presente Pearl Harbour, de mi “Historia de la U.R.S.S.”, en cuya elaboración llevo empleados más de diez años, sin contar varios más invertidos en documentarla. En este momento me ocupo principalmente en redactarla.
Quien haya seguido durante estos diez años mi producción lo ha de comprender. En prólogos, notas, ensayos y en los libros publicados por mí durante este período, ha de haber hallado alusiones, incitaciones y mención sintética de lo tratado en estas tres obras.
Por ejemplo, en cuanto a Pearl Harbour, allá en 1947, yo decía:
“¿Que hubo agresión nipona?... Técnicamente hubo agresión. Mas preguntamos: ¿Por qué precisamente entonces y no antes se puso el dogal económico estrangulador en el cuello del Japón?..., y, como no era bastante, ¿por qué se le sirvió en bandeja Pearl Harbour?...
‘‘Diríase que no era suficiente el mágico poder... para llevar a la magnífica juventud americana a morir para salvar al Comunismo, y fue necesario organizar la derrota, de Pearl Harbour...”.
Más recientemente, en abril del pasado año, entregué mi trabajo “En torno al XIX Congreso del Partido Comunista de la U.R.S.S.”, y en él, de la página 99 a la 127, doy una síntesis del presente libro..
He ahí cómo he podido yo escribir tres obras en un año. El “secreto” es que ya estaban elaboradas desde hacía mucho tiempo.
Y si son superficiales o atropelladas, nuestro lector juzgará.
Acaso se arguya que, científicamente, sería más atinado y más didáctico haber dejado estos tres libros dentro de la “Historia de la U.R.S.S.”, donde su despliegue y conexión tienen ámbito natural.
En efecto; este sistema de desglose monográfico no es didáctico... ni tampoco es “económicamente” beneficioso para el autor. Lo didáctico y beneficioso sería esperar a la publicación completa de la “Historia de la U.R.S.S.” y no adelantar estos “espécimen” que la desfloran.
¿Esperar? me he preguntado yo, y mi respuesta fue: No. Aun debería esperar un año, acaso dos o más, para terminar la obra y empezar la publicación.
Demasiado tiempo, lector. Demasiado tiempo, teniendo Malenkov en su poder la bomba de hidrógeno...
El autor puede resignarse a morir atomizado cualquier madrugada. Pero no se resigna por nada del mundo a no decir de Malenkov, Roosevelt y Beria todo cuanto el mundo ignora.
No quiero correr el riesgo de ser atomizado por Malenkov cualquier madrugada sin decir mi verdad histórica. Quiero darles tal disgusto a tantos como la callaron, por complicidad, o pánico, antes de que puedan ser volatilizados en el prefabricado infierno atómico. Y también por la esperanza lejana de que algunos de mis libros puedan salvarse, y así, leyéndolos algún superviviente del Diluvio ígneo, piense que en la tierra hubo uno, yo, que hizo cuanto pudo para evitar el atómico final de su generación. Y que si cuanto pude hice, no merecí ser atomizado. Que, para mí, no es lo más importante conseguir, sino merecer...


Explicación previa

 

La publicación de la presente obra es motivada por el anuncio de la próxima aparición en la revista «U.S. News and World Report» de las primicias de un libro escrito por el almirante americano Robert Theobald acusando a Roosevelt de traición en el ataque japonés a Pearl Harbour.
Augusto Assía, hoy el mejor cronista internacional de nuestra prensa, y cuya pluma es ahora la mejor defensora de España y de la Cristiandad en tierras extranjeras—y lo digo así con gozo, viéndole rectificar, valeroso, pasados errores—, nos da la noticia en el «Ya» del 31 de marzo de esta magnífica manera:
«Acusa a Roosevelt de haber causado el ataque japones a Pearl Harbour»
Se dice que quería provocar la guerra de Estados Unidos contra Alemania cuando ésta daba la batalla al Comunismo en Rusia.
Los almirantes Theobald, Kimmel y Halsey —jefes de la escuadra que sufrió el ataque— descubren las intenciones de la maniobra política del difunto Presidente.
Revelaciones de un libro que va a publicarse en Estados Unidos
«Con el propósito de envolver a los Estados Unidos en la guerra, el presidente Roosevelt provocó deliberada y sigilosamente el ataque de los japoneses contra el Puerto de las Perlas, según coinciden en denunciar hoy los tres almirantes norteamericanos cuyas fuerzas fueron las primeras víctimas del holocausto.
»El ataque del Puerto de las Perlas, que, venciendo la resistencia y repugnancia del pueblo, precipitó irrevocablemente a los Estados Unidos en la conflagración, ocurrió el 7 de diciembre de 1941. El 22 de julio Alemania había iniciado su marcha contra la Rusia soviética, y el día del Puerto de las Perlas los ejércitos nazis estaban a las puertas de Moscú y Leningrado...»
Sin la intervención de los Estados Unidos, el bolchevismo se encontraba irremisiblemente domeñado.
Quizá haya que tener en cuenta tal dato y relacionarlo con la historia emanada de la conferencia de Yalta, tres años más tarde, para formarse el cuadro completo de los motivos que pudieron impulsar al presidente Roosevelt.
En Yalta, tres años después de meter a los Estados Unidos en la guerra con el aparente propósito de salvar a la China de las garras japonesas, el presidente Roosevelt entregaba la China a las garras comunistas.
El proceso de la política internacional norteamericana había consumado un viraje de 180 grados, siempre a espaldas del pueblo norteamericano.
No supo nada el pueblo norteamericano de los compromisos contraídos por Roosevelt en Yalta hasta que comenzó a sentir sus consecuencias, y sólo ahora comienza a saber de los manejos que precedieron a la precipitación de los Estados Unidos en la guerra.
Uno de los propósitos que, según el vicealmirante Robert Theobald, persiguió Roosevelt con su premeditada y bien planeada provocación contra los japoneses, fue el de burlar los sentimientos pacíficos y neutralistas del pueblo de «la lucha a muerte» con un enemigo que no daba ni pedía cuartel.
Robert Theobald era el comandante de una flotilla de destructores en el Puerto de las Perlas el día que descargaron su ataque los japoneses.
Tres Almirantes acusan concretamente
Las nuevas revelaciones sobre el misterioso papel representado por Roosevelt en la historia de aquellos días están contenidas en un libro del vicealmirante Theobald, al que pone prólogo y corroboración el entonces comandante del Puerto de las Perlas, almirante Husband Kimmel, y el almirante de la flota, William Halsey. El libro va a ser publicado en serie por la revista «U. S. News and World Report».
«Diplomáticamente, la estrategia del presidente Roosevelt consistió en forzar al Japón a realizar un acto de guerra aplicándole cada vez mayor presión económico-política, y al mismo tiempo, poniéndole nuestra flota ante las narices en Haway, reunidita e incapaz de defenderse, hasta constituir una invitación irresistible a la idea de un ataque por sorpresa», dice el vicealmirante, muchos de cuyos barcos y hombres desaparecieron bajo las bombas japonesas.
Cuenta también el vicealmirante con la corroboración de sus dos compañeros de armas y, especialmente, la del entonces comandante en jefe de la flota del Pacífico, que Roosevelt, además de provocar sistemática e incesantemente al Japón, al ver que sus maniobras tenían éxito y la escuadra japonesa iniciaba su marcha hacia Hawai, les ocultó los informes a los jefes militares de la escuadra norteamericana. «Si nosotros hubiéramos conocido todos los datos e informes que existían en Washington, el día antes del ataque japonés, hubiéramos podido evitarlo o, por lo menos, hubiéramos podido evitar gran parte de los daños que nos causó, cogiéndonos totalmente descuidados como patos en el agua», escribe el vicealmirante.
«Un gran número de informes sobre las intenciones y los movimientos de la escuadra japonesa no fueron nunca transmitidos a los interesados», subraya el vicealmirante, que dice también que el «Japón fue colocado por Roosevelt en una tesitura que no le dejaba más alternativa que la de capitular o luchar».
Antes que los tres almirantes, habían ya expuesto la misma tesis dos embajadores.
Dos embajadores desacreditaron también la política de Roosevelt
Mr. Grew, que representaba a los Estados Unidos en Tokio el día del ataque al Puerto de las Perlas, y Kennan, el autor de la «táctica de contención» y durante algún tiempo embajador en Rusia.
En su libro «Cincuenta años de política internacional norteamericana», del que le hablé a usted oportunamente, Kennan, que prestaba servicios en el departamento de Estado, dice abiertamente que el Japón fue empujado a la guerra, aunque no explica muy claramente por quién ni cómo.
En el mismo libro, el embajador e historiador desacredita también la farsa histórica sostenida con monumentos en todas las ciudades norteamericanas, según la cual el acorazado «Maine» fue volado por los españoles.
En realidad, pues, la tesis de los tres almirantes no es nueva. Lo que es nuevo es la serie de datos militares y estratégicos con que la apoyan y la autoridad que tienen sus palabras, ya que son los jefes de la escuadra norteamericana que sufrió el primer choque.»
Augusto Assia.
Como es natural, yo no pretendo aventajar en documentación a los tres almirantes americanos. Aparte de sus testimonios personales, han de tener ellos hoy a mano una gran documentación para la «prueba», ya que, al marcharse Truman, han tenido acceso a ciertos archivos hasta su marcha cerrados.
Si me decido con toda premura hoy a lanzar este libro no es para rivalizar con los almirantes en el terreno de las pruebas de la traición de Roosevelt. De antemano, ya sé que las suyas han de ser más copiosas, y la mayoría de primera mano.
No es mi objeto competir con ellos en ese terreno, ni mucho menos. Tan sólo pretendo complementar su acusación y, dentro de mis posibilidades, darle trascendencia. Porque si yo reconozco que la obra de los almirantes será perfecta como prueba testifical y documental, por anticipado, y sin conocerla, me atrevo a decir que adolecerá de un defecto capital.
Roosevelt, según ha de surgir de las páginas de la obra, beneficia con su traición a Stalin; esto será una evidencia completa. La traición de Pearl Harbour es cometida por Roosevelt para, siendo agredidos los Estados Unidos, llevarlos a la guerra y salvar a Stalin, en peligro de sufrir una derrota total.
Así se revelará la traición. Con ese fin se mostrará cometida, si es vista en sí, aislada, sin conexión con la secuencia de la Historia.
Y, siendo así, la consecuencia que se deducirá del hecho será falsa, porque muchos llegarán a la conclusión de que Roosevelt era subjetivamente un comunista, un espía servidor de Stalin, porque su traición, cercenada de la Historia, tan sólo tiene tal explicación. Acaso una minoría perspicaz, como de razón es, no llegue a esa conclusión y quede cavilando sobre tal enigma, pues enigma tremendo es ver a un presidente americano traicionar a su patria en favor de la patria comunista sin causa suficiente ni racional.
Y acaso sea reforzado una vez más, y en esta ocasión de manera decisiva, ese «slogan», tan reiterado por los cómplices de Roosevelt y repetido por tantos y tantos a impulsos de su inercia mental, justificando los crímenes de Roosevelt con sus errores.
Sería lamentable que un momento tan culminante como es la traición de Roosevelt en Pearl Harbour no sirviese para rasgar ese velo inconsútil del gran misterio de la Historia Universal, ese misterio por el cual un puñado de judíos, agrupados en torno de Marx, en 1847, llegados al Londres Victoriano, donde reinan Lionel Rothschild y Benjamín Disraeli, han logrado esclavizar en un siglo a media Humanidad. Porque si era verdad, como Marx y Engels dijeron entonces en las primeras líneas del «Manifiesto Comunista», que el «Comunismo era un fantasma», misterio, y misterio sin igual, es que aquel «fantasma» se haya convertido sólo en cien años en ese Imperio que ya esclaviza 900 millones de humanos y tiene ya número y potencia para esclavizar al resto de la Humanidad.
Ya lo sé yo.
No es académico problema el intento de resolver esa incógnita magistral de nuestra Historia de hoy. En resolverlo o no, radica el ser o no ser de la Humanidad. Ser o no ser esclava. Ser o no ser humana sociedad con vida.
Ya lo sé yo. No es problema digno de las Academias el intento de resolver esa incógnita-clave de la Historia Universal contemporánea. Sólo tiene dignidad para tantos dignos académicos la numismática de Ur, el color de la barba del rey Wamba o la estética rupestre del búfalo «argenté»...
No es digno de casacas y barbazas, tras cuyo bardal se asoman la estulticia senil y el pánico infantil, si no la complicidad masónica, del solemne académico, descifrar el «misterio encerrado en un enigma»—como Churchill dijera—de por qué, sólo en un siglo, aquel Comunismo fantasma llegó a esclavizar a media Humanidad y se dispone a esclavizar al resto de los hombres...
Quede tal misterio y enigma para nosotros, los no doctorados ni academizados, y quédense con sus fracs y casacas, sus cruces y sus bandas, sus calvas y sus barbas, su éxtasis científico ante los cacharros rotos en una trifulca conyugal del siglo XXX.
KAGANOVITCH ha dicho:
«Sólo cuanto favorece al Comunismo es ciencia.
Todo aquello que no lo favorece es inconsciencia.»
Parece ser que la fórmula, invertida, del judío debería tener validez para los «intelectuales» de Occidente, cuyo axioma habría de ser:
Todo cuanto se opone al Comunismo es ciencia.
Todo cuanto no se opone es inconsciencia.
Pero no; se quedarán en su cacharrería cuaternaria. Queden en paz, con sus bandas, barbas, calvas y toda su inconsciencia.
En tanto el solemne académico no abandone su cacharrería, sea permitido al autor obedecer a su conciencia, que es lo contrario de inconsciencia...
Es en conexión con el prodigio sin par del triunfo del Comunismo como quiero ver la traición de Roosevelt en Pearl Harbour... Es ella una traición arquetípica en la cadena secular de traiciones que han dado al Comunismo el dominio de medio planeta sólo en un siglo. Que no eran dioses Marx y su puñado de judíos para realizar tal milagro, y fue necesaria la secular traición de muchos Roosevelts para someter a 900 millones de hombres al esclavismo, llamado Comunismo...
Revelar hoy la traición de Roosevelt, tan sólo es hacer caer sobre su memoria el más tremendo veredicto de la Historia; que sólo la execración histórica es la sanción posible para un traidor vil si él está ya muerto.
Es justa, es necesaria, la sanción de la Historia; pero intrascendente e inútil en absoluto. Si la traición de Roosevelt fue única y aislada, un «caso» singular, el daño está hecho: los 900 millones de esclavos, esclavos son, y la sanción histórica no los redimirá de sus cadenas y abyección...
Ahora bien, si, como la Historia delata, el ascenso constante del Comunismo no es debido al propio poderío de aquel «fantasma» de que Marx hablara, es decir, al impulso propio de los comunistas, sino a las traiciones disfrazadas de errores, cometidas permanentemente, con un efecto único: darle sucesivos y crecientes triunfos al Comunismo..., a un hecho permanente corresponde acción permanente y, como es natural, entidad permanente; ya que no hay hecho sin acción ni acto sin autor..., y si hecho y acción son seculares, ha de ser secular la entidad. No puede ser sólo un ente, un Roosevelt, efímero actor, el único protagonista de la traición secular.
No empieza con Roosevelt la traición. No empieza con él, ni con él acabó... Muerto Roosevelt, siguió la cadena de traiciones—«errores»—de Harri Salomón Truman. América perdió bajo su mandato el monopolio de la bomba atómica y de hidrógeno, y la Humanidad en libertad perdió a China. El Comunismo ganó con Truman potencia física y demográfica bastante para poder esclavizar a todos los seres del Planeta.
Sí; porque ya, con complicidad o sin ella, Malenkov puede cualquier día desencadenar su Pearl Harbour atómico sobre América y Europa.
Y ese nuevo Pearl Harbour es el que, a todo trance, a costa de lo que sea, debemos evitar, desenmascarando a los traidores insertados en la Cristiandad, que la siguen traicionando para su aniquilación.
Esa es hoy para mí la única ciencia...
Todo lo demás es inconsciencia.