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Terrorismo Fundamentalista Judío

 

Norberto Ceresole

Terrorismo Fundamentalista Judío - Norberto Ceresole

320 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2020
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 800 pesos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El asesinato de Rabin, presidente israelí, les recordó a todos los habitantes de este planeta la crucial importancia del Estado de Israel en el proyecto globalizador que impulsan los núcleos más concentrados del capitalismo occidental. Pero también señaló, de manera dramática, la fragilidad de los cimientos de ese proyecto planetario. Entendidas como las columnas capitales de una complejísima arquitectura, las sociedades vitales para el proyecto globalizador parecen estar sufriendo erosiones irreversibles. La israelí, la rusa y la propia norteamericana pasan por esa situación.
En este trabajo se analizan los grandes rasgos de esas y de otras crisis, tomando como módulo histórico más bien el largo plazo.
Debemos partir sin embargo de un hecho de trascendental importancia: Tras los acuerdos de paz firmados por Rabin, muchos analistas compartían el pronóstico de que como consecuencia de ellos era previsible un triunfo electoral de la llamada «derecha» israelí. Ello significa que existe una mayoría, al menos electoral, contraria al «Plan de Paz». Por el momento no hubo tiempo de verificarlo. El asesinato de Rabin, pocos días después, fue, en ese sentido, un acontecimiento que no careció de sentido político. Fue algo más que derrotado, fue asesinado por la oposición fundamentalista judía. Y es dentro de este escenario que pasa a formar parte fundamental lo acaecido en Argentina. Pues, aunque para muchos lectores puede resultar paradójico o contradictorio, el análisis de los macroatentados terroristas ocurridos en la Argentina contra organizaciones del Estado de Israel (Embajada y AMIA), no puede ser desvinculado de la naturaleza de las crisis globales que afectan en la actualidad al conjunto del Planeta. Y no pueden ser desvinculados, muy especialmente, de los conflictos existentes o emergentes en el espacio del «mundo antiguo», donde se produjo el nacimiento de las grandes religiones superiores monoteístas pues un nuevo conflicto se avizora. Si bien se pueden plantear dos escenarios, ambos conducen a un mismo punto: el inicio de un conflicto militar de nuevo tipo -no será la tercera guerra mundial sino la primera guerra global intercivilizaciones-, aunque con lejanos antecedentes en las guerras de religión que han sacudido tanto al Mundo Antiguo como a la Civilización Europea.
Como veremos a lo largo de este trabajo, son varios y altamente complejos los problemas que nos afectan.
La globalización de los conflictos es uno de los elementos fundacionales de la actual etapa del sistema internacional. En ese sentido, podemos plantear la hipótesis de que el origen del atentado es exterior respecto de la Argentina y está localizado no tanto en el llamado conflicto del Medio Oriente. El origen del atentado está localizado más bien en los esfuerzos globalizantes que se realizan desde el Oriente Medio hacia el Asia Central a fin de extender un conflicto mundial intercivilizaciones.
No nos debe llamar la atención que en nuestro país normalmente no se analicen la mayoría de los problemas tratados en este libro. Los ciudadanos inteligentes, la mayoría de las veces tienen la sensación de que tanto el gobierno como los medios viven en otro mundo, confundiendo peligrosamente los niveles - por naturaleza jerárquicos- de la realidad internacional.
Las proyecciones del creciente desorden internacional sobre la realidad argentina serán catastróficas en la medida en que la dirigencia no tome plena conciencia de sus auténticas dimensiones.
Por ello Norberto Ceresole, en este inmensamente abarcativo trabajo, analiza las relaciones de poder geopolítico en todo el mundo y su relación con uno de los focos de poder más importantes: El Estado de Israel, que desde su mismo origen se encuentra conectado al terrorismo y hasta la actualidad no ha dejado de estarlo.

 

ÍNDICE

 

Introducción para lectores argentinos11
Las bombas de Buenos Aires y la «conexión iraní»15
Las pistas del juez Juan José Galeano23
Onda expansiva25
El sionismo contra el «modelo argentino»26
El fundamentalismo judío27
Conflictos internos y confrontaciones globales29
Guerras interiores y lealtades nacionales33
El «modelo argentino»35
La «nazificación» del peronismo38
Transferencia de culpa41
El vaciamiento de un país43
El fracaso de una diplomacia automáticamente alineada48

I.- Un Conflicto Global. Internacionalizaciones. El Golfo pérsico como escenario de conflicto51
El principal enemigo del «mundo global» 51
El mundo apolar53
La guerra virtual y el «último hombre»55
Los componentes básicos del futuro escenario estratégico57
Los Estados Unidos de Norteamérica (Ver Capítulo IV).58
El Estado de Israel62
Europa Occidental (Ver Capítulo 4).63
China y Japón (Ver Capítulo V)63
India64
Rusia (Ver Capítulo III)64
Los principales elementos de la defensa67
1.Provocar rápidamente el «Síndrome de Mogadiscio».68
2. Negarle al agresor el uso del mar.69
3.Sistema de C3.71
4.Disponer de importantes stocks de tecnología militar72
Eurasia- Iberoamérica72

II.- Globalidad versus Identidad en Oriente Medio y Asia Central75
El «Frente Sur»78
El Estado de Israel en la nueva Estrategia Planetaria79
El impacto demográfico87
El desequilibrio demográfico global y la concentración de la riqueza90
El «fundamentalismo» islámico92
El Magreb95
Argelia97
Marruecos y Túnez97
Egipto98
La proliferación de armamentos nucleares dentro del «choque de civilizaciones»99
Medio Oriente: el fracaso del «plan de paz»106
Con el «cisma en el alma»108
Guerras, revoluciones y terrorismo en el ocaso del mundo secular 110
El nuevo macroterrorismo antisecular111
La cuestión Palestina y los colonos israelíes.116
Fractura histórica y fractura teológica122
El teatro de operaciones124
Fronteras y civilizaciones128
La estrategia nuclear israelí en el núcleo del conflicto130

III.- Rusia: ¿la hora de la espada?133
La nueva doctrina militar135
La crisis rusa137
Un ejército sin Estado138
La crisis del Estado Homogéneo Universal139
Entre Alemania y el mundo anglonorteamericano140
La repotenciacion militar Rusa: una polarización antisistema144
Los acuerdos de desarme y la proliferación de armas no convencionales147
El tratado sobre las fuerzas convencionales en europa (FCE)148
El tratado start151
Rusia y la mitteleuropa entran en una etapa de profunda inestabilidad estratégica. De la coyuntura política a la historia profunda152
Alexander Ivanovich Herzen (1812/1870)154
Mijail Aleksandrovich Bakunin (1814-1876)155
Nikolai G. Chernyshevsky (1828-1889)157
Alemania y el nacional-comunismo alemán158
Karl Radek y los nacionalcomunistas en el primer «soviet» alemán: 159
El estado homogéneo universal (ehu) y las particularidades nacionales161
El marxismo y el fin de la historia162
Marxismo y religiosidad. Partido e Iglesia165
Verdad y realidad167
Los conflictos dentro del «Mercado Común de los Estados»169
La profecía liberal del «fin de los tiempos»171
Historia, fin de historia y retorno a la historia171
El modelo prusiano de retorno a la Historia172
Los movimientos de la historia y la geopolítica del «ultimo hombre»174
El «primer hombre»176
Liberalismo hegeliano y liberalismo anglo/sajón177

IV.- Estados Unidos y Europa Occidental 181
Estados Unidos: Capacidad de globalización y voluntad “aislacionista”181
De la estrategia de “contención” a la estrategia de “expansión”181
La ruptura del orden bipolar185
Interacción causal y algunas consideraciones186
El vínculo nuclear187
La fractura del vínculo nuclear189
Transición del sistema internacional190
El nafta y la situación interna de los estados unidos193
El aislacionismo norteamericano y el polo Eurasiático según Haushofer195
México y la situación interna de los EEUU: El Rapto de Chiapas199
Washington: entre Asia y Europa201
Del terrorismo secular al terrorismo “teológico” . Sobre el fundamentalismo evangélico/ calvinista202
Estrategias hegemónicas y devastación social203
Fronteras y civilizaciones205
Decadencia de la “civilización norteamericana”: embriaguez de victoria. Exceso de ambición. Una sociedad idolizada208
Europa Occidental211
Europa Occidental vuelve al espacio Atlántico214
Europa Occidental no es una unidad geopolítica215
La “frontera del Rhin”218
España en el esquema geoestratégico francés y marítimo223
El nuevo mapa europeo226
Maastricht: fractura del proceso unificador229

V.- El espacio Euro-Asiático Transcontinental235
La Identidad Alemana235
La identidad alemana dentro de los nuevos movimientos fronterizos237
Cáucaso, Balcanes y «Europa del Medio»240
El conflicto franco/alemán242
La política nuclear del general De Gaulle243
La «opción cero» de Alemania244
Alemania y Eurasia245
Berlín y Eurasia: el futuro de Alemania250
La «frontera del mundo»251
Geopolítica Alemana: Haushofer y el «Corazón Continental»253
Alemania y la «civilización atlántica»254
La política mundial del polo continental euroasiático256
La política mundial del PEAS258
El poder marítimo y las «flotas continentales»262
Rusia, Japón, Alemania y el Pacífico264
Bolcheviques y Junkers265
La doctrina militar de la Wehrmacht266
Bolcheviques y Junkers (II)268
Renacimiento y crisis de los «Estados intermedios»271
El espacio Euroasiático Transcontinental (ii)272
El acuerdo ruso-chino275
Geopolítica del Océano Pacífico277
De la ASEAN a la APEC279
China y el escenario mundial280

VI.- Inteligencia estratégica e hipótesis de guerra283
Inteligencia e inteligencia estratégica284
Intensidad y velocidad de los cambios284
El pensamiento ideológico ya no crea conocimiento285
La naturaleza del sistema internacional apolar286
Nueva metodología para elaborar inteligencia estratégica o conocimiento del mundo287
Las nuevas formas del conocimiento289
Inteligencia y comunidad informativa292
La Inteligencia entendida como “capacidad de anticipación” dentro de la “Teoría de los Procesos Irreversibles”294
El entorno global: Una Nueva Apolaridad Antisistémica298
Los factores globalizadores: El gobierno oligárquico/global como proyecto.299
La infalibilidad ideológica del “Imperium Mundis”300
Polarización versus globalización302
La globalización dentro de los EUA303
La fragmentación antioligárquica304
La despolarización del sistema internacional308
La estructura global y los segmentos de poder309
La “ruptura del mapa”311
Creciente desorden internacional313
Un situación internacional de emergencia314
Hacia una “geopolítica de la autonomía” entendida como “nueva tecnología dinámica”317

CITAS

 

Elizabeth Schemla: “En su opinión, los asentamientos ¿Podrían ser el factor potencial de una guerra civil israelí?” Yitzhak Rabin: “No, no lo creo. Incluso si hubiera que utilizar la fuerza contra los asentamientos, estoy convencido de que ningún judío vendría a matar a otros judíos. ”
Elizabeth Schemla es Jefa de Redacción de Le Nouvelle Observateur. Este reportaje se realizó pocas semanas antes del asesinato de Rabin.
“(Entre 1930 y 1949) ...la Argentina recibió a más refugiados judíos per cápita que cualquier otro país del mundo, excepto Palestina y posiblemente Uruguay. ”
Ronald C. Newton, El cuarto lado del triángulo. La “amenaza nazi” en la Argentina (1931-1947).
La Argentina es por naturaleza uno de los países más ricos de la tierra, de inmensa superficie, población escasa y clima templado. La República Argentina tendría el mayor interés en cedernos una porción de tierra. La actual infiltración de los judíos ha provocado disgusto: Habría que explicar a la Argentina la diferencia radical de la nueva inmigración judía. Constituiríamos la vanguardia de la cultura en su lucha contra la barbarie.
Theodor Herzlt, El Estado Judío, Editorial Israel, Buenos Aires, 1949


Introducción para lectores argentinos

 

Un pensador es un hombre cuyo destino consiste en representar simbólicamente a su tiempo por medio de sus intuiciones y conceptos personales. No puede elegir. Piensa como tiene que pensar, y lo verdadero para él es, en último término, lo que con él ha nacido, constituyendo la imagen de su mundo. La verdad no la construye él, sino que la descubre en sí mismo. La verdad es el pensador mismo; es su esencia propia reducida a palabras, el sentido de una personalidad vaciado en una doctrina. Y la verdad es inmutable para toda su vida, porque es idéntica a su vida. Lo único necesario es este simbolismo, vaso y expresión de la historia humana. La labor filosófica profesional es superflua y sólo sirve para alargar las listas bibliográficas... Comprender el mundo es estar a la altura del mundo».
Oswald Spengler, Prólogo a la segunda edición alemana, diciembre de 1922, La decadencia de Occidente.
 
Los sucesos que se producen en el Medio Oriente y en la región del Golfo Pérsico entre los pocos días que median entre la firma de los Acuerdos de Taba y el asesinato del general Rabin, son decisivos para comprender no sólo la naturaleza del actual sistema internacional, sino además la importancia capital de ambas zonas para la estabilidad del conjunto del sistema. No habrá «globalidad» -Nuevo Orden Mundial- sin la previa «pacificación» de esas dos regiones entendidas como continuidad geopolítica.
En el Oriente Medio y en el Asia Central, luego de la caída de Moscú, se ha localizado el «arco de bóveda» de la política internacional. La suerte del mundo depende de la evolución de los acontecimientos que allí se sucedan. El asesinato de Rabin les recordó a todos los habitantes de este planeta la crucial importancia del Estado de Israel en el proyecto globalizador (instrumento de una pacificación regional ya muy difícil de realizar), que impulsan los núcleos más concentrados del capitalismo occidental. Pero también señaló, de manera dramática, la fragilidad de los cimientos de ese proyecto planetario. Entendidas como las columnas capitales de una complejísima arquitectura, las sociedades vitales para el proyecto globalizador parecen estar sufriendo erosiones irreversibles. La israelí, la rusa y la propia norteamericana pasan por esa situación.
En este trabajo analizaremos los grandes rasgos de esas y de otras crisis, tomando como módulo histórico más bien el largo plazo. Pero en el corto plazo (período que media entre la firma del Acuerdo de Taba -24 de septiembre de 1995- y el asesinato de Rabin) sucedieron acontecimientos de extrema importancia y altamente ejemplificadores del largo plazo. Si comparamos los sucesos del corto plazo con los análisis del largo plazo -tal como éste está expuesto en los Capítulos 1 y 2 de este trabajo- veremos la extraordinaria coherencia que existe entre ambos «tiempos».
Muy poco antes del magnicidio graves sucesos habían tenido lugar en la región. El más importante de ellos, sin duda alguna, fue la firma del llamado Acuerdo de Taba entre el Estado de Israel y la Autoridad Palestina (OLP). La frase final con que el Financial Times cierra su análisis (Londres, 25 de setiembre de 1995) es perfecta en su simplicidad y en su precisión: «Arafat no podrá sobrevivir como mero administrador de un archipiélago de bantustanes. E Isaac Rabin, que se enfrenta a un Likud populista y ultraconservador en las elecciones de noviembre de 1996, será casi con seguridad derrotado a menos que la satisfacción palestina haya dejado paso a una mayor seguridad israelí».
Muchos analistas compartían el pronóstico de que era previsible un triunfo electoral de la llamada «derecha» israelí en noviembre de 1996. Ello significa que existe una mayoría, al menos electoral, contraria al «Plan de Paz». Por el momento no hubo tiempo de verificarlo. El asesinato de Rabin, pocos días después, fue, en ese sentido, un acontecimiento que no careció de sentido político. Fue algo más que derrotado, fue asesinado por la oposición fundamentalista judía. No toda muerte es una derrota, pero en este caso no caben dudas de que sí lo es.
Es altamente probable que ni Arafat, ni Mubarak ni ningún otro dirigente árabe «globalista» puedan sobrevivir a la crisis. Todo un proyecto se derrumba en uno de los más sensibles centros de gravedad del sistema político internacional y, por vez primera, la viabilidad de un «Nuevo Orden Mundial» puede ser seriamente cuestionada.
Dos son los escenarios que se pueden diseñar de cara al futuro inmediato. Pero ambos conducen a un mismo punto: el inicio de un conflicto militar de nuevo tipo -no será la tercera guerra mundial sino la primera guerra global intercivilizaciones-, aunque con lejanos antecedentes en las guerras de religión que han sacudido tanto al Mundo Antiguo como a la Civilización Europea. Un modelo de guerra como la de los «30 años», que «sólo» fue de naturaleza internacional, pero ahora aplicado a regiones geográficas vastísimas y con implicancias planetarias.
Primer escenario: La fractura entre fundamentalistas y globalistas judíos se incrementa y se conecta con la evolución del fundamentalismo calvinista norteamericano.
Segundo escenario: El globalismo judío utiliza al fundamentalismo, al que durante mucho tiempo dejó crecer dentro de su propia sociedad, como excusa para provocar hechos dramáticos que satanicen a un tercero, al «verdadero enemigo».
En sus esquemas básicos ambos escenarios presentan contradicciones que desde el punto de vista lógico son insalvables. Pero ni la política ni la historia son linealidades lógicas.
El primer escenario es poco creíble en el sentido de que el fundamentalismo judío -que, obviamente, no abarca a la totalidad de los opositores al «Plan de Pax»- es una enorme fuerza dentro del Estado, pero no es la mayoría política de ese Estado. Su lógica intrínseca llevaría a una guerra civil intrajudía; el factor más impensado para algunos, y el más sistemáticamente olvidado para otros. El hecho crucial es que no hay experiencia alguna de guerras civiles con arsenales nucleares en el medio. En varios momentos la descomposición soviética rozó ese nivel, pero obviamente aún no lo transgredió. Todo se complica aún más porque en ese escenario de posible guerra civil intervienen poderosos factores religiosos, pero no ya como simples elementos sociológicos (por ejemplo el papel del catolicismo militante en la guerra civil española) sino como «alternativa ideológica» radical, es decir, como opción teológica al globalismo laicizante.
El segundo escenario tiene un punto de inflexión que es Siria, quien hoy está soportando graves problemas económico/sociales. Sin embargo una alternativa de paz en los Altos del Golán parece improbable, a juzgar por la actitud que adopta Damasco ante el Acuerdo de Taba (Editorial de Tishrín, Financial Times, Londres, 25 de setiembre de 1995):
«Ese acuerdo abre las puertas al terrorismo israelí y a acciones subversivas contra los palestinos, porque mantiene intacto los asentamientos judíos, la semilla del terrorismo israelí, que actúa con el apoyo del ejército israelí»
Ese mismo día se difunden en Damasco dos comunicados palestinos disidentes, el del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) y el del Frente Democrático para la Liberación de Palestina (FDLP). El tono es el mismo: «Este acuerdo ha dado a Israel exactamente todo lo que buscaba».
En rigor de verdad el mapa de la Cisjordania luego del acuerdo quedó reducido a un monumental rompecabezas geopolítico. Las ciudades que les serán entregadas (supuestamente) a la Autoridad Nacional Palestina representan sólo el 30% del territorio total cisjordano, y están aisladas entre sí por el ejército de Israel y poblaciones judías. Los palestinos reciben una situación geográfica ingobernable, lo que incrementará el ya altísimo grado de pobreza, de vulnerabilidad y de desprotección con que viven los palestinos «dentro» de Israel.
El segundo escenario presenta la inconveniencia del enorme costo social que tendría la maniobra. El magnicidio afectó realmente y en profundidad la percepción que de sí misma tenía la sociedad israelí en particular y la judía en general. Las grietas ya producidas serán de muy difícil restauración.
«Se han cumplido nuestros peores presagios, se han hecho realidad nuestras mayores pesadillas. Este asesinato es una muerte anunciada; es el fracaso de la educación, el fracaso de la política. Desde la Guerra de los Seis Días crece entre nosotros ese núcleo amenazador de fanatismo religioso desenfrenado que ha usurpado el monopolio de la verdad, y se ha autoproclamado como el intérprete de los intereses «eternos y permanentes» de la nación... Existe un peligro real de ruptura interna... es necesario cerrar ese abismo que se ha abierto en el seno de la democracia israelí... la reconciliación que se requiere ahora es una profunda reconciliación interna» (Shlomo Ben-Ami, 6 de noviembre).
En todo caso Irán es el cuadro de fondo de ambos escenarios. Por lo tanto la región del Golfo Pérsico se transformará, muy probablemente, en el escenario de un nuevo de tipo de guerra de religión, de una guerra global intercivilizaciones.
Las bombas de Buenos Aires y la «conexión iraní»
La parte sustancia del texto que sigue, a partir de este punto, fue publicada en noviembre de 1994 (Revista Alternativa-Nuevo Pensamiento Político N° 1). Para la actual edición se hicieron algunas actualizaciones, pero cuidando de no modificar las ideas centrales originalmente vertidas.
Lo que para muchos lectores puede resultar paradójico o contradictorio es que el análisis de los macroatentados terroristas ocurridos en la Argentina contra organizaciones del Estado de Israel (Embajada y AMIA), no puede ser desvinculado de la naturaleza de las crisis globales que afectan en la actualidad al conjunto del Planeta. Y no pueden ser desvinculados, muy especialmente, de los conflictos existentes o emergentes en el espacio del «mundo antiguo», donde se produjo el nacimiento de las grandes religiones superiores monoteístas.
Como veremos a lo largo de este trabajo, son varios y altamente complejos los problemas que afectan a esa región. Desde la continuación del enfrentamiento palestino/israelí a partir del fracaso del «Plan de Paz», hasta la profundización de la crisis intrajudía; desde la situación del Magreb hasta la deslaicización de grandes Estados, la formación de poderosos nuevos bloques de poder, la existencia de grandes stocks de armamento nuclear y otros tipos de tecnologías militares de «última generación»; las «relaciones especiales» existentes entre los Estados Unidos e Israel, en especial en el campo de la tecnología militar «de punta»; todos ellos son temas que forman parte de una larga y compleja serie de acontecimientos, todos íntimamente relacionados entre sí y con los dos macroatentados terroristas de Buenos Aires. Están relacionados con la situación y posición a que ha sido obligada a ocupar la Argentina en el Mundo y afectan a todos los niveles de su vida cotidiana interior.
La aparentemente simple tarea «policial» de investigar dos atentados -los únicos de alta dramaticidad que ocurren en un país en donde se carecía absolutamente de antecedentes en este campo específico (antisecular) de acciones terroristas, en los que se vio afectado en dos oportunidades un mismo país (el nuestro) - se convierte en una empresa de alta complejidad teórica, si lo que se pretende es llegar a conclusiones válidas y no a fabricar meros objetos de consumo a la moda y dentro de los parámetros culturales de «los que mandan». Esos atentados nos obligan a analizar no sólo conceptos abstractos relacionados con la guerra y la paz en un mundo crecientemente des/secularizado y desordenado, sino además cuestiones que aparecen como lejanas y extrañas en tiempo y espacio.
En definitiva, el desarrollo de la investigación nos llevó a manejar y a exponer conceptos teóricos con los que normalmente el lector medio no está en absoluto familiarizado. Esto fue una exigencia estructural de la investigación misma. Haberla encarado de otra manera hubiese sido reescribir un novelón sentimental más, al gusto de los que elaboran los grandes fantasmas ideológicos y luego «bajan la línea».
La cuestión, entonces, debe quedar perfectamente clara. Este es un ensayo extremadamente compacto que trata sobre grandes temas de guerra y paz entre naciones y civilizaciones, y de «proyecciones de futuro».
Algunas de ellas, por el momento son abstracciones filosóficas en discusión dentro de los principales thinks/tanks del antiguamente llamado «primer mundo». Hemos sido introducidos a ellas no por propia voluntad sino por dos acciones de macroterrorismo con fuertes implicaciones religiosas ocurridas en nuestro país, que no registraba antecedentes en ese sentido. Muchos argentinos percibieron que esos actos de macroterrorismo eran de una naturaleza esencialmente diferente respecto del terrorismo secular e interior que vivió nuestra sociedad durante los llamados años 70.
Por lo demás, la sociedad argentina -y contrariamente a las infamias que se propalaron antes, durante y después de los macroatentados-, no era -ni es- una sociedad históricamente antisemita si la comparamos, por ejemplo, con sociedades europeas de larga tradición democrática, como la francesa o la británica.
En nuestra Argentina crecieron y prosperaron con absoluta libertad de elección -personal y grupal- muchas generaciones de judíos, y lo hicieron con mucho menos condicionamientos que en otras sociedades occidentales democráticas señaladas como modélicas.
Llama poderosamente la atención que ninguna organización o persona judía haya recordado, en los últimos tiempos, las estrechas relaciones que mantuvo el Estado de Israel -a través de sus fuerzas armadas y servicios de inteligencia y seguridad- con la casi totalidad de los gobiernos militares que en Iberoamérica, en décadas anteriores, servían fielmente al interés norteamericano en la región y al de sus respectivas oligarquías internas.
Durante largos años Israel no sólo se convirtió en un gran proveedor de armamentos de esos gobiernos, sino en el principal asesor en técnicas contrainsurreccionales de todo tipo. En el campo de las ventas de material militar a América Latina, Israel utilizó el concepto de la Realpolitik. Esa relación estaba fundamentada en una admiración profesional hacia los militares israelíes, por parte de sus colegas latinoamericanos que defendían al establishment en cada uno de sus países.
Esos vínculos afectivos se reforzaban en la existencia de un mutuo entendimiento entre el anticomunismo de los nativos y la posición internacional de Israel como guardiana de la civilización occidental ante los «terroristas» árabes apoyados por la URSS. Muchos autores israelíes, en esa época, subrayaron el hecho de que existía una profunda analogía entre los «irregulares» izquierdistas latinoamericanos y los «terroristas» palestinos que se enfrentaban a Israel en el Oriente Medio.
En definitiva, la complejidad de la cuestión exige el manejo de un aparato teórico correlativamente complejo, y de una masa de informaciones sobre cuestiones de política internacional de una gran envergadura cuantitativa y cualitativa.
Tal es el desafío que lanza este trabajo: comprender a la Argentina en relación a conflictos realmente globales, utilizando necesariamente teorizaciones de alta complejidad, que nuestros nativos intelectuales de pacotilla ni siquiera sospechan de que existen.
Son temas de este ensayo algunos de los factores de crisis que hacen de la región del Mundo Antiguo que hemos acotado, el más grande escenario bélico potencial desde la II GM. Entre otros:
*La situación palestina inmediatamente posterior al «Plan de Paz», y la evolución más reciente de las relaciones palestino/ israelíes.
*La naturaleza de la geopolítica de la expansión israelí en sus dimensiones básicas: territorial, demográfica, hidráulica y teológica.
*La historia y la situación actual de los principales grupos terroristas judíos, sus principios teológicos, sus metodologías operativas y su acción en las distintas ramas de la diáspora. Analizamos con cierta atención la historia del movimiento Gush Emunin, y su relación con los asentamientos territoriales de Samaría, Judea y Jerusalem. Desde un primer momento la creciente conflictividad entre el «fundamentalismo» judío y el laicismo globalizante sionista constituyó la hipótesis explicativa más coherente para enfrentar con racionalidad hechos de macroterrorismo no secular, como los ocurridos en Buenos Aires entre los inicios de los llamados Acuerdos de Oslo (explosión en la Embajada), y la delegación de toda responsabilidad administrativa de Jordania sobre la Cisjordania (mismo día del atentado a la AMIA, Buenos Aires, 18 julio de 1994).
*La creciente reislamización de Turquía y la conformación de un gran bloque entre Turquía, Irán, Pakistán y la totalidad de las Repúblicas musulmanas ex/soviéticas.
El desarrollo de todos estos temas y de otros subsidiarios estuvieron fundamentados en una bibliografía de primer nivel a la cual el autor tuvo acceso entre los meses de enero y noviembre de 1995 en diferentes centros de investigaciones de Europa, Rusia, Oriente Medio y Asia Central.
En Argentina las agresiones culturales, que actúan en paralelo a las agresiones militares de nuevo tipo, como es el caso de ambas explosiones, tienen por objetivo la destrucción de un modelo nacional en proceso de formación, que es el único escudo cultural disponible para una sociedad nacional joven, para un país nuevo.
Las últimas agresiones provinieron del Estado de Israel y apuntaron a la destrucción del «modelo argentino». Nuestro país quedó de hecho incluido en el espacio de la doble contradicción interior y regional que afecta no sólo al Estado judío sino al mundo judío en su totalidad.
La resolución de la grave contradicción interior y regional que afecta hoy al Estado judío exige realizar operaciones dramáticas y profundamente conmovedoras, conducentes a fijar, más allá de cualquier duda «razonable», a un enemigo externo satanizado. Todo aquello que conduzca a unificar al pueblo judío, a diluir sus contradicciones internas, a consolidar un «espacio de paz» (globalidad) en torno a sus fronteras; todas ellas serán operaciones que sólo pueden ser entendidas en función de lo que hemos llamado «Estrategia Planetaria», que en parte es también una estrategia cultural orientada a demonizar al Islam. Para ello se está empleando una metodología bastante similar a la ya utilizada contra el comunismo en la etapa de la guerra fría. En lo que hace al Vaticano, la estrategia no sólo es similar sino idéntica.
Que un Estado al que gran parte de sus ciudadanos desean como confesional/sionista esté políticamente conducido por globalistas laicizantes es un dato de extrema importancia, en especial cuando ese Estado se encuentra sumido en una crisis inédita en lo interno y lo externo. Son públicamente conocidas las imbricaciones entre religión y política que han existido y existen entre los movimientos sionistas y los grupos terroristas que originaron el Estado de Israel. Naturalmente que ese relacionamiento hoy no ha desaparecido: adquiere nuevas formas (p. e., a través del movimiento de los colonos) y fija nuevos enemigos en el mapa de la política interior: el laborismo globalizante, principal escollo del Gran Israel teológico/territorial.
El problema terrorista ligado al fundamentalismo judío fue un mal endémico en la historia del Estado de Israel. En 1984, por ejemplo, dos grupos diferentes de fundamentalistas israelíes fueron condenados por conspirar para volar el Domo de la Roca en Jerusalem, el tercer santuario más sagrado del Islam (Bruce Hoffman, Objetivos terroristas: tácticas, tendencias y potencialidades, en Revista Occidental, Año 11, N° 1,1994).
La demonización del enemigo (Blanco: AMIA; Objetivo: Judíos) no sólo permitiría soldar las fracturas internas y consolidar espacios sin conflictos en torno a las fronteras; posibilita además realizar acciones militares «preventivas» contra procesos revolucionarios de nuevo tipo ya instalados en zonas estratégicas de alto valor energético, tecnológico y militar. En especial las zonas ubicadas en el confín Sureste del Mediterráneo Europeo, en la confluencia del Oriente Medio, el Asia Central y el Océano Indico.
Israel sabe que a pesar de haber empeñado sus fuerzas en cuatro guerras convencionales victoriosas, hoy no solo no tiene garantizada la paz: si sólo perdiese una -la próxima, que bien podría ser una guerra civil/regional, perdería su misma supervivencia. Es por eso que los sectores globalizantes, hoy hegemónicos dentro del Estado de Israel, han asumido convertirse en vanguardia militar y cultural de mundo occidental en una ofensiva contra una civilización demonizada, en un teatro de operaciones absolutamente específico. Para que ello se concrete es necesario que desaparezcan -del interior del Estado judío y de sus fronteras inmediatas- las fuerzas fragmentativas antiglobalizantes, en especial la del fundamentaliamo judío, entendido como proyecto fragmentativo y antiglobalizador, quien más inmediatamente quedaría afectado por la victoria del laborismo laicizante.
La increíble complejidad en la que está inmersa la cuestión de los atentados terroristas que hemos sufrido los argentinos dentro de nuestras fronteras proviene de las extraordinarias y dramáticas implicancias estratégicas que encierran las explosiones de las bombas de Buenos Aires, que son dos típicas agresiones exteriores a nuestra seguridad nacional.
La «conexión iraní» trató de fundamentarse a partir de una confluencia de necesidades tácticas y estratégicas de grupos de poder norteamericanos e israelíes. Desde las frustradas ambiciones presidencialistas de Oliver North hasta el intento por diluir la grave crisis -ya mencionada- existente entre el laborismo y los colonos fundamentalistas judíos dentro del Estado de Israel; desde esos dos extremos parece cada vez más clara la hipótesis de que los atentados expresaron la lógica de una alianza táctica entre sectores de la Inteligencia norteamericana y franjas del Mossad.
La hipótesis por la cual la detonación fue causada por un explosivo ubicado en un «coche/bomba» aparcado en el exterior de ambos edificios, fue asimismo aportada por Israel y, en el caso AMIA, por los soldados israelíes que vinieron a remover escombros no tanto para recoger sobrevivientes cuanto documentos secretos. Aún -y estamos hablando de un caso verdaderamente extremo- dentro de esa hipótesis de explosión exterior, los resultados no podían ser más magros: la «célula» argentina quedaría reducida a un vulgar traficante de autos robados.
También deben ser seriamente tomados en cuenta los argumentos de la Corte Suprema de la República Argentina (investigación Embajada) que señalan al personal diplomático israelí negando y ocultando pruebas necesarias para la investigación.
La falsedad de la hipótesis suministrada por los servicios norteamericanos e israelíes queda doblemente demostrada en el lamentable espectáculo que produce el canciller argentino en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas durante los primeros momentos del episodio; y en el rol tragicómico del juez Galeano, quien promete -apenas llegado de Venezuela- que el país entero se «caerá de espaldas» ante las revelaciones que, de manera inminente, él mismo se encargará de realizar.
Como se recordará, el «tercer atentado terrorista» no consistió en la explosión de ninguna bomba, sino en la difusión a través de todos los medios del país, de cuatro comunicados, firmados por la Presidencia de la Nación (jueves 11 de agosto de 1994). La Secretaría de Medios de Comunicación anunció «la inminencia de un nuevo atentado del terrorismo internacional», que podría producirse en cualquier momento, en cualquier punto del territorio nacional (y, aún, «en países vecinos»), y sobre blancos no especificados. Nada ni nadie estaría a salvo de una muerte probable a partir de ese instante apocalíptico, según la palabra oficial.
Se impartieron órdenes de organizar y poner en «estado de alerta», sólo en el ámbito de la Capital Federal, nada menos que a «150 quirófanos y a 250 médicos repartidos en 33 hospitales». Todo ese plantel sanitario estuvo reforzado por «50 ambulancias, tres equipos de terapia intensiva, una unidad de catástrofe, bancos de suero y de sangre» y un larguísimo etcétera preanunciadores de un drama inminente y sin precedentes, al menos en nuestro país.
Como no podía ser de otra manera, las poblaciones de los grandes centros urbanos estuvieron a punto de entrar en pánico (¿parte de la experiencia consistió en medir esta reacción psicosocial?). A las pocas horas de la conmoción es el propio presidente quien tiene que emitir mensajes tranquilizadores.
En forma casi simultánea con la emisión de los comunicados oficiales, varios ministros del gobierno realizaron febriles consultas con los jefes de los partidos parlamentarios. Les anunciaron que el poder ejecutivo está actuando en función de una «comunicación oficial del gobierno de Israel, quien a través de su embajador en nuestro país informó al canciller argentino de esta posibilidad». Por lo demás la hipótesis estaba avalada «y confirmada por organismos de Inteligencia nacionales e internacionales de máxima confiabilidad».
Resulta altamente significativo que en su momento ninguno de los dirigentes «opositores» cuestionara la validez del supuesto a través del cual se introdujo, desde el exterior y desde la propia jefatura del gobierno, un estado profundo de conmoción psicosocial en todos los niveles de la población argentina. Pero es decididamente repugnante que esas mismas personas se hayan llamado a silencio incluso después del asesinato del general Rabin, en el cual sectores de ese gobierno judío de «máxima contabilidad» actuaron y son responsables por lo menos por omisión.
Las primeras informaciones sobre una supuesta «tercera bomba» llegan a la Casa de Gobierno el jueves 11, en momentos en que, casualmente, estaba reunido el presidente con la totalidad de su gabinete discutiendo nada menos que la futura Ley de Ministerios; es decir, la forma en que se repartiría el poder de los diferentes grupos dentro del gobierno. Al parecer, esa primera señal provino del famoso «arrepentido» iraní conocido bajo el nombre de Manoucher Moatamer, quien reapareció misteriosamente en Quito, Ecuador. Recordemos, de paso, que la información que en Caracas le había transferido al juez Galeano dos semanas antes de su reencarnación ecuatoriana, incluía acusaciones contra diplomáticos iraníes que habían abandonado el territorio argentino seis años antes de producirse el atentado del 18 de julio de 1994.
Luego, en Quito, el señor Moatamer tomó contacto con el embajador argentino en Ecuador, a quien informó de la inminencia de un tercer atentado. A pesar de que el señor Moatamer, como es lógico, no participa de las decisiones del gobierno de Teherán desde hace ya muchos años (suponiendo que alguna vez haya pertenecido a ese gobierno), parece estar milagrosamente enterado de las más íntimas conspiraciones del «fundamentalismo persa», todas ellas, como dijo el jefe del ejército de Israel, orientadas a minar la resistencia moral del «mundo libre». Aunque parezca increíble, las declaraciones de este tránsfuga se han constituido en el fundamento más sólido -en verdad, en el único argumento- sobre el que se ha construido la «investigación» del juez Galeano.
Las pistas del juez Juan José Galeano
La investigación judicial es otro de los hilos que deben hilvanarse en esta trama, que no es trágica y cómica al mismo tiempo, sino doblemente trágica, porque su desenvolvimiento en el tiempo va señalando signos cada vez más manifiestos que se oponen a la viabilidad nacional de este país. Desde los comienzos de la declinación de la estrategia británica en el Río de la Plata, nunca como hoy Argentina ha sido tan manifiestamente manipulada por gobiernos extranjeros (Washington, Jerusalem y, porqué no, aún, Londres), y por grupos de inteligencia empeñados en una confrontación global contra una civilización que está siendo aceleradamente satanizada.
Tampoco nunca como hoy, ni aún en los tiempos de la total hegemonía británica sobre Buenos Aires, había sido tan amplia la aceptación y el consenso otorgado a esa situación hipercolonial por la práctica totalidad del espectro político con representación parlamentaria («Todos somos judíos» clamaron a coro, poco después del 18 de julio de 1994 - Frase acuñada por el intelectual sionista argentino Mario Diament, diario «El Cronista», 18/03/92). Tampoco se escuchan voces disidentes de ningún otro sector de la vida nacional: universidad, empresas, medios de comunicación, sindicatos, etcétera. Tampoco se escuchan ahora, luego del magnicidio. Casi todos saben o sospechan, pero nadie abre la boca. Tal vez la Argentina haya dejado de pensarse a sí misma como comunidad de destinos. Tal vez ya se acepte como país inviable, intervenible, digerible.
El juez Galeano se manifiesta como una persona capaz de aceptar una hipótesis de trabajo falsa, pretender no darse cuenta de ello, y desarrollarla con voluntad y osadía de «cruzado de la libertad», dentro del mejor estilo de la «guerra fría». En síntesis, la investigación judicial, hasta el momento, sólo está basada en suposiciones proporcionadas por el ya mencionado Manoucher Moatamer, cuya credibilidad es igual a cero. Absolutamente ninguna de ellas pudo ser demostrada, no digamos fehacientemente; siquiera, al menos, razonablemente demostrada.
Lo único cierto es que, en la escala del Oriente Medio y del Asia Central se está acelerando un proceso militar y estratégico orientado a cercar -para luego eliminar- al único país musulmán con envergadura geopolítica: la República Islámica de Irán. Se está buscando aceleradamente una «tierra de paso» para los ejércitos de «Occidente» que tendrán que luchar contra el «oscurantismo persa» (Ver Capítulo 1), ahora en este primer conflicto intercivilizaciones contra el «No/occidente». Alguien, muy pronto, reivindicará la función histórica de la «democracia griega» contra las «dictaduras orientales»; es probable que se busque la reedición de la victoria de los atenienses sobre los persas en Salamina (449 a. C).
Pero en ese momento otros deberán recordar a Jenofonte, quien en su Anábasis, nos habla de los «10.000 inmortales» persas, que no eran más que arqueros de asalto, montados y con alta movilidad, es decir, combatientes provistos de una táctica en ese entonces revolucionaria. La religión de los «10.000 inmortales» persas estaba articulada en torno a las revelaciones de Zaratrustra, que en definitiva fundamentaban una moral social basada en la equidad, en la sinceridad y en la radical diferenciación entre el bien y el mal. Como diría Nietzsche, un germano «irracional», fáustico y antiiluminista, las revelaciones de Zaratrustra están en las antípodas del decadente relativismo moral occidental actual. Ciro II «El Grande» (550/530) afianza su hegemonía sobre todo el territorio iraní, somete a las ciudades griegas de Asia Menor y anexiona el Norte de la India; funda, en términos de Toynbee, el primer «imperio universal» de la historia, pero es especialmente recordado por haber autorizado el retorno de los judíos a Palestina.
Onda expansiva
La no existencia de salidas a la hipótesis suministrada por los grupos operacionales norteamericanos e israelíes, sumada a la actitud beligerantemente antigubernamental que desde un comienzo asumen las instituciones sionistas/judías de la Argentina (falta de «fronteras seguras» del Estado Sionista), determinan que la única política de futuro para esas organizaciones sea aumentar su capacidad de penetración en las instituciones representativas del Estado argentino, especialmente en la comunidad de los servicios de inteligencia. Hacia ellos se orienta la artillería de grueso calibre: allí están los «nazis» que sabotean el desarrollo «normal de la investigación». Allí están los responsables que impiden que se verifique gloriosamente, a la manera de los «happy end» hollywoodianos, la brillante hipótesis de conflicto suministrado por las inteligencias norteamericana e israelí.
La sociedad argentina en su conjunto, a diferencia de lo que ocurre en estos momentos en el seno de la sociedad israelí, no se enfrentó a sí misma a partir de la explosión. El modelo argentino parece resistir: la inmensa mayoría de la población entendió de que el atentado fue «una cuestión interna de los judíos». Lo que los sionistas llaman el «antisemitismo de la sociedad argentina» es en verdad su aún fuerte identidad de país joven y su identificación con un proyecto nacional aún indefinido, pero intuido y deseado con fervor.
Incluso una continuidad organizada de «operaciones psicológicas» buscaron incriminar al Ejército en esta grave coyuntura nacional. Surgieron una serie de represalias por haber sido una de las pocas voces institucionales que se levantó con dignidad en este país, censurando la presencia de la «Task Force» israelí. Esas represalias constituyen señales manifiestas de la dirección que toma la confrontación entre la dirigencia sionista y la sociedad argentina.
El sionismo contra el «modelo argentino»
Las organizaciones sionistas y sus dirigentes han asumido una grave responsabilidad dentro del plano de la política interior argentina:
Dar la bienvenida a un ejército extranjero y clamar ante él su desprotección como comunidad «nacional» diferenciada;
Acusar de antijudía al conjunto de la sociedad argentina (es decir, adjudicarle una fobia descalificante a todos los argentinos que sospechan de la veracidad de la interpretación y de la responsabilidad sionista respecto de los sucesos acaecidos), y; Encabezar una lucha civil contra instituciones del Estado argentino que no puede tener otro objetivo que el desencadenamiento de una grave crisis que hoy puede ser altamente desfavorable para los intereses argentinos.
Muy probablemente los próximos tiempos muestren un incremento de este conflicto: la natural y lógica «ascensión a los extremos» de todo conflicto. Una vez más, su naturaleza soslaya el núcleo de las preocupaciones cotidianas de los agobiados habitantes de esta República. Sin embargo allí está, bien instalado, como si fuera nuestro viejo problema de siempre.
Se nos ha impuesto una crisis desde una situación internacional que tiende a agravarse rápida y sistemáticamente en todos lados. En este mundo apolar la operación de Inteligencia ensayada en Buenos Aires no tuvo ninguna posibilidad de alcanzar sus objetivos: consolidar, entre nosotros, a un enemigo externo de naturaleza diferente a la de Occidente. Desde un primer momento hemos dicho que la activa cooperación de algunas fracciones del Estado de Israel en este proyecto se origina en la situación de crisis interior límite que afecta a ese Estado, en especial desde el comienzo de ese proyecto globalista llamado «Plan de Paz». Y ella ha sido totalmente ratificada con el asesinato de Rabin.
Naturalmente en el objetivo señalado concurren una serie de circunstancias que, sumadas, hacen a la «inestabilidad» que tiene cierta autopercepción de Occidente. Irán no es sólo uno de los epicentros de la llamada dialéctica de la confrontación cultural «Occidente vs. No occidente»; es asimismo el representante de una poderosa demografía (y receptor de la solidaridad de una gran masa de «nuevos musulmanes» hasta hace poco instalados en la ex URSS) y de un alto valor de situación en la escala geoestratégica; el aliado de grandes potencias como China y algunos Estados de la Unión Europea y el receptor natural de nuevas tecnologías de «doble uso». Esas son sólo algunas de las dimensiones del «enemigo a derrotar», que en sí mismas señalan la oportunidad y la naturaleza de una convergencia operacional norteamericano/ israelí.
La elección del escenario para realizar los atentados terroristas obedeció a una decisión básicamente correcta. Argentina es un país extremadamente debilitado y, al mismo tiempo, explícitamente integrado en la «globalidad», desde el punto de vista de la elección del mundo en el que, supuestamente, quiere vivir.
Las limitaciones de las futuras ofensivas del sionismo contra los aparatos del Estado argentino, y las de las contraofensivas correspondientes se localizan, respectivamente, en ese punto: ambas son facciones de una misma estrategia globalizante. Triunfará la que disponga de un discurso de supervivencia más profundo, o la que se desmarque de esa estrategia global que marcha rápidamente hacia su inviabilidad final.
El fundamentalismo judío
La globalización de los conflictos es uno de los elementos fundacionales de la actual etapa del sistema internacional. Es evidente que la lucha contra las tendencias globalizadoras en defensa de la autonomía nacional es una estrategia que no debe quedar limitada al campo económico/financiero.
En ese sentido la hipótesis es que el origen del atentado es exterior respecto de la Argentina y está localizado no tanto en el llamado conflicto del Medio Oriente. El origen del atentado está localizado más bien en los esfuerzos globalizantes que se realizan desde el Oriente Medio hacia el Asia Central a fin de extender un conflicto mundial intercivilizaciones.
Tomando como hilo conductor la historia del Estado de Israel desde su fundación hasta nuestros días, vimos como el proyecto de globalización se complicó más en una crisis interior que en una crisis fronteriza; y vimos como ambas envuelven a ese Estado, provocándole, entre otras cosas, un decrecimiento demográfico nunca registrado hasta estos momentos (paliado provisoriamente por los inmigrantes rusos).
En contra de que el grupo autor del atentado sea fundamentalista musulmán concurrieron desde un comienzo una serie de evidencias. La fuente de la que surge la «reivindicación» del atentado es la delegación del Mossad en Buenos Aires, quien identifica a los supuestos autores del hecho señalando a una organización islámica absolutamente desconocida, y calificándola como una escisión del Partido de Dios (Hezbollah). El Hezbollah es un grupo ligado a Irán en el plano regional, cuyo gobierno negó terminante, a las pocas horas de producida la explosión, toda participación en el hecho. La propia organización y los servicios de seguridad del gobierno libanés negaron también la autoría, fabricada por una fracción del Mossad, que es el que «asesora» al gobierno argentino. Asimismo es sabido de que históricamente existieron muchas «escisiones» en el mundo árabe/musulmán, en especial en el Sur del Líbano (bajo control israelí), casi todas ellas manipuladas por el propio Mossad.
En favor de que el grupo autor del atentado esté relacionado con el Estado de Israel, y no sólo con el fundamentalismo judío, concurrió la circunstancia de que los conflictos internos dentro de ese Estado se agravan de día en día en función de una «guerra» entre «nacionalistas» y «globalizantes». La frontera que separa a los bandos en conflicto es muchas veces indefinida, pero penetra profundamente en todos los aparatos del Estado judío, Mossad incluido. En este sentido el gobierno de Rabin se encontró incapacitado para oponerse a las maniobras de cualquiera de la facciones, ya que la denuncia de esa fractura perjudicaría de manera irreversible al sionismo mundial. Finalmente cae asesinado por otro judío, hecho que convierte la mencionada fractura en un cisma infranqueable.
El gobierno de Israel y la dirigencia sionista en la Argentina han optado por la maniobra de incrementar la acción psicológica contra la sociedad argentina en general (señalándola -a lo largo de toda la prensa internacional- como estructuralmente antisemita) y contra sus servicios de inteligencia y otras fuerzas de seguridad, en particular.
Se supone que a partir de su agresión psíquica y política a la sociedad argentina, a su supuesto antisemitismo visceral, la dirigencia sionista tiene por objeto generar una ola mundial de simpatía hacia el sionismo internacional. Y que a partir de acusaciones ideológicas a los servicios de seguridad y de inteligencia -que esa misma dirigencia tantas veces utilizó en su provecho en épocas de la doble guerra, fría (exterior) y sucia (interior)- tratan de consolidar la sospecha sobre la existencia de «grupos locales de apoyo». Obviamente ello tiene por objeto denunciar y perseguir a los argentinos que intenten resistir a lo que en verdad es: un complot internacional, una fase de la Estrategia Planetaria destinada, entre otras cosas, a fracturar definitivamente la existencia de nuestra nación demoliendo las bases culturales de nuestro modelo argentino (proyecto nacional).
Ello no quiere decir de que no existan «grupos locales de apoyo». Son mano de obra nativa al servicio de los oficiales israelíes de inteligencia instalados en Buenos Aires a los que el gobierno argentino del señor Menem les impuso como única veda el hecho de que el personal operativo debía ser necesariamente nativo.
Conflictos internos y confrontaciones globales
Contra lo que normalmente creen los ciudadanos «normales» de este país, la República Argentina, siempre procesó sus movimientos internos dentro de los marcos de confrontaciones externas abarcantes y «globalizantes». El peronismo, por ejemplo, es un fenómeno que no puede desprenderse de los avatares fragmentativos de la IIGM. Y como suceso inverso y opuesto, la concepción «contrainsurreccional» que se instala en la Argentina hacia mediados de los años 70, se fundamenta en el supuesto de que los grupos «insurreccionales» no eran sino «unidades de avanzada» del ejército mundial comunista.
En esa batalla contra esas «unidades de vanguardia» de un gran ejército agazapado dispuesto a invadirnos; en esa batalla juegan un rol antisubversivo muy importante los aparatos policiales, militares y de inteligencia del Estado de Israel. Son oficiales israelíes los que arman, adoctrinan y entrenan a personal militar y paramilitar nativo (y ello ocurre en absolutamente todos los escenarios de conflicto de América Latina) en técnicas contrasubversivas en su más amplio espectro. Para el Estado de Israel, en aquel entonces, la OLP y otras organizaciones palestinas -en ese tiempo nadie hablaba de fundamentalistas, porque se estaba viviendo en un mundo estrictamente bipolar, aún en lo cultural y hasta en lo religioso-, también constituían comandos de avanzada del ejército enemigo dentro de un conflicto global. A ellos se los enfrentaba a partir de las diferentes escalas que admitía el concepto de «guerra de baja intensidad».
La vigencia inexorable de la bipolaridad hacía que esos «pelotones de avanzada» del «ejército comunista» fueran percibidos, aún los declaradamente nacionalistas, a partir del modelo soviético, es decir, a partir de un centro decisional (Moscú, para los ortodoxos; Beijín, La Habana o París para otros), que actuaba internacional mente a través de delegaciones «nacionales». En rigor de verdad es exactamente el mismo modelo que utiliza actualmente la organización sionista internacional, que busca dirimir sus irreconciliables diferencias internas proyectando hacia afuera a esos conflictos interiores.
Para casi todas las facciones en pugna, el centro del sistema lo es todo, las llamadas delegaciones nacionales son «nacionales» sólo en la forma: son meras superposiciones demográficas sobre una cultura, un territorio y una población ajenas. En esencia se trata de organizaciones absolutamente radiales y unilateralmente dependientes del centro. Son en verdad grandes destacamentos de avanzada de una guerra global al servicio de la supervivencia de un Estado nacional: el Estado judío.
Cuando se fractura definitivamente una vieja forma de bipolaridad, basada en la «capacidad de destrucción mutua asegurada», el conflicto se diluye en una vasta gama de conflictos, y la capacidad que anteriormente existía para detectar al «enemigo» se convierte súbitamente en una herramienta inservible. La multiplicidad de conflictos es el hecho relevante. La inexistencia de sujetos históricos definidos mantiene indefinida la naturaleza del conflicto.
En el momento en que los estrategas occidentales, israelíes incluidos, comienzan a percibir no la «desaparición» del «enemigo», sino su reencarnación en una cantidad muy grandes de conflictos, en ese punto el enemigo comienza a ser el propio conflicto. Y la gran dificultad con que se tropieza es que no existe el instrumental intelectual adecuado para resolverlos porque son de naturaleza distinta a los anteriores. Durante la etapa bipolar, por ejemplo, los conflictos internos dentro del Estado de Israel, nunca se manifestaron con el grado de violencia (política, militar, territorial y religiosa) que tienen en la actualidad. En ese entonces existía un enemigo externo perfectamente definible.
La caída de la bipolaridad hace que el principal conflicto que debe enfrentar el Estado de Israel sea de naturaleza interior. Ese conflicto debe leerse no sólo en clave política, territorial, militar y estratégica, sino especialmente en clave teológica: la construcción del Israel bíblico es la aspiración básica de importantes grupos de poder dentro de ese Estado con vocación teocrática gobernado por laicos. De allí surge la enorme fuerza que tiene el movimiento de los colonos judíos de las zonas ocupadas: los verdaderos dinamitadores del «proceso de paz» palestino/israelí (¿o, por el contrario, sus otras víctimas?).
Los colonos han conformado un ejército paralelo que recibe pleno apoyo y cobertura de las fuerzas armadas israelíes, del Mossad y de Contraespionaje del Shin Bet. Pero el poder de los colonos -entendidos como parte visible de un enorme iceberg anclado en profundidad dentro del Estado sionista- no nace sólo de la boca de sus fusiles, sino de su interpretación fundamentalista del judaísmo. Este ejército paralelo, esta situación irreversible es el principal desestabilizador regional y el insuperable, aunque no el único obstáculo del proceso de paz en el Medio Oriente. El movimiento colono/fundamentalista está además articulado alrededor de varios partidos y grupos, la mayoría de los cuales, o escapan al control de los aparatos de Estado israelíes, y/o mantienen relativa hegemonía sobre ellos.
En muchas partes del mundo las distintas formas de guerras no sólo han retornado a sus viejos moldes nacionales: se manifiestan a través de conflictos internos que la bipolaridad había postergado. El conflicto territorial ha reemplazado totalmente al conflicto «ideológico». Y en la mayoría de los casos la cobertura cultural de los conflictos civiles/territoriales es de raíz religiosa. Esta mutación es particularmente evidente en Oriente Medio, donde algunas organizaciones palestinas, al parecer minoritarias, han trocado asimilación ideológica (e, incluso, cultural) por asentamientos territoriales (auténticos Gulags rodeados de enemigos armados) que pretenden adoptar la forma de Estado. Ante esa asimilación de las organizaciones laicas (que encuentran cada vez mayor similitud con partidos socialdemócratas pertenecientes a Estados hasta ayer enemigos), surge con vigor el fundamentalismo islámico.
La organización sionista internacional (con un centro director -que funciona con la metodología del ex/PCUS- y delegaciones dependientes) coexistió y sobrevivió a la guerra fría. Su objetivo principal, la supervivencia nacional del Estado de Israel, lo logró a través de tres movimientos simultáneos: participando activamente en la guerra fría contra el enemigo comunista a través de guerras de baja intensidad en distintas partes del mundo; imponiéndose en guerras convencionales dentro de la propia región, y articulando la actividad de las «delegaciones nacionales» con el objeto de que ellas se constituyan en organizaciones subalternas y disciplinadas de un gran ejército al servicio de la supervivencia del Estado judío.
La supervivencia del Estado de Israel hubiese sido un hecho imposible e impensable sin la activísima participación que han tenido, desde la fundación de ese Estado en 1948, las principales delegaciones «nacionales» del sionismo internacional.
Cuanto más importante era la comunidad judía inmigrante (o de origen inmigrante) instalada en un país determinado, tanto mayor era la importancia militar que el sionismo le adjudicaba a esa delegación/destacamento. Es dentro de esta lógica inexorable que la comunidad judía argentina queda presa de un proyecto que es ajena en la mayoría de los casos individualmente considerados. Son las organizaciones «delegadas» designada por el sionismo las que la representan institucionalmente. Así las comunidades judías o de origen judío juegan un papel militar y paramilitar de primera magnitud en todos y en cada uno de los combates entablados por el Estado sionista contra sus enemigos regionales (mundo árabe), contra sus enemigos globales (ex URSS) y, ahora, en el conflicto civil interior.
Guerras interiores y lealtades nacionales
Esas comunidades, también, constituyeron el escenario y fueron actores de todos los conflictos que se dirimieron a lo largo de toda la historia del Estado judío. Sólo cuando desaparece el enemigo externo y resurgen todos los fundamentalismos religiosos, todos ellos ligados a cuestiones territoriales, en ese momento los conflictos internos cambian de calidad: de incruentos se transforman en cruentos.
No debería extrañar a nadie que esas instituciones delegadas, y asimismo representativas de la comunidad judía en la Argentina, sean las plataformas de combate y el amplio marco para el desarrollo de los ajustes de cuentas dentro de lo que en la actualidad es una feroz lucha interjudía. En la práctica histórica esas organizaciones (pero no necesariamente la mayoría de sus miembros, en el plano individual, donde los procesos de integración nacional «vertical» han sido tan amplios, intensos y aceptados como los registrados en cualquier otra comunidad de origen inmigrante) han demostrado fehacientemente que constituyen parte orgánica del Estado de Israel, y que su ubicación geográfica (en Argentina, en los EUA, en Francia, en Holanda o en Sudáfrica) no es más que un accidente demográfico, que no tiene nada que ver con la idea de la lealtad nacional.
Al existir como parte orgánica del Estado de Israel, pero sin gozar plenamente de la protección de ese Estado, esas instituciones delegadas, hoy, se constituyen en un escenario perfecto para dirimir una de las disyuntivas más dramáticas que haya tenido que enfrentar en su historia el Estado de Israel: la cuestión de la paz (globalidad) y su principal cuestión anexa, los territorios ocupados por colonos judíos armados y fundamentalizados.
Son muchos los observadores de la comunidad judía de Argentina que venían percibiendo, durante las semanas anteriores al último atentado terrorista, una creciente tensión entre las distintas componentes políticas y religiosas que hoy integran, contradictoriamente, esa comunidad, en tanto organización. Es que los acuerdos de paz no sólo tienden a impedir la expansión de la base territorial del Estado de Israel: lo que se enfrenta cada vez más violentamente dentro de esa comunidad son dos concepciones opuestas sobre cómo el sionismo se debe insertar en el proceso de globalización.
Esos analistas de la comunidad judía en Argentina señalaban que el blanco no fue elegido en forma casual, sino que él fue la sede de una tradicional organización actualmente vinculada al laborismo (globalismo) judío. En ese sentido conviene recordar que todas las declaraciones oficiales israelíes después del atentado atacaron y responsabilizaron del mismo a las organizaciones fundamentalistas que están en «contra de la paz». En una especie de «lenguaje eclesiástico» esas declaraciones estaban referidas al fundamentalismo judío y no al musulmán.
En el mismo edificio/target funcionaba la DAIA, que en la actualidad está conducida por elementos sefaraditas, por lo menos en dos principales centros, de Buenos Aires y Córdoba, respectivamente. Esos sectores también son militantes activos del «proceso de paz», y defensores de la concepción globalista que expone la socialdemocracia europea, israelí y el Partido Demócrata norteamericano (en el mismo edificio también funcionaba la delegación en Argentina de la Histadrut, la central sindical israelí). Asimismo la explosión se produjo el mismo día en que el gobierno israelí iniciaba conversaciones de paz con Jordania en el simbólico puerto de Akaba, un gran golpe al fundamentalismo judío y a la política territorial de los colonos, como quedó reflejado durante los siguientes días en las sucesivas sesiones parlamentarias (Knéset) y en los conflictos callejeros que explosionaron en la principales ciudades de Israel.
La sorprendente celeridad con que Rabin acusa a Irán y a Siria, responsabilizando a estos dos países por el ataque, representa no sólo una diferenciación neta respecto al procedimiento seguido con motivo de la explosión en la Embajada (luego, la «responsabilidad» adjudicada a Siria comienza a desdibujarse, en la exacta medida en que se pensó que Damasco comenzaba a participar en algunos aspectos de las conversaciones de paz). En especial esa celeridad adoptada como método diferenciador representa una clara concesión a los sectores duros del ejército judío (gran sostenedor de los colonos fundamentalistas) con el objeto de involucrarlos en una guerra «multinacional» contra Irán, único enemigo exterior serio y de envergadura que le queda a Israel y al «mundo libre». Dentro de este contexto, las iniciales alusiones a Siria fueron interpretadas por los entendidos como un mecanismo de presión para inducir a ese país a incorporarse a las «negociaciones de paz».
En definitiva, el acto terrorista sólo podía ser explicado dentro de dos hipótesis simultáneas: la de una guerra interior entre sectores (fundamentalismo judío contra laborismo judío globalizante); y la del conflicto creciente entre el establishment norteamericano y el proyecto clintoniano de globalización compulsiva. De hecho, los colonos fundamentalistas serían los principales afectados, en términos de poder y de territorio, por la conclusión «exitosa» del proceso de paz. Y los globalistas se han convertido en los principales enemigos de los fundamentalistas. La gravedad de la situación radica en que unos y otros saben perfectamente que ese proceso (el de la paz para la globalización) no es en absoluto irreversible, y que hay arsenales nucleares de por medio.
El «modelo argentino»
El tipo de lealtad nacional que hegemoniza culturalmente las actividades de todas las delegaciones sionistas esparcidas por el mundo es de naturaleza horizontal: convergen radialmente hacia el Estado judío, y muy especialmente, hacia los aparatos de seguridad de ese Estado. Institucionalmente no existen lealtades nacionales verticales, esto es, lealtades y/o vínculos históricos profundos con el país que alberga a esas delegaciones (naturalmente sí existen honrosas y numerosísimas excepciones personales a esta regla genérica, en especial entre las generaciones más jóvenes).
Para desterrar las lealtades verticales y consolidar las lealtades horizontales/radiales, las principales delegaciones cuentan con poderosas y sofisticadas organizaciones culturales, educativas, de ayuda social intracomunitaria, etc., que son los elementos principales que atan al judío no israelí e, inclusive, no sionista, con la estrategia militar de supervivencia del Estado de Israel. Esas ataduras serán tanto más fuertes cuanto más débil sea el anclaje cultural e histórico de la comunidad judía y de los judíos individuales respecto del país que los acoge y dentro del cual viven.
En la Argentina se desarrollaron numerosas generaciones de judíos sin que jamás hayan existido problemas antisemitas serios, en ningún caso ni remotamente comparables a los problemas standard de antisemitismo que surgen cotidianamente en la Europa democrática de posguerra.
Para la mayoría de los judíos argentinos el gobierno del general Perón (1946/55) fue una época especialmente benévola, de prosperidad y de alta movilidad social y política. Y ello a pesar de los errores garrafales que cometen los representantes de la Agencia Judía, quienes en 1946 apuestan decididamente por Braden contra Perón:
«Al igual que muchos en la Argentina y fuera de ella, los sionistas habían abrigado ilusiones sobre una insurrección antiperonista dirigida por los cada vez menos influyentes exiliados de Montevideo, y también se habían autoengañado sobre la imposibilidad de una victoria de Perón en las elecciones (de 1946). Si se consideran las estrategias preelectorales de la Agencia Judía, orientadas en exclusividad al triunfo de la Unión Democrática, se entiende que los seguidores de Perón albergaran reservas respecto del sionismo» (Ignacio Klich, Universidad de Westminster, Peronistas y radicales ante las aspiraciones sionistas en Palestina, en «Desarrollo económico», vol 34, N° 133, abril/junio de 1994). En todo caso fue el de Perón uno de los primeros gobierno del mundo en reconocer al Estado de Israel, a pesar de las tensiones suplementarias que ello introdujo en las relaciones entre Buenos Aires y Londres.
El general Perón llevó hasta sus últimas consecuencias la lógica del «modelo argentino» entendido como un «crisol de razas». En ese sentido la Argentina ha sido una experiencia única en el mundo. No sólo por las intenciones que animaron a los «ingenieros sociales» de los años 60 y 80 del siglo XIX, sino sobre todo por la solidez que había adquirido el modelo con el correr del tiempo. Fue tan sólido ese modelo que se está necesitando el impacto de fuertes presiones internacionales para fraccionarlo y fracturarlo. Y, aún así, todavía puede resistir.
Las dos decisiones fundadoras del modelo argentino fueron la Ley 1420 y la «Ley Ricchieri», de servicio militar obligatorio. Resultaron ser dos grandes impulsos integrativos orientados a fundir un nuevo perfil racial y cultural -es decir, un nuevo «modelo nacional» hasta ese entonces inexistente en el mundo-, dentro de un vasto y magnífico espacio geográfico a conquistar.
Pero el movimiento social y nacional integrador más fuerte sobrevino a mediados de los años 40 de este siglo. En el comienzo del peronismo es cuando se produce la fusión étnica y cultural más intensa y extensa que, tal vez, haya registrado jamás sociedad alguna: el poderoso movimiento inmigratorio anterior se asimila, con excepciones menores, a las grandes migraciones internas impulsadas por la industrialización. Sólo a partir de ese momento queda conformado un nuevo país llamado Argentina.
El peronismo fue un gran movimiento inclusivo: en lo social, en lo económico, en lo étnico, en lo territorial y en lo cultural. La inclusión socioeconómica posibilitó la convivencia pero no la total asimilación entre las dos grandes franjas demográficas y culturales que hasta ese momento estaban «juntas» pero no integradas dentro de un territorio aún no dominado. Que la asimilación no fue total quedó demostrado en 1955. Es a partir de la violencia antiperonista cuando el primer intento de exclusión económica y cultural se manifiesta con toda nitidez. El desprecio contra el «cabecita negra» se fundamentó en el antiperonismo, que fue un movimiento «blanco», basado en una inmigración no integrada y en una cultura de valores «universales».
Dentro de este contexto, derechas e izquierdas surgen como fenómenos exógenos al modelo argentino. Surgen como fenómenos culturalmente fragmentadores y casi nunca -y hoy menos que nunca- se constituyeron en el sostén de procesos nacionales integrativos.
Pero la visón integradora de los «ingenieros sociales» del siglo XIX y, luego, el proceso de fusión que se verifica en la década del 45 al 55 conforman un sólida defensa: ambas situaciones habían sido lo suficientemente poderosas y legítimas como para resistir a la fragmentación y a la exclusión posterior.
Se necesitó la tremenda presión psicológica de la globalización (como fenómeno estructural) y de la posmodernidad (como fenómeno cultural) para que comenzaran a producirse, sin conflictos violentos importantes y significativos, exclusiones sociales nunca registradas hasta este momento, y nítidos procesos de fragmentaciones territoriales: no existe fragmentación cultural sin su correlato territorial.
La fragmentación territorial en la Argentina, al menos desde la derrota en la batalla del Atlántico Sur, es un fenómeno amplio y profundo, que nos señala la incapacidad de una determinada sociedad para apropiarse de un espacio económico. La incapacidad de la sociedad argentina para dominar su vasta geografía es a su vez la consecuencia de las rigideces y de las limitaciones insalvables de una estructura económica desintegradora que origina un orden social improductivo e injusto.
Las exclusiones sociales, las fragmentaciones territoriales y la creciente cretinización cultural de la sociedad en su conjunto, constituyen el amplio escenario donde desembarcan sin resistencia -y hasta con cierto consenso- fuerzas militares y grupos de tareas extranjeros. Es a partir de ese fatídico punto cuando el «modelo argentino» está, en verdad, al borde la desintegración. Hoy fuerzas militares y servicios de inteligencia extranjeros se han adueñado de amplias franjas de los aparatos administrativos y de seguridad de la Argentina. Hoy somos campo de batalla de una guerra ajena.
Es dentro de esas exclusiones y de esas fragmentaciones cuando comienza a plantearse la hipótesis del fracaso del «modelo argentino», esto es, la inexistencia de una identidad nacional única. Surge como alternativa la validez de la fragmentación étnico/cultural; esto es, la legitimidad de los reclamos de autonomía por parte de algunas comunidades nacional/confesionales instaladas en el territorio nacional.
La «nazificación» del peronismo
Debemos recordar que poco tiempo antes de la explosión en la Embajada de Israel en Buenos Aires había comenzado en la Argentina una campaña destinada a demostrar las raíces «nazis» del peronismo. En su momento muchos argentinos la habían señalado como parte de un intento cultural mucho más amplio que tenía por objeto producir la descerebración de la sociedad argentina.
La descerebración, a su vez, tiene una especificidad que podríamos llamar «desmemorización». La desmemorización es un proyecto que persigue la pérdida progresiva de la memoria histórica. La metodología empleada consiste en pervertir y/o sepultar en el olvido determinados hechos de la historia. Se pervierte, por ejemplo, la memoria del peronismo en tanto movimiento de liberación nacional, asociándolo con el nazismo.
Simultáneamente se sepulta en el olvido la obra de los grandes escritores nacionales, como Hernández Arregui, Castellani, Puiggrós, Gálvez, Jauretche, Astesano y tantos otros. Ocultamiento y perversión son dos tácticas que funcionan en forma simultánea y que conforman la esencia de una guerra ideológica contra los fundamentos culturales de la nación argentina. La memoria histórica del pueblo es un formidable instrumento revolucionario que llena de pánico a gerentes y lacayos. La primera acción de un gobierno nacional/revolucionario debería ser la creación de un «Ministerio de la Memoria», entendido como la institucionalización de una específica voluntad nacional para encontrar los perfiles exactos de su identidad.
El intento por «nazificar» al peronismo implicó un clara intromisión en los asuntos internos de nuestro país. Las presiones para el desarrollo de una campaña de apertura de archivos sobre la llegada de ex jefes nazis a la Argentina estuvieron directamente relacionadas con el origen de la instauración de un modelo orientado a desterrar el proyecto industrial-nacionalista que representó el peronismo.
El objetivo era que el gobierno del general Juan Domingo Perón pueda ser leído, a partir de ese momento, simplemente, como una dictadura que dio amparo a criminales de guerra nazi. Esta perversión de la memoria histórica está en total correspondencia con el proyecto anglo-sionista de «pacificación» de la región. El objetivo es el de lograr en Argentina la desnaturalización de cualquier movimiento nacionalista, primordialmente aquellos ligados con la ecuación ejército/pueblo/industria/producción.
En el sector militar se encontró en otras épocas el núcleo de un proyecto reinstaurador de la industria, la investigación científica y el desarrollo tecnológico de la defensa, tal como ello se consolidó durante el gobierno del gral. Perón.
Ya en 1955, trás el golpe de la «Revolución Libertadora», algunos civiles y militares argentinos, dirigentes de la contrarrevolución gorila/británica triunfante, solicitaron la apertura de los archivos alemanes de Potsdam, en ese momento custodiado por los soviéticos, para montar una campaña que redujera el movimiento de liberación que significó el peronismo, a una mera administración originada en directivas del III Reich. En ese momento, los soviéticos proveyeron al antiperonismo de algunos documentos que «probaban» que Eva Perón trabajaba para el gobierno alemán durante la guerra, y que su encuentro con el general Perón fue organizado por la embajada alemana (Evita hubiese tenido, en ese encuentro, unos doce años de edad, aproximadamente).
Otra serie de documentos no publicitados daban cuenta de la recepción que hacían los Estados Unidos y la Unión Soviética de los hombres del III Reich, que acudían en masa a esos países, y los casos de científicos alemanes secuestrados por esas dos potencias.
Lejos de tratarse de una alianza con el nazismo, el proceso peronista tuvo un desarrollo endógeno complejo, visto a la luz de la Segunda Guerra Mundial. El conflicto internacional produjo una serie de movimientos de liberación en la mayor parte de las colonias, tanto en las británicas como en la de otras potencias occidentales, en donde Londres, París o Amsterdam ejercían un dominio violento, racista y expoliador. La acción militar de Alemania provocó indirectamente la liberación de innumerables Estados del Tercer Mundo. Países como Egipto, Indonesia, India, Argentina, y grandes regiones del mundo árabe se erigieron en naciones por primera vez en su historia. Ese proceso nacionalista, del cual Argentina formó parte, es el que intenta ser degradado por el eje sionista- estadounidense. Para ello el peronismo debe ser destruido y desterrado de la memoria colectiva del pueblo argentino.
Para el caso específico argentino, se pretende ligar núcleos de creación de tecnología militar independiente con la infiltración y recepción de científicos alemanes.
La represalia pos/malvínica que desarrolla el gobierno británico, junto al lobby sionista/norteamericano, se propone en nuestro país tres objetivos fundamentales:
La liquidación del peronismo como memoria histórica del pueblo argentino.
El chantaje para lograr negociaciones cada vez más ruinosas para los intereses nacionales.
La asimilación de cualquier proyecto tecnológico militar argentino con un complot nazi.
Transferencia de culpa
La dirigencia de las organizaciones de la comunidad judía siempre se destacó por su vocación antiasimilatoria respecto de la Argentina, y por una simultánea «transferencia de culpa» que proyecta sobre este país, cuya sociedad no judía es sistemáticamente acusada de «antisemita».
De todas las actividades que realizan sus instituciones de «ayuda mutua», verdadero corazón de la delegación, se destacan las educativas y culturales, que incluyen desde la enseñanza del hebreo hasta el viaje de los jóvenes, sistemáticamente organizado, a Israel. La educación y la cultura que emanan de las escuelas dependientes de esas instituciones tienden a formar a un judío cultural y religiosamente ubicado lo más lejos posible del país de residencia. Esas instituciones de ayuda mutua son las verdaderas formadoras de los «soldados de Israel» en el mundo, y las verdaderas desterradoras de los jóvenes que, nacidos en un país, pronto le dan la espalda, y si permanecen viviendo en él es para mejor actuar en favor del Estado judío: como agente de inteligencia, como recolector financiero o como lobby dentro del gobierno nativo, o como fuerza operativa.
Este tipo de lealtad horizontal fue plenamente ratificada por el jefe de la diplomacia israelí, Shimón Peres, quien declaró que el atentado contra lo que es legalmente una organización cultural argentina, «no quedará impune», y que la intervención del Mossad en cuestiones de política interior argentina es un hecho claro e permanente.
Ya hemos señalado repetidas veces que aquellas funciones de servicio a la seguridad israelí no afectan, siquiera remotamente, a todos los judíos residentes en el país. Sólo afecta a su núcleo institucional más prominente. Pero por desgracia, en muchos casos, una parte significativa del resto de la comunidad actúa finalmente por solidaridad con los núcleos directivos más activos.
Argentina es teatro de operaciones de conflictos globales, en rigor de verdad, desde el origen mismo de su «historia independiente». En los últimos tiempos lo fue durante la larga y oscura noche del «combate contra el comunismo». Ese es el período de mayor sufrimiento y desgaste de nuestra autoconciencia como país digno y soberano. En relación con el Medio Oriente lo ha sido desde la fundación del Estado de Israel y desde la consolidación en nuestro país de una delegación asentada en una comunidad prominente, tanto en lo cuantitativo cuanto en lo cualitativo.
Las instituciones que representan a esa delegación/ comunidad fueron parte constitutiva orgánica del esfuerzo militar israelí y, por lo tanto, hoy deviene en espacio natural de la lucha entre facciones religiosas y militares opositoras a la política coyuntural de ese Estado.
Gran parte de los «soldados de Israel» nacidos en la Argentina pero educados como judíos son hoy prominentes militantes del fundamentalismo, en tanto ideología movilizadora de los colonos de las tierras ocupadas. Gran parte de esos soldados de Israel constituyen la proyección de poder (en la Argentina) de ese movimiento.
El bombardeo que en Buenos Aires se produjo sobre un objetivo representativo de la comunidad judía en la Argentina (en la que casualmente no murió ningún dirigente de esa comunidad, pero en cambio, sí, muchos argentinos nativos) fue recepcionado por algunos grupos de Tel Aviv y de Jerusalem como un golpe militar muy fuerte a la estructura global de seguridad del Estado de Israel. Se trata de acciones que muestran las vulnerabilidades del Estado de Israel, porque esas acciones manifiestan profundas luchas y fisuras interiores.
El Estado de Israel utilizó y está utilizando esta «tierra de paso» que aún es un espacio que nosotros, con desesperación creciente, quisiéramos ver convertido en Patria.
¿Qué otra cosa puede ser una Argentina crecientemente desnacionalizada, desmemoriada, descerebrada, estupidizada, humillada y desterrada sino teatro de operaciones de conflictos distantes y distintos?
Operaciones militares como la del 18 de julio no han ocurrido antes porque recién ahora se disipa el humo cultural de la bipolaridad.
Recién ahora comienzan a emerger confrontaciones culturales y religiosas de naturaleza radicalmente diferente a las que han tenido vigencia durante las últimas décadas.
El vaciamiento de un país
La supervivencia de la Argentina depende, en grado sumo, de la capacidad de su estructura de poder para convertir el espacio nacional en un territorio no sólo libre de operaciones terroristas, sino sobre todo de blancos (target) terroristas. Ambos conforman una misma estructura de terror que atenta contra la propia existencia de la nación. No se puede admitir ni que existan operaciones terroristas en la Argentina ni que perduren estructuras integrantes de la seguridad de otros Estados. El enemigo de nuestra defensa nacional está representado por el encaje entre ambas situaciones.
Las ya mencionadas declaraciones del socialdemócrata Shimón Peres señalan la posibilidad de algún tipo de protectorado militar extranacional (o de seguridad, en general) sobre la comunidad judía, que posteriormente podría extenderse a otras comunidades extranjeras, en especial a las comunidades extranjeras confesionales, como la inglesa. Ello llevaría a la Argentina a una situación de colonialismo físico similar a la sufrida por China durante el siglo XIX.
En rigor de verdad, el acto «contra el terrorismo» que se realizó en la Plaza de los Dos Congresos en la tarde del día 21 de julio de 1994, con la participación de representantes del Estado de Israel y de dirigentes de la comunidad judía, nacional e internacional, escenificó un ensayo general de ese proceso hacia el protectorado. Nunca antes en la Argentina se habían escuchado discursos en hebreo en un acto público ni nunca antes tantas banderas extranjeras ocuparon el lugar de los símbolos nacionales. Nunca antes tantos demócratas argentinos se rasgaron públicamente las vestiduras clamando: «todos somos judíos».
Los representantes gubernamentales del Estado judío advirtieron severamente al gobierno argentino, legítimamente constituido y jurídicamente soberano, sobre la falta de seguridad.
Y la dirigencia judía señaló qué tipo de política nacional e internacional debe desarrollar nuestro país de ahora en más:
«Si Argentina ya comprendió en algunos aspectos lo que significa un mundo globalizado -dijo David Goldberg, ex Presidente de la DAIA-, también debe comprender que al igual que los países centrales, debe integrarse a las medidas de seguridad que se contemplan en el mundo para evitar estos ataques».
Pudo observarse una sutil distinción entre los discursos de los representantes oficiales del Estado de Israel en la Argentina y los directivos nativos de las organizaciones atacadas. Los primeros se encargaron persistentemente de afirmar que el proceso de Paz en Oriente Medio es irreversible; los segundos clamaron por mayor «seguridad». Dov Schomrak fue el portador de los duros mensajes del gobierno israelí al gobierno y a la sociedad argentina: «He venido acompañando al Ejército de Israel», dijo.
La dirigencia de la comunidad judía de Argentina, en tanto elemento orgánico del sector «globalista» de los aparatos del Estado israelí, impulsa un tipo de política internacional que incluye el «derecho a la injerencia» y las «ayudas humanitarias», esto es, las soberanías (periféricas) restringidas. A las pocas horas de producido el atentado llegaba a la Argentina la primera «misión humanitaria» israelí, reforzada por un fuerte contingente del Mossad. Argentina ya está en la categoría de «país receptor» de «ayuda humanitaria». De acuerdo al derecho a la injerencia, ya es un país potencialmente ingerible.
Desde que desembarcan los efectivos israelíes y se dirigieron al lugar del atentado, la organización del operativo de rescate quedó en manos de aquel país, y las fuerzas de seguridad y de defensa civil argentinas subordinadas a sus órdenes. De hecho una porción de territorio nacional (la del predio del edificio atentado) estuvo en manos de un ejército extranjero. Pero los alcances de la «intervención» son aún más vastos, ya que -de acuerdo con expresiones presidenciales- «el Mossad tiene las manos libres» para operar en el país, con lo que el control de gran parte del aparato de inteligencia y de represión quedó subordinado a él.
Esta singular relación de subalternización del gobierno nacional a la alianza israelí/norteamericana, quedó expresada en la organización de una marcha en la que el sistema político opositor apareció como aliado de la alianza antes mencionada, mientras el gobierno quedó desdibujado y humillado frente al poder admonitorio de los enviados de un gobierno extranjero.
La Argentina deberá enfrentarse en los próximos tiempos a graves problemas originados en el actual funcionamiento apolar del mundo contemporáneo, es decir a la licuación creciente del poder dentro del sistema internacional. Uno de esos problemas es la alternativa de una profundización del conflicto entre globalistas y fundamentalistas judíos. En cualquiera de sus derivaciones posibles, será un proceso inexorablemente violento capaz de proyectar importantes tensiones sobre la seguridad interior de Argentina.
Nadie hace mención a este problema, mientras el gobierno y la opinión pública nacional siguen sometidos a una estúpida «hipótesis unilateral» respecto del atentado terrorista del 18 de julio. Esa hipótesis fue construida en base a informaciones proporcionadas exclusivamente por el Estado de Israel (y por sectores de la Inteligencia norteamericana) que en estos momentos pueden estar seriamente implicados en el más grande acto desestabilizador de las últimas décadas: el asesinato de Rabin.
El hecho concreto es que la investigación que se originó a partir de esa «hipótesis unilateral» está aparentemente colapsada desde hace ya mucho tiempo. Es altamente probable que esa situación se haya originado en la propia debilidad de la hipótesis original suministrada por el Estado y servicios antes mencionados. Aunque cueste creerlo, aún no se ha elaborado ninguna otra hipótesis, basada en la exposición sistemática de una de las partes afectadas -hasta ahora silenciada y autosilenciada.
Otro hecho concreto es que las presiones de las comunidades judías y sionistas, argentinas e internacionales, continúan ejerciéndose sobre el gobierno y sobre el conjunto de la opinión pública nacional como si el Estado de Israel y la región del Oriente Medio transitaran por la más absoluta de las normalidades. Esas presiones se incrementarán con el correr de los próximos tiempos, porque ellas estarán en función de acontecimientos dramáticos que se sucederán en Medio Oriente, y en su espacio contiguo del Asia Central.
Para darle continuidad a un Plan de Paz que nació extremadamente vulnerable se necesitará una dosis muy alta de violencia política. En este contexto, naturalmente, sería lógico prever no sólo un tercero sino una serie de atentados terroristas en las «zonas de frontera» que separan al fundamentalismo del laborismo «globalizante» judío. Argentina está ubicada a plenitud en una de esas «zonas de frontera» entre dos bandos crecientemente irreconciliables de la estrategia global. Sólo a partir de ese señalamiento podemos comprobar el fracaso estrepitoso de una diplomacia alineada y alienada.
No nos debe llamar la atención que en nuestro país normalmente no se analicen la mayoría de los problemas tratados en este libro. Los ciudadanos inteligentes, la mayoría de las veces tienen la sensación de que tanto el gobierno como los medios viven en otro mundo, confundiendo peligrosamente los niveles - por naturaleza jerárquicos- de la realidad internacional.
No sólo el escenario internacional se diversifica y se complejiza hasta alcanzar niveles nunca vistos; también la velocidad de las mutaciones es un fenómeno extraordinario, en el sentido estricto de la palabra.
Ni nuestras actuales instituciones ni nuestra población en general están en absoluto preparadas para asumir una crisis como la que se diseña en el horizonte, porque la descerebración que nos afecta lleva a expulsar hacia el «afuera», problemas externos que afectarán decisivamente, y a no muy largo plazo, nuestra vida interior, nacional, social e individual. A nosotros, aquí, en este «fuera del mundo», nos hacen preocupar sólo por aquellos problemas que sí se supone están a nuestro nivel. Al fin y al cabo, vivir en la ignorancia posibilita, en cierto sentido, acceder a la felicidad. Son las ventajas de pertenecer a una neocolonia, desmemoriada y descerebrada, distinta y distante.
A partir de una insoslayable confluencia entre lo interior y lo exterior, la presente investigación trata de encontrar nuevas oportunidades para la política exterior argentina, esto es, intentamos asentar las bases para el desarrollo de una geopolítica nacional de supervivencia. Hay una conexión causal entre la situación exterior y la interior. El conocimiento de esa conexión debe originarse a partir del desarrollo de un nuevo Sistema de Inteligencia Estratégica.
La propuesta para desarrollar inteligencia estratégica es entendida como conocimiento necesario de los acontecimientos que se suceden en ese «entorno» llamado Mundo: es de suma urgencia descubrir las claves de la realidad internacional actual y ubicar a la Argentina en relación con ellas. Nos referiremos a ellas dentro del esquema relacional entorno (mundo) / sistema (país). El nexo entre lo «interior» y lo «exterior» estará dado por una nueva definición del concepto «Inteligencia» y, más específicamente, del concepto «Inteligencia estratégica».
Europa Occidental y la crisis de Maastricht son analizadas en forma paralela a la identidad alemana. Este es uno de los temas principales de la actual situación internacional y un elemento interactuante del «agujero negro» del «nuevo orden mundial» (NOM): Rusia. A partir de allí, nos referimos al mundo apolar; a la despolarización del sistema internacional, pretendiendo definir las características principales del actual sistema internacional y sus líneas de tendencia más significativas.
La fractura política y estratégica de los grandes espacios económicos (problemas que afectan actualmente a la CEE y a otros macroespacios económicos) está relacionada con el vacío de poder en la URSS y el incremento de los conflictos regionales en Eurasia y otros escenarios confrontativos y teatros de operaciones emergentes en todo el Planeta.
Las interacciones entre Alemania y Rusia conforman una nueva categoría analítica que hemos denominado el espacio euroasiático transcontinental. Ese espacio euroasiático transcontinental tiene asimismo una segunda dimensión integrada por las interacciones emergentes entre Rusia, China y Japón.
Esos movimientos geoestratégicos se estudian en este libro dentro de las dinámicas demográficas globales, y en relación al concepto de «choque de culturas», desarrollado originariamente por Arnold Toynbee y rescatado por Samuel Huntington, como elemento de lucha ideológica en favor de la globalización. Se hace una especial mención al fundamentalismo musulmán, a la expansión demográfica global, y a la consolidación de religiones movilizadoras.
La expansión demográfica global conspira contra el proyecto concentrativo y globalizante, al que nuestro país se ha adaptado de manera automática.
Hacia finales de siglo los habitantes de las regiones ricas (posindustriales), serán cada vez menos, estarán cada vez más viejos y deberán coexistir con una exclusión social creciente (producto de la llamada dislocación empresaria).
El mundo hoy crece demográficamente a la velocidad de tres habitantes por segundo, más de 250.000 por día. Ese ritmo de crecimiento ha desbordado todas las previsiones realizadas por Naciones Unidas.
Al final del próximo siglo habrá más de mil millones de habitantes de los previstos, que se agolparán en regiones excluidas. Mientras tanto, la población norteamericana y la del Oeste de Europa decrecerá y envejecerá.
Tanto en el mundo musulmán como en los mundos eslavos, confucianos, budistas y sincréticos, la confluencia de factores demográficos y religiosos está llegando a niveles críticos para la estabilidad de las democracias protestantes/weberianas.
Estas macrotendencias tendrán repercusiones dramáticas sobre la Argentina, sobre su actual figura político/ institucional y sobre sus actuales dimensiones territoriales.
Será urgente activar políticas demográficas, educacionales, económicas y territoriales con el objeto de enfrentar, desde hoy, ese enorme desafío. Nuestra población debe crecer rápidamente dentro de moldes culturales nacionales y se debe implantar una política económica y de defensa de carácter decididamente territorial.
En definitiva, se deben implementar estrategias orientadas, simultáneamente, a consolidar el perfil histórico/cultural de Argentina, al control espacial y al dominio de tecnologías emergentes.
En un trabajo anterior habíamos avanzado en la idea de una ecuación de poder como fundamento de un proyecto nacional entendido como modelo de desarrollo independiente (Política nacional y modelo de país en un mundo apolar). Esa ecuación de poder está en base de todos los desarrollos que integran el presente libro.
El fracaso de una diplomacia automáticamente alineada
Las proyecciones del creciente desorden internacional sobre la realidad argentina serán catastróficas en la medida en que la dirigencia no tome plena conciencia de sus auténticas dimensiones.
Todo indica que estamos muy, pero muy lejos de que ello ocurra en un plazo razonable.
Hoy nadie plantea la necesidad de un giro copernicano de la economía y de la política, de la educación y de la defensa. Una forma específica de corrupción se impone sobre todas las demás: se llama «política del avestruz».
La orientación dependiente que ha adoptado en los últimos años tanto la política exterior como la política militar argentina, tendrán próximamente consecuencias graves para los intereses nacionales. La política internacional de la Nación quedó atrapada por el resplandor de lo que parecería ser el surgimiento de un nuevo orden mundial, por la adopción de la funesta e inmoral política del «alineamiento automático» y por un oportunismo servil al servicio del business de los sectores dominantes argentinos y de los intereses de la potencia hegemónica. En función de esos presupuestos se adoptaron decisiones cuya corrección, ahora, tendrá un alto costo histórico.
Los acontecimientos concretos que se suceden en la esfera de lo internacional han eliminado de raíz la falsa Imagen de un mundo unipolar pletórico de vigor militar. La actual Cancillería pretendió acceder a ese mundo a través de relaciones carnales con la supuesta cúpula de la pirámide. En función de ella se remató a precio vil un importantísimo activo económico, se destruyeron las bases científicas y tecnológicas del país, se expulsó hacia la marginalidad social a millones de argentinos y se indefendizó al Estado/nación.
Cuanto más degradado esté el aparato militar de la nación, menor será el nivel jerárquico que ésta ocupe en el mundo.
Buenos Aires, diciembre de 1995