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Años decisivos

Alemania y la evolución histórica universal

Oswald Spengler

Años decisivos - Alemania y la evolución histórica universal - Oswald Spengler

197 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2014
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 240 pesos
 Precio internacional: 17 euros

 

Oswald Spengler, filósofo y profesor alemán, es uno de los pensadores más discutidos y de mayor influencia de occidente. Si bien su obra principal es "La decadencia de Occidente", "Años decisivos" no se queda atrás en importancia y es, en cierto sentido, una continuación política de aquella.
Aquí el autor traza un amplísimo panorama histórico, que si bien fue pensado exclusivamente para la Alemania de la época, no deja de tener actualidad y alcance mundial.
Spengler ve un peligro, mucho más allá de los acontecimientos del momento, y levanta su voz ante él. Por ello reclama:
"Necesitamos una educación orientada a una actitud prusiana; como la que tuvimos en 1870 y en 1914 y que duerme como permanente posibilidad en el fondo de nuestras almas. Y esto sólo puede lograrse a través del ejemplo viviente y la autodisciplina moral de un estamento dirigente; no mediante muchas palabras o por la fuerza. Para poder servir a una idea es preciso dominarse a uno mismo, hay que estar dispuesto a hacer sacrificios íntimos por convicció
Retorno al libro Prusianismo y socialismo, con el que en 1919 comencé a señalar esta necesidad moral sin la cual no es posible construir nada duradero.
A todos los demás pueblos del mundo el pasado les ha forjado un carácter. Nosotros no hemos tenido un pasado educativo y por ello tenemos que empezar por despertar, desarrollar y educar el carácter que está en nuestra sangre en estado embrionario.
A este objetivo está consagrado también esta obra."

 

ÍNDICE

Introducción7

El Horizonte Político
I. Alemania no es una isla15
2. El miedo a la realidad18
3. La paz engañosa 1871/191425

Las Guerras Mundiales y las Potencias Mundiales
4. La época de las guerras mundiales31
5. Lo que Metternich entendía por caos39
6. La economía es más poderosa que la política. Origen de la catástrofe económica. 44
7. La transformación de los ejércitos y pensamientos estratégicos.49
8. Nuevas potencias 59
9. Los Estados Unidos y la revolución. 66

La Revolución Mundial Blanca
10. La »revolución desde abajo«. La época de los Gracos en Roma79
11. No económica sino urbana: disolución de la sociedad83
12. Propiedad, lujo y riqueza93
13. La lucha de clases comienza alrededor de 177099
14. Tipología del demagogo113
15. La revolución blanca actualmente triunfante: La crisis económica mundial desde 1840, deseada por los líderes del proletariado.130
16. La victoria del trabajo masivo inferior sobre el de dirección142
17. Hacia 1900 la economía blanca ya estaba socavada.151
18. La lucha de clases no ha terminado158

La Revolución Mundial de Color
19. Las dos revoluciones: lucha de clases y lucha de razas177
20. El cansancio de los pueblos blancos: esterilidad188

INTRODUCCIÓN

 

Nadie podía anhelar más que yo la revuelta nacional de este año. Desde el primer día odié la sucia revolución de 1918 como una traición de la parte inferior de nuestro pueblo a la parte fuerte e intacta que se alzó en 1914 porque quería y podía tener un futuro. Todo lo que desde entonces he escrito sobre política ha estado orientado contra los poderes que, con ayuda de nuestros enemigos, se habían atrincherado en la cumbre de nuestra miseria y de nuestro infortunio para hacer imposible ese futuro. Cada línea debíacontribuir a su caída y espero que así haya sido. Algo tenía que sobrevenir, en cualquier forma, para liberar los más profundos instintos de nuestra sangre, si es que habíamos de participar con la palabra y con la acción en las futuras decisiones del acontecer mundial y no ser tan sólo sus víctimas. El gran juego de la política mundial no ha terminado. Recién ahora se arriesgan las mayores apuestas. Para cada uno de los pueblos actualmente vivos es una cuestión de grandeza o de aniquilamiento.Pero los acontecimientos de este año nos dan la esperanza de que esta cuestión todavía no está definitivamente resuelta para nosotros, de que volveremos a ser en algún momento – como en la época de Bismarck – sujeto, y no tan sólo objeto de la historia. Las décadas que vivimos son tremendas – es decir: terribles y desgraciadas. Grandeza y felicidad son dos cosas distintas y no tenemos posibilidad de elegir. Ninguno de los hombres que hoy viven en cualquier parte del mundo será feliz; pero para muchos será posible recorrer el trayecto de los años según una voluntad personal, en grandeza o en insignificancia. Por otra parte, quien sólo pretenda comodidad, no merecerá existir.
Con frecuencia, el que actúa no ve lejos. Es impulsado sin conocer el objetivo real. Si lo viese, quizás se resistiría porque la lógica del destino nunca se ha dado por enterada de los deseos humanos. Pero con mucha mayor frecuencia sucede que se extravía porque se ha formado una imagen falsa de lo que hay en él y a su alrededor. La gran tarea del historiador es comprender los hechos de su tiempo y, partiendo de ellos, presentir, interpretar y describir el futuro que vendrá, lo queramos o no. Sin una crítica creadora, anticipadora, admonitoria y directriz no es posible una época del nivel de conciencia de la actual.
No amonestaré ni adularé. Me abstengo de todo juicio de valor en relación con las cosas que recién han empezado a surgir. Un acontecimiento puede ser evaluado realmente sólo cuando ya constituye un lejano pasado y los éxitos o fracasos definitivos han llegado a ser hechos consumados desde hace tiempo; o sea: después de décadas. Hasta finales del siglo pasado no fue posible una comprensión madura de Napoleón. Ni siquiera nosotros podemos tener todavía una opinión definitiva sobre Bismarck. Sólo los hechos son firmes; los juicios oscilan y cambian. Y, por último, un gran acontecimiento no necesita que sus contemporáneos lo valoren. La historia misma lo juzgará cuando ya ninguno de los que en él participaron esté con vida.
Pero hay algo que ya hoy puede decirse: la conmoción nacional de 1933 ha sido algo tremendo y seguirá siéndolo a los ojos del futuro por el ímpetu elemental, suprapersonal, con el que se produjo y por la disciplina espiritual con la se hizo. Fue algo total y completamente prusiano, como el levantamiento de 1914 que transformó los espíritus en un instante. Los soñadores alemanes se levantaron tranquilos, con impresionante naturalidad, y le abrieron un camino al futuro. Pero precisamente por ello, quienes participaron de la conmoción actual deben tener en claro que eso no fue una victoria, y no lo fue porque faltaron los adversarios. Ante la violencia del levantamiento desapareció inmediatamentetodo lo que todavía actuaba y todo lo actuado. Fue una promesa de victorias futuras que todavía tienen que ser conquistadas en difíciles combates y a las que sólo se le ha abierto un espacio. Los dirigentes han asumido toda la responsabilidad y tienen que saber, o tendrán que de aprender, lo que ello significa. Es una tarea llena de tremendos peligros y no se plantea en el interior de Alemania, sino afuera, en el mundo de las guerras y las catástrofes, donde sólo la gran política tiene la palabra. Alemania está, más que ningún otro país, entretejida en el destino de todos los demás países; menos que ningún otro puede ser gobernada como si fuese algo en sí. Y, además, ésta no es la primera revolución nacional de la historia – Cromwell y Mirabeau fueron antes –, pero sí es la primera que se cumple en un país políticamente impotente y en una situación muy peligrosa. Esto aumenta hasta lo inmensurable la dificultad de lo que hay para hacer. Las tareas, todas ellas, están tan sólo planteadas, apenas comprendidas y sin resolver. No hay tiempo ni motivo para la embriaguez y el sentimiento del triunfo. ¡Ay de quienes confundan la movilización con la victoria! Un movimiento acaba de iniciarse, no de lograr su objetivo, y las grandes cuestiones de la época no han cambiado en nada por ello. Son cuestiones que no incumben solamente a Alemania sino al mundo entero y no son de estos años sino de todo un siglo. Para los entusiastas, el peligro está en ver a la situación de un modo demasiado sencillo. El entusiasmo no es compatible con objetivos que se ubican más allá de generaciones enteras. Pero con objetivos como ésos comienzan las verdaderas decisiones de la historia
Esta toma del poder [1] se ha realizado en medio de un torbellino de fortaleza y debilidad. Y me preocupa verla celebrada diariamente con tanto estrépito. Sería más acertado dejar esto para un día de éxitos verdaderos y definitivos, esto es, de política exterior. Es que no hay otros. Cuando se hayan logrado, los hombres del momento, los que dieron el primer paso, estarán muertos quizá hace rato; quizás queden olvidados y denigrados hasta que una posteridad cualquiera recuerde su importancia. La historia no es sentimental, y ¡ay de quien sea sentimental consigo mismo!
En todo proceso que comienza de esta manera existen muchas posibilidades de las que rara vez tienen plena conciencia los participantes. Puede anquilosarse en principios y teorías, sucumbir en la anarquía política, social y económica, o volver sin resultados al principio. Así, en el París de 1793, se sentía claramente que ça changerait. A la embriaguez de los primeros días, que con frecuencia arruinó posibilidades venideras, sigue por regla un desengaño y la inseguridad respecto del «próximo paso». Llegan al poder elementos que consideran como objetivo el disfrute del poder y desean eternizar un estado de cosas que es tolerable sólo por un instante. Ideas correctas resultan exageradas por los fanáticos hasta quedar anuladas. Lo que al principio prometía grandes cosas acaba en tragedia, o en comedia. Debemos considerar sobriamente y a tiempo estos peligros, para ser más inteligentes que alguna generación del pasado. Pero si aquí ha de echarse el fundamento perdurable de un granfuturo sobre el que las próximas generaciones podrán edificar, entonces no será posible lograrlo sin la continuidad efectiva de antiguas tradiciones. Lo que de nuestros padres llevamos en la sangre – ideas sin palabras – es lo único que promete tener persistencia en el futuro. Lo que hace años describí como «prusianismo» es importante – acaba de dar un buen resultado justo ahora – y no lo es una especie cualquiera de «socialismo». Necesitamos una educación orientada a una actitud prusiana; como la que tuvimos en 1870 y en 1914 y que duerme como permanente posibilidad en el fondo de nuestras almas. Y esto sólo puede lograrse a través del ejemplo viviente y la autodisciplina moral de un estamento dirigente; no mediante muchas palabras o por la fuerza. Para poder servir a una idea es preciso dominarse a uno mismo, hay que estar dispuesto a hacer sacrificios íntimos por convicción.El que confunde esto con la presión intelectual de un programa no sabe de qué estamos hablando aquí. Con ello, retorno al libro Prusianismo y socialismo, con el que en 1919 comencé a señalar esta necesidad moral sin la cual no es posible construir nada duradero. A todos los demás pueblos del mundo el pasado les ha forjado un carácter. Nosotros no hemos tenido un pasado educativo y por ello tenemos que empezar por despertar, desarrollar y educar el carácter que está en nuestra sangre en estado embrionario.
A este objetivo está consagrado también esta obra, cuya primera parte presento aquí. [2] Hago lo que siempre he hecho: no doy la imagen de una expresión de deseos del porvenir y menos aún un programa para su realización como ahora está moda entre los alemanes, sino un cuadro claro de los hechos tal como son y tal como serán. Veo más lejos que otros. No veo tan sólo grandes posibilidades, sino también grandes peligros, su origen y quizá el medio de evitarlos. Y cuando nadie tiene el valor de ver y decir lo que ve, yo quiero hacerlo. Tengo un derecho a la crítica, porque a través de ella he señalado una y otra vez lo que ha de suceder, porque sucederá. Se ha iniciado una serie decisiva de hechos. Nada de lo que llega a ser un hecho es revocable. Ahora tenemos que seguir avanzando en esa dirección; ya sea que la hayamos querido, o no. Sería miope y cobarde negarse. Lo que el individuo no quiera hacer, se lo hará la historia. Pero el aceptarlo presupone una comprensión. A ella ha de servir este libro. Es una advertencia acerca de peligros. Siempre hay peligros. Todo el que obra está en peligro. La vida misma es peligro. Pero quien ha vinculado el destino de Estados y naciones a su destino particular tiene que enfrentarsea los peligros viendo con claridad. Y para ver es quizá para lo que se necesita el mayor valor.
Este libro nació de una conferencia – «Alemania en peligro» – que pronuncié en 1929en Hamburgo sin hallar demasiada comprensión. En noviembre de 1932 me puse a desarrollarlo, siempre ante la misma situación de Alemania. El día 30 de enero de 1933 [3] estaba ya impreso hasta la página 106. Nada he modificado luego en él, pues no escribo para los próximos meses ni para el año próximo, sino para el futuro. Lo que es correcto no puede ser anulado por un acontecimiento. Sólo he cambiado el título para evitar interpretaciones equivocadas. La toma del Poder por los nacionalistas no es un peligro; los peligros ya existían, en parte desde 1918 y en parte desde mucho tiempo atrás, y perduran porque no pueden ser superados por un acontecimiento singular que necesita una evolución adecuada y prolongada a través de años enteros para enfrentarlos con eficacia. Alemania está en peligro. Mi temor por Alemania no han disminuido. La victoria de marzo fue demasiado fácil para abrirle los ojos a los vencedores sobre lamagnitud, el origen y la duración del peligro. Nadie puede saber a qué clase de formas, situaciones y personalidades conduce esta conmoción ni qué reacciones externas adversas tendrá por consecuencia. Toda revolución empeora la situación política exterior de un país, y tan sólo para estar a la altura de ella hacen faltaestadistas de la jerarquía de un Bismarck. Estamos quizá ya cerca de la segunda guerra mundial, con una desconocida distribución de las potencias y con medios y objetivos – militares, económicos y revolucionarios – impredecibles. No tenemos tiempo para limitarnos a cuestiones de política interna. Tenemos que estar «en forma» para todo acontecimiento imaginable. Alemania no es una isla. Si no vemos que el problema más importante precisamente para nosotros es nuestra relacióncon el mundo, el destino – ¡y qué destino! – pasará sin compasión sobre nosotros.
Alemania es la nación decisiva del mundo, no sólo por su situación en la frontera de Asia, hoy en día el continente más importante en cuanto a la política mundial, sino también porque los alemanes son todavía lo suficientemente jóvenes como para vivir íntimamente los problemas de la historia universal, para darles forma y para decidirlos, mientras que otros pueblos se han vuelto demasiado viejos y demasiado rígidos para generar algo más que una defensa. Pero también frente a grandes problemas el ataque es el que contiene la mayor promesa de victoria.
Esto es lo que he descrito. ¿Logrará el efecto esperado?

Munich, julio 1933.
OSWALD SPENGLER.